Categoría: "Fledermaus"

En la ventana. De Fledermaus

Se encendieron las farolas. Con aquel temblor tenue, de un pensamiento que tantea la posibilidad de no encenderse. El cielo plomizo pareció ensombrecerse entonces.
A través de la ventana, el suave tiritar de las hojas de los árboles desprendían las cosquillas de una película muda. Sabía del frío del exterior. Veía los charcos y el barro tatuado, por el pasar de los neumáticos.
El prado estaba empapado; la lluvia se había quedado durante todo el día. La habitación y toda ella estaban impregnadas de una voz que ya no existía…

¿Cuál era su humor? ¿Se había dejado vencer por él, o lo había provocado? Si le hubieran preguntado cómo se encontraba, no habría sabido qué responder. Era un alma ubicua de sentimientos. Y confabulaba con su paz mientras afilaba sus reproches; y sentía la piedad por el caracol que trepaba en el cristal, y se regodeaba en el desprecio de ver a su vecina lamentarse ante la colada, que debería ser lavada y puesta a secar de nuevo.

El cristal helaba las yemas de sus dedos. Caía la noche despacio, como una niebla espesa. En silencio y sin pausa, en una invasión sutil de una guerra ya perdida.

En el fondo de su alma deseaba encontrarse en París, en una recóndita plaza sin nombre, en otoño de un año recordado con nostalgia. En realidad no. E imaginaba el sueño que en el fondo de su ser, no deseaba.

Pronto ya no habría nada que ver por la ventana. Los latidos del corazón lacerado, eran imperceptibles a su consciencia, y sin embargo, vivía. Y era feliz. Sentía vergüenza ante aquella posibilidad y corría a envolverse en los males del mundo. Sufrimientos que no conocía. Enfermedades que no padecía. Horrores que no viviría. ¿A qué esa locura?

Una voz, tan siquiera eso ya. Como quedarse clavada en el muelle esperando un barco hundido. Esperando ¿qué al fin? Si la vida desgranada le caía despacio de los cabellos y de los vestidos.

Se apagó el mundo y pareció entonces que siempre había sido así de oscuro. Ya no había nada que ver.

Fledermaus 15/10/06

Otra vez, lo mismo. De Fledermaus

Al despertar, a la hora marcada y sin posibilidad de eludirla, la mente del ser se presenta en un estado de árido terreno desolado. Propicio para pensamientos propios. Se procede a inyectarle de inmediato una dosis de felicidad leve. “Otro día, otra magnifica oportunidad de aprender.”
El ser es aseado y se le conduce al comedor, con los demás, donde se procede a su alimentación. Cada cual tiene su lugar asignado. Los compañeros de mesa no importan. No existen parientes ni amigos. Cada ser, es derivado del original, y hereda de sus semejantes de nivel superior algunas leves mejoras. Modificaciones genéticas para evitar la deformación por abuso de los mismos patrones originales. Fue consejo de los antiguos, que contó con el plácet del gobierno, que así se procediera: a cada generación, pues, se le añade una pequeña mejora que permiten retirar los especimenes antiguos con rapidez y efectividad. Todo un logro para evitar la superpoblación que antaño propició el agotamiento del planeta y su hecatombe.

El progreso desmesurado, el alarde de inspiración tecnológico, resultó ruin para nuestros ancestros, puesto que no vino acompañado de un progreso de su humanidad. Fueron bestias, egocéntricas e hipócritas. Impotentes para aprender y descubrir la propia soga que se anudaban al cuello. No hubo escalo en su alma, al contrario, se desplomó hacía la insensibilidad y la deshumanización a medida que los chismes fueron más feroces, más pequeños y más mortíferos.

Sí, hubo en otras épocas grandes cerebros, seres que hicieron progresar a sus semejantes, pero... ¿Cuántos soldados por cada poeta? ¿Cuántos dictadores por cada genio?

Tras el alimento, el conocimiento. Conocimiento forzado hasta el anochecer. Luego al ser se le asea y se le retira al descanso. Una inyección de felicidad leve le permite tener sueños recursivos. Y así día tras día: su condena es conocimiento perpetuo. Se aprisionan sus cuerpos y se cultivan sus cerebros. Quizás no destaque ni uno sólo, pero sumándolos todos, su riqueza nos elevará por encima de las nubes.

Y así derrotaremos a las naciones rivales. Esta vez sí, que tenemos el arma definitiva.

Fledermaus 07/10/06

UHM… De Fledermaus

Ya se ha escrito demasiado acerca de la inspiración. Y sin embargo, cualquiera que haya juntado palabras con asiduidad, recurre a ello como tema de algún texto. Los más desolados, aquellos cuyo arte les sacude la vida desde lo más profundo, suelen darle cuerpo femenino. Son románticos, amantes del sufrimiento que no sólo aspiran al logro artístico, sino que encima, se imaginan conquistando a la caprichosa dama para sí. Otros, más llanos en su imaginación, le hablan —le gritan, le exigen, y le suplican— como a un pariente incómodo que aparece cuando no le podemos atender, y que cuando le necesitamos, nos ignora.
Es bastante ruin dar entidad a un estado. Es querer liberarnos de una parte de nosotros mismos, una parte que nos disgusta. Es más fácil darle la culpa a otra cosa.
Buscar el plácet de la inspiración, como quien alza las velas y espera el viento a favor, es un error. Pues de allá fuera no aparecerá nada. Es dentro de nosotros que hay todo un universo de tornados, vendavales y resoplidos. No vendrá nadie a escribir lo que tú sientes la necesidad de escribir: o lo escribes o se quedará sin saber.
Hay que arremangarse la camisa, agarrar el pico y hacerse un escalo en las entrañas, y ver qué palpita ahí. Lo más individual es, al fin y al cabo, lo más universal. Escribir lo que los demás quieren oír es hacer su trabajo sin decir nada. Intentar conocerse a uno mismo, ayuda a captar a los demás. Y escribir ayuda a descubrirse, a liberarse de las pautas culturales marcadas desde el nacimiento.
¿Por qué esta obsesión por la inspiración? ¿Por algo que, en todo caso, sólo es el 10% de la tarea de escribir? Sí, una décima parte. El resto es pura transpiración: aplicarse, currar, sudar…

Fledermaus 07/10/06

La habitación de los clavos. De Fledermaus

Notaba las sacudidas del corazón en el pecho y en la garganta. Como oleadas de un océano enfurecido. Y la boca seca, y una necesidad de ir al baño que podía devenir en vital. Eran las doce del mediodía. Estaba en la que fue mi casa. En la que fue mi habitación. Algo había arrancado el papel de la pared, en una esquina, abajo, a la izquierda de la ventana. Alguien había estado clavando clavos en esa esquina hasta la extenuación. Clavos. Viejos, oxidados, casi negros. Clavados en la pared, en la esquina. Decenas. Centenares, puede que mil. Estaba lúcido, no soñaba, y oía el murmullo de la calle.
¿Qué ser ofuscado podía haber hecho aquello? Ni rastro de puertas o ventanas forzadas. Sólo la llamada hacía unos días de una vecina. “Se oyen ruidos en su casa”. Ruidos. Esperaba encontrar polvo, moho, hasta musgo. Había esperado encontrar una estantería caída, una mesa rota por el peso de artilugios abandonados encima, y encontré clavos clavados en una esquina de mi habitación.
Y ante los clavos, en el suelo de la que fue mi habitación, una silueta. Humana. No era algo pintado, era rugoso, algo pegajoso que se había quedado seco.
Intentaba evitar extrapolar una hipótesis, porque la idea que acudía a mi mente era que alguien había sido quemado allí.

Fledermaus 22/09/06

Al Otro Lado Del Mar. De Fledermaus

El verano había acabado. Estaba en la playa, hacía viento y no había ni rastro de bañistas. A lo lejos, una mujer lanzaba una pelota a sus perros. El viento era fresco, caía la noche, y entonces sería frío. No había nadie más. Las manos en los bolsillos le olían a un falso limón. El del lavaplatos perfumado. Un aroma que devenía asfixiante. Lo sentía corrosivo, más que el zumo de limón porqué esto no era limón, era algo químico. Y lo químico nunca le había parecido sano. Quizás extrapolaba una mala experiencia.
Ahora estaba tranquilo. No quería mirar atrás, el restaurante donde había pasado el verano trabajando quedaba a su espalda. Literalmente no quería mirar atrás. Contemplaba el mar, aquél era el único mar que conocía. Si bien todos los mares son el mismo océano, y todos el mismo charco de agua.
Aquellas jornadas entre columnas de platos sucios le había ofuscado. ¿Por qué tenía que pasarse el verano trabajando en aquello? Y oía las risas de los turistas maleducados, y quejicas. Les odiaba y hundía los platos en el agua como si fueran sus cabezas. Y uno, y otro, y llegaba a echarse en la cama, extenuado, con unas ganas enormes de llorar. El dinero no lo era todo. Pero era lo único que no tenía. Y todo consistía en aguantar.
Había venido por ese mar. Había arriesgado su vida, agarrado a la barcucha como musgo a la roca.
¿De qué le servían sus estudios aquí? ¿Y su experiencia de más de siete años como profesor?

Había esperado al patrón en la calle, al Sol. Llegó y le echó un vistazo. Lo mandó a la cocina, a lavar platos. ¿Era el trabajo que nadie quería?
Pronto escuchó y oyó cosas. La conclusión, de una lucidez alumbradora, le clarificó que la vieja Europa estaba incomoda que sus manos tocaran la comida. Sus manos, parecía, eran para los desechos, y aún así, la cocina no tenía ventanas y nadie le podía ver.

El mar le calmaba. El verano había acabado. Había transcurrido como el agua del grifo, días insípidos y fugaces. Y cada uno de ellos, le fue horrible, y ahora formaban, todos, una masa uniforme que le pesaba en el pecho. ¿Por qué?
Europa le había engañado.

Fledermaus 12/09/06

La idea. De Fledermaus

Anoche tuve una idea genial para un libro.
¿De qué iba?
No consigo recordarlo. Llevo desde la mañana con este propósito. Mira, traigo un bloc de notas por si logro hacer memoria.
¿Y no recuerdas nada?
Soñé con una estructura muy bien encajada que podía dar pie a una novela. Era todo un gran complot, pero teniendo el esquema, podría desarrollarla. Lo sé. Veía los capítulos tan claros,…
Deberías dormir con el bloc en la mesita de noche, y anotar la idea como un bólido justo al despertar. Yo recuerdo los sueños justo al abrir los ojos, luego, a la que me muevo o me levanto, se esfuman.
Ojalá fuera así. Yo al despertar tengo el cerebro aséptico. Pero en seguida me asaltan las tareas del día, como en una agenda… pero del sueño nada, ni rastro… Lo vi tan claro, cada capítulo daba pie al siguiente, en una estructura encadenada, perfecta y precisa como el cuerpo humano con sus músculos y sus nervios, un equilibro anatómico perfecto.

Al día siguiente.
Ayer no te hice caso. Maldita sea. Lo del bloc.
¿Has vuelto a tener una idea genial?
He vuelto a tener la misma. He soñado ese esquema, y esta vez todo estaba aún más claro, veía hasta frases. ¡Cielos, qué frases!
Esto empieza a parecer una de esas fábulas griegas, el escritor que no lograba escribir su idea. Y cada noche se le repetía, como el mito de Prometeo y…
Voy a mudar mis hábitos: iré a dormir temprano, así esta noche, me despertaré en el sueño y lo anotaré de un tirón, todo lo que pueda.

Al día siguiente.
Hombre, qué tal, ¿lograste...?
Lo que escribí anoche.

Me entregó una pequeña hoja de bloc, doblada por la mitad. La desplegué y leí el gran esquema de la novela que iba a escribir.
En la hoja sólo había escrito:
“Chica conoce a un chico”

Fledermaus 09/09/2006

Ante el espejo. De Fledermaus

Estoy meditando seriamente la posibilidad de mudar de cuerpo. Y no me apetece esperar a morir y reencarnarme. ¿No son parte de un complot los que creen en tales cosas? ¿No son tan creyentes en su fe como aquellos de los paraísos y los infiernos?
¿No son los dioses soluciones fáciles a cuestiones complejas?
Fundaré mi propia fe. Escribiré con mi puño y letra el mito de un héroe, que con el propósito de escapar a sus temores, cambió de cuerpo. ¿Cambiaré yo, si cambio de cuerpo? o ¿uno es siempre el mismo tenga el cuerpo que tenga? ¿Trasladar el alma a otro cuerpo modifica el alma?
En mi ilusión, quiero creer que sí, ¿acaso no influye la carcasa en la velocidad de un bólido?
Dejaré de ser yo, pero seguiré siéndolo.

Siendo un saco de nervios me adentraré en un quirófano con profesionales asépticos y modificaré mí forma de ser. Seré el vivo ejemplo de una moda muerta. He pedido ya un nuevo cerebro, uno que no me haga pensar en estas cosas, y pueda obsesionarme por las banalidades de la vida, y así disgustarme de nuevo con mi cuerpo, y acceder a venderlo, para obtener otro más acorde con los cánones del instante. Y olvidarme de vivir y malgastar mi única existencia en una espiral de obsesión por la apariencia.

Todo sería más fácil si Dios tuviera un cuerpo, un molde físico al que copiar, y no tuviéramos que divinizar dioses con cuerpo y sin alma a los que admirar, mientras la realidad se desmorona ante el silencio y la indiferencia de esa Fuerza, que en teoría lo iluminó todo.

Fledermaus 01/09/2006

De vacaciones. De Fledermaus

Lo primero que hacíamos al volver a clase con los estuches nuevos y los libros de texto que olían tan bien, era escribir una redacción acerca de las vacaciones. Por suerte aún guardo algunas, y releerlas me atrapa.
Observar hoy las prioridades de aquellos días, las hazañas y los motivos de los terribles enfados, me sumen en un estado nostálgico, agridulce.

Antaño no me agradaba madrugar como hago ahora; entonces tenía todo el tiempo del mundo.
Volver a casa con la camisa que me había regalado la tía hecha jirones era motivo de un juicio familiar muy serio. Era, y es, tan sólo ropa. Y la tía siempre tuvo un pésimo gusto para escoger ropa. ¡Me sigo defendiendo!

De aquellas vacaciones de verano, que en Junio parecían no tener fin pero que tan rápido pasaban, recuerdo que nos reuníamos en el zaguán de casa un colectivo malhechor de vástagos del barrio. Una tribu de malandrines que en verano se veía nutrido por peligrosos especimenes de más allá de las fronteras. Había un par de mellizas, “las suecas”, que en realidad eran de Córcega. E Ibrahim, que se hacía llamar “Amunike” por uno que jugaba en el Barça y que era casi tan malo como él, y también era negro. Y uno que llamábamos “Artapalo”, que nos sonaba muy a pirata, porqué el chico era un poco cojo.
Recuerdo y sonrío. ¿Qué habrá sido de toda esa gente?

Cuando en uno de esos veranos, me duele no recordar el año con exactitud, falleció mi abuelo paterno, mi familia optó por suavizar el asunto y decirme que, simplemente, se había ido de vacaciones.
En las peregrinaciones dominicales al cementerio, a no hacer nada divertido allí, siempre me pregunté por qué toda aquella gente que estaba ausente no ponían un cartel que lo dejase claro, como el de las tiendas: DE VACACIONES. En lugar de esos epitafios aburridos acerca de la gloria de Dios y otras mentiras como listados de familiares que les querían -pero que, a diferencia de nosotros, no estaban nunca allí, ni iban a cambiarles las flores secas, ni a limpiar esas ventanitas detrás de las cuales no había más que nombres, cifras y una fotografía de un rostro, como de muerto.

Como de muerto, leo. Lo escribí en una redacción que hoy me asombra.

Fledermaus 23/08/06

Antonio García Sánchez, muerto. De Fledermaus

Bu bostezó con la libertad que se hace a los cinco años. La tía Lola le pellizcó en el hombro.
- ¡Ay!
- A callar.
El colectivo de negras figuras reunidas alrededor del féretro de Antonio, despertó de su murmullo aletargado con el grito del chico. Lo miraron sintiendo verdadera pena por el ahora huérfano. Era la segunda vez en la vida que a Bu, como le llamaban los familiares, le tocaba madrugar. La primera vez ocurrió cuando su madre se fue hacía abajo. Ahora era el padre quien había reunido en el zaguán de la destartalada casa, a los vecinos y familiares. ¡Y qué extraño era verle con el traje! Le vistieron con el único que tenía, el de la boda. Y era la segunda ocasión que se lo ponía.

Los vecinos allí reunidos daban a la familia el pésame de rigor:
- No somos nada.
- Tal como llegamos, nos vamos…
- No era malo del todo, la vida que le trató mal.
- En el fondo tenía su corazoncito.
¡Chorradas! ¡Palabrería hipócrita de rigor!

Antonio había sido un mal hermano, un peor hijo, un marido terrible y un desastre de padre. Nadie se alegraba de su fallecimiento, no abiertamente.
Cuando Eva falleció, Antonio pareció recuperar la razón durante unos días. Fue durante aquella semana que no piso un bar. Darle la culpa al alcohol sería una excusa falsa. El alcohol está por todas partes sí, pero él bien que se lo bebía.

Empezó cuando del malandrín de barrio, chulillo y metido en líos, se transformó en un tipo peligroso al que acudían los líos primero y la policía después.
Pasó por prisión en varias ocasiones. Altercados pequeños. Acudía a casa con el mono del taller ensangrentado del cuello, y con las mangas en jirones. Un ojo morado y un par de dedos rotos. El otro solía quedar peor. Quebró el taller y la tienda de reparaciones. Antonio era un agujero negro de problemas: Eva ya no podía darle dinero; sus hermanos no le hablaban, y la madre… siempre se ha dicho que la vieja Lola murió de pena.
Y Eva… bueno, nadie podía afirmar exactamente de qué murió, lo cual, ya daba pie a muchas especulaciones.

El sentir de la familia se resume en el epitafio que su hermana Lola designó para la tumba:
Antonio García Sánchez, muerto.

Fledermaus 18/08/06