Categoría: "Marta"
EL ANTIGUO YESAR. De Marta
Por monelle elAbr 30, 2014 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 35 | Enviar opinión »
La gran mole de cemento del antiguo yesar se recorta contra el cielo de caleidoscópicos colores, pintado con brocha gorda sobre lienzo ámbar. Una niña pequeña está subida en la más alta de las desiguales chimeneas, diminuta en la inmensidad de la fábrica abandonada.
Suaves llanuras hacen ondular los débiles rayos de sol, ya en su ocaso. La nieve también se ha teñido de los prístinos colores del atardecer. Habla con Pablo, sentado en una chimenea inferior.
—Ya sé que hoy no han venido, pero te digo que no tardarán.
—Todos los días dices lo mismo.
—Yo sé que vendrán.
—Bueno, Susana, quizás mañana. Se habrán tenido que ir más allá de la Llanura Alta.
—A veces no me ayudas nada, para ser mi mejor amigo.
—Y el único, diría yo.
—¿Nos vamos a cenar?
—Vamos, que llevamos todo el día mirando el camino.
Susana, cariacontecida, bajó por la estrecha y peligrosa escala, con gran habilidad fruto de la práctica. En las viejas oficinas unas pulcras camas le ofrecen cobijo y en un armario archivador se alinean cientos de botes de comestibles. Cervezas y coca colas abarrotan las estanterías metálicas del pasado siglo XXI.
Pablo ya está sentado ante la mesa y ella abre su ración del día. Hoy toca pollo y pan caliente. Está delicioso.
—Amigo, cuéntame otro cuento esta noche.
—¿Vale el del cohete hablador?
—No, ese ya me lo sé, otro.
—¿vale el de la luna desaparecida?
—No, hoy quiero uno nuevo.
—¿Sabes el del planeta intocable?
—¡Ese, ese!
—Pues va de un planeta que tenía ríos y valles cubiertos de hojarasca y mucha agua rodeando toda la tierra y no hacía frío nunca, y el sol lucía siempre...
Susana, con el arrullo de la voz de Pablo, se fue quedando dormida, con una gran sonrisa en sus labios, mientras sujetaba firmemente su mano.
No oyó el ruido que produjo un vehículo que se acercó a las ruinas. De él descendieron cuatro hombres. Con las ligeras armas preparadas, se introdujeron en la antigua fábrica de yeso, que apenas conservaba algún muro, rotas sus chimeneas sobre el desprendido tejado. En un rincón descubrieron, echada sobre una raída manta, a una criatura de unos ocho o diez años inexplicablemente gordita. Dormía agarrada a un viejo peluche de indefinido aspecto. Sólo escombros rodeaban a la niña que, sin embargo, sonreía, feliz en sus sueños.
Marta 14/06/2007
LA PATADA Y LOS JUBILADOS. De Marta
Por monelle elFeb 20, 2014 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 34 | Enviar opinión »
A Venancio y a mí nos gusta ir a pasear al rompeolas. A lo largo de éste ha puesto el Ayuntamiento unos pocos bancos, para descanso de los paseantes más sedentarios. Éstos buscan desesperados un sitio donde descansar de los largos paseos, tras atravesar toda la floresta de los jardines, antesala del puerto. A nosotros nos gusta sentarnos en un banco del final del espigón, a la altura del faro, dónde la original patada. Disfrutamos de nuestro tiempo de jubilados intentando catalogar a las personas que de continuo llegan al muro final, antesala del faro, si dan una patada o no antes de volverse. Y ensayamos nuestras dotes de adivinación.
—Ese tiene pinta de patada —digo yo, viendo a un joven de cabello azabache dirigirse veloz al punto en dónde se da el puntapié de la buena fortuna, y cuando veo que efectivamente golpea el muro con las deportivas, grito con voz de ganador, — ¿lo ves?
—Pues esos no creo que ni se acerquen —comenta Venancio sobre un grupo de mamás y papás conduciendo cochecitos y niños, pero esta vez se equivoca y van todos en tropel a martirizar la pared.
—¿Y ese guiri? Como no tiene ni idea, se va a dar la vuelta sin más —y ocurre lo profetizado por mi modesta persona.
—Pues ese del chucho es patada seguro —asegura mi amigo.
Pero ocurre algo que nos deja paralizados: el perro da una patada a la pared a la vez que el amo y juntos, sincronizados, dan media vuelta y al unísono emprenden el regreso.
Y así pasamos las horas de buen tiempo, a partir del solsticio de verano. Días en los que, entre pasear, mirar a la mar y sentarnos en los banquitos de observación de patadas de personas y perro, echamos la tarde.
Marta 31/05/2007
HISTORIA DE UNA PATADA CANINA. De Marta
Por monelle elDic 20, 2013 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 34 | Enviar opinión »
Yo soy “Cuco” un original perro azabache nacido de una terrier y chucho desconocido. Pero no por eso soy menos listo y si no escuchad y aprended. Constituyo una atracción en mi pueblo costero, vamos que soy un perro popular por mis múltiples virtudes. En mis paseos suelo hacer continuas gracias que acaparan la atención de los humanos, tanto en la floresta, como en las calles, como en la playa.
Pero la que me ha hecho más famoso ha sido la imitación de la patada que dan todos los que pasean por el Rompeolas cuando llegan al final, rematado en un faro. Venía observando en las últimas semanas la tontería esa y me dije, ¿por qué yo no? Al fin y al cabo, soy como un mono de repetición, desesperado por llamar la atención, según mis queridos amos. Y si a ellos les da buena suerte golpear con las fundas de los pies el muro final del espigón, a un perrito lindo ni te cuento.
Cuando, un solsticio de verano, golpeé con mi patita el dichoso muro, se quedaron sorprendidos, se rieron un poco, y pensaron que, o no habían visto bien, o era una casualidad. Pero el segundo día, ya atentos, descubrieron mi don pataleador. Poco a poco, se fue haciendo conocida mi hazaña, de tal manera que cuando me acercaba al faro ya había varias personas haciéndose las remolonas a la espera de la patada canina. Sus aplausos son los que mantienen mi alma de payaso y no hay día que paseemos por el Rompeolas en el que no de gusto a mis fans. Guau.
Marta 22/06/2007
LENTEJAS CON CARNE de Marta
Por monelle elAgo 20, 2013 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 33 | Enviar opinión »
Todavía no puedo tomarme un plato de lentejas sin recordar con nostalgia aquellas larguísimas tardes de la guerra en las que, helados de frío, nos dedicábamos a limpiarlas. Rodeábamos un barreño de latón lleno de lentejas, con las manitas dentro, cogiéndolas en pequeños puñados. Enfrente, un descolorido espejo me devolvía la encorvada imagen del chal negro de la abuela y de su prieto moño blanco. La legumbre limpia iba a parar a un abollado perol.
A la vez que quitábamos los negros bichos y piedras de las lentejas, mi abuela nos contaba mil odiseas. La pandilla de niños acudíamos como un rayo en cuanto oíamos su llamada. Escuchábamos con deleite. Y se bromeaba con la pobreza de nuestro único guiso del día. El chiste de la abuela, no por ser repetido hasta la saciedad todas las tardes, no dejaba de provocar irremediablemente la hilaridad de la chiquillería:
―Cuidado, no se os pase ningún gorgojo, aunque, bueno, así comeremos carne hoy― advertía.
Y mientras, nos aterrorizaba con relatos de ánimas en pena que poseían a tiernos niños como nosotros, demonios en forma de cabritilla, ladrones de hígados en las luminiscentes tumbas de los cementerios, o siniestros hombretones en busca de doncellas a las que fecundar violentamente. Todas esas ancestrales historias nos provocaban más de una pesadilla nocturna. Cuentos terribles que hoy en día a nadie se le ocurriría contarle a unas criaturas, por miedo de provocarles un trauma. Pero que alejaban la realidad de nuestras mentes, reduciendo la crudeza de la guerra a un día a día, en el que lo más importante eran esas reuniones familiares, lejos el padre, combatiendo en no se sabía qué frente.
Marta 08/05/2007
Quiero hablar con mi confesor. De Marta
Por monelle elAbr 20, 2013 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 32 | Enviar opinión »
La joven de principios del siglo XX se había visto rodeada de suaves algodones, en una vida sin dificultades. La casaron con un apuesto y rico primo lejano, al que apenas conocía. El viaje de novios fue en un lujoso barco, que se dirigió presuroso a cruzar el charco, rumbo a las Américas. Las ventanas redondas del camarote se abrían a un ancho y rizado mar.
En su primera noche juntos el esposo intentó cumplir con sus deberes maritales, con el gozoso entusiasmo de la novedad. Pero, ella, temblando, le impidió tamaña barbaridad, asustada. Ni en su más ardiente imaginación pudo ella concebir más contacto físico que unos besos o abrazos, como los recibidos en el calor de su hogar. La lascivia del desconocido contraía sus pudorosas entrañas. Quería hablar con su confesor, no podía creer que lo que su recién estrenado marido pretendía no fuera pecado.
El hombre, con cariño y perseverancia, intentaba derribar las barreras de la virgen. La empatía que podía sentir por ella quedaba anulada, en las largas noches, por el ansia que le producía la proximidad de su tibio e intocado cuerpo, envuelto en un camisón sin fin.
El vigoroso marido vio cómo todos sus discretos ataques sexuales eran rechazados, sus envites, toreados con voluntad de hierro. Ansiaba regresar de tan casta luna de miel, a la vez que temía ser el hazmerreír de su familia y amigos.
Hasta que volvió la pareja, seis meses después, no se pudo consumar el matrimonio. El director espiritual y confesor de la mujer le confirmó que las intenciones del marido eran lícitas, y tendría que sufrirlas, para mayor gloria del Señor y la procreación.
Marta 23/04/2007
Las botas del maestro. De Marta
Por monelle elDic 30, 2012 | EnMarta, CONTEMOS CUENTOS 31 | Enviar opinión »
El señor Bonifacio era un maestro de la vieja escuela, en tiempos de la inhóspita postguerra española. Vivía sólo en la ruinosa casa que el pueblo le había ofrecido desde el primer día de su llegada, hacía ya cuarenta años. Como era soltero, el pequeño sueldo y los obsequios de los padres de sus alumnos, huevos, leche, harina, miel, le permitían no pasar penalidades.
Tenía la costumbre de, cada año, acercarse a la capital, y renovar completamente su único traje. Como ni se cambiaba ni se lavaba en todo ese año, acudía a unos baños públicos, y hacía la espectacular transición. Tanto la ropa como el calzado lo tiraba a la basura, mutado de repente en un ser limpio y aseado.
Aquel año había entrado a trabajar un nuevo basurero, apodado el “Malcariz”, por su fama de gafe. Hasta entonces había llevado una vida errante pero había decidido instalarse en la gran ciudad. Como le encantaba escarbar siempre entre la inmundicia, encontró las botas del maestro. Comprobó que todavía estaban en buen uso. Miró a su alrededor, no vio moros en la cosa, y con el agradable sabor de lo pecaminoso, tiró sus raídos zapatos, y se las calzó, abrochándose los cordones hasta el tobillo.
A los pocos días murió, una infección gangrenó sus pies, subió hasta los muslos y le paró el corazón.
Marta 13/04/2007