Antinanco. De Espantapájaros
Por monelle elMay 10, 2013 | EnEspantapájaros, CONTEMOS CUENTOS 32
Una antigua leyenda mapuche trasmitida de generación en generación, dice que un día el padre sol enviaría a su hijo en alas de un águila y que ese niño sería mas tarde el hombre que guiaría con perseverancia y sabiduría a la gente de la tierra en su lucha en contra de los terribles dioses de armaduras y lanzas de fuego provenientes de las tierras que están más allá del gran lago.
Eran tiempos de bonanza y motivo de celebración. Es por eso que el Lonko, el jefe de la tribu, había organizado una rogativa, una ceremonia para dar gracias.
En una pequeña explanada del bosque, el Lonko, parado en el centro del redondel y junto a los Toquis –jefes guerreros – saluda a su pueblo con empatía diciendo: Mari mari laminen –hola hermanos –porque entre ellos son todos hermanos e hijos de la misma tierra y la respetan formando una perfecta comunión. El jefe da inicio a la ceremonia y la machi –hechizera – comienza a danzar en torno a un canelo, su árbol sagrado, tocando el kultrun y cantando, seguida por las mujeres y los guerreros. Los melancólicos cánticos de la machi se remontan por los aires. Vuelan alto, más alto que los fornidos robles y las milenarias araucarias para luego descender y dejarse llevar por el cauce de un cristalino río, y nuevamente entornar el vuelo pero esta vez en alas de un cóndor que se empina más allá de la majestuosa cordillera. Un cántico que penetra a través de la ventana del tiempo y espacio para llegar a la wenumapu, en donde habitan los espíritus del bien, solicitando la protección a Ngenechen, el señor de la gente y agradeciendo a la ñuke mapu –madre tierra – por sus frutos.
La rogativa dura sin dificultad hasta el atardecer para luego seguir la celebración comiendo abundante carne y bebiendo la lascivia chicha. Un brebaje que se obtiene de la manzana y que luego de algunos sorbos a más de alguno marea transformándolo en el hazmerreír de todos.
Mientras, todos los niños reunidos en un rincón de la gran ruka –casa– escuchan atentos al anciano Ngenpin –dueño de las palabras – quien les cuenta las historias de cuando se formo la tierra y el Nge –Ser humano–.
Entre ellos y acurrucado frente a la hoguera se encuentra el futuro guía del pueblo, Antinanco, el hijo de sol.
Espantapájaros 26/04/2007
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