Categoría: "CONTEMOS CUENTOS 31"

Los elementales. Capítulo cincuenta y ocho. ¿Dónde están? De Monelle

Estuve pensando qué le diría a Joan mientras aguardaba su llegada. Incluso hubo un momento en el que creí verlo, pero debieron de ser las ganas de que estuviera allí, lo que me provocó la confusión. Me pasé el día, móvil en mano, llamando a casa. Y a cada llamada, la misma respuesta, “tranquilo mi vida, el cariz de los acontecimientos sigue igual, no hay peligro. Todo está muy tranquilo.” Todo tranquilo menos yo, estaba ansioso por terminar, tanto, que incluso mi jefe se dio cuenta, y se acercó para increparme. “Por el amor de Dios, esté en lo que hace, que hemos perdido ya dos clientes” Era mentira, pero con ese errante juego pensaba que nos aplicábamos más.
A medio día, debía salir a comer como de costumbre con alguno de los compañeros, pero les dije que me quedaba en la oficina que tenía algún trabajo por terminar, y me dejaron solo.
Todo seguía bien en casa, eso decía Anna. No perdí ni un segundo y me aprendí de pe a pa el conjuro; esta vez esperaba ser yo el que viajara, me sentí mal quedándome en casa, siendo un mero intermediario entre los dos mundos para ni tan siquiera verlo; sí, hablé con el rey, pero no era eso lo que me hubiera gustado hacer.
No esperé a que fuera la hora de terminar, pecaminoso, fiché un par de minutos antes y salí disparado. Anna debía estar también recogiendo a los niños, si me daba prisa, llegaríamos a casa al mismo tiempo.
¡Cariños! –grité.
¡Papá! −Se lanzaron sobre mí, en raras ocasiones nos separábamos durante tanto tiempo −¿Queréis que juguemos a algo?
Síiiii... −gritaron a coro −vamos al patio a jugar a la pelota.
Al entrar eché en falta la presencia de Julien, pues imaginé que con el cariño que le habían tomado a los niños saldría a recibirles.
Papá ¿y Julien?
Venid con mamá y os preparo algo para merendar, y un batido con miel sabor de fresa, mientras, papá va a buscarle. Debe estar durmiendo, ha estado un poco delicadillo pero tranquilos que ya está bien, pensad que es tan mayor como la bisabuela, ¿la recordáis? −los pequeños asintieron.
Niños, salid al patio, que ahora voy yo. Anna...
Dime.
Algo inhóspito ha sucedido, Julien y Seren no están en casa, han desaparecido.

Monelle/CRSignes 22/04/2007

Ausencia. De Crayola

El cariz en tus ojos cambió. Tu mirada se volvió indiferente. Pero no me di cuenta cuando paso. Y los besos se escondieron de los labios, y tampoco me di cuenta. Me ocupé tanto de ti que me olvidé de mí. Por estar pendiente de que me amaras, me olvidé de amarte. Por vigilar tus pasos, me olvidé de acompañarte. Y te até al pie de mi cama sin ver que la que no estaba era yo. Te poseí tanto que me quedé sin nada cuando te fuiste porque me llevaste contigo. Tal vez me pegué a tu piel, o tal vez solo me aferré a tus pies para no dejarte ir. El armario aún guarda tus camisas. Las sábanas aún tienen tu olor y tu humedad. El libro en el buró sigue esperando a que lo abras y lo leas. No sabe que te fuiste y lo dejaste esperando en la misma página. Tu taza sigue en el mismo lugar, todavía tiene un sorbo de café con miel sin sabor. El último que dejaste sin tomar. La casa está llena de ti. De todo lo que se quedó sin terminar. Inhóspita y sola. Las horas van y vienen errantes sin destino. El reloj de la sala se detuvo al momento en que saliste, cree que volverás. Te espera. Yo no te espero, solo te extraño. Todavía no se que hacer con tanto espacio vacío. He buscado en mi cama los restos de tus recuerdos pecaminosos porque me haces necesitarte en el cuerpo, y en el alma, y en mi vida. Pero te fuiste y solo te puedo extrañar.

Crayola 20/04/2007

Mujer rota. De Crayola

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

Las horas pasan tan lentas, tan sobrias y desenfadadas, tan pasmosas, que me irritan, me desesperan, me atormentan. ¿Por qué no sólo pasan y se van? Parecen detenerse frente a mí para burlarse con sus muecas. Les doy la espalda y las escucho reírse de mí, pecaminosas. Murmuran. Y me fastidio el carácter y me sumerjo en mi mar de silencios donde mis pensamientos flotan errantes, a la deriva. Y en la profundidad de ese mar negro escondo mis recuerdos. Esos recuerdos que duelen, que pesan como lastres y siguen aferrados en mi memoria, como tatuados en lo mas hondo de mi ser. Hay días que me levanto y no entiendo para qué. A la misma rutina agobiante. El marido, los hijos, el negocio, la vida sin sabor. Y la tarde llega y cae en otra rutina con el mismo cariz. A veces esperar la noche es un aliento, será porque tal vez mañana sea un buen día para despertar. Que inhóspita me parece esta casa. Los muebles insulsos que cambio una y otra vez de lugar para encontrar eso que busco y que quizás encuentre cambiándolo todo, pero no encuentro nada. Y esos cuadros en la pared descoloridos. Pero si tengo todo, por qué siento que no tengo nada. Estoy rodeada de personas que me aman y entonces, por qué me siento tan sola. ¿Cuándo perdí las sonrisas francas? ¿Cuándo se me fueron los sueños? ¿Y las ilusiones? Ni siquiera las recuerdo. Y que cansado tener que tragarme la angustia, la rabia que me invade, la tristeza que me ahoga. Y seguir adelante contestando una y otra vez que no me pasa nada, cuando en realidad me pasa todo. Me estoy desmoronado lento, quedito y nadie lo nota. Mi alma se a quebrado en cientos de pedazos que fueron a dar debajo de la cama. Temo buscarlos, porque temo no encontrarlos y quedarme incompleta, vacía, rota. Me aterra convertirme en sombra, en nada. Y que nadie me vea, y que nadie me sienta. Y que la miel de mis labios se transforme en hiel. Y que me desvanezca…y…
¿Alguien escuchará mis gritos en el silencio?

Crayola 19/04/2007

Hija de la luna. De Crayola

Montaje, fuente de imágenes Internet

La noche había caído sobre la gran Tenochtitlan cubriendo de sombras los templos y barrios. Los Mexicas corrían presurosos a refugiarse en sus viviendas para evitar mirar el pecaminoso fenómeno del cielo. La noche había traído consigo una inesperada luna llena amarilla, augurio de mala suerte. Los huehues –los viejos- no lo habían advertido en sus tantos estudios astronómicos y se encontraban nerviosos. Un inhóspito silencio reinaba en el imperio Azteca.
En una de las cámaras del Templo Mayor, Zeltzin luchaba con todas sus fuerzas para seguir aguantando dentro de su cuerpo a la criatura que estaba por dar a luz. La Nahoa –partera- llevaba horas impidiendo con infusiones de miel y maíz, que la delicada doncella pariera esa noche.
Zeltzin –flor delicada- era descendiente directa de Metztli –la luna– y quinta esposa del emperador azteca. Era su primer alumbramiento y se esperaba que pariera dentro de una luna más a un varón. Sin embargo, el cariz de su gestación cambió de pronto al comenzar el fenómeno celeste. La luna amarilla era invadida por las penumbras y Zeltzin daba a luz a una criatura prematura.
La habitación del parto estaba cubierta de pétalos de diversas flores y hojas de maíz. Varios sumarios despedían hileras de humos con olor a eucalipto y sabor menta. Zeltzin sentada en cuclillas en medio del cuarto, se sostenía con dolor de una cuerda que pendía de una viga en el techo para poder parir. La Nahoa detrás de ella, recibía entre mantas bordadas a la cría.
El llanto de la criatura rompió el silencio. La partera dio un grito guerrero entre cánticos errantes que indicaba que había nacido una mujer. Cortó el cordón umbilical y lo dio a la nanti –madre– para que lo enterrara junto al fogón como señal de que la niña sería buena para el hogar.
Zeltzin tomó en sus brazos a su hija y acarició su blanco rostro. Vio con asombro que la niña la miraba con unos ojos amarillos como luna llena.
Eres hija de la luna. Tepiltzin – hija privilegiada –Tu nombre será IZEL –única. La madre la besó y murió.
El emperador conoció a su hija tres días después como era costumbre. La pequeña fue llevada ante su padre y los huehues. El Teopixqui –sacerdote– la examinó y vio en sus ojos su destino. La bautizó Princesa Izel y su futuro se escribió en el amoxtli –libro- sagrado.

Crayola 18/04/2007

Águila del sol. De Espantapájaros

Montaje fuente imágenes Internet

Se cuenta una historia que se remonta más allá del tiempo, en la época en que el hombre y la tierra eran solo uno, cuando el espíritu de Ngenechen señoreaba entre los bosques; antes de la llegada de los malvados y pecaminosos dioses de relucientes armaduras. En aquella época existió un pueblo que estaba asentado a orillas del lago Lleu-Lleu y a los pies de la majestuosa cordillera. Ellos se hacían llamar mapuches o gente de la tierra.
Este pueblo estaba gobernado por un poderoso Lonko, el que a su vez tenía una hija llamada Quinturay o esencia de flor, la cual estaba casada con un valiente Toqui o jefe guerrero. Habían pasado muchas lunas desde su matrimonio así que la joven estaba a punto de dar a luz; en su vientre anidaba el futuro jefe, el guerrero que guiaría con cariz y sabiduría a su pueblo hasta el día en que los espíritus de la región de los cielos o wenu mapu lo llamaran a formar parte de la ruka.
Fue así que una madrugada, antes de que el sol clareara el alba y como era costumbre, Quinturay se alejó del poblado. Sola se internó en el inhóspito bosque. Allí, en la oscuridad, entre la espesa bruma y a orillas del lago nació su pequeño hijo; luego de cortar con sus dientes el cordón de vida que los unía, lo hundió en las gélidas aguas para bañarlo. Una vez listo lo arropó con unas mantas y lo elevó al cielo presentándoselo a los espíritus del amanecer, como al killen (la luna), weñelfe (el lucero del alba); y les agradeció susurrándole al recién nacido una dulce melodía. Una melodía con sabor a tierra y a miel de encino. Tras la cordillera comenzaban a asomar tímidamente los primeros rayos del sol que anunciaban el nuevo día, uno de ellos se deslizo entre las copas de los árboles, saltando de rama en rama e iluminando las gotas de rocío hasta que se fue a posar en el rostro del infante, el que abriendo los ojos escrutó el cielo como si buscara algo. En ese preciso momento una errante águila que surcaba el firmamento le llamó la atención y dirigió su vista hacia ella; era un mensaje. Su madre al contemplar la escena comprendió lo que sucedía, los espíritus habían bautizado a su hijo, desde ese día lo llamarían: Antinanco, águila del sol.

Espantapájaros 18/04/2007

No fue bar de mujeres II. De Mon

Conchita avec les marin-Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Isabel miraba al mar con las últimas diapositivas que la vida proyectaba en sus apagadas pupilas. El taconear se cambió por un paso acelerado y pactado con el miedo, su asesino pensaba que había hecho justicia, su cariz era desolador, con la mirada perdida y el rostro desencajado, nunca podría olvidar el extinguir de un corazón encendido por la pasión.
Errante, pecaminoso, podrido por dentro quiso limpiar su espíritu con un par de tragos en la cantina, ese lugar donde el eco de la gramola se confunde con las risas y la mugre que el salitre y el humo del tabaco han dejando en las paredes con el paso del tiempo.
Entra despacio, vigilando cada gesto, en la mente del ladrón de vidas hay un pensamiento, una sensación de miedo, cree que todo el mundo lo sabe, que todos le reconocen, pero no es así. Los pescadores ahogados en su penúltima copa discuten sobre la autoría de una foto vieja que sin marco pende de un fino hilo ennegrecido. Nadie y todos parecen tener razón, es su historia, su bar y su ron y ellos creen estar solos, la vuelta a casa hará brillar la realidad de un hogar, una familia que siempre está esperando y sufriendo, el sabor de una vida quemada por la espera.
El asesino tantea la barra, todavía faltan unos minutos para cerrar y podrá tomar ese sorbo amargado por la hiel que le aprieta la garganta. Nada más despegar el vaso de la madera alguien toca su hombro,
¡Eh, forastero! −balbucea un gordo barbudo. −¿Conoces a la chica de la foto? ¿Es hermosa, eh?
El destino le ha jugado una mala pasada, es Isabel quien posa con alguien que seguramente fue cliente suyo.
No −contesta con voz temblorosa −no se quien es.
Los pescadores advierten un comportamiento extraño, pero sus mentes inhóspitas son incapaces de ir más allá, sus neuronas saborean la miel del licor y no están dispuestos a abrir su círculo a ese desconocido. Al asesino.
Suena a lo lejos la sirena de algún buque mercante, se apagan las luces de la taberna, la noche parece apoderarse de todas sus almas.

Mon 16/04/2007

Imagino. De Espantapájaros

In Paris- Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Imagino una habitación no muy grande, pero confortable. De sus coloridas paredes cuelgan algunas fotografías de familiares, especialmente lejanos, otras de paisajes con verdes montañas y mar…mucho mar. En otra pared hay réplicas de algunos oleos pintados por diferentes artistas como Picasso y Van gogh. También veo una pequeña biblioteca atiborrada de libros; literatura pos moderna y contemporánea, novelas y poemas de infinidades de autores junto a cientos de revistas.
Un gran ventanal mira hacia una calle adoquinada. Afuera hace frío, el cielo esta gris y bajo este cielo gris y por ambos lados de la calzada se elevan frondosos árboles que adornan el entorno de altos y vetustos edificios que le dan un aire de épocas pasadas. Errantes transeúntes la circulan sin destino fijo para quien los observa al pasar. Pero dentro de la habitación, se respira un tibio y suave aroma a incienso, a hierbas secas y miel. Un cariz a melancolía y serenidad invade el entorno, elementos propicios que podrían llevar a cualquiera a cerrar los ojos y por un instante divagar por recónditos parajes; desde castillos encantados de magia y luz hasta los mas inhóspitos y a veces pecaminosos lugares, pero sin perder el rumbo, sabiendo que siempre y al más simple parpadeo se volverá a la calidez de esta habitación.
A un costado del ventanal veo un escritorio, sobre su cubierta algunas figuras de artesanía caribeña que se pierden entre papeles y bocetos, una cámara digital de 6 mega píxeles junto a imágenes de abejas, flores y bichos raros. Pero lo que ocupa gran parte de ese espacio es un ordenador, que más que un computador es una ventana de frío cristal que se abre cálida a nuevos horizontes, a distantes lugares de diferentes culturas y personas.
Imagino, que en la tibieza de esta habitación y sentada frente a esa ventana electrónica, está ella, creando en su mente, sintiendo el sabor de nuevos viajes y nuevas aventuras para sus elementales. Allí la veo, ahí esta Monelle, absorta en sus pensamientos; dibujando en el teclado fascinantes historias y sentada junto a ella esta Crayola, atenta y sin dejar de preguntar a cada momento: -¿que más sigue, y que pasará ahora con los elementales?
Eso imagino.

Espantapájaros 16/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y cinco: Cambio de planes. De Monelle

Duraba demasiado. Buscando el respaldo de Anna, me giré, pero no vi a nadie. Recordé cuando días atrás, Julien desapareció, y Anna, quedó como suspendida entre dos mundos, un cariz inesperado. Mientras tanto, la distorsión de mi entorno, me provocaba cierto mareo; todo se movía, el fuerte viento apagó las velas. Una luz surgía de la grieta en el suelo que extendía desde un extremo a otro del sótano, bajo mis pies. Algo comenzó a tirar de mí, hacia abajo, hasta que me tiró. Una veloz sombra saltó desde la grieta, hasta de perderse en la oscuridad circundante. Para mi sorpresa, la calma regresó de inmediato. No me había movido sitio, y estaba totalmente sólo, o eso creía.
¡Anna! ¡Julien! –grité de forma inhóspita.
No los busques –la voz sonó clara, profunda y con cierto tono nasal.
¿Quién eres? ¿Qué habéis hecho con ellos? –Me alteré.
¿De veras puedo fiarme de él?
Con toda confianza –la melosa voz y los destellos de la ondina me tranquilizaron.
¡Seren! ¿Qué ha sucedido?
¿Te calmarás? Nos asustaste.
Sólo si me aseguráis que no debo preocuparme, y Anna y Julien se encuentran bien.
¡Por supuesto que sí! –afirmó aquella voz extraña.
Al momento su figura menuda y regordeta, asomó. No debía medir más de treinta centímetros. Caminaba con cierto balanceo y de forma un tanto torpe.
Regresarán enseguida. Hemos tenido que actuar así, por seguridad.
Explícate mejor, se suponía que el conjuro era protector, y que yo, como oficiante, debía viajar hasta vuestro mundo. ¿Por qué este pecaminoso cambio?
Ya te lo he dicho, por seguridad.
¡Quiero hablar con vuestro rey!
Ya lo estás haciendo. Mi nombre es Rétur y es un placer conocer a unos humanos tan valientes.
¿Cómo te hemos engañado? –dijo risueña Seren mientras tiraba de mi para indicarme que encendiera algún cirio.
Pero majestad ¿qué sentido tiene esto?
Simplemente el de proteger las instrucciones para el encuentro general. Seren, ya le dirá los pormenores, ha ella le hemos traspasado los datos errantes. Ni tan siquiera hemos querido comprometerles. Las larvas están saboreando nuestra cercanía, y además está el asunto Joan.
¿Joan? –pregunté asombrado.
Sí, deben andar con mucho cuidado. Ese humano, se ha propuesto entregarles a las larvas, le han convencido de que lo que van hacer no es bueno para nadie. No le hagan caso por favor, podría significar el fin de todo.

Monelle/CRSignes 13/04/2007

La misión de Aleezah. De Crayola

Aleezah se levantó con el alba. Después de rezar salió de la pieza donde dormían aún sus cuatro hijos y su esposo Alí y se dirigió a la otra habitación de su pequeña casa para preparar el desayuno. Encendió con cuidado el fogón y puso a calentar agua para el té. Mientras amasaba con harina de trigo y miel los panes que calmarían el hambre de su familia. Con amor y esmero arreglaba la desvencijada mesa de madera. Un raquítico ramo de flores recién cortadas a la orilla del camino llenaba de un fragante aroma la estancia. Al poco rato, uno a uno iban apareciendo los chiquillos dispuesto a devorar de inmediato su comida. Tal vez la única que tendrían durante todo el día. Seis panes y un poco de té era el alimento diario por semanas. A pesar de las limitaciones y la pobreza, Aleezah se sentía feliz de tener una familia unida y amorosa. Pero se sentía dichosa porque había llegado el gran día para todos. Su familia se llenaría de honor y tendrían dinero para no pasar más penurias.
A media mañana, Alí se despidió de su mujer con un beso en la frente y le repitió lo orgulloso que se sentía de ella. Aleezah, besó a cada uno de sus hijos y los vio marcharse por el inhóspito sendero hacia el poblado vecino en busca de trabajo.
Aleezah regresó a su casa. Cambió el cariz del lugar. Dejó su humilde hogar radiante y fresco y se sentó en medio de la estancia a rezar. Rodeada de varitas aromáticas, alejaba de su mente y cuerpo cualquier resto pecaminoso que tuviera.
Una hora después caminaba sin prisa hasta la gran ciudad de Bagdad. Como uno más de tantos caminantes errantes, pasó sin ser advertida por la seguridad de un custodiado edificio federal en el centro de la capital.
Minutos más tarde, Aleezah sentía el sabor de la pólvora en sus labios por tan solo unos segundos. Su cuerpo volaba en mil pedazos entre el humo y el fuego.
La muerte de Aleezah fue condenada por el mundo. Una suicida más. ¡Una terrorista! Esa noche, Alí y sus hijos cenaban cordero, pan, leche endulzada con azúcar y recibían las ofrendas de amigos y familiares por el honor recibido por la misión de Aleezah.

Crayola 13/04/2007

Llanto de carbón. De Espantapájaros

No llores mi niño,
no llores por Dios
que pronto llegará tu padre,
él trabaja bajo un cielo negro,
bajo un cielo de carbón.
Te traerá de la mina
un lulito muy rico
ese que él guardó para ti.
Acurrúcate entre mis brazos
duerme mi niño que pronto tu padre va a venir.

Oye lucho escuchaste esa canción?
De qué canción me hablai gueón? ¡Yo no escucho na`!
Pero ¡si te digo hombre que escuche una canción!
Ya sigue trabajando Alejandro, que luego terminará el turno y aun no tenemos la carga.
Duérmete mi niño
que afuera llueve sin razón,
inundando las callejuelas de tu pueblo
y goteándose esta el techo de la rancha,
es un techo de cartón.
Duérmete mi niño que luego llegará tu padre de la mina
y tengo que prepararle la sopa,
pa` calentar el cuerpo de mi pobre viejo,
viejo errante de la vida…
un hombre del carbón.

Lucho, sigo escuchando una canción, es como si el viento que se colara entre los oscuros túneles trayéndome la voz de mi viejita cuando le canta a mi hijito.
Estai loco, como se te ocurre que vai a escuchar a tu señora aquí. Por estos inhóspitos y oscuros rincones de la tierra ni el diablo se aparece.
Sabi Lucho que cada mañana cuando me despido de mi niño, le doy un tremendo beso y a mi mujer un abrazo fuerte fuerte; tu sabi po`, ¿quien sabe si los volveré a ver?
¡Córtala de una vez gueón..! Te digo que es viento y la lluvia que se escucha.
No te eh contao po` Luchito, cuando le hago cariño a mi hijo me da tanta penita, mira estas manos todas callosas si parece que hasta daño le hago.
Son güevadas tuyas, que le va a doler, acuérdate que él es hombre… un hijo del carbón.
…No será peligroso estar aquí abajo con tanto aguacero, se puede inundar la mina?
¿Qué va ser peligroso? Ya apúrate que falta poco para salir de este pecaminoso infierno al que estamos condenao.
Lucho… escuchai el agua, ¿parece que esta entrando a la mina? ¡Lucho esta custión se esta derrumbando…corre güeón!…¡por Dios amigo correeee!
Duérmete mi niño,
tu que eres un dulce angelito
sabor a campo y helechos
eres tu, la miel de mi amor.
Hijo mío, cariz de mis entrañas,
duérmete quedito
guardando tu mejor sonrisa
pa` cuando llegue tu papito…

Agosto del 2005
El joven pirquinero Alejandro Benítez Sepúlveda (26 años), falleció la noche del miércoles aplastado por un derrumbe producido por un golpe de agua cuando trabajaba en la mina “La Juanita” de Curanilahue. El yacimiento había sido clausurado en septiembre de 2004 por no cumplir con las condiciones de seguridad necesarias.

Espantapájaros 13/03/2007

Las botas del maestro. De Marta

Fuente Internet

El señor Bonifacio era un maestro de la vieja escuela, en tiempos de la inhóspita postguerra española. Vivía sólo en la ruinosa casa que el pueblo le había ofrecido desde el primer día de su llegada, hacía ya cuarenta años. Como era soltero, el pequeño sueldo y los obsequios de los padres de sus alumnos, huevos, leche, harina, miel, le permitían no pasar penalidades.
Tenía la costumbre de, cada año, acercarse a la capital, y renovar completamente su único traje. Como ni se cambiaba ni se lavaba en todo ese año, acudía a unos baños públicos, y hacía la espectacular transición. Tanto la ropa como el calzado lo tiraba a la basura, mutado de repente en un ser limpio y aseado.
Aquel año había entrado a trabajar un nuevo basurero, apodado el “Malcariz”, por su fama de gafe. Hasta entonces había llevado una vida errante pero había decidido instalarse en la gran ciudad. Como le encantaba escarbar siempre entre la inmundicia, encontró las botas del maestro. Comprobó que todavía estaban en buen uso. Miró a su alrededor, no vio moros en la cosa, y con el agradable sabor de lo pecaminoso, tiró sus raídos zapatos, y se las calzó, abrochándose los cordones hasta el tobillo.
A los pocos días murió, una infección gangrenó sus pies, subió hasta los muslos y le paró el corazón.

Marta 13/04/2007

Penumbra. De Crayola

Femme assise, 1964 de Georges Malkine

Cada noche recurro al mismo ritual: pensar en ti antes de dormir. Pero no es tan solo pensarte, sino soñarte, y tratar de sentirte entre mis brazos que abrazan el vacío sin ti. Y me pregunto cada noche si acaso tú dedicaras tan solo un segundo de tus pensamientos en mí. Quiero creer que así es. Necesito creer que es así. Si supieras cuantas veces he imaginado tu silueta entre las sombras que se mueven sigilosas y silentes junto a mi lecho. Y cuantas otras veces he dibujado con mis dedos tu espalda en mis sábanas frías. Les hace falta tu piel. Les hace falta tu olor. Y te invento en mis desvelos. Tu recuerdo no me da tregua, me acedia, me acosa, y mis desvaríos toman un cariz que me convierte en un loco que desespera por tu ausencia. Grito callado tu nombre. Beso resignado la oscura soledad tratando de saborear tus labios de miel. La madrugada me ha sorprendido girando en mi cama de un lado a otro. Sudando. Mi cuerpo se afiebra con pecaminosas ideas con tan solo recordarte. Te deseo tanto que me duele el alma que se aprisiona en mi pecho. Y al final, tan solo me queda esperar el alba en mi inhóspita habitación con la esperanza de que tal vez un nuevo día me lleve a ti. Y tal vez un mañana mi corazón errante dejará de desearte porque te tendré al fin tan cerca que podré tocarte.

Crayola 11/04/2007

Viento divino. De Espantapájaros

−No tengo parientes
Yo hago que la Tierra y el Cielo lo sean.
−No tengo poder divino
Yo hago de la honestidad mi poder divino.
−No tengo poder mágico
Yo hago de mi personalidad mi poder mágico
−No tengo estrategi
a
Yo hago lo correcto en la vida, esa es mi estrategia.
Encerrado en una fría e inhóspita celda y arrodillado frente a un viejo pergamino, el joven Takeshi pasa horas recitando el credo de Bushido, soñando con ser algún día, uno de aquellos errantes y nobles hombres de guerra, un Samurai. Pero él, es apenas un Ashigaru, y eso lo sabe bien. Un pobre campesino, un simple soldado perteneciente a la armada imperial japonesa. Pero aún así cada noche sueña y recuerda con nostalgia a su abuelo Kazuo, cuando sentados junto al río le narraba viejas leyendas de hombres aguerridos y valientes, de la sagrada katana silbando al viento en pos de la justicia, de códigos de honor y magia. Al final de su vida el abuelo le concedió sus más valiosos tesoros: un viejo pergamino, sueños y algunas leyendas.
Las Dai-Nippon Teikoku Kaigun o fuerzas imperiales japonesas, era una de las más poderosas flotas de combate durante la Guerra del Pacífico, especialmente sus fuerzas aéreas, pero estas se veían disminuidas frente al poderío tecnológico de los Estados Unidos. La desesperación del gobierno nipón, los llevó a hacer uso de la más mortal de las Armas: El Giri; honor y obediencia.
A pesar de ser un soldado de menor rango, Takeshi era reconocido por tener un cariz de hombre recto, así que nadie se opuso cuando fue el primero en ofrecer la vida por su emperador en una de las misiones más importantes para Japón.
El Zero japonés se deslizaba a ras de la superficie marina, veloz como una golondrina, silencioso como el viento e invisible para los radares enemigos. Takeshi había encontrado entre el cielo y la tierra lo que por años soñó, ahora sentía el sabor pecaminoso de la muerte deslizándose desde su corazón hasta la punta de los dedos, ahora percibía el suave aroma a miel y a la hierbas que respiraban los honorables guerreros antes de la batalla, al fin conseguía su sueño mas anhelado; ser un verdadero Samurai. Frente a él estaba un poderoso portaviones enemigo. Sin cerrar sus ojos el kamikaze se dejó caer como viento divino sobre la gris máquina de guerra.

Espantapájaros 11/04/2007

Una peculiar vendedora. De Belfas

Hoy recorro errante por los recovecos de un recuerdo cercano, y medito sobre un episodio memorable vivido hace tan sólo unos días. Algo tan simple como visitar una tienda de muebles me dejó un retrato impreso en la retina y un dulce sabor en el cofre de los instantes célebres, a la vez que me permitió retroceder y rebuscar en el baúl de mi niñez.
Era de noche, un frío casi polar atravesaba aquella inhóspita carretera, la búsqueda de los muebles de mi nueva casa me había llevado hasta allí. Entré con la esperanza de encontrar algo de calor, pero fue en vano; una enorme nave repleta de muebles de todo tipo cobijaba un aire gélido que, refugiado y sigiloso, esperaba caer sobre el primer intruso que osase introducirse en ella.
El timbre estaba conectado a la puerta de entrada y advertía de nuevos clientes. En tan sólo unos segundos, de una pequeña sala provista de un calefactor, surgió quien era dama y señora de aquel frío paraíso pero que, impregnado con la dulce miel de su sonrisa y la candidez de su mirada, dotaba de un cariz sugerente aquella estancia; su sola presencia anulaba la perfecta colocación de tan diversos muebles que aguardaban expectantes a que ávidos compradores les trasladasen a un cobijo más cálido donde poder lucir su magnificencia. De no haber ido acompañado estoy seguro que se hubiese cruzado algún pensamiento pecaminoso entre aquellas bonitas alcobas que, con mimo y entusiasmo mostraba Marisa.
Cada sílaba surgida de su boca sonaba a música celestial, era como si un ángel enviado desde el olimpo de los dioses hubiese recalado en aquella mujer y dotado de magia y esplendor aquel cuerpo que, sin ser nada especial, una vez en movimiento se convertía en tren de deseo y fantasía. Momento que aprovechó mi mente para abstraerse con una bonita remembranza de mi niñez, donde Inés, una vecina para la cual yo era la mayor de sus distracciones, me gritaba desde su puerta. Mi madre me liberaba de sus brazos y yo recorría el tramo que nos separaba todo lo rápido que mis todavía débiles piernas me permitían, ella me esperaba agachada y sonriente con los brazos abiertos y yo, como si de un pequeño potro desbocado se tratase, me lanzaba entusiasmado contra su pecho. Inés me sujetaba por las axilas y me lanzaba al aire donde un subidón de alegría invadía mi pequeño y frágil cuerpo.

Belfas 11/04/2007

Palabras para el “contemos cuentos 31”

Para los relatos que nunca deben superar las 400 palabras se seleccionaron las siguientes palabras:

CARIZ

ERRANTE

INHÓSPITO

MIEL

PECAMINOSO

SABOR