Categoría: "Gulivert"

Alicia y la felicidad. De Gulivert

La felicidad de Alicia tenía, en esta ocasión, una consistencia que no era habitual. Había que reconocer que Alejandro superaba de largo el nivel medio de sus últimas relaciones. Era, quizá, excesivamente sobrio vistiendo para lo que su mente alocada, soñadora podría esperar. Pero ello no influyó en su decisión cuando se encontró en la diatriba de aceptar una invitación como la que le había hecho el martes anterior. ¿Qué mejor manera de conocerlo que pasar el fin de semana en la casita de campo que él tenía cerca de Laredo?
El viernes pasó a recogerla con su magnífico coche italiano. De las pocas cosas que sabía de él, se había quedado con que era arquitecto y que estaba involucrado en un proyecto descomunal en la capital.

Sí, vamos a desecar diez hectáreas de pantano para transformarlas en navas de frutales. En el centro de la propiedad construiremos un centro industrial modernísimo.

Alicia escuchaba su maravillosa voz y la colocaba en las miles de palabras que, antes de llegar a verse, le había escrito en el chat en que coincidieron. Se habían ido enredando poco a poco en horas de insomnio y veladas de amor tecleado. Hasta que llegaron a la primera cita nerviosa donde se palparon en el silencio de las miradas que daban la conformidad a un futuro interesante, pensó Alicia.
Y allí estaba, viernes noche, en una preciosa casa solariega, en medio del campo más verde que jamás había visto. La estancia estaba decorada con gusto exquisito y en el comedor, enorme, la mesa estaba preparada para una cena romántica.

Subiré tu maleta a la habitación, ponte cómoda en el salón. Tienes, si te apetece, música al fondo, sobre el equipo –le dijo mientras se alejaba camino de la escalera que, supuso Alicia, llevaba a las habitaciones.

Le analizó mientras subía. Era alto y mucho más guapo que en aquellas fotos que le envió al principio por correo. El carísimo traje que llevaba le quedaba impecable, con aquella preciosa camisa rosa y la fina corbata que remataba un anacrónico alfiler de oro.
Ella fue al salón pero optó por la televisión. Puso las noticias y se aflojó el sujetador, un poco por comodidad, un poco por prevención. Él apareció al rato y se situó detrás del sofá donde ella miraba la tele.

¿Qué ves?
El telediario. Mira, ha aparecido otra víctima del asesino de la A.
¿El asesino de la A?
Sí, así le llaman porque todas las mujeres que ha matado tenían un nombre que empezaba por A. Ana, Azucena, Antonia, Alina...
Ya –atajó él mientras se soltaba la corbata.
¿Cómo las matará? –preguntó la chica, absorta en las imágenes del noticiero.
Muy fácil. Les clava un alfiler de oro en la nuca... ¡Alicia!

Pero la muchacha no tuvo tiempo de escuchar su nombre.

Gulivert 27/06/06