Categoría: "CONTEMOS CUENTOS 29"

Polizón. De Crayola

Un día solté las amarras y me eché a la mar. Cogí la brújula y la guardé en un cajón, y dejé experimentar al destino sin rumbo definido. Empaqué poco: una muda de esperanza, dos sonrisas, y una veintena de lágrimas. Todo en un pequeño carcaj que llevo sobre la espalda. Dejé a la soledad en el muelle diciéndome adiós con el gollete lleno de amargura preguntándose cuando volveré. Con grandilocuencia y arrogante mirada abandoné la orilla y me adentré en un profundo azul. ¡Qué sensación! ¡Qué libertad! ¡Qué fácil es sentir dicha! Sólo se necesita un pedazo de cielo para contemplar. Parada en un extremo de mi barco, navegué días y noches entre aguas calmosas y serenas sintiendo la suave brisa acariciando mi piel. Por las mañanas nadaba con delfines sobre la salada espuma, y por las tardes pintaba acuarelas de atardeceres en rojos y dorados. Una noche que contaba estrellas, un mimoso susurro llegó a mis oídos. Eran versos…Cerré los ojos y dejé que cada palabra paseara por mi mente, sin sospechar siquiera que cada una de ellas se anclaría en mi corazón. Y el tiempo se hizo lento, y el mar mas azul, y yo…yo aprendí a disfrutar de un nuevo lenguaje que me vicia. Sin saberlo, sin imaginarlo, un hombre escondido en mi tartana, navegaba a mi lado. Me acompañó a cada puerto. Me tendió la mano para no caer en cada tormenta. Veló mi sueño. Tragó en silencio mis saudades y miedos y los convirtió en destellos de felicidad. Me arropó cuando tuve frío. Me besó la frente. Me besó el alma. Pero tuve que volver un día a mi pretérito. Y tuve que regresar un día a una vida que tenía que seguir viviendo. Pero…y ahora… ¿Qué hago con ese polizón que se ha robado mi corazón?

Crayola 22/03/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta: Saudade. De Monelle

El rostro de Seren lo expresaba todo, nunca antes había visto un enfermo. En su mundo, según nos contó, la vida o la muerte es una cambio de conciencia, la barca del tiempo viene y va sin más complicaciones, por lo que tenía más que curiosidad.
¿Puedo ayudarle? –Seren, subida en su brazo, miraba a Julien con ternura.
Deliciosa criatura, ya lo hiciste viniendo hasta mí.
Julien –dije ─debemos visitar al médico. No podemos dejar que empeore.
Gracias Ricard, pero he creído entender que hay que tener papeles y no los poseo, no deseo ponerles en ningún compromiso.
Haga caso a mi marido. Iremos a un médico amigo de la familia, a su consulta privada, con dinero no hay preguntas.
Yo le llevo, tú quédate con Seren, (no me fío de dejarla sola) –dije acercándome a Anna y susurrándole, olvidando el oído tan fino de la ondina.
Le he oído –dijo canturreando mientras reía ─No pasa nada –me guiñó un ojo.
─De paso Ricard, llamaré a casa de los abuelos, deben estar agobiadísimos con tanto niño.
¡Qué bien! ¿Y me dejarás hablar con ellos? –Dijo Seren lanzándole a Anna, una de esas miradas profundas de ojos parpadeantes, enmarcados en la expresión más dulce.
No puedo y lo sabes –le contestó con tono dulzón.
¡Vale! –Parecía no importarle en exceso, se conformaba pronto. ─¿Podré al menos escucharles?
Eso sí. Siempre que me prometes quedarte calladita en extremo durante nuestra conversación.
¡Vale! –volvió a decir. Antes de lanzarse sobre los brazos de Anna, le dio un sonoro beso a Julien en la mejilla.
Un par de horas después, regresábamos. Según dijo el doctor, todas las dolencias del viejo, estaban provocadas por el cansancio, una visible tristeza, y sobre todo la edad; aunque le veía muy bien, le mandó reposo durante unos días.
Seren estaba emocionada, había escuchado como mis hijos contaban sus peripecias, y se reconoció en ellos.
Julien, le contaré el pretérito de los acontecimientos, y quizás también le diré alguna que otra recetilla mágica –explicó con grandilocuencia la ondina
Seren, preciosa –le dije ─necesita descansar.
No, déjenla, eso no me puede hacer ningún daño, además esta noche deberíamos tenerlo todo preparado para el segundo encuentro.
Es demasiado precipitado –afirmé.
Pero no pude negarme, al parecer los tres, habían ensayado la misma mirada suplicante.

Monelle/CRSignes 21/03/2007

En un barco de papel. De Crayola

Ahí se sentaba ella. En la misma banca de aquel viejo parque, bajo la sombra de un naranjo llegaba cada tarde y se sentaba a esperar. Llevaba consigo una caja de madera, tres hojas de periódico bien dobladas, y una lupa. Vestía siempre el mismo vestido. Entallado a su delgada figura, blanco con flores amarillas; unas sandalias y un chal de encaje color beige por si hacía frío. Su pelo recogido con un listón en una coleta que caía en su espalda. El gris de su pelo contrastaba con el color miel de sus ojos. Llegaba puntual a las seis de la tarde. Al sentarse, con grandilocuencia invertía varios minutos para acomodar su falda correctamente, su talle, su chal. Después colocaba los periódicos sobre sus piernas, y sobre ellos la cajita. Miraba a su alrededor, escudriñando con cuidado cada extremo del parque. Observaba detenidamente cada persona, cada rostro. Suspiraba con saudade al no encontrar lo que buscaba. Abría su cajita y tomaba la lupa en sus manos. Sacaba cartas que leía con la ayuda del lente. Leía cada una hasta terminar con todas. Luego guardaba todo en la cajita, metía la lupa y la cerraba. Volvía a mirar el parque, deteniéndose en cada detalle, en cada hombre que caminaba cerca de su mirada. Sin encontrar nada aún, tomaba los periódicos. Una hoja primero. La doblaba con destreza, despacio, midiendo cada movida y poco a poco aparecía entre sus manos un barco de papel. Si quedaba bien al primer intento, ya no utilizaría las otras dos hojas de periódico, las guardaba para el día siguiente. Se ponía de pie, andaba hasta una fuente, ponía el barquito de papel y lo veía alejarse ondeando entre el agua. Ahí emprendía cada tarde su viaje. Soñaba que se subía a la embarcación cargada de ilusiones. Se paraba siempre junto al mástil y buscaba el horizonte. En el navegaría hasta encontrar el mar mas azul. Pero el barco se hundía y desparecía en lo profundo de la fuente. Atrapando cada lágrima, regresaba a su banco. Recogía su cajita que guardaba el pretérito de su vida, su papel, y volvía sus pasos. Sus ojos daban una última mirada antes de partir. Su corazón aún conservaba la esperanza de verle llegar. No faltó un solo día al mismo lugar. El último día de su vida, se subió al barco de papel y se marchó para no volver.

Crayola 20/04/07

El viejo del muelle. De Espantapájaros

Habían pasado varios años desde que hizo su viaje al norte en busca de un sueño, de una promesa realizada durante su juventud. De acuerdo a lo convenido, él la esperaría en la plaza señalada. Sentado bajo la sombra de un naranjo esperó hasta que el rojizo sol del desierto naufragó tras las desnudas colinas. Pero sin entender lo ocurrido decidió cerrar para siempre ese pretérito capitulo de su vida, y apretando con rabia los párpados para no dejar escapar una lágrima retorno a su tierra.
Pero ni el tiempo ni la pena pudieron borrar de su envejecida memoria el nombre de aquella mujer.
De tarde en tarde y cada vez que sus adoloridas piernas se lo permitían, salía a caminar por la costanera hasta llegar al extremo del muelle, allí, sentado en una banca descansaba y por horas se dedicaba a contemplar el mar, a sentir la fresca brisa salina en su arrugado rostro y escuchar el pertinaz golpeteo de las olas contra la empalizada.
Al poco de llegar a la caleta la gente se acostumbro a su presencia, refiriéndose a él como el viejo del muelle.
Sentado frente al mar se sumergía en lo más profundo de sus recuerdos y saudades pensando en ella; de tardes enteras paseando de su mano por los floridos parques, o tendidos sobre al pasto leyendo bajo las sombras de los encinos. En su mente viajaba por los confines de la memoria y su vista se perdía en lontananza al contemplar algún barco. A ratos murmuraba palabras ininteligibles que lo hacían extender su mano hacia el mar como si quisiera asirse de la mano de alguien, pero luego la retiraba y una lagrima muda rodaba por los acantilados de su rostro hasta caer al balcón de su corazón.
Pasó el tiempo, hasta que una tarde simplemente el viejo desapareció. Las historias comenzaron a rodar por las empedradas calles del pueblo, se colaron por las puertas y ventanas. Las señoras se detenían en las esquinas para comentar, los niños inventaron cuentos de fantasmas, pero en realidad nadie sabía nada.
Un pescador en grandilocuente actitud comentó una vez y mientras bebía junto a sus amigos del bar, que vio al viejo con las manos extendidas hacia el mar y como si de una súplica se tratara decía: “¡por favor llévame contigo!”
-Pa` mi que alguien emergió de la mar y se llevó a este viejo.

Espantapájaros 15/03/07

Saudades. De Espantapájaros

Junto a la carretera y a un costado de un caserío se extendía la pequeña explanada de tierra que habilitamos como cancha de fútbol.
Allí nos reuníamos toda la chiquillería del barrio para dar rienda suelta a toda nuestra pretérita energía infantil.
Como siempre las dos promisorias estrellas del fútbol, el Pelluca y el Juancho, se situaban en el centro de la cancha para dar inicio a la ceremonia en que se elegían los jugadores. Uno frente al otro, como si estuvieran retándose a un duelo, comenzaban a caminar dando pasitos cortos, hasta que al encontrarse, si uno ponía el pie por sobre el del otro ganaba el derecho a elegir primero.
-Al Jano- decía el Pelluca, señalando al mejor delantero.
-Al Esteban- señalaba el Juancho asegurándose un excelente arquero .
Y así iban pasando de uno en uno, ubicándose en cada lado de la cancha los elegidos. Yo como era uno de los considerados malos pa` la pelota era el ultimo en ser elegido, en ocasiones hasta me cedían si se veía que uno de los equipos estaba en desventajas física, en otras tenia que conformarme con mirar el partido desde afuera.
Del árbitro ni hablar, nadie era lo suficientemente valiente para dirigir uno de esos encuentros, así que luego de la moneda al aire se iniciaba el peloteo. Dando patadas a diestra y siniestra un enjambre de flacuchas piernas corrían de un lado hacia el otro en medio de una espesa polvareda e infernales gritos tratando de darle alcance a la pelota y en ocasiones a más de alguna pierna, que si se volvía a repetir el golpe, de seguro el partido terminaba en un dantesco encuentro boxeril.
El Esteban que había hecho gala de una grandilocuente habilidad para atajar esa tarde pareció que el polvo le jugó una mala pasada ya que ni vio cuando la pelota llegó a lo mas profundo del arco, lo que provocó un concierto de garabatos que lo hicieron molestar a tal extremo que agarró el balón y dándole una tremenda patada ésta cruzó toda la cancha cayendo en el patio de doña rompe pelotas. Y así fue, luego de insistentes suplicas vimos como la pelota asemejándose a un pequeño barco salio disparada de la casa para caer desinflada en medio de todos.
Entre caras largas no quedó más que darle término al encuentro.
-Bueno, será para otro día.

Espantapájaros 14/03/2007

Palabras para el "contemos cuentos 29"

Las palabras seleccionadas para este juego fueron:

BARCO

EXTREMO

GRANDILOCUENCIA

PRETÉRITO

PROFUNDO

SAUDADE

Los relatos de entre 200 y 400 palabras, con el tema libre y el título obligatorio.