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La oscura tentación. De Danielcole
Por monelle elJul 3, 2010 | EnCONTEMOS CUENTOS 22, danielcole | Enviar opinión »
Estaba rezando el ángelus cuando llegó Ricardo y la asió fuertemente. La llevó en volandas hasta el muro más cercano de la iglesia y la besó con firmeza y pasión. Intentó resistirse, pero él era muy fuerte. La tenía aprisionada entre sus brazos y los esfuerzos de ella por despegarse no dieron resultado. Cuando los labios del bribón cedieron para tomar aire, ella apartó su cara, levantó la rodilla derecha y le golpeó fuertemente en sus testículos. Ricardo se dobló, dio un alarido de dolor y se puso las manos en la zona golpeada. Ella aprovechó para zafarse y correr hacia la salida.
Pero allí estaba el cómplice del canalla: Rustenio, el gigantón bizco, que, con sus poderos brazos cruzados, caminaba lentamente al encuentro de la mujer, recibiéndola con una sonora carcajada. Cuando Carmen lo vio, frenó en seco, se giró y buscó la otra puerta de salida. Como la vio cerrada, decidió refugiarse en la sacristía. La iglesia estaba sola a esa hora, doce de la mañana, pero tal vez estuviera allí el sacristán.
Volvió a correr. Rustenio aceleró el paso, Ricardo empezó a reaccionar y se sumó a la persecución.
Carmen entró precipitadamente en la sacristía. Se detuvo y miró. No había nadie. Enfrente de ella, una puerta. Hacia allí se dirigió. Tiró de la llave, que estaba puesta en la cerradura, abrió, pasó a un oscuro pasillo, cerró, intentando no hacer ruido, y echó la llave. En ese momento los dos perseguidores habían alcanzado la sacristía. Carmen avanzó a tientas por el oscuro pasillo, llegó a un recodo del mismo, giró y se encontró con una nueva puerta. Intentó abrirla, pero se percató de que estaba cerrada. Mientras, Ricardo y Rustenio registraban la sacristía, pensando que la mujer podía haberse ocultado. Miraron debajo de la mesa del párroco y detrás del armario en donde se guardaban los atuendos eclesiásticos. En pocos segundos llegaron a la conclusión de que debía de haber escapado por la única puerta que había cerrada. La codicia de los dos maleantes no se iba a detener por una puerta de madera. Así que fueron hasta allí.
Intentaron abrir la puerta, la zarandearon, empujaron, golpearon, pero seguía sin ceder. Miraron por la cerradura y comprobaron que la llave estaba al otro lado.
– ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? – el párroco D. Severino apareció en la sacristía con un cuaderno en la mano.
Danielcole 05/12/2006