Categoría: "Espantapájaros"

SAROS: EL PEQUEÑO EMPERADOR. De Espantapájaros

De pronto la enorme habitación se iluminó haciendo resaltar las vivaces tonalidades de sus muros. Las imágenes de coloridos dragones y serpientes, por segundos adquirieron vida al igual que las figuras humanas de las pinturas, que parecían moverse entre juegos de luces y sombras.
Extinguido el resplandor, el silencio vuelve a apoderarse del entorno y envueltos en este manto de tranquilidad aparecen las figuras de Izel y Anti que observan con detención el lugar. A pesar de los constantes viajes, aun a los pequeños les toma un tiempo acostumbrarse a los cambios, así que por unos minutos se sientan en el suelo, acariciando la tersa suavidad de la loza que brillan al contacto de los continuos rayos solares que entran por un ventanal.
Pero la quietud es repentinamente rota por el sonido de unos pasos. Instante seguido entra corriendo al cuarto un niño vestido con una elegante y original túnica roja adornada por exquisitos bordados en oro. El muchacho de aproximadamente nueve años, desesperado se deja caer al suelo sollozando sin percatarse de la presencia de los niños. Izel, se acerca y tomándolo por el hombro le pregunta susurrante que le sucedía, pero el niño asustado se aleja.
—Tranquilo, no te haremos daño — le dice Anti extendiéndole su mano. Los extraños ojos rasgados y de un intenso color azabache le llaman la atención. —Mi nombre es Anti y mi amiga es Izel… ¿cómo te llamas?-
—Mi nombre es Pu yi —contesta temeroso.
—¡Precioso nombre! —acota Izel con una gran sonrisa que le da más tranquilidad al muchacho.
Pasado el nerviosismo, Pu yi les cuenta que ellos están en uno de los salones del palacio imperial, en la Ciudad púrpura prohibida, perteneciente a la dinastía Qing.
—¿Pero por qué lloras? —insiste Anti.
—Terminado el solsticio de invierno y cumplido los tres años —entre lágrimas relata —fui sometido a un régimen especial por ser heredero de esta dinastía. Desde aquél entonces perdí contacto con otros niños, no sé de juegos y jamás he corrido por las florestas que rodean el palacio.
Consternados por su relato, Izel y Anti lo invitan a jugar y corretear alegres por los pasillos de palacio hasta muy entrada la tarde, tiempo en que los niños deciden retornar a SAROS.
Lo que Izel y Anti no sabrán hasta mucho tiempo después, es que esos breves instantes permanecerán grabados por siempre en la memoria de Pu yi…el último Emperador de China.

Espantapájaros 31/05/2007

TREN AL SUR: LLEGADA AL PUEBLO. De Espantapájaros

Aferrada a rieles y durmientes, la vieja estación trataba a duras penas de permanecer erguida, quizás tratando de mantener la orgullosa estampa de tiempos idos. Cuando era el punto de embarque obligado para el tráfico de cereales hacia todo el país. Pero hoy era solo un ruinoso pabellón oscuro como el azabache, de vidrios quebrados y puertas caídas…en fin, ya habíamos llegado al pueblo de Mulchen. Me sentía gratamente contento de aquella travesía en el coche de los comerciantes. En mi mente solo había un pensamiento: El viaje de retorno.
Nos habíamos alejado algunas cuadras de la estación, internándonos de lleno en el pueblo cuando a lo lejos escucho el silbato del tren con su original chu chu que anunciaba su partida.
El solsticio de verano traía consigo los agobiantes calores y el sol de medio día caía implacable y desesperado sobre las polvorientas calles del pueblo, que más que pueblo era un villorrio campesino de viejas casas de adobe con sus blanquecinas fachadas y tejas de arcilla. Por sus resecas calles transitaban una que otras tartanas tiradas por famélicos caballos y quiltros que salían rabiosos a ladrarle a su paso.
Algunos somnolientos lugareños capeaban el calor bajo la sombra de los aleros. Curiosos levantaban la vista al vernos pasar para luego volverla a bajar, como si dijeran: —Aquí no a pasao na`-.
—¿Cuánto falta mamá? —fue la angustiosa pregunta que le hice a mi madre mientras sentía en mis brazo el peso de los grandes bolsos con ropa usada.
—Falta poco —fue su escueta respuesta dirigiéndome una tierna y piadosa sonrisa
—Llegando a la plaza tomaremos la micro —acotó.
—¡La micro! —le dije mostrándole una desalentadora mirada. Ella solo sonrió
Así fue, minutos más tarde estaba sentado en un viejo autobús Caterpillar, el que entre tumbos y tumbos nos hacía saltar sobre nuestros asientos al transitar por los disparejos caminos de tierra. El corto viaje medió entre los continuos y molestos ronquidos del motor, los cacareos de las gallinas, los chillidos de los cerdos y el parloteo de los bulliciosos pasajeros, nuestro destino, -según mi mamá- estaba a tan solo a 30 minutos.
Álamo viejo, así se llamaba el lugar. Era una gran floresta de estos árboles, que uno al lado del otro, formando una hilera se perdían en la distancia.
—Aquí esperaremos hasta que nos vengan a buscar —dijo mi madre mientras tomaba asiento bajo la sombras.

Espantapájaros 30/05/2007

SAROS : El hombre pájaro. De Espantapájaros

En medio de una densa floresta y atado a un árbol, Ariki cumple su tercera jornada de cautiverio. Tan solo faltan horas para el comienzo del solsticio de primavera y para el inicio del Manutara. Él era el único representante de su pueblo capaz de derrotar al hijo del rey y así evitar un nuevo año de continua tiranía. Pero el rey se había asegurado su triunfo tomando prisionero a Ariki.
No muy lejos de allí, frente al mar donde se elevan las majestuosas figuras de roca llamadas Moai, se había abierto el portal de SAROS. En ese lugar Izel y Anti contemplaban extasiados la vastedad de sus aguas; maravillas de las cuales solo habían oído hablar en ocasiones a los sabios.
—¿Dónde estaremos Izel? —pregunta Anti aun pasmado por la extraordinaria belleza del entorno.
—No lo sé, pero he oído hablar tanto del mar que lo único que deseo es hundir mis pies en la arena y nadar —sí, tomando la mano de Anti corren hacia la playa.
Luego de jugar sobre las mullidas arenas y nadar en sus aguas deciden retomar el camino internándose en el bosque.
Al poco andar encuentran a un joven moreno de larga cabellera azabache atado a un árbol y custodiado por un centinela que lo atormenta a golpes.
Anti se aproxima en sigiloso susurrando palabras en su dialecto original.
En ese momento desde el árbol comienzan a descender ramas que terminan atrapando al guardia, el que desesperado trata de zafarse; mientras, Izel rápidamente libera al joven.
Más tarde, Ariki les cuenta que ellos están en una isla llamada Rapa Nui. También les comenta el motivo de su cautiverio y la necesidad de participar en la competencia para conseguir el primer huevo del ave Manutara. Si lograba derrotar al hijo del rey lo nombrarían Tangata Manu, o representante del dios Make Make, de esa forma guiaría a su gente con justicia y verdad
Al amanecer Ariki ingresa junto a sus dos amigos al pueblo frente a los sorprendidos ojos del tirano rey y su hijo, ya nada podría evitar que él compitiese. Pero Izel y Anti no acudirían a la competencia, tenían que seguir su camino. Entre abrazos de agradecimientos y buenos deseos se despiden de su nuevo amigo.
Poco antes de iniciar el viaje a través de SAROS, nuevamente se dirigen a la playa, a jugar entre las arenas y el mar.

Espantapájaros 24/06/2007

TREN AL SUR: EL VIAJE. De Espantapájaros

El continuo vaivén del carro, sumado a los rayos del sol de comienzos del solsticio de verano y que entraban tibios por la ventanilla a esa hora de la mañana, me llevaron a un estado de profunda somnolencia.
Realizaba desesperados esfuerzos para evitar que mis párpados cayeran, pero al final me dormí.
—¡¡Cafeee…el rico cafeee!!
Fueron los gritos que me arrancaron bruscamente de mis sueños. Se trataba de un señor de aspecto un tanto curioso que se paseaba a lo largo del carro meneándose de un lado a otro tratando de mantener el equilibrio y portando un enorme termo colgado al cuello. Desde uno de sus brazos colgaban unos pequeños vasos plásticos mientras que del otro un frasco de azúcar.
—Toma un poco de café para que calientes la guatita- me dice sonriente mi madre, extendiéndome un vasito humeante.
Con mi vaso en una mano y una rebanada de pan en la otra me acomodé a contemplar el exterior. Afuera aún las verdes campiñas estaban cubiertas por una grácil neblina donde pastaban placidos algunos caballos de colores blanco y azabache. Mientras que las copas de las florestas bañadas de rocío brillaban al contacto de los rayos del sol.
A ratos mi madre me entretenía hablándome de los anteriores viajes al tiempo que me ofrecía otra rebanada de pan amasado. De pronto el ruido producido por el zigzagueo del tren aumento su intensidad distrayéndome de la platica; una de las puertas del fondo del carro se abrió ingresando por ella una corriente de aire olor a humo de carbón, y envuelto a ese aroma un señor de original vestidura: su cuerpo estaba totalmente cubierto de chucherías; donde destacaban pequeños espejos, algunos corta uñas, peinetas, barajas de naipe, y un sin fin de cosillas para atraer la curiosidad y el dinero de los pasajeros. Por supuesto mi mamá no fue la excepción.
En realidad el viaje no estaba siendo para nada aburrido. Cada cierto tiempo aparecían estos curiosos personajes. Como el que entró a eso de las doce del día vestido de mozo de restauran y gritando a voz en cuello:
—¡¡Las pilsener…heladitas la pilsener!!
En un canasto que hábilmente sostenía con sus brazos acarreaba algunas gaseosas y por supuesto las cervezas que los mayores solicitaban con premura.
—Falta poco para llegar- escucho decir a mi madre, quien para esta hora ya había entablado amistad con una señora de junto.

Espantapájaros 23/06/2007

REMINISCENCIAS. De Espantapájaros

Fuente de imagen Internet

Una fina llovizna se deja caer copiosamente en la ciudad. La tarde está fría y gris, dándole a las últimas horas del día un aspecto aletargado y sombrío. Lentamente me dispongo a salir de la oficina. Una gabardina negra y un paraguas me protegerán en mi acostumbrado viaje a pie hasta el departamento. Cierro la oficina y me despido con un hasta el lunes del personal que aún permanece; de seguro terminando trabajos atrasados.
Las calles están húmeda y solitarias, solo el sonido de mis zapatos contra la acera o el paso fugaz de algún vehículo quiebra el silencio. Recorrer a pie las cuatro cuadras que me separan de mi departamento en un día de lluvia lo considero un placer; estos paseos me hacen olvidar todo el ajetreo de la oficina. La melancolía de la lluvia siempre ha sido un estimulante contra el estrés y una forma de escape.
A medida que me acerco a mi destino contraigo mis pasos, casi rehusándome a llegar... ¿para que? –me pregunto. Si como todos los días no tendré a nadie que me reciba.
Mis pensamientos me hacen retroceder en el tiempo, hasta los días cuando al llegar a casa era como llegar a mi refugio, allí me esperaba mi hija para fecundar con dulces sonrisas mi vida, y mi señora que después del tierno beso me indicaba que la mesa estaba dispuesta para cenar.... –¿donde habrán quedado esos momento?…A veces los añoro.
Un chillido me sustrae de mis odiseas y divagaciones indicándome que el ascensor ha llegado al piso solicitado. Saco la llave del bolsillo y la introduzco en la cerradura.
Adentro, como si se tratara del espejo de mi alma, todo igual…ya no hay sonrisas esperándome, ni menos la calidez de un lejano hogar. Todo lo contrario, la soledad se ha detenido a vivir en mi cuarto y el polvo de la tristeza se acumula en cortinas y mesas vacías.
Tendido en mi cama y aun vestido, observo una pandilla de gotas de lluvia deslizarse lentamente por el cristal, afuera hace frío y el viento ha desnudado los naranjos. La luminiscencia de un rayo por segundos ilumina mi cuarto. Pero aquí dentro, en mi pecho, todo está oscuro; el tiempo ha congelado mi corazón. A veces me pregunto si aquella decisión fue correcta, quizás fue mi soberbia o estupidez la que hizo perder lo mas preciado que tenía...una familia.

Espantapájaros 18/05/2007

SAROS: El primer viaje (Antinanco capítulo 4) De Espantapájaros

La unión de los dos medallones provoca una conjunción entre el sol y la luna. Un eclipse. Fenómeno que los antiguos sabios llamaban Saros. Esta unión desata fuertes destellos y luminiscencias dentro de la bóveda, al tiempo que una gran fuerza atrae a los niños. Unas asustadizas miradas se cruzaron al desaparecer tragados por el espejo de luz.
La oscuridad de la recamara fue abruptamente interrumpida por una serie de luces y rayos. Dos siluetas se recortan en el resplandor para segundos después sobrevenir nuevamente la oscuridad. Las siluetas eran Antinanco e Izel.
Por una pequeña puerta entra un haz de luz que ilumina unas imágenes en las paredes, Izel se aproxima y las observa.
¡Me parecen extrañas estas escrituras! Pero creo que aun estamos en el la bóveda. Vamos es mejor que salgamos de aquí antes que llegue la pandilla de guerreros.
Tras salir de la bóveda se encuentran con una desconocida ciudad. Grandes pirámides y templos rodeados de una exuberante selva.
Amigo, esta no es mi ciudad ―sostiene Izel mientras recorre con la vista su entorno. El momento es inesperadamente quebrado por la aparición de una joven que pasa corriendo junto a ellos.
¡Corran que vienen los barbudos!
Sin preguntar Izel y Antinanco corren tras la muchacha internándose en la espesura.
Al llegar a orillas de un riachuelo la joven se detiene.
¡Pero que sucede! ¿Quien eres tú? ―interroga molesto Antinanco.
―Mi nombre es Ilora, y soy una doncella del Emperador Atahualpa.
¿En que lugar estamos? ―pregunta Izel
Están en la afueras de la gran del imperio Incásico… ¿uds. quienes son?
Mi nombre es Antinanco y ella es Izel. ¿Dinos…, porqué corres?
Mi pueblo esta siendo esclavizado por unos malvados dioses, debo ir a la ciudad sagrada a ocultarme…Pero no sé el camino… ¿ustedes me ayudarían?.
Antinarco al oír esas palabras se retira a un claro y recordando las enseñanzas del viejo Kimche de su pueblo eleva sus brazos al cielo recitando unas extrañas palabras; su medallón comienza a brillar cuando en el cielo aparece un águila.
Ella es el espíritu del sol, ella nos guiará ―señala.
Poco antes de fecundar el atardecer llegan a una enorme ciudad oculta en la montaña, allí son recibidos por el sabio. ―Bienvenidos a Machu Pichu. Alegre los saluda.
Luego de contar su odisea, el sabio reconoce los medallones.
¡SAROS! ―exclama.
En ese instante los une provocando nuevamente la apertura del portal.

Espantapájaros 17/05/2007

TREN AL SUR de Espantapájaros

El viernes nos vamos a Mulchén.
Esa fueron palabras mágicas en boca de mi mamá. Cientos de imágenes se fecundaron en mi mente, por supuesto imágenes inventadas pues nunca había ido a ese lugar, solo tenía referencias por los comentarios de mis hermanos mayores. Pero lo que en realidad me alegraba era la odisea de lo que sería mi primer viaje en tren. Ya me imaginaba sentado en esas butacas meciéndome al ritmo ensoñador de los carros; bebiendo un refresco, degustando algún ágape, y disfrutado del paisaje. Recuerdo que ni dormí la noche previa al viaje, y cuando por fin pego mis ojos, aparece mi mamá avisándome que ya era la hora. Una lavada de cara una mirada, al espejo y listo para salir.
Pero algo no encajaba. Me preguntaba para que tantos bolsos con ropas en desuso, si al lugar que íbamos era un pequeño y alejado poblado campesino.
Eran las siete de la mañana de ese día viernes, el sol apenas entibiaba con sus luminiscentes rayos y los dientes castañeaban de frío, cuando a lo lejos escucho un sonido que más se parecía un bramido. Era el tren que anunciaba su llegada. Una enorme bestia de fierro negro que emitiendo una intensa humareda plomiza impregnaba el ambiente con un denso olor a carbón.
A medida que el tren pasaba frente a mí, estiraba mi cuello tratando de ver cual sería el mejor carro para realizar el viaje. Butacas de cuero reclinables, otras eran de madera tallada y tapizada. Los elegantes carros desfilaban uno a uno ante mi vista, donde paseaban estirados mozos que servían desayunos a los pasajeros.
―¡Ya pho mamá que se nos pasan los carros! ―inquieto reclamé.
Sin inmutarse mi mamá esperó hasta que se detuvo el monstruo de hierro.
Agarramos los grandes bolsos de ropa usada y subimos torpemente por unas empinadas escalerillas. La verdad que al estar dentro creí que nos habíamos equivocado de carro, pues de partida las butacas eran sucias bancas de madera en donde la gente como viles pandillas se agolpaba para encontrar un puesto. Gallinas, cerdos y sacos de todo tipo estaban amontonados en los pasillos. Al final supe que no nos habíamos equivocamos cuando mamá tomó un asiento.
Un tanto decepcionado me acomodé a lado de la ventana y me dispuse a disfrutar del viaje,
Total, ―me decía ―lo importante es que por fin viajaría en tren al sur.

Espantapájaros 16/05/2007

TIEMPOS DE VACAS FLACAS de Espantapájaros

Oí a mi padre decir esa frase una tarde de primavera, ¿que significado tenía? No lo supe hasta muchos años después. En aquél entonces, no entendía el porqué ese pan que tiempo antes rebosaba sobre la mesa, hoy se nos restringía a una hogaza diaria.
El azucarero, que antaño pasaba lleno, ahora apenas alcanzaba para cambiarle un poco el sabor amargo al café de trigo. Trigo que mi viejo tostaba en una callana hasta que se quemaba, luego bastaba echar un poco a una taza, agua hervida y listo el café.
De la leche ni hablar, bueno sí, no puedo negar que no la tomaba. Para ello solo tenía que levantarme temprano. Apenas el sol asomaba con sus luminiscentes rayos, me encaminaba al fundo Carriel Sur. En ese lugar ayudaba a las tareas menores, entre ellos el arrear las vacas para la ordeña y a continuación venía el pago, una enorme jarra de espumante y tibia leche recién sacada de la ubre. En casa éramos tantos que quizás una jarra no hubiera alcanzado, (¿oh si?) Pero lo que sí alcanzaba era la mermelada de mora, solo había que dedicar una tarde a su paciente recolección para terminar la odisea con los brazos y piernas rasguñados. Luego llevarla a casa donde mi madre la preparaba y dejaba lista para untar…uhmmm…solo me basta cerrar los ojos para sentir su dulce aroma. Hoy ni la más prestigiosa marca de dulces puede fabricar una mermelada como aquella, y ¿porque? Simple, porque mi madre la hacía.
Lo que ella no hacía pero sí lograba conseguir era la miel de abeja, la que servía tanto para untar como también para endulzar un vaso de agua, porque de gaseosa ni hablar. Una simple botella individual de Coca cola era un sueño.
Tengo en mi memoria vívidas imágenes de aquel entonces; todos los hermanos como una gran pandilla reunida en torno a la mesa junto a mis padres, y sobre la mesa el tazón de café humeante, el azucarero, la media ración de pan, un posillo con dulce de mora, el otro con miel y escuchando las platicas de mis padres.
Sí, hoy entiendo a que se referían con eso de los tiempos de las vacas flacas, fueron tiempos que pasaron pero se quedaron en la memoria, tiempos que ayudaron a curtir el carácter, fecundar pujanza en el espíritu, limpiar el espejo del alma y a engrandecer el corazón.

Espantapájaros 10/05/2007

EL ESPEJO DE AGUA (Antinanco Capítulo 3) de Espantapájaros

El sol tímidamente se asoma tras los cerros despojando a la tierra de las neblinas matutinas y obligando a refugiarse en oscuras cavernas a las pandillas de malos espíritus que deambulan en la noche. En medio de la húmeda espesura selvática, el joven Antinanco avanza a pie firme recordando claramente cada palabra de la antigua leyenda, y del camino que el viejo kimche le describiera la noche anterior.
―En lo más alto de la cordillera, allá donde nunca antes un mapuche ha puesto un pie, existe un pequeño lago, un espejo de cristalinas aguas donde cada tarde el sol acostumbra a sumergirse para así realizar un largo viaje a lejanas tierras en donde inunda con su luz y calor a quienes las habitan.
Pero dime anciano, lo que me cuentas ¿de verdad existe? Y si es así, ¿como llego a ese lugar?
Muchacho, nunca nadie ha ido a ese lugar; es tierra sagrada, tendrías que caminar por mucho, sería una temeraria odisea para un joven como tú.
Abuelo, tu sabes de mis ocultos sueños, ¡dime por favor!
El viejo, viendo el brillo en los ojos del muchacho y entendiendo que el futuro de él no es el que espera su pueblo, decide contarle los secretos del viaje.
Debes encaminarte por el sendero que orilla el lago y avanzar en dirección a las montañas internándote por los caminos que van hacia los bosques de alerces y hualles. Más allá encontraras el reino de los inmortales pehuenes –araucarias- que coronan las rocas y la nieve. Allí, entre las montañas existe en un pequeño claro de dorados pastizales, allí está lo que buscas. Joven Águila del sol, tu destino fue escrito por ngenechen, y solo tú lo has reconocido, has de fecundar confianza y paciencia en tu corazón para buscar la verdad. Toma este medallón, me fue encomendado por el gran espíritu del sol para entregártelo solo a ti, él te guiará en tu senda.
Atrás había quedado el reino de los pehuenes y el joven Antinanco contemplaba extasiado el espejo de agua.
Pero de pronto sucedió lo inesperado, un eclipse. Cuando la luna cubrió completamente el sol, por los vértices de ella escaparon sus rayos reflejándose en el lago. Una intensa luminiscencia se produjo encegueciendo al muchacho, que perdiendo el equilibrio cayó al agua. Mientras sujetaba fuertemente con su mano el medallón que colgaba de su cuello.

Espantapájaros 08/05/2007

EL APRENDIZAJE (Antinanco capítulo 2) de Espantapájaros

Como el viento que galopa veloz entre los árboles, como el águila que surca rasante los cielos, Antinanco corre libre sin dificultad en la espesura de la selva. A sus nueve años ya tiene el porte de un guerrero. De larga cabellera azabache, de oscuros ojos y su piel color arcilla, es el orgullo de su raza.
A cada paso sus pies descalzos se hunden en la humedad de la tierra y sus pulmones se inundan de los aromas a hierba buena y encino. El cóndor lo observa con lascivia mirada desde la altura, envidioso de su briosa libertad y el Pangue –puma –acostumbrado a ser el rey de las bestias, baja humilde la vista a su paso.
A diferencia de los otros niños de la comunidad, Antinanco recibe una preparación diferente. Él será el futuro guía de su pueblo. El uso de las armas y la fortaleza física es de gran importancia en la educación, así como la sabiduría espiritual. Como mapuche su apego a la madre tierra es indisoluble y es por ello que dedica mucho tiempo a las enseñanzas que le entregan el anciano kimche –sabio –.
Sentado a orillas del lago Lleu Lleu, y bajo la sombra de un frondoso sauce, el joven mapuche pasa horas escuchando con perseverante atención las palabras del viejo.
La naturaleza es la más justa examinadora, es la ley, el azmapu que regula la coexistencia entre las diversas cosa que habitan la madre tierra, por ello se debe respetar, proteger y cuidar.
Los mapuche son hijos de la tierra, esto lo comprendieron tus antepasados. Por que todo esta hecho de lo mismo; las montañas, los ríos, las estrellas, la gente, las piedras y el gran espíritu.
Pero de todas las enseñanzas, lo que más gusta oír a Antinanco son las antiguas leyendas. Historias que lo hacen soñar y viajar en su mente. Traspasa mágicas ventanas de cristal donde transita por extrañas tierras, allí se encuentra con los señores de la luz y la sabiduría. Son sueños, imágenes que solo comparte con empatía y confianza a su maestro. No podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre ni su gente.
Pero el Kimche, quien ve con ojos de sabio, vislumbra un extraño brillo en la mirada del muchacho.
El viejo cree que el destino le depara otro futuro, diferente al escrito por los espíritus.

Espantapájaros 07/05/2007

LA PREPARACIÓN (Princesa Izel Capítulo 2) de Crayola

Izel tenía un destino marcado por las deidades de su raza. Cuando cumpliera la edad suficiente, sería entregada a los sabios Huehues en una ceremonia religiosa que se llevaría acabo en uno de los templos sagrados donde se ofrecía el culto al dios Huitzilopoztli –dios de la guerra y la muerte –.
La pequeña de nueve años sabía que su futuro estaba escrito por la misma Metzli y que debía cumplirse en el día señalado. Le habían enseñado que nadie podía cambiar el camino ya trazado. Si alguien lo hiciera, una maldición caería sobre la misma persona, su familia y toda posible descendencia hasta el final de los tiempos.
La educación de Izel se llevaba acabo en sus recintos en el Templo Mayor. Por ser princesa, tenía prohibido abandonar sus habitaciones, salvo en ciertas fechas en las que era convidada a saludar a su padre el emperador azteca, y a las cuáles tenía que ir siempre acompañada por Xochitl, su esclava.
Izel mostró desde pequeña gran sabiduría. No solo conocía todo lo enseñado por sus temachtis –maestros – sino que inexplicablemente tenía un conocimiento superior sobre la naturaleza y el cemanahuac –universo –. Su Cihtzin constantemente le reprendía por mostrarse tan dispuesta a debatir sobre cualquier tema; no podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre.
Pero lo que nadie sospechaba era que Izel tenía un espíritu fuerte y valeroso y con disimulada lascivia y perserverancia ella misma había decidido cambiar el rumbo de su destino.
Tampoco sabían sobre las constantes huídas de Izel por las noches. A diario, después de que el templo quedaba en silencio, sigilosa se ocultaba entre las sombras y abandonaba la gran ciudad hasta perderse en la espesura de los bosques.
Caminaba sin dificultad por senderos oscuros cubiertos de arbustos y gigantescos árboles sin miedo alguno sabiéndose protegida por las bestias y los espíritus de la yohualli –noche –, hasta llegar al lugar sagrado de Teotihuacan –ciudad de los dioses –, donde se encontraba con un viejo macehualli expulsado de Tenochtitlan hacía muchos años por un antiguo rival Teopixqui.
Ahí, Izel complementaba sus conocimientos sobre lo terrestre y lo espiritual abriendo antes sus ojos una ventana hacia el infinito y sobre todo hacia su libertad. En cada encuentro, con gran empatía, Izel se abalanzaba a saludar a su secreto amigo, maestro y guía, al que llamaba con cariño teopanquixtli –padrino –.

Crayola 01/05/2007

El debut. De espantapájaros

Fuente de imagen Internet

Habían pasado casi diez años desde que no la veía. En aquél entonces era una pequeña y flacuchenta nenita de ojos verdes y dorados rizos. Pero ahora era una joven muy bella, sus cabellos caían como una cascada de dorados trigales sobre sus hombros, su blusa ajustada al igual los jeans se deslizaban lascivamente en cada curva de su talle.
Era mi prima, y pasaría unos días de vacaciones en casa de mi mamá. Esa noche y llevando en mi mente su imagen la invité a pasar una noche bajo mis sábanas. La pensé tanto que el deseo y las ganas esa noche estallaron una y otra vez entre mis manos.
Durante los días siguientes buscaba mil formas de acercarme, de olerla, de sentirla; el más ligero roce de sus manos provocaba que la sangre hirviera en mi cuerpo.
Hasta que la perseverancia cumplió su objetivo. Una tarde la invité a caminar al parque, al poco andar nos tendimos en el prado. Nuestros cuerpos estaban tan apegados que casi oía el latido de su corazón. Pasado unos minutos no aguante más y en un arrebato de si se deja bien o de lo contrario me llevo una bofetada, me atreví. Así como que no quiere la cosa deslice una mano sobre su vientre, sin dificultad y rápidamente la encaminé hacia abajo. Digo, –en una de esas no se a dado cuenta de lo que hago y antes que llegue, ¡ZAZ! que me llevo un golpe –. Pero justo cuando mis manos sentían el calor de su entre pierna, me detiene, –aquí viene el golpe – pensé; ¡pero no! Todo lo contrario, con dejo de empatía me dice al oído –vamos a otro lugar –.
En casa no había nadie y mi habitación era perfecta. Por fin todos mis sueños y deseos nocturnos se cumplirían, por fin debutaría en sociedad como un nuevo hombre. Imaginaba su cuerpo sudando y gimiendo con mis embestidas, la sangre humeaba bajo mi cremallera. Cuando estábamos en el cuarto me pide que me tienda en la cama, y luego de cerrar la cortina de la ventana se comienza a desvestir hasta quedar completamente desnuda, se acerca y suavemente me toma el miembro que ya no daba más y… y no dio más. Cuando cerró la puerta tras de sí, me sentía pésimo, me sentía el hazmerreír de mi mismo.
Pero bueno, sería para otra oportunidad mi debut.

Espantapájaros 27/04/2007

Antinanco. De Espantapájaros

Una antigua leyenda mapuche trasmitida de generación en generación, dice que un día el padre sol enviaría a su hijo en alas de un águila y que ese niño sería mas tarde el hombre que guiaría con perseverancia y sabiduría a la gente de la tierra en su lucha en contra de los terribles dioses de armaduras y lanzas de fuego provenientes de las tierras que están más allá del gran lago.
Eran tiempos de bonanza y motivo de celebración. Es por eso que el Lonko, el jefe de la tribu, había organizado una rogativa, una ceremonia para dar gracias.
En una pequeña explanada del bosque, el Lonko, parado en el centro del redondel y junto a los Toquis –jefes guerreros – saluda a su pueblo con empatía diciendo: Mari mari laminen –hola hermanos –porque entre ellos son todos hermanos e hijos de la misma tierra y la respetan formando una perfecta comunión. El jefe da inicio a la ceremonia y la machi –hechizera – comienza a danzar en torno a un canelo, su árbol sagrado, tocando el kultrun y cantando, seguida por las mujeres y los guerreros. Los melancólicos cánticos de la machi se remontan por los aires. Vuelan alto, más alto que los fornidos robles y las milenarias araucarias para luego descender y dejarse llevar por el cauce de un cristalino río, y nuevamente entornar el vuelo pero esta vez en alas de un cóndor que se empina más allá de la majestuosa cordillera. Un cántico que penetra a través de la ventana del tiempo y espacio para llegar a la wenumapu, en donde habitan los espíritus del bien, solicitando la protección a Ngenechen, el señor de la gente y agradeciendo a la ñuke mapu –madre tierra – por sus frutos.
La rogativa dura sin dificultad hasta el atardecer para luego seguir la celebración comiendo abundante carne y bebiendo la lascivia chicha. Un brebaje que se obtiene de la manzana y que luego de algunos sorbos a más de alguno marea transformándolo en el hazmerreír de todos.
Mientras, todos los niños reunidos en un rincón de la gran ruka –casa– escuchan atentos al anciano Ngenpin –dueño de las palabras – quien les cuenta las historias de cuando se formo la tierra y el Nge –Ser humano–.
Entre ellos y acurrucado frente a la hoguera se encuentra el futuro guía del pueblo, Antinanco, el hijo de sol.

Espantapájaros 26/04/2007

Águila del sol. De Espantapájaros

Montaje fuente imágenes Internet

Se cuenta una historia que se remonta más allá del tiempo, en la época en que el hombre y la tierra eran solo uno, cuando el espíritu de Ngenechen señoreaba entre los bosques; antes de la llegada de los malvados y pecaminosos dioses de relucientes armaduras. En aquella época existió un pueblo que estaba asentado a orillas del lago Lleu-Lleu y a los pies de la majestuosa cordillera. Ellos se hacían llamar mapuches o gente de la tierra.
Este pueblo estaba gobernado por un poderoso Lonko, el que a su vez tenía una hija llamada Quinturay o esencia de flor, la cual estaba casada con un valiente Toqui o jefe guerrero. Habían pasado muchas lunas desde su matrimonio así que la joven estaba a punto de dar a luz; en su vientre anidaba el futuro jefe, el guerrero que guiaría con cariz y sabiduría a su pueblo hasta el día en que los espíritus de la región de los cielos o wenu mapu lo llamaran a formar parte de la ruka.
Fue así que una madrugada, antes de que el sol clareara el alba y como era costumbre, Quinturay se alejó del poblado. Sola se internó en el inhóspito bosque. Allí, en la oscuridad, entre la espesa bruma y a orillas del lago nació su pequeño hijo; luego de cortar con sus dientes el cordón de vida que los unía, lo hundió en las gélidas aguas para bañarlo. Una vez listo lo arropó con unas mantas y lo elevó al cielo presentándoselo a los espíritus del amanecer, como al killen (la luna), weñelfe (el lucero del alba); y les agradeció susurrándole al recién nacido una dulce melodía. Una melodía con sabor a tierra y a miel de encino. Tras la cordillera comenzaban a asomar tímidamente los primeros rayos del sol que anunciaban el nuevo día, uno de ellos se deslizo entre las copas de los árboles, saltando de rama en rama e iluminando las gotas de rocío hasta que se fue a posar en el rostro del infante, el que abriendo los ojos escrutó el cielo como si buscara algo. En ese preciso momento una errante águila que surcaba el firmamento le llamó la atención y dirigió su vista hacia ella; era un mensaje. Su madre al contemplar la escena comprendió lo que sucedía, los espíritus habían bautizado a su hijo, desde ese día lo llamarían: Antinanco, águila del sol.

Espantapájaros 18/04/2007

Imagino. De Espantapájaros

In Paris- Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Imagino una habitación no muy grande, pero confortable. De sus coloridas paredes cuelgan algunas fotografías de familiares, especialmente lejanos, otras de paisajes con verdes montañas y mar…mucho mar. En otra pared hay réplicas de algunos oleos pintados por diferentes artistas como Picasso y Van gogh. También veo una pequeña biblioteca atiborrada de libros; literatura pos moderna y contemporánea, novelas y poemas de infinidades de autores junto a cientos de revistas.
Un gran ventanal mira hacia una calle adoquinada. Afuera hace frío, el cielo esta gris y bajo este cielo gris y por ambos lados de la calzada se elevan frondosos árboles que adornan el entorno de altos y vetustos edificios que le dan un aire de épocas pasadas. Errantes transeúntes la circulan sin destino fijo para quien los observa al pasar. Pero dentro de la habitación, se respira un tibio y suave aroma a incienso, a hierbas secas y miel. Un cariz a melancolía y serenidad invade el entorno, elementos propicios que podrían llevar a cualquiera a cerrar los ojos y por un instante divagar por recónditos parajes; desde castillos encantados de magia y luz hasta los mas inhóspitos y a veces pecaminosos lugares, pero sin perder el rumbo, sabiendo que siempre y al más simple parpadeo se volverá a la calidez de esta habitación.
A un costado del ventanal veo un escritorio, sobre su cubierta algunas figuras de artesanía caribeña que se pierden entre papeles y bocetos, una cámara digital de 6 mega píxeles junto a imágenes de abejas, flores y bichos raros. Pero lo que ocupa gran parte de ese espacio es un ordenador, que más que un computador es una ventana de frío cristal que se abre cálida a nuevos horizontes, a distantes lugares de diferentes culturas y personas.
Imagino, que en la tibieza de esta habitación y sentada frente a esa ventana electrónica, está ella, creando en su mente, sintiendo el sabor de nuevos viajes y nuevas aventuras para sus elementales. Allí la veo, ahí esta Monelle, absorta en sus pensamientos; dibujando en el teclado fascinantes historias y sentada junto a ella esta Crayola, atenta y sin dejar de preguntar a cada momento: -¿que más sigue, y que pasará ahora con los elementales?
Eso imagino.

Espantapájaros 16/04/2007

Llanto de carbón. De Espantapájaros

No llores mi niño,
no llores por Dios
que pronto llegará tu padre,
él trabaja bajo un cielo negro,
bajo un cielo de carbón.
Te traerá de la mina
un lulito muy rico
ese que él guardó para ti.
Acurrúcate entre mis brazos
duerme mi niño que pronto tu padre va a venir.

Oye lucho escuchaste esa canción?
De qué canción me hablai gueón? ¡Yo no escucho na`!
Pero ¡si te digo hombre que escuche una canción!
Ya sigue trabajando Alejandro, que luego terminará el turno y aun no tenemos la carga.
Duérmete mi niño
que afuera llueve sin razón,
inundando las callejuelas de tu pueblo
y goteándose esta el techo de la rancha,
es un techo de cartón.
Duérmete mi niño que luego llegará tu padre de la mina
y tengo que prepararle la sopa,
pa` calentar el cuerpo de mi pobre viejo,
viejo errante de la vida…
un hombre del carbón.

Lucho, sigo escuchando una canción, es como si el viento que se colara entre los oscuros túneles trayéndome la voz de mi viejita cuando le canta a mi hijito.
Estai loco, como se te ocurre que vai a escuchar a tu señora aquí. Por estos inhóspitos y oscuros rincones de la tierra ni el diablo se aparece.
Sabi Lucho que cada mañana cuando me despido de mi niño, le doy un tremendo beso y a mi mujer un abrazo fuerte fuerte; tu sabi po`, ¿quien sabe si los volveré a ver?
¡Córtala de una vez gueón..! Te digo que es viento y la lluvia que se escucha.
No te eh contao po` Luchito, cuando le hago cariño a mi hijo me da tanta penita, mira estas manos todas callosas si parece que hasta daño le hago.
Son güevadas tuyas, que le va a doler, acuérdate que él es hombre… un hijo del carbón.
…No será peligroso estar aquí abajo con tanto aguacero, se puede inundar la mina?
¿Qué va ser peligroso? Ya apúrate que falta poco para salir de este pecaminoso infierno al que estamos condenao.
Lucho… escuchai el agua, ¿parece que esta entrando a la mina? ¡Lucho esta custión se esta derrumbando…corre güeón!…¡por Dios amigo correeee!
Duérmete mi niño,
tu que eres un dulce angelito
sabor a campo y helechos
eres tu, la miel de mi amor.
Hijo mío, cariz de mis entrañas,
duérmete quedito
guardando tu mejor sonrisa
pa` cuando llegue tu papito…

Agosto del 2005
El joven pirquinero Alejandro Benítez Sepúlveda (26 años), falleció la noche del miércoles aplastado por un derrumbe producido por un golpe de agua cuando trabajaba en la mina “La Juanita” de Curanilahue. El yacimiento había sido clausurado en septiembre de 2004 por no cumplir con las condiciones de seguridad necesarias.

Espantapájaros 13/03/2007

Viento divino. De Espantapájaros

−No tengo parientes
Yo hago que la Tierra y el Cielo lo sean.
−No tengo poder divino
Yo hago de la honestidad mi poder divino.
−No tengo poder mágico
Yo hago de mi personalidad mi poder mágico
−No tengo estrategi
a
Yo hago lo correcto en la vida, esa es mi estrategia.
Encerrado en una fría e inhóspita celda y arrodillado frente a un viejo pergamino, el joven Takeshi pasa horas recitando el credo de Bushido, soñando con ser algún día, uno de aquellos errantes y nobles hombres de guerra, un Samurai. Pero él, es apenas un Ashigaru, y eso lo sabe bien. Un pobre campesino, un simple soldado perteneciente a la armada imperial japonesa. Pero aún así cada noche sueña y recuerda con nostalgia a su abuelo Kazuo, cuando sentados junto al río le narraba viejas leyendas de hombres aguerridos y valientes, de la sagrada katana silbando al viento en pos de la justicia, de códigos de honor y magia. Al final de su vida el abuelo le concedió sus más valiosos tesoros: un viejo pergamino, sueños y algunas leyendas.
Las Dai-Nippon Teikoku Kaigun o fuerzas imperiales japonesas, era una de las más poderosas flotas de combate durante la Guerra del Pacífico, especialmente sus fuerzas aéreas, pero estas se veían disminuidas frente al poderío tecnológico de los Estados Unidos. La desesperación del gobierno nipón, los llevó a hacer uso de la más mortal de las Armas: El Giri; honor y obediencia.
A pesar de ser un soldado de menor rango, Takeshi era reconocido por tener un cariz de hombre recto, así que nadie se opuso cuando fue el primero en ofrecer la vida por su emperador en una de las misiones más importantes para Japón.
El Zero japonés se deslizaba a ras de la superficie marina, veloz como una golondrina, silencioso como el viento e invisible para los radares enemigos. Takeshi había encontrado entre el cielo y la tierra lo que por años soñó, ahora sentía el sabor pecaminoso de la muerte deslizándose desde su corazón hasta la punta de los dedos, ahora percibía el suave aroma a miel y a la hierbas que respiraban los honorables guerreros antes de la batalla, al fin conseguía su sueño mas anhelado; ser un verdadero Samurai. Frente a él estaba un poderoso portaviones enemigo. Sin cerrar sus ojos el kamikaze se dejó caer como viento divino sobre la gris máquina de guerra.

Espantapájaros 11/04/2007

Cuento urbano. De Espantapájaros

Amanecía y el puerto de Valparaíso lentamente volvía a la vida, el cielo era surcado por enjambres de gaviotas que felices le daban la bienvenida al sol, en el muelle se comenzaban a escuchar las primeras sirenas de los barcos pesqueros que anunciaban su llegada y los pescadores quitándose la modorra se preparaban para iniciar las faenas.
Mientras arriba, entre los cerros y callejones la tranquilidad de la mañana fue abruptamente interrumpida por una jauría de perros que corrían de un lado hacia otro por las empedradas calles, ladrando y gimiendo tratando de darle alcance a una volátil y huidiza lebrela en celos.
Faltaba poco para las diez cuando a la manada de quiltros se les sumaron un puñado de mocosos que entre gritos y risas maliciosas corrían tras los animales, apostando a cual de ellos sería el afortunado que terminaría montándola.
¡Apuesto gamba por el colorao! −Grito el Lucho, jadeante de tanto correr
Vale… yo voy por el negro −convino el Pello que iba igual de cansado
Sin respeto por nada o por nadie, la excitada perrería se cruza con Doña Carlota que entre improperios y patadas trata de alejarlos. Desde un balcón una sensual y pintarrajeada muchacha reía a carcajadas al ver la escena, mientras un greñudo viejo, derrotado por el alcohol y el olvido alzaba sus brazos, sosteniendo una botella en alto mascullando ininteligibles palabrotas.
La manada de perros y niños se había concentrado en la esquina, justo en el boliche de Don Pepe, un viejo andaluz llegado años atrás en el Winnipeg, escapando de la guerra. Allí, en ese lugar se concentraron los gritos, las fieras peleas y quejidos, al parecer la perra había tomado su decisión. Las apuestas seguían subiendo de tono mientras los expectantes mozuelos animaban a sus preferidos.
Ya…¡parece que eligió al negro!
No... ¡el colorao va a ganar!
En el preciso momento, cuando el despelote que se había formado era descomunal y cuando por fin se sabría el ganador, sale corriendo del negocio Don Pepe, que entre gritos iracundos de rabia lanza a traición una olla llena de agua caliente,
¡Fuera de aquí perros de mierda!
Los perros corrían de lado a lado aullando de dolor mientras que niños salían disparados a esconderse entre los recovecos.
Abajo en el puerto ya era medio día y las faenas se detenían momentáneamente para ir a almorzar.

Espantapájaros 07/04/2007

Ella… De Espantapájaros

Sentada frente a su computador con los dedos quietos sobre el teclado y la vista fija en la pantalla su mirada se pierde en el infinito de la imagen que tiene frente a ella. Un paisaje de verdes praderas, árboles que se elevan hasta tocar el cielo con sus ramas. Un sendero que llega al río para cruzarlo en un puente de arco y barandas de madera torneada, para seguir su camino hasta el horizonte. Un horizonte de blancas montañas que contrastan con el azul imponente del cielo. Ella contempla esa pantalla pero ve mas allá, en cada imagen que se le delata frente a sus ojos un mundo se abre a su imaginación. El prado se transforma en un océano de verdes tapices en donde se sumerge en busca de viejos galeones y tesoros escondidos en roídos cofres. Tesoros como los sueños, como la magia, para sacarlos a la superficie y llenar de ellos el corazón de la humanidad y así no se sientan tristes, derrotados. Por otro lado los árboles son gigantes bondadosos que elevan sus manos tratando de robarle al cielo las estrellas y penderlas al pecho de los hombres para que no caigan en el olvido y la desesperanza… para que sean felices. Las montañas son bellas jardineras de volátiles cabellos al viento, que vestidas de blanco cortan rosas y jazmines del firmamento para regalarlas en la feria del pueblo y sembrar de colores y aromar el gris empedrado de sus calles. Y el río es una delgada línea turquesa que en antaño unos malvados gnomos y a traición separaron a la tierra en dos. En dos horizontes distantes, como un norte y un sur, como el calor y el frío...como la luna y el sol; que por mucho los mantuvieron separados, hasta que una tarde de abril una mágica hada azul construyó un sólido puente de arco, sólido como el amor, y los unió para siempre.
Son muchas las imágenes que pasan frente a ella, muchas las historias y cuentos que se dibujan en la pantalla, pero ahí está con los dedos inmóviles sobre el teclado, con la vista fija en la pantalla; y como si fuera un débil quejido del silencio se pregunta como poder bajar al blanquecino papel de su computador todas esos retratos que a pintado en su imaginación. Mientras yo me pregunto lo mismo, ¿cómo ella, mi neurona, no puede escribir nada?

Espantapájaros 04/04/2007

Noche y lluvia. De Espantapájaros

Passers-by-in-the-rain-1935-by-Brassai

Cae la noche tejiendo su manto de fría oscuridad, sembrando de tinieblas cada rincón de la ciudad, apagando los sentidos y apaciguando los latidos… del reloj. La noche es negra y colgando de la noche las nubes grises incitan al viento, y éste viento sopla y resopla arremetiendo con furia en barlovento contra las ventanas y el balcón, arrancando a traición y de cuajo las hojas verdes de los naranjos y arremolinando las que yacen en el suelo; secas, amarillas, inertes. De pronto el rostro frío de la noche se ilumina como si alguien le sacara una fotografía y tras el luminoso destello del flash, treinta segundos después viene la explosión, desclavándole un quejido al silencio, como si una furiosa manada de caballos hubiera sido liberada del firmamento, como el estruendoso golpe de las olas al encuentro de la playa, o como el cielo gris y tronador de mi tierra. Y cae la lluvia, primero una gota y luego otra y otra mas, hasta formar un torrente de cristales líquidos que nublan la vista, que escurren por la acera e inundan de charcos el suelo empedrado, haciendo olvidar a los pedruscos que son áridas rocas incrustadas en la calle y vuelven a sentir la alegría que se vive en del lecho sombrío y húmedo de un río. Cae la noche tejiendo su manto frío, oscuridad y tormenta.
…Derrotado, cabizbajo camina por el húmedo empedrado, las frías gotas de lluvia escurren por su mejilla y salpican sus pies. Nunca antes la lluvia mojó mas, nunca antes el viento fue más frío y volátil, nunca antes la noche fue más negra. Nunca antes había percibido el sentido de la palabra soledad.

Espantapájaros 30/04/2007

Kragos. De Espantapájaros

Nunca en la historia de la humanidad hubo un guerrero tan valeroso, aguerrido y sediento de sangre. Nunca en la historia se blandió una espada sin que tras ella quedaran cuellos rebanados, brazos cercenados o agónicos quejidos de horror y muerte. Desde Creta a Macedonia, desde el mar Mediterráneo al Egeo no hubo aldea o polis que se librara del azote de este temible guerrero y sus sanguinarios ejércitos de la muerte. Pero hasta el más poderoso soldado cae rendido ante la grácil mirada de una mujer, más si ella es una diosa.
Desde ya varios años que la fama de Kragos, un joven y presumido capitán espartano se había extendido por toda la región. Sus victorias en las batallas de Laconia, Argos y Mesenia corrían de boca en boca como leyendas. Historias que llegarían hasta lo más alto y lo más profundo; hasta los oídos del Dios de la guerra, Ares.
Pero la suerte se le acaba alguna vez a todo el mundo. Y fue que en plena batalla contra los salvajes bárbaros de Arcadia, en el momento en que estaba a punto de ser derrotado, Kragos ebrio de furia y odio invoca al todopoderoso Dios de la guerra, ofreciéndole su lealtad eterna y ser su más fiel sirviente a cambio de derrotar a sus adversarios.
Desde ese día Ares protege a Kragos, quien vestido de dorada armadura, casco encrestado y montado en su cuadriga tirada por cuatro sementales inmortales, avanza junto a sus más fieles soldados por cuanta tierra estuviera a su alcance, arrasando ciudades y pueblos, ofreciendo cada triunfo a la gloria de su Dios.
Ares, satisfecho por los logros alcanzados decide invitar al guerrero a su templo en el Ágora de Atenas. Allí y en medio de la celebración, Kragos conoce a la secreta amante de su protector; Afrodita, cayendo de inmediato hechizado por su belleza. Luego de cruzar algunas miradas seductoras y siendo correspondido por ella, esperaron el momento oportuno para estar solos.
Pero en el templo de Ares no existe un sólo rincón que no sea vigilado y ese volátil encuentro llegó a sus oídos. El poderoso Dios enfurecido por la traición, lo envió de nuevo a la tierra y para que no olvidara nunca más su atrevimiento, lo condenó a la inmortalidad. Transformado en un ser deforme deambuló eternamente por las empedradas calles de la ciudad, siempre acechado por Deimos y Fobo.

Espantapájaros 28/04/2007

El viejo del muelle. De Espantapájaros

Habían pasado varios años desde que hizo su viaje al norte en busca de un sueño, de una promesa realizada durante su juventud. De acuerdo a lo convenido, él la esperaría en la plaza señalada. Sentado bajo la sombra de un naranjo esperó hasta que el rojizo sol del desierto naufragó tras las desnudas colinas. Pero sin entender lo ocurrido decidió cerrar para siempre ese pretérito capitulo de su vida, y apretando con rabia los párpados para no dejar escapar una lágrima retorno a su tierra.
Pero ni el tiempo ni la pena pudieron borrar de su envejecida memoria el nombre de aquella mujer.
De tarde en tarde y cada vez que sus adoloridas piernas se lo permitían, salía a caminar por la costanera hasta llegar al extremo del muelle, allí, sentado en una banca descansaba y por horas se dedicaba a contemplar el mar, a sentir la fresca brisa salina en su arrugado rostro y escuchar el pertinaz golpeteo de las olas contra la empalizada.
Al poco de llegar a la caleta la gente se acostumbro a su presencia, refiriéndose a él como el viejo del muelle.
Sentado frente al mar se sumergía en lo más profundo de sus recuerdos y saudades pensando en ella; de tardes enteras paseando de su mano por los floridos parques, o tendidos sobre al pasto leyendo bajo las sombras de los encinos. En su mente viajaba por los confines de la memoria y su vista se perdía en lontananza al contemplar algún barco. A ratos murmuraba palabras ininteligibles que lo hacían extender su mano hacia el mar como si quisiera asirse de la mano de alguien, pero luego la retiraba y una lagrima muda rodaba por los acantilados de su rostro hasta caer al balcón de su corazón.
Pasó el tiempo, hasta que una tarde simplemente el viejo desapareció. Las historias comenzaron a rodar por las empedradas calles del pueblo, se colaron por las puertas y ventanas. Las señoras se detenían en las esquinas para comentar, los niños inventaron cuentos de fantasmas, pero en realidad nadie sabía nada.
Un pescador en grandilocuente actitud comentó una vez y mientras bebía junto a sus amigos del bar, que vio al viejo con las manos extendidas hacia el mar y como si de una súplica se tratara decía: “¡por favor llévame contigo!”
-Pa` mi que alguien emergió de la mar y se llevó a este viejo.

Espantapájaros 15/03/07

Saudades. De Espantapájaros

Junto a la carretera y a un costado de un caserío se extendía la pequeña explanada de tierra que habilitamos como cancha de fútbol.
Allí nos reuníamos toda la chiquillería del barrio para dar rienda suelta a toda nuestra pretérita energía infantil.
Como siempre las dos promisorias estrellas del fútbol, el Pelluca y el Juancho, se situaban en el centro de la cancha para dar inicio a la ceremonia en que se elegían los jugadores. Uno frente al otro, como si estuvieran retándose a un duelo, comenzaban a caminar dando pasitos cortos, hasta que al encontrarse, si uno ponía el pie por sobre el del otro ganaba el derecho a elegir primero.
-Al Jano- decía el Pelluca, señalando al mejor delantero.
-Al Esteban- señalaba el Juancho asegurándose un excelente arquero .
Y así iban pasando de uno en uno, ubicándose en cada lado de la cancha los elegidos. Yo como era uno de los considerados malos pa` la pelota era el ultimo en ser elegido, en ocasiones hasta me cedían si se veía que uno de los equipos estaba en desventajas física, en otras tenia que conformarme con mirar el partido desde afuera.
Del árbitro ni hablar, nadie era lo suficientemente valiente para dirigir uno de esos encuentros, así que luego de la moneda al aire se iniciaba el peloteo. Dando patadas a diestra y siniestra un enjambre de flacuchas piernas corrían de un lado hacia el otro en medio de una espesa polvareda e infernales gritos tratando de darle alcance a la pelota y en ocasiones a más de alguna pierna, que si se volvía a repetir el golpe, de seguro el partido terminaba en un dantesco encuentro boxeril.
El Esteban que había hecho gala de una grandilocuente habilidad para atajar esa tarde pareció que el polvo le jugó una mala pasada ya que ni vio cuando la pelota llegó a lo mas profundo del arco, lo que provocó un concierto de garabatos que lo hicieron molestar a tal extremo que agarró el balón y dándole una tremenda patada ésta cruzó toda la cancha cayendo en el patio de doña rompe pelotas. Y así fue, luego de insistentes suplicas vimos como la pelota asemejándose a un pequeño barco salio disparada de la casa para caer desinflada en medio de todos.
Entre caras largas no quedó más que darle término al encuentro.
-Bueno, será para otro día.

Espantapájaros 14/03/2007

El secreto de la luna. De Espantapájaros

La luna, redondota en toda su extensión, brilla con su carita llenita de luz alargando las sombras de los abetos y esparciendo por todos los rincones su claridad, iluminando las lechugas, las mazorcas y las calabazas que estables y tranquilas duermen dentro del huerto. En un pequeño riachuelo proveedor de cristalinas aguas para la granja, hay unos sapos que muy afinados, a la luna sus mejores tonadas le cantan, junto a los grillos que con mucho esmero hacen chirriar hermosas melodías de sus violonchelos. Desde lo alto de un pino un búho no deja de otear y los sigue muy despierto tarareando en susurros sus uuh uuh, que para él es un canto de alegría aunque se le escuche como un lamento. En el huerto se respira armonía y felicidad, sin egoísmos, llenando a todos sus habitantes de un gran contento.
Pero la luna que no se cansa de brillar radiante, en su corazón de queso guarda un enorme pesar. Pues conoce un secreto, un triste secreto que les voy a desenlazar. En el centro del huerto una silueta alargada y opaca contra la luz de la luna se recorta. De un largo abrigo color azabache azafrán que se mece suave al compás de la brisa nocturna. Un sombrero de ala ancha igual de negro que su gabán le cubre su cabizbajo rostro desdentado, de sonrisa obligada y de tristeza escondida bajo una profunda y oscura mirada. Los brazos extendidos de par en par esperando, tal vez, quizás, un abrazo que nunca a de llegar
Este extraño ser que en medio del huerto se levanta tiene una misión y este es cuidar de las aves a todos los frutos que la tierra ha de germinar. Impávido aguanta día y noche en la misma postura, ni el intenso calor, ni las torrenciales lluvias significan para él una tortura La naturaleza no pudo elegir a mejor protector. Y es eso lo que tiene a la luna acongojada, ya que sabe el secreto de ese solitario señor, ella sabe que debajo de ese oscuro aspecto de valiente guerrero y misteriosa mirada, el espantapájaros sufre porque no tiene alma, ni tiene un corazón para regalar. Pero yo sé otro secreto; y es que ella, la luna, jamás va a confesar que de él está enamorada.

Espantapájaros 09/03/2007