Categoría: "CONTEMOS CUENTOS 33"

LOS ELEMENTALES: capítulo sesenta y uno. Bajo el agua. De Monelle

Nada más traspasar el umbral, Julien me abrazó. Pude sentirle emocionado. Pronto comprendí el porqué.
Llegué a pensar que no volveríamos a encontrarnos.
Debió de suponer que no les abandonaríamos en esta odisea, que les buscaríamos.
Pero ¿cómo iba a ser posible si me había llevado los manuscritos?
No lo recordará, pero hice copias de los conjuros. Hizo bien trayéndoselos junto con el Grimorio.
No tengo el Grimorio ―afirmó Julien, no supe qué decir. ―Me alegro mucho de verle Ricard, y todos aquí le están agradecidos.
Esto es maravilloso –afirmé ―¡Podré conocer a la reina de las ondinas! ¡Al rey!
¡Mírelo! Por ahí avanza su cortejo.
El lugar que creía centro de aquel mundo, resultó ser una ciudad transparente en apariencia, cuyo foco de luz luminiscente esparcía destellos que se reflejaban por doquier. Sus espejadas paredes proyectaban aquellos rayos de variable color: amarillos, índigos, rojizos, verdes y anaranjados en todas direcciones.
Seren, no dejaba de mirarme. Cuando logró atraer mi atención, pidió permiso para entrar y se lo di.
Debo de estar junto a ustedes para el retorno. Partiremos pronto.
Pero yo quiero…
Claro impaciente ―rió como sólo ella era capaz de hacerlo, con sus característicos y chispeantes destellos ―¡Ahí viene su majestad!
El cortejo se detuvo tan cerca de nosotros que se distinguía cada detalle del vehículo subacuático. Junto a él, una pandilla de ondinas, de ambos sexos, revoleteaban levantando miles de diminutas burbujas, que dibujaban espirales ascendentes, efervescente acompañamiento de rítmica melodía. Aquellas pequeñas y refrescantes burbujas se detuvieron al tiempo que el rey salió para saludarnos. En apariencia era un frágil cascarón en tonos nacarados, que se hubieran confundido con el fondo de no ser por los adornos en rojo chillón que lo engalanaban. No era sofisticado, más bien sencillo, y es por ello que me pareció mucho más sublime y vistoso, fecundando aún más mi asombro. Por segunda vez veía, en todo su esplendor, a un monarca de los submundos en su ambiente. Mi encuentro con el rey de los gnomos había resultado tan oscuro que me confundió. No me atreví a pronunciar palabra. Ahí me hallaba boquiabierto y sin perder detalle de nada.
Seas bienvenido ―dijo.

Monelle/CRSignes 20/05/2007

REMINISCENCIAS. De Espantapájaros

Fuente de imagen Internet

Una fina llovizna se deja caer copiosamente en la ciudad. La tarde está fría y gris, dándole a las últimas horas del día un aspecto aletargado y sombrío. Lentamente me dispongo a salir de la oficina. Una gabardina negra y un paraguas me protegerán en mi acostumbrado viaje a pie hasta el departamento. Cierro la oficina y me despido con un hasta el lunes del personal que aún permanece; de seguro terminando trabajos atrasados.
Las calles están húmeda y solitarias, solo el sonido de mis zapatos contra la acera o el paso fugaz de algún vehículo quiebra el silencio. Recorrer a pie las cuatro cuadras que me separan de mi departamento en un día de lluvia lo considero un placer; estos paseos me hacen olvidar todo el ajetreo de la oficina. La melancolía de la lluvia siempre ha sido un estimulante contra el estrés y una forma de escape.
A medida que me acerco a mi destino contraigo mis pasos, casi rehusándome a llegar... ¿para que? –me pregunto. Si como todos los días no tendré a nadie que me reciba.
Mis pensamientos me hacen retroceder en el tiempo, hasta los días cuando al llegar a casa era como llegar a mi refugio, allí me esperaba mi hija para fecundar con dulces sonrisas mi vida, y mi señora que después del tierno beso me indicaba que la mesa estaba dispuesta para cenar.... –¿donde habrán quedado esos momento?…A veces los añoro.
Un chillido me sustrae de mis odiseas y divagaciones indicándome que el ascensor ha llegado al piso solicitado. Saco la llave del bolsillo y la introduzco en la cerradura.
Adentro, como si se tratara del espejo de mi alma, todo igual…ya no hay sonrisas esperándome, ni menos la calidez de un lejano hogar. Todo lo contrario, la soledad se ha detenido a vivir en mi cuarto y el polvo de la tristeza se acumula en cortinas y mesas vacías.
Tendido en mi cama y aun vestido, observo una pandilla de gotas de lluvia deslizarse lentamente por el cristal, afuera hace frío y el viento ha desnudado los naranjos. La luminiscencia de un rayo por segundos ilumina mi cuarto. Pero aquí dentro, en mi pecho, todo está oscuro; el tiempo ha congelado mi corazón. A veces me pregunto si aquella decisión fue correcta, quizás fue mi soberbia o estupidez la que hizo perder lo mas preciado que tenía...una familia.

Espantapájaros 18/05/2007

SAROS: El primer viaje (Antinanco capítulo 4) De Espantapájaros

La unión de los dos medallones provoca una conjunción entre el sol y la luna. Un eclipse. Fenómeno que los antiguos sabios llamaban Saros. Esta unión desata fuertes destellos y luminiscencias dentro de la bóveda, al tiempo que una gran fuerza atrae a los niños. Unas asustadizas miradas se cruzaron al desaparecer tragados por el espejo de luz.
La oscuridad de la recamara fue abruptamente interrumpida por una serie de luces y rayos. Dos siluetas se recortan en el resplandor para segundos después sobrevenir nuevamente la oscuridad. Las siluetas eran Antinanco e Izel.
Por una pequeña puerta entra un haz de luz que ilumina unas imágenes en las paredes, Izel se aproxima y las observa.
¡Me parecen extrañas estas escrituras! Pero creo que aun estamos en el la bóveda. Vamos es mejor que salgamos de aquí antes que llegue la pandilla de guerreros.
Tras salir de la bóveda se encuentran con una desconocida ciudad. Grandes pirámides y templos rodeados de una exuberante selva.
Amigo, esta no es mi ciudad ―sostiene Izel mientras recorre con la vista su entorno. El momento es inesperadamente quebrado por la aparición de una joven que pasa corriendo junto a ellos.
¡Corran que vienen los barbudos!
Sin preguntar Izel y Antinanco corren tras la muchacha internándose en la espesura.
Al llegar a orillas de un riachuelo la joven se detiene.
¡Pero que sucede! ¿Quien eres tú? ―interroga molesto Antinanco.
―Mi nombre es Ilora, y soy una doncella del Emperador Atahualpa.
¿En que lugar estamos? ―pregunta Izel
Están en la afueras de la gran del imperio Incásico… ¿uds. quienes son?
Mi nombre es Antinanco y ella es Izel. ¿Dinos…, porqué corres?
Mi pueblo esta siendo esclavizado por unos malvados dioses, debo ir a la ciudad sagrada a ocultarme…Pero no sé el camino… ¿ustedes me ayudarían?.
Antinarco al oír esas palabras se retira a un claro y recordando las enseñanzas del viejo Kimche de su pueblo eleva sus brazos al cielo recitando unas extrañas palabras; su medallón comienza a brillar cuando en el cielo aparece un águila.
Ella es el espíritu del sol, ella nos guiará ―señala.
Poco antes de fecundar el atardecer llegan a una enorme ciudad oculta en la montaña, allí son recibidos por el sabio. ―Bienvenidos a Machu Pichu. Alegre los saluda.
Luego de contar su odisea, el sabio reconoce los medallones.
¡SAROS! ―exclama.
En ese instante los une provocando nuevamente la apertura del portal.

Espantapájaros 17/05/2007

EL ENCUENTRO (La princesa Izel Capítulo 4) De Crayola

Izel miraba el enorme espejo de luz que oscilaba ante ella. Sin vacilar, estiró su mano para tocar el espectro luminoso. La punta de sus dedos se fusionaba en un denso ectoplasma azulino que parecía ir desapareciendo su mano en la luminiscencia, mientras una fuerza potente la atraía hacia el centro mismo del fenómeno. Un segundo después fue embestida violentamente por algo que salía justo del espejo líquido haciendo que la cámara de piedra se llenara de rayos y chispas brillantes.
Izel tardó unos minutos en reponerse y enfocar la habitación que iba recuperando sus sombras. El espejo de luz había desaparecido por completo y en su lugar se erguía una figura desconocida a la que observó detenidamente.
Un niño en posición de ataque. Cuerpo delgado pero de gran fuerza física. El cuerpo desnudo vestía tan solo un taparrabos de cuero que dejaba ver unas largas piernas. Pies descalzos y firmes. Brazos fuertes que terminaban en unas manos que empuñaban decididas una afilada lanza. La piel morena como el chocolate. El rostro ovalado enmaracado con una enmarañada cabellera azabache. Los ojos grandes y negros miraban con curiosidad a los ojos de Izel.
En el instante que se cruzaron las miradas, se fecundó una comunión entre las dos criaturas.
Mi nombre es Antinanco ―dijo el pequeño sin dejar de apuntar su lanza hacia la niña.
Mi nombre es Izel.
Se sentaron uno frente al otro y hablaron sobre su odisea. Izel contaba su historia a su nuevo amigo mientras este escuchaba callado sin dejar de observarla. Una niña de su misma edad, tan parecida a él pero de un mundo diferente. Sus ojos amarillos le sorprendían.
Después de un tiempo los dos niños estaban al tanto de sus procedencias y de la increíble coincidencia de haber abierto al mismo tiempo una puerta hacia el universo.
Pero su encuentro fue interrumpido abruptamente por los gritos de una pandilla de guerreros aztecas que buscaban a su princesa; era hora de huir.
El peligro alertó a los niños que se pusieron de pie. La alerta de sus sentidos encendió de pronto los medallones que pendían de sus cuellos. Estos se elevaban entiendo destellos. Los niños se acercaron mas, los medallones quedaron amalgamados de sus centros formando una unidad indivisible. El sol de Antinanco encajaba a la perfección en la luna de Izel creando un eclipse, creando un SAROS.

Crayola 16/05/2007

TREN AL SUR de Espantapájaros

El viernes nos vamos a Mulchén.
Esa fueron palabras mágicas en boca de mi mamá. Cientos de imágenes se fecundaron en mi mente, por supuesto imágenes inventadas pues nunca había ido a ese lugar, solo tenía referencias por los comentarios de mis hermanos mayores. Pero lo que en realidad me alegraba era la odisea de lo que sería mi primer viaje en tren. Ya me imaginaba sentado en esas butacas meciéndome al ritmo ensoñador de los carros; bebiendo un refresco, degustando algún ágape, y disfrutado del paisaje. Recuerdo que ni dormí la noche previa al viaje, y cuando por fin pego mis ojos, aparece mi mamá avisándome que ya era la hora. Una lavada de cara una mirada, al espejo y listo para salir.
Pero algo no encajaba. Me preguntaba para que tantos bolsos con ropas en desuso, si al lugar que íbamos era un pequeño y alejado poblado campesino.
Eran las siete de la mañana de ese día viernes, el sol apenas entibiaba con sus luminiscentes rayos y los dientes castañeaban de frío, cuando a lo lejos escucho un sonido que más se parecía un bramido. Era el tren que anunciaba su llegada. Una enorme bestia de fierro negro que emitiendo una intensa humareda plomiza impregnaba el ambiente con un denso olor a carbón.
A medida que el tren pasaba frente a mí, estiraba mi cuello tratando de ver cual sería el mejor carro para realizar el viaje. Butacas de cuero reclinables, otras eran de madera tallada y tapizada. Los elegantes carros desfilaban uno a uno ante mi vista, donde paseaban estirados mozos que servían desayunos a los pasajeros.
―¡Ya pho mamá que se nos pasan los carros! ―inquieto reclamé.
Sin inmutarse mi mamá esperó hasta que se detuvo el monstruo de hierro.
Agarramos los grandes bolsos de ropa usada y subimos torpemente por unas empinadas escalerillas. La verdad que al estar dentro creí que nos habíamos equivocado de carro, pues de partida las butacas eran sucias bancas de madera en donde la gente como viles pandillas se agolpaba para encontrar un puesto. Gallinas, cerdos y sacos de todo tipo estaban amontonados en los pasillos. Al final supe que no nos habíamos equivocamos cuando mamá tomó un asiento.
Un tanto decepcionado me acomodé a lado de la ventana y me dispuse a disfrutar del viaje,
Total, ―me decía ―lo importante es que por fin viajaría en tren al sur.

Espantapájaros 16/05/2007

LOS ELEMENTALES: Capítulo sesenta. El reencuentro. De Monelle

Todo giraba aunque yo permanecía inmóvil. En un impreciso instante mi entorno cambió. Un resplandor, parecido a un rayo continuo, surgió frente a mí. Dejé de ver la superficie espejada que me envolvía. Aquella brillante luminiscencia se acercaba. ¿O era yo el que iba en su dirección?
Quise moverme, pero no pude. Mis pies resbalaban y a punto estuve de caer. Metido en una de las burbujas, que Julien nos mencionó, me trasladaba a una velocidad constante. En mi odisea estaba tan inquieto como emocionado.
Nunca vi nada parecido. Alrededor de mi, como si de un sueño se tratase, miles de pequeños seres, como pandilla de gotas brillantes de colores variados, se agitaban; me dio la impresión de que eran ellos los que me arrastraban. Conforme me aproximaban hacia la luz, los contornos y las formas desvelaban lo extraordinario de mi entorno. No había un objeto o ser que no destellara y el que más aquel que se encontraba en el centro del foco de luz al que me acercaba.
Tan absorto estaba en mi contemplación, que no me di cuenta de que una burbuja, como la mía, chocó contra mí y casi pierdo el equilibrio. El reencuentro con mis amigos fue especial, incluso más emotivo de lo que nunca hubiera imaginado, debía ser por el respeto que todo aquello causaba en mi, el miedo que había fecundado en mis adentros.
Seren se aproximó decidida. En su mano una especie de canutillo que clavó desde el exterior en las dos burbujas uniéndolas. Por la rendija abierta, pude escuchar la voz de Julien, que se alegraba de mi llegada.
Lo hiciste muchacho.
Seren interrumpió.
¡Ricard!
Dime Serén ¿Cómo estáis? ¿Qué pasó?
Ahora hablamos Ricard –dijo Julien ―Escucha las instrucciones de nuestra pequeña amiga y podremos estar juntos.
Ricard, introduce los dedos en el canutillo y tira hacia fuera; no temas que no se romperá –la ondina gesticulaba al tiempo que hablaba conmigo. ―Notarás que el canutillo se va agrandando y con él la separación que os une a ambos.
Hice lo que me pedía, no sin cierta preocupación. Al instante, las manos se me quedaron pequeñas, pero el esfuerzo era mínimo y aquella abertura pronto alcanzó un tamaño lo suficientemente grande como para que, o bien yo o Julien, saltáramos al otro lado. ―Muy bien amigo, allá voy.
No, deje viejo, saltaré yo.

Monelle/CRSignes 13/05/2007

LA TORRE DEL UNICORNIO de Mon

El suave siseo sobre el sutil pergamino, como cada noche, presagiaba una buena aventura, la tinta negra de confección casera comenzaba a impregnar el ambiente tímidamente caldeado por la llama de una única vela.
El viejo Frogot vivía solo de sus recuerdos, en aquella solitaria torre de anchos muros fecundada en la alta edad media.
Su espesa barba se tornaba luminiscente cuando el espejo jugueteaba con las sombras chinescas que el cirio proyectaba, dicen que recortadas por una pandilla de duendes imaginarios.
Hoy es el día de Cántor, el bosque del unicornio, y quiero narraros una historia que personalmente viví de pequeño.
Frogot se echó un pequeño manto sobre la espalda para evitar la fría humedad que predominaba en la torre, las largas noches de invierno eran muy duras y había que racionar bien la leña. Y comenzó a escribir:
“Erase una vez un niño que fue abandonado por sus padres a la edad de 5 años, -(tose Frogot), aun recuerdo cómo la gente de la aldea estuvieron buscándole durante semanas, nunca olvidaré el odio que sentimos todos por aquellos padres tan malvados.
Dicen que por las noches en el bosque de Cántor se escuchaban cánticos de un niño acompañados por el brioso relinchar de un caballo, cuentan que cada 12 de mayo las hojas de los árboles quedan inmóviles, justo el día en que desapareció Nímet.
Yo Frogot de Noseville pude ver esa silueta una noche de tormenta, rasgada por un rayo. Era el niño sobre un unicornio blanco, ¡Dios, tengo que avisar a todos los del pueblo! No imaginaba que aquel gesto iba a suponer una odisea para mí.
Pocos me creyeron y una mayoría enfervorizada decidió relegarme para siempre en esta torre, llamada desde entonces la torre del unicornio.
Ahora cada 12 de mayo las hojas del bosque se agitan con inusitada violencia, crispadas y amenazantes, pero no me importa, es el único día de todo el año que tengo visita.”
Frogot quedó dormido sobre el lienzo, quien sabe si esperando a que el bosque volviera a clamar.

Mon 12/05/2007

CUANDO LOS RECUERDOS HABLAN de Aquarella

CRSignes2013

Han pasado algunos años desde que esa alocada pandilla bautizada como “La tertulia constructiva” estableció su decálogo para cambiar el mundo, sin dudar por un momento que podría hacerlo. Sí, ha pasado mucho tiempo, la implacable sinceridad del espejo me lo confirma sin ninguna compasión, y de paso abre la puerta a los recuerdos. Atrás quedan la firme promesa de no sucumbir a la indiferencia, el propósito de fecundar la vida con ideales, alcanzar grandes metas, la creencia de que la unión hace la fuerza… en el aire flota un pensamiento inevitable al que no quiero prestarle mi voz ¡Qué tiempos aquellos!
La realidad es cruel, no respeta los sueños. Se ríe de esa soberbia juvenil poniendo a todos en el sitio que le apetece, cada uno tiene que hacer frente a su propia odisea, y nosotros no íbamos a ser menos. Hoy volvemos a vernos después de mucho tiempo: Algunos están más gordos, otros tienen menos pelo, las arrugas no aparecen sólo en la ropa, y los abrazos de saludo tienen el sabor de la nostalgia amarga. No estamos todos, es un día triste porque nos reunimos para despedir a uno de los nuestros.
¡Lástima que tenga que pasar algo así para que nos encontremos de nuevo!
Es la frase que más se escucha, entre lágrimas contenidas y la tímida alegría que sentimos al vernos. Pero también recordamos al unísono el grito de guerra con el que siempre nos hacía reír antes de poner en práctica alguna de sus locuras ―¡A mí no me parte un rayo! –pero se equivocaba, como en tantas otras cosas, y al final se marchó el primero.
Nos sentamos todos juntos, con las manos entrelazadas para sentir esa cercanía que parecía haberse diluido entre la distancia y el olvido, mientras alguien empieza a leer un texto dedicado al difunto
Justo antes de morir hizo alarde de la ironía que le caracterizaba: ¿Sabes qué es lo que realmente importa? El silencio, las palabras… y, sobre todo, las cosas que lamentamos no haber dicho o hecho. ¡Joder! Ya soy viejo para morir joven, y demasiado mayor para tener miedo ―y la luminiscencia de su sonrisa firmó su último gesto.

Aquarella 11/05/2007

DÍA DE LAS MADRES de Crayola

Llegó el diez de mayo, día de las madres mexicanas. Todo el país desde las doce de la noche celebra a todas esas mujeres que han parido alguna vez. Desde las más jovencitas hasta las más ancianas, no hay mujer en México que se quede sin su regalo de madres. Pero no basta un abrazo dado con todo el corazón y el mejor de los besos de un hijo, hace falta siempre más.
Flores de todos colores inundan las esquinas de las calles. Docena de rosas rojas a cincuenta pesos el ramo. Docena de claveles a cuarenta pesos. Margaritas blancas a treinta pesos, y así baja el precio según la categoría de la flor, dicho esto por los expertos floristas.
Los que tienen mejor economía, se van directo a las grandes tiendas de flores. Hermosos ramos en canastas de mimbre por la mitad del sueldo. Exóticas flores arregladas en jarrones de porcelana, pagados con la tarjeta de crédito y enviados con pandillas de mensajeros para que sea mas grande la sorpresa, tal vez acompañados por alguna caja de chocolates rellenos de licor para darle un toquecito de sofisticación.
En la mayoría de los casos se regalaran un sin fin de electrodomésticos. Es casi una tradición.
Planchas a vapor que quitan las arrugas de la ropa casi instantáneamente.
Tostadores de pan con lugar para cuatro rebanadas, platinados como espejos –así terminan más rápido el desayuno de los chiquillos- y dejan la odisea de los comales.
Licuadoras con diez velocidades –sirven para todo tipo de salsas y licuados- para que el molcajete se vaya como rayo al olvido.
Las madres con mas suerte reciben lavadoras automáticas – lavan a un mismo tiempo hasta seis pantalones – para substituir al lavadero de piedra.
Y para aquellas que son mas queridas, un televisor de pantalla plana, con luminiscencia de 100 microvolteos con control a distancia es el máximo regalo.
Aparatos de hogar para que mamá no trabaje tanto dicen los hijos. Un televisor para que mamá vea sus telenovelas preferidas. Pero claro, lo usa solo cuando termina de lavar y planchar docenas de camisas y pantalones y preparar la cena de la familia.
Y mamá solo espera un abrazo cálido y sincero. Tal vez un beso y una sonrisa. Ellas fecundan el amor por los suyos cada día de su vida. Para ese infinito amor, no hay fechas ni más regalo que los propios hijos.

Crayola 10/05/2007

TIEMPOS DE VACAS FLACAS de Espantapájaros

Oí a mi padre decir esa frase una tarde de primavera, ¿que significado tenía? No lo supe hasta muchos años después. En aquél entonces, no entendía el porqué ese pan que tiempo antes rebosaba sobre la mesa, hoy se nos restringía a una hogaza diaria.
El azucarero, que antaño pasaba lleno, ahora apenas alcanzaba para cambiarle un poco el sabor amargo al café de trigo. Trigo que mi viejo tostaba en una callana hasta que se quemaba, luego bastaba echar un poco a una taza, agua hervida y listo el café.
De la leche ni hablar, bueno sí, no puedo negar que no la tomaba. Para ello solo tenía que levantarme temprano. Apenas el sol asomaba con sus luminiscentes rayos, me encaminaba al fundo Carriel Sur. En ese lugar ayudaba a las tareas menores, entre ellos el arrear las vacas para la ordeña y a continuación venía el pago, una enorme jarra de espumante y tibia leche recién sacada de la ubre. En casa éramos tantos que quizás una jarra no hubiera alcanzado, (¿oh si?) Pero lo que sí alcanzaba era la mermelada de mora, solo había que dedicar una tarde a su paciente recolección para terminar la odisea con los brazos y piernas rasguñados. Luego llevarla a casa donde mi madre la preparaba y dejaba lista para untar…uhmmm…solo me basta cerrar los ojos para sentir su dulce aroma. Hoy ni la más prestigiosa marca de dulces puede fabricar una mermelada como aquella, y ¿porque? Simple, porque mi madre la hacía.
Lo que ella no hacía pero sí lograba conseguir era la miel de abeja, la que servía tanto para untar como también para endulzar un vaso de agua, porque de gaseosa ni hablar. Una simple botella individual de Coca cola era un sueño.
Tengo en mi memoria vívidas imágenes de aquel entonces; todos los hermanos como una gran pandilla reunida en torno a la mesa junto a mis padres, y sobre la mesa el tazón de café humeante, el azucarero, la media ración de pan, un posillo con dulce de mora, el otro con miel y escuchando las platicas de mis padres.
Sí, hoy entiendo a que se referían con eso de los tiempos de las vacas flacas, fueron tiempos que pasaron pero se quedaron en la memoria, tiempos que ayudaron a curtir el carácter, fecundar pujanza en el espíritu, limpiar el espejo del alma y a engrandecer el corazón.

Espantapájaros 10/05/2007

EL ESPEJO DE AGUA (Antinanco Capítulo 3) de Espantapájaros

El sol tímidamente se asoma tras los cerros despojando a la tierra de las neblinas matutinas y obligando a refugiarse en oscuras cavernas a las pandillas de malos espíritus que deambulan en la noche. En medio de la húmeda espesura selvática, el joven Antinanco avanza a pie firme recordando claramente cada palabra de la antigua leyenda, y del camino que el viejo kimche le describiera la noche anterior.
―En lo más alto de la cordillera, allá donde nunca antes un mapuche ha puesto un pie, existe un pequeño lago, un espejo de cristalinas aguas donde cada tarde el sol acostumbra a sumergirse para así realizar un largo viaje a lejanas tierras en donde inunda con su luz y calor a quienes las habitan.
Pero dime anciano, lo que me cuentas ¿de verdad existe? Y si es así, ¿como llego a ese lugar?
Muchacho, nunca nadie ha ido a ese lugar; es tierra sagrada, tendrías que caminar por mucho, sería una temeraria odisea para un joven como tú.
Abuelo, tu sabes de mis ocultos sueños, ¡dime por favor!
El viejo, viendo el brillo en los ojos del muchacho y entendiendo que el futuro de él no es el que espera su pueblo, decide contarle los secretos del viaje.
Debes encaminarte por el sendero que orilla el lago y avanzar en dirección a las montañas internándote por los caminos que van hacia los bosques de alerces y hualles. Más allá encontraras el reino de los inmortales pehuenes –araucarias- que coronan las rocas y la nieve. Allí, entre las montañas existe en un pequeño claro de dorados pastizales, allí está lo que buscas. Joven Águila del sol, tu destino fue escrito por ngenechen, y solo tú lo has reconocido, has de fecundar confianza y paciencia en tu corazón para buscar la verdad. Toma este medallón, me fue encomendado por el gran espíritu del sol para entregártelo solo a ti, él te guiará en tu senda.
Atrás había quedado el reino de los pehuenes y el joven Antinanco contemplaba extasiado el espejo de agua.
Pero de pronto sucedió lo inesperado, un eclipse. Cuando la luna cubrió completamente el sol, por los vértices de ella escaparon sus rayos reflejándose en el lago. Una intensa luminiscencia se produjo encegueciendo al muchacho, que perdiendo el equilibrio cayó al agua. Mientras sujetaba fuertemente con su mano el medallón que colgaba de su cuello.

Espantapájaros 08/05/2007

LENTEJAS CON CARNE de Marta

Todavía no puedo tomarme un plato de lentejas sin recordar con nostalgia aquellas larguísimas tardes de la guerra en las que, helados de frío, nos dedicábamos a limpiarlas. Rodeábamos un barreño de latón lleno de lentejas, con las manitas dentro, cogiéndolas en pequeños puñados. Enfrente, un descolorido espejo me devolvía la encorvada imagen del chal negro de la abuela y de su prieto moño blanco. La legumbre limpia iba a parar a un abollado perol.
A la vez que quitábamos los negros bichos y piedras de las lentejas, mi abuela nos contaba mil odiseas. La pandilla de niños acudíamos como un rayo en cuanto oíamos su llamada. Escuchábamos con deleite. Y se bromeaba con la pobreza de nuestro único guiso del día. El chiste de la abuela, no por ser repetido hasta la saciedad todas las tardes, no dejaba de provocar irremediablemente la hilaridad de la chiquillería:
Cuidado, no se os pase ningún gorgojo, aunque, bueno, así comeremos carne hoy― advertía.
Y mientras, nos aterrorizaba con relatos de ánimas en pena que poseían a tiernos niños como nosotros, demonios en forma de cabritilla, ladrones de hígados en las luminiscentes tumbas de los cementerios, o siniestros hombretones en busca de doncellas a las que fecundar violentamente. Todas esas ancestrales historias nos provocaban más de una pesadilla nocturna. Cuentos terribles que hoy en día a nadie se le ocurriría contarle a unas criaturas, por miedo de provocarles un trauma. Pero que alejaban la realidad de nuestras mentes, reduciendo la crudeza de la guerra a un día a día, en el que lo más importante eran esas reuniones familiares, lejos el padre, combatiendo en no se sabía qué frente.

Marta 08/05/2007

EL PORTAL (La princesa Izel Captítulo 3) de Crayola

Once ciclos se cumplieron. El gran día llegó con una aparición en el cielo de Tenochtitlán: un eclipse de sol y luna era la señal que la pandilla de huehues esperaron por años.
Los códigos tallados en piedra sagrada del templo de los sacrificios, ordenaban que la sangre intacta de una princesa debía ser entregada al dios Huitzilopotzli para el bienestar de los guerreros y salvación del imperio.
Izel sabía sobre la odisea de su destino, pero había decidido cambiarlo. La noche anterior huyó a Teotihuacan, la ciudad de los dioses, donde se ocultaría para siempre. Izel había reconocido en la luz de la luna el fenómeno esperado que indicaría la fecha para su sacrificio.
Teopanquixtli, su padrino, ya la esperaba. La princesa entró sigilosa al templo de la luna.
Padrino, llegó el día tan temido.
Lo sé pequeña Izel. Pero tu destino está escrito en el lado oculto de Metzli, solo tú lo has reconocido y has sabido fecundar confianza y paciencia para buscar la verdad. Sígueme.
El viejo Teopanquixtli llevó a la princesa por secretos pasadizos dentro de la pirámide. Llegaron hasta un gran muro que les impedía continuar. Ahí, el Teopanquixtli le habló a Izel:
Hasta aquí termina mi misión, tendrás que seguir sola. Detrás de éste muro encontrarás el camino a tu libertad.
El viejo presionó un recuadro sobresaliente con forma de luna del mural y este accionó un mecanismo de engranes que abría a una cámara semi oscura y húmeda.
Izel abrazó con emoción a su padrino, se volvió hacia el umbral del recinto y entró en la penumbra. Detrás de ella se cerró el muro con un estruendoso ruido, después, un silencio sepulcral.
Se trataba de una nave cuadrada, empedrada por sus cuatro lados donde las paredes estaban cubiertas de códices y figuras en relieve. Izel dio unos pasos, pisó el centro de la bóveda y una gran piedra circular se elevó unos centímetros del suelo haciendo que la pequeña saltara de inmediato hacia atrás. Del círculo surgió lentamente una tenue luminiscencia azulada que aumentaba de intensidad cada segundo que pasaba. Rayos de luz salían disparados en todas direcciones chocando contra los muros. Izel miraba desconcertada cómo se formaba un espejo de luz ovalado frente a ella. Sin temor pero con gran curiosidad, se acercaba al fenómeno luminoso mientras sujetaba fuertemente con su mano el medallón que colgaba de su cuello.

Crayola 07/05/2007

Palabras para el "contemos cuentos 33"

Las palabras seleccionadas fueron las siguientes:

ESPEJO

FECUNDAR

LUMINISCENCIA

ODISEA

PANDILLA

RAYO