Categorías: "Cuentistas"

EL ANTIGUO YESAR. De Marta

Fuente de imagen Internet

La gran mole de cemento del antiguo yesar se recorta contra el cielo de caleidoscópicos colores, pintado con brocha gorda sobre lienzo ámbar. Una niña pequeña está subida en la más alta de las desiguales chimeneas, diminuta en la inmensidad de la fábrica abandonada.
Suaves llanuras hacen ondular los débiles rayos de sol, ya en su ocaso. La nieve también se ha teñido de los prístinos colores del atardecer. Habla con Pablo, sentado en una chimenea inferior.
—Ya sé que hoy no han venido, pero te digo que no tardarán.
—Todos los días dices lo mismo.
—Yo sé que vendrán.
—Bueno, Susana, quizás mañana. Se habrán tenido que ir más allá de la Llanura Alta.
—A veces no me ayudas nada, para ser mi mejor amigo.
—Y el único, diría yo.
—¿Nos vamos a cenar?
—Vamos, que llevamos todo el día mirando el camino.
Susana, cariacontecida, bajó por la estrecha y peligrosa escala, con gran habilidad fruto de la práctica. En las viejas oficinas unas pulcras camas le ofrecen cobijo y en un armario archivador se alinean cientos de botes de comestibles. Cervezas y coca colas abarrotan las estanterías metálicas del pasado siglo XXI.
Pablo ya está sentado ante la mesa y ella abre su ración del día. Hoy toca pollo y pan caliente. Está delicioso.
—Amigo, cuéntame otro cuento esta noche.
—¿Vale el del cohete hablador?
—No, ese ya me lo sé, otro.
—¿vale el de la luna desaparecida?
—No, hoy quiero uno nuevo.
—¿Sabes el del planeta intocable?
—¡Ese, ese!
—Pues va de un planeta que tenía ríos y valles cubiertos de hojarasca y mucha agua rodeando toda la tierra y no hacía frío nunca, y el sol lucía siempre...
Susana, con el arrullo de la voz de Pablo, se fue quedando dormida, con una gran sonrisa en sus labios, mientras sujetaba firmemente su mano.
No oyó el ruido que produjo un vehículo que se acercó a las ruinas. De él descendieron cuatro hombres. Con las ligeras armas preparadas, se introdujeron en la antigua fábrica de yeso, que apenas conservaba algún muro, rotas sus chimeneas sobre el desprendido tejado. En un rincón descubrieron, echada sobre una raída manta, a una criatura de unos ocho o diez años inexplicablemente gordita. Dormía agarrada a un viejo peluche de indefinido aspecto. Sólo escombros rodeaban a la niña que, sin embargo, sonreía, feliz en sus sueños.

Marta 14/06/2007

DE ZARKOV, FLASH GORDON Y BATALLAS ESTELARES. De Monelle

El alivio llegaba como el día, al abrigo de un sol que perfilaba el azabache nocturno de las montañas en ocre y rojo, resaltando las nubes. Precisamente, ese era el momento en el que dejábamos escapar la imaginación, despertando los sueños con los que disfrazar la realidad. Batallas estelares y conquistas del espacio corrían parejas entre las sombreadas nubes que adquirían la forma original de nuestros caprichos. Poníamos imágenes a la continua lectura de los cuentos y aventuras de unos héroes de tebeo: Flash Gordon o El Hombre Enmascarado que incansable le leía a Rafael. Horas de espera mitigadas haciendo tiempo hasta la llegada de Don Esteban, portador del remedio.
Si el cielo nos era grato, podía disimular mi desespero. A sus nueve años, Rafael, tenía que soportar un lastre que le alejaba por una ruta sin retorno. Él era consciente de su debilidad; sabía que las promesas de ayer se convertían en los juegos de una mañana cada vez más corta, como el día al acercarse el solsticio de invierno.
Don Esteban siempre llegaba con una sonrisa y alguna bagatela entre las manos con la que obsequiarle. Era entonces que descargaba en su cuerpo la pequeña dosis química con la que soportar hasta su próxima visita y que nunca era suficiente. Por ello inventamos los juegos.
Cuando el dolor arreciaba era fácil hacer de los quejidos los gritos de una guerra lejana, o convertirlos en las aclamaciones por la conquista de un espacio misterioso que, dibujado a nuestro antojo, se mostraba en el cielo y en el que las naves de unos enemigos —aquellas nubes que cruzaban el firmamento— luchaban hasta que los dragones o monstruos, que defendían su territorio entre las montañas y la floresta, se disolvían barridos por el viento enemigo capaz de aniquilarlo todo. En ocasiones, la naturaleza nos regalaba con los efectos especiales de rayos, centellas y estrellas fugaces.
—Mañana, Rafael, —le dijo Don Esteban —intentaré venir más pronto para jugar con vosotros. Siempre quise pilotar mientras combato a Mingo como el profesor Zarkov. Estoy convencido de que entre los tres lograremos cazar a esos furtivos que se resisten.
—Será estupendo —comentó entusiasmado.
Por la noche, Rafael se durmió planeando la batalla del día siguiente. Aquella mañana, se disolvió prendido de las naves de sus héroes por última vez.

Monelle/CRSignes 03/06/2007

EL NIÑO QUE QUISO SER AZUL. De Crayola

El circo azul, 1950  de Marc Chagall (Vitebsk, 1887 - Saint-Paul-de-Vence, 1985)

Contaré la historia de un niño especial. Chembo le llamaban. Nadie sabía de dónde había venido. No se conocían familiares, ni hogar, ni nada sobre este original chiquillo. Chembo era un pequeño esmirriado y medio feúcho. Flaco como espagueti. De ojos grandes y juguetones color negro azabache. No tenía pelo o, más bien dicho, parecía no tenerlo porque apenas se le notaba. Los que le conocieron, tenían que acercarse mucho a él para lograr distinguir unas mechas casi transparentes que cubrían su cabeza. Relatan que su piel era de un blanco enfermizo, casi cenizo. Le veían venir y le gritaban:
—Ahí viene el niño descolorido.
Y todos reían. Se mofaban del pequeño que entristecía con desespero cada vez que escuchaba esas palabras. Mi abuelo me contó que un día, después del solsticio, pasó frente a su casa. Tocó a la puerta y mendigó un pedazo de pan. El abuelo le hizo pasar y le dio de comer. Mientras Chembo comía, le contó al abuelo sobre el viaje que acababa de emprender. Dijo que una tarde, había arribado un circo cerca del pueblito de San Román. Grandes tiendas a rayas, payasos, animales, música y muchos globos de diferentes colores. Él no tenía dinero para ir al circo, así que se conformaba viendo de lejos la alegría de la gente. Inesperadamente, un globo color azul se escapó del circo y fue a parar a sus manos. El azul era intenso, brillante. Chembo nunca había visto un color así y fue tanta su admiración por el color, que decidió que él también quería ser azul. Le dijo al abuelo que llevaba días buscando ese color; en la floresta, en el río, bajo las piedras, pero que no había encontrado nada. Alguien le dijo que buscara el mar, que no había nada en el mundo más azul que el mar. El pueblo del abuelo estaba justo frente al mar. Chembo se despidió agradecido del viejo y se alejó.
Cuentan que Chembo cuando vio el inmenso océano, saltó de alegría y corrió hasta la orilla. Las olas lo mojaron con su continuo vaivén. El pequeño maravillado vio cómo su piel se fue tiñendo de un magnífico azul hasta cubrirlo por completo. Chembo se sumergió en el agua salada y desapareció. Algunos dicen que se ahogó, pero el abuelo cuenta que Chembo tan solo se transformó en un extraordinario pez con escamas color azul.

Crayola 03/06/2007

DE COLOR AZABACHE . De Mon

Especialmente un hombre también puede sentirse apollardado y desesperado cuando se le aplican unas normas que se dan por dictadas, cosa que un hombre por defecto no puede hacer. Y me refiero a esto para atacar dura y continuamente al FEMINISMO ya que personalmente, siendo anti-machista, no puedo comprender cómo se puede mostrar a la sociedad el feminismo como un arte victorioso sobre el machismo. Y es que, señoras y señores, estamos en el s. XXI, el siglo de la igualdad de oportunidades para todo el mundo, el solsticio cultural del respeto y del entendimiento entre seres humanos.
Tengo la sensación de que el hombre de hoy está siendo injustamente vapuleado tanto por leyes como por la opinión pública mayoritariamente femenina y la radicalmente feminista. Todo esto comienza a cansar ya a muchos hombres (entre los que me incluyo) que, sin saber ni practicar las injustas indecencias machistas, estamos siendo continuamente evaluados, enjuiciados y en muchas ocasiones vejados ante la NO justa repartición de los roles de este tiempo.
Si queremos una sociedad justa, debemos creer en las igualdades y apostar fuerte por ello, pero de nada sirve cambiar de dictador, machismo por feminismo, lo que hay que hacer es terminar con el dictador y pensar en una nueva floresta de oportunidades.
Sabéis que se acaba de aprobar una ley en la cual a un marido maltratador (que puede ser presunto) se le retirará la pensión de por vida y ¿por qué no a una mujer maltratadora? Vamos es que ni se menciona. Y a todo esto hay que añadir que a un amigo el cual está pasando por el apollardamiento más cruel, fue amenazado de denuncia por malos tratos sin estos haber ocurrido y es más durante el proceso de "puesta en la calle", la señorita amablemente le invitaba a que le pegara, ¡muy original, ella! ¿Quién es aquí el maltratado?
¿No nos estaremos equivocando señoras feministas? ¿No estaremos usando la ley para algo más?
Creo en la MUJER como persona y por ser hombre la considero una maravilla de la creación, tengo la sensación de que algo o algunos la siguen utilizando para no sé qué fin y a eso no hay derecho, menos aun si encima otros resulta perjudicados por esta manipulación.
Naturalidad y educación, amigos y amigas.

Mon 01/06/2007

ROSITA Y EL TIEMPO De Crayola

Relojes de Salvador Dalí i Domènech (Figueras, 11 de mayo de 1904 – ibídem, 23 de enero de 1989)

Una noche descubrió Rosita con tristeza que su tiempo no era suficiente para llevar acabo tantas tareas, por ello decidió llevar a cabo una recolección un tanto original. Todo comenzó en su propia casa. La siguiente mañana, Rosita hurgaba desesperada los cajones de su cómoda. Buscaba un antiguo reloj de plata que su abuela le había regalado. Lo encontró guardado en su cofre de madera azabache. Cuando abrió la tapa, ahí estaba la prenda, resplandeciente. Sintió nostalgia, pero aun así lo tomó entre las manos y lo despanzurró de un golpe. El tiempo que contenía se desparramó y Rosita rápidamente lo recogió y metió en una bolsita que pendía de un cordel de su cuello. Guardó lo que quedaba del reloj y se dirigió al resto de la casa para hacer lo mismo con los demás relojes que encontrara. Desbarató al reloj cucú. Desarmó el reloj de pared en la cocina. Le quitó el tiempo al péndulo de la estancia y, cuando hubo terminado con todos los relojes de casa, salió a las calles en busca de más. Se encontró con el reloj del campanario de la escuela y lo dejó inerte. Después el reloj solar de la plaza central. Hasta un reloj de arena vació para quedarse con su tiempo. Engranajes, manecillas, caratulas, cuerdas y tornillos, yacían esparcidos por los empedrados del pueblo de San Juan de Moró. Pero Rosita no se había percatado de que todo se iba deteniendo a su paso. Nada se movía. No había viento que meciera los árboles en la floresta. Las estaciones se detuvieron y el solsticio se confundió con el equinoccio. Las personas quedaron petrificadas sin poder seguir con su continuo ir y venir. Rosita se detuvo a mirar. Ya tenía suficiente tiempo en su bolsita, pero no le servía de nada en un mundo paralizado. Entonces, mientras lloraba desconsolada, un duende se apareció frente a ella y le dijo: Rosita, pequeña, no necesitas quitarle el tiempo a la vida, es la vida la que te regala un tiempo hermoso para disfrutar. Cada segundo, minuto, y cada hora, son tuyas. En ti encontrarás la sabiduría para organizar cada momento. Rosita sonrió al darse cuenta de que era verdad, solo ella podría resolver su problema con el tiempo. Regresó el tiempo a sus relojes y todo volvió a funcionar. Rosita aprendió a disfrutar sin prisas ni angustias cada segundo de su vida.
Tic... tac

Crayola 31/05/2007

SAROS: EL PEQUEÑO EMPERADOR. De Espantapájaros

De pronto la enorme habitación se iluminó haciendo resaltar las vivaces tonalidades de sus muros. Las imágenes de coloridos dragones y serpientes, por segundos adquirieron vida al igual que las figuras humanas de las pinturas, que parecían moverse entre juegos de luces y sombras.
Extinguido el resplandor, el silencio vuelve a apoderarse del entorno y envueltos en este manto de tranquilidad aparecen las figuras de Izel y Anti que observan con detención el lugar. A pesar de los constantes viajes, aun a los pequeños les toma un tiempo acostumbrarse a los cambios, así que por unos minutos se sientan en el suelo, acariciando la tersa suavidad de la loza que brillan al contacto de los continuos rayos solares que entran por un ventanal.
Pero la quietud es repentinamente rota por el sonido de unos pasos. Instante seguido entra corriendo al cuarto un niño vestido con una elegante y original túnica roja adornada por exquisitos bordados en oro. El muchacho de aproximadamente nueve años, desesperado se deja caer al suelo sollozando sin percatarse de la presencia de los niños. Izel, se acerca y tomándolo por el hombro le pregunta susurrante que le sucedía, pero el niño asustado se aleja.
—Tranquilo, no te haremos daño — le dice Anti extendiéndole su mano. Los extraños ojos rasgados y de un intenso color azabache le llaman la atención. —Mi nombre es Anti y mi amiga es Izel… ¿cómo te llamas?-
—Mi nombre es Pu yi —contesta temeroso.
—¡Precioso nombre! —acota Izel con una gran sonrisa que le da más tranquilidad al muchacho.
Pasado el nerviosismo, Pu yi les cuenta que ellos están en uno de los salones del palacio imperial, en la Ciudad púrpura prohibida, perteneciente a la dinastía Qing.
—¿Pero por qué lloras? —insiste Anti.
—Terminado el solsticio de invierno y cumplido los tres años —entre lágrimas relata —fui sometido a un régimen especial por ser heredero de esta dinastía. Desde aquél entonces perdí contacto con otros niños, no sé de juegos y jamás he corrido por las florestas que rodean el palacio.
Consternados por su relato, Izel y Anti lo invitan a jugar y corretear alegres por los pasillos de palacio hasta muy entrada la tarde, tiempo en que los niños deciden retornar a SAROS.
Lo que Izel y Anti no sabrán hasta mucho tiempo después, es que esos breves instantes permanecerán grabados por siempre en la memoria de Pu yi…el último Emperador de China.

Espantapájaros 31/05/2007

LA PATADA Y LOS JUBILADOS. De Marta

(Fuente de imagen Internet)

A Venancio y a mí nos gusta ir a pasear al rompeolas. A lo largo de éste ha puesto el Ayuntamiento unos pocos bancos, para descanso de los paseantes más sedentarios. Éstos buscan desesperados un sitio donde descansar de los largos paseos, tras atravesar toda la floresta de los jardines, antesala del puerto. A nosotros nos gusta sentarnos en un banco del final del espigón, a la altura del faro, dónde la original patada. Disfrutamos de nuestro tiempo de jubilados intentando catalogar a las personas que de continuo llegan al muro final, antesala del faro, si dan una patada o no antes de volverse. Y ensayamos nuestras dotes de adivinación.
—Ese tiene pinta de patada —digo yo, viendo a un joven de cabello azabache dirigirse veloz al punto en dónde se da el puntapié de la buena fortuna, y cuando veo que efectivamente golpea el muro con las deportivas, grito con voz de ganador, — ¿lo ves?
—Pues esos no creo que ni se acerquen —comenta Venancio sobre un grupo de mamás y papás conduciendo cochecitos y niños, pero esta vez se equivoca y van todos en tropel a martirizar la pared.
—¿Y ese guiri? Como no tiene ni idea, se va a dar la vuelta sin más —y ocurre lo profetizado por mi modesta persona.
—Pues ese del chucho es patada seguro —asegura mi amigo.
Pero ocurre algo que nos deja paralizados: el perro da una patada a la pared a la vez que el amo y juntos, sincronizados, dan media vuelta y al unísono emprenden el regreso.
Y así pasamos las horas de buen tiempo, a partir del solsticio de verano. Días en los que, entre pasear, mirar a la mar y sentarnos en los banquitos de observación de patadas de personas y perro, echamos la tarde.

Marta 31/05/2007

SAROS: EL LLANTO DE LOLO. De Crayola

La primavera se alejaba nostálgica de las grandes praderas de Alberta, Canadá, dando paso a un radiante y tibio verano. Izel y Anti salieron del portal de SAROS justo al iniciar el solsticio. Extasiados con la majestuosidad de verdes forestas y embriagados con un nuevo aire, caminaban por un camino paralelo al Lago Claire, donde salmones rosados navegaban río arriba.
Izel aún sentía su corazón angustiado. Escuchaba el continuo llanto de un ser que la llamaba con un desesperado clamor. Guiada por su mente, se dirigía hacia el lugar exacto de donde provenía el llamado. Anti la seguía atento sin perder detalle del entorno, vigilante y cuidadoso.
De improvisto, Izel dio un giro alejándose del cauce del río. Se internaron poco a poco en la espesura de un inmenso bosque de coníferas; grandes abetos negros y blancos, pinos, abedules, sauces temblorosos y alerces, todo un colorido de verde, amarillo y ocre.
Anti divisó a lo lejos un promontorio oscuro, parecía un animal.
—¡Es ella! La encontramos —dijo Izel, corriendo a toda prisa hacia el hallazgo, seguida muy de cerca por Anti.
Al llegar al lugar, descubrieron a un pequeño osezno llorando triste y asustado junto a su madre. Una osa negra tendida en una mullida cama de musgo, estaba herida.
—Soy Lolo. Gemía el osito. Mi madre y yo apenas terminamos de hibernar. Nos dirigíamos hacia el lago para que mi mamá me enseñara sobre la tierra y la naturaleza. Anti e Izel miraban con ternura al pequeño.
—¡Pero mi madre cayó en unas garras de metal! Lolo señaló hacia su madre. Miren, le está destrozando su pata, nunca podrá escapar.
Izel que había visto y escuchado en sus visiones lo que pasaba con Lolo y su mamá, estaba lista para ayudar.
—No te preocupes amigo, dijo Anti, nosotros les ayudaremos. Con mucho esfuerzo, hizo una palanca con su lanza que permitió abrir la trampa de hierro apenas lo suficiente para que mamá osa liberara su pata.
Izel colocó un emplaste azabache, que había preparado con hierbas y polvos que extrajo de su morral, sobre la herida y esta sanó casi de inmediato.
Mamá Osa agradeció la ayuda y Lolo se despidió con un gran abrazo de sus originales amigos. Anti les advirtió que se marcharan antes de que volvieran los cazadores humanos.
Satisfechos, Izel y Anti se tomaron de las manos y caminaron hacia un nuevo portal.

Crayola 30/05/2007

LAS TABLAS DE MULTIPLICAR. De Crayola

El solsticio de verano anunciaba el renacer. Nuevas flores y matorrales cubrían la floresta. La campiña celebraba después de una fresca primavera pintándose con más color. Todo ser viviente gozaba a plenitud del cambio de estación y reanudaban sus labores. La escuelita de la región no era la excepción y recordaba el regreso a clases con el inconfundible repicar de una campana.
Tilín…Talán… Y todos los escolares corrían a estudiar.
En el establo abandonado cerca del río, vivía Doña Teresa con su hijo Eladio. Eladio era un pequeño burrito gris, de grandes orejas y ojos azabache. Sería su primer año en la escuela, así que se levantó al alba, se dio un buen baño, desayunó su plato de alfalfa y con alegres rebuznos se despidió de mamá.
Tilín… Talán… La campana no dejaba de sonar.
Eladio apuró el paso para tarde no arribar. Trotaba continuo, sin mostrarse desesperado por llegar a la puerta de la escuela que ya veía desde lejos atiborrada de pequeños dispuestos a aprender la lección.
Tilín… Talán… Ese fue el último repicar, la clase va a comenzar.
El Profesor Conejo miraba perplejo a su nuevo alumno. Era la primera vez que un burro asistía a su clase. Con la nariz arrugada en muestra de disgusto por el estudiante recién llegado, empezó la clase de matemáticas.
Sumas y Restas, repitió el Profesor. Todos sacaron sus libros de aritmética dispuestos a estudiar. El Profesor Conejo lanzó una mirada furtiva hacia Eladio esperando verle sacar su libro. Pero Eladio no tenía libro, ni lápiz, ni cuaderno, ni bagatelas, solo la gran voluntad de aprender así sin más.
Toc… Toc… Sonó una descarga seguida por un grito gutural.
Eladio soltó un quejido al recibir los golpes del Profesor que gritaba sin parar por la falta de útiles escolares. Le sacó del salón de clase en medio de las burlas de todos. Las hermanas gallinas no paraban de parlotear; el mapache Pache se carcajeaba al verle pasar; los mininos le apuntaban con sus garras y los pericos remedaban su rebuznar.
Sniff…Sniff… Lloraba convulsivo el pobre Eladio sin parar.
Avergonzado caminó hasta la salida. Mientras, recitaba una a una las tablas de multiplicar. Entonces el Profesor Conejo mandó todos a callar. Solo Eladio repetía las tablas sin parar. Todos aplaudieron y fue así que Eladio se quedó con los niños a estudiar.
Tilín… Talán… Es hora de salir, repica la campana su sonido original.

Crayola 29/05/2007

TREN AL SUR: LLEGADA AL PUEBLO. De Espantapájaros

Aferrada a rieles y durmientes, la vieja estación trataba a duras penas de permanecer erguida, quizás tratando de mantener la orgullosa estampa de tiempos idos. Cuando era el punto de embarque obligado para el tráfico de cereales hacia todo el país. Pero hoy era solo un ruinoso pabellón oscuro como el azabache, de vidrios quebrados y puertas caídas…en fin, ya habíamos llegado al pueblo de Mulchen. Me sentía gratamente contento de aquella travesía en el coche de los comerciantes. En mi mente solo había un pensamiento: El viaje de retorno.
Nos habíamos alejado algunas cuadras de la estación, internándonos de lleno en el pueblo cuando a lo lejos escucho el silbato del tren con su original chu chu que anunciaba su partida.
El solsticio de verano traía consigo los agobiantes calores y el sol de medio día caía implacable y desesperado sobre las polvorientas calles del pueblo, que más que pueblo era un villorrio campesino de viejas casas de adobe con sus blanquecinas fachadas y tejas de arcilla. Por sus resecas calles transitaban una que otras tartanas tiradas por famélicos caballos y quiltros que salían rabiosos a ladrarle a su paso.
Algunos somnolientos lugareños capeaban el calor bajo la sombra de los aleros. Curiosos levantaban la vista al vernos pasar para luego volverla a bajar, como si dijeran: —Aquí no a pasao na`-.
—¿Cuánto falta mamá? —fue la angustiosa pregunta que le hice a mi madre mientras sentía en mis brazo el peso de los grandes bolsos con ropa usada.
—Falta poco —fue su escueta respuesta dirigiéndome una tierna y piadosa sonrisa
—Llegando a la plaza tomaremos la micro —acotó.
—¡La micro! —le dije mostrándole una desalentadora mirada. Ella solo sonrió
Así fue, minutos más tarde estaba sentado en un viejo autobús Caterpillar, el que entre tumbos y tumbos nos hacía saltar sobre nuestros asientos al transitar por los disparejos caminos de tierra. El corto viaje medió entre los continuos y molestos ronquidos del motor, los cacareos de las gallinas, los chillidos de los cerdos y el parloteo de los bulliciosos pasajeros, nuestro destino, -según mi mamá- estaba a tan solo a 30 minutos.
Álamo viejo, así se llamaba el lugar. Era una gran floresta de estos árboles, que uno al lado del otro, formando una hilera se perdían en la distancia.
—Aquí esperaremos hasta que nos vengan a buscar —dijo mi madre mientras tomaba asiento bajo la sombras.

Espantapájaros 30/05/2007

SAROS : El hombre pájaro. De Espantapájaros

En medio de una densa floresta y atado a un árbol, Ariki cumple su tercera jornada de cautiverio. Tan solo faltan horas para el comienzo del solsticio de primavera y para el inicio del Manutara. Él era el único representante de su pueblo capaz de derrotar al hijo del rey y así evitar un nuevo año de continua tiranía. Pero el rey se había asegurado su triunfo tomando prisionero a Ariki.
No muy lejos de allí, frente al mar donde se elevan las majestuosas figuras de roca llamadas Moai, se había abierto el portal de SAROS. En ese lugar Izel y Anti contemplaban extasiados la vastedad de sus aguas; maravillas de las cuales solo habían oído hablar en ocasiones a los sabios.
—¿Dónde estaremos Izel? —pregunta Anti aun pasmado por la extraordinaria belleza del entorno.
—No lo sé, pero he oído hablar tanto del mar que lo único que deseo es hundir mis pies en la arena y nadar —sí, tomando la mano de Anti corren hacia la playa.
Luego de jugar sobre las mullidas arenas y nadar en sus aguas deciden retomar el camino internándose en el bosque.
Al poco andar encuentran a un joven moreno de larga cabellera azabache atado a un árbol y custodiado por un centinela que lo atormenta a golpes.
Anti se aproxima en sigiloso susurrando palabras en su dialecto original.
En ese momento desde el árbol comienzan a descender ramas que terminan atrapando al guardia, el que desesperado trata de zafarse; mientras, Izel rápidamente libera al joven.
Más tarde, Ariki les cuenta que ellos están en una isla llamada Rapa Nui. También les comenta el motivo de su cautiverio y la necesidad de participar en la competencia para conseguir el primer huevo del ave Manutara. Si lograba derrotar al hijo del rey lo nombrarían Tangata Manu, o representante del dios Make Make, de esa forma guiaría a su gente con justicia y verdad
Al amanecer Ariki ingresa junto a sus dos amigos al pueblo frente a los sorprendidos ojos del tirano rey y su hijo, ya nada podría evitar que él compitiese. Pero Izel y Anti no acudirían a la competencia, tenían que seguir su camino. Entre abrazos de agradecimientos y buenos deseos se despiden de su nuevo amigo.
Poco antes de iniciar el viaje a través de SAROS, nuevamente se dirigen a la playa, a jugar entre las arenas y el mar.

Espantapájaros 24/06/2007

TREN AL SUR: EL VIAJE. De Espantapájaros

El continuo vaivén del carro, sumado a los rayos del sol de comienzos del solsticio de verano y que entraban tibios por la ventanilla a esa hora de la mañana, me llevaron a un estado de profunda somnolencia.
Realizaba desesperados esfuerzos para evitar que mis párpados cayeran, pero al final me dormí.
—¡¡Cafeee…el rico cafeee!!
Fueron los gritos que me arrancaron bruscamente de mis sueños. Se trataba de un señor de aspecto un tanto curioso que se paseaba a lo largo del carro meneándose de un lado a otro tratando de mantener el equilibrio y portando un enorme termo colgado al cuello. Desde uno de sus brazos colgaban unos pequeños vasos plásticos mientras que del otro un frasco de azúcar.
—Toma un poco de café para que calientes la guatita- me dice sonriente mi madre, extendiéndome un vasito humeante.
Con mi vaso en una mano y una rebanada de pan en la otra me acomodé a contemplar el exterior. Afuera aún las verdes campiñas estaban cubiertas por una grácil neblina donde pastaban placidos algunos caballos de colores blanco y azabache. Mientras que las copas de las florestas bañadas de rocío brillaban al contacto de los rayos del sol.
A ratos mi madre me entretenía hablándome de los anteriores viajes al tiempo que me ofrecía otra rebanada de pan amasado. De pronto el ruido producido por el zigzagueo del tren aumento su intensidad distrayéndome de la platica; una de las puertas del fondo del carro se abrió ingresando por ella una corriente de aire olor a humo de carbón, y envuelto a ese aroma un señor de original vestidura: su cuerpo estaba totalmente cubierto de chucherías; donde destacaban pequeños espejos, algunos corta uñas, peinetas, barajas de naipe, y un sin fin de cosillas para atraer la curiosidad y el dinero de los pasajeros. Por supuesto mi mamá no fue la excepción.
En realidad el viaje no estaba siendo para nada aburrido. Cada cierto tiempo aparecían estos curiosos personajes. Como el que entró a eso de las doce del día vestido de mozo de restauran y gritando a voz en cuello:
—¡¡Las pilsener…heladitas la pilsener!!
En un canasto que hábilmente sostenía con sus brazos acarreaba algunas gaseosas y por supuesto las cervezas que los mayores solicitaban con premura.
—Falta poco para llegar- escucho decir a mi madre, quien para esta hora ya había entablado amistad con una señora de junto.

Espantapájaros 23/06/2007

HISTORIA DE UNA PATADA CANINA. De Marta

Yo soy “Cuco” un original perro azabache nacido de una terrier y chucho desconocido. Pero no por eso soy menos listo y si no escuchad y aprended. Constituyo una atracción en mi pueblo costero, vamos que soy un perro popular por mis múltiples virtudes. En mis paseos suelo hacer continuas gracias que acaparan la atención de los humanos, tanto en la floresta, como en las calles, como en la playa.
Pero la que me ha hecho más famoso ha sido la imitación de la patada que dan todos los que pasean por el Rompeolas cuando llegan al final, rematado en un faro. Venía observando en las últimas semanas la tontería esa y me dije, ¿por qué yo no? Al fin y al cabo, soy como un mono de repetición, desesperado por llamar la atención, según mis queridos amos. Y si a ellos les da buena suerte golpear con las fundas de los pies el muro final del espigón, a un perrito lindo ni te cuento.
Cuando, un solsticio de verano, golpeé con mi patita el dichoso muro, se quedaron sorprendidos, se rieron un poco, y pensaron que, o no habían visto bien, o era una casualidad. Pero el segundo día, ya atentos, descubrieron mi don pataleador. Poco a poco, se fue haciendo conocida mi hazaña, de tal manera que cuando me acercaba al faro ya había varias personas haciéndose las remolonas a la espera de la patada canina. Sus aplausos son los que mantienen mi alma de payaso y no hay día que paseemos por el Rompeolas en el que no de gusto a mis fans. Guau.

Marta 22/06/2007

SAROS: Tierra del Dragón de Truenos . De Crayola

Entre luces azules, Izel y Anti –diminutivo de Antinanco- aparecieron de súbito a través del portal mágico de SAROS, en una gran caverna cubierta de hielo. Frente a ellos, un pequeño corría a ocultarse asustado entre rocas congeladas.
-Ven, somos amigos –dijo Anti acercándose al chiquillo de ojos alargados azabache que les miraba de soslayo desde su escondite.
-Vienen aquí para ayudarme? Balbuceó el pequeño mientras tomaba la mano que amablemente le ofrecía Izel para salir del improvisado refugio.
- Es nuestra misión. –dijo Anti- Izel y yo poseemos un poder especial. Viajamos a través del tiempo y el espacio en el universo. Nos unimos para servir al bien.
El muchacho caminó hacia la entrada de la cueva. Ellos le siguieron.
–Dónde estamos? Preguntó Izel.
-Estamos en una caverna al borde de la cordillera del Himalaya. Allá, a las faldas de la serranía, se encuentra mi aldea. Pertenecemos a Druk Yul, la Tierra del Dragón de Truenos, el Reino de Bután. Soy Khado.
Izel y Anti miraban maravillados el hermoso paisaje de grandes montañas con sus picos nevados y vastas extensiones de florestas de verdes intensos.
–Como mis montañas y valles… -dijo Anti con un dejo de nostalgia en sus palabras. -Que haces en esta gruta Khado? -añadió.
-Salí hace días de mi pueblo con la promesa de regresar con un remedio antes del solsticio de invierno –sus ojos se humedecieron.- Hace unas semanas que la gente de la aldea está sufriendo un extraño y continuo mal. Mi padre me mandó a buscar las hojas de una flor que solo crece en estas montañas. Pero me perdí -gimió avergonzado. -Estoy desesperado! Si no encuentro las hierbas pronto, todos morirán.
-No temas más. Después de decir esto, Izel salió a la interperie donde el viento frío arremetía con furia; cerró sus ojos y recitó unas palabras en su dialecto original. Invocaba a su nahual.
Anti y Khado la vieron desaparecer. Solo divisaron a una pantera negra que subía con agilidad por los escarpados picos de la montaña.
Izel regresó a los minutos con un puñado de hojas de la extraña flor. Khado agradeció la ayuda y fue escoltado por Anti al bajar del glaciar.
El corazón de los niños rebosaba felicidad. Habían logrado la comunión de la paz y el bienestar. Unieron sus manos, y los medallones brillaron en sus pechos. SAROS se abría para iniciarlos a un nuevo viaje.

Crayola 21/06/2007

LOS ELEMENTALES: capítulo sesenta y uno. Bajo el agua. De Monelle

Nada más traspasar el umbral, Julien me abrazó. Pude sentirle emocionado. Pronto comprendí el porqué.
Llegué a pensar que no volveríamos a encontrarnos.
Debió de suponer que no les abandonaríamos en esta odisea, que les buscaríamos.
Pero ¿cómo iba a ser posible si me había llevado los manuscritos?
No lo recordará, pero hice copias de los conjuros. Hizo bien trayéndoselos junto con el Grimorio.
No tengo el Grimorio ―afirmó Julien, no supe qué decir. ―Me alegro mucho de verle Ricard, y todos aquí le están agradecidos.
Esto es maravilloso –afirmé ―¡Podré conocer a la reina de las ondinas! ¡Al rey!
¡Mírelo! Por ahí avanza su cortejo.
El lugar que creía centro de aquel mundo, resultó ser una ciudad transparente en apariencia, cuyo foco de luz luminiscente esparcía destellos que se reflejaban por doquier. Sus espejadas paredes proyectaban aquellos rayos de variable color: amarillos, índigos, rojizos, verdes y anaranjados en todas direcciones.
Seren, no dejaba de mirarme. Cuando logró atraer mi atención, pidió permiso para entrar y se lo di.
Debo de estar junto a ustedes para el retorno. Partiremos pronto.
Pero yo quiero…
Claro impaciente ―rió como sólo ella era capaz de hacerlo, con sus característicos y chispeantes destellos ―¡Ahí viene su majestad!
El cortejo se detuvo tan cerca de nosotros que se distinguía cada detalle del vehículo subacuático. Junto a él, una pandilla de ondinas, de ambos sexos, revoleteaban levantando miles de diminutas burbujas, que dibujaban espirales ascendentes, efervescente acompañamiento de rítmica melodía. Aquellas pequeñas y refrescantes burbujas se detuvieron al tiempo que el rey salió para saludarnos. En apariencia era un frágil cascarón en tonos nacarados, que se hubieran confundido con el fondo de no ser por los adornos en rojo chillón que lo engalanaban. No era sofisticado, más bien sencillo, y es por ello que me pareció mucho más sublime y vistoso, fecundando aún más mi asombro. Por segunda vez veía, en todo su esplendor, a un monarca de los submundos en su ambiente. Mi encuentro con el rey de los gnomos había resultado tan oscuro que me confundió. No me atreví a pronunciar palabra. Ahí me hallaba boquiabierto y sin perder detalle de nada.
Seas bienvenido ―dijo.

Monelle/CRSignes 20/05/2007

REMINISCENCIAS. De Espantapájaros

Fuente de imagen Internet

Una fina llovizna se deja caer copiosamente en la ciudad. La tarde está fría y gris, dándole a las últimas horas del día un aspecto aletargado y sombrío. Lentamente me dispongo a salir de la oficina. Una gabardina negra y un paraguas me protegerán en mi acostumbrado viaje a pie hasta el departamento. Cierro la oficina y me despido con un hasta el lunes del personal que aún permanece; de seguro terminando trabajos atrasados.
Las calles están húmeda y solitarias, solo el sonido de mis zapatos contra la acera o el paso fugaz de algún vehículo quiebra el silencio. Recorrer a pie las cuatro cuadras que me separan de mi departamento en un día de lluvia lo considero un placer; estos paseos me hacen olvidar todo el ajetreo de la oficina. La melancolía de la lluvia siempre ha sido un estimulante contra el estrés y una forma de escape.
A medida que me acerco a mi destino contraigo mis pasos, casi rehusándome a llegar... ¿para que? –me pregunto. Si como todos los días no tendré a nadie que me reciba.
Mis pensamientos me hacen retroceder en el tiempo, hasta los días cuando al llegar a casa era como llegar a mi refugio, allí me esperaba mi hija para fecundar con dulces sonrisas mi vida, y mi señora que después del tierno beso me indicaba que la mesa estaba dispuesta para cenar.... –¿donde habrán quedado esos momento?…A veces los añoro.
Un chillido me sustrae de mis odiseas y divagaciones indicándome que el ascensor ha llegado al piso solicitado. Saco la llave del bolsillo y la introduzco en la cerradura.
Adentro, como si se tratara del espejo de mi alma, todo igual…ya no hay sonrisas esperándome, ni menos la calidez de un lejano hogar. Todo lo contrario, la soledad se ha detenido a vivir en mi cuarto y el polvo de la tristeza se acumula en cortinas y mesas vacías.
Tendido en mi cama y aun vestido, observo una pandilla de gotas de lluvia deslizarse lentamente por el cristal, afuera hace frío y el viento ha desnudado los naranjos. La luminiscencia de un rayo por segundos ilumina mi cuarto. Pero aquí dentro, en mi pecho, todo está oscuro; el tiempo ha congelado mi corazón. A veces me pregunto si aquella decisión fue correcta, quizás fue mi soberbia o estupidez la que hizo perder lo mas preciado que tenía...una familia.

Espantapájaros 18/05/2007

SAROS: El primer viaje (Antinanco capítulo 4) De Espantapájaros

La unión de los dos medallones provoca una conjunción entre el sol y la luna. Un eclipse. Fenómeno que los antiguos sabios llamaban Saros. Esta unión desata fuertes destellos y luminiscencias dentro de la bóveda, al tiempo que una gran fuerza atrae a los niños. Unas asustadizas miradas se cruzaron al desaparecer tragados por el espejo de luz.
La oscuridad de la recamara fue abruptamente interrumpida por una serie de luces y rayos. Dos siluetas se recortan en el resplandor para segundos después sobrevenir nuevamente la oscuridad. Las siluetas eran Antinanco e Izel.
Por una pequeña puerta entra un haz de luz que ilumina unas imágenes en las paredes, Izel se aproxima y las observa.
¡Me parecen extrañas estas escrituras! Pero creo que aun estamos en el la bóveda. Vamos es mejor que salgamos de aquí antes que llegue la pandilla de guerreros.
Tras salir de la bóveda se encuentran con una desconocida ciudad. Grandes pirámides y templos rodeados de una exuberante selva.
Amigo, esta no es mi ciudad ―sostiene Izel mientras recorre con la vista su entorno. El momento es inesperadamente quebrado por la aparición de una joven que pasa corriendo junto a ellos.
¡Corran que vienen los barbudos!
Sin preguntar Izel y Antinanco corren tras la muchacha internándose en la espesura.
Al llegar a orillas de un riachuelo la joven se detiene.
¡Pero que sucede! ¿Quien eres tú? ―interroga molesto Antinanco.
―Mi nombre es Ilora, y soy una doncella del Emperador Atahualpa.
¿En que lugar estamos? ―pregunta Izel
Están en la afueras de la gran del imperio Incásico… ¿uds. quienes son?
Mi nombre es Antinanco y ella es Izel. ¿Dinos…, porqué corres?
Mi pueblo esta siendo esclavizado por unos malvados dioses, debo ir a la ciudad sagrada a ocultarme…Pero no sé el camino… ¿ustedes me ayudarían?.
Antinarco al oír esas palabras se retira a un claro y recordando las enseñanzas del viejo Kimche de su pueblo eleva sus brazos al cielo recitando unas extrañas palabras; su medallón comienza a brillar cuando en el cielo aparece un águila.
Ella es el espíritu del sol, ella nos guiará ―señala.
Poco antes de fecundar el atardecer llegan a una enorme ciudad oculta en la montaña, allí son recibidos por el sabio. ―Bienvenidos a Machu Pichu. Alegre los saluda.
Luego de contar su odisea, el sabio reconoce los medallones.
¡SAROS! ―exclama.
En ese instante los une provocando nuevamente la apertura del portal.

Espantapájaros 17/05/2007

EL ENCUENTRO (La princesa Izel Capítulo 4) De Crayola

Izel miraba el enorme espejo de luz que oscilaba ante ella. Sin vacilar, estiró su mano para tocar el espectro luminoso. La punta de sus dedos se fusionaba en un denso ectoplasma azulino que parecía ir desapareciendo su mano en la luminiscencia, mientras una fuerza potente la atraía hacia el centro mismo del fenómeno. Un segundo después fue embestida violentamente por algo que salía justo del espejo líquido haciendo que la cámara de piedra se llenara de rayos y chispas brillantes.
Izel tardó unos minutos en reponerse y enfocar la habitación que iba recuperando sus sombras. El espejo de luz había desaparecido por completo y en su lugar se erguía una figura desconocida a la que observó detenidamente.
Un niño en posición de ataque. Cuerpo delgado pero de gran fuerza física. El cuerpo desnudo vestía tan solo un taparrabos de cuero que dejaba ver unas largas piernas. Pies descalzos y firmes. Brazos fuertes que terminaban en unas manos que empuñaban decididas una afilada lanza. La piel morena como el chocolate. El rostro ovalado enmaracado con una enmarañada cabellera azabache. Los ojos grandes y negros miraban con curiosidad a los ojos de Izel.
En el instante que se cruzaron las miradas, se fecundó una comunión entre las dos criaturas.
Mi nombre es Antinanco ―dijo el pequeño sin dejar de apuntar su lanza hacia la niña.
Mi nombre es Izel.
Se sentaron uno frente al otro y hablaron sobre su odisea. Izel contaba su historia a su nuevo amigo mientras este escuchaba callado sin dejar de observarla. Una niña de su misma edad, tan parecida a él pero de un mundo diferente. Sus ojos amarillos le sorprendían.
Después de un tiempo los dos niños estaban al tanto de sus procedencias y de la increíble coincidencia de haber abierto al mismo tiempo una puerta hacia el universo.
Pero su encuentro fue interrumpido abruptamente por los gritos de una pandilla de guerreros aztecas que buscaban a su princesa; era hora de huir.
El peligro alertó a los niños que se pusieron de pie. La alerta de sus sentidos encendió de pronto los medallones que pendían de sus cuellos. Estos se elevaban entiendo destellos. Los niños se acercaron mas, los medallones quedaron amalgamados de sus centros formando una unidad indivisible. El sol de Antinanco encajaba a la perfección en la luna de Izel creando un eclipse, creando un SAROS.

Crayola 16/05/2007

TREN AL SUR de Espantapájaros

El viernes nos vamos a Mulchén.
Esa fueron palabras mágicas en boca de mi mamá. Cientos de imágenes se fecundaron en mi mente, por supuesto imágenes inventadas pues nunca había ido a ese lugar, solo tenía referencias por los comentarios de mis hermanos mayores. Pero lo que en realidad me alegraba era la odisea de lo que sería mi primer viaje en tren. Ya me imaginaba sentado en esas butacas meciéndome al ritmo ensoñador de los carros; bebiendo un refresco, degustando algún ágape, y disfrutado del paisaje. Recuerdo que ni dormí la noche previa al viaje, y cuando por fin pego mis ojos, aparece mi mamá avisándome que ya era la hora. Una lavada de cara una mirada, al espejo y listo para salir.
Pero algo no encajaba. Me preguntaba para que tantos bolsos con ropas en desuso, si al lugar que íbamos era un pequeño y alejado poblado campesino.
Eran las siete de la mañana de ese día viernes, el sol apenas entibiaba con sus luminiscentes rayos y los dientes castañeaban de frío, cuando a lo lejos escucho un sonido que más se parecía un bramido. Era el tren que anunciaba su llegada. Una enorme bestia de fierro negro que emitiendo una intensa humareda plomiza impregnaba el ambiente con un denso olor a carbón.
A medida que el tren pasaba frente a mí, estiraba mi cuello tratando de ver cual sería el mejor carro para realizar el viaje. Butacas de cuero reclinables, otras eran de madera tallada y tapizada. Los elegantes carros desfilaban uno a uno ante mi vista, donde paseaban estirados mozos que servían desayunos a los pasajeros.
―¡Ya pho mamá que se nos pasan los carros! ―inquieto reclamé.
Sin inmutarse mi mamá esperó hasta que se detuvo el monstruo de hierro.
Agarramos los grandes bolsos de ropa usada y subimos torpemente por unas empinadas escalerillas. La verdad que al estar dentro creí que nos habíamos equivocado de carro, pues de partida las butacas eran sucias bancas de madera en donde la gente como viles pandillas se agolpaba para encontrar un puesto. Gallinas, cerdos y sacos de todo tipo estaban amontonados en los pasillos. Al final supe que no nos habíamos equivocamos cuando mamá tomó un asiento.
Un tanto decepcionado me acomodé a lado de la ventana y me dispuse a disfrutar del viaje,
Total, ―me decía ―lo importante es que por fin viajaría en tren al sur.

Espantapájaros 16/05/2007

LOS ELEMENTALES: Capítulo sesenta. El reencuentro. De Monelle

Todo giraba aunque yo permanecía inmóvil. En un impreciso instante mi entorno cambió. Un resplandor, parecido a un rayo continuo, surgió frente a mí. Dejé de ver la superficie espejada que me envolvía. Aquella brillante luminiscencia se acercaba. ¿O era yo el que iba en su dirección?
Quise moverme, pero no pude. Mis pies resbalaban y a punto estuve de caer. Metido en una de las burbujas, que Julien nos mencionó, me trasladaba a una velocidad constante. En mi odisea estaba tan inquieto como emocionado.
Nunca vi nada parecido. Alrededor de mi, como si de un sueño se tratase, miles de pequeños seres, como pandilla de gotas brillantes de colores variados, se agitaban; me dio la impresión de que eran ellos los que me arrastraban. Conforme me aproximaban hacia la luz, los contornos y las formas desvelaban lo extraordinario de mi entorno. No había un objeto o ser que no destellara y el que más aquel que se encontraba en el centro del foco de luz al que me acercaba.
Tan absorto estaba en mi contemplación, que no me di cuenta de que una burbuja, como la mía, chocó contra mí y casi pierdo el equilibrio. El reencuentro con mis amigos fue especial, incluso más emotivo de lo que nunca hubiera imaginado, debía ser por el respeto que todo aquello causaba en mi, el miedo que había fecundado en mis adentros.
Seren se aproximó decidida. En su mano una especie de canutillo que clavó desde el exterior en las dos burbujas uniéndolas. Por la rendija abierta, pude escuchar la voz de Julien, que se alegraba de mi llegada.
Lo hiciste muchacho.
Seren interrumpió.
¡Ricard!
Dime Serén ¿Cómo estáis? ¿Qué pasó?
Ahora hablamos Ricard –dijo Julien ―Escucha las instrucciones de nuestra pequeña amiga y podremos estar juntos.
Ricard, introduce los dedos en el canutillo y tira hacia fuera; no temas que no se romperá –la ondina gesticulaba al tiempo que hablaba conmigo. ―Notarás que el canutillo se va agrandando y con él la separación que os une a ambos.
Hice lo que me pedía, no sin cierta preocupación. Al instante, las manos se me quedaron pequeñas, pero el esfuerzo era mínimo y aquella abertura pronto alcanzó un tamaño lo suficientemente grande como para que, o bien yo o Julien, saltáramos al otro lado. ―Muy bien amigo, allá voy.
No, deje viejo, saltaré yo.

Monelle/CRSignes 13/05/2007

LA TORRE DEL UNICORNIO de Mon

El suave siseo sobre el sutil pergamino, como cada noche, presagiaba una buena aventura, la tinta negra de confección casera comenzaba a impregnar el ambiente tímidamente caldeado por la llama de una única vela.
El viejo Frogot vivía solo de sus recuerdos, en aquella solitaria torre de anchos muros fecundada en la alta edad media.
Su espesa barba se tornaba luminiscente cuando el espejo jugueteaba con las sombras chinescas que el cirio proyectaba, dicen que recortadas por una pandilla de duendes imaginarios.
Hoy es el día de Cántor, el bosque del unicornio, y quiero narraros una historia que personalmente viví de pequeño.
Frogot se echó un pequeño manto sobre la espalda para evitar la fría humedad que predominaba en la torre, las largas noches de invierno eran muy duras y había que racionar bien la leña. Y comenzó a escribir:
“Erase una vez un niño que fue abandonado por sus padres a la edad de 5 años, -(tose Frogot), aun recuerdo cómo la gente de la aldea estuvieron buscándole durante semanas, nunca olvidaré el odio que sentimos todos por aquellos padres tan malvados.
Dicen que por las noches en el bosque de Cántor se escuchaban cánticos de un niño acompañados por el brioso relinchar de un caballo, cuentan que cada 12 de mayo las hojas de los árboles quedan inmóviles, justo el día en que desapareció Nímet.
Yo Frogot de Noseville pude ver esa silueta una noche de tormenta, rasgada por un rayo. Era el niño sobre un unicornio blanco, ¡Dios, tengo que avisar a todos los del pueblo! No imaginaba que aquel gesto iba a suponer una odisea para mí.
Pocos me creyeron y una mayoría enfervorizada decidió relegarme para siempre en esta torre, llamada desde entonces la torre del unicornio.
Ahora cada 12 de mayo las hojas del bosque se agitan con inusitada violencia, crispadas y amenazantes, pero no me importa, es el único día de todo el año que tengo visita.”
Frogot quedó dormido sobre el lienzo, quien sabe si esperando a que el bosque volviera a clamar.

Mon 12/05/2007

CUANDO LOS RECUERDOS HABLAN de Aquarella

CRSignes2013

Han pasado algunos años desde que esa alocada pandilla bautizada como “La tertulia constructiva” estableció su decálogo para cambiar el mundo, sin dudar por un momento que podría hacerlo. Sí, ha pasado mucho tiempo, la implacable sinceridad del espejo me lo confirma sin ninguna compasión, y de paso abre la puerta a los recuerdos. Atrás quedan la firme promesa de no sucumbir a la indiferencia, el propósito de fecundar la vida con ideales, alcanzar grandes metas, la creencia de que la unión hace la fuerza… en el aire flota un pensamiento inevitable al que no quiero prestarle mi voz ¡Qué tiempos aquellos!
La realidad es cruel, no respeta los sueños. Se ríe de esa soberbia juvenil poniendo a todos en el sitio que le apetece, cada uno tiene que hacer frente a su propia odisea, y nosotros no íbamos a ser menos. Hoy volvemos a vernos después de mucho tiempo: Algunos están más gordos, otros tienen menos pelo, las arrugas no aparecen sólo en la ropa, y los abrazos de saludo tienen el sabor de la nostalgia amarga. No estamos todos, es un día triste porque nos reunimos para despedir a uno de los nuestros.
¡Lástima que tenga que pasar algo así para que nos encontremos de nuevo!
Es la frase que más se escucha, entre lágrimas contenidas y la tímida alegría que sentimos al vernos. Pero también recordamos al unísono el grito de guerra con el que siempre nos hacía reír antes de poner en práctica alguna de sus locuras ―¡A mí no me parte un rayo! –pero se equivocaba, como en tantas otras cosas, y al final se marchó el primero.
Nos sentamos todos juntos, con las manos entrelazadas para sentir esa cercanía que parecía haberse diluido entre la distancia y el olvido, mientras alguien empieza a leer un texto dedicado al difunto
Justo antes de morir hizo alarde de la ironía que le caracterizaba: ¿Sabes qué es lo que realmente importa? El silencio, las palabras… y, sobre todo, las cosas que lamentamos no haber dicho o hecho. ¡Joder! Ya soy viejo para morir joven, y demasiado mayor para tener miedo ―y la luminiscencia de su sonrisa firmó su último gesto.

Aquarella 11/05/2007

DÍA DE LAS MADRES de Crayola

Llegó el diez de mayo, día de las madres mexicanas. Todo el país desde las doce de la noche celebra a todas esas mujeres que han parido alguna vez. Desde las más jovencitas hasta las más ancianas, no hay mujer en México que se quede sin su regalo de madres. Pero no basta un abrazo dado con todo el corazón y el mejor de los besos de un hijo, hace falta siempre más.
Flores de todos colores inundan las esquinas de las calles. Docena de rosas rojas a cincuenta pesos el ramo. Docena de claveles a cuarenta pesos. Margaritas blancas a treinta pesos, y así baja el precio según la categoría de la flor, dicho esto por los expertos floristas.
Los que tienen mejor economía, se van directo a las grandes tiendas de flores. Hermosos ramos en canastas de mimbre por la mitad del sueldo. Exóticas flores arregladas en jarrones de porcelana, pagados con la tarjeta de crédito y enviados con pandillas de mensajeros para que sea mas grande la sorpresa, tal vez acompañados por alguna caja de chocolates rellenos de licor para darle un toquecito de sofisticación.
En la mayoría de los casos se regalaran un sin fin de electrodomésticos. Es casi una tradición.
Planchas a vapor que quitan las arrugas de la ropa casi instantáneamente.
Tostadores de pan con lugar para cuatro rebanadas, platinados como espejos –así terminan más rápido el desayuno de los chiquillos- y dejan la odisea de los comales.
Licuadoras con diez velocidades –sirven para todo tipo de salsas y licuados- para que el molcajete se vaya como rayo al olvido.
Las madres con mas suerte reciben lavadoras automáticas – lavan a un mismo tiempo hasta seis pantalones – para substituir al lavadero de piedra.
Y para aquellas que son mas queridas, un televisor de pantalla plana, con luminiscencia de 100 microvolteos con control a distancia es el máximo regalo.
Aparatos de hogar para que mamá no trabaje tanto dicen los hijos. Un televisor para que mamá vea sus telenovelas preferidas. Pero claro, lo usa solo cuando termina de lavar y planchar docenas de camisas y pantalones y preparar la cena de la familia.
Y mamá solo espera un abrazo cálido y sincero. Tal vez un beso y una sonrisa. Ellas fecundan el amor por los suyos cada día de su vida. Para ese infinito amor, no hay fechas ni más regalo que los propios hijos.

Crayola 10/05/2007

TIEMPOS DE VACAS FLACAS de Espantapájaros

Oí a mi padre decir esa frase una tarde de primavera, ¿que significado tenía? No lo supe hasta muchos años después. En aquél entonces, no entendía el porqué ese pan que tiempo antes rebosaba sobre la mesa, hoy se nos restringía a una hogaza diaria.
El azucarero, que antaño pasaba lleno, ahora apenas alcanzaba para cambiarle un poco el sabor amargo al café de trigo. Trigo que mi viejo tostaba en una callana hasta que se quemaba, luego bastaba echar un poco a una taza, agua hervida y listo el café.
De la leche ni hablar, bueno sí, no puedo negar que no la tomaba. Para ello solo tenía que levantarme temprano. Apenas el sol asomaba con sus luminiscentes rayos, me encaminaba al fundo Carriel Sur. En ese lugar ayudaba a las tareas menores, entre ellos el arrear las vacas para la ordeña y a continuación venía el pago, una enorme jarra de espumante y tibia leche recién sacada de la ubre. En casa éramos tantos que quizás una jarra no hubiera alcanzado, (¿oh si?) Pero lo que sí alcanzaba era la mermelada de mora, solo había que dedicar una tarde a su paciente recolección para terminar la odisea con los brazos y piernas rasguñados. Luego llevarla a casa donde mi madre la preparaba y dejaba lista para untar…uhmmm…solo me basta cerrar los ojos para sentir su dulce aroma. Hoy ni la más prestigiosa marca de dulces puede fabricar una mermelada como aquella, y ¿porque? Simple, porque mi madre la hacía.
Lo que ella no hacía pero sí lograba conseguir era la miel de abeja, la que servía tanto para untar como también para endulzar un vaso de agua, porque de gaseosa ni hablar. Una simple botella individual de Coca cola era un sueño.
Tengo en mi memoria vívidas imágenes de aquel entonces; todos los hermanos como una gran pandilla reunida en torno a la mesa junto a mis padres, y sobre la mesa el tazón de café humeante, el azucarero, la media ración de pan, un posillo con dulce de mora, el otro con miel y escuchando las platicas de mis padres.
Sí, hoy entiendo a que se referían con eso de los tiempos de las vacas flacas, fueron tiempos que pasaron pero se quedaron en la memoria, tiempos que ayudaron a curtir el carácter, fecundar pujanza en el espíritu, limpiar el espejo del alma y a engrandecer el corazón.

Espantapájaros 10/05/2007

EL ESPEJO DE AGUA (Antinanco Capítulo 3) de Espantapájaros

El sol tímidamente se asoma tras los cerros despojando a la tierra de las neblinas matutinas y obligando a refugiarse en oscuras cavernas a las pandillas de malos espíritus que deambulan en la noche. En medio de la húmeda espesura selvática, el joven Antinanco avanza a pie firme recordando claramente cada palabra de la antigua leyenda, y del camino que el viejo kimche le describiera la noche anterior.
―En lo más alto de la cordillera, allá donde nunca antes un mapuche ha puesto un pie, existe un pequeño lago, un espejo de cristalinas aguas donde cada tarde el sol acostumbra a sumergirse para así realizar un largo viaje a lejanas tierras en donde inunda con su luz y calor a quienes las habitan.
Pero dime anciano, lo que me cuentas ¿de verdad existe? Y si es así, ¿como llego a ese lugar?
Muchacho, nunca nadie ha ido a ese lugar; es tierra sagrada, tendrías que caminar por mucho, sería una temeraria odisea para un joven como tú.
Abuelo, tu sabes de mis ocultos sueños, ¡dime por favor!
El viejo, viendo el brillo en los ojos del muchacho y entendiendo que el futuro de él no es el que espera su pueblo, decide contarle los secretos del viaje.
Debes encaminarte por el sendero que orilla el lago y avanzar en dirección a las montañas internándote por los caminos que van hacia los bosques de alerces y hualles. Más allá encontraras el reino de los inmortales pehuenes –araucarias- que coronan las rocas y la nieve. Allí, entre las montañas existe en un pequeño claro de dorados pastizales, allí está lo que buscas. Joven Águila del sol, tu destino fue escrito por ngenechen, y solo tú lo has reconocido, has de fecundar confianza y paciencia en tu corazón para buscar la verdad. Toma este medallón, me fue encomendado por el gran espíritu del sol para entregártelo solo a ti, él te guiará en tu senda.
Atrás había quedado el reino de los pehuenes y el joven Antinanco contemplaba extasiado el espejo de agua.
Pero de pronto sucedió lo inesperado, un eclipse. Cuando la luna cubrió completamente el sol, por los vértices de ella escaparon sus rayos reflejándose en el lago. Una intensa luminiscencia se produjo encegueciendo al muchacho, que perdiendo el equilibrio cayó al agua. Mientras sujetaba fuertemente con su mano el medallón que colgaba de su cuello.

Espantapájaros 08/05/2007

LENTEJAS CON CARNE de Marta

Todavía no puedo tomarme un plato de lentejas sin recordar con nostalgia aquellas larguísimas tardes de la guerra en las que, helados de frío, nos dedicábamos a limpiarlas. Rodeábamos un barreño de latón lleno de lentejas, con las manitas dentro, cogiéndolas en pequeños puñados. Enfrente, un descolorido espejo me devolvía la encorvada imagen del chal negro de la abuela y de su prieto moño blanco. La legumbre limpia iba a parar a un abollado perol.
A la vez que quitábamos los negros bichos y piedras de las lentejas, mi abuela nos contaba mil odiseas. La pandilla de niños acudíamos como un rayo en cuanto oíamos su llamada. Escuchábamos con deleite. Y se bromeaba con la pobreza de nuestro único guiso del día. El chiste de la abuela, no por ser repetido hasta la saciedad todas las tardes, no dejaba de provocar irremediablemente la hilaridad de la chiquillería:
Cuidado, no se os pase ningún gorgojo, aunque, bueno, así comeremos carne hoy― advertía.
Y mientras, nos aterrorizaba con relatos de ánimas en pena que poseían a tiernos niños como nosotros, demonios en forma de cabritilla, ladrones de hígados en las luminiscentes tumbas de los cementerios, o siniestros hombretones en busca de doncellas a las que fecundar violentamente. Todas esas ancestrales historias nos provocaban más de una pesadilla nocturna. Cuentos terribles que hoy en día a nadie se le ocurriría contarle a unas criaturas, por miedo de provocarles un trauma. Pero que alejaban la realidad de nuestras mentes, reduciendo la crudeza de la guerra a un día a día, en el que lo más importante eran esas reuniones familiares, lejos el padre, combatiendo en no se sabía qué frente.

Marta 08/05/2007

EL PORTAL (La princesa Izel Captítulo 3) de Crayola

Once ciclos se cumplieron. El gran día llegó con una aparición en el cielo de Tenochtitlán: un eclipse de sol y luna era la señal que la pandilla de huehues esperaron por años.
Los códigos tallados en piedra sagrada del templo de los sacrificios, ordenaban que la sangre intacta de una princesa debía ser entregada al dios Huitzilopotzli para el bienestar de los guerreros y salvación del imperio.
Izel sabía sobre la odisea de su destino, pero había decidido cambiarlo. La noche anterior huyó a Teotihuacan, la ciudad de los dioses, donde se ocultaría para siempre. Izel había reconocido en la luz de la luna el fenómeno esperado que indicaría la fecha para su sacrificio.
Teopanquixtli, su padrino, ya la esperaba. La princesa entró sigilosa al templo de la luna.
Padrino, llegó el día tan temido.
Lo sé pequeña Izel. Pero tu destino está escrito en el lado oculto de Metzli, solo tú lo has reconocido y has sabido fecundar confianza y paciencia para buscar la verdad. Sígueme.
El viejo Teopanquixtli llevó a la princesa por secretos pasadizos dentro de la pirámide. Llegaron hasta un gran muro que les impedía continuar. Ahí, el Teopanquixtli le habló a Izel:
Hasta aquí termina mi misión, tendrás que seguir sola. Detrás de éste muro encontrarás el camino a tu libertad.
El viejo presionó un recuadro sobresaliente con forma de luna del mural y este accionó un mecanismo de engranes que abría a una cámara semi oscura y húmeda.
Izel abrazó con emoción a su padrino, se volvió hacia el umbral del recinto y entró en la penumbra. Detrás de ella se cerró el muro con un estruendoso ruido, después, un silencio sepulcral.
Se trataba de una nave cuadrada, empedrada por sus cuatro lados donde las paredes estaban cubiertas de códices y figuras en relieve. Izel dio unos pasos, pisó el centro de la bóveda y una gran piedra circular se elevó unos centímetros del suelo haciendo que la pequeña saltara de inmediato hacia atrás. Del círculo surgió lentamente una tenue luminiscencia azulada que aumentaba de intensidad cada segundo que pasaba. Rayos de luz salían disparados en todas direcciones chocando contra los muros. Izel miraba desconcertada cómo se formaba un espejo de luz ovalado frente a ella. Sin temor pero con gran curiosidad, se acercaba al fenómeno luminoso mientras sujetaba fuertemente con su mano el medallón que colgaba de su cuello.

Crayola 07/05/2007

VIAJE de Monelle

Con los ojos enrojecidos y los gestos concentrados en el vaso de vodka que lleva a su boca, se mueve para exigirle al camarero el relleno de licor con el que entretener las horas. José Maria siente la pesadez de sus miembros. Pasadas las cinco de la madrugada, pregunta si falta mucho para el cierre del local, recibe un no por respuesta y decide marchar antes de verse avergonzado por una evacuación forzosa. No ha dejado de beber desde que llegó y no le gusta ser el hazmerreír de nadie. Al pagar da una propina para que le llamen a un taxi, no quiere arriesgarse a coger el coche. Al sonido del claxon se asoma a la ventana y hace un gesto para que le aguarde, necesita orinar urgentemente, cree no poder aguantar todo el trayecto. Sabe que el contador esta en marcha y atropella en su precipitada carrera a alguien, cae. La disculpa sale con dificultad de su boca acartonada.
―¿Nos conocemos?
Por borracho que estuviese no hubiera olvidado nunca una belleza tan exótica, ni unas piernas tan espectaculares. La ve sonreír al tiempo que le ofrece su mano.
―Gracias señorita, disculpe mi torpeza ―intenta decir algo agradable, siente la empatía.
―¡Deje! Yo le acerco hasta su casa. Usted no me recuerda pero yo sé quién es.
Paga al taxi la carrera y la espera. Se sube en el asiento delantero de un vehículo que reconoce como suyo. Intenta perseverar en sus recuerdos pero no logra ubicarla. Tampoco recuerda haberle dado las llaves, pero el motor ronronea dirección sur.
―¿De veras sabes dónde vivo, o es un estrategia para desvalijar a un pobre borracho? ―la risa estalla transformándose, a intervalos, en sonidos estridentes que se clavan en su oído. ―Disculpa, pero si no orino, me lo haré encima.
―Tranquilo, queda poco ―la gran avenida que divide la ciudad en dos aparece ante él distorsionada, irreconocible. Entretiene su vista en el cuerpo voluptuoso y apetecible que se insinúa lascivo.
Toma su miembro dolorido por la micción que empuja y lo siente crecer de forma descontrolada.
―Llegó el momento José Maria. ¡Tómame! Ya me encontraste.
Introduce la mano levantando la falda, el tacto no engaña. Siente los huesos descarnados entre sus dedos. Todo se transforma. Ahora conduce él… demasiado rápido. Y a su lado el enigmático espectro que con los brazos abiertos aguarda el momento que irremediablemente llega.

Monelle/CRSignes 08/05/2007

EL APRENDIZAJE (Antinanco capítulo 2) de Espantapájaros

Como el viento que galopa veloz entre los árboles, como el águila que surca rasante los cielos, Antinanco corre libre sin dificultad en la espesura de la selva. A sus nueve años ya tiene el porte de un guerrero. De larga cabellera azabache, de oscuros ojos y su piel color arcilla, es el orgullo de su raza.
A cada paso sus pies descalzos se hunden en la humedad de la tierra y sus pulmones se inundan de los aromas a hierba buena y encino. El cóndor lo observa con lascivia mirada desde la altura, envidioso de su briosa libertad y el Pangue –puma –acostumbrado a ser el rey de las bestias, baja humilde la vista a su paso.
A diferencia de los otros niños de la comunidad, Antinanco recibe una preparación diferente. Él será el futuro guía de su pueblo. El uso de las armas y la fortaleza física es de gran importancia en la educación, así como la sabiduría espiritual. Como mapuche su apego a la madre tierra es indisoluble y es por ello que dedica mucho tiempo a las enseñanzas que le entregan el anciano kimche –sabio –.
Sentado a orillas del lago Lleu Lleu, y bajo la sombra de un frondoso sauce, el joven mapuche pasa horas escuchando con perseverante atención las palabras del viejo.
La naturaleza es la más justa examinadora, es la ley, el azmapu que regula la coexistencia entre las diversas cosa que habitan la madre tierra, por ello se debe respetar, proteger y cuidar.
Los mapuche son hijos de la tierra, esto lo comprendieron tus antepasados. Por que todo esta hecho de lo mismo; las montañas, los ríos, las estrellas, la gente, las piedras y el gran espíritu.
Pero de todas las enseñanzas, lo que más gusta oír a Antinanco son las antiguas leyendas. Historias que lo hacen soñar y viajar en su mente. Traspasa mágicas ventanas de cristal donde transita por extrañas tierras, allí se encuentra con los señores de la luz y la sabiduría. Son sueños, imágenes que solo comparte con empatía y confianza a su maestro. No podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre ni su gente.
Pero el Kimche, quien ve con ojos de sabio, vislumbra un extraño brillo en la mirada del muchacho.
El viejo cree que el destino le depara otro futuro, diferente al escrito por los espíritus.

Espantapájaros 07/05/2007

A LOS NIÑOS de Crayola

No se sabe si existió de verdad. Pero cuentan que vagaba por las calles de la ciudad buscando todo tipo de cosas que llevarse en un costal percudido que siempre cargaba con dificultad en su hombro izquierdo. Los que alguna vez llegaron a verle, dicen que era un viejo sin empatía entrado en años, desaliñado y mal oliente, con el pelo enmarañado lleno de piojos, la boca desdentada, los ojos hundidos, la piel llena de llagas, las uñas largas y filosas como las de una bestia, la mirada enfurecida y lascivia, y para rematar, algo cojo. Toda una facha. Para algunos se había convertido en el hazmerreír; para otros, era un brujo que practicaba magia negra y hacía desaparecer personas usando el roído costal. Otros cuentan que tan solo se trataba de un hombre caído en desgracia. Que había sido un soldado en las guerras de otros continentes, y que al verse sin fortuna y derrotado, emprendió un viaje sin final en tierras lejanas donde no fuera conocido. Un vagabundo errante sin sitio, sin familia, sin un hogar. Recorría todos los caminos, en todas direcciones, recolectando cachivaches, trebejos, pero sobre todo, niños.
No ha habido hogar en el que el viejo no sea conocido.
–Si te portas mal, te lleva el viejo del costal.
–Si no duermes la siesta, vendrá el viejo del costal.
Esas advertencias nunca fueron en vano, porque dicen que a los niños desobedientes se los llevaba el viejo.
Llega por las noches, escondido entre las sombras, entra en las habitaciones y mete al sucio costal a todos esos pequeños mal portados.
Al parecer el costal es tan solo una ventana a un mundo diferente. Ahí llegan chiquillos de diferentes lugares y razas, y son castigados por su pobre comportamiento. Los que perseveran y aprenden buena conducta, pueden regresar con sus padres. Los que no cambian su forma de ser, se convierten en grandes árboles con gruesas raíces bien metidas en la tierra para que no pueda moverse y nunca mas pueden volver a su mundo real.
Quizás tan solo sea un cuento, nunca se sabrá con certeza, por eso, es mejor portarse bien y no desear el mal. Tal vez allá afuera, oculto en los callejones, ande el viejo del costal.

Crayola 03/05/2007

LA PREPARACIÓN (Princesa Izel Capítulo 2) de Crayola

Izel tenía un destino marcado por las deidades de su raza. Cuando cumpliera la edad suficiente, sería entregada a los sabios Huehues en una ceremonia religiosa que se llevaría acabo en uno de los templos sagrados donde se ofrecía el culto al dios Huitzilopoztli –dios de la guerra y la muerte –.
La pequeña de nueve años sabía que su futuro estaba escrito por la misma Metzli y que debía cumplirse en el día señalado. Le habían enseñado que nadie podía cambiar el camino ya trazado. Si alguien lo hiciera, una maldición caería sobre la misma persona, su familia y toda posible descendencia hasta el final de los tiempos.
La educación de Izel se llevaba acabo en sus recintos en el Templo Mayor. Por ser princesa, tenía prohibido abandonar sus habitaciones, salvo en ciertas fechas en las que era convidada a saludar a su padre el emperador azteca, y a las cuáles tenía que ir siempre acompañada por Xochitl, su esclava.
Izel mostró desde pequeña gran sabiduría. No solo conocía todo lo enseñado por sus temachtis –maestros – sino que inexplicablemente tenía un conocimiento superior sobre la naturaleza y el cemanahuac –universo –. Su Cihtzin constantemente le reprendía por mostrarse tan dispuesta a debatir sobre cualquier tema; no podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre.
Pero lo que nadie sospechaba era que Izel tenía un espíritu fuerte y valeroso y con disimulada lascivia y perserverancia ella misma había decidido cambiar el rumbo de su destino.
Tampoco sabían sobre las constantes huídas de Izel por las noches. A diario, después de que el templo quedaba en silencio, sigilosa se ocultaba entre las sombras y abandonaba la gran ciudad hasta perderse en la espesura de los bosques.
Caminaba sin dificultad por senderos oscuros cubiertos de arbustos y gigantescos árboles sin miedo alguno sabiéndose protegida por las bestias y los espíritus de la yohualli –noche –, hasta llegar al lugar sagrado de Teotihuacan –ciudad de los dioses –, donde se encontraba con un viejo macehualli expulsado de Tenochtitlan hacía muchos años por un antiguo rival Teopixqui.
Ahí, Izel complementaba sus conocimientos sobre lo terrestre y lo espiritual abriendo antes sus ojos una ventana hacia el infinito y sobre todo hacia su libertad. En cada encuentro, con gran empatía, Izel se abalanzaba a saludar a su secreto amigo, maestro y guía, al que llamaba con cariño teopanquixtli –padrino –.

Crayola 01/05/2007

Lluvias. De Monelle

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Podían pasar horas antes de que Sebastián volviera a reaccionar. Nos amábamos con locura, pero eso no era suficiente motivo como para que él me confiara qué pensamientos lo abstraían. Nuestra vida en común, los años más felices de mi existencia, se habían movido sin dificultad. La empatía entre ambos era completa; sólo aquellas pequeñas ausencias envolvían de misterio los días, pero de tanto esperar la respuesta, pese a mi perseverancia, había acabado por ignorar aquel peculiar ensimismamiento.
–Te quiero, te quiero, te quiero,... –le escuché y salí corriendo para ver que le pasaba.
–Y yo Sebastián –le dije.
–¿Decías algo?
–Esa si que está buena. Te has pasado cinco minutos repitiendo “te quiero”, te contesto y resulta que no te has enterado. ¿Para quien era ese lascivo pensamiento?
Titubeó antes de afirmar que para mí.
–Te crees que me chupo el dedo. No, si tarde o temprano tenía que salir. ¿Cuánto hace que la conoces? No quiero ser el hazmerreír de nadie –le di la espalda.
Era fácil seguir el camino que franqueaban las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana abierta. No podía llorar. Le presentí y me quise apartar, pero algo sucedió que no lo logré. Justo al notar cómo rozaban sus manos mi cara intentando enjugar aquellas inexistentes lágrimas, caí presa de un hondo pesar y me derrumbé. Tuve la extraordinaria sensación de haber vivido ya todo aquello. Las gotas de lluvia vinieron a dibujar en mi rostro la húmeda tristeza que le faltaba. Sebastián me besó mientras se deshacía pidiéndome perdón. Eso vino a reforzar la impresión y la evocación de algo que estaba convencida de que nunca fue.
–Vida mía –dijo –¿Crees en las vidas pasadas?
–¿Por qué me preguntas eso? –me desconcertó su consulta. Dudé unos instantes antes de afirmarle que no.
Se alejó dejando el silencio como réplica. Aspiré profundamente la fresca intromisión de la calle y como por arte de magia me vislumbré compartiendo un espacio desconocido. Frente a mi una anciana mujer agarraba mis manos con fuerza intentando secar las lágrimas que de su cara yo había recogido, apenas un segundo para retornar en mi y ver que Sebastián estaba llorando.
–La lluvia nos trae aromas y recuerdos que teníamos olvidados, como pequeños dejà-vú de vidas pasadas. Siempre te he amado y siempre te amaré, algún día espero que puedas verlo.
–Lo sé, Sebastián. Ahora ya lo sé.

Monelle /CRSignes 28/04/2007

El debut. De espantapájaros

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Habían pasado casi diez años desde que no la veía. En aquél entonces era una pequeña y flacuchenta nenita de ojos verdes y dorados rizos. Pero ahora era una joven muy bella, sus cabellos caían como una cascada de dorados trigales sobre sus hombros, su blusa ajustada al igual los jeans se deslizaban lascivamente en cada curva de su talle.
Era mi prima, y pasaría unos días de vacaciones en casa de mi mamá. Esa noche y llevando en mi mente su imagen la invité a pasar una noche bajo mis sábanas. La pensé tanto que el deseo y las ganas esa noche estallaron una y otra vez entre mis manos.
Durante los días siguientes buscaba mil formas de acercarme, de olerla, de sentirla; el más ligero roce de sus manos provocaba que la sangre hirviera en mi cuerpo.
Hasta que la perseverancia cumplió su objetivo. Una tarde la invité a caminar al parque, al poco andar nos tendimos en el prado. Nuestros cuerpos estaban tan apegados que casi oía el latido de su corazón. Pasado unos minutos no aguante más y en un arrebato de si se deja bien o de lo contrario me llevo una bofetada, me atreví. Así como que no quiere la cosa deslice una mano sobre su vientre, sin dificultad y rápidamente la encaminé hacia abajo. Digo, –en una de esas no se a dado cuenta de lo que hago y antes que llegue, ¡ZAZ! que me llevo un golpe –. Pero justo cuando mis manos sentían el calor de su entre pierna, me detiene, –aquí viene el golpe – pensé; ¡pero no! Todo lo contrario, con dejo de empatía me dice al oído –vamos a otro lugar –.
En casa no había nadie y mi habitación era perfecta. Por fin todos mis sueños y deseos nocturnos se cumplirían, por fin debutaría en sociedad como un nuevo hombre. Imaginaba su cuerpo sudando y gimiendo con mis embestidas, la sangre humeaba bajo mi cremallera. Cuando estábamos en el cuarto me pide que me tienda en la cama, y luego de cerrar la cortina de la ventana se comienza a desvestir hasta quedar completamente desnuda, se acerca y suavemente me toma el miembro que ya no daba más y… y no dio más. Cuando cerró la puerta tras de sí, me sentía pésimo, me sentía el hazmerreír de mi mismo.
Pero bueno, sería para otra oportunidad mi debut.

Espantapájaros 27/04/2007

Antinanco. De Espantapájaros

Una antigua leyenda mapuche trasmitida de generación en generación, dice que un día el padre sol enviaría a su hijo en alas de un águila y que ese niño sería mas tarde el hombre que guiaría con perseverancia y sabiduría a la gente de la tierra en su lucha en contra de los terribles dioses de armaduras y lanzas de fuego provenientes de las tierras que están más allá del gran lago.
Eran tiempos de bonanza y motivo de celebración. Es por eso que el Lonko, el jefe de la tribu, había organizado una rogativa, una ceremonia para dar gracias.
En una pequeña explanada del bosque, el Lonko, parado en el centro del redondel y junto a los Toquis –jefes guerreros – saluda a su pueblo con empatía diciendo: Mari mari laminen –hola hermanos –porque entre ellos son todos hermanos e hijos de la misma tierra y la respetan formando una perfecta comunión. El jefe da inicio a la ceremonia y la machi –hechizera – comienza a danzar en torno a un canelo, su árbol sagrado, tocando el kultrun y cantando, seguida por las mujeres y los guerreros. Los melancólicos cánticos de la machi se remontan por los aires. Vuelan alto, más alto que los fornidos robles y las milenarias araucarias para luego descender y dejarse llevar por el cauce de un cristalino río, y nuevamente entornar el vuelo pero esta vez en alas de un cóndor que se empina más allá de la majestuosa cordillera. Un cántico que penetra a través de la ventana del tiempo y espacio para llegar a la wenumapu, en donde habitan los espíritus del bien, solicitando la protección a Ngenechen, el señor de la gente y agradeciendo a la ñuke mapu –madre tierra – por sus frutos.
La rogativa dura sin dificultad hasta el atardecer para luego seguir la celebración comiendo abundante carne y bebiendo la lascivia chicha. Un brebaje que se obtiene de la manzana y que luego de algunos sorbos a más de alguno marea transformándolo en el hazmerreír de todos.
Mientras, todos los niños reunidos en un rincón de la gran ruka –casa– escuchan atentos al anciano Ngenpin –dueño de las palabras – quien les cuenta las historias de cuando se formo la tierra y el Nge –Ser humano–.
Entre ellos y acurrucado frente a la hoguera se encuentra el futuro guía del pueblo, Antinanco, el hijo de sol.

Espantapájaros 26/04/2007

Princesa Izel Capítulo 1). De Crayola

El sol brillaba en todo lo alto sobre el imponente imperio Azteca. Las sombras gigantescas de los templos se proyectaban sobre los callpulis –barrios – donde los mexicas llevaban acabo sus actividades diarias. La ciudad construida años atrás con dificultad y perseverancia sobre un lago, se conectaba entre sí por medio de grandes avenidas y canales que conducían a cada unos de los templos y recintos sagrados. Así pues, comerciantes y artesanos deambulaban por todo el sistema lacustre intercambiando sus productos en una simulada compra-venta abasteciendo los principales puntos de Tenochtitlan
El imperio era gobernado por un Taltoani –soberano – elegido por un consejo electoral llamado Tlacotan. De ahí se dividía la sociedad azteca entre los pipiltin- sacerdotes y militares – y los macehuales –gente del pueblo– . Los primeros se encargaban de gobernar y dirigir al pueblo con empatía, mientras que los segundos trabajan las tierras y pagaban tributo para mantener a la nobleza.
Aún con las diferencias de clase social, el pueblo azteca vivía en armonía conservando cada cual su lugar. Sin lascivia y sin ser el hazmerreír de nadie, cualquiera podía pretender ascender en esa escala dependiendo de sus logros y dedicación.
Pero también existía una parte en esa sociedad destinada solo a la realeza. Aquellos escogidos por los mismos dioses para gobernar al pueblo. Estos vivían en el Templo Mayor. Una arquitectura de tipo cuadriforme de más de quinientos metros cuadrados por lado, donde dentro se erguían numerosos templos y salones más pequeños rodeados de bellos jardines y manantiales.
En ese paraíso escondido entre gruesos muros de piedra sin ventanas, una pequeña llamada Izel, ocupaba un pequeño recinto rectangular con tres habitaciones que compartía con su cihtzin –abuela – y una macehuali llamada Xochitl.
El día en que Izel nació, su nantzin –honorada madre – la encomendó a su madre. Desde entonces, su Cihtzin se hizo cargo de la pequeña. Izel nació princesa, hija del emperador Azteca. Su vida era cuidada en forma especial por provenir de la misma Metzli –luna – lo cual significaba que era una elegida por los dioses para llevar acabo una misión importante para los suyos.
De tez blanca como luna, ojos amarillos, cabellos negros como la noche y una figura esbelta y danzarina, la Princesa Izel era una niña de siete años que no solo portaba con orgullo su título de realeza, sino que crecía con las inquietudes y fantasías de cualquier otra pequeña de esa edad.

Crayola 25/04/2007

Quiero hablar con mi confesor. De Marta

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La joven de principios del siglo XX se había visto rodeada de suaves algodones, en una vida sin dificultades. La casaron con un apuesto y rico primo lejano, al que apenas conocía. El viaje de novios fue en un lujoso barco, que se dirigió presuroso a cruzar el charco, rumbo a las Américas. Las ventanas redondas del camarote se abrían a un ancho y rizado mar.
En su primera noche juntos el esposo intentó cumplir con sus deberes maritales, con el gozoso entusiasmo de la novedad. Pero, ella, temblando, le impidió tamaña barbaridad, asustada. Ni en su más ardiente imaginación pudo ella concebir más contacto físico que unos besos o abrazos, como los recibidos en el calor de su hogar. La lascivia del desconocido contraía sus pudorosas entrañas. Quería hablar con su confesor, no podía creer que lo que su recién estrenado marido pretendía no fuera pecado.
El hombre, con cariño y perseverancia, intentaba derribar las barreras de la virgen. La empatía que podía sentir por ella quedaba anulada, en las largas noches, por el ansia que le producía la proximidad de su tibio e intocado cuerpo, envuelto en un camisón sin fin.
El vigoroso marido vio cómo todos sus discretos ataques sexuales eran rechazados, sus envites, toreados con voluntad de hierro. Ansiaba regresar de tan casta luna de miel, a la vez que temía ser el hazmerreír de su familia y amigos.
Hasta que volvió la pareja, seis meses después, no se pudo consumar el matrimonio. El director espiritual y confesor de la mujer le confirmó que las intenciones del marido eran lícitas, y tendría que sufrirlas, para mayor gloria del Señor y la procreación.

Marta 23/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y ocho. ¿Dónde están? De Monelle

Estuve pensando qué le diría a Joan mientras aguardaba su llegada. Incluso hubo un momento en el que creí verlo, pero debieron de ser las ganas de que estuviera allí, lo que me provocó la confusión. Me pasé el día, móvil en mano, llamando a casa. Y a cada llamada, la misma respuesta, “tranquilo mi vida, el cariz de los acontecimientos sigue igual, no hay peligro. Todo está muy tranquilo.” Todo tranquilo menos yo, estaba ansioso por terminar, tanto, que incluso mi jefe se dio cuenta, y se acercó para increparme. “Por el amor de Dios, esté en lo que hace, que hemos perdido ya dos clientes” Era mentira, pero con ese errante juego pensaba que nos aplicábamos más.
A medio día, debía salir a comer como de costumbre con alguno de los compañeros, pero les dije que me quedaba en la oficina que tenía algún trabajo por terminar, y me dejaron solo.
Todo seguía bien en casa, eso decía Anna. No perdí ni un segundo y me aprendí de pe a pa el conjuro; esta vez esperaba ser yo el que viajara, me sentí mal quedándome en casa, siendo un mero intermediario entre los dos mundos para ni tan siquiera verlo; sí, hablé con el rey, pero no era eso lo que me hubiera gustado hacer.
No esperé a que fuera la hora de terminar, pecaminoso, fiché un par de minutos antes y salí disparado. Anna debía estar también recogiendo a los niños, si me daba prisa, llegaríamos a casa al mismo tiempo.
¡Cariños! –grité.
¡Papá! −Se lanzaron sobre mí, en raras ocasiones nos separábamos durante tanto tiempo −¿Queréis que juguemos a algo?
Síiiii... −gritaron a coro −vamos al patio a jugar a la pelota.
Al entrar eché en falta la presencia de Julien, pues imaginé que con el cariño que le habían tomado a los niños saldría a recibirles.
Papá ¿y Julien?
Venid con mamá y os preparo algo para merendar, y un batido con miel sabor de fresa, mientras, papá va a buscarle. Debe estar durmiendo, ha estado un poco delicadillo pero tranquilos que ya está bien, pensad que es tan mayor como la bisabuela, ¿la recordáis? −los pequeños asintieron.
Niños, salid al patio, que ahora voy yo. Anna...
Dime.
Algo inhóspito ha sucedido, Julien y Seren no están en casa, han desaparecido.

Monelle/CRSignes 22/04/2007

Ausencia. De Crayola

El cariz en tus ojos cambió. Tu mirada se volvió indiferente. Pero no me di cuenta cuando paso. Y los besos se escondieron de los labios, y tampoco me di cuenta. Me ocupé tanto de ti que me olvidé de mí. Por estar pendiente de que me amaras, me olvidé de amarte. Por vigilar tus pasos, me olvidé de acompañarte. Y te até al pie de mi cama sin ver que la que no estaba era yo. Te poseí tanto que me quedé sin nada cuando te fuiste porque me llevaste contigo. Tal vez me pegué a tu piel, o tal vez solo me aferré a tus pies para no dejarte ir. El armario aún guarda tus camisas. Las sábanas aún tienen tu olor y tu humedad. El libro en el buró sigue esperando a que lo abras y lo leas. No sabe que te fuiste y lo dejaste esperando en la misma página. Tu taza sigue en el mismo lugar, todavía tiene un sorbo de café con miel sin sabor. El último que dejaste sin tomar. La casa está llena de ti. De todo lo que se quedó sin terminar. Inhóspita y sola. Las horas van y vienen errantes sin destino. El reloj de la sala se detuvo al momento en que saliste, cree que volverás. Te espera. Yo no te espero, solo te extraño. Todavía no se que hacer con tanto espacio vacío. He buscado en mi cama los restos de tus recuerdos pecaminosos porque me haces necesitarte en el cuerpo, y en el alma, y en mi vida. Pero te fuiste y solo te puedo extrañar.

Crayola 20/04/2007

Mujer rota. De Crayola

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

Las horas pasan tan lentas, tan sobrias y desenfadadas, tan pasmosas, que me irritan, me desesperan, me atormentan. ¿Por qué no sólo pasan y se van? Parecen detenerse frente a mí para burlarse con sus muecas. Les doy la espalda y las escucho reírse de mí, pecaminosas. Murmuran. Y me fastidio el carácter y me sumerjo en mi mar de silencios donde mis pensamientos flotan errantes, a la deriva. Y en la profundidad de ese mar negro escondo mis recuerdos. Esos recuerdos que duelen, que pesan como lastres y siguen aferrados en mi memoria, como tatuados en lo mas hondo de mi ser. Hay días que me levanto y no entiendo para qué. A la misma rutina agobiante. El marido, los hijos, el negocio, la vida sin sabor. Y la tarde llega y cae en otra rutina con el mismo cariz. A veces esperar la noche es un aliento, será porque tal vez mañana sea un buen día para despertar. Que inhóspita me parece esta casa. Los muebles insulsos que cambio una y otra vez de lugar para encontrar eso que busco y que quizás encuentre cambiándolo todo, pero no encuentro nada. Y esos cuadros en la pared descoloridos. Pero si tengo todo, por qué siento que no tengo nada. Estoy rodeada de personas que me aman y entonces, por qué me siento tan sola. ¿Cuándo perdí las sonrisas francas? ¿Cuándo se me fueron los sueños? ¿Y las ilusiones? Ni siquiera las recuerdo. Y que cansado tener que tragarme la angustia, la rabia que me invade, la tristeza que me ahoga. Y seguir adelante contestando una y otra vez que no me pasa nada, cuando en realidad me pasa todo. Me estoy desmoronado lento, quedito y nadie lo nota. Mi alma se a quebrado en cientos de pedazos que fueron a dar debajo de la cama. Temo buscarlos, porque temo no encontrarlos y quedarme incompleta, vacía, rota. Me aterra convertirme en sombra, en nada. Y que nadie me vea, y que nadie me sienta. Y que la miel de mis labios se transforme en hiel. Y que me desvanezca…y…
¿Alguien escuchará mis gritos en el silencio?

Crayola 19/04/2007

Hija de la luna. De Crayola

Montaje, fuente de imágenes Internet

La noche había caído sobre la gran Tenochtitlan cubriendo de sombras los templos y barrios. Los Mexicas corrían presurosos a refugiarse en sus viviendas para evitar mirar el pecaminoso fenómeno del cielo. La noche había traído consigo una inesperada luna llena amarilla, augurio de mala suerte. Los huehues –los viejos- no lo habían advertido en sus tantos estudios astronómicos y se encontraban nerviosos. Un inhóspito silencio reinaba en el imperio Azteca.
En una de las cámaras del Templo Mayor, Zeltzin luchaba con todas sus fuerzas para seguir aguantando dentro de su cuerpo a la criatura que estaba por dar a luz. La Nahoa –partera- llevaba horas impidiendo con infusiones de miel y maíz, que la delicada doncella pariera esa noche.
Zeltzin –flor delicada- era descendiente directa de Metztli –la luna– y quinta esposa del emperador azteca. Era su primer alumbramiento y se esperaba que pariera dentro de una luna más a un varón. Sin embargo, el cariz de su gestación cambió de pronto al comenzar el fenómeno celeste. La luna amarilla era invadida por las penumbras y Zeltzin daba a luz a una criatura prematura.
La habitación del parto estaba cubierta de pétalos de diversas flores y hojas de maíz. Varios sumarios despedían hileras de humos con olor a eucalipto y sabor menta. Zeltzin sentada en cuclillas en medio del cuarto, se sostenía con dolor de una cuerda que pendía de una viga en el techo para poder parir. La Nahoa detrás de ella, recibía entre mantas bordadas a la cría.
El llanto de la criatura rompió el silencio. La partera dio un grito guerrero entre cánticos errantes que indicaba que había nacido una mujer. Cortó el cordón umbilical y lo dio a la nanti –madre– para que lo enterrara junto al fogón como señal de que la niña sería buena para el hogar.
Zeltzin tomó en sus brazos a su hija y acarició su blanco rostro. Vio con asombro que la niña la miraba con unos ojos amarillos como luna llena.
Eres hija de la luna. Tepiltzin – hija privilegiada –Tu nombre será IZEL –única. La madre la besó y murió.
El emperador conoció a su hija tres días después como era costumbre. La pequeña fue llevada ante su padre y los huehues. El Teopixqui –sacerdote– la examinó y vio en sus ojos su destino. La bautizó Princesa Izel y su futuro se escribió en el amoxtli –libro- sagrado.

Crayola 18/04/2007

Águila del sol. De Espantapájaros

Montaje fuente imágenes Internet

Se cuenta una historia que se remonta más allá del tiempo, en la época en que el hombre y la tierra eran solo uno, cuando el espíritu de Ngenechen señoreaba entre los bosques; antes de la llegada de los malvados y pecaminosos dioses de relucientes armaduras. En aquella época existió un pueblo que estaba asentado a orillas del lago Lleu-Lleu y a los pies de la majestuosa cordillera. Ellos se hacían llamar mapuches o gente de la tierra.
Este pueblo estaba gobernado por un poderoso Lonko, el que a su vez tenía una hija llamada Quinturay o esencia de flor, la cual estaba casada con un valiente Toqui o jefe guerrero. Habían pasado muchas lunas desde su matrimonio así que la joven estaba a punto de dar a luz; en su vientre anidaba el futuro jefe, el guerrero que guiaría con cariz y sabiduría a su pueblo hasta el día en que los espíritus de la región de los cielos o wenu mapu lo llamaran a formar parte de la ruka.
Fue así que una madrugada, antes de que el sol clareara el alba y como era costumbre, Quinturay se alejó del poblado. Sola se internó en el inhóspito bosque. Allí, en la oscuridad, entre la espesa bruma y a orillas del lago nació su pequeño hijo; luego de cortar con sus dientes el cordón de vida que los unía, lo hundió en las gélidas aguas para bañarlo. Una vez listo lo arropó con unas mantas y lo elevó al cielo presentándoselo a los espíritus del amanecer, como al killen (la luna), weñelfe (el lucero del alba); y les agradeció susurrándole al recién nacido una dulce melodía. Una melodía con sabor a tierra y a miel de encino. Tras la cordillera comenzaban a asomar tímidamente los primeros rayos del sol que anunciaban el nuevo día, uno de ellos se deslizo entre las copas de los árboles, saltando de rama en rama e iluminando las gotas de rocío hasta que se fue a posar en el rostro del infante, el que abriendo los ojos escrutó el cielo como si buscara algo. En ese preciso momento una errante águila que surcaba el firmamento le llamó la atención y dirigió su vista hacia ella; era un mensaje. Su madre al contemplar la escena comprendió lo que sucedía, los espíritus habían bautizado a su hijo, desde ese día lo llamarían: Antinanco, águila del sol.

Espantapájaros 18/04/2007

No fue bar de mujeres II. De Mon

Conchita avec les marin-Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Isabel miraba al mar con las últimas diapositivas que la vida proyectaba en sus apagadas pupilas. El taconear se cambió por un paso acelerado y pactado con el miedo, su asesino pensaba que había hecho justicia, su cariz era desolador, con la mirada perdida y el rostro desencajado, nunca podría olvidar el extinguir de un corazón encendido por la pasión.
Errante, pecaminoso, podrido por dentro quiso limpiar su espíritu con un par de tragos en la cantina, ese lugar donde el eco de la gramola se confunde con las risas y la mugre que el salitre y el humo del tabaco han dejando en las paredes con el paso del tiempo.
Entra despacio, vigilando cada gesto, en la mente del ladrón de vidas hay un pensamiento, una sensación de miedo, cree que todo el mundo lo sabe, que todos le reconocen, pero no es así. Los pescadores ahogados en su penúltima copa discuten sobre la autoría de una foto vieja que sin marco pende de un fino hilo ennegrecido. Nadie y todos parecen tener razón, es su historia, su bar y su ron y ellos creen estar solos, la vuelta a casa hará brillar la realidad de un hogar, una familia que siempre está esperando y sufriendo, el sabor de una vida quemada por la espera.
El asesino tantea la barra, todavía faltan unos minutos para cerrar y podrá tomar ese sorbo amargado por la hiel que le aprieta la garganta. Nada más despegar el vaso de la madera alguien toca su hombro,
¡Eh, forastero! −balbucea un gordo barbudo. −¿Conoces a la chica de la foto? ¿Es hermosa, eh?
El destino le ha jugado una mala pasada, es Isabel quien posa con alguien que seguramente fue cliente suyo.
No −contesta con voz temblorosa −no se quien es.
Los pescadores advierten un comportamiento extraño, pero sus mentes inhóspitas son incapaces de ir más allá, sus neuronas saborean la miel del licor y no están dispuestos a abrir su círculo a ese desconocido. Al asesino.
Suena a lo lejos la sirena de algún buque mercante, se apagan las luces de la taberna, la noche parece apoderarse de todas sus almas.

Mon 16/04/2007

Imagino. De Espantapájaros

In Paris- Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Imagino una habitación no muy grande, pero confortable. De sus coloridas paredes cuelgan algunas fotografías de familiares, especialmente lejanos, otras de paisajes con verdes montañas y mar…mucho mar. En otra pared hay réplicas de algunos oleos pintados por diferentes artistas como Picasso y Van gogh. También veo una pequeña biblioteca atiborrada de libros; literatura pos moderna y contemporánea, novelas y poemas de infinidades de autores junto a cientos de revistas.
Un gran ventanal mira hacia una calle adoquinada. Afuera hace frío, el cielo esta gris y bajo este cielo gris y por ambos lados de la calzada se elevan frondosos árboles que adornan el entorno de altos y vetustos edificios que le dan un aire de épocas pasadas. Errantes transeúntes la circulan sin destino fijo para quien los observa al pasar. Pero dentro de la habitación, se respira un tibio y suave aroma a incienso, a hierbas secas y miel. Un cariz a melancolía y serenidad invade el entorno, elementos propicios que podrían llevar a cualquiera a cerrar los ojos y por un instante divagar por recónditos parajes; desde castillos encantados de magia y luz hasta los mas inhóspitos y a veces pecaminosos lugares, pero sin perder el rumbo, sabiendo que siempre y al más simple parpadeo se volverá a la calidez de esta habitación.
A un costado del ventanal veo un escritorio, sobre su cubierta algunas figuras de artesanía caribeña que se pierden entre papeles y bocetos, una cámara digital de 6 mega píxeles junto a imágenes de abejas, flores y bichos raros. Pero lo que ocupa gran parte de ese espacio es un ordenador, que más que un computador es una ventana de frío cristal que se abre cálida a nuevos horizontes, a distantes lugares de diferentes culturas y personas.
Imagino, que en la tibieza de esta habitación y sentada frente a esa ventana electrónica, está ella, creando en su mente, sintiendo el sabor de nuevos viajes y nuevas aventuras para sus elementales. Allí la veo, ahí esta Monelle, absorta en sus pensamientos; dibujando en el teclado fascinantes historias y sentada junto a ella esta Crayola, atenta y sin dejar de preguntar a cada momento: -¿que más sigue, y que pasará ahora con los elementales?
Eso imagino.

Espantapájaros 16/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y cinco: Cambio de planes. De Monelle

Duraba demasiado. Buscando el respaldo de Anna, me giré, pero no vi a nadie. Recordé cuando días atrás, Julien desapareció, y Anna, quedó como suspendida entre dos mundos, un cariz inesperado. Mientras tanto, la distorsión de mi entorno, me provocaba cierto mareo; todo se movía, el fuerte viento apagó las velas. Una luz surgía de la grieta en el suelo que extendía desde un extremo a otro del sótano, bajo mis pies. Algo comenzó a tirar de mí, hacia abajo, hasta que me tiró. Una veloz sombra saltó desde la grieta, hasta de perderse en la oscuridad circundante. Para mi sorpresa, la calma regresó de inmediato. No me había movido sitio, y estaba totalmente sólo, o eso creía.
¡Anna! ¡Julien! –grité de forma inhóspita.
No los busques –la voz sonó clara, profunda y con cierto tono nasal.
¿Quién eres? ¿Qué habéis hecho con ellos? –Me alteré.
¿De veras puedo fiarme de él?
Con toda confianza –la melosa voz y los destellos de la ondina me tranquilizaron.
¡Seren! ¿Qué ha sucedido?
¿Te calmarás? Nos asustaste.
Sólo si me aseguráis que no debo preocuparme, y Anna y Julien se encuentran bien.
¡Por supuesto que sí! –afirmó aquella voz extraña.
Al momento su figura menuda y regordeta, asomó. No debía medir más de treinta centímetros. Caminaba con cierto balanceo y de forma un tanto torpe.
Regresarán enseguida. Hemos tenido que actuar así, por seguridad.
Explícate mejor, se suponía que el conjuro era protector, y que yo, como oficiante, debía viajar hasta vuestro mundo. ¿Por qué este pecaminoso cambio?
Ya te lo he dicho, por seguridad.
¡Quiero hablar con vuestro rey!
Ya lo estás haciendo. Mi nombre es Rétur y es un placer conocer a unos humanos tan valientes.
¿Cómo te hemos engañado? –dijo risueña Seren mientras tiraba de mi para indicarme que encendiera algún cirio.
Pero majestad ¿qué sentido tiene esto?
Simplemente el de proteger las instrucciones para el encuentro general. Seren, ya le dirá los pormenores, ha ella le hemos traspasado los datos errantes. Ni tan siquiera hemos querido comprometerles. Las larvas están saboreando nuestra cercanía, y además está el asunto Joan.
¿Joan? –pregunté asombrado.
Sí, deben andar con mucho cuidado. Ese humano, se ha propuesto entregarles a las larvas, le han convencido de que lo que van hacer no es bueno para nadie. No le hagan caso por favor, podría significar el fin de todo.

Monelle/CRSignes 13/04/2007

La misión de Aleezah. De Crayola

Aleezah se levantó con el alba. Después de rezar salió de la pieza donde dormían aún sus cuatro hijos y su esposo Alí y se dirigió a la otra habitación de su pequeña casa para preparar el desayuno. Encendió con cuidado el fogón y puso a calentar agua para el té. Mientras amasaba con harina de trigo y miel los panes que calmarían el hambre de su familia. Con amor y esmero arreglaba la desvencijada mesa de madera. Un raquítico ramo de flores recién cortadas a la orilla del camino llenaba de un fragante aroma la estancia. Al poco rato, uno a uno iban apareciendo los chiquillos dispuesto a devorar de inmediato su comida. Tal vez la única que tendrían durante todo el día. Seis panes y un poco de té era el alimento diario por semanas. A pesar de las limitaciones y la pobreza, Aleezah se sentía feliz de tener una familia unida y amorosa. Pero se sentía dichosa porque había llegado el gran día para todos. Su familia se llenaría de honor y tendrían dinero para no pasar más penurias.
A media mañana, Alí se despidió de su mujer con un beso en la frente y le repitió lo orgulloso que se sentía de ella. Aleezah, besó a cada uno de sus hijos y los vio marcharse por el inhóspito sendero hacia el poblado vecino en busca de trabajo.
Aleezah regresó a su casa. Cambió el cariz del lugar. Dejó su humilde hogar radiante y fresco y se sentó en medio de la estancia a rezar. Rodeada de varitas aromáticas, alejaba de su mente y cuerpo cualquier resto pecaminoso que tuviera.
Una hora después caminaba sin prisa hasta la gran ciudad de Bagdad. Como uno más de tantos caminantes errantes, pasó sin ser advertida por la seguridad de un custodiado edificio federal en el centro de la capital.
Minutos más tarde, Aleezah sentía el sabor de la pólvora en sus labios por tan solo unos segundos. Su cuerpo volaba en mil pedazos entre el humo y el fuego.
La muerte de Aleezah fue condenada por el mundo. Una suicida más. ¡Una terrorista! Esa noche, Alí y sus hijos cenaban cordero, pan, leche endulzada con azúcar y recibían las ofrendas de amigos y familiares por el honor recibido por la misión de Aleezah.

Crayola 13/04/2007

Llanto de carbón. De Espantapájaros

No llores mi niño,
no llores por Dios
que pronto llegará tu padre,
él trabaja bajo un cielo negro,
bajo un cielo de carbón.
Te traerá de la mina
un lulito muy rico
ese que él guardó para ti.
Acurrúcate entre mis brazos
duerme mi niño que pronto tu padre va a venir.

Oye lucho escuchaste esa canción?
De qué canción me hablai gueón? ¡Yo no escucho na`!
Pero ¡si te digo hombre que escuche una canción!
Ya sigue trabajando Alejandro, que luego terminará el turno y aun no tenemos la carga.
Duérmete mi niño
que afuera llueve sin razón,
inundando las callejuelas de tu pueblo
y goteándose esta el techo de la rancha,
es un techo de cartón.
Duérmete mi niño que luego llegará tu padre de la mina
y tengo que prepararle la sopa,
pa` calentar el cuerpo de mi pobre viejo,
viejo errante de la vida…
un hombre del carbón.

Lucho, sigo escuchando una canción, es como si el viento que se colara entre los oscuros túneles trayéndome la voz de mi viejita cuando le canta a mi hijito.
Estai loco, como se te ocurre que vai a escuchar a tu señora aquí. Por estos inhóspitos y oscuros rincones de la tierra ni el diablo se aparece.
Sabi Lucho que cada mañana cuando me despido de mi niño, le doy un tremendo beso y a mi mujer un abrazo fuerte fuerte; tu sabi po`, ¿quien sabe si los volveré a ver?
¡Córtala de una vez gueón..! Te digo que es viento y la lluvia que se escucha.
No te eh contao po` Luchito, cuando le hago cariño a mi hijo me da tanta penita, mira estas manos todas callosas si parece que hasta daño le hago.
Son güevadas tuyas, que le va a doler, acuérdate que él es hombre… un hijo del carbón.
…No será peligroso estar aquí abajo con tanto aguacero, se puede inundar la mina?
¿Qué va ser peligroso? Ya apúrate que falta poco para salir de este pecaminoso infierno al que estamos condenao.
Lucho… escuchai el agua, ¿parece que esta entrando a la mina? ¡Lucho esta custión se esta derrumbando…corre güeón!…¡por Dios amigo correeee!
Duérmete mi niño,
tu que eres un dulce angelito
sabor a campo y helechos
eres tu, la miel de mi amor.
Hijo mío, cariz de mis entrañas,
duérmete quedito
guardando tu mejor sonrisa
pa` cuando llegue tu papito…

Agosto del 2005
El joven pirquinero Alejandro Benítez Sepúlveda (26 años), falleció la noche del miércoles aplastado por un derrumbe producido por un golpe de agua cuando trabajaba en la mina “La Juanita” de Curanilahue. El yacimiento había sido clausurado en septiembre de 2004 por no cumplir con las condiciones de seguridad necesarias.

Espantapájaros 13/03/2007

Las botas del maestro. De Marta

Fuente Internet

El señor Bonifacio era un maestro de la vieja escuela, en tiempos de la inhóspita postguerra española. Vivía sólo en la ruinosa casa que el pueblo le había ofrecido desde el primer día de su llegada, hacía ya cuarenta años. Como era soltero, el pequeño sueldo y los obsequios de los padres de sus alumnos, huevos, leche, harina, miel, le permitían no pasar penalidades.
Tenía la costumbre de, cada año, acercarse a la capital, y renovar completamente su único traje. Como ni se cambiaba ni se lavaba en todo ese año, acudía a unos baños públicos, y hacía la espectacular transición. Tanto la ropa como el calzado lo tiraba a la basura, mutado de repente en un ser limpio y aseado.
Aquel año había entrado a trabajar un nuevo basurero, apodado el “Malcariz”, por su fama de gafe. Hasta entonces había llevado una vida errante pero había decidido instalarse en la gran ciudad. Como le encantaba escarbar siempre entre la inmundicia, encontró las botas del maestro. Comprobó que todavía estaban en buen uso. Miró a su alrededor, no vio moros en la cosa, y con el agradable sabor de lo pecaminoso, tiró sus raídos zapatos, y se las calzó, abrochándose los cordones hasta el tobillo.
A los pocos días murió, una infección gangrenó sus pies, subió hasta los muslos y le paró el corazón.

Marta 13/04/2007

Penumbra. De Crayola

Femme assise, 1964 de Georges Malkine

Cada noche recurro al mismo ritual: pensar en ti antes de dormir. Pero no es tan solo pensarte, sino soñarte, y tratar de sentirte entre mis brazos que abrazan el vacío sin ti. Y me pregunto cada noche si acaso tú dedicaras tan solo un segundo de tus pensamientos en mí. Quiero creer que así es. Necesito creer que es así. Si supieras cuantas veces he imaginado tu silueta entre las sombras que se mueven sigilosas y silentes junto a mi lecho. Y cuantas otras veces he dibujado con mis dedos tu espalda en mis sábanas frías. Les hace falta tu piel. Les hace falta tu olor. Y te invento en mis desvelos. Tu recuerdo no me da tregua, me acedia, me acosa, y mis desvaríos toman un cariz que me convierte en un loco que desespera por tu ausencia. Grito callado tu nombre. Beso resignado la oscura soledad tratando de saborear tus labios de miel. La madrugada me ha sorprendido girando en mi cama de un lado a otro. Sudando. Mi cuerpo se afiebra con pecaminosas ideas con tan solo recordarte. Te deseo tanto que me duele el alma que se aprisiona en mi pecho. Y al final, tan solo me queda esperar el alba en mi inhóspita habitación con la esperanza de que tal vez un nuevo día me lleve a ti. Y tal vez un mañana mi corazón errante dejará de desearte porque te tendré al fin tan cerca que podré tocarte.

Crayola 11/04/2007

Viento divino. De Espantapájaros

−No tengo parientes
Yo hago que la Tierra y el Cielo lo sean.
−No tengo poder divino
Yo hago de la honestidad mi poder divino.
−No tengo poder mágico
Yo hago de mi personalidad mi poder mágico
−No tengo estrategi
a
Yo hago lo correcto en la vida, esa es mi estrategia.
Encerrado en una fría e inhóspita celda y arrodillado frente a un viejo pergamino, el joven Takeshi pasa horas recitando el credo de Bushido, soñando con ser algún día, uno de aquellos errantes y nobles hombres de guerra, un Samurai. Pero él, es apenas un Ashigaru, y eso lo sabe bien. Un pobre campesino, un simple soldado perteneciente a la armada imperial japonesa. Pero aún así cada noche sueña y recuerda con nostalgia a su abuelo Kazuo, cuando sentados junto al río le narraba viejas leyendas de hombres aguerridos y valientes, de la sagrada katana silbando al viento en pos de la justicia, de códigos de honor y magia. Al final de su vida el abuelo le concedió sus más valiosos tesoros: un viejo pergamino, sueños y algunas leyendas.
Las Dai-Nippon Teikoku Kaigun o fuerzas imperiales japonesas, era una de las más poderosas flotas de combate durante la Guerra del Pacífico, especialmente sus fuerzas aéreas, pero estas se veían disminuidas frente al poderío tecnológico de los Estados Unidos. La desesperación del gobierno nipón, los llevó a hacer uso de la más mortal de las Armas: El Giri; honor y obediencia.
A pesar de ser un soldado de menor rango, Takeshi era reconocido por tener un cariz de hombre recto, así que nadie se opuso cuando fue el primero en ofrecer la vida por su emperador en una de las misiones más importantes para Japón.
El Zero japonés se deslizaba a ras de la superficie marina, veloz como una golondrina, silencioso como el viento e invisible para los radares enemigos. Takeshi había encontrado entre el cielo y la tierra lo que por años soñó, ahora sentía el sabor pecaminoso de la muerte deslizándose desde su corazón hasta la punta de los dedos, ahora percibía el suave aroma a miel y a la hierbas que respiraban los honorables guerreros antes de la batalla, al fin conseguía su sueño mas anhelado; ser un verdadero Samurai. Frente a él estaba un poderoso portaviones enemigo. Sin cerrar sus ojos el kamikaze se dejó caer como viento divino sobre la gris máquina de guerra.

Espantapájaros 11/04/2007

Una peculiar vendedora. De Belfas

Hoy recorro errante por los recovecos de un recuerdo cercano, y medito sobre un episodio memorable vivido hace tan sólo unos días. Algo tan simple como visitar una tienda de muebles me dejó un retrato impreso en la retina y un dulce sabor en el cofre de los instantes célebres, a la vez que me permitió retroceder y rebuscar en el baúl de mi niñez.
Era de noche, un frío casi polar atravesaba aquella inhóspita carretera, la búsqueda de los muebles de mi nueva casa me había llevado hasta allí. Entré con la esperanza de encontrar algo de calor, pero fue en vano; una enorme nave repleta de muebles de todo tipo cobijaba un aire gélido que, refugiado y sigiloso, esperaba caer sobre el primer intruso que osase introducirse en ella.
El timbre estaba conectado a la puerta de entrada y advertía de nuevos clientes. En tan sólo unos segundos, de una pequeña sala provista de un calefactor, surgió quien era dama y señora de aquel frío paraíso pero que, impregnado con la dulce miel de su sonrisa y la candidez de su mirada, dotaba de un cariz sugerente aquella estancia; su sola presencia anulaba la perfecta colocación de tan diversos muebles que aguardaban expectantes a que ávidos compradores les trasladasen a un cobijo más cálido donde poder lucir su magnificencia. De no haber ido acompañado estoy seguro que se hubiese cruzado algún pensamiento pecaminoso entre aquellas bonitas alcobas que, con mimo y entusiasmo mostraba Marisa.
Cada sílaba surgida de su boca sonaba a música celestial, era como si un ángel enviado desde el olimpo de los dioses hubiese recalado en aquella mujer y dotado de magia y esplendor aquel cuerpo que, sin ser nada especial, una vez en movimiento se convertía en tren de deseo y fantasía. Momento que aprovechó mi mente para abstraerse con una bonita remembranza de mi niñez, donde Inés, una vecina para la cual yo era la mayor de sus distracciones, me gritaba desde su puerta. Mi madre me liberaba de sus brazos y yo recorría el tramo que nos separaba todo lo rápido que mis todavía débiles piernas me permitían, ella me esperaba agachada y sonriente con los brazos abiertos y yo, como si de un pequeño potro desbocado se tratase, me lanzaba entusiasmado contra su pecho. Inés me sujetaba por las axilas y me lanzaba al aire donde un subidón de alegría invadía mi pequeño y frágil cuerpo.

Belfas 11/04/2007

Cuento urbano. De Espantapájaros

Amanecía y el puerto de Valparaíso lentamente volvía a la vida, el cielo era surcado por enjambres de gaviotas que felices le daban la bienvenida al sol, en el muelle se comenzaban a escuchar las primeras sirenas de los barcos pesqueros que anunciaban su llegada y los pescadores quitándose la modorra se preparaban para iniciar las faenas.
Mientras arriba, entre los cerros y callejones la tranquilidad de la mañana fue abruptamente interrumpida por una jauría de perros que corrían de un lado hacia otro por las empedradas calles, ladrando y gimiendo tratando de darle alcance a una volátil y huidiza lebrela en celos.
Faltaba poco para las diez cuando a la manada de quiltros se les sumaron un puñado de mocosos que entre gritos y risas maliciosas corrían tras los animales, apostando a cual de ellos sería el afortunado que terminaría montándola.
¡Apuesto gamba por el colorao! −Grito el Lucho, jadeante de tanto correr
Vale… yo voy por el negro −convino el Pello que iba igual de cansado
Sin respeto por nada o por nadie, la excitada perrería se cruza con Doña Carlota que entre improperios y patadas trata de alejarlos. Desde un balcón una sensual y pintarrajeada muchacha reía a carcajadas al ver la escena, mientras un greñudo viejo, derrotado por el alcohol y el olvido alzaba sus brazos, sosteniendo una botella en alto mascullando ininteligibles palabrotas.
La manada de perros y niños se había concentrado en la esquina, justo en el boliche de Don Pepe, un viejo andaluz llegado años atrás en el Winnipeg, escapando de la guerra. Allí, en ese lugar se concentraron los gritos, las fieras peleas y quejidos, al parecer la perra había tomado su decisión. Las apuestas seguían subiendo de tono mientras los expectantes mozuelos animaban a sus preferidos.
Ya…¡parece que eligió al negro!
No... ¡el colorao va a ganar!
En el preciso momento, cuando el despelote que se había formado era descomunal y cuando por fin se sabría el ganador, sale corriendo del negocio Don Pepe, que entre gritos iracundos de rabia lanza a traición una olla llena de agua caliente,
¡Fuera de aquí perros de mierda!
Los perros corrían de lado a lado aullando de dolor mientras que niños salían disparados a esconderse entre los recovecos.
Abajo en el puerto ya era medio día y las faenas se detenían momentáneamente para ir a almorzar.

Espantapájaros 07/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y tres: Con prisas. De Monelle

Comencemos cuanto antes –afirmó Julien.
La gravedad en su voz, daba cuentas de sus preocupaciones, aumentadas desde la traición de Joan.
Sacó el pergamino.
Pero ¿qué hace? –Pregunté.
Estoy derrotado.
Nervioso y olvidadizo –dijo Anna, mientras recogía del empedrado algunas cajas vacías.
Seren, se hallaba sobre el hombro de Julien, por eso se dio cuenta.
Amigos, el viejo parece enfermo.
¿Qué tiene Julien? –Anna se acercó.
Nada sigamos –negó evitando el contacto.
¡Está ardiendo! –insistió la ondina.
Vale, es cierto, pero no pasa nada –con un suave movimiento hizo bajar a aquella chismosa, que no paraba de sonreír.
Venga amigo, así no haremos nada. Deje que le tome la temperatura –Anna intentó que la acompañara, estaba preocupada.
¡No! –su negativa, como un quejido, nos incomodó. ─Amigos, disculpen, pero esto no va impedir que continuemos, el tiempo corre en nuestra contra.
Tanta premura me molestó, pero a la vez lo sentía tan débil, que no podía mostrarme severo con él. Anna había salido, regresando al segundo con una caja de paracetamol y el termómetro.
Siéntese aquí y deje esto tranquilo por un momento –le arrancó el manuscrito de la mano, mientras le ponía el termómetro bajo el brazo. ─Es peor que mis hijos. Viejo testarudo ─le hubiera gustado seguir refunfuñando, pero no pudo. Anna siempre despertaba ternura en él.
Voy a preguntarle una cosa, espero que sea sincero y no se moleste –hacía días que pensaba en ello, y este era el momento. ─Igual hasta le parece una osadía, pero creo que se encuentra lo suficientemente débil, como para no arriesgarse con el conjuro. No me malinterprete, no deseo usurparlo, pero he pensado, que debe hacer falta mucha fortaleza para hacer la invocación. ¿Algún inconveniente, en que sea yo el oficiante? Está usted demasiado débil.
Todos me miraron; Anna la que más, incrédula parecía hacerse cruces. Seren con su volátil y chispeante interés; tan sólo el viejo, parecía haber comprendido la verdadera dimensión de mi propuesta.
Me dijo que ante cualquier contrariedad contaba conmigo, que deseaba que velara por todos... Pues creo, que en este momento, la mejor será que lo oficie yo, poniéndome por delante de ustedes, aunque abrigado por su experiencia y sabiduría.
Le agradezco el detalle, se necesita mucha fortaleza y determinación, y usted Ricard, la posee. Su ofrecimiento, lo acepto gustoso.

Monelle/CRSignes 06/04/2007

No fue bar de mujeres. De Mon

Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Las olas golpeaban fuerte, engullían los pilares del muelle de madera, agitadamente, con la espuma enrabietada, queriendo abrazar para llevarse consigo, aquellos gigantes untados en brea. Entre las voces del océano se escuchaba una melodía que escapaba entre las cortinas de la taberna, allí, cansado y derrotado terminaba el empedrado de la calle mayor.
No fue bar de mujeres, solo los pescadores recalaban sus estómagos sedientos tras una larga y agotadora jornada de navegación. En las paredes colgaban algunos retratos enmohecidos de las mejores hazañas, casi convertidas en mitos, que los curtidos marineros enmarcaban en su tiempo libre, todas en color sepia, paralelismos de la vida.
Afuera se oía el taconear de Isabel, como cada media noche, se dirigía a hacer caja clavando sus largos tacones entre las grietas de los adoquines, hacia la bahía.
Allí acabaría su historia, la historia de una mujer entregada al volátil deseo de una necesidad efímera, de una obligación injusta. Con la noche llegó la traición, decididamente imparable, fundido entre los ardores de la sangre descansa en su cuerpo, vil metal, olvidado y miserable. ¡Cuan injusta es la vida y qué frágil su existencia!
Han cerrado pronto la cantina, calle abajo solo queda un quejido.

Mon 03/04/2007

Morrison. De Crayola

Foto: ©Estefanía Pasamonte Sánchez 2007

Lo recuerdo aún lloriqueando en la ventana de la cocina. El pequeño felino arremetía con maullidos ensordecedores durante la noche para que le dejáramos entrar a la casa. Se callaba cuando recibía tremendo cubetazo de agua en plena cara. Pero después de varios minutos de silencio, empezaba el concierto de nuevo. Así pasaron tres días. Por las mañanas, David salía al patio a servirle un poco de leche en un platito, y el gatito respondía a su desayuno con un par de fieros zarpazos. La aversión era mutua. A David nunca le gustaron los peludos gatos y al cachorro no le gustaba ese hombre bigotón que le había estado bañando por las últimas noches. Pero dicen que del odio al amor hay un solo paso, así que esos dos terminaron siendo los mejores amigos. Morrison fue el nombre escogido para el minino y desde que sellaron su unión se hicieron casi inseparables. Morrison fue encontrado en un terreno empedrado entre matorrales. Al pobre lo habían tirado y olvidado. Pero sus quejidos llegaron hasta la ventana de nuestra habitación una tarde de lluvia y fue así como fuimos en su búsqueda. Al principio se negó a venir con nosotros, pero esa misma noche apareció con su maulladera y de ahí que insistió tanto que se quedó. Morrison fue un amigo especial para David. Después de tanta bañadera con la cubeta, Morrison le tomó gusto al agua, así que no se perdía de bañarse a diario en la regadera con David. A medio día esperaba atento el silbido de David al llegar del trabajo para correr presuroso y encontrarle en la puerta. Le saludaba con un suave ronroneo y le seguía por toda la casa. Por las tardes se tendía a los pies de David a ver televisión. Aunque ninguno de los dos veía nada porque se quedaban dormidos. Y ni pretender siquiera apagar el televisor, el uno despertaba alegando por el atrevimiento y el otro maullando. Eran un par de frescos. Era la primera vez que David había sido derrotado por esa especie animal y estaba prácticamente enamorado de Morrison. Pero el destino fabricó una traición. Después de un viaje en que Morrison no podía viajar con David, ocurrió la tragedia. Morrison fue atropellado y murió. Su presencia fue tan volátil para David, no pudo disfrutar más de su compañía. No hay día que pase que no le recuerde.

¡¡Miaauu!!

Crayola 04/04/2007

Foto: ©Estefanía Pasamonte Sánchez 2007

Ella… De Espantapájaros

Sentada frente a su computador con los dedos quietos sobre el teclado y la vista fija en la pantalla su mirada se pierde en el infinito de la imagen que tiene frente a ella. Un paisaje de verdes praderas, árboles que se elevan hasta tocar el cielo con sus ramas. Un sendero que llega al río para cruzarlo en un puente de arco y barandas de madera torneada, para seguir su camino hasta el horizonte. Un horizonte de blancas montañas que contrastan con el azul imponente del cielo. Ella contempla esa pantalla pero ve mas allá, en cada imagen que se le delata frente a sus ojos un mundo se abre a su imaginación. El prado se transforma en un océano de verdes tapices en donde se sumerge en busca de viejos galeones y tesoros escondidos en roídos cofres. Tesoros como los sueños, como la magia, para sacarlos a la superficie y llenar de ellos el corazón de la humanidad y así no se sientan tristes, derrotados. Por otro lado los árboles son gigantes bondadosos que elevan sus manos tratando de robarle al cielo las estrellas y penderlas al pecho de los hombres para que no caigan en el olvido y la desesperanza… para que sean felices. Las montañas son bellas jardineras de volátiles cabellos al viento, que vestidas de blanco cortan rosas y jazmines del firmamento para regalarlas en la feria del pueblo y sembrar de colores y aromar el gris empedrado de sus calles. Y el río es una delgada línea turquesa que en antaño unos malvados gnomos y a traición separaron a la tierra en dos. En dos horizontes distantes, como un norte y un sur, como el calor y el frío...como la luna y el sol; que por mucho los mantuvieron separados, hasta que una tarde de abril una mágica hada azul construyó un sólido puente de arco, sólido como el amor, y los unió para siempre.
Son muchas las imágenes que pasan frente a ella, muchas las historias y cuentos que se dibujan en la pantalla, pero ahí está con los dedos inmóviles sobre el teclado, con la vista fija en la pantalla; y como si fuera un débil quejido del silencio se pregunta como poder bajar al blanquecino papel de su computador todas esos retratos que a pintado en su imaginación. Mientras yo me pregunto lo mismo, ¿cómo ella, mi neurona, no puede escribir nada?

Espantapájaros 04/04/2007

Su venganza. De Crayola

imagen extraída de artículos sobre violencia de género, fuente de imagen Internet

Un portazo activa la alarma en el cerebro. Y en el corazón que empieza a latir desenfrenado hasta casi doler. Y en la piel que suda el miedo en cada pequeña gota cristalina. El espacio en la habitación parece reducirse en cuanto más se aproxima él a ella. Y estallan las palabras y los golpes. Marina llora y grita casi por costumbre. Después de ser golpeada y sometida sexualmente por Jacinto su marido, camina tambaleante hacia la cocina a preparar algo de cenar para su esposo que quedó hambriento y exhausto tendido en el dormitorio. La mañana siguiente Marina sigue aterrada aún. Han pasado más de veinte años de maltrato y el dolor es el mismo de entonces. Mira por la ventana y siente que allá afuera ya no hay una vida para ella. Tarde o temprano morirá de alguna de esas golpizas, o tal vez contagiada por alguna enfermedad, o tal vez…
Así se quedan los recuerdos de Marina, colgados en un pasado que apenas dobló en la esquina. Ahora mira a Jacinto derrotado en esa silla de ruedas después de sufrir una embolia. Marina sonríe al verle. Llora de felicidad. No teme sentirse feliz por primera vez en tanto tiempo. La desgracia de su verdugo la hace sentir dichosa. Y esa dicha se mezcla con amargura. Y esa amargura le estruja el corazón. Jacinto está en sus manos. Depende de ella para seguir viviendo y él lo sabe, se lo dice con esa mirada de temor, con esos ojos que buscan desesperados un perdón.
El dolor envejecido y las cicatrices del alma no son suficientes para condenar una vida al rencor y el odio. Marina se levanta una mañana y decide olvidar y comenzar a vivir. Recoge en una maleta lo que quedaba de ella misma y se va.
Mientras camina por el sendero empedrado, Marina siente la volátil brisa fresca de aquella mañana de sol. Sonríe al cielo, sonríe al viento. Está viva! Su piel puede sentirlo. Su amor traicionado sanará con el tiempo, porque el tiempo cura las peores heridas.
Jacinto sigue postrado en su silla, viendo por la ventana, buscando los restos de la sombra de su Marina que se fue. Las lágrimas se le atoran en la conciencia y le duele. Sus quejidos serán atendidos en un centro de rehabilitación donde Marina le ingresó antes de partir.

Crayola 03/04/2007

Noche y lluvia. De Espantapájaros

Passers-by-in-the-rain-1935-by-Brassai

Cae la noche tejiendo su manto de fría oscuridad, sembrando de tinieblas cada rincón de la ciudad, apagando los sentidos y apaciguando los latidos… del reloj. La noche es negra y colgando de la noche las nubes grises incitan al viento, y éste viento sopla y resopla arremetiendo con furia en barlovento contra las ventanas y el balcón, arrancando a traición y de cuajo las hojas verdes de los naranjos y arremolinando las que yacen en el suelo; secas, amarillas, inertes. De pronto el rostro frío de la noche se ilumina como si alguien le sacara una fotografía y tras el luminoso destello del flash, treinta segundos después viene la explosión, desclavándole un quejido al silencio, como si una furiosa manada de caballos hubiera sido liberada del firmamento, como el estruendoso golpe de las olas al encuentro de la playa, o como el cielo gris y tronador de mi tierra. Y cae la lluvia, primero una gota y luego otra y otra mas, hasta formar un torrente de cristales líquidos que nublan la vista, que escurren por la acera e inundan de charcos el suelo empedrado, haciendo olvidar a los pedruscos que son áridas rocas incrustadas en la calle y vuelven a sentir la alegría que se vive en del lecho sombrío y húmedo de un río. Cae la noche tejiendo su manto frío, oscuridad y tormenta.
…Derrotado, cabizbajo camina por el húmedo empedrado, las frías gotas de lluvia escurren por su mejilla y salpican sus pies. Nunca antes la lluvia mojó mas, nunca antes el viento fue más frío y volátil, nunca antes la noche fue más negra. Nunca antes había percibido el sentido de la palabra soledad.

Espantapájaros 30/04/2007

Mal tiempo. De Crayola

Almada Negreiros- A Sesta (1939)

Sucede de pronto, como un torrentoso temporal que inesperadamente arremete contra todo, sin dar tregua, sin un minuto para buscar un refugio. Y al otro día, siempre sale el sol, y bajo su luz te das cuenta de las huellas imborrables que dejó aquel mal tiempo. Y aguantando los quejidos del corazón, hay que empezar de nuevo, buscar los pedazos y reconstruir, juntar cada piedra y volver a empedrar el camino. Así se asemeja tu silencio, tu voluntaria ausencia. Es tan extraño dormir a tu lado y no sentirte. Y cada beso que falta se va quedando en el olvido, y cada caricia se disuelve entre mis manos sin ti. Mis miradas derrotadas se esconden presurosas bajo mis pestañas para no sentir más la traición de tus ojos indolentes. Hasta tu olor es volátil, apenas perceptible. En sólo unos días nos convertimos en fantasmas, nos volvemos transparentes, lucimos descoloridos. Tiendes una barrera infranqueable que nos separa y, aun sabiendo que estas ahí, duele el no poder acercarse. Pero solo queda esperar. Sentarse a mirar por la ventana del tiempo, dejar que se calme el viento, dejar que la lluvia cese y que la noche caiga lentamente, sé que detrás de la azul luna te encontraré otra vez. Se que cuando abras los ojos la siguiente mañana, ahí estarás, con el mejor de tus besos en los labios. Porque al otro día, siempre sale el sol y el mal tiempo se va al cajón de los recuerdos.

Crayola 29/04/2007

Kragos. De Espantapájaros

Nunca en la historia de la humanidad hubo un guerrero tan valeroso, aguerrido y sediento de sangre. Nunca en la historia se blandió una espada sin que tras ella quedaran cuellos rebanados, brazos cercenados o agónicos quejidos de horror y muerte. Desde Creta a Macedonia, desde el mar Mediterráneo al Egeo no hubo aldea o polis que se librara del azote de este temible guerrero y sus sanguinarios ejércitos de la muerte. Pero hasta el más poderoso soldado cae rendido ante la grácil mirada de una mujer, más si ella es una diosa.
Desde ya varios años que la fama de Kragos, un joven y presumido capitán espartano se había extendido por toda la región. Sus victorias en las batallas de Laconia, Argos y Mesenia corrían de boca en boca como leyendas. Historias que llegarían hasta lo más alto y lo más profundo; hasta los oídos del Dios de la guerra, Ares.
Pero la suerte se le acaba alguna vez a todo el mundo. Y fue que en plena batalla contra los salvajes bárbaros de Arcadia, en el momento en que estaba a punto de ser derrotado, Kragos ebrio de furia y odio invoca al todopoderoso Dios de la guerra, ofreciéndole su lealtad eterna y ser su más fiel sirviente a cambio de derrotar a sus adversarios.
Desde ese día Ares protege a Kragos, quien vestido de dorada armadura, casco encrestado y montado en su cuadriga tirada por cuatro sementales inmortales, avanza junto a sus más fieles soldados por cuanta tierra estuviera a su alcance, arrasando ciudades y pueblos, ofreciendo cada triunfo a la gloria de su Dios.
Ares, satisfecho por los logros alcanzados decide invitar al guerrero a su templo en el Ágora de Atenas. Allí y en medio de la celebración, Kragos conoce a la secreta amante de su protector; Afrodita, cayendo de inmediato hechizado por su belleza. Luego de cruzar algunas miradas seductoras y siendo correspondido por ella, esperaron el momento oportuno para estar solos.
Pero en el templo de Ares no existe un sólo rincón que no sea vigilado y ese volátil encuentro llegó a sus oídos. El poderoso Dios enfurecido por la traición, lo envió de nuevo a la tierra y para que no olvidara nunca más su atrevimiento, lo condenó a la inmortalidad. Transformado en un ser deforme deambuló eternamente por las empedradas calles de la ciudad, siempre acechado por Deimos y Fobo.

Espantapájaros 28/04/2007

Atrapado en la Game Cube. De Suprunaman

¿Una partida? −preguntó la máquina.
Mejor no −respondió Maity.
¿Acaso tienes miedo? −dijo esta vez.
¿Yo? Venga comencemos.
Las ranuras de la Game Cube se volvieron fosforescentes, la luz era tan potente que Maity tuvo que cubrirse la cara con su camisa. Al abrir de nuevo sus ojos aún chispeantes, se vio pisando un empedrado campo de fútbol repleto de espectadores.
Situado en el centro del estadio con un melón en los pies.
¡Pásala!le gritaba una tortuga vestida con sus mismas ropas, ─¡rápido, ya vienennnn!
Al darse la vuelta, vio una gran manada de búfalos en dirección a ellos.
¡Corre!Maity empezó a correr con el melón entre sus manos. ─Buf, buf, buf... ─Ya no oía el quejido de la tortuga que había sido aplastada por la manada.
Un bigotudo trataba de quitarle el melón.
Lo necesitooo ─dijo con una voz de ultratumba, ─quiero salir del olvido.
Maity no entendió muy bien su significado, pero siguió su camino hacia ninguna parte con el melón que se le antojaba su seguro de vida.
El clamor del público seguía resonando en el volátil aire. El campo era interminable, a su paso ranas, princesas, culebras todos trataban de quitarle el melón usando sus argucias traicioneras.
Al final de la tercera curva observó su destino. Un cocodrilo con los dientes bien afilados lo esperaba. Ya delante de él, intentó hacerle un drivling. Pero la suerte de Maity lo había abandonado, tiró con toda la fuerza que le quedaba esperando un resultado satisfactorio. Los ojos del cocodrilo brillaron y el melón quedó entre sus manos rodando. Maity quedó en el empedrado abatido, derrotado. Se hizo la oscuridad.
Al abrir los ojos se vio de nuevo en el campo empedrado. A su izquierda una joven que tenía un melón entre los pies. Maity miró hacia atrás y vio una nube de humo que se aproximaba.
¿Cómo te llamas? −preguntó Maity
Joana −dijo
No es por asustarte pero coooorrrrreeeeee.

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¡AH DEL CASTILLO! De Aquarella

Lo de menos era la apuesta, lo importante era el desafío: Pasar toda la noche dentro de aquel castillo. El lúgubre aspecto del edificio no invitaba a visitas nocturnas, además contaban los lugareños que al ponerse el sol podían oírse unos terribles quejidos y el ruido de unas cadenas que se arrastraban por el empedrado ─¡El fantasma de D. Braulio, sin duda! – decía algo temblorosa la camarera que nos servía las cervezas.
Inmediatamente nos sentimos atraídos por la rocambolesca historia sobre un noble con mal de amores, una traición y el trágico final que había desembocado en un alma en pena paseando por las ruinas del que en otro época debió ser un fabuloso castillo. No pasaron más de diez minutos antes de que la apuesta estuviese sobre la mesa.
¿Quién se atreve a pasar la noche en el castillo?
¿Hacer noche en el castillo? – La camarera dejó escapar un grito ─¡Estáis locos!
Su cara de pánico nos convenció de que la experiencia sería una buena dosis de adrenalina. Solamente tuvimos una baja en el grupo, Jaime, al que llamábamos “el del corazón volátil” por su facilidad para enamorarse en cuestión de segundos, y que en ese preciso instante estaba más interesado en coquetear con la asustada chica que en la fantasmagórica excursión.
A la mañana siguiente volvimos derrotados a la casa rural que habíamos alquilado para el fin de semana. El balance era bastante negativo: frío, hambre, sueño y nada de fantasmas. Entramos al bar para tomar algo caliente cuando escuchamos parte de una conversación que nos aclaró el misterio
… lo sé, pero tenemos que mantener viva la historia de D. Braulio si no queremos que el pueblo vuelva a caer en el olvido. No sabes lo rentable que resulta tener un fantasma cerca…
Jaime soltó una sonora carcajada al vernos entrar. Había intimado con la chica, lo suficiente como para que le contase la verdad de la historia, y ahora tenemos que aguantar sus bromas… cada vez que nos ve saluda al grito de
¡Ah del castillo! ¿Quién va?

Aquarella 26/03/2007

Polizón. De Crayola

Un día solté las amarras y me eché a la mar. Cogí la brújula y la guardé en un cajón, y dejé experimentar al destino sin rumbo definido. Empaqué poco: una muda de esperanza, dos sonrisas, y una veintena de lágrimas. Todo en un pequeño carcaj que llevo sobre la espalda. Dejé a la soledad en el muelle diciéndome adiós con el gollete lleno de amargura preguntándose cuando volveré. Con grandilocuencia y arrogante mirada abandoné la orilla y me adentré en un profundo azul. ¡Qué sensación! ¡Qué libertad! ¡Qué fácil es sentir dicha! Sólo se necesita un pedazo de cielo para contemplar. Parada en un extremo de mi barco, navegué días y noches entre aguas calmosas y serenas sintiendo la suave brisa acariciando mi piel. Por las mañanas nadaba con delfines sobre la salada espuma, y por las tardes pintaba acuarelas de atardeceres en rojos y dorados. Una noche que contaba estrellas, un mimoso susurro llegó a mis oídos. Eran versos…Cerré los ojos y dejé que cada palabra paseara por mi mente, sin sospechar siquiera que cada una de ellas se anclaría en mi corazón. Y el tiempo se hizo lento, y el mar mas azul, y yo…yo aprendí a disfrutar de un nuevo lenguaje que me vicia. Sin saberlo, sin imaginarlo, un hombre escondido en mi tartana, navegaba a mi lado. Me acompañó a cada puerto. Me tendió la mano para no caer en cada tormenta. Veló mi sueño. Tragó en silencio mis saudades y miedos y los convirtió en destellos de felicidad. Me arropó cuando tuve frío. Me besó la frente. Me besó el alma. Pero tuve que volver un día a mi pretérito. Y tuve que regresar un día a una vida que tenía que seguir viviendo. Pero…y ahora… ¿Qué hago con ese polizón que se ha robado mi corazón?

Crayola 22/03/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta: Saudade. De Monelle

El rostro de Seren lo expresaba todo, nunca antes había visto un enfermo. En su mundo, según nos contó, la vida o la muerte es una cambio de conciencia, la barca del tiempo viene y va sin más complicaciones, por lo que tenía más que curiosidad.
¿Puedo ayudarle? –Seren, subida en su brazo, miraba a Julien con ternura.
Deliciosa criatura, ya lo hiciste viniendo hasta mí.
Julien –dije ─debemos visitar al médico. No podemos dejar que empeore.
Gracias Ricard, pero he creído entender que hay que tener papeles y no los poseo, no deseo ponerles en ningún compromiso.
Haga caso a mi marido. Iremos a un médico amigo de la familia, a su consulta privada, con dinero no hay preguntas.
Yo le llevo, tú quédate con Seren, (no me fío de dejarla sola) –dije acercándome a Anna y susurrándole, olvidando el oído tan fino de la ondina.
Le he oído –dijo canturreando mientras reía ─No pasa nada –me guiñó un ojo.
─De paso Ricard, llamaré a casa de los abuelos, deben estar agobiadísimos con tanto niño.
¡Qué bien! ¿Y me dejarás hablar con ellos? –Dijo Seren lanzándole a Anna, una de esas miradas profundas de ojos parpadeantes, enmarcados en la expresión más dulce.
No puedo y lo sabes –le contestó con tono dulzón.
¡Vale! –Parecía no importarle en exceso, se conformaba pronto. ─¿Podré al menos escucharles?
Eso sí. Siempre que me prometes quedarte calladita en extremo durante nuestra conversación.
¡Vale! –volvió a decir. Antes de lanzarse sobre los brazos de Anna, le dio un sonoro beso a Julien en la mejilla.
Un par de horas después, regresábamos. Según dijo el doctor, todas las dolencias del viejo, estaban provocadas por el cansancio, una visible tristeza, y sobre todo la edad; aunque le veía muy bien, le mandó reposo durante unos días.
Seren estaba emocionada, había escuchado como mis hijos contaban sus peripecias, y se reconoció en ellos.
Julien, le contaré el pretérito de los acontecimientos, y quizás también le diré alguna que otra recetilla mágica –explicó con grandilocuencia la ondina
Seren, preciosa –le dije ─necesita descansar.
No, déjenla, eso no me puede hacer ningún daño, además esta noche deberíamos tenerlo todo preparado para el segundo encuentro.
Es demasiado precipitado –afirmé.
Pero no pude negarme, al parecer los tres, habían ensayado la misma mirada suplicante.

Monelle/CRSignes 21/03/2007

En un barco de papel. De Crayola

Ahí se sentaba ella. En la misma banca de aquel viejo parque, bajo la sombra de un naranjo llegaba cada tarde y se sentaba a esperar. Llevaba consigo una caja de madera, tres hojas de periódico bien dobladas, y una lupa. Vestía siempre el mismo vestido. Entallado a su delgada figura, blanco con flores amarillas; unas sandalias y un chal de encaje color beige por si hacía frío. Su pelo recogido con un listón en una coleta que caía en su espalda. El gris de su pelo contrastaba con el color miel de sus ojos. Llegaba puntual a las seis de la tarde. Al sentarse, con grandilocuencia invertía varios minutos para acomodar su falda correctamente, su talle, su chal. Después colocaba los periódicos sobre sus piernas, y sobre ellos la cajita. Miraba a su alrededor, escudriñando con cuidado cada extremo del parque. Observaba detenidamente cada persona, cada rostro. Suspiraba con saudade al no encontrar lo que buscaba. Abría su cajita y tomaba la lupa en sus manos. Sacaba cartas que leía con la ayuda del lente. Leía cada una hasta terminar con todas. Luego guardaba todo en la cajita, metía la lupa y la cerraba. Volvía a mirar el parque, deteniéndose en cada detalle, en cada hombre que caminaba cerca de su mirada. Sin encontrar nada aún, tomaba los periódicos. Una hoja primero. La doblaba con destreza, despacio, midiendo cada movida y poco a poco aparecía entre sus manos un barco de papel. Si quedaba bien al primer intento, ya no utilizaría las otras dos hojas de periódico, las guardaba para el día siguiente. Se ponía de pie, andaba hasta una fuente, ponía el barquito de papel y lo veía alejarse ondeando entre el agua. Ahí emprendía cada tarde su viaje. Soñaba que se subía a la embarcación cargada de ilusiones. Se paraba siempre junto al mástil y buscaba el horizonte. En el navegaría hasta encontrar el mar mas azul. Pero el barco se hundía y desparecía en lo profundo de la fuente. Atrapando cada lágrima, regresaba a su banco. Recogía su cajita que guardaba el pretérito de su vida, su papel, y volvía sus pasos. Sus ojos daban una última mirada antes de partir. Su corazón aún conservaba la esperanza de verle llegar. No faltó un solo día al mismo lugar. El último día de su vida, se subió al barco de papel y se marchó para no volver.

Crayola 20/04/07

El viejo del muelle. De Espantapájaros

Habían pasado varios años desde que hizo su viaje al norte en busca de un sueño, de una promesa realizada durante su juventud. De acuerdo a lo convenido, él la esperaría en la plaza señalada. Sentado bajo la sombra de un naranjo esperó hasta que el rojizo sol del desierto naufragó tras las desnudas colinas. Pero sin entender lo ocurrido decidió cerrar para siempre ese pretérito capitulo de su vida, y apretando con rabia los párpados para no dejar escapar una lágrima retorno a su tierra.
Pero ni el tiempo ni la pena pudieron borrar de su envejecida memoria el nombre de aquella mujer.
De tarde en tarde y cada vez que sus adoloridas piernas se lo permitían, salía a caminar por la costanera hasta llegar al extremo del muelle, allí, sentado en una banca descansaba y por horas se dedicaba a contemplar el mar, a sentir la fresca brisa salina en su arrugado rostro y escuchar el pertinaz golpeteo de las olas contra la empalizada.
Al poco de llegar a la caleta la gente se acostumbro a su presencia, refiriéndose a él como el viejo del muelle.
Sentado frente al mar se sumergía en lo más profundo de sus recuerdos y saudades pensando en ella; de tardes enteras paseando de su mano por los floridos parques, o tendidos sobre al pasto leyendo bajo las sombras de los encinos. En su mente viajaba por los confines de la memoria y su vista se perdía en lontananza al contemplar algún barco. A ratos murmuraba palabras ininteligibles que lo hacían extender su mano hacia el mar como si quisiera asirse de la mano de alguien, pero luego la retiraba y una lagrima muda rodaba por los acantilados de su rostro hasta caer al balcón de su corazón.
Pasó el tiempo, hasta que una tarde simplemente el viejo desapareció. Las historias comenzaron a rodar por las empedradas calles del pueblo, se colaron por las puertas y ventanas. Las señoras se detenían en las esquinas para comentar, los niños inventaron cuentos de fantasmas, pero en realidad nadie sabía nada.
Un pescador en grandilocuente actitud comentó una vez y mientras bebía junto a sus amigos del bar, que vio al viejo con las manos extendidas hacia el mar y como si de una súplica se tratara decía: “¡por favor llévame contigo!”
-Pa` mi que alguien emergió de la mar y se llevó a este viejo.

Espantapájaros 15/03/07

Saudades. De Espantapájaros

Junto a la carretera y a un costado de un caserío se extendía la pequeña explanada de tierra que habilitamos como cancha de fútbol.
Allí nos reuníamos toda la chiquillería del barrio para dar rienda suelta a toda nuestra pretérita energía infantil.
Como siempre las dos promisorias estrellas del fútbol, el Pelluca y el Juancho, se situaban en el centro de la cancha para dar inicio a la ceremonia en que se elegían los jugadores. Uno frente al otro, como si estuvieran retándose a un duelo, comenzaban a caminar dando pasitos cortos, hasta que al encontrarse, si uno ponía el pie por sobre el del otro ganaba el derecho a elegir primero.
-Al Jano- decía el Pelluca, señalando al mejor delantero.
-Al Esteban- señalaba el Juancho asegurándose un excelente arquero .
Y así iban pasando de uno en uno, ubicándose en cada lado de la cancha los elegidos. Yo como era uno de los considerados malos pa` la pelota era el ultimo en ser elegido, en ocasiones hasta me cedían si se veía que uno de los equipos estaba en desventajas física, en otras tenia que conformarme con mirar el partido desde afuera.
Del árbitro ni hablar, nadie era lo suficientemente valiente para dirigir uno de esos encuentros, así que luego de la moneda al aire se iniciaba el peloteo. Dando patadas a diestra y siniestra un enjambre de flacuchas piernas corrían de un lado hacia el otro en medio de una espesa polvareda e infernales gritos tratando de darle alcance a la pelota y en ocasiones a más de alguna pierna, que si se volvía a repetir el golpe, de seguro el partido terminaba en un dantesco encuentro boxeril.
El Esteban que había hecho gala de una grandilocuente habilidad para atajar esa tarde pareció que el polvo le jugó una mala pasada ya que ni vio cuando la pelota llegó a lo mas profundo del arco, lo que provocó un concierto de garabatos que lo hicieron molestar a tal extremo que agarró el balón y dándole una tremenda patada ésta cruzó toda la cancha cayendo en el patio de doña rompe pelotas. Y así fue, luego de insistentes suplicas vimos como la pelota asemejándose a un pequeño barco salio disparada de la casa para caer desinflada en medio de todos.
Entre caras largas no quedó más que darle término al encuentro.
-Bueno, será para otro día.

Espantapájaros 14/03/2007

El secreto de la luna. De Espantapájaros

La luna, redondota en toda su extensión, brilla con su carita llenita de luz alargando las sombras de los abetos y esparciendo por todos los rincones su claridad, iluminando las lechugas, las mazorcas y las calabazas que estables y tranquilas duermen dentro del huerto. En un pequeño riachuelo proveedor de cristalinas aguas para la granja, hay unos sapos que muy afinados, a la luna sus mejores tonadas le cantan, junto a los grillos que con mucho esmero hacen chirriar hermosas melodías de sus violonchelos. Desde lo alto de un pino un búho no deja de otear y los sigue muy despierto tarareando en susurros sus uuh uuh, que para él es un canto de alegría aunque se le escuche como un lamento. En el huerto se respira armonía y felicidad, sin egoísmos, llenando a todos sus habitantes de un gran contento.
Pero la luna que no se cansa de brillar radiante, en su corazón de queso guarda un enorme pesar. Pues conoce un secreto, un triste secreto que les voy a desenlazar. En el centro del huerto una silueta alargada y opaca contra la luz de la luna se recorta. De un largo abrigo color azabache azafrán que se mece suave al compás de la brisa nocturna. Un sombrero de ala ancha igual de negro que su gabán le cubre su cabizbajo rostro desdentado, de sonrisa obligada y de tristeza escondida bajo una profunda y oscura mirada. Los brazos extendidos de par en par esperando, tal vez, quizás, un abrazo que nunca a de llegar
Este extraño ser que en medio del huerto se levanta tiene una misión y este es cuidar de las aves a todos los frutos que la tierra ha de germinar. Impávido aguanta día y noche en la misma postura, ni el intenso calor, ni las torrenciales lluvias significan para él una tortura La naturaleza no pudo elegir a mejor protector. Y es eso lo que tiene a la luna acongojada, ya que sabe el secreto de ese solitario señor, ella sabe que debajo de ese oscuro aspecto de valiente guerrero y misteriosa mirada, el espantapájaros sufre porque no tiene alma, ni tiene un corazón para regalar. Pero yo sé otro secreto; y es que ella, la luna, jamás va a confesar que de él está enamorada.

Espantapájaros 09/03/2007

Desde una “óptica” especial. De Edurne

El señor Casimiro, un hombre bonachón y rechonchote, tenía un trabajo estable en una fábrica de cristales para gafas. Le encantaba su trabajo, investigaba y experimentaba nuevos tipos de cristales hasta que un buen día descubrió un material distinto que hacía que los cristales fueran de mayor calidad.
Decidió abrir una óptica para vender sus propias gafas, a pesar de que el egoísmo de su jefe quería retenerle.
ÓPTICA CASIMIRO
Entró un cliente interesado en unas gafas de sol:
Pruebe usted éstas, verá qué a gusto se siente.
El cliente se las puso y comenzó a otear desde esa postura a su alrededor, moviendo su cabeza a derecha e izquierda para comprobar la visión. Un rictus de desagrado se dibujó en su cara y Casimiro le inquirió:
¿No siente usted cómo le descansan los ojos?
Ni hablar, todo se ve muy oscuro, me duele detrás de las orejas y me pesan en la nariz. ¿Cuánto cuestan?
Verá usted, el material es muy bueno y son un poco caras…
Entonces, ni hablar.
Y con desagrado, las arrojó de nuevo sobre el mostrador, saliendo de la tienda con un brusco portazo.
Entonces, cabizbajo, Casimiro se las probó y de pronto empezó a encontrar problemas en las gafas. Era cierto, pesaban y la montura era demasiado grande, muy oscuras para llevar por la tarde y el precio desorbitado.
Investigando, descubrió que el material era tan bueno y que la oscuridad que producía era tan perfecta, que se calaba dentro de uno, oscureciendo también su carácter y transformándole en una persona pesimista que veía el mundo fuliginoso.
Así pues, una genial idea le iluminó, se haría rico si conseguía llevarla a un feliz desenlace. Se puso manos a la obra y fabricó otro tipo de cristales, más claros, con un tinte rosado que tapaban poco el sol y eran aún más caras que las otras. Pero….
¡Qué maravilla, me las quedo!
Me sientan estupendamente…
No me importa el precio.
¡Qué bonito se ve todo con ellas!
Y así todos los clientes iban desfilando por su tienda, saliendo con las gafas nuevas más contentos que unas pascuas, saludando a troche y moche, con una sonrisa de oreja a oreja y desprendiendo un optimismo inusitado.
Porqué, claro está,… veían la vida “de color de rosa”.

Edurne 07/03/2007

Melodía de media noche. De Crayola

Cuentan que hace mucho tiempo, en un lejano lugar –nadie sabe que tan lejano está- sucedió una historia que cambió para siempre las noches.
En un campo lleno de árboles, flores y un cantador río, vivía junto a una gran roca, Lucho el grillo. Pero no era un grillo cualquiera, no, que va, Lucho era un artista, tocaba la flauta con virtuosismo y cantaba, era admirado por todos los vecinos.
No lejos de ahí, entre unos girasoles vivía una familia de mariquitas. El señor Mariquito y su fina esposa eran muy respetados. Ellos tenían una linda hija que llevaba por nombre, Tita Mariquita. Se sabía bella, pero estaba llena de egoísmo y vanidad, nadie merecía siquiera otearla. Un hermoso cuerpo rojo brillante con perfectos puntos negros, un par de estables antenas que terminaban en una espiral que parecía perderse en el infinito, y un magnífico par de ojos azules enmarcados con unas largas pestañas, eran el martirio para más de un par de enamorados.
Pero nadie se le acercaba, no sólo porque el Señor Mariquito no lo permitía, sino porque ella misma no dejaba acercarse a nadie.
Una tarde, Tita mariquita se alejó de los girasoles y voló hasta el río. Ahí, una suave melodía le enterneció el corazón. Se trataba de Lucho el grillo que tocaba su flauta. Sin percatarse que alguien le observaba, siguió y siguió tocando hasta que la luna apareció. Tita Mariquita, embelesada ante majestuosa acutación, se acercó a Lucho el grillo y le hizo saber de su admiración.
Lucho el grillo dio un salto de la emoción. Tenía tiempo enamorado de Tita Mariquita, pero al saber que no tenía ninguna posibilidad, desistió de intentar llegar a ella y se conformó con inventar las más hermosas notas de amor y regalárselas al tocar su flauta.
Una historia de amor surgió, pero el desenlace fue terrible. El señor Mariquito se enteró de los amores entre Lucho el grillo y su hija, y le mandó desaparecer. Tita Mariquita, cabizbaja, regresó a encerrarse tras los girasoles, su postura fue la de nunca más salir.
Por otro lado, cuentan que desde aquel día, las noches se llenaron de melodías, dulces notas, murmullos y cantos diversos. Algunos aseguran que es Lucho el grillo que sigue vagando por los campos, tocando su flauta, repartiendo su mejor repertorio como una eterna ofrenda de amor.

Crayola 07/03/2007

Diez años después. De Crayola

Pasó el tiempo. Ni rápido, ni lento, y llegó el día señalado. Se cumplió la fecha de aquella cita que se prometiera en un arrebato de loca pasión un día tal de su juventud. Pero el destino ya tiene escrito nuestro camino. Ahí llegó él a cumplir con su promesa, con diez años más a cuestas, y más vida sobre sus hombros. El escenario, una plaza bulliciosa con el cantar de los pájaros sobre los naranjos y las ceibas. Un vendedor de fruta en una esquina. Otro mas vendiendo algodones de azúcar rosas y azules. Alejandro acostumbrado a su frío clima, se acongojaba dentro de su chaqueta, el sudor le picaba la piel, pero quería lucir lo mejor posible. Su pelo bien cuidado se alborotaba con el viento caliente y seco. No había su salina brisa tan conocida para que le bañara el rostro. Una banca se convirtió del lugar de encuentro, en su lugar de desconsuelo. Y el tiempo volvió a pasar. Se fueron a las seis de la tarde y con esa hora se fue el último rayo de sol. La noche cayó tras el campanario de la iglesia y la plazuela se iba quedando sola, tan sola como el alma de Alejandro que seguía esperando. Pero tuvo que reconocer al final que no había nada que esperar. ¿Cuánto tiempo había pasado sin hablarse después de aquel juramento? Tanto que ni siquiera notó que todo lo dicho se había olvidado. Inició su andar más lento que antes. Cabizbajo dejó de otear el norte. Se echó al bolsillo del pantalón su desdicha y caminó. Volvería a su querido sur, volvería a la orilla de aquel su mar azul. Su corazón sentía el mismo amor de siempre, la misma rabia de no tenerle. Ahora buscaría un mejor desenlace para su historia. Buscaría el amor más cerca, sin egoísmo, tal vez en la mujer que sigue a su lado, tomando su mano cuando caminan juntos por las calles de su ciudad. No volvería derrotado, ahí enterraría para siempre todo lo que soñó alguna vez. Eso lo haría regresar a su estabilidad emocional, no pensar en ella. Todo al olvido. Una nueva postura ante la vida. Solo que aún no sabía que haría cada vez que mirara al norte. No sabría que hacer cada vez que la luna le hablara de amor. Ya no sabría más que hacer al saberse definitivamente sin ella.

Crayola 06/03/2007

Los elementales Capítulo cuarenta y siete: El encargo. De Monelle

Tuve miedo de volver a coger aquel objeto. Anna se acercó todo lo que pudo. La reina oteaba desde lo alto al ver sus esfuerzos, hizo que volviese a volar hasta su altura.
Mi querida, creo que usted será la más indicada para custodiarla.
Majestad, será un placer.
Y la regresó hasta el suelo con la urna entre sus manos.
Pero Anna, ¡estás loca! ¿Sabes la responsabilidad que esa postura representa? –Le dije cabizbajo y susurrando, para que nadie nos oyera. Una risa suave y fina se dejó sentir.
He sido yo –las palabras y risitas de la ondina sonaban divertidas; se movía traviesa en su medio acuoso, haciendo volteretas, y chapoteando entre las burbujas de colores que provocaba su juego.
Hola, me llamo Seren, y me alegra que me vayas a custodiar tú –con su movimiento resultaba difícil mantener el recipiente estable. ─No me gusta estar encerrada y en tu mundo podré ser un poco más libre, hasta mi regreso a casa.
Hola Seren, mi nombre... –Julien se acercó.
Lo sé –volvió a reír –tengo instrucciones y le ayudaré a reencontrarse con los míos y con los demás. Y tú –dijo señalándome –no temas, ya me cuido de eso. Ya veréis lo bien que nos lo vamos a pasar. Las corrientes de agua vaporosa de este entorno eran dañinas, pero en su mundo el agua si que se concentra, necesito estar rodeada de mi elemento. Ya les indico. Tenéis hijos ¿no?
¡Seren! No te hagas ilusiones que no podrás conocerlos –le aseguró la reina de los silfos. ─No están preparadas las criaturas. Debes comprenderlo, no seas egoísta, y ustedes discúlpenla es como una niña, le encanta jugar. Por ser traviesa y no hacer nunca caso, está aquí.
Sí, me encanta jugar. ¿Qué tiene de malo?
Nada Seren –dijo Anna, mirándola con dulzura. ─Ojalá pudiera presentártelos, pero comprende son muy pequeños. Quizás en otra ocasión.
Claro –el brillo de sus ojos competía con la luminosidad de su cuerpo, el tono casi lila de su piel cambió al verde, se puso seria para decir ─Lo prometo.
Mi presencia ante ustedes ha llegado a su fin –la reina hablaba mientras seguía columpiándose ─Nos veremos pronto, este es el desenlace de nuestro encuentro.
La bruma espesa lo cubrió todo, la urna brillaba y al instante nuestra casa comenzó a hacerse visible.

Monelle/CRSignes 04/03/2007

Ciego. De Crayola

Siento que sigo parado en medio del camino, esperando. No sé qué espero. Otear el horizonte no me sirvió de nada, nunca le vi pasar. Tal vez pasó a un lado mío y no me di cuenta. Tengo miedo al pensar que así fue, simplemente no lo vi. Es absurdo como se me fue la vida, como el tiempo se me escurrió como agua de mar dejando solo un rastro salado. ¿Tan ciego fui? O tal vez es que nunca le tuve cerca… Pero entonces, por qué me siento llorar por dentro, por qué lamento estar tan solo. Fue egoísmo tal vez, fue que quizás no nací para ello. De qué me sirvió aquella cama donde engañé a tantas, donde sacié mi carne caliente y apasionada. De qué me sirvieron tantos besos robados a aquellos labios que se me ofrecían con candor. Y aquella, la de piel más blanca, la de ojos color miel, aquella que se me clavó en el alma…le dije que se marchara. Y ahora, más solo que ese inmenso mar. Abandonado en esta vida que escogí. No supe cuando me casé con la soledad. Y tengo un bolsillo lleno de monedas y el otro, lleno de amargura. Y tengo todos los años encima que me roban la postura y estabilidad y me hacen caminar cabizbajo y de lado. Y tengo los puños cerrados, me angustia ver que si los abro en mi palma no tengo nada. Soy un pobre viejo dejado por el destino. ¿Cuándo me olvidé de mí? ¿Cuándo me quedé tan tristemente solo? Que desenlace más patético el mío. Ni siquiera el morir es un consuelo. Porque morir sabiendo que no fuiste capaz de amar, morir sabiendo que renegaste del amor…no es morir, es sólo continuar con la agonía después de la muerte. ¿Podría ser que encontraste algo mas allá? Podría ser. El amor pasó a mi lado y no lo reconocí.

Crayola 02/03/2007

El Reloj Sentimental. De Edurne

Allí estaba, en una repisa de la habitación de Jana y Luís, con su cuerpecito redondo y sus tres tornillos incrustados en la espalda. Dos antenas de aluminio sobresalían de su parte superior, rematadas por dos bolitas brillantes de colores, una rosa y otra azul, y las dos manecillas pegadas a su nariz se movían al compás del tiempo.
Su posición era alta y estable para que los niños no llegaran a él. Desde esa postura, oteaba cada rincón de la habitación, era feliz en ese recodo pero necesitaba el cálido abrazo de alguien querido.
No fue su egoísmo el que le incitó a saltar aquella noche… simplemente deseaba acercarse a la mejilla de Jana y notar su calidez, rozar los deditos de Luís y conseguir que su piel de plástico duro se estremeciera al contacto humano.
Adoraba a esos niños… Veía como le observaban todos los días con su barbilla elevada y su expresión de deseo, sí, él lo sabía, deseaban, como él, apretarle entre sus manitas, zarandearle, analizarle detenidamente y descubrir lo que escondía en su interior que hacía tic-tac, ese sonido que oían cuando todo estaba en silencio y que provenía de él.
Esa noche no pudo resistir la tentación y se decidió a dar ese salto estudiado de antemano, debía caer sobre la almohada del niño y, de rebote, ir a parar a los pies de su cama.
El desenlace no se sucedió como estaba previsto, quiso agacharse para darse impulso pero una de sus patitas se desenganchó y la caía fue fatal… cerca de la cabeza de Luisito. En el rebote se dio un trastazo contra el suelo y su barriguita se abrió quedando al descubierto todo su engranaje.
Luís sintió que algo le rozaba la oreja y se despertó asustado, gimoteando y tanteando a su alrededor para llegar hasta su hermana en la oscuridad. Jana abrió la luz y le abrazó al verle cabizbajo y lloroso, creyó que estaba soñando, advirtió que se tocaba la oreja y le apartó la mano para ver. Un simple rasguño, tal vez él mismo durmiendo… Cuando de pronto tocó un objeto frío con su pie y vio al pobrecito reloj espachurrado por el suelo.
Así se cumplieron los deseos de ambos, el reloj pudo sentir la calidez de las manos de los niños mientras le recomponían y ellos descubrieron qué había en su interior que hacía tic-tac.

Edurne 01/03/2007

PARÉNTESIS. De Aquarella

El día amanece gris desesperanza, como el estado de ánimo que pasea cabizbajo por la habitación. Tu mirada se dedica a otear más allá de las cuatro paredes en las que se ha convertido nuestro mundo, más allá de la ventana, incluso más allá de la vida. Salgo de la habitación para escuchar una frase que no quiero oír
-Su situación parece estable, pero no se confíe, las próximas 48 horas son críticas. - Vuelvo con una sonrisa fingida y me acerco a la cama
-¿No estás harto de esa postura? ¿Quieres otra almohada? Estarías más cómodo...
-Te quiero a ti, y quiero que seas feliz... aunque yo no esté.
-No digas tonterías. ¿Es que piensas irte a algún sitio sin mí? Ni se te ocurra, no pienso consentirlo, prohibido escaquearse -el teléfono interrumpe la conversación y la cobardía agradece la llamada que me permitirá huir, que me prestará unos minutos para llorar.
-Toma, es tu madre... voy a por un café a la máquina -antes de salir por la puerta las lágrimas ya corren a sus anchas, la debilidad que oculto frente a ti se hace ahora palpable.
Me siento en la sala de espera para tomar ese asqueroso café al que ya me voy acostumbrando y me dejo envolver por la soledad para iniciar una charla con mis pensamientos. El primero acude a los ojos de la memoria para hablarme del pasado, de nuestra forma de cultivar ilusiones, de mi necesidad de ti, y de pronto me asalta una pregunta que no quiero admitir ¿Se nos está muriendo el tiempo? Me invade ese dolor que sólo puede ser fruto del egoísmo, porque me niego a saber lo que sería echarte de menos.
Me visto nuevamente de aparente alegría para mostrarme serena y jugar contigo a que no pasa nada, a que sólo estamos en un paréntesis
-¿Qué? ¿Ya te ha dado mimitos tu mamá? Pues ahora me toca a mí… - y vuelvo a ser la jardinera que cultiva con ternura los brotes de esperanza, arrancando las malas hierbas de tristeza que no tienen cabida aquí. No me atrevo a pensar en el desenlace, le daría alas a un miedo que no puedo permitirme porque soy incapaz de imaginar lo cotidiano sin ti. No niego la realidad, no necesito consultar ningún oráculo, sé positivamente que esto no puede terminar así.

Aquarella 28/02/2007

El Doctor Flúor y su mascota Caries. De Mon

©CRSignes 2006

Eran las tres de la mañana, la tormenta nuclear había cesado, hoy día de San Ignacio del año 2107 se conmemoraba el centenario del descubrimiento del inhibidor de partículas gamma. El Doctor Rampa, como siempre desvelado y cabizbajo, aprovechaba las últimas y más débiles reminiscencias de radiación para desarrollar un nuevo dentífrico.
El egoísmo de la sociedad no dejaba ver más allá de sus propias narices, era muy alto el coste de vidas humanas que se tuvo que pagar para desarrollar semejante pasta de dientes. Pero todo valía en una sociedad en la que lo más importante era una sonrisa clara, limpia y blanca, a ser posible de brillo cegador.
Rampa siempre había estado interesado por los derivados del Uranio para uso blanqueante, no obstante desenlazar los átomos para conseguir una fórmula estable no era tarea fácil. La solución la encontró en una prueba nuclear que hicieron unos Boy-Scouts en las orillas del Río Mare, allí, después del invierno nuclear, quedaron intactos los pañuelos verdes que portaban en el cuello, todo lo demás resultó arrasado. Pues bien, el material del que estaba confeccionada la tela resultó ser una seda de un gusano ibérico que habitaba en Corea del Norte. El doctor consiguió en pocas semanas aislar la molécula que inhibía las emisiones alfa, beta y gamma, con lo cual pudo desarrollar la confección de unos delantales que protegían a los seres humanos.
Todo esto por una sonrisa, una Tierra sembrada de explosiones nucleares con el único fin de extraer más y más radiación para alimentar los gusanos y así producir cantidades ingentes de fibra protectora a la par que se daban los últimos toques al detergente bucal.
El resultado llegó, resultaba casi imposible otear el horizonte, era tan grande el brillo de los dientes que se confundía con las detonaciones.
Hoy día de San Ignacio la humanidad ha vencido, podemos sonreír…somos mejores.

Mon 27/02/2007

Sueños de amor eterno. De Suprunaman

Rebuscaba en el altillo del armario un delantal horroroso que su madre le había regalado hacía mucho tiempo, cuando aún era soltera. Ya sólo quedaban las mantas del final que tocaban la pared del fondo. Al meter la mano bajo ellas encontró una pequeña caja de metal fría y amarilla. Las bisagras estaban oxidadas. Al abrirla, un pequeño chirrido sonó como si bisbiseara un gran secreto.
Moni-Pony se puso a otear las fotos del estuche, en ellas, se reconoció cabizbaja, con una sonrisa picarona, entretanto Pumpin con un bañador a cuadros verdes hacía posturitas mientras aspiraba las últimas caladas de un cigarrillo. Eran las fotos del 92, el año que se conocieron . Había un rollo de papel, parecía un pergamino antiguo de tan arrugado que estaba. Al desenrollarlo, con una letra estable se podía leer:

TeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuiero
TeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuieroTeQuiero.

También descubrió una carta secreta, olía a papel húmedo. Era una carta de amor, de rosas y de risas.
Pumpin había guardado egoístamente para él estos preciosos recuerdos.
Sonó la llave rodando la cerradura y Pumpin entró, vestido de negro y con su maletín de trabajo.
Pumpin, le dijo ella mostrándole la caja.
Sabes Moni-Poni, ahora te quiero tanto como entonces. Y sus labios se fundieron en un beso apasionado presagiando un desenlace feliz

Suprunaman 27/02/2007

Los elementales. Capítulo cuarenta y cinco: Entre nubes. De Monelle

Cerré los ojos para sentir aquel momento con mayor intensidad. No puedo precisar cuando cambió el aspecto de todo, cuando dejó de ser un cúmulo de agradables sensaciones, para convertirse en algo imprevisible y bastante aterrador; tampoco puedo hacerlo sobre el tiempo qué duró, pero dejó de sonar la melodía, para convertirse en un gran resoplido, que nos dejó aturdidos y desorientados. Los contornos se desdibujaron, tal era el movimiento de aquellos seres aéreos, que giraban a gran velocidad alrededor nuestro. Intenté abrazar a Anna, pero nos habíamos separado, rompiendo nuestra unidad. Íbamos a la deriva en aquel tembloroso espacio circundante. Al parar, comprobé la solidez del suelo. Estábamos desconcertados. Julien, no decía nada. Poco a poco, pudimos distinguir los contornos. Me recordó a un kinetoscopio, uno de esos viejos aparatos giratorios de imágenes en movimiento. En condiciones normales debíamos habernos mareado. Al despejarse, comprendí la grandeza de lo sucedido. Era un espacio inmenso, no se distinguía su fin; los silfos, que nos trajeron, susurraban palabras que nos costó comprender. Debíamos adecuarnos al medio que nos rodeaba. Tan etéreo como vaporoso, en aquel mundo todo sucedía de forma tan liviana como una caricia, sensación agradable difícil de asimilar. Recordé los relatos de Julien, y tuve verdadera conciencia de ellos; un par de horas atrás, me debatía, con sorna, entre el estigma del escepticismo y del temor, y ahora deseaba más; quería pruebas de que no era una alucinación provocada por nuestro entusiasmo.
Sé lo que están pensando –dijo Julien mientras avanzaba hacia los silfos.
¡Diablos! Es maravilloso...
Sigámosles, estamos seguros.
Bajo nuestros pies apenas una fina capa de nubes nos separaba del espacio vacío. Avanzamos hasta llegar a un cúmulo desde el que pudimos ver un vaporoso edificio formado por nubes violetas, azules y verdes; la frialdad de sus tonos, contrastaba con la calidez de los que lucían los silfos, que parecían guardar la entrada.
-Pasen –tendiéndole una mano a Anna, ella fue la primera en entrar, su cara de felicidad lo decía todo.
Nos dejaron en una sala cubierta por la misma bruma que envolvió nuestra casa en el momento del conjuro, desprendiendo haces de luces de colores intermitentes. Al instante, la nebulosa barrera comenzó a desvanecerse.

Monelle/CRSignes 25/02/2007

Todo cambió. De Crayola

Ayer paseaba por ahí y la luna lloraba desconsolada. Me dijo que ya no hay parejas de enamorados que la quieran contemplar. Ya nadie le cuenta secretos. Su blanca luz se opaca con el psicodélico esplendor de las nuevas y artificiales luces. Las bancas de los parques están solas, tristes. La hierba está seca, no hay jóvenes ansiosos de amarse en el mullido verde. Y los pájaros escondidos en sus nidos, sus mañanas son menos alegres. El amanecer es igualmente hermoso que antaño, pero con tantos edificios no se puede apreciar. Y las azules nubes se tornan grises, se contaminan. Y el viento ya no soporta la indiferencia ante su cantar; el ruido se apoderó de la ciudad y el campo. Y el mismo tiempo se va presuroso, no se detiene a mirar un beso, no se detiene para eternizar una caricia. Hasta el mismo diablo, en intermitentes sollozos, se quejaba de la total soledad que sentía. Nadie le teme más, nadie le aprecia más. No hay dioses ni demonios para estas generaciones de hombres-máquinas. El estigma del pasado se está borrando lentamente. Solo importa el futuro. La velocidad. Llegar primero. Ser el mejor. Ya el corazón es solo un músculo más del organismo y es sustituido sin pena alguna por un pequeño pero eficaz motor de circuitos y cables. Ya la sangre no se entibia con un fuerte abrazo, ahora son tan distantes. La gente no se toca. Las personas no se miran. La unidad se quebró. Todo es apresurado, nada tiene sentido. Ya no hay amantes en los balcones, ni celestinas sonriendo con sorna detrás de las paredes mientras escuchan las promesas de los enamorados. El amor parece haber migrado, o tal vez se durmió en un sueño profundo para no despertar jamás. Desde que todo cambió, las sonrisas se me escaparon por los bolsillos rotos, las monedas que me quedaban, y los anillos aquellos que llenaban de fantasía mis tardes. Todo cambió y me quede ahí parada viendo como se vaciaban mis manos hasta quedar en nada.

Crayola 21/02/2007

Los amantes de Valardo. De Monelle

Nuestro clan había decidido no desplazarse agradeciendo a los dioses tanto lo bueno como lo malo. La caza había disminuido; ya casi no se encontraban animales, los grandes habían migrado en busca de mejores pastos. Por suerte, otros clanes habían seguido el instinto de las bestias desplazándose con sus conocimientos, que pronto adaptamos a nuestras necesidades; así aprendimos sobre la reproducción de algunas plantas, de sabor agradable, que servían para llenar nuestras despensas, reemplazando la falta de carne; y junto con ellos logramos sobrevivir. La intermitencia del tiempo nos era favorable; al largo periodo de frío seguía otro mucho más cálido, que aprovechábamos para realizar batidas de caza en las que cada vez recorríamos mayor territorio. Entonces ya no nos preocupaba la escasez, nuestra inquietud se centraba en defendernos de los ataques de otros hombres, que habían basado su vida en el pillaje. Aprendimos a golpe de sangre.
Se conocieron en una batida. La rescatamos del ataque de una fiera, y ya no hubo forma de separarlos; su corta edad no fue impedimento para el amor, lucharon por que los dioses y los hombres los aceptaran, y pronto lograron sus frutos. La bendición de la vida les había favorecido.
Sin sobresaltos, sin hambrunas ni batallas, la unidad del poblado creció; mirábamos a nuestro alrededor con sorna. Nada podía hacernos mella, hasta que nos alcanzó.
¿Qué circunstancias lograron acercar aquel diabólico estigma de los dioses? ¿Qué mal habíamos hecho?
Comenzaron a caer. Los viejos, las mujeres preñadas y los niños primero. La maldición se extendía, los enterramientos eran constantes; el ritual de la muerte nos bañó de tristeza. Y cuando ya no quedaron débiles a su alcance, fue a por los más fuertes, que sucumbieron mientras la palidez absorbía su resistencia.
Aquella niña, ya mujer, no podía permitir que le arrebataran, además de a su hijo, a su amado, e intentó insuflarle la vida que se le escapaba con cuidados de día y de noche, pero perdió. No hubo forma de separarla de su lado; quiso morir junto a él.
Fui el elegido para tan honroso acto. Colocamos aquellos cuerpos fuertemente abrazados en una fosa. Ella lloraba. Depositamos los elementos necesarios para el largo viaje y sus escasas posesiones, y al tiempo que le clavaba el cuchillo, arrebatándole la vida la besé, tomando con mis labios la última de sus lágrimas.

Monelle/CRSignes 20/02/2007

Detrás del telón. De Crayola

Rellenar con cuidado mis párpados marchitos de sombra azul. Una fina línea negra delinenado mis ojos al borde de las pestañas postizas; mejillas rosadas, labios rojos encendidos. El cabello suelto, alborotado sobre mis hombros. El mismo ritual cada noche. Baño de cuarenta minutos en la tina. Asientos de agüita de hierbas: romero, lavanda, manzanilla y pachulí, como me aconsejó mi madre, y a esta su madre y así no sé por cuantas generaciones antes, para evitar embarazos no deseados. Supongo que en algún momento esto falla, nací yo, nacieron ellas. Después una crema para untar en mi vagina; según las viejas, esto elimina cualquier contagio. Esos hombres parecen estar podridos por dentro; son un asco. Mi madre al morir me dejó una unidad en el vecinadrio, sus prendas, sus tacones finos de aguja, sus medias de red! Imponderables. Su cajón de maquillaje, su collar de perlas. Unos cuantos trapos y unos pesos como herencia. Pero no imaginaba que también lo puta se heredaba. No imaginaba que llevaría un estigma ecuménico el resto de mi vida, cuando a los doce años mi vieja me rentó con el tendero a muy buen precio, mi virginal cuerpo costó muchas monedas entonces. Todavía recuerdo que fue la última vez que sentí un abrazo de ella…Pero ¡que va! No tengo tiempo para idioteces y cursilerías, en un par de horas dará comienzo mi actuación: la gran Madame, la gran Puta diría yo. La gran inventora de intermitentes orgasmos. La que lame con grima esos miembros hediondos y viscosos. La que grita de placer fingido y con sorna, mientras ellos brincan como ridículos chapulines para terminar con un lastimoso gemido; embarrados, exhaustos y bañados en sudor. Este maldito clima tropical que lo empapa todo. ¡Pobres diablos! Pobres ilusos. Carcamanes, sádicos, libidinosos, puercos…hombres. Si supieran cuanto los desprecio…pero que bien pagan por un par de buenas corridas. Y que lástima me doy yo. Ahí está la actriz de sueños. Es hora de levantar el telón. Es hora de derretir el hielo y cubrir mi cuerpo con calenturas ajenas. Cuánta repugnancia me provoca mi imagen en el espejo. Esa soy yo, la que se vende por un puñado de dinero, la que solo aprendió en la vida a comerciar con besos y caricias….Que mas da…que alguien pague por ellas.

Crayola 17/02/2007

Los elementales: Capítulo cuarenta y dos. El regreso de Julien. De Monelle

Miraba a Anna y no la reconocía. Estaba tan segura de sí mientras pronunciaba aquellas palabras. Le tomé la mano. Fue entonces cuando nuevamente surgió la luz cegadora, y una abertura luminosa apareció de la nada. Retrocedí espantado, creyendo que la arrastraba, pero su mano se desvaneció. Ella seguía allí, podía verla pero no me oía. Grité su nombre mientras me acercaba. Intenté sujetar su brazo, pero fue imposible. ¡Qué diablos estaba sucediendo! Su cuerpo, ahora traslúcido, parecía a medio camino entre dos mundos. Sentí rota la unidad de nuestro amor. Estaba aterrado. Ella parecía no darse cuenta de nada, conversaba con alguien, gesticulaba reclamando atención. Su rostro sonriente, serenó mi impotencia. ¿Por qué le había dejado? Debí seguirla en lugar de intentar huir. Aquellos minutos se me antojaron horas. Mi desesperación fue a más cuando el resplandor se tornó intermitente. En un intento desesperado simulé abrazarla, y para mi sorpresa funcionó. Su cuerpo tomó contacto con el mío, fue entonces cuando la empujé. Noté como si algo tirara de nosotros. Era Julien que se aferraba al brazo de Anna para no perder el contacto, y vi algo más. Por el rabillo del ojo observé un mundo envuelto en semipenumbra.

¡Cuánto me he angustiado! –Dije.
Pero si apenas ha durado un segundo Ricard. No comprendo el porqué tuviste que empujarme. Por poco Julien se pierde. ¿Se encuentra bien?
Sí, gracias querida. –Asintió el viejo. –Gracias por todo.

Les expliqué lo que había sucedido, la sorna con la que había transcurrido para mi la escena antes de abalanzarme desesperado al ver los cambios en la puerta de luz.

¡Cuánto lo siento! –Dijo Anna. –Para mi fue maravilloso. Tal y como lo vi en el sueño. Después de recitar el conjuro, llegué a ese mundo extraordinario. Miles de luces de colores lo poblaban, a cada cuál más hermosa. Se desplazaban a gran rapidez dejando, a su paso, estelas que dibujaban líneas rectas, curvas, zigzagueantes,... Me encontraba bien.
¿Pero dónde estabais? ¿Qué mundo era? –pregunté.
Creo que ahora le llaman el astral, por purgatorio lo conozco yo. –Afirmó Julien.
Pensamos que estaba con los elementales. –Julien bajó la cabeza antes de contestarme.
Sé que me enfrento al estigma de mentiroso, y que quizás pierda nuevamente su confianza, pero debo rogarles que no me pregunten más. Pronto lo sabrán todo.

Monelle/CRSignes 15/02/2007

Momentos intensos en una corta existencia. De Suprunaman

Os voy a contar amigos míos la verdadera historia de unos amantes que se abrazaron hasta la muerte.

El amor es un sentimiento intermitente, hoy te quiero, mañana me cansas, te deseo, no tengo ganas…Los que alguna vez habéis amado ya lo deberíais de saber.

Se amaron con locura la primera vez que hicieron el amor, se acoplaron formando el todo, la Unidad. Luego ya no.
El amor había sido intenso, pero fugaz. Tuvieron tantas ganas el uno del otro que su primer momento se convirtió en un estigma que los arrastraría a la muerte.

El quiso envenenarla, ella clavarle un cuchillo, la empujó por las escaleras, contrató a unos asesinos para que lo mataran, le preparó un baño con agua hirviendo, le echó mal de ojo, le metió serpientes en la cama… Al final, pelea cuerpo a cuerpo, él la agarraba por el cuello, ella le golpeó la nuez, hizo un gran esfuerzo por respirar, de aquí no te escapas, dijo él, y volvió a apretarle el cuello hasta que soltó su último aliento, por fin ella había muerto, pero cual fue su sorpresa cuando notó que su nuez se deslizaba por su garganta, sin aire que respirar él también expiró.

¿Y cómo se yo todo esto? Soy el diablo. Qué bonito es el amor, dijo con sorna

Suprunaman 14/02/2007

Los amantes de Valardo. De Aquarella

Me llamo Marla. Sólo soy un pequeño esqueleto olvidado, pero mi alma ha tenido mucho tiempo, más de seis mil años, para sentir la intermitencia del amor y el odio hacia la persona amada... sí, porque cuando él estaba vivo yo realmente le amaba.

Un aciago día nos llegó la desgracia, a él en forma de fatal accidente de caza, a mí con el estigma de viuda que marcó mi trágico destino, el de una muerte temprana. No sé si fue el diablo, la ignorancia, o ambos, quienes me condenaron al abrazo eterno, un sacrificio “en aras del amor” para que le acompañase en su viaje final.

Ahora nuestros huesos sepultados han salido a la luz y, después de siglos de letargo, escucho con sorna los comentarios sobre el amor más allá de la existencia... mi alma vuelve a revelarse ¡Por todos los dioses! ¿No se dan cuenta que me asesinaron? Unidad en la vida y en la muerte, esa era la costumbre, y una mujer no podía decir nada

Han pasado más de seis mil años, pero aún siguen muriendo mujeres asesinadas en nombre del amor... tanto tiempo y no ha cambiado nada. No pude entenderlo entonces y sigo sin comprenderlo ahora. ¿Quién puede justificar que por amor se mata? Mis huesos mugrientos sienten hoy la necesidad de gritar, ese grito que no pude elegir cuando me robaron la vida.

Aquarella 13/02/2007

Envidia. De Crayola

Ahí están ellos, los amantes perfectos. No conformes con ese amor que se tuvieron mientras vivían, al morir juraron permanecer por siempre juntos y el destino se los concedió haciéndolos inmortales. Los dejó como un estigma perenne, indelebles. Ahí están impregnados en la misma tierra de la que surgieron alguna vez. Tan perfectamente enlazados en un abrazo. Tan eternos. Formando una sola unidad indivisible a través del tiempo. ¿Cuántos amaneceres vieron juntos? ¿Cuántas lunas contaron en su sepulcral silencio? Se les ve felices aún. Los años que han pasado no han hecho mella en ninguno de los dos. Cuántas especulaciones han surgido desde su aparición. Dos esqueletos abrazados. Al desenterrarlos se descubrió toda una historia, pero también se despertó el diablo de la ambición y el del saber más. La primicia de estudiarlos, de indagar de donde vienen, quienes eran, cuales eran sus nombres. Y así, intermitentemente seguirán violando su íntima unión hasta que se cansen, o encuentren otra cosa mejor que hacer. Pero a ellos dos pareciera no importar cada flash, cada mirada atónita, cada exclamación de asombro y sorna, cada minuto que se invierte en verlos. Están tan enamorados que no tienen cabida para nada que no sea su amor. Se han ensimismado el uno con le otro a tal grado que se han convertido en un solo ser. Fundieron su amor en ese abrazo tan viejo como la vida misma. Sus cuerpos jóvenes y con olor a hierba, ahora están marchitos guardando el polvo de las décadas, con olor gastado. Que envidia da ver esa muestra de amor. Que envidia yacer abrazado a tu amado. Morir mirando sus ojos, morir tocando sus manos. Y volverse antiguos, y volverse siempre.

Crayola 13/02/2007

El buen Satán. De Juancho

Demonio. Ray Raspall (Cuba)

El Diablo abrazó con sorna a Bonifacio y le dio unas palmaditas en el hombro.
¡Ea! Vamos, hombre, alégrate. Te aseguro de que no estarás mal en mi Infierno.
El pobre infeliz se limpió las lágrimas con sus manos, se alisó el pelo y el raído traje y volvió a sentarse frente al Maligno.
Es que... no me hago a la idea de morir tan joven...
¿Morir? ¿Quién habla de eso? Se trata sólo de... digamos... un cambio de residencia: tu gélido y cochambroso apartamento por una mansión muy, pero que muy... calentita.
Pero... es que aún no he probado todos los placeres de esta vida...
El Diablo dio un respingo.
¿Placeres dices?, ¿cuáles?
Bueno, ya sabes, todo lo que la gente desea: dinero, poder, sexo...
¡Ah! Esas son bagatelas. Yo puedo concedértelas sin ningún esfuerzo.
Pero, ¿dónde? ¿En el Infierno? Yo quiero saborear esos placeres aquí, en este momento.
Has tenido treinta y cinco años para hacerlo.
Pero es que no he podido. Ya sabes, mi vida ha sido un infierno, con perdón. Me quedé huérfano siendo niño, unos tíos me recogieron, estudié en el seminario para ser cura, luego me escapé y me eché a delinquir. Me cogieron y me encerraron... ¡no he podido disfrutar de esta vida! Ahora que había salido al fin y que me disponía a disfrutar, llegas tú y me avisas de que me toca ir al Infierno.
Bueno, ya sabes; así funciona este invento. Unos marchan antes y otros después. Cada uno lleva su estigma impreso. Nadie está contento.
Además, ¿quién me ha condenado sin juicio? ¿Por qué no voy a la Gloria o al Purgatorio? ¿Por qué tengo que ir al Infierno?
Ejem... era sólo una sugerencia. Si vienes a mi unidad voluntariamente, tendrás una posición mejor que si lo haces condenado por los cielos. Ya que tu final es inminente, mejor es asumirlo con coraje y celo.
Bonifacio era obstinado y no daba su brazo a torcer.
¡Ea! ¡Qué no, qué no quiero!
Satán estaba ya muy contrariado. Sus ojos echaban chispas intermitentemente.
Vale, como quieras. Te concederé un año y tres placeres: dinero (echa la quiniela este domingo y pon diez equis), poder (te haré alcalde corrupto del Pepé) y sexo (te acostarás con Paulina Rubio). Pero dentro de un año volveré y no tendrás ocasión de escapar y, menos aún, de decirme que has sido bueno.

Juancho 13/02/2007

Los elementales: Capítulo cuarenta y uno. La aprendiza. De Monelle

Fuente imagen Internet

Saber que Anna estaba sola me incomodaba. Por suerte, la comunicación fue lo suficientemente fluida y eso me tranquilizó. Mientras tanto, Joan volvió a escaquearse del trabajo. Al regresar encontré a Anna muy decepcionada, su presentimiento no se había cumplido. Intentamos localizar a Joan, pero nada, de nuevo había desaparecido.
No me siento bien Ricard.
Pero ¿qué tienes?
No sé cómo explicarlo.
¿Quieres que nos acerquemos hasta urgencias?
No mi vida, no estoy tan fastidiada. Se me pasará al comer.
Pero no fue así, apenas si pudo tomar bocado. Pasada la media noche, Anna se despertó alterada, había tenido un mal sueño y estaba ardiendo, aunque el termómetro nada marcó.
¿Con qué soñabas?
He estado con Julien.
Le recordé que la noche anterior a la desaparición del viejo, éste había soñado con los elementales. La posibilidad de que la próxima en desaparecer fuera ella me estremeció.
Anna no quiero que te separes de mi lado. ¿Qué sucedía en el sueño?
Me dio instrucciones para hacerlo regresar. Ayúdame, intentémoslo antes de que lo hibernen, podría quedarse para siempre si no le ayudamos.
Estás loca. Lo que vas a hacer es quedarte aquí, caldeando la cama hasta que se te pase la fiebre...
Pero si me encuentro bien.
Quita, hace un momento estabas ardiendo... —le puse la mano en la frente, la fiebre había desaparecido.
Vamos...
Tengo miedo –le dije con ternura. —¿Podría ser una trampa? No soportaría ninguna vicisitud, podrían llevarte a ti también.
A él no se lo llevaron, se marchó por que se lo pidieron.
¿Cómo sabes eso?
Él me lo dijo...
¿En el sueño?
Sí, en el sueño. Tranquilo nada pasará. ¡Ayúdame!
Cubrió su cuerpo casi desnudo y salió disparada del cuarto, había recuperado toda su energía. Se plantó en la cocina justo delante del lugar en el que vi al viejo por última vez y alzando los brazos recitó con ceremoniosa pompa como si fuera poetisa:

Fuerza oculta y misteriosa,
que mueve los elementos de este mundo,
transformando despacio la vida a su antojo.
Devuelve a tu hijo Julien que está en tu seno,
al lugar de dónde lo has sacado.
Deja que regrese
del mundo de la luz y de las sombras
para complacer a tus hijos elementales.
Deja que regrese
el que una vez ya te ayudó
y está dispuesto a volver a hacerlo.

Monelle/CRSignes 11/02/07

Jugando a la Mamá y el Papá. De Crayola

Fuente imagen Internet

La niña se pone el vestido con flores de mamá, usa sus tacones rojos y su collar de perlas. El niño se cuelga al cuello la corbata a rayas de su padre y se dibuja un gran bigote bajo su nariz. Con gran pompa desfilan frente a sus padres pretendiendo ser una pareja; esposo y esposa. Todos festejan la ocurrencia de los pequeños. Después el juego termina y se olvidan de él. El niño regresa con sus padres a casa y la niña se queda en la suya siguiendo con su ficticio juego de ser mamá. Ahora cambia pañales y da biberón a su muñeca Lola. La arrulla entre sus brazos y le promete cuidarla toda la vida.
Un día la niña crece. Su cuerpo se va transformando dando paso a una joven hermosa. La niña quedó hibernando allá en una esquina del olvido. Ahora la quinceañera pinta sus labios con carmín. Sus mejillas se arrebolan y sus cabellos negros ondulan con el viento. Y su olor a hembra nueva inunda su espacio.
Una tarde en la escuela se reencuentra con aquel pequeño que solía ser su compañero de juego. Las nuevas miradas provocan sensaciones desconocidas. Las hormonas empiezan una fiesta sorpresa para los dos. Surgen de sus corazones las nunca dichas frases de amor. Un poeta y su musa. Una poetisa y su amante.
Se han infectado con el virus del amor. ¡El amor lo justifica todo! Los besos y las caricias recién estrenadas caldean sus cuerpos. Sin conciencia se entregan al abismal deseo que les consume su desnudez. Felices retozan horas, y después cada día, y luego quieren mas.
Otro día la joven despierta asustada. Su período despareció de pronto. Su cuerpo le envía señales de que algo está pasando. Algo que nadie espera que pase. Eso le pasa a otros, no a ella.
Dos meses pasan y la joven ahora sabe que está embarazada. El perfecto amante se ha ido. No sabe explicar donde quedó aquella maravillosa fantasía que vivía. La realidad es tan cruel. Enfrentar a sus padres. La escuela sin terminar. Un hijo en su vientre. Sola. El miedo durmiendo cada noche con ella.
Parió la joven. Una hermosa niña de cabellos azabache. Ahora sus noches son cortas. Desvelos entre llanto, pañales y biberones de verdad. Una vicisitud tras otra para una adolescente pretendiendo crecer a prisa, antes de que su pequeña hija le de alcance.

Crayola 07/02/2007

El entierro del abuelo. De Monelle

Fuente imagen Internet

De poder hacerlo lo hubiese parado, por eso le complací.
Aún recuerdo el día en el que a su buena amiga de letras, Eloisa, aquella con la que se debatía entre el amor y el odio, le dieron tierra. Ya entonces Don Pascual, así le gustaba que le llamáramos, “respeto... ¿dónde iremos a parar?”, decía antes de dispensarnos un coscorrón había perdido el juicio. “Cosas de viejo”, comentaba mi padre.
Sucedió un día de invierno, el cielo gris plomizo y la amenaza de lluvia no eran obstáculo para que el cortejo fúnebre, que trasladaría a Eloisa al cementerio, se retrasase. Aún así, Don Pascual aguantó un par de horas extras frente al domicilio de la finada soportando comentarios soeces y algún que otro cotilleo que caldeaba el ambiente.
Toda la vida se las dio de adelantada —decía una.
¡Uy! Eso no es nada, ¿recuerdas cuando pensó que llegaría a ser una gran poetisa? Pero si no sabía hacer la “o” con un canuto...
Don Pascual contuvo su rabia por educación o tal vez por miedo a que su moral fuera la próxima en ser desnudada. Sacaron el féretro y lo dirigieron al vehículo repleto de coronas y ramos.
Pero, ¡qué falta de respeto! —saltó el abuelo. —Ya le decía a mi padre que los caballos estaban próximos a desaparecer, y por esa vicisitud nada seguiría igual.
Pero Don Pascual, ¿qué dice? Venga hombre, tranquilícese.
No hubo forma de calmarlo. Se mostró irascible y descaradamente ofensivo. Mandó a todos los que se le opusieron a tomar viento, y acercándose hasta el ataúd prometió no morirse ni ser enterrado hasta ver tornar aquellos tiempos en los que el buen gusto estaba en consonancia con al categoría del difunto.
A partir de aquel día se le pudo ver vestido como antaño, como si el tiempo hubiese retrocedido o hibernado desde finales del diecinueve. “Cosas de viejo”, sostenía mi padre que seguía bien de cerca los pasos del abuelo.
Un día el corazón de Don Pascual no aguantó más, se detuvo al tiempo que sus recuerdos.
Sus restos aguardaban en el coche mortuorio la partida. Siempre me cayó bien el anciano por eso le complací. Llegué a tiempo de poder cambiar aquella caja de roble con sus despojos al coche de caballos que, engalanado para una pompa fúnebre como de otros tiempos, recorrió el pueblo ante la admiración de todos.

Monelle/CRSignes 06/02/2007

Escapando. De Crayola

El baño, 1989. Fernando Botero

El ánimo en la sala se había caldeado y ella prefirió retirarse sin decir palabra. No pudo evitar estallar en coraje contra todas esas seudo poetisas que la miraban con lástima. Al pretender salir con prisa del recinto, torpemente tropezó con todo provocando un pomposo escándalo. Se atascó en la butaca, tiró sus papeles, un vaso con agua… Ni siquiera se pudo agachar a recoger sus notas y poemas. Fue la burla. Es una burla burda y deforme. Parada frente al espejo, viendo su figura, recuerda las miradas de aquellas que fueron sus compañeras en la facultad de Filosofía, miradas de asombro y desdén. Ese día la realidad se le estrelló en la cara. Su cuerpo era irreconocible para ella. Se desnudó para buscarse. Buscaba sus pequeños pechos redondos y perfectos. Buscaba su talle esbelto y su estrecha cintura que parecía apretar sus costillas. Y sus piernas largas y sus caderas en simétrica armonía. Ya nada estaba ahí, apenas y lo recordaba como en un sueño. Tal vez nunca fue delgada, ya no se recuerda hace unos años atrás. No se dio cuenta como las vicisitudes en su destino la habían marcado. Una gran masa de carne cubre ahora su ser. Una gordura que le ha desfigurado su imagen frente a sus ojos. Hoy con sus más de treinta libras apenas camina. No puede hacer las cosas más simples y cotidianas. Bañarse es toda una odisea. Asearse después de orinar o defecar es agotador. Su sexo no lo ha visto en mucho tiempo. Las llagas mal olientes en su entrepierna no dejan de arder. Pústulas entre los pliegues de su espalda sudan y se infectan. Hay lágrimas rodando en sus mejillas y una sonrisa boba le dice que no se preocupe, ella es la gordita simpática, la que les cae bien a todos. Desde hace tres años que se enorme presencia causa gracia y pena. ¿Dónde estará ella? Parece que se ha ido a hibernar bajo esa mole de grasa y piel. Se pregunta si será capaz de salir de ahí y recuperar su vida. Ahí, detrás de su reflejo, está atrapada su verdadera imagen. Ahí detrás de esa mirada triste, asoma un poco de esperanza para seguir viviendo. Esa noche, decide vivir un días más. Se coloca su bata de dormir y mete al bolsillo su arma. Hoy no la usará, tal vez mañana.

Crayola 06/02/2007

Turbios momentos. De Juancho

©CRSignes1998

“Hibernar desnuda en la torre del castillo. Sí, eso haré. Para que Ruscón me eche de menos. Que se caldee sólo con los recuerdos de la pasión que otrora nos acogió.”
Eso decidió la reina Fiselina. Y se puso a la obra al momento. Convocó a sus consejeros y les engañó diciéndoles que durante dos meses abandonaría sus deberes reales para dedicarse a curar una dolencia para la cual el chamán le había recetado reposo absoluto y renuncia a los asuntos del reino. Durante su ausencia actuaría como regente el conde Sangruelo, su más leal consejero. Lo dispuso todo, habló con los capitanes del ejército, dejó escritas sus instrucciones. Nadie debía molestarla en la torre que le iba servir de reclusión privada. No recibiría ninguna visita, ni se la importunaría con misivas, no acudiría ni a pompas jocosas ni a entierros. Todas estas vicisitudes deberían cumplirse a rajatabla, so pena de muerte. Sólo habría una persona que accedería a ella para suministrarle sus necesidades. Esa persona sería su doncella Iselda, la poetisa, la más gentil, la más bella. Cuando Ruscón acudiese a palacio, debería informársele que la reina había partido de viaje a Samarcanda y que volvería tras dos lunas. Así empezaría a castigar la infidelidad del caballero con una dama desconocida, revelada por uno de sus espías.

Un día, cuando ya llevaba diez recluida en la torre, le pidió a Iselda que le leyera alguno de sus poemas. La hermosa joven bajó a su aposento y volvió con un legajo. Empezó a leerlo, sentada en un taburete, mientras la reina reposaba en su lecho, echada muy cerca. Fiselina se fijó en el amplio escote de su sierva. Con la lectura, sus pechos se erguían, palpitaban como si quisieran salirse. Se percató de un colgante que la joven tenía, cuya cinta se introducía en las curvaturas de los esplendorosos senos. La reina alargó su brazo, estiró su dedo índice y lo enrolló en la cinta, tirando de ella. Iselda se sorprendió, se ruborizó, movió su brazo en ademán de impedir la acción de la reina, pero se detuvo por respeto y la dejó hacer. De entre sus gozosas mamas salió una cruz de madera, motivo del colgante, que la reina reconoció al instante: era la misma cruz que vio tallar a Ruscón hacía un mes. Así supo que Iselda era la enigmática y odiosa amante.

Juancho 04/02/2007

Arremolinada a tu vera. De Juancho

Bill Brandt (3 May 1904 – 20 December 1983)

Para caldear el ambiente, Marina pensó que sería una buena idea desnudarse un poco. A su lado estaba Adrián, dormitando, hibernando, como si con él nada fuesen las vicisitudes que la poetisa estaba tramando. Ella pensó que debía despertar sus sentidos, hacerle ver que estaba allí, a su lado. Empezó por bajarse la cremallera del jersey, con suaves movimientos, sin pompa, ni sobresaltos. Quería desnudarse en silencio, que él no lo notara. Le dio un suave codazo mientras se deshacía de la prenda de lana y él se movió un poco, pero siguió adormilado. El tórax de Marina estaba ahora cubierto sólo por una corta camiseta, sin mangas, que resaltaba sus voluptuosas tetas y marcaban sus pezones erizados, que dejaba ver todo su vientre liso, con su ombligo piercingado. No llevaba sujetador, algo en lo que no había reparado. Esto le hizo dudar de seguir con lo que estaba tramando. La camiseta no solucionaba el pudor que le estaba embriagando por estar ahora casi desnuda ante Adrián, al que acababa de conocer hacía un rato. Pensó que se sorprendería mucho si abriera los ojos y la viera a ella en aquel estado. Cogió el cuello del jersey, buscó las mangas y con rapidez procedió al ponérselo. El brusco movimiento de brazos despertó a Adrián, quien sólo tuvo tiempo de ver fugazmente las axilas levantadas de una joven, un jersey que descendía y cubría la piel desnuda de un abdomen estivalmente dorado.
- ¿Qué haces? – balbuceó.
- Oh... – Marina se puso azorada cuando vio cómo le miraba- verás... me he tenido que quitar el jersey porque... es que... no sé... me...me ha picado... sí, algo me ha picado... tal vez un mosquito.
- ¿Dónde?
- Pues... no sé... aquí, en la cintura, al lado.
- Déjame mirar a ver si te ha dejado alguna señal.
- Ah... no... no hace falta. Creo que no hay nada. Habrá sido la lana.
Pero Adrián insistía:
- Mira, en estos casos es mejor ver si hay alguna ampolla. Se te podía infectar, si no se cura a tiempo. Levántate un poco el jersey y enséñame la zona.
- Está bien.
Marina se levantó un poco la prenda, mostrándole su concavidad lateral. El joven pasó la mano buscando la protuberancia de una señal, que no estaba por ningún lado. Luego sus dedos fueron avanzando hasta dejar la cintura y llegar al abdomen dorado...

Juancho 04/02/2007

El pescador. De Crayola

Fuente imagen Internet

Ha caído la noche sobre el mar. El azul se transformó en un negro profundo con tenues destellos plateados. La luna deja ver un tímido pálido halo, se le ve triste. Sobre esas aguas calmosas y caldeadas, una barca se mece con el vaivén de las olas. Recostado sobre la embarcación, mirando al cielo, un hombre recorre cada espacio del infinito. Escoge estrellas para ella. Cuando encuentra entre todas la mas brillante, estira su mano y la toma delicadamente con sus dedos. Un ligero tirón y se desprende del firmamento, ahora la estrella está en su mano. La mira con detenimiento, tiene que ser perfecta. Pero esa hoy no le ha gustado y la arroja al mar. Y después es otra. Y luego otra. Las aguas se van iluminando con gran pompa de los pequeños astros que flotan entre la espuma. Los peces adornan sus escamas con diminutos puntos de luz, mientras una tortuga atrapa un lucero para meterlo a hibernar bajo su caparazón. Y el hombre sigue buscando la estrella más bella. Le falta una docena de ellas. Teje un collar para su amada, un collar de estrellas. Las une por una de sus puntas con hilos dorados y en cada una escribe un poema. Ella es su musa y él cuál aprendiz de poeta le regala versos que inventa en sus desvaríos de amor. Porque le ama. Le ama como una diosa. Le ama con un amor que le desnuda el corazón. Un amor que lo hace soñar y sufrir y llorar y reír, pero que le ha dejado una gran ilusión. Aún no la ha visto, pero él sabe que vendrá. Seguirán pasando las vicisitudes de la vida y él seguirá esperando en su orilla del mar. Se convirtió en pescador de estrellas para hacerle un collar. La barca se llena de luz, esta noche, el hombre ha encontrado su pieza, una hermosa estrella para ella.

Crayola 02/02/2007

Las vicisitudes de la fortuna. De Suprunaman

Brassaï (pseudonym of Gyula Halász) (9 September 1899–8 July 1984)

Quietos todos, dijo la poetisa con voz masculina. Vivir, morir, hibernar. Un estado de ánimo, si. Cuando a vuestro alrededor veáis caldear el ambiente, no dudéis ni un instante. Quitaros esos harapos y dejad entrever vuestra desnudez.
Don Bartolo, de forma veloz se quitó los pantalones, se bajó los calzoncillos y mostró su culo en pompa. Doña Bartola empezó a sentir el ambiente caldeado y con cierto gesto de desvanecimiento, se quitó el sostén y presentó al grupo sus duros pechos. Doña Engracia imitó su gesto y arrojó su tetamen al viento. Pronto toda la congregación deambulaba en masa con su orgullo al aire. La beata de la primera fila, agarró al padre Benjamín, que también se vio arrastrado por esta abominación esperpéntica. El buen padre tocaba a la amiga de la beata e hicieron un trío amoroso. Dios mío, protégeme la carne es débil, mea culpa, mea culpa, mea culpa. Rezaba golpeándose el pecho.
La reunión había sido un éxito, todos cooperaban animosamente e intentaban ayudarse. La orgía no tenía límite. Sin duda alguna esta era la verdadera paz, la que todos deseaban para el resto de la humanidad; por ello, el padre Benjamín añadió. Sabed hermanos míos que el amor es Dios.

Suprunaman 01/02/2007

Las monedas. De Crayola

Fuente imagen Internet

Hace tiempo, sentada en la cocina de casa, con una humeante taza de café con leche, con deliciosa espuma en el borde que me dejaba unos dulces bigotes, escuchaba atenta las historias que me contaba mi Nana mientras ella amasaba la mezcla de harina y agua para hacer tortillas tratando de eliminar todas las pompas de aire. Contaba que un día cuando tenía unos doce años, trabajaba en casa de una señorona ricachona del pueblo vecino al de ella. Por ahí pasaba todas las tardes para ayudarle con el quehacer y recibía a cambio un par de monedas. Me dijo que un día tuvo que quedarse a escribir una decena de versos en la escuela, su maestra se empeñaba en convertirla en poetisa. Nunca entendió porque tanto aferramiento con esa idea, el caso es que ese día de tarea extra, llegó tarde a su trabajo. La señora un tanto enfadada, con los ánimos caldeados, le ordenó limpiar la parte trasera de la casa. Había un gran patio lleno de maleza que se apresuró a desnudar con un rastrillo. Al tiempo de estar escarbando entre las hierbas, topó con una bolsita que estaba enterrada. Se hincó y la desenterró con sus manos. Al liberar el paquete de su centenario hibernar, lo abrió. Para su sorpresa, encontró que estaba lleno de monedas doradas. Mi Nana en su inocencia de niña, corrió a avisarle a su patrona del hallazgo. La mujer revisó el contenido de la talega que le entregaba la pequeña. Observó y catalogó las monedas y atinó a decir después de un rato que no tenían ningún valor, no servirían para nada. La hizo regresar a su faena sin más explicación y se quedó con el pequeño tesoro. Y si que lo fue. La mujer a los días había vendido las monedas y triplicado su fortuna. Nunca le dio algún reconocimiento a mi Nana, por lo contrario, la despidió. Argumenté a mi Nana que porqué no hizo algo, decirle a todos, ella sonrió y me dijo que se trataba solo de algo material. Al tiempo, por vicisitudes de la vida, aquella mujer murió sola con todo su dinero, en cambio ella, había encontrado el amor y tuvo una gran familia que la hacía feliz. —Eso es lo más valioso en la vida mijita— agregó. Y siguió en lo suyo. Ese día aprendí una gran lección.

Crayola 01/02/2007

Los elementales. Capítulo treinta y ocho: La batalla con las sombras. De Monelle

Fuente imagen Internet

Movimos los muebles y colocamos las velas dibujando un gran círculo en cuyo centro situamos dos recipientes que contenían agua con sal e incienso con carbón. Julien no contestaba a mis preguntas, sin embargo al entrar Anna comenzó a hablar.
Anna colóquese junto a los recipientes.
¿Qué debo hacer?
No moverse del centro. Ricard haga lo posible por situar a Joan junto a usted dentro del círculo.
Creo que deberíamos saber sus intenciones –dije.
Les aseguro que dentro del círculo están a salvo. Yo, como oficiante, deberé permanecer afuera.
De acuerdo. Pero, ¿qué vicisitudes debemos esperar del conjuro?
Las desconozco. Los elementales me indicaron las situaciones de peligro. Por suerte, hasta hoy no tuve que enfrentarme con ninguna, pero éste es el método que me fue trasmitido para derrotar a las larvas.
Julien marcó los puntos cardinales y prendió los cirios. Pudimos verle concentrado, no dejaba de recitar cual poeta, en un idioma extraño. Se movía nervioso rociando todos los rincones de la sala con agua que primero había consagrado. De repente, las sombras parecieron tomar vida. Desde nuestro refugio vimos aparecer efigies deslizándose sigilosas por las paredes, suelo y techo, dibujando a su paso criaturas imposibles de aterradora silueta. Julien seguía con un discurso cada vez más caldeado, y las formas tomaron volumen y el terror se introdujo en mí. Joan seguía paralizado, como hibernando, y Anna no perdía detalle del viejo, parecía confiar más en él que yo. El agua bendecida le servía a Julien como escudo frente al avance de las larvas, y éstas desviaban sus pasos hacia el círculo llameante, alargando sus miembros sin conseguir alcanzarnos.
Anna encienda el carbón.
“Alimentado por las llamas, fruto y poder de las Salamandras,
eleva el humo de este incienso consagrado a los silfos.
De esta unión nace la fuerza que nos liberará
de las desnudas larvas del abismo.”

El humo ascendió perfumándolo todo.
Ahora tome el otro recipiente y esparza con sus dedos la mezcla en todas direcciones.
“El fruto de la tierra, tesoro de los Gnomos,
se alía con el líquido elemento de las Ondinas,
fuerte lazo que hará retroceder
los desencarnados seres que nos amenazan.”

De cada gota surgió una pompa que explotando frente a los invasores, dejaba escapar la fuerza de cien guerreros; y la perfumada columna fue envolviendo unas larvas cada vez más débiles hasta hacerlas desaparecer por dónde habían salido.

Monelle/CRSignes 31/01/07

El lenguaje universal (Serie “Mini cuentos para no dormir”). De Mon

Bill Brandt (3 May 1904 – 20 December 1983)

Allí estaba la poetisa, culo en pompa con las rodillas sobre la alfombra del estudio, abrazada a su Olivetti Lettera46. Parecía cansada, pero su mirada perdida intuía signos de tristeza, reflejaba todas las vicisitudes por las que había pasado estos últimos años.
Me acerque despacio, con sigilo, la habitación estaba helada, María solo vestía un fino camisón que dejaba entrever su curvada espina dorsal. Debía caldear la estancia, unos pocos troncos calentarían el ambiente en pocos minutos.
Su actitud era de ausencia total, como si quisiera hibernar, apenas pestañeó ante mi insistencia. En otra época nuestro fuego pasional hubiese comenzado por desnudar aquella piel, hoy, después de treinta años me preocupaba más su estado que no precisamente su lenguaje corporal, que, por otro lado, aun resultaba ciertamente apetecible.
Mientras el fuego avivaba entre chasquidos producidos por la resina al quemarse, aproveché para buscar una manta, ella permanecía impertérrita, inmóvil, absurdamente tranquila y callada, como si algo o alguien la estuviese arropando.
De pronto oí su voz,
-Hola Andrés, no he sentido tu presencia, creo que me he quedado dormida en esta absurda posición, se me terminó la cinta de doble color de la máquina de escribir y estaba esperando tu regreso para pedirte un favor. ¿Puedes ir a la tienda y traerme una?
-Claro mi amor, no me esperes despierta.

Mon 29/01/2007

La Insensibilidad. De Marola

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

Se empezaba a caldear el ambiente, eran las seis de la tarde y algunos de los presentes no aguantaban el sentir de una buena conversación, eran personas superficiales a las que solo les gustaba hablar de si mismos, de temas banales y que solo ellos creían que sabían conversar. Cuando la conversación hacía referencia a algo que ellos no entendían, empezaba a desnudarse el verdadero carácter y la pompa de su sentido, de su personalidad. Empezaban a hibernar como los osos hacen en invierno, pero estos no lo hacían por su supervivencia, lo hacían simplemente porque no quería entrar en aquel mundo de poetisas, de personas que durante unas horas cambiaban las vicisitudes que soportaban durante toda la semana por compartir esas palabras, por desnudar su corazón, por compartir las emociones, para muchos estupideces sin ningún sentido, que sentían al escribir, al relatar las experiencias de la vida, los sueños, las ilusiones. Por que sin aquellas pequeñas reuniones no había nada, el mundo era como un desierto inmenso en el que no ves el final, no sientes el horizonte, pierdes la fe en la vida, porque sabes que si no encuentras agua vas a morir.
Pero ellos, eran o se creían especiales, únicos, los más inteligentes, era tan grande la insensibilidad que sentían que llegaban a flotar en el ambiente unos estímulos de vanagloria y fanfarronería que al final, los delataba a todos como las personas más infelices de la tierra.

Marola 30/01/2007

Pensando sin ti. De Crayola

Lovers in Bistro Brassaï (pseudonym of Gyula Halász) (9 September 1899–8 July 1984)

Te vi un día construyendo sueños azules. A partir de aquel momento, no hubo un solo día en el que un te amo no saliera de tu boca, no había conocido un solo instante en que tus labios no me regalaran el mejor de tus besos, no sabía lo que era pasar unas horas sin sentir que me pensabas. Pero un día decidiste que habías tenido suficiente de mí. Te conocí el corazón y cada pensamiento que guardabas en él, hoy apenas encuentro un latido que sea mío. Te veo ahora tratando de salvar lo que queda de ti mismo, las vicisitudes en nuestro camino pesan mucho. No te culpo por alejarte así, por querer recuperar lo que tú llamas cordura y razón; es tan solo que te extraño tanto! Me acostumbraste a ti, al intercambio de palabras, a nuestras historias y aventuras; a aquellas frases que caldeaban los ánimos hasta quedar con la sangre hirviente de deseo; llenaste mi vida con un aroma que inventé para ti, aroma a verde y viento. No se que contarle a la luna por las noches. Si le pregunto por ti, oculta su rostro de plata y me deja ahí en la ventana con el alma desnuda. Ya no entro en el disfraz aquel de poetisa; ¿recuerdas cuando te escribía versos? El amor puede ser tan frágil, tan volátil…como esas pompas de jabón que te hacen sonreír cuando las sientes posarse en la punta de tu nariz, y al segundo, revientan frente a ti dejando solo el rastro de lo que fue. Te pregunté si te habías cansado de sentir, solo dijiste que tu corazón se ha ido a hibernar en lo profundo de tu ser, que no quiere sentir mas. Saber tu decisión me estremeció, tuve miedo de sentir aquella soledad una vez mas, tengo miedo de saber que estas allá, pero ya no pensando en mi. Tengo temor de saber que los sueños que inventamos se están deshaciendo lento. ¿Tu crees que nos quede alguno? ¿Tu crees que podremos sentarnos juntos a tejer otros? A veces imagino que son como trozos de algodón que puedes hacer jirones y después juntar otra vez…a veces pienso que solo te he imaginado.

Crayola 30/01/2007

Los elementales. Capítulo treinta y siete: Algo se mueve. De Monelle

A Anna le asustó la actitud de Joan, parecía loco. Les expliqué lo que sabía.
Debemos obrar con precaución –dijo Julien.
Cualquier ruido sobresaltaba a Joan haciéndole gritar, temblaba como el pabilo de una vela, sentí pena por él. Anna había visto a los niños alterados con tanto alarido. Decidimos que lo mejor sería adelantarles el fin de semana en casa de los abuelos. No pasaría nada si perdían un día de clase, y nosotros estaríamos más tranquilos. El viejo había insistido en que no podíamos tomar a la ligera este tema.
Joan abrió aquella puerta, es el único que puede verlos, pero están ahí. Los presiento. Ahora debemos averiguar sus peculiaridades, quienes son, y qué buscan para descubrir el método que nos librará de ellos.
Un escalofrío erizó todo mi cuerpo.
Tened cuidado. Enseguida regreso –dijo Anna antes de salir de casa con los niños.
¡Joan! –El viejo se acercó hasta él –¡Míreme por favor!
Ahí están. ¡Quieren llevarnos con ellos!
No Joan. Tranquilícese. Nosotros somos los que vamos a devolverlos al lugar de dónde salieron.
Pero ¿cómo? ¿Es que no los han visto? Son demasiados... Están aguardando el momento... ¡Ya vienen! –Volvió a gritar.
Está muy afectado y me pone nervioso –dije. –No me atrevo a girarme.
No vaya a ponerse histérico. Le necesito con toda su entereza. Tengo una vaga idea de quienes pueden ser y de qué hacer para enviarlos al infierno de dónde salieron.
Al momento Julien regresaba con un cargamento de velas.
Ricard intente tranquilizarle, le necesitamos también. Quiero confirmar que no me equivoco.
Confiaba en Julien, no era ni tendencioso ni ningún ñiquiñaque, pero todo esto levantaba nuevamente las dudas sobre el verdadero riesgo y las consecuencias de tan osado atrevimiento. ¿Quienes éramos nosotros para pretender dominar las fuerzas naturales?
Joan, ¿cómo son?
¿Qué no les ves? Haz que se vayan. Son amorfos hasta que se transforman en seres tenebrosos, les precede una niebla oscura. ¡Me están mirando! ¡Ayúdame! –Se tapó la cara aterrorizado.
Son larvas. –Julien afirmó. –Ya Wamba, rey de los gnomos, y Metmitz las mencionaron.
¿Qué? –se despertó mi morbosidad.
Estas entidades sin alma buscan dónde alojarse e impiden que se pueda circular en el intermundo. Debemos echarlas antes de que nos dañen.

Monelle/CRSignes 25/01/07

Ensayo sobre el pábilo. De Chajaira

Miradas ©CRSignes2004

Seguro que conocéis a este tipo de hombrecillo impertinente, sí, el pábilo o pabilo, aquel que necesita ser el centro, el que necesita estar rodeado de su propio combustible para atraer a los demás e invitarles, por no decir, obligarles a encender su mecha.
Aunque no puedo decir que sea mala persona, si me ha resultado ser un total ñiquiñaque, ya que, reconozco, haber sido presa de sus artimañas, de esa peculiar forma de ser de niño bueno embaucándote en sus tendenciosas conductas que tratan de absorberte.
Este personaje no nos deja tranquilos en ningún momento: nos escribe cartas halagadoras, nos llama constantemente para saber de nuestra salud, nos comenta todos sus proyectos, está constantemente lamentándose de lo torpe que es… Pero, cuando ya te tiene como un amigo protector, es como si una espesa niebla lo borrara todo de repente y ¡zaz! cuando le necesitas te saca su ego de mecha inflamable (ya te has esmerado en inflar a ese ególatra intentando calmar su quejumbre constante), dándote con la puerta en las narices.
Y por más que conoces a este ser molestoso y chupóptero cual insecto parasitario, un extraño morbo nos atrapa, haciendo de uno y de otro, una especie de simbiosis –aunque está claro, quien se beneficia- de la que no podemos sucumbir.
Así, que si podéis, que ya sé que no pueden, intenten huir del pabilo (ya a estas alturas de confianza le podemos quitar el acento), porque una vez conocido, no podréis libraros de él.

Chajaira 19/01/2007