Categoría: "Naza"

¡Dame Una Oportunidad! De Naza

Fuente imagen Internet

El hombre ocupaba el único banco que quedaba de pie en aquel pequeño parque. El sol mostraba su falsedad en un día radiante, incapaz de reducir a la nada la escarcha llegada la noche anterior. Respaldado en el banco y con los ojos cerrados recordaba que el día de hoy no se diferenciaría en nada a los otros muchos días transcurridos desde hacía tiempo.

Ese tiempo había ido limando su vida, al igual que el poderoso mar arañaba en cada envite un trozo de acantilado, primero Andrés y fue el más significativo; sencillamente porque fue el primero. Luego le siguieron otros, el grupo fue menguando, eran como disparos intimidatorios alrededor de su vida. Un día le tocó a Laura que se fue sin llegar a decirle cuánto la había querido en sus cuarenta años de vida en común. Manías del Altísimo; el mayor de todos y el único que queda en pie, como el banco que le acoge cada mañana en soledad y que visita aún en el convencimiento de que ninguno de los suyos aparecerá.

¿Qué hubiera cambiado de mi vida? Se decía el hombre que mantenía los ojos cerrados porque le ayudaba a ver la película de su existencia. En aquel cine ficticio sin acomodador ni palomitas de maíz, el hombre hacía balance de todas las oportunidades desaprovechadas imposibles de recuperar.

Dame una nueva vida, dame otra vez quince años y aprovecharé el tiempo —se decía, —trajinaré a la pereza, venceré a la desidia. Esa vida sí que la sabría aprovechar.

Él nunca lo supo, pero tanto rogó al Altísimo que éste accedió a sus deseos, un día al igual que pasó con todos los suyos, incluida su Laura, el hombre desapareció. Nadie habló con él, nadie le dijo que tendría una nueva oportunidad, nadie le ofreció la esperanza de una nueva vida, la ilusión de vivirla tal y como había deseado tantas veces en aquel banco, solamente el Altísimo accedió a su deseo; simplemente se la dio.

Pasó el tiempo, mucho tiempo, tanto tiempo que hasta el hombre del deseo se le olvidó que había vivido dos vidas. Sentado aquella tarde en el último banco que quedaba de pie en aquel parque añoraba a los suyos, en especial a su Laura que, junto a sus amigos de la infancia se fueron muriendo uno a uno hasta dejarlo completamente solo.

Dame una oportunidad —se decía.

Naza 26/12/06

El otro mártir Sebastián. De Naza

Te digo que eso es una blasfemia, un insulto a Dios. ¿Quién le ha dado al hombre la inspiración para plasmar su imagen divina? No, mi desolado amigo, todas las iconografías serán destruidas, sólo vengo a advertírtelo por la amistad que nos une, huye de Constantinopla, regresa a Atenas, a casa de algún pariente y mantente al margen de esta polémica. Los iconólatras, sometidos a corrientes religiosas que llegan de Oriente, cada vez tienen más adeptos y la sangre correrá por Bizancio hasta que logren su objetivo.
¿Y el rey que dice? —Preguntó Sebastián, inquieto.
León III está influenciado por consejeros que le animan a no enemistarse con la dinastía Omeya, si tuviera que tomar partido por ellos o por vosotros, creo que deberías pensar en huir.
Y tú, —insistía Sebastián— compartes ese nuevo pensamiento, ¿verdad?
La arrogancia de Juan II haciéndose pintar junto a la Santísima Virgen y a la misma altura que ella, como si fuera un igual, es un acto ruin que provoca la airada reacción de todos, incluida la mía, pero yo sólo soy un soldado y obedeceré los dictámenes de mi rey.
¿Serías capaz de atentar contra este templo? ¿Entrar con tus tropas y dar el plácet de echar a tu gente de la iglesia de Dios?

Sebastián golpeaba en ese instante la mesa de la sacristía, provocando la caída de numerosos papiros.

¿No te das cuenta de la gravedad del momento, verdad? En Sicilia y en Calabria no sólo se destruyen los iconos religiosos, además sus fieles son perseguidos, encarcelados y pasados a cuchillo en caso de oponer resistencia.
¿Me estás diciendo que emplearías esos métodos contra tu pueblo? Rafael, te conozco desde que naciste, tú perteneces a esta comunidad, te he visto escalar y triunfar en el ejercito, gracias en parte a la gente de aquí, que te ha apoyado y recomendado, has mamado los valores transmitidos por esta Santa Iglesia a la que ahora quieres destruir. ¿Harías eso? ¡Eh!
Por favor Sebastián, huid a Capadocia, allí estaréis a salvo, al menos de momento. No me hagas actuar, te lo ruego.

Sebastián actuó. Tomó la decisión de permanecer en el interior del templo, un templo repleto de fieles que con sus salmodias mitigaban la tensión de lo que se avecinaba, en el exterior una decena de soldados rebeldes custodiaban la iglesia, en la colina, un ejército cumplía las ordenanzas del rey.

Naza 02/10/06

El retrato. De Naza

Tuve que mirar dos veces el rótulo de la calle para cerciorarme de que estaba en la dirección correcta. Calle Nava, esta es, me dije.
Qué distinta podía llegar a ser una calle cuando cierran los comercios. La gente desaparece, el sonido de mis pasos me recordaba que el encanto del bullicio de la mañana se convirtió en inquietud a esas horas de la noche.
¡Qué idiota eres!, me dije. ¿Toda una vida viviendo en internados y va a resultar que te da miedo una calle desierta? No debería empezar con diatribas contra todo lo que fuera nuevo en mi vida
El portal olía a cerrado y el ascensor desvencijado me pareció mucho más viejo que esta mañana. Palpé la barandilla de la escalera y sentí la vejez del edificio en mis manos.
Al abrir la puerta de casa la oscuridad del interior invadió el rellano del ascensor; subió por mis pies y me envolvió llenando mi cuerpo de frío y miedo. Cómo podía cambiar tanto un estudio visto esa misma mañana y que me pareció una autentica ganga que no debía rechazar. El piso reunía todas las ventajas que un soltero como yo desearía. Eso fue lo que hizo me decidiera por esta vivienda, bueno eso y la vecina, una preciosidad en sujetador que esperaba conocer en breve.
Cuando cerré la puerta tras de mí me acerqué a la cocina para ver si disfrutaba de la misma visión y me resultó curioso observar que no había ni una sola luz en el ojo patio. Sólo eran las nueve de la noche.
De las pocas cosas a las que presté atención esa mañana, fueron el pensar cómo podía mantener el hombre de la inmobiliaria el cartel con su nombre sobre su solapa si el alfiler estaba a punto de caerse, y lo segundo y más importante, cómo funcionaba el mando de la televisión.
Uno de esos canales emitía un sobrio mensaje. Una chica repetía de manera insistente “…estarás a salvo mientras no me recuerdes”. Comencé a adormilarme, el cansancio de una dura jornada me pasaba factura. ¿Quienes serán todos esos que aparecen en esa foto encima del aparador? ¿Y esa chica no es...?

Cuando desperté comencé a verlo todo de forma distinta, lo veía todo desde el interior de un retrato encima de un aparador.
Sentada frente al televisor una chica en sujetador nos sonreía a todos los de la foto.

Naza 28/06/06

La aguja de coser. De Naza

¿Somos todos iguales? Rotundamente tengo que decir que no. Si fuese así no estaría ahora encerrado en mi cuarto y con una perpetua que está a punto de caerme encima.

Los padres de Sara están abajo. Han venido a ver a mis padres y a pedirles explicaciones por mi actuación. Yo estoy arrepentido de haber hecho lo que hice. Ahora tengo que documentar mi defensa, es mi última oportunidad para redimirme ante ellos y sobre todo ante mi Sara.

Si algo había en el mundo que me gustara más que todo, eso era estar al lado de mi mejor amiga. Con ella aprendí el concepto de la amistad, indivisibles desde la guardería, nos buscábamos todos los días. Por las mañanas yo me sentaba en el escalón de su portal esperando a que saliera para ir juntos al colegio. Prefería jugar a cosas de niñas en lugar de practicar fútbol con mis compañeros de clase. Soportar las diatribas sobre mi persona fue algo a lo que me acostumbré pronto.

¿Te gustan las verduras? —Me preguntó un día la madre de Sara.
Si señora, me encantan las verduras —le respondí

Aún recuerdo la cara de sorpresa de mi madre ante mi respuesta. Cualquier cosa para estar junto a ella.

Pero un día todo fue distinto. Aquella mañana Sara se plantó frente a mí. Yo estaba sentado en mi escalón y cuando levanté la vista vi que ella ya no era ella. Durante el camino a clase la miraba de refilón. Algo había en ella que la hacía distinta. Ella me sacó de dudas.

¿Te gusta?
El qué.
¿No me notas nada?
Pues no, le respondí.

Entonces ella se paró frente a mí. En su rostro se reflejaba un tenue color rosa y debajo de sus ojos unas leves líneas negras, pero lo más sorprendente fue que su torso ya no era una tierra nava.

¿Llevas sujetador?
—dijo arrebolada de pudor.

Inocente de mí quise palparlo

¡No! — Gritó sobresaltada, —no puedes hacer eso. A partir de hoy todo será diferente.

Y bien distinto que fue. Los gustos comenzaron a separarnos y yo la echaba de menos. Todo por culpa de aquellas pequeñas prominencias que la distanciaron de mí.

¿Porqué llevas ese alfiler tan grande, Pedro?

Mis padres y los de Sara me observaban mientras yo bajaba las escaleras. Tenían todos un aspecto tan sobrio que daba miedo.

Naza 23/06/06

La decisión. De Naza

Aquel teléfono no dejaba de sonar. Aquel autobús no terminaba de llegar. La lluvia seguía mojándolo todo y él quería llegar al zulo donde vivía, finiquitar este día que no tuvo que haber nacido. Se preguntaba el por qué tenía que ser él quién estuviera aún en la calle. Las luces de las viviendas desprendían el calor del hogar que tanto añoraba desde que ella se fue.

El teléfono paraba solo el tiempo necesario para tomar aire y comenzar de nuevo ese sonido monótono e imperturbable. Por la esquina de la calle trece, bajo aquel arco romano, no aparecía aquel maldito autobús. La lluvia ladeada lo tenía calado hasta los huesos. Instintivamente se refugió en el interior de la cabina; por la lluvia, por el ruido, por la curiosidad.

- Jaime ¿cómo estás? —una voz femenina le había identificado.
- Disculpe, esto es un teléfono público. Usted ha llamado a una cabina.
- Lo sé, te estoy viendo y no me he equivocado.

Instintivamente Jaime sacó la cabeza del habitáculo donde se encontraba y ojeó el edificio que tenía enfrente, un lujoso hotel decimonónico, refugio de primeras espadas del toreo, mientras el resto de la cuadrilla mal dormían en pensiones de mala muerte, victimas de las redadas nocturnas de guripas que buscaban entradas a cambio de impunidad.

Las banderas flameaban mecidas por un frío viento, era lo único con vida aquella gélida noche.

Jaime regresó a la cálida cabina.

- ¿Quién eres? —Preguntó sorprendido
- ¿Tan pronto pasa el tiempo para ti, que ya te olvidaste de mí?
- El tiempo para mí se detuvo un día de primavera.
- Lo sé Jaime, aquel primero de junio. Ya me lo has contado otras muchas veces.
- ¿Te decides a subir hoy?
- No puedo, llega mi autobús

El conductor del autobús no vio a nadie en la parada, pero como todas las noches él estaba en el interior de la cabina telefónica. -¿Subirá hoy? El autobús hizo el trayecto de la calle trece despacio, muy despacio. Sólo necesitaba el chofer una señal de aquel tipo y detendría el autobús.

Jaime vio desaparecer el autobús al final de la calle.

- Entonces, ¿subes? —Le preguntó la voz
- Yo, —balbuceó Jaime — no puedo hacerle esto.
- Jaime, ven conmigo, sólo tienes que subir a la azotea del hotel.

Jaime de nuevo sacó la cabeza y miró al negro cielo.

Una joven hacía malabarismo sobre una cornisa resbaladiza.

Naza 14/06/06

El gran golpe. De Naza

Los calamares son "preces". —El Bolo no daba más de sí. Entrecerró los ojos y entreabrió la boca, ese rictus lo tenía desde hacía quince años y así se quedó.
No digas tonterías, los calamares son cetáceos que viven en el mar de Abisinia.

Le respondió el Lalo que sufría dislexia por culpa de aquella tontería suya de aprenderse el contenido de una enciclopedia Álvarez en una noche.

Yo estoy convencido de que cuando demos el gran golpe, tú sabrás elegir la isla donde retirarnos a vivir como auténticos reyes. —Le decía el Bolo mientras apuraba la última calada de su porro.
Ya te digo, le tengo echado el ojo a una isla en la que estaremos como en el paraíso.

El Lalo se sentía halagado por los piropos que su compañero le propinaba todos los días.

¿Y cuando daremos ese palo que nos haga millonarios? —El Bolo no cerraba la boca pero cuando formuló la pregunta su mirada era maléfica.
Mañana, —dijo el Lalo mientras doblaba el periódico y lo ponía sobre la mesa — pero no se lo digas a nadie.
—No tronco, yo controlo. La primera vez que te vi me dije, “este tipo es legal”. Desde entonces no me separo de ti.
Sí, soy un tipo endiabladamente listo. Mañana te lo demostraré. Será un golpe limpio, sólo al alcance de una mente privilegiada como la mía.
¿Y cómo lo haremos?

Preguntaba a ráfagas, parecía una metralleta. El tonto estaba entusiasmado.

Mira el periódico. —El Lalo habló con la soberbia de un autentico malvado. Empleando una misma entonación el Bolo comenzó a decir.
“Vendedor de la ONCE del barrio de Capuchinos da su tercer premio gordo en un año. Los afortunados recibirán seiscientos mil euros cada uno.”… ¿Y? —EL Bolo no entendía.
Está clarísimo, lo secuestraremos y le forzaremos a que nos diga el número que va a salir. Si ha dado tres premios podrá dar un cuarto. —Dijo el jefe con autosuficiencia.
Ya, —respondió el otro, no muy convencido. —Tengo una pregunta, Lalo. ¿Cómo se llama esa isla paradisíaca donde nos iremos con los millones?
Isla Cristina. —Le susurró el capo.
¡Ah!

El Bolo por primera vez en mucho tiempo pudo cerrar la boca de la impresión.

Naza 04/06/06

La película. De Naza

— Hola, perdona el retraso.
— No te preocupes
¿Hace viento ahora?
Uf a ráfagas, es un día raro.
¿Y el niño?
— Se ha quedado con tu madre.
— Estás guapa hoy.
— Gracias es un halago, más viniendo de ti, no te prodigas en piropos últimamente.
¿Quieres pedirte algo?
— Si, ¿tú que tomas?
— Una sin alcohol
— Pídeme una coca cola y ¿nos pedimos un bocata de calamares?
— No, prefiero un pincho de tortilla.
—Ajá. ¿Y qué peli vamos a ver?
— Hay dos que merecen la pena; una española, de Amenábar y una americana, de Tarantino.
— La de Tarantino no me apetece, creo que es un director maléfico.
— Vaya era la que me gustaba, pero me da igual, veremos la otra.
— No verás, a mí me da igual vemos la que tu quieras.
¿No es muy grande ese bocadillo? Luego también querrás palomitas y me las tendré que comer yo.
— Bueno así compartimos algo, que hace tiempo que no compartimos ni la cama.
— No empieces por favor, sabes que estas oposiciones son importantes para mí.
— Yo no empiezo mi amor, sólo te digo lo que nos pasa, que no compartimos nada.
— Tú no dices nada, pero tus miradas lo dicen todo por ti.
¿Mis miradas? ¿Qué le pasa a mis miradas?
— Que me miras con desdén, eso es todo.
— A mi no me hables con palabras extrañas que no me entero. Dime clarito que es lo que quieres decir.
— Déjalo, no quiero discutir.
— No, tú nunca quieres discutir, siempre lanzas la piedra y luego como si no hubiera pasado nada. Eres endiabladamente perverso.
— Ya. Lo que tú quieras.
— Ahora te sumergirás en tu interior y ya no hablarás en toda la noche.
— Te equivocas, hoy si me apetece hablar.
— Vaya una novedad en ti.
— Para qué te pides el pincho si no lo has probado.
— Ahora me lo comeré, déjame en paz, deja de fiscalizarme.
¿Qué yo te fiscalizo? Ja, lo que me quedaba por oír.
— Deja las preces para la iglesia, bonita.
—Te he dicho mil veces que no me llames bonita en ese tono y que las palabras rebuscadas te las guarde para ti.
— La peli está a punto de empezar ¿Nos vamos?
¿De veras que te apetece ir al cine? Creo que me voy a ir a casa, no tengo ganas de ir contigo a ningún sitio.
¿No te comes el bocata? Entonces para qué lo pides.
¡Vete a la mierda!

Naza 28/05/06

El rey de la selva. De Naza

El cielo se pintarrajea de caprichosos tonos pastel, las acacias reciben la visita de los leopardos que guardan las presas en sus gruesas ramas. Las cebras inquietas intentan alejarse de las altas hierbas que esconden los instintos homicidas de los grandes depredadores y una vez más, el atardecer reproduce la escena que se viene repitiendo día tras día desde el inicio de los tiempos.
Con aire mohíno observo a mi madre. Yo deseo salir a jugar, me gusta perseguir gacelas, me divierten sus saltos y sus quiebros, pero ella no está dispuesta a dejarme hacer lo que yo quiera. Hoy me está enseñando a menguar mi cuerpo hasta confundirlo con la tierra, dice que es la mejor táctica para comenzar un rápido ataque.

¿Y cómo tenemos que hacer ese ataque? —Su pregunta casi me coge por sorpresa.
Yo lo sé. —Ya está el impertinente de mi hermano.
Me ha preguntado a mí, tontorrón.

Y entonces comenzamos a pelear y a revolcarnos. Me gusta jugar con mi hermano. Un día, nos dice nuestra madre, seremos los dueños de todo esto. Nadie estará por encima de nosotros. Todo lo que debemos hacer es pasearnos por el amplio espacio de la sabana y orinarnos donde nos plazca. Eso es muy divertido, a mi hermano y a mi nos gusta hacer esas guarrerías y cuando seamos mayores...
No me di cuenta, mi hermano pudo saltar y no lo atraparon por muy poco. Yo sufrí heridas en las patas que me hizo perder mucha sangre y el conocimiento. Cuando desperté me encontraba en una jaula mal oliente sobre un cojín enguatado que me servía de cama. Y ahí sigo, sin saber cuantos tacos tengo.
Un domador presume de ser mi amigo me hace pasar por un aro ardiendo y a cambio me da de comer ese día. Pienso mucho en mi hermano. ¿Qué habrá sido de él? Ojalá sea el rey de ese territorio que íbamos a compartir.
Yo he esperado mucho tiempo que los propios humanos me devolvieran al lugar de donde me secuestraron. Pero los años se suceden, me paso el día entre rejas, mi única satisfacción es lamerme el prepucio; yo, que soñaba con un delicioso harem que me alimentara y me produjera el deleite que alguien como yo se merecía por su condición de rey de la selva.
Esta noche tomaré una decisión. El domador será mi cena.

Naza 18/05/06

La morada. De Naza

Ahí estaba; majestuosa, solitaria, defensora de su espacio, capaz de aliarse con los dioses para preservar su virginidad terrenal. Le pertenecía a Ellos.
Algunas noches veía como figuras luminosas que terminaban en prepucios incandescentes penetraban en ella de forma repetida y placentera. Sólo a Zeus le estaba permitido tocarla, y Él lo sabía. Receloso de su más postrero y preciado tesoro quería defenderla de infidelidades oníricas. Capaz de protegerla de seres indeseables como yo, haría todo lo posible para que fracasara en mi intento de, simplemente mirarla.
Una bruma permanente sobre su cara me recordaba a la hurí de mis sueños. Buscar su imagen en mi mente significaba un cambio de mi estado de ánimo, entonces la jornada más aciaga, de rostros huraños y gestos mohínos se difuminaban en esbozos de sonrisas, miradas de complacencia y deleite de los sentidos.
La espiritualidad de mi amor por ella fue menguando a la par que crecía mi deseo de poseerla. La obsesión se apoderó de mi razón. La mesura dejó paso a una esquizofrenia homicida. O era mía o moriría en el intento de hacerle llegar mi mensaje de amor carnal.
La obcecación me llevó a abandonar el mundo. Estudié cada uno de sus pliegues, de sus curvas. Se convirtió en mi más deseada meretriz de aquel burdel prohibido. Mis amigos me tildaron de excéntrico, los que no me conocían; de desequilibrado. Pero no me importaba, cuando lucho por algo no hay nada más satisfactorio que darlo todo por conseguir lo que deseo.
Ahora que he regresado todos se quieren fotografiar conmigo. Cuando llegué a la cumbre vi un mundo distinto. Allí sobre una poltrona estaba Él. No me dijo nada, sólo tomó con sus manos una porción de nubes y la aguató a modo de cojín.

-Siéntate aquí. Tenías que venir, ¿verdad? Ya no respetáis ni mi última morada. ¿Qué debo hacer contigo, despeñarte? Eso sólo conseguiría atraer a otros fanáticos como tú.

Acaba de nacer una leyenda. No, no eres tú, te anticipo que tu gesta será efímera, por encima de todo prevalecerá la leyenda de todo aquel que suba a esta montaña perderá la lucidez y vivirá ausente viendo mi rostro de por vida.
La ausencia de oxigeno perturbo mi mente. Ese fue el veredicto final. ¡Nadie creyó mi historia!
Hoy he arrancado otra hoja del calendario de taco, de nuevo su rostro aparece en el nuevo día; imperturbable.

Naza 12/05/06

La falsa agencia de viajes De Naza

Cuando la conocí pensé, nunca me podrá tocar la lotería. La suerte difícilmente llama dos veces a la misma puerta. Coincidimos en el aula de estadística, en ese momento forcé la salida de clase para coincidir con ella en el angosto pasillo. Recuerdo que ella se giro, parecía buscar a alguien entre aquella maraña de cabezas, se encontró con mi media sonrisa; ni se inmutó, me esquivó, me ignoró y yo me enamoré más de lo que lo había estado nunca.

¿Cómo hacer para acercarme a ella? Los estudios no parecían importarle en demasía, sus notas la delataban. Era una de esas chicas a las que no le haría falta estudiar, contaba con lo indispensable para triunfar en esta vida; su belleza. La imaginaba en un futuro del brazo de un hombre que le permitiera mirar el mundo con desdén. Debía conseguir ser ese hombre. De momento esa opción no era dable para alguien como yo.

Mi aspecto vulgar tenía una ventaja; el poder estar cerca de todo sin levantar sospechas. Entonces supe de sus fiestas, supe de su amor por los coches deportivos de grandes alerones, y por todo lo que le hiciera sentir esa sensación; el pasar de cero a cien en tan sólo ocho segundos.

Cuando te planteas decisiones en la vida, debes asumir los riesgos que conlleva, y sopesar si el triunfo de lo que busca prevalece por encima de las, llamémosle, incomodidades.

La primera vez que le propuse viajar ella me miró sorprendida. Sólo aquel instrumento me podría acercar a ella. Judith, la chica de grandes ojos negros y piel sensible le pareció mi propuesta una idea excelente; siempre estaba a expensas de que los demás le ofrecieran su dosis de vida.
Me entregué a ella, me dejé sumergir en ese infierno cálido; no necesitaba nada más. La fantasía que rondaba en mi mente desde que la vi se hizo realidad en aquel sótano al que llamamos el algoritmo, un juego de palabras; un local cedido por la rectora de la universidad en su deseo de que sirviera de punto de encuentro entre estudiantes, y que se convirtió en un tugurio clandestino de disfrute de todo lo prohibido.

Desde entonces me convertí en su mecenas y ella en mi protegida, cuando todos me dieron la espalda los dos nos convertimos en esclavos de esa falsa agencia de viajes que se llama heroína.

Naza 01/05/06

La revelación. De Naza

Mamá, no quiero dormir en esa habitación, déjame dormir aquí contigo.
No hijo. —La madre no quería concesiones.
Por favor. —Repetía entre mimos y pucheros
No seas bebé. Vete a dormir a tu cuarto.
Ese no es mi cuarto, -protestó
Quiero hacer pis. —El niño buscó una nueva estrategia.
Ahí tienes el orinal. Y deja de molestar. Vas a despertar a todos.
Mami, es que tengo miedo.
¿Miedo, a qué tienes miedo?
A los hombres del cuadro.
Pero...Si es Jesús y los apóstoles en la última cena. Jesús te protegerá siempre, no debes tener miedo.
Pero le brillan los ojos en la tiniebla.
¿En la tiniebla? ¿Quién te ha enseñado a ti esa palabra? ¿Lo ves? Eres un fantasioso y sólo tienes cincos años. Vaya elemento estás hecho.
Mañana quitamos el cuadro y ya me voy a dormir. ¿Vale? —El pequeño jugaba sus últimas bazas.
Sabes que no podemos quitar ese cuadro, tu abuela es muy devota de la Santa Cena, y estamos en su casa, se molestaría si hiciéramos eso. Estás temblando hijo, vete a dormir, estás acabando con mi paciencia.
No puedo mamá, además de brillarles los ojos todos me miran. —Aducía entre sollozos.
No insistas niño, te he dicho que hoy no dormirás en mi cama. Y deja de inventarte historias. Hoy no cederé.
Mamá, —el niño compungido llamó a la madre— es que además de mirarme, me hablan.
¿Te hablan? ¿Y que te dicen? —La mujer se sorprendía de la capacidad por inventar de su hijo.
Hay uno de los que no tiene barba, ese hombre llora y me dice; ¡no he sido yo! tienes que saberlo antes de que te engañen.

Esa frase confundió a la mujer. ¿Cómo podía tener su hijo tanta inventiva?

¿Y dices que te habla uno de los del cuadro? ¿Si vamos a tu habitación me dirás quién es?
Si, pero no es mi habitación. —respondió el niño.

Sobre una pared hecha a base de mortero, encalada hasta el suelo, un cuadro se sostenía gracias a una alcayata también blanqueada.
Cuando la madre pellizco el interruptor los ojos dejaron de brillar.

Señálame quién es el que te habla.
Éste mamá. —Con su pequeño dedo índice el niño señaló a Judas.
¡Jesús! —dijo la madre sobresaltada.

Un niño dormía feliz, tenía su pequeño brazo echado sobre el vientre de su madre y sonreía.

Naza 22/04/06

La trinchera. De Naza

Aquella noche confidencialmente me lo comunicaron. “Cabo, prepare a sus hombres, al amanecer avanzaremos definitivamente”. Y Casi lo preferí. Tres meses en esa asquerosa, pestilente y húmeda trinchera me daba razones más que suficientes para agradecer el final de aquella locura, donde los cascos de los muertos eran usados como orinales, para recordarnos que una vez fuimos seres civilizados. Luego los lanzábamos al enemigo en la confianza de hacer blanco.

Tres meses de nerviosismo que llegaba a la desesperación cuando la noche cubría el páramo y la niebla nos convertía en seres invisibles. Y a ellos también. Nos acostumbramos a casi todo. El fuego de mortero, silbaba sobre nuestras cabezas. Los de la trinchera arreglábamos nuestros asuntos a escopetazos y cuando la tregua no pactada llegaba, los insultos sustituían a las balas.

A pesar del tiempo transcurrido éramos incapaces de ponerle rostro al enemigo, pero eso no impidió ponerle un nombre. A partir de aquel día todos los alemanes se llamaron Gunter Smidt.
Una noche en un intercambio de insultos antes de retirarnos a descansar, desde el otro lado de la trinchera nos llegó un mensaje muy claro. “Gabachos vais a morir todos, lo juro como me llamo Gunter Smidt”. Ese fue su error, ponerle un nombre al enemigo.

A partir de ese día todos nuestros insultos tenían el mismo nombre.

Gunter Smidt. ¡Que bien folla tu madre! —Le decíamos en un perfecto alemán, aprendido para aquellas frases.
Gunter Smidt estamos con tu hermana, no puede saludarte porque tiene la boca ocupada. —Las risas acompañaban aquellos mensajes.

No debimos insultarle.

A partir de una noche cualquiera. Cuando el tedio se apoderaba de nosotros y la tiniebla cubría el páramo, un grito rompía el silencio. Con la llegada de la temida y odiada niebla, sabíamos de antemano que esa noche sería una noche trágica. Los guardianes se comunicaban con señas, como si fueran mimos y siempre, ojo avizor. Gritos, carreras y el desenlace. “Mi cabo han asesinado otro centinela”. Algunas noches, cuando la niebla lo invadía todo, de nuevo el aullido y luego la muerte. De esa guisa los mejores elementos de mi unidad abandonaban la guerra sin posibilidad de detener al asesino.

¿Otro francés muerto? —Reían desde el bando enemigo.
Recordad el nombre de quien os va a matar uno a uno. Mi nombre es Gunter Smidt y todos seréis devotos forzosos de mi cuchillo.

Naza 14/04/06

Malditos paparazzis. De Naza

A veces mi amor, las cosas no son lo que parece, por mucho que las pruebas así lo evidencien. Intentaré en esta carta explicar lo que ocurrió, tan lejos y distinto a lo que te mostraron. Sé que es la última oportunidad que tengo para llegar hasta ti, así que deseo me des la posibilidad de explicarme y que tu corazón me sepa comprender.

Como te dije en su momento la finalización del proyecto me llevaría trabajar hasta tarde en la oficina. Hay un trabajo de documentación que cumplir, y nadie mejor que Cristina, mi secretaria para que lo ejecutara.

La jornada avanzó hasta llegar la noche, le pregunté a mi secretaria si deseaba continuar o prefería seguir al día siguiente. Ella me dijo que haría lo que yo decidiera. Lo menos que pude hacer era invitarla a cenar.

En el restaurante del Mirador siempre tienen una mesa reservada para los compromisos, por eso decidí acudir a ese lugar.

El proyecto es de vital importancia para nosotros, una estrategia empresarial consiste en agasajar a la mujer del alcalde, su ayuda nos podría beneficiar. Le enseñaba a Cristina la pulsera de diamantes y quería ver como quedaba en la muñeca de una mujer. Esa foto no corresponde a una realidad, es mal intencionada y dañina, carente de veracidad. Mi candidez no me llevó a pensar que un fotógrafo mercenario, carente de alma presentara esa foto como un flirteo con mi secretaria.

De vuelta al despacho y en un momento determinado sentí un golpe seco; Cristina se había desmayado. No sabía donde acudir; ¡estábamos solos! Nunca hice cursos de primeros auxilios, así que la llevé hasta el sofá, del secreter saqué un abanico para ver si así recuperaba la conciencia. Como no dejaba de sudar le desabroché la blusa. Cristina seguía aletargada. Entonces pensé en el boca a boca que tanto éxito tiene en las películas. Lo que tampoco podía imaginar, era que el mismo fotógrafo, con su ballesta en la mano clavara sus flechas en forma de fotos en una imagen que para nada corresponde a la realidad. A mí mi amor que como sabes soy totalmente asexuado.

Eso fue lo que sucedió. Créeme por favor. Yo me pongo en tu lugar, pero esas fotos no se corresponden a la realidad, de verdad. Todo es un manipulación de la prensa.

Naza 09/04/06

La cruzada de los niños. De Naza

-¡Esto es una barbaridad!¿Nos hemos vuelto todos locos?¡Mira hija!

Desde el mirador de palacio, un padre contemplaba junto a su hija como una fila interminable de desarrapados avanzaban camino del poblado.

-¿Dónde van esos niños, padre?
-¿Ves a ese hombre que camina de un lado para otro y no deja de mover los brazos? Pues ese individuo cree que la pureza de esas almas cándidas le abrirá las puertas de Jerusalén. Está convencido que llegará a la ciudad santa y le pedirá a los sarracenos que le entreguen el Santo Sepulcro porque ha tenido una visión.
-¿Y qué les sucederá a esos niños?
-No les ocurrirá nada, alguien convencerá a ese iluminado de que su proyecto carece de lógica. Ojalá Urbano consiga hacerle cambiar de idea. Ahora lo importante es suministrar a esos infelices alimentos y abrirles las caballerizas para que pasen allí la noche. ¿Me ayudas Silvana?

La niña retiró de su secreter una medalla y acompañó a su padre.
Al atardecer el Conde Giaccomo Nacino y su hija Silvana, escoltados por soldados armados con ballestas se adentraron en los establos. Decenas de personas; niños y ancianos en su mayoría, ocupaban un suelo cubierto de paja sobre el que extendieron esteras de esparto. La miseria parecía ajena a ellos. Sus cánticos y loas a Dios resonaban en el recinto.

-Vigila a mi hija. -Un soldado acompañaba a la niña, que se mezcló con el resto de niños. Su ropa le delataba.

Silvana observaba con ojos extraños todo aquello que le rodeaba. Los otros niños detenían sus juegos y sus risas al paso de la niña. Todos la miraban pero sólo uno se atrevió a hablarle.

-Cuando lleguemos a la tierra de los sarracenos, no te separes de mí, yo te salvaré.
-¿Tú, pero si eres un niño. Con qué armas me defenderás de los infieles?
-Pedro el Ermitaño dice, que entraremos en Jerusalén gracias a nuestros cantos. Y que un ejercito de ángeles velará por nosotros.
-Entonces no me salvarás, lo harán los ángeles. -La niña sonreía.

Al niño no le quedó otro argumento que sacar la lengua en tono burlón.

-¿Cómo te llamas, soldado? -Preguntó Silvana.
-Luigi, contestó el niño.
-Toma Luigi, si alguna vez decides volver a estas tierras, muestra esta medalla, es un salvoconducto.

A la mañana siguiente, un ejercito de harapientos guiados por un hombre asexuado caminaban hacia un fatal destino.

Naza 09/04/06

La petición. De Naza

Hace diez años que abandoné esta ciudad con el propósito de no regresar nunca más. Diez años después me hallo en el interior de un autobús que, en otro tiempo tanto había utilizado para verla a ella.

Yo la conocí el último, pero me situé el primero en su corazón. Aquello fue un amor a primera vista, ella era muy enamoradiza, y el primer puesto era difícil de mantener. Pero ahí estábamos, polivalentes, pujando por ella tanto Fernando como yo

Los dos admitimos ser rivales dignos y luchar por ella en buena lid, lo que no aceptábamos era incursiones externas de terceras personas, o para ser más exactos de otros pretendientes.

La protegíamos y a ella le satisfacía y los años pasaron, dejamos la adolescencia y tuvo que decidir; tenía edad de elegir y como el lector es sabio enseguida sabrá la decisión de ella. Fue en un bar donde una pareja de enamorados firmaba una alianza de futuro con un beso que no me apeteció presenciar.

Recuerdo aquella tarde, Fernando no había llegado, los dos paseábamos por una calle encajonada entre paredes encaladas hasta el suelo, macetas con geranios reventones colgaban de los laterales y el suelo irregularmente embaldosado. Ella estaba silenciosa, caminamos hasta el estanque, allí los peces hacían lo que sabían hacer a la perfección; nadar. A mi me gustaba hacerla reír, siempre que acudíamos al estanque intentaba adivinar qué peces eran aquellos. Recuerdo que dije; -japutas, algo tan gracioso, al menos para mi, y no conseguí arrancar una sonrisa de su rostro. Me senté en el borde del pilón mientras ella se alejaba. No hablamos en lo que duró la tarde, pero me lo dijo todo con su mirada. Arranqué una rama hasta dejarla sólo con el pezón, la misma rama que hoy porto en la solapa de mi chaqueta.

A partir de ahí abandoné la ciudad. La versión oficial fue una oferta de empleo que no podía rechazar, la otra; un corazón roto por la mitad que necesitaba soldarse lejos de ella.

Estructuré mi vida para que no se notara que mi insomnio era perenne y que la necesitaba a pesar del tiempo transcurrido.

Hace una semana me llamó, me dijo –necesito verte, por favor.

Sólo tenía que pedirlo.

Naza 18/03/06