Categoría: "Monelle"

DE ZARKOV, FLASH GORDON Y BATALLAS ESTELARES. De Monelle

El alivio llegaba como el día, al abrigo de un sol que perfilaba el azabache nocturno de las montañas en ocre y rojo, resaltando las nubes. Precisamente, ese era el momento en el que dejábamos escapar la imaginación, despertando los sueños con los que disfrazar la realidad. Batallas estelares y conquistas del espacio corrían parejas entre las sombreadas nubes que adquirían la forma original de nuestros caprichos. Poníamos imágenes a la continua lectura de los cuentos y aventuras de unos héroes de tebeo: Flash Gordon o El Hombre Enmascarado que incansable le leía a Rafael. Horas de espera mitigadas haciendo tiempo hasta la llegada de Don Esteban, portador del remedio.
Si el cielo nos era grato, podía disimular mi desespero. A sus nueve años, Rafael, tenía que soportar un lastre que le alejaba por una ruta sin retorno. Él era consciente de su debilidad; sabía que las promesas de ayer se convertían en los juegos de una mañana cada vez más corta, como el día al acercarse el solsticio de invierno.
Don Esteban siempre llegaba con una sonrisa y alguna bagatela entre las manos con la que obsequiarle. Era entonces que descargaba en su cuerpo la pequeña dosis química con la que soportar hasta su próxima visita y que nunca era suficiente. Por ello inventamos los juegos.
Cuando el dolor arreciaba era fácil hacer de los quejidos los gritos de una guerra lejana, o convertirlos en las aclamaciones por la conquista de un espacio misterioso que, dibujado a nuestro antojo, se mostraba en el cielo y en el que las naves de unos enemigos —aquellas nubes que cruzaban el firmamento— luchaban hasta que los dragones o monstruos, que defendían su territorio entre las montañas y la floresta, se disolvían barridos por el viento enemigo capaz de aniquilarlo todo. En ocasiones, la naturaleza nos regalaba con los efectos especiales de rayos, centellas y estrellas fugaces.
—Mañana, Rafael, —le dijo Don Esteban —intentaré venir más pronto para jugar con vosotros. Siempre quise pilotar mientras combato a Mingo como el profesor Zarkov. Estoy convencido de que entre los tres lograremos cazar a esos furtivos que se resisten.
—Será estupendo —comentó entusiasmado.
Por la noche, Rafael se durmió planeando la batalla del día siguiente. Aquella mañana, se disolvió prendido de las naves de sus héroes por última vez.

Monelle/CRSignes 03/06/2007

LOS ELEMENTALES: capítulo sesenta y uno. Bajo el agua. De Monelle

Nada más traspasar el umbral, Julien me abrazó. Pude sentirle emocionado. Pronto comprendí el porqué.
Llegué a pensar que no volveríamos a encontrarnos.
Debió de suponer que no les abandonaríamos en esta odisea, que les buscaríamos.
Pero ¿cómo iba a ser posible si me había llevado los manuscritos?
No lo recordará, pero hice copias de los conjuros. Hizo bien trayéndoselos junto con el Grimorio.
No tengo el Grimorio ―afirmó Julien, no supe qué decir. ―Me alegro mucho de verle Ricard, y todos aquí le están agradecidos.
Esto es maravilloso –afirmé ―¡Podré conocer a la reina de las ondinas! ¡Al rey!
¡Mírelo! Por ahí avanza su cortejo.
El lugar que creía centro de aquel mundo, resultó ser una ciudad transparente en apariencia, cuyo foco de luz luminiscente esparcía destellos que se reflejaban por doquier. Sus espejadas paredes proyectaban aquellos rayos de variable color: amarillos, índigos, rojizos, verdes y anaranjados en todas direcciones.
Seren, no dejaba de mirarme. Cuando logró atraer mi atención, pidió permiso para entrar y se lo di.
Debo de estar junto a ustedes para el retorno. Partiremos pronto.
Pero yo quiero…
Claro impaciente ―rió como sólo ella era capaz de hacerlo, con sus característicos y chispeantes destellos ―¡Ahí viene su majestad!
El cortejo se detuvo tan cerca de nosotros que se distinguía cada detalle del vehículo subacuático. Junto a él, una pandilla de ondinas, de ambos sexos, revoleteaban levantando miles de diminutas burbujas, que dibujaban espirales ascendentes, efervescente acompañamiento de rítmica melodía. Aquellas pequeñas y refrescantes burbujas se detuvieron al tiempo que el rey salió para saludarnos. En apariencia era un frágil cascarón en tonos nacarados, que se hubieran confundido con el fondo de no ser por los adornos en rojo chillón que lo engalanaban. No era sofisticado, más bien sencillo, y es por ello que me pareció mucho más sublime y vistoso, fecundando aún más mi asombro. Por segunda vez veía, en todo su esplendor, a un monarca de los submundos en su ambiente. Mi encuentro con el rey de los gnomos había resultado tan oscuro que me confundió. No me atreví a pronunciar palabra. Ahí me hallaba boquiabierto y sin perder detalle de nada.
Seas bienvenido ―dijo.

Monelle/CRSignes 20/05/2007

LOS ELEMENTALES: Capítulo sesenta. El reencuentro. De Monelle

Todo giraba aunque yo permanecía inmóvil. En un impreciso instante mi entorno cambió. Un resplandor, parecido a un rayo continuo, surgió frente a mí. Dejé de ver la superficie espejada que me envolvía. Aquella brillante luminiscencia se acercaba. ¿O era yo el que iba en su dirección?
Quise moverme, pero no pude. Mis pies resbalaban y a punto estuve de caer. Metido en una de las burbujas, que Julien nos mencionó, me trasladaba a una velocidad constante. En mi odisea estaba tan inquieto como emocionado.
Nunca vi nada parecido. Alrededor de mi, como si de un sueño se tratase, miles de pequeños seres, como pandilla de gotas brillantes de colores variados, se agitaban; me dio la impresión de que eran ellos los que me arrastraban. Conforme me aproximaban hacia la luz, los contornos y las formas desvelaban lo extraordinario de mi entorno. No había un objeto o ser que no destellara y el que más aquel que se encontraba en el centro del foco de luz al que me acercaba.
Tan absorto estaba en mi contemplación, que no me di cuenta de que una burbuja, como la mía, chocó contra mí y casi pierdo el equilibrio. El reencuentro con mis amigos fue especial, incluso más emotivo de lo que nunca hubiera imaginado, debía ser por el respeto que todo aquello causaba en mi, el miedo que había fecundado en mis adentros.
Seren se aproximó decidida. En su mano una especie de canutillo que clavó desde el exterior en las dos burbujas uniéndolas. Por la rendija abierta, pude escuchar la voz de Julien, que se alegraba de mi llegada.
Lo hiciste muchacho.
Seren interrumpió.
¡Ricard!
Dime Serén ¿Cómo estáis? ¿Qué pasó?
Ahora hablamos Ricard –dijo Julien ―Escucha las instrucciones de nuestra pequeña amiga y podremos estar juntos.
Ricard, introduce los dedos en el canutillo y tira hacia fuera; no temas que no se romperá –la ondina gesticulaba al tiempo que hablaba conmigo. ―Notarás que el canutillo se va agrandando y con él la separación que os une a ambos.
Hice lo que me pedía, no sin cierta preocupación. Al instante, las manos se me quedaron pequeñas, pero el esfuerzo era mínimo y aquella abertura pronto alcanzó un tamaño lo suficientemente grande como para que, o bien yo o Julien, saltáramos al otro lado. ―Muy bien amigo, allá voy.
No, deje viejo, saltaré yo.

Monelle/CRSignes 13/05/2007

VIAJE de Monelle

Con los ojos enrojecidos y los gestos concentrados en el vaso de vodka que lleva a su boca, se mueve para exigirle al camarero el relleno de licor con el que entretener las horas. José Maria siente la pesadez de sus miembros. Pasadas las cinco de la madrugada, pregunta si falta mucho para el cierre del local, recibe un no por respuesta y decide marchar antes de verse avergonzado por una evacuación forzosa. No ha dejado de beber desde que llegó y no le gusta ser el hazmerreír de nadie. Al pagar da una propina para que le llamen a un taxi, no quiere arriesgarse a coger el coche. Al sonido del claxon se asoma a la ventana y hace un gesto para que le aguarde, necesita orinar urgentemente, cree no poder aguantar todo el trayecto. Sabe que el contador esta en marcha y atropella en su precipitada carrera a alguien, cae. La disculpa sale con dificultad de su boca acartonada.
―¿Nos conocemos?
Por borracho que estuviese no hubiera olvidado nunca una belleza tan exótica, ni unas piernas tan espectaculares. La ve sonreír al tiempo que le ofrece su mano.
―Gracias señorita, disculpe mi torpeza ―intenta decir algo agradable, siente la empatía.
―¡Deje! Yo le acerco hasta su casa. Usted no me recuerda pero yo sé quién es.
Paga al taxi la carrera y la espera. Se sube en el asiento delantero de un vehículo que reconoce como suyo. Intenta perseverar en sus recuerdos pero no logra ubicarla. Tampoco recuerda haberle dado las llaves, pero el motor ronronea dirección sur.
―¿De veras sabes dónde vivo, o es un estrategia para desvalijar a un pobre borracho? ―la risa estalla transformándose, a intervalos, en sonidos estridentes que se clavan en su oído. ―Disculpa, pero si no orino, me lo haré encima.
―Tranquilo, queda poco ―la gran avenida que divide la ciudad en dos aparece ante él distorsionada, irreconocible. Entretiene su vista en el cuerpo voluptuoso y apetecible que se insinúa lascivo.
Toma su miembro dolorido por la micción que empuja y lo siente crecer de forma descontrolada.
―Llegó el momento José Maria. ¡Tómame! Ya me encontraste.
Introduce la mano levantando la falda, el tacto no engaña. Siente los huesos descarnados entre sus dedos. Todo se transforma. Ahora conduce él… demasiado rápido. Y a su lado el enigmático espectro que con los brazos abiertos aguarda el momento que irremediablemente llega.

Monelle/CRSignes 08/05/2007

Lluvias. De Monelle

Fuente de imagen Internet

Podían pasar horas antes de que Sebastián volviera a reaccionar. Nos amábamos con locura, pero eso no era suficiente motivo como para que él me confiara qué pensamientos lo abstraían. Nuestra vida en común, los años más felices de mi existencia, se habían movido sin dificultad. La empatía entre ambos era completa; sólo aquellas pequeñas ausencias envolvían de misterio los días, pero de tanto esperar la respuesta, pese a mi perseverancia, había acabado por ignorar aquel peculiar ensimismamiento.
–Te quiero, te quiero, te quiero,... –le escuché y salí corriendo para ver que le pasaba.
–Y yo Sebastián –le dije.
–¿Decías algo?
–Esa si que está buena. Te has pasado cinco minutos repitiendo “te quiero”, te contesto y resulta que no te has enterado. ¿Para quien era ese lascivo pensamiento?
Titubeó antes de afirmar que para mí.
–Te crees que me chupo el dedo. No, si tarde o temprano tenía que salir. ¿Cuánto hace que la conoces? No quiero ser el hazmerreír de nadie –le di la espalda.
Era fácil seguir el camino que franqueaban las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana abierta. No podía llorar. Le presentí y me quise apartar, pero algo sucedió que no lo logré. Justo al notar cómo rozaban sus manos mi cara intentando enjugar aquellas inexistentes lágrimas, caí presa de un hondo pesar y me derrumbé. Tuve la extraordinaria sensación de haber vivido ya todo aquello. Las gotas de lluvia vinieron a dibujar en mi rostro la húmeda tristeza que le faltaba. Sebastián me besó mientras se deshacía pidiéndome perdón. Eso vino a reforzar la impresión y la evocación de algo que estaba convencida de que nunca fue.
–Vida mía –dijo –¿Crees en las vidas pasadas?
–¿Por qué me preguntas eso? –me desconcertó su consulta. Dudé unos instantes antes de afirmarle que no.
Se alejó dejando el silencio como réplica. Aspiré profundamente la fresca intromisión de la calle y como por arte de magia me vislumbré compartiendo un espacio desconocido. Frente a mi una anciana mujer agarraba mis manos con fuerza intentando secar las lágrimas que de su cara yo había recogido, apenas un segundo para retornar en mi y ver que Sebastián estaba llorando.
–La lluvia nos trae aromas y recuerdos que teníamos olvidados, como pequeños dejà-vú de vidas pasadas. Siempre te he amado y siempre te amaré, algún día espero que puedas verlo.
–Lo sé, Sebastián. Ahora ya lo sé.

Monelle /CRSignes 28/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y ocho. ¿Dónde están? De Monelle

Estuve pensando qué le diría a Joan mientras aguardaba su llegada. Incluso hubo un momento en el que creí verlo, pero debieron de ser las ganas de que estuviera allí, lo que me provocó la confusión. Me pasé el día, móvil en mano, llamando a casa. Y a cada llamada, la misma respuesta, “tranquilo mi vida, el cariz de los acontecimientos sigue igual, no hay peligro. Todo está muy tranquilo.” Todo tranquilo menos yo, estaba ansioso por terminar, tanto, que incluso mi jefe se dio cuenta, y se acercó para increparme. “Por el amor de Dios, esté en lo que hace, que hemos perdido ya dos clientes” Era mentira, pero con ese errante juego pensaba que nos aplicábamos más.
A medio día, debía salir a comer como de costumbre con alguno de los compañeros, pero les dije que me quedaba en la oficina que tenía algún trabajo por terminar, y me dejaron solo.
Todo seguía bien en casa, eso decía Anna. No perdí ni un segundo y me aprendí de pe a pa el conjuro; esta vez esperaba ser yo el que viajara, me sentí mal quedándome en casa, siendo un mero intermediario entre los dos mundos para ni tan siquiera verlo; sí, hablé con el rey, pero no era eso lo que me hubiera gustado hacer.
No esperé a que fuera la hora de terminar, pecaminoso, fiché un par de minutos antes y salí disparado. Anna debía estar también recogiendo a los niños, si me daba prisa, llegaríamos a casa al mismo tiempo.
¡Cariños! –grité.
¡Papá! −Se lanzaron sobre mí, en raras ocasiones nos separábamos durante tanto tiempo −¿Queréis que juguemos a algo?
Síiiii... −gritaron a coro −vamos al patio a jugar a la pelota.
Al entrar eché en falta la presencia de Julien, pues imaginé que con el cariño que le habían tomado a los niños saldría a recibirles.
Papá ¿y Julien?
Venid con mamá y os preparo algo para merendar, y un batido con miel sabor de fresa, mientras, papá va a buscarle. Debe estar durmiendo, ha estado un poco delicadillo pero tranquilos que ya está bien, pensad que es tan mayor como la bisabuela, ¿la recordáis? −los pequeños asintieron.
Niños, salid al patio, que ahora voy yo. Anna...
Dime.
Algo inhóspito ha sucedido, Julien y Seren no están en casa, han desaparecido.

Monelle/CRSignes 22/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y cinco: Cambio de planes. De Monelle

Duraba demasiado. Buscando el respaldo de Anna, me giré, pero no vi a nadie. Recordé cuando días atrás, Julien desapareció, y Anna, quedó como suspendida entre dos mundos, un cariz inesperado. Mientras tanto, la distorsión de mi entorno, me provocaba cierto mareo; todo se movía, el fuerte viento apagó las velas. Una luz surgía de la grieta en el suelo que extendía desde un extremo a otro del sótano, bajo mis pies. Algo comenzó a tirar de mí, hacia abajo, hasta que me tiró. Una veloz sombra saltó desde la grieta, hasta de perderse en la oscuridad circundante. Para mi sorpresa, la calma regresó de inmediato. No me había movido sitio, y estaba totalmente sólo, o eso creía.
¡Anna! ¡Julien! –grité de forma inhóspita.
No los busques –la voz sonó clara, profunda y con cierto tono nasal.
¿Quién eres? ¿Qué habéis hecho con ellos? –Me alteré.
¿De veras puedo fiarme de él?
Con toda confianza –la melosa voz y los destellos de la ondina me tranquilizaron.
¡Seren! ¿Qué ha sucedido?
¿Te calmarás? Nos asustaste.
Sólo si me aseguráis que no debo preocuparme, y Anna y Julien se encuentran bien.
¡Por supuesto que sí! –afirmó aquella voz extraña.
Al momento su figura menuda y regordeta, asomó. No debía medir más de treinta centímetros. Caminaba con cierto balanceo y de forma un tanto torpe.
Regresarán enseguida. Hemos tenido que actuar así, por seguridad.
Explícate mejor, se suponía que el conjuro era protector, y que yo, como oficiante, debía viajar hasta vuestro mundo. ¿Por qué este pecaminoso cambio?
Ya te lo he dicho, por seguridad.
¡Quiero hablar con vuestro rey!
Ya lo estás haciendo. Mi nombre es Rétur y es un placer conocer a unos humanos tan valientes.
¿Cómo te hemos engañado? –dijo risueña Seren mientras tiraba de mi para indicarme que encendiera algún cirio.
Pero majestad ¿qué sentido tiene esto?
Simplemente el de proteger las instrucciones para el encuentro general. Seren, ya le dirá los pormenores, ha ella le hemos traspasado los datos errantes. Ni tan siquiera hemos querido comprometerles. Las larvas están saboreando nuestra cercanía, y además está el asunto Joan.
¿Joan? –pregunté asombrado.
Sí, deben andar con mucho cuidado. Ese humano, se ha propuesto entregarles a las larvas, le han convencido de que lo que van hacer no es bueno para nadie. No le hagan caso por favor, podría significar el fin de todo.

Monelle/CRSignes 13/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y tres: Con prisas. De Monelle

Comencemos cuanto antes –afirmó Julien.
La gravedad en su voz, daba cuentas de sus preocupaciones, aumentadas desde la traición de Joan.
Sacó el pergamino.
Pero ¿qué hace? –Pregunté.
Estoy derrotado.
Nervioso y olvidadizo –dijo Anna, mientras recogía del empedrado algunas cajas vacías.
Seren, se hallaba sobre el hombro de Julien, por eso se dio cuenta.
Amigos, el viejo parece enfermo.
¿Qué tiene Julien? –Anna se acercó.
Nada sigamos –negó evitando el contacto.
¡Está ardiendo! –insistió la ondina.
Vale, es cierto, pero no pasa nada –con un suave movimiento hizo bajar a aquella chismosa, que no paraba de sonreír.
Venga amigo, así no haremos nada. Deje que le tome la temperatura –Anna intentó que la acompañara, estaba preocupada.
¡No! –su negativa, como un quejido, nos incomodó. ─Amigos, disculpen, pero esto no va impedir que continuemos, el tiempo corre en nuestra contra.
Tanta premura me molestó, pero a la vez lo sentía tan débil, que no podía mostrarme severo con él. Anna había salido, regresando al segundo con una caja de paracetamol y el termómetro.
Siéntese aquí y deje esto tranquilo por un momento –le arrancó el manuscrito de la mano, mientras le ponía el termómetro bajo el brazo. ─Es peor que mis hijos. Viejo testarudo ─le hubiera gustado seguir refunfuñando, pero no pudo. Anna siempre despertaba ternura en él.
Voy a preguntarle una cosa, espero que sea sincero y no se moleste –hacía días que pensaba en ello, y este era el momento. ─Igual hasta le parece una osadía, pero creo que se encuentra lo suficientemente débil, como para no arriesgarse con el conjuro. No me malinterprete, no deseo usurparlo, pero he pensado, que debe hacer falta mucha fortaleza para hacer la invocación. ¿Algún inconveniente, en que sea yo el oficiante? Está usted demasiado débil.
Todos me miraron; Anna la que más, incrédula parecía hacerse cruces. Seren con su volátil y chispeante interés; tan sólo el viejo, parecía haber comprendido la verdadera dimensión de mi propuesta.
Me dijo que ante cualquier contrariedad contaba conmigo, que deseaba que velara por todos... Pues creo, que en este momento, la mejor será que lo oficie yo, poniéndome por delante de ustedes, aunque abrigado por su experiencia y sabiduría.
Le agradezco el detalle, se necesita mucha fortaleza y determinación, y usted Ricard, la posee. Su ofrecimiento, lo acepto gustoso.

Monelle/CRSignes 06/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta: Saudade. De Monelle

El rostro de Seren lo expresaba todo, nunca antes había visto un enfermo. En su mundo, según nos contó, la vida o la muerte es una cambio de conciencia, la barca del tiempo viene y va sin más complicaciones, por lo que tenía más que curiosidad.
¿Puedo ayudarle? –Seren, subida en su brazo, miraba a Julien con ternura.
Deliciosa criatura, ya lo hiciste viniendo hasta mí.
Julien –dije ─debemos visitar al médico. No podemos dejar que empeore.
Gracias Ricard, pero he creído entender que hay que tener papeles y no los poseo, no deseo ponerles en ningún compromiso.
Haga caso a mi marido. Iremos a un médico amigo de la familia, a su consulta privada, con dinero no hay preguntas.
Yo le llevo, tú quédate con Seren, (no me fío de dejarla sola) –dije acercándome a Anna y susurrándole, olvidando el oído tan fino de la ondina.
Le he oído –dijo canturreando mientras reía ─No pasa nada –me guiñó un ojo.
─De paso Ricard, llamaré a casa de los abuelos, deben estar agobiadísimos con tanto niño.
¡Qué bien! ¿Y me dejarás hablar con ellos? –Dijo Seren lanzándole a Anna, una de esas miradas profundas de ojos parpadeantes, enmarcados en la expresión más dulce.
No puedo y lo sabes –le contestó con tono dulzón.
¡Vale! –Parecía no importarle en exceso, se conformaba pronto. ─¿Podré al menos escucharles?
Eso sí. Siempre que me prometes quedarte calladita en extremo durante nuestra conversación.
¡Vale! –volvió a decir. Antes de lanzarse sobre los brazos de Anna, le dio un sonoro beso a Julien en la mejilla.
Un par de horas después, regresábamos. Según dijo el doctor, todas las dolencias del viejo, estaban provocadas por el cansancio, una visible tristeza, y sobre todo la edad; aunque le veía muy bien, le mandó reposo durante unos días.
Seren estaba emocionada, había escuchado como mis hijos contaban sus peripecias, y se reconoció en ellos.
Julien, le contaré el pretérito de los acontecimientos, y quizás también le diré alguna que otra recetilla mágica –explicó con grandilocuencia la ondina
Seren, preciosa –le dije ─necesita descansar.
No, déjenla, eso no me puede hacer ningún daño, además esta noche deberíamos tenerlo todo preparado para el segundo encuentro.
Es demasiado precipitado –afirmé.
Pero no pude negarme, al parecer los tres, habían ensayado la misma mirada suplicante.

Monelle/CRSignes 21/03/2007

Los elementales Capítulo cuarenta y siete: El encargo. De Monelle

Tuve miedo de volver a coger aquel objeto. Anna se acercó todo lo que pudo. La reina oteaba desde lo alto al ver sus esfuerzos, hizo que volviese a volar hasta su altura.
Mi querida, creo que usted será la más indicada para custodiarla.
Majestad, será un placer.
Y la regresó hasta el suelo con la urna entre sus manos.
Pero Anna, ¡estás loca! ¿Sabes la responsabilidad que esa postura representa? –Le dije cabizbajo y susurrando, para que nadie nos oyera. Una risa suave y fina se dejó sentir.
He sido yo –las palabras y risitas de la ondina sonaban divertidas; se movía traviesa en su medio acuoso, haciendo volteretas, y chapoteando entre las burbujas de colores que provocaba su juego.
Hola, me llamo Seren, y me alegra que me vayas a custodiar tú –con su movimiento resultaba difícil mantener el recipiente estable. ─No me gusta estar encerrada y en tu mundo podré ser un poco más libre, hasta mi regreso a casa.
Hola Seren, mi nombre... –Julien se acercó.
Lo sé –volvió a reír –tengo instrucciones y le ayudaré a reencontrarse con los míos y con los demás. Y tú –dijo señalándome –no temas, ya me cuido de eso. Ya veréis lo bien que nos lo vamos a pasar. Las corrientes de agua vaporosa de este entorno eran dañinas, pero en su mundo el agua si que se concentra, necesito estar rodeada de mi elemento. Ya les indico. Tenéis hijos ¿no?
¡Seren! No te hagas ilusiones que no podrás conocerlos –le aseguró la reina de los silfos. ─No están preparadas las criaturas. Debes comprenderlo, no seas egoísta, y ustedes discúlpenla es como una niña, le encanta jugar. Por ser traviesa y no hacer nunca caso, está aquí.
Sí, me encanta jugar. ¿Qué tiene de malo?
Nada Seren –dijo Anna, mirándola con dulzura. ─Ojalá pudiera presentártelos, pero comprende son muy pequeños. Quizás en otra ocasión.
Claro –el brillo de sus ojos competía con la luminosidad de su cuerpo, el tono casi lila de su piel cambió al verde, se puso seria para decir ─Lo prometo.
Mi presencia ante ustedes ha llegado a su fin –la reina hablaba mientras seguía columpiándose ─Nos veremos pronto, este es el desenlace de nuestro encuentro.
La bruma espesa lo cubrió todo, la urna brillaba y al instante nuestra casa comenzó a hacerse visible.

Monelle/CRSignes 04/03/2007

Los elementales. Capítulo cuarenta y cinco: Entre nubes. De Monelle

Cerré los ojos para sentir aquel momento con mayor intensidad. No puedo precisar cuando cambió el aspecto de todo, cuando dejó de ser un cúmulo de agradables sensaciones, para convertirse en algo imprevisible y bastante aterrador; tampoco puedo hacerlo sobre el tiempo qué duró, pero dejó de sonar la melodía, para convertirse en un gran resoplido, que nos dejó aturdidos y desorientados. Los contornos se desdibujaron, tal era el movimiento de aquellos seres aéreos, que giraban a gran velocidad alrededor nuestro. Intenté abrazar a Anna, pero nos habíamos separado, rompiendo nuestra unidad. Íbamos a la deriva en aquel tembloroso espacio circundante. Al parar, comprobé la solidez del suelo. Estábamos desconcertados. Julien, no decía nada. Poco a poco, pudimos distinguir los contornos. Me recordó a un kinetoscopio, uno de esos viejos aparatos giratorios de imágenes en movimiento. En condiciones normales debíamos habernos mareado. Al despejarse, comprendí la grandeza de lo sucedido. Era un espacio inmenso, no se distinguía su fin; los silfos, que nos trajeron, susurraban palabras que nos costó comprender. Debíamos adecuarnos al medio que nos rodeaba. Tan etéreo como vaporoso, en aquel mundo todo sucedía de forma tan liviana como una caricia, sensación agradable difícil de asimilar. Recordé los relatos de Julien, y tuve verdadera conciencia de ellos; un par de horas atrás, me debatía, con sorna, entre el estigma del escepticismo y del temor, y ahora deseaba más; quería pruebas de que no era una alucinación provocada por nuestro entusiasmo.
Sé lo que están pensando –dijo Julien mientras avanzaba hacia los silfos.
¡Diablos! Es maravilloso...
Sigámosles, estamos seguros.
Bajo nuestros pies apenas una fina capa de nubes nos separaba del espacio vacío. Avanzamos hasta llegar a un cúmulo desde el que pudimos ver un vaporoso edificio formado por nubes violetas, azules y verdes; la frialdad de sus tonos, contrastaba con la calidez de los que lucían los silfos, que parecían guardar la entrada.
-Pasen –tendiéndole una mano a Anna, ella fue la primera en entrar, su cara de felicidad lo decía todo.
Nos dejaron en una sala cubierta por la misma bruma que envolvió nuestra casa en el momento del conjuro, desprendiendo haces de luces de colores intermitentes. Al instante, la nebulosa barrera comenzó a desvanecerse.

Monelle/CRSignes 25/02/2007

Los amantes de Valardo. De Monelle

Nuestro clan había decidido no desplazarse agradeciendo a los dioses tanto lo bueno como lo malo. La caza había disminuido; ya casi no se encontraban animales, los grandes habían migrado en busca de mejores pastos. Por suerte, otros clanes habían seguido el instinto de las bestias desplazándose con sus conocimientos, que pronto adaptamos a nuestras necesidades; así aprendimos sobre la reproducción de algunas plantas, de sabor agradable, que servían para llenar nuestras despensas, reemplazando la falta de carne; y junto con ellos logramos sobrevivir. La intermitencia del tiempo nos era favorable; al largo periodo de frío seguía otro mucho más cálido, que aprovechábamos para realizar batidas de caza en las que cada vez recorríamos mayor territorio. Entonces ya no nos preocupaba la escasez, nuestra inquietud se centraba en defendernos de los ataques de otros hombres, que habían basado su vida en el pillaje. Aprendimos a golpe de sangre.
Se conocieron en una batida. La rescatamos del ataque de una fiera, y ya no hubo forma de separarlos; su corta edad no fue impedimento para el amor, lucharon por que los dioses y los hombres los aceptaran, y pronto lograron sus frutos. La bendición de la vida les había favorecido.
Sin sobresaltos, sin hambrunas ni batallas, la unidad del poblado creció; mirábamos a nuestro alrededor con sorna. Nada podía hacernos mella, hasta que nos alcanzó.
¿Qué circunstancias lograron acercar aquel diabólico estigma de los dioses? ¿Qué mal habíamos hecho?
Comenzaron a caer. Los viejos, las mujeres preñadas y los niños primero. La maldición se extendía, los enterramientos eran constantes; el ritual de la muerte nos bañó de tristeza. Y cuando ya no quedaron débiles a su alcance, fue a por los más fuertes, que sucumbieron mientras la palidez absorbía su resistencia.
Aquella niña, ya mujer, no podía permitir que le arrebataran, además de a su hijo, a su amado, e intentó insuflarle la vida que se le escapaba con cuidados de día y de noche, pero perdió. No hubo forma de separarla de su lado; quiso morir junto a él.
Fui el elegido para tan honroso acto. Colocamos aquellos cuerpos fuertemente abrazados en una fosa. Ella lloraba. Depositamos los elementos necesarios para el largo viaje y sus escasas posesiones, y al tiempo que le clavaba el cuchillo, arrebatándole la vida la besé, tomando con mis labios la última de sus lágrimas.

Monelle/CRSignes 20/02/2007

Los elementales: Capítulo cuarenta y dos. El regreso de Julien. De Monelle

Miraba a Anna y no la reconocía. Estaba tan segura de sí mientras pronunciaba aquellas palabras. Le tomé la mano. Fue entonces cuando nuevamente surgió la luz cegadora, y una abertura luminosa apareció de la nada. Retrocedí espantado, creyendo que la arrastraba, pero su mano se desvaneció. Ella seguía allí, podía verla pero no me oía. Grité su nombre mientras me acercaba. Intenté sujetar su brazo, pero fue imposible. ¡Qué diablos estaba sucediendo! Su cuerpo, ahora traslúcido, parecía a medio camino entre dos mundos. Sentí rota la unidad de nuestro amor. Estaba aterrado. Ella parecía no darse cuenta de nada, conversaba con alguien, gesticulaba reclamando atención. Su rostro sonriente, serenó mi impotencia. ¿Por qué le había dejado? Debí seguirla en lugar de intentar huir. Aquellos minutos se me antojaron horas. Mi desesperación fue a más cuando el resplandor se tornó intermitente. En un intento desesperado simulé abrazarla, y para mi sorpresa funcionó. Su cuerpo tomó contacto con el mío, fue entonces cuando la empujé. Noté como si algo tirara de nosotros. Era Julien que se aferraba al brazo de Anna para no perder el contacto, y vi algo más. Por el rabillo del ojo observé un mundo envuelto en semipenumbra.

¡Cuánto me he angustiado! –Dije.
Pero si apenas ha durado un segundo Ricard. No comprendo el porqué tuviste que empujarme. Por poco Julien se pierde. ¿Se encuentra bien?
Sí, gracias querida. –Asintió el viejo. –Gracias por todo.

Les expliqué lo que había sucedido, la sorna con la que había transcurrido para mi la escena antes de abalanzarme desesperado al ver los cambios en la puerta de luz.

¡Cuánto lo siento! –Dijo Anna. –Para mi fue maravilloso. Tal y como lo vi en el sueño. Después de recitar el conjuro, llegué a ese mundo extraordinario. Miles de luces de colores lo poblaban, a cada cuál más hermosa. Se desplazaban a gran rapidez dejando, a su paso, estelas que dibujaban líneas rectas, curvas, zigzagueantes,... Me encontraba bien.
¿Pero dónde estabais? ¿Qué mundo era? –pregunté.
Creo que ahora le llaman el astral, por purgatorio lo conozco yo. –Afirmó Julien.
Pensamos que estaba con los elementales. –Julien bajó la cabeza antes de contestarme.
Sé que me enfrento al estigma de mentiroso, y que quizás pierda nuevamente su confianza, pero debo rogarles que no me pregunten más. Pronto lo sabrán todo.

Monelle/CRSignes 15/02/2007

Los elementales: Capítulo cuarenta y uno. La aprendiza. De Monelle

Fuente imagen Internet

Saber que Anna estaba sola me incomodaba. Por suerte, la comunicación fue lo suficientemente fluida y eso me tranquilizó. Mientras tanto, Joan volvió a escaquearse del trabajo. Al regresar encontré a Anna muy decepcionada, su presentimiento no se había cumplido. Intentamos localizar a Joan, pero nada, de nuevo había desaparecido.
No me siento bien Ricard.
Pero ¿qué tienes?
No sé cómo explicarlo.
¿Quieres que nos acerquemos hasta urgencias?
No mi vida, no estoy tan fastidiada. Se me pasará al comer.
Pero no fue así, apenas si pudo tomar bocado. Pasada la media noche, Anna se despertó alterada, había tenido un mal sueño y estaba ardiendo, aunque el termómetro nada marcó.
¿Con qué soñabas?
He estado con Julien.
Le recordé que la noche anterior a la desaparición del viejo, éste había soñado con los elementales. La posibilidad de que la próxima en desaparecer fuera ella me estremeció.
Anna no quiero que te separes de mi lado. ¿Qué sucedía en el sueño?
Me dio instrucciones para hacerlo regresar. Ayúdame, intentémoslo antes de que lo hibernen, podría quedarse para siempre si no le ayudamos.
Estás loca. Lo que vas a hacer es quedarte aquí, caldeando la cama hasta que se te pase la fiebre...
Pero si me encuentro bien.
Quita, hace un momento estabas ardiendo... —le puse la mano en la frente, la fiebre había desaparecido.
Vamos...
Tengo miedo –le dije con ternura. —¿Podría ser una trampa? No soportaría ninguna vicisitud, podrían llevarte a ti también.
A él no se lo llevaron, se marchó por que se lo pidieron.
¿Cómo sabes eso?
Él me lo dijo...
¿En el sueño?
Sí, en el sueño. Tranquilo nada pasará. ¡Ayúdame!
Cubrió su cuerpo casi desnudo y salió disparada del cuarto, había recuperado toda su energía. Se plantó en la cocina justo delante del lugar en el que vi al viejo por última vez y alzando los brazos recitó con ceremoniosa pompa como si fuera poetisa:

Fuerza oculta y misteriosa,
que mueve los elementos de este mundo,
transformando despacio la vida a su antojo.
Devuelve a tu hijo Julien que está en tu seno,
al lugar de dónde lo has sacado.
Deja que regrese
del mundo de la luz y de las sombras
para complacer a tus hijos elementales.
Deja que regrese
el que una vez ya te ayudó
y está dispuesto a volver a hacerlo.

Monelle/CRSignes 11/02/07

El entierro del abuelo. De Monelle

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De poder hacerlo lo hubiese parado, por eso le complací.
Aún recuerdo el día en el que a su buena amiga de letras, Eloisa, aquella con la que se debatía entre el amor y el odio, le dieron tierra. Ya entonces Don Pascual, así le gustaba que le llamáramos, “respeto... ¿dónde iremos a parar?”, decía antes de dispensarnos un coscorrón había perdido el juicio. “Cosas de viejo”, comentaba mi padre.
Sucedió un día de invierno, el cielo gris plomizo y la amenaza de lluvia no eran obstáculo para que el cortejo fúnebre, que trasladaría a Eloisa al cementerio, se retrasase. Aún así, Don Pascual aguantó un par de horas extras frente al domicilio de la finada soportando comentarios soeces y algún que otro cotilleo que caldeaba el ambiente.
Toda la vida se las dio de adelantada —decía una.
¡Uy! Eso no es nada, ¿recuerdas cuando pensó que llegaría a ser una gran poetisa? Pero si no sabía hacer la “o” con un canuto...
Don Pascual contuvo su rabia por educación o tal vez por miedo a que su moral fuera la próxima en ser desnudada. Sacaron el féretro y lo dirigieron al vehículo repleto de coronas y ramos.
Pero, ¡qué falta de respeto! —saltó el abuelo. —Ya le decía a mi padre que los caballos estaban próximos a desaparecer, y por esa vicisitud nada seguiría igual.
Pero Don Pascual, ¿qué dice? Venga hombre, tranquilícese.
No hubo forma de calmarlo. Se mostró irascible y descaradamente ofensivo. Mandó a todos los que se le opusieron a tomar viento, y acercándose hasta el ataúd prometió no morirse ni ser enterrado hasta ver tornar aquellos tiempos en los que el buen gusto estaba en consonancia con al categoría del difunto.
A partir de aquel día se le pudo ver vestido como antaño, como si el tiempo hubiese retrocedido o hibernado desde finales del diecinueve. “Cosas de viejo”, sostenía mi padre que seguía bien de cerca los pasos del abuelo.
Un día el corazón de Don Pascual no aguantó más, se detuvo al tiempo que sus recuerdos.
Sus restos aguardaban en el coche mortuorio la partida. Siempre me cayó bien el anciano por eso le complací. Llegué a tiempo de poder cambiar aquella caja de roble con sus despojos al coche de caballos que, engalanado para una pompa fúnebre como de otros tiempos, recorrió el pueblo ante la admiración de todos.

Monelle/CRSignes 06/02/2007

Los elementales. Capítulo treinta y ocho: La batalla con las sombras. De Monelle

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Movimos los muebles y colocamos las velas dibujando un gran círculo en cuyo centro situamos dos recipientes que contenían agua con sal e incienso con carbón. Julien no contestaba a mis preguntas, sin embargo al entrar Anna comenzó a hablar.
Anna colóquese junto a los recipientes.
¿Qué debo hacer?
No moverse del centro. Ricard haga lo posible por situar a Joan junto a usted dentro del círculo.
Creo que deberíamos saber sus intenciones –dije.
Les aseguro que dentro del círculo están a salvo. Yo, como oficiante, deberé permanecer afuera.
De acuerdo. Pero, ¿qué vicisitudes debemos esperar del conjuro?
Las desconozco. Los elementales me indicaron las situaciones de peligro. Por suerte, hasta hoy no tuve que enfrentarme con ninguna, pero éste es el método que me fue trasmitido para derrotar a las larvas.
Julien marcó los puntos cardinales y prendió los cirios. Pudimos verle concentrado, no dejaba de recitar cual poeta, en un idioma extraño. Se movía nervioso rociando todos los rincones de la sala con agua que primero había consagrado. De repente, las sombras parecieron tomar vida. Desde nuestro refugio vimos aparecer efigies deslizándose sigilosas por las paredes, suelo y techo, dibujando a su paso criaturas imposibles de aterradora silueta. Julien seguía con un discurso cada vez más caldeado, y las formas tomaron volumen y el terror se introdujo en mí. Joan seguía paralizado, como hibernando, y Anna no perdía detalle del viejo, parecía confiar más en él que yo. El agua bendecida le servía a Julien como escudo frente al avance de las larvas, y éstas desviaban sus pasos hacia el círculo llameante, alargando sus miembros sin conseguir alcanzarnos.
Anna encienda el carbón.
“Alimentado por las llamas, fruto y poder de las Salamandras,
eleva el humo de este incienso consagrado a los silfos.
De esta unión nace la fuerza que nos liberará
de las desnudas larvas del abismo.”

El humo ascendió perfumándolo todo.
Ahora tome el otro recipiente y esparza con sus dedos la mezcla en todas direcciones.
“El fruto de la tierra, tesoro de los Gnomos,
se alía con el líquido elemento de las Ondinas,
fuerte lazo que hará retroceder
los desencarnados seres que nos amenazan.”

De cada gota surgió una pompa que explotando frente a los invasores, dejaba escapar la fuerza de cien guerreros; y la perfumada columna fue envolviendo unas larvas cada vez más débiles hasta hacerlas desaparecer por dónde habían salido.

Monelle/CRSignes 31/01/07

Los elementales. Capítulo treinta y siete: Algo se mueve. De Monelle

A Anna le asustó la actitud de Joan, parecía loco. Les expliqué lo que sabía.
Debemos obrar con precaución –dijo Julien.
Cualquier ruido sobresaltaba a Joan haciéndole gritar, temblaba como el pabilo de una vela, sentí pena por él. Anna había visto a los niños alterados con tanto alarido. Decidimos que lo mejor sería adelantarles el fin de semana en casa de los abuelos. No pasaría nada si perdían un día de clase, y nosotros estaríamos más tranquilos. El viejo había insistido en que no podíamos tomar a la ligera este tema.
Joan abrió aquella puerta, es el único que puede verlos, pero están ahí. Los presiento. Ahora debemos averiguar sus peculiaridades, quienes son, y qué buscan para descubrir el método que nos librará de ellos.
Un escalofrío erizó todo mi cuerpo.
Tened cuidado. Enseguida regreso –dijo Anna antes de salir de casa con los niños.
¡Joan! –El viejo se acercó hasta él –¡Míreme por favor!
Ahí están. ¡Quieren llevarnos con ellos!
No Joan. Tranquilícese. Nosotros somos los que vamos a devolverlos al lugar de dónde salieron.
Pero ¿cómo? ¿Es que no los han visto? Son demasiados... Están aguardando el momento... ¡Ya vienen! –Volvió a gritar.
Está muy afectado y me pone nervioso –dije. –No me atrevo a girarme.
No vaya a ponerse histérico. Le necesito con toda su entereza. Tengo una vaga idea de quienes pueden ser y de qué hacer para enviarlos al infierno de dónde salieron.
Al momento Julien regresaba con un cargamento de velas.
Ricard intente tranquilizarle, le necesitamos también. Quiero confirmar que no me equivoco.
Confiaba en Julien, no era ni tendencioso ni ningún ñiquiñaque, pero todo esto levantaba nuevamente las dudas sobre el verdadero riesgo y las consecuencias de tan osado atrevimiento. ¿Quienes éramos nosotros para pretender dominar las fuerzas naturales?
Joan, ¿cómo son?
¿Qué no les ves? Haz que se vayan. Son amorfos hasta que se transforman en seres tenebrosos, les precede una niebla oscura. ¡Me están mirando! ¡Ayúdame! –Se tapó la cara aterrorizado.
Son larvas. –Julien afirmó. –Ya Wamba, rey de los gnomos, y Metmitz las mencionaron.
¿Qué? –se despertó mi morbosidad.
Estas entidades sin alma buscan dónde alojarse e impiden que se pueda circular en el intermundo. Debemos echarlas antes de que nos dañen.

Monelle/CRSignes 25/01/07

Los elementales. Capítulo treinta y cuatro: Traicionados. De Monelle

Era la tercera vez que Joan se acercaba a mi despacho.

-Al final nos llamarán la atención.
-No seas ñiquiñaque. Aquí tienes las fotocopias del texto ya descifrado.
-Mira Joan, ahora no podemos comentarlo. Ten cuidado, debemos impedir que esta historia llegue a otras manos. Al salir hablamos.

Mientras tanto, en casa, dedicaron la mañana para despejar el sótano. Según me contó Anna cuando la llamé, habían encontrado varias cosas útiles: un viejo tonel de roble que parecía que habían construido dentro por lo grande que era; las peculiares mesas de las antiguas matanza; e incluso la caldera de la primitiva calefacción podía servir.
Al terminar la jornada, Joan no quiso acompañarme. Se disculpó diciendo que aún le quedaba bastante por descifrar y que lo haría en su casa. Por lo que quedamos en vernos por la mañana en el despacho.
El día lo terminamos los tres realizando una lista de aquellas cosas que, a juicio del viejo, eran prioritarias, la buena disposición de los presentes entre ellas.
De regreso al trabajo, me sorprendió no recibir ninguna morbosa visita de Joan. Cuando salí a preguntar por él me dijeron que había llamado diciendo que se sentía indispuesto. En varias ocasiones le llamé sin obtener respuesta.
Por segundo día consecutivo, aquel tendencioso no acudió al trabajo, ya era para preocuparse ¿qué estaría tramando? Julien y Anna habían hecho acopio de lo que faltaba y si todo iba bien el fin semana podríamos realizar el primero de los conjuros.
Estábamos tan nerviosos que cuando sonó el teléfono pasada la media noche casi me caigo de la cama. Era Joan que reclamaba nuestra presencia.
Visiblemente asustado nos abrió la puerta.

-¿Qué sucede? ¿Qué te pasa?
-¿Y Anna?
-Está con los niños.

El estruendo de una puerta nos sorprendió. De un salto Joan se colocó de cuclillas en un rincón de la entrada y un ligero temblor se dejó sentir bajo nuestros pies.

-¿Qué es esto? ¿Qué has estado haciendo?

No era capaz de hablar. El viejo adelantó sus pasos, Joan intentó detenerle. Abrimos la puerta y una niebla espesa impedía ver. Esparcidos por la estancia algunos pabilos aún humeantes y en el centro de la habitación el suelo elevado por una grieta cerrada. Algo grande había ocurrido y Joan nos debía una explicación.

Monelle/CRSignes 17/01/07

Los elementales. Capítulo treinta y tres: Triángulo de confianza. De Monelle

Joan se despidió al llegar prometiendo regresar al día siguiente después del trabajo.

Allí nos veremos Ricard, cualquier novedad me avisas.
Cuenta con ello.

Sobre el mármol de la mesa Anna había colocado algunos platos. Nos dispusimos a cenar.

Tengo mayor confianza con ustedes que con Joan. En fin, amigos, debí ser más sincero, temo haberles decepcionado. Nunca hice referencia a mis sentimientos. No les culpo si dudaron. Parece ser que la vida de la gente como yo ha llegado distorsionada, envuelta en una confusa neblina en la que la sociedad ha querido despechugarnos como manipuladores, cuando simplemente éramos curiosos del entorno, inconformes con la autoridad eclesiástica que obligaba a aceptar las cosas por que sí, adelantados a nuestra época. Ya les hablé de que intenté no llamar la atención y que sólo al final, cuando el destino quiso regalarme los conjuros, me envolví en la ambición más deleznable. Mis deseos de prosperidad eran egoístas. Eso es lo que ahora me está pasando factura. Tengo un hondo pesar que estremece mi conciencia. Desde el primer contacto con los silfos me mantuve soberbio pese al miedo irracional por lo incontrolable. Sí, buscaba y ambicionaba la fama, las riquezas, perpetuarme pero sin sufrir ninguna merma. ¿Acaso piensan que entre las nacientes nubes caprichosas, o atrapado en los reinos subterráneos junto a diminutos seres, encerrado en aquella burbuja inmersa en la acuosa y oscura profundidad, o envuelto entre el calor extremo de los llameantes paisajes infernales, no tuve miedo? Me sentía solo, pero así lo deseaba. Me creía especial y capaz de conseguir el supremo poder. Al aceptarme alimentaron mi ego. Ahora creo que esa era su intención. Conocen demasiado bien al hombre, nuestros defectos y debilidades, entre sus manos son su mejor arma. Si me hubiera dado cuenta, tal vez, sabiéndome poseedor de la llave que tanto anhelaban, hubiera dirigido el proceso. Espero que ahora entre todos podamos hacerlo.
Julien sabemos de su inquietud hacia los elementales, que es la nuestra también. Pero y usted... ¿qué espera nuevamente conseguir de ellos?
Pensé que lo sabían.
Disculpe pero usted nunca nos lo dijo.
No es lo que quiero de ellos es lo que deseo recuperar: mi vida.

Aunque nos pareció lógica su respuesta, una pregunta comenzó a flotar en el aire ¿se puede renunciar a la inmortalidad cuando se conoce el destino que nos aguarda?

Monelle/CRSignes 11/01/07

Los Elementales. Capítulo Treinta Y Uno: La Decisión. De Monelle

Joan no perdía detalle, Anna se estremecía ante las imágenes que acudían a su mente y yo, expectante, sentía la trascendencia del momento. Al fin conoceríamos la verdad de tanto misterioso conjuro y las intenciones reales de tan fantástica narración.
Julien, de pronto, enmudeció.

¿Le pasa algo? –Anna se acercó a él.
Discúlpenme pero no voy a narrarles este último conjuro.
¿Qué? –El rostro de Joan endureció como el mármol –Me debe eso y más, ¡carcamal¡¡Hable!

En la mirada de Anna la decepción se hacía evidente. Así me hubiera sentido yo de no ser por el recelo sobre Julien que se despertó ante aquella reacción tan incomprensible. La historia de Joan adquiría otra perspectiva. Quedaba en evidencia.

Julien, aclárenos este cambio de intenciones.
Déjame Ricard, no puedes seguir siendo condescendiente. ¿Aún necesitas más pruebas de su engaño? Cuando termine de despechugar a este impostor... –Julien retrocedió.
No tema. Comprenda que esto no es a lo que se comprometió. ¿Qué pretende?
Quiero que lo vean con sus propios ojos.

Días atrás, hubiera estado encantado, pero ahora no comprendía nada. La perspectiva de realizar aquel conjuro sin conocer su magnitud se presentaba llena de incógnitas. No sabíamos nada del mismo. Bueno sí, conocíamos que le concedieron el privilegio de poder elegir su futuro y la prosperidad de todos nosotros, eso nos había dicho, pero ¿qué había de cierto? ¿Qué era lo que los elementales habían conseguido con ello? Podían ser los responsables de todos los males padecidos por la sociedad desde ese mismo instante. Las desgracias naturales, a saber: terremotos, incendios, tormentas, temperaturas extremas... comenzaron a adquirir importancia en mis cavilaciones. Si algo en común habían tenido todos los encuentros, era el resentimiento que hacia el hombre había nacido en cada uno de sus razas. Todas nos veían como los responsables del aislamiento y su consiguiente pérdida de poder. ¿Habría sido Julien un pelele entre sus manos? ¿Quién aseguraba la nobleza de sus intenciones, relegados como estaban al mundo de las sombras? Juntos parecían ser invencibles. Pese a todo, la ilusión, la magia, ese sentimiento puro que crece cuando estamos aún carentes de maledicencia en la infancia, cuando la ingenuidad nos hace sabios faltos de maldad, precisamente cuando creemos en ellos, me hacía recular.

Creo en usted. —Afirmé.

Monelle/CRSignes 070107

Los Elementales. Capítulo veintiocho: Las cartas boca arriba (Primera parte)

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Joan, aunque tarde, quería redimir su culpa, pero... ¿con qué intenciones? No obstante y puesto que la historia, tal y cómo se la habían contado, difería de la que nos narró Julien, debíamos aclarar los malentendidos.
Julien se sentía ilusionado, apenas intenté hablar, con trajín se lanzó a preguntar.

¿Joan? ¿Leyó el Grimorio?
Por supuesto que sí una y otra vez –dijo con sarcasmo –pero no pude. Supo cifrar muy bien su manuscrito. Es muy listo, no sé cómo ha conseguido engañar a estas buenas gentes pero le desenmascararé.
Usted se confunde. Aquella desaparición fue accidental. Hice todo lo que estuvo en mi mano para respaldar su pérdida, pensé que regresaría. Él se quedó...

Joan se levantó alterado.

¿Dónde?
¡Quieto! –Lo senté de un empujón. –Déjale hablar, le debes el mismo respeto.
Compréndeme Ricard mi deuda de siglos, mi legado, mis esperanzas...
Mire mis manos Joan, nunca mataron a nadie, se lo juro. Yo estimaba mucho a Edgard fue mi discípulo preferido.
No lo sabía –exclamó Joan.
Su desaparición fue voluntaria, no deseo engañarle.
Y usted, ¿por qué está aquí? —Joan estaba alterado. No le quitaba los ojos de encima no podía fiarme de él —. Durante años he intentado mentalizarme sobre estos hechos extraordinarios. Me convencí de que nunca se desentrañarían de mi y, ahora que todo ha ocurrido, no sé qué pensar. Usted ha regresado después de siglos. ¿Qué tipo de pacto satánico ha obrado el prodigio? Cada vez tengo más claro que era necesario proceder con usted así, ahora también deberíamos hacer lo mismo.
¿Obrar así? ¿A qué te refieres? –Ahora era yo el irritado, no me gustaban su tono —¿Qué estás insinuando?
No insinúo, afirmo. Hago referencia a que la denuncia fue justificada. La inquisición actuó apropiadamente, por desgracia llegaron tarde. No recibió su merecido y por eso estoy aquí.
¿Sabes lo que estás diciendo Joan? –Julien no perdía detalle de la conversación –¿Estás afirmando que tus antepasados fueron los responsables de la matanza en Beziers?
¿Pero qué dices? Sólo él tuvo la culpa de aquello.
Te equivocas, él no estaba cuando ocurrió, en cambio todos aquellos inocentes no esperaban una agresión tan cruel.

Joan se tiró las manos a la cabeza. Lejos de aclarar su mente se encontraba más confuso. Mucho más perdido.

Monelle/CRSignes 28/12/06

Los elementales. Capítulo veintisiete: Joan se sincera. De Monelle

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—Ávido de respuestas, me convertí en inaguantable. No soportaba que nadie guardara secretos y a su vez no tenía la intención de ocultar ninguno. Este comportamiento me trajinó muchos disgustos y la desconfianza de todos. Quedé huérfano y fui entregado a mis abuelos. La casona familiar, lo suficientemente grande como para respaldar mis ansias por fisgonear, se convirtió en cárcel. La disciplina de mi abuelo, militar retirado, fue crucial. Por otro lado, su calidez en las horas de asueto fue envidiable. La primera tarde que me pilló registrando la casa me tomó de la mano y en lugar de un castigo me contó una historia. Y así una y otra vez. Narraciones que hoy toman cuerpo y sentido. Solía mirarme fijamente a los ojos cuando intuía mis intenciones para decirme “Joan, ¿no sabes que la curiosidad mató al gato?”. Afirmaba la certeza de los relatos y me pedía la máxima discreción. Pero yo no podía mantenerme callado y esas narraciones fantásticas mermaron mi credibilidad. Acabaron viéndome como un fantasioso embustero. De nada servía que dijera que mi abuelo aseguraba que todo era real. “Un militar nunca miente” añadían mientras se alejaban mofándose de mi. Sin darme cuenta me convertí en reservado. Logré vencer la indiscreción.
Pese aquello, nunca perdí el interés por escuchar las historias que hablaban de un tiempo remoto en el que magos, inquisidores, fórmulas mágicas y libros secretos se conjuraron en un destino de muerte y desaparición. Al contrario, me ilusioné hasta tal punto que llegué a investigar los lugares y los hechos que mi abuelo nombraba corroborando su existencia y nuestros orígenes. Esperanzado, orienté mis estudios en esa dirección, por eso conozco su lengua.
Y así fue como supe sobre la existencia de un antepasado mío cuya desaparición en el medioevo desencadenó la fabulosa trama que me fue trasmitida.
Al fallecer mi abuelo, me entregaron un sobre con este libro y un mensaje que contenía la siguiente advertencia.
“No pierdas de vista este manuscrito puede que un día alguien venga a reclamarlo. Ese día descubrirás al culpable de la desaparición de un inocente. Ese día tendrás ante ti a un poderoso mago culpable de crímenes contra la humanidad y sabedor de secretos capaces de cambiar la faz de la tierra. Ese día serás el responsable de salvar el mundo.”

Monelle/CRSignes 22/12/06

Los elementales. Capítulo veintitrés: Custodiado por ondinas. De Monelle

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“Marmara portaba un objeto cilíndrico como una caña hueca con el que traspasó la burbuja. Por aquel improvisado agujero, entraron dos ondinas que se situaron a ambos lados de mi, como custodiándome. Me entretuve mirándolas pues el aspecto de éstas había variado con respecto al de su reina. —Préstenme nuevamente el cuaderno e intentaré mostrárselas —eran más humanas, habían perdido la transparencia y el tono de su piel y el de su pelo se asemejaba más al nuestro. Con sus gestos cómplices parecían aguardar algún tipo de orden. —El tiempo se nos acaba —Marmara parecía triste en su semblante. Una de sus compañeras le entregó un saco pequeño.
—No temáis de ellas pues servirán de salvaguarda para que el tránsito hacia vuestro mundo no revista ningún peligro. Ahora ¡tomad! —Sobre mi mano posó el contenido del saco que le acababan de entregar: cuatro fragmento de algo parecido al cristal pero sin brillo cada uno de un color distinto. —No los perdáis, son la llave que nos permitirá reunirnos. Cuando llegue el momento descubriréis su potencial oculto. Hasta ahora tan sólo yo tenía el privilegio de su amparo, mala consejera es la codicia, hora es de que esto cambie. Cuídese maese Julius, pronto nos veremos y ese día sabréis hasta que punto es importante vuestra contribución. En ese momento, la tersa superficie de la burbuja comenzó a desaparecer y el agua invadió el improvisado hogar. La intromisión del líquido elemento absorbió violentamente a la bella Marmara. Temí por ella. El fin de mi epopeya acuática fue el más dramático de todos. Tropezando en la profundidad circundante contra las rocas, de no ser por el fragmento del mascaron de un pecio posiblemente, y pese a la ayuda de las ondinas custodias, habría perecido. Aquella corriente me depositó en un recodo de su trayectoria. Estaba desorientado, el momento semejó interminable pero para mi sorpresa, comprobé que no había salido del balde, ahora seco, en el que me introduje al principio. Pude escuchar como una ruidosa tromba de agua desaparecía en el río. Hasta allí llegó desde campanario de la Catedral el canto del ángelus. Debía regresar a casa.”

Monelle/CRSignes 06/12/2006

Los elementales. Capítulo veintidós: El favor de Dios. De Monelle

Pensé que se desvanecería. Que como sus hermanas su silueta se inflaría hasta alcanzar la redondez de un espacio circular nacarado. La calidez de su tacto sobre mi rostro, el saludo exento de humedad, me sorprendió. Intenté agarrar su mano como acto de pleitesía para postrarme a sus pies, pero atravesé su cuerpo sin que por ello perdiera la forma. Me costó contemplarla. Era diferente, distaba mucho de los relatos que había oído. Poseía una hermosura liviana. Las trasparencias y los brillos reflejados de las luces le conferían la magia añadida de las estrellas.
Su sonrisa precedió a una cascada de sonidos que no tuve dificultad en descifrar. Comprendí entonces la grandeza de lo que hasta ese momento me había pasado. En mi atolondrado recuerdo había obviado detalles de vital importancia. A este viejo zorro, también se le escapan cosas. ¿Cómo era posible el entendimiento con aquellas razas si desconocía sus lenguas? ¿Acaso habían aprendido la mía para facilitar el posible trato? Entre sofismas mentales estaba, cuando ella misma me sacó del badén de la ignorancia.

Bienvenido seáis. Soy Marmara. Temerosa por las prisas debería centrarme en mi ofrecimiento, pero me ha tentado poner respuesta a vuestras preguntas. Concederle esta licencia puede mejorar nuestro trato.

Intentaba ver más allá de mi encierro. ¡Imposible! Fue tal el desbarajuste que mi presencia había causado que tan sólo podía ver los rostros pegados al habitáculo de centenares de ondinas curiosas, moviéndose inquietas, yendo y viniendo y difuminando así el paisaje.

Marmara, vuestro reino es el último que me quedaba por visitar. Agradezco el detalle —mis palabras sonaban distintas pero no me eran ajenas.—¿Se me antoja saber cuál es el milagro que permite entendernos?
No existe ningún milagro. Al principio de los tiempos los libros sagrados hacen mención del hecho, todas las criaturas de la creación teníamos una misma lengua. Ésta era lo suficientemente sabia y hermosa como para contener la complejidad y la sencillez que la vida de entonces requería. Pero la ambición del hombre rompió el equilibrio y Dios nos castigó a la confusión. Hoy este mismo idioma aletargado nos sirve para comunicarnos.

Quedé pensativo, siempre había huido del creador y ahora éste se me manifestaba así. ¿Qué quería de mí? ¿Qué pretendía de alguien que siempre le había cuestionado?

Monelle/CRSignes 02/12/06

Los Elementales. Capítulo veinte: En la superficie visible. De Monelle

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Anna regresó alterada. Había tenido un pequeño accidente mientras aparcaba en el hipermercado, un incidente sin consecuencias pero que le iba a suponer un aumento en la póliza de seguros. Aquél desbarajuste llevó al traste con parte de sus planes; le dolía no poder hacer el pastel. Depositó un par de pizzas aún calientes sobre la mesa mientras nos explicaba lo sucedido. Por suerte consiguió sosegarse.

Veo, estimados míos, que este mundo es complicado aunque reconozco sus ventajas. Me gustaría disponer del tiempo suficiente para su estudio, pero intuyo que no podrá ser.

Durante la comida Julien disertó sobre las ventajas e inconvenientes de nuestra época. Al terminar tuve la tentación de llevarme a Anna hasta nuestro cuarto, aún seguía nerviosa, pero desistí. Confiaba en que el relato fantástico sobre las Ondinas conseguiría calmarla.

—No deseo entrometerme, pero me ha dado la impresión de que desean estar solos. De ser así lo comprendería.
De ninguna manera —interrumpió Anna. —Continúe.

Le pasé el brazo a Anna sobre el hombro. Mientras nos acomodábamos en el sofá, Julien agachó la mirada.

Se me antojó esperarla, querida mía, pues deseo compartir mi experiencia con usted, ya lo sabe. No se pueden imaginar lo duro que resultaba para un anciano como yo tener que ocultar estos hechos, no poder hablar con nadie, argumentar sofismas con los que justificarme esperando no ser descubierto. La importancia de este último contacto, del empleo de la última oración, logró sacarme de mis casillas. Consideraba que los días pasados eran tiempos perdidos; estaba convencido de que no me lo podía permitir. Debía juntar agua de varios lugares, por ese motivo recorrí los cuatro puntos cardinales de la comarca de Béziers buscando el líquido necesario que fui introduciendo en un baden abierto lo suficientemente grande como para contener una buena cantidad de litros. El lugar que había previsto para el conjuro se hallaba en la ribera del Orb en un pequeño abrigo a unos kilómetros del pueblo. Al llegar volví a tener la sensación de no encontrarme solo. Me aseguré de que nadie había podido seguirme. Seguramente era fruto de mi nerviosismo.
“¡Rey terrible del mar!...”
Vociferé.
“...Vos que tenéis las llaves
de las cataratas del cielo
y que encerráis las aguas subterráneas
en la cavernas de la tierra...”
En la superficie visible de la cuba, cientos de pequeñas siluetas chapoteaban nerviosas intentando salir
.

Monelle/CRSignes 23/11/06

Los elementales Capítulo diecisiete: Entre salamandras. De Monelle

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Atravesé aquel arco ardiente con cautela. El ambiente contenía el olor de miles de hogueras y fogones encendidos. El aroma del aceite quemado y el azufre le aportaban un toque nauseabundo. En aquel mundo flamígero no existía la oscuridad. De todas las cosas emanaba luz, proveniente del halo que les proporcionaba su propia incandescencia. Comencé a maquinar teorías, quimeras estúpidas equivocadas en su mayoría. Pensé que debía tratarse de un mundo perecedero, por que las llamas consumen rápidamente los objetos, pero erré. Allí no. A pesar de no haber permanecido el suficiente tiempo como para averiguar el porqué, deduje que aquel hecho extraordinario que impedía que desaparecieran consumidos por las llamas estaba relacionado con la atmósfera que les rodeaba. En nuestro mundo la vida de cualquiera de ellas es fugaz. Tan sólo pueden permanecer unos segundos entre nosotros, los suficientes como para que cualquier acto que realicen, por inocente que este sea, aparezca ante nuestros ojos como la más cruel de las travesuras.
Desde el principio sentí una profunda simpatía por aquellas criaturas inquietas. Enaltecí sus virtudes. Se movían con tal rapidez, que tardé en distinguir sus rasgos. Eran pequeñas y estilizadas como un lápiz a veces, más tarde intentaré retratarlas, regordetas otras, dependía de su estado anímico; al sentirse amenazadas sus llamas aumentan. Me llevaron atravesando su mundo, pude contemplar hermosos paisajes de tonos violáceos, azules con toques de un rojo subido y un amarillo intenso. Pensé en la perdición del infierno con la que presiona el clero y reí. Llegamos hasta un estanque plateado en cuyo centro se alzaba un palacio. En apariencia frágil, era como una gran bolsa de humo, sus paredes de denso vapor no dejaban ver nada de su interior. Temí ahogarme si me adentraba en él, pero al parecer las leyes físicas, tal y como me las habían enseñado, habían cambiado.
¡Pase!
Era hermosa y su voz trasmitía ternura. Finté la posibilidad de tocarla por miedo a las quemaduras, ella estaba al cargo del reino. En un descuido la rocé y el misterio se me desveló. Comprobé lo inofensivas que eran.
No se deje engañar, tan sólo aquí puede hacerlo. Ahora es el momento de convenir un trato, disculpe que sea tan directa pero demasiado tiempo sin poder contactar con mis parientes de los otros elementos me obligan a pedirle un gran favor.

Monelle/CRSignes 14/11/06

Los elementales. Capítulo dieciséis: Jugando con fuego. De Monelle

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—Enaltecí que mis ayudantes decidieran dedicar sus energías en la búsqueda de Edgar. Les eximí de sus obligaciones y les dije con un toque de cinismo: “No cejéis en vuestro empeño. Pobre muchacho. ¡Ojalá reaparezca pronto!” Mientras por otro lado intentaba ayudar con algunas monedas a su familia. Estaba impaciente, había oído hablar de la existencia de seres ígneos que recorrían el mundo provocando incendios. Las Salamandras eran las menos conocidas de todos los elementales, incluso la tradición popular las había desterrado de sus mitos y leyendas debido a sus travesuras malintencionadas. Un juego de pequeños fuegos: cirios y lámparas de aceite, debían ser colocados junto con las ofrendas. La hora exacta para lanzar el conjuro según mis cálculos astrológico debía ser quince minutos antes de la once de la noche, hora en la que el sol entraba en contacto con el signo de Leo. Mi propio taller sería el escenario escogido. Debía ser discreto. La perdición me aguardaba si alguien lo descubría.

“Inmortal, eterno,
inefable, e increíble
Padre de todas las cosas
que te hacen llevar
en el rodante carro de los giratorios...”

El tono de mi voz subía parejo con la intensidad de las llamas. Al instante pequeñas bolas incandescentes, saltando descontroladas, cruzaron el espacio chocando unas contra otras.

“...¡Oh! Fuego Radiante,
tú que te iluminas a ti mismo
con tu propio esplendor,
porque salen de tu esencia,
arroyos inagotables de luz,...”

Mis palabras parecían fintar con las luces. Las salamandras eran seres impredecibles y caprichosas. Temí ser pasto de las llamas.

“...¡Oh Padre! ¡Oh Madre!
La más tierna de las Madres!
¡Oh alma, espíritu, armonía y número
de todas las cosas!
Amen”

Aguardé unos segundos. Aquellas esferas de fuego seguían su curso como si nada hubiera sucedido. De repente, la más absoluta oscuridad. ¿Qué había hecho mal? Me sentía estúpido. Intenté acercarme al centro de la sala cuando un gran arco de fuego apareció. Su resplandor casi blanquecino me dejó cegado. Segundos después, cuando mi vista logró acostumbrarse a aquella excesiva luminosidad, mis sentidos quedaron atrapados por la más bella y fascinante de las visiones. Hasta ese instante todos los encuentros habían quedado perdidos en mi memoria, el porqué precisamente mi contacto con las Salamandras quedó aferrado a mi es un misterio a desvelar.

Monelle/CRSignes 09/11/06

Un sueño y un vals impregnados de lavanda. De Monelle

Fuente imagen Internet

El sonido de los pasos desapareció al tiempo que la suave fragancia de lavanda que parecía perseguir siempre a su abuela. Los sones irreconocibles y en ocasiones estridentes de la bailarina de porcelana con su caja de música, un vals de las flores sin compás, no han conseguido que la niña se rinda al descanso de aquella tarde lluviosa y apagada.
Asoma sus manos entre las sábanas, toma su muñeca y la besa. De un salto la coloca en el suelo. Tiene que esquivar los juguetes para no romper ninguno de los que en sus travesuras desperdigó por tierra.
¡Qué la música no pare! Antes de que se extinga la última nota, gira la llave con fuerza.
Descorre las cortinas, enaltece la luz que entra. Se distrae con el reflejo de las gotas proyectadas que insinúan sombras danzantes en la pared. Corretea hasta el armario. Se sumerge en las prendas que huelen a lino, manzana, jabón y lavanda. Revuelve los cajones, registra los bolsillos, encuentra los saquitos bordados rebosantes de espliego. Desparrama el contenido de uno de ellos lanzando las flores sobre su cabello.
Comienza su aventura. La lluvia se intensifica y aquellos estúpidos reflejos cuentan historias de parajes verdes y riveras, amores imposibles de bailarinas y princesas. Saca del armario: trajes, bisutería, zapatos y se los prueba. El aroma de la lavanda la estimula.
De repente, las gotas y sus reflejos parecen vibrar, se despegan del cristal, lo traspasan y por un momento revolotean formando arcos y círculos de luz de brillantes colores que fintan alrededor de ella.
Es el vals de la flores —exclama, —es la música que resucita el cuento.
Sueña que es la bailarina. El soldado de amplia boca, rodeado de mazapán y frutos secos, aguarda en su cesto y suspira por ella.
Siente su voz cascada que le dice que será suya, que su perdición es no verla, que necesita disfrutar de su baile para no morir de tristeza. La niña danza para complacerle y sonríe mientras suena el vals. Se entrega al juego con las sombras y los reflejos.
Cuando la puerta se abre el perfume del espliego y la música regalan a la abuela una ensoñadora escena que le dibuja en el rostro la más amplia de las sonrisas.
La música se detiene y el sonido seco de una nuez al romperse quiebra el silencio.

Monelle/CRSignes 07/11/06

Los elementales. Capítulo catorce: Casi un cuento de hadas. De Monelle

En un rincón del bosque una puerta aguardaba su apertura, precisamente a la hora en el que los seres de luz dejan de ser visibles. Una cosa curiosa ocurre cuando quiero pronunciarme sobre los silfos, soy incapaz de narrar lo ocurrido pese a que mi recuerdo se presenta con total nitidez. Vislumbré el acecho hostil de mis pasos. En un pequeño claro desplegué el ajado escrito, situé las ofrendas en cada uno de los puntos cardinales y comencé a leer:

“Rey invisible y terrible
que habéis tomado la tierra por apoyo y
socavado los abismos
para llenarlos con vuestra omnipotencia
vos, cuyo nombre hace temblar las bóvedas del mundo;
vos, que hace correr los siete metales
en las venas de la tierra,...”

La belleza se me presentó en forma de Silfos, ¿no era lógico pensar que la fealdad debía permanecer oculta en las entrañas de la tierra? Temí despertar algún tipo de hecatombe con el conjuro.

“...Vos que ocultáis bajo la tierra,
en el reino de la pedrería,
la maravillosa simiente de las estrellas,
venid, reinad y sed el eterno dispensador de las riquezas
de que nos habréis hecho guardianes!!!
Amén”

Una espesa e iridiscente neblina eclipsó al sol. Alguien tiró sutilmente de mi túnica, era un anciano que me dijo:

“Bienvenido. Permítame que me presente. Entre el abismo del universo etéreo y el mundo de las sombras en dónde conviven larvas y espíritus apátridas, le saludo. Soy Wamba rey de gnomos, duendes, hadas y demás seres de luz. Hemos aguardado con paciencia su visita. Ahora déjese llevar.”

Disculpad, no es una calumnia pero tan solo recuerdo fragmentos inconclusos sobre el interior del reino de la tierra.
Tarde comprobé que Edgar, uno de mis aprendices, quizás el más rebelde y problemático de todos se encontraba allí junto a mi. Debió seguirme al bosque cuando flanqueé hasta aquel lugar gracias al conjuro, pero no quiso viajar conmigo en el regreso. Apenas si vislumbré un alegre gesto de despedida con el que me invitaba a marcharme sin él. Nunca más le vi, ni tan siquiera pudo dar cuenta de su paradero, aunque hubiese querido me habría resultado imposible. Es la única imagen clara que tengo del intra mundo: jugando en acelerada carrera, Edgar, perseguía pequeñas criaturas aladas mientras canturreaba canciones infantiles de su tierra. ¿Quién sabe? Tal vez aún comparta con ellos su suerte. Aún siga allí.

CRSignes/Monelle 02/11/06

Los elementales. Capítulo doce: Al acecho. De Monelle

Creí ver en Anna un sutil gesto de inquietud. Me acerqué hasta Julien, se le veía bastante ajado.
Julien, ¿qué desea?
Desearía...— (No haberme ido nunca), pensó para sí. —... no encuentro el beneficio a lo que hice. Espero que ahora el resultado ofrezca alguna luz.
No le creí. ¿Qué pretendía con aquella calumnia? ¿Cómo podía creernos tan ingenuos?
Un momento — reclamé silencio pues me pareció ver un reflejo iridiscente en el patio. —Anna cierra bien cuando salga.
¿Pasa algo Ricard?
Debí obrar más sigilosamente pues no encontré a nadie. No obstante hallé unas colillas.
¿Llamamos a la policía? –Anna aguardaba nerviosa.
Pidan ayuda. Temo por los pequeños...— añadió Julien.
No es necesario. Sé quién vino. Mañana arreglaré este asunto —no iba a permitir que flanqueasen nuestra seguridad.
Antes de recluirnos nuevamente y de dejar a Anna en su cuarto, comprobamos que los niños se encontraran bien. Le di un beso a mi esposa y ella respondió a la reverencia de Julien con una suave caricia en su rostro.
Ya vigilaré yo –dije.
Minutos después el teléfono sonó un par de veces antes de parar. Nos sobresaltamos.
—Por favor Julien no le diga nada a mi esposa. Enseguida regreso.
—¿Desea que le acompañe? Siento responsabilidad por lo ocurrido.

Pensamientos cargados de hostilidad hacían que la rabia me impidiese valorar correctamente las acciones de aquel payaso empapado de cine negro que, sentado en un banco del parque, aguardaba mi llegada.
¡Ricard! ¡Qué sorpresa!
¿A qué viene este numerito Joan? No tiene ningún sentido que asustes así a mi familia.
Es curioso que te acuerdes de ellos ahora y no cuando metes a un extraño en tu casa.
¿A qué te refieres? —debía averiguar si tenía algo en nuestra contra.— Irrumpes como un ladrón espiando tras la ventana y ¿pretendes ahora darme lecciones de moral?
No intentes despistarme, algo oculta ese anciano que vive con vosotros. Algo malicioso que podría provocar una hecatombe.
Te refieres al tío abuelo de Anna. ¡Valiente estúpido! No sabes nada
—Si que sé y ahora mismo me tendrás que dar...

¡Mira hijo de puta... –le agarré del cuello— …cómo vuelvas a amenazarnos, cómo te vuelva a ver merodeando mi casa, te juro que no tendré piedad de ti!
Sea por mi actitud o el tono de mi voz, Joan parecía amedrentado. Posiblemente no nos había librado de él, pero ya se andaría con ojo. Yo nunca bromeo.

CRSignes/Monelle 27/10/06

El jazmín, la sensualidad y el recuerdo. De Monelle

Las máquinas arrancaron las matas profundamente arraigadas del arbusto que cubría casi la totalidad de un muro que se extendía tapando las ventanas del patio; es por ello que no tuvieron piedad de él. Mientras el fuego consumía sus ramas ajadas, aun floridas, un pensamiento me guió hasta el pasado. Recordé a mi abuelo podando con mimo aquel jazmín, mientras me contaba cómo y cuándo lo había plantado; al parecer la abuela, en el mismo instante en el que alumbraba a mamá, había notado el sutil aroma de los jazmines por lo que decidieron plantar uno para que la protegiera. Crecieron a un tiempo, se convirtió en parte de la familia. Como hecatombe hubiera calificado el abuelo la hostilidad de aquella acción; incluso cuando el destino quiso que mamá dejara de estar con nosotros, él siguió cuidando aquel arbusto. Decía que mientras su aroma se mantuviera en casa ella seguiría a nuestro lado.
Crecí flanqueando la infancia, las circunstancias así lo quisieron. La adolescencia me golpeó con fuerza, siempre estaba enamorada; la abuela lo achacaba al influjo del jazmín, para ella, su aroma contribuía a ese estado de ensoñación y calumnia que hace que nos perdamos en los ojos del amor voluptuoso y variable; me contó que su hija, mi madre, siempre fue libando de flor en flor como las abejas, y que fue por eso que yo nunca conocí a mi padre.
Pude corroborar la influencia de su perfume un día en el que, castigada por las malas notas, en un descuido del abuelo me colé en su habitación. Y allí, al abrigo de sus recuerdos enterrados bajo su cama, encontré pequeños objetos cargados de sensualidad y misterio: el brillo iridiscente de un cristal de roca que me sumergió en la mirada de mamá años atrás perdida; la suave brisa de unas prendas de gasa, gozosa caricia; un ramillete consumido en la pena del olvido con el aroma impregnado de aquellas pequeñas flores, ya estériles, con sus pétalos amarillentos y secos; y junto a ellos unas diminutas semillas que guardé.
La tarde se apagó al tiempo que la fogata. Recogí parte de aquellas cenizas y mezclándola con la tierra removida del costado de la casa cubrí las semillas que, al fin germinadas, renacen con la fuerza de antaño en espera del aroma penetrante de estas mágicas y entrañables flores.

CRSignes/Monelle 25/10/06

Los elementales Capítulo diez. El Rey y el pecado

Me sentí abrumado ante la posibilidad de un cambio en el humor de Anna, al poderse sentir incómoda después de mis palabras, pero no fue así. No tardó en regresar.

Y ¿su esposo? ¿No viene con usted?

Rescaté de mi bolsillo el manuscrito con los conjuros y lo deposité a vista sobre la mesa.

Anna, la fuerza que me trajo hasta aquí nace de la Kábala. Cuentan que Adán fue rey y señor de los elementos. Por aquel entonces el hombre, dominado por la bondad y la inocencia, se relacionaba con los seres que habitaban cada uno de los elementos en ubicua armonía. Los silfos del aire, los gnomos de la tierra, las ondinas del agua, y las salamandras del fuego compartían con él todos los bienes. Pero al ver a su rey sucumbir a la tentación y al pecado, sintieron lacerada su confianza y ante la traición lo abandonaron. Desde ese día no se ha cesado en la búsqueda para recuperar el contacto perdido. Necesitamos de la unión con los elementos para subsistir en paz. Por si eso fuera poco, los seres elementales se han resistido a recuperar el contacto por miedo a verse contaminados. Debemos proteger el poder que nos acerca hasta ellos pues, en manos equivocadas, podría significar un desequilibrio de las fuerzas naturales.
Por separado, cada uno de los conjuros no tiene más que el valor de un contacto fugaz, como el barro que se desliza entre los dedos, pero juntos la cosa cambia. No pude corroborar que el manuscrito perteneciera realmente a su propietario, tenía un aspecto lamentable, como si durante años hubiese estado en un lugar recóndito; la humedad y los insectos habían alterado su integridad, por lo que determinados pasajes no quedaban del todo claros. Una pequeña reseña precedía aquellos poemas mágicos. Sin dudarlo me introduje de pleno en su análisis, no hubiera sido la primera vez que me engañaban, y posteriormente en su estudio. Pero a simple vista, los símbolos que acompañaban aquellas páginas no daban motivo de duda. Tenía, ante mí, un trabajo magnífico realizado con una delicadeza admirable. Me sentí tan fascinado que, en las noches siguientes, apenas si dormí. Conseguiría aquellos poderes fuera los que fuese. Esa fue mi determinación.

Monelle/CRSignes 19/10/06

El romero, el engaño y la muerte. De Monelle

Una corriente helada me sacó de la ensoñación y ahuyentó los efluvios de tu recuerdo, para hacerme retornar a la realidad que te alejaba lacerando mi ánimo. Largas horas de vigilia en las que soñábamos despiertos, única posibilidad que nos permitían para mantener el humor. Cualquier ruido encogía nuestros corazones, revolvía nuestra voluntad. En lo recóndito del pensamiento, en ese momento cuando éste nos evade de la verdad, el miedo desaparece convirtiendo a la muerte en la amante soñada. Quizás, no debimos abandonarnos tanto al ubicuo pasaje de los deseos, pero ¿qué más podíamos esperar cuando todo ya estaba decidido?
El muro se extendía envolviendo el campamento. Fuera de él la vida cobraba mayor valor. Setenta y dos horas de guardia. En ocasiones imaginábamos que el paso de las tropas enemigas era en retirada; entonces, nos sorprendía el siseo de una bala perdida, o el vuelo de un ave espantada.
El viento mecía las ramas y las hojas de los árboles. Mientras, el sol continuaba con su deambular transformando las sombras, ora en monstruosos, ora en los cálidos trazos de tu presencia. La lluvia, copioso encuentro del agua contra un suelo seco, tuvo mucho que ver en nuestro primer encuentro. El aire invadido por el olor de la tierra al fin humedecida, había pasado a suavizar su aroma mezclándolo con el del romero y otras hierbas aromáticas. No me sorprendió comprobar que tu cabello, repleto de diminutas flores lila, desprendía el mismo aroma hipnótico, excitante. Contrastando con el reflejo de tu negra cabellera, las nubes se trasladaban veloces, como un telón que anunciara el final de la función. Fue entonces que volvió a mi, empujado por el viento, tu perfume.
La lluvia persistente, que había convertido la tierra en barro, deshizo las matas de romero desperdigando en todas direcciones su olor. Me atrapó al instante velando mis sentidos con su fragancia. Penetró al tiempo que la bala se alojaba en mi. La muerte usó del engaño para evitar mi pelea. Su negro manto simulaba tu cabello, los ruiseñores falsearon tu voz, solamente el aroma del romero fue cierto. Desperdigada por el viento, aquella fragancia me transportó hasta sus brazos en la dulce entrega del último suspiro. Pero aunque cree haberme engañado, siempre seré tuyo.

Monelle/CRSignes 15/10/06

Los elementales: La otra realidad (Cap.8). De Monelle

Me entretuve observando los papeles. Desgraciadamente nunca alcanzaría a comprender lo que impulsó a mi hermano en su traición, ni el porqué me envió aquella advertencia.
Pasé la mañana encerrado, necesitaba lacerar mi culpa. Si hubiera entrado alguien, no me habría visto con el suficiente humor como para contestar a ninguna pregunta. Y aunque era una quimera creer en la posibilidad del reencuentro, deseé nuevamente un milagro.
En mis manos había tenido el poder. Por unos segundos el destino me perteneció. Con un solo gesto, pude hacer desaparecer todo resquicio de vida, reculando a los orígenes de nuestro mundo, de un salto y sin retorno. Pero me perdió el egoísmo, y creyendo poder conservar el don que se me había concedido, sólo pensé en mi.

La lluvia había embarrado el patio y aquella materia informe, que servía de improvisado juguete a los pequeños de regreso ya, me devolvió a ese recóndito pasaje de mis pensamientos del que tan sólo pude salir al sentir unas risas infantiles a mi lado.

Julien, disculpe a los niños, pero es hora de comer algo —Anna me miraba con ternura desde la puerta.
Gracias, ahora mismo voy.

Observé las huellas que el barro dibujo en el suelo al paso de los pequeños. Y como si de una senda abierta al pasado se tratara, comencé a urdir un plan. Durante la comida me mostré cortés pero distante, posiblemente pensaron que aún me sentía afectado por los descubrimientos, y en el fondo me convenía que así fuera. Tal vez por eso, aquel día, ya no volvieron a molestarme.
De camino al patio, evocaba el momento en el que realicé el salto, cuando me transformé en un todo con la natura, incluso se me concedió el don de la ubicuidad.

— Ojo con lo que haces muchacho —y allí me encontraba de nuevo, en el día de mi partida.
Perdón maese di Ajaccio, estoy nervioso.
Déjalo ahí y escucha. Esta madrugada, antes de que la luna salga, te espero aquí mismo.

Era como verme fuera del cuerpo. Nuestras miradas contenían la misma energía.

Al introducir mis manos en el charco, regresé. Pero cuál era el momento real. Sentí la suave amalgama, de agua y tierra, en contacto con mi piel. Comenzaba a dudar de mi cordura. Apreté fuertemente el puño, moldeando mi rabia al constatar el porqué me había tenido que enfrentar solo al conjuro.

Monelle/CRSignes 12/10/06

Los elementales: Una misiva (Cap.6). De Monelle

Breziers, 25 de julio del año de nuestro señor de 1209

Excelentísima Santidad.

Honrado me siento al poder comunicarle el logro de la misión encomendada.
La ciudad de Breziers arde como el infierno que acogerá las almas de los desgraciados que, tan merecidamente, han caído en este empeño. El cielo resplandecerá, al saberse libre en su gloria y magnificencia de una parte importante de la afrenta que le amenazaba.
Bien sabe Dios que hubiera sido mejor dejarlos a su suerte. Hacerles entrar en razón a todos y cada uno de ellos pero, como vuesa clementísima merced conoce, difícil es encarrilar en la inspiración a los corderos que se han salido del recto camino de sus enseñanzas.
Sigo sin comprender que frente a la amenaza del infiel sarraceno que nos arrebata, con ruindad, las sagradas tierras que acogieron al hijo redentor, tengamos que combatir también en nuestros dominios. Que hayan renegados que se burlen en el desprecio a su recto parecer.
¿Cómo pueden algunos desaprensivos creerse poseedores de la verdad que tan sólo aquel que ostenta la sabiduría, y cuya figura heredada de San Pedro primer pilar de Nuestra Santa Madre Iglesia, posee?
Indudablemente, el plácet del Maligno guía sus pasos poniendo en entredicho toda vuestra bondad.

Asaltamos sin previo aviso la ciudad que ahora se haya rendida a vuesa clemencia. Pocos sobrevivieron al envite de los santos caballeros cruzados, cuyas armas consagradas purificaron, en cada uno de sus pases, las almas de aquellos que se apartaron de la senda del bien.
Encontramos a los traidores herejes a rebujo de sus hogares descansando, como sólo aquellos parientes que viven sin remordimiento pueden hacerlo. Destruimos sus casas, rebuscamos en cada rincón para que la muerte libertadora lo saneara al completo.
Firme en vuestro mandato, fui recriminado. Se cuestionó el poder y la grandiosidad, para redimir las almas de los inocentes, del Altísimo. “Dios sabrá distinguir a los suyos” afirmé.
La sangre plaga las calles desoladas de la ciudad que arde con el fuego catártico que purgará del escalo de los herejes.
Ante usted, postro nuevamente mi espada en el conocimiento de que éste ha sido el triunfal comienzo del Apocalipsis, que barrerá de la tierra a los herejes cataros por cuestionar a Nuestro Señor en toda su grandeza.
Suya es mi alma y mi voluntad.

Arnaud Amaury

Monelle/CRSignes 06/10/06

Los higos, la doncella y el amor. De Monelle

Sigiloso, deja resbalar la mano por encima de su hombro. La sorprende. Un pequeño estremecimiento espabila sus sentidos. En su mano extendida, pende un obsequio, un higo verde.

Tómalo —le dice — contempla su pureza. Está limpio. Descubre su rosado y sensual contenido. Observa cómo desea tomar tu dulce boca.

Siente la mirada cargada de lasciva inspiración, y con un gesto lo rehúsa. La respiración cálida y espesa en su nuca le angustia.

No huyas, niña. Ayer estuve en tu casa y tu padre me dio su plácet para cortejarte.

Ajusta la cinta de su vestido, que levanta sus impúberes pechos, y huye. Las lágrimas no le dejan ver. La madre se cruza en su camino.

No corras, tengo buenas noticias que darte.

Y vuelve a sucederle. Por segunda vez en un mismo día le ofrecen higos tiernos. De un golpe los rechaza. Los frutos reventados contra el suelo blanquecino, dejan escapar su aroma dulzón con tintes rosáceos.
Tiene once años de edad, y aún para ella es un logro ver cumplidos sus sueños.
Al llegar a su cuarto, escucha el sonido envolvente de unos cánticos. Asoma la cabeza, lo justo para poder ver la luz de las velas concentradas en el altar de Afrodita, y el rostro complacido de su padre al abrazo rítmico de su rezo en la ofrenda a la Diosa.

Ven niña. Ayúdame a agradecer a los dioses tu suerte. Entre parientes nunca nos separaremos. Temí perderte envuelta entre los linos y las columnas de algún templo.

No puede apartar de su mente aquellos ojos tan rojos como el fruto oloroso allí ofrendado. Presiente dolor y un gesto de ruindad por parte de los que ama. No comprende que el destino la eche en brazos de la lujuria que pervierte aquello que toca. Se sabe tan frágil como el fruto que se echa a perder a las pocas horas de su cosecha.
Y aunque es una fruta resistente, teme el escalo del gusano lúbrico que la corrompa.
Afrodita, ha sido cruel con ella, de nada sirvieron sus atenciones y la entrega que, con devota admiración, le ha hecho al amparo del amor joven y galante que la espera en el jardín de sus ilusiones.
No han servido esos frutos que ahora se vuelven contra ella, y que jamás piensa volver a tomar en un destino negado al amor.

Monelle/CRSignes 29/09/06

Los ángulos. De Monelle

De tanto mirar al norte, buscándola, el musgo ha crecido ya en mi costado.
C. Sigur (Poemario imposible)

Siempre sucede al girar las esquinas. Puede que penséis que mi estado mental a dejado la lucidez y se encuentra ofuscado por la demencia. Posiblemente nunca os ha sucedido. De ser así, vale doble esta advertencia. Pero... ¿estáis seguros?

Había puesto todo mi empeño en ello. En mi vida solitaria y próxima a la extenuación en la búsqueda de alguien con quién compartirla, había llegado a rechazar que el destino me tuviera reservada una compañera. Pero como siempre la existencia quiere que las cosas no se eternicen y uno pueda tener de todo, encontré el amor una mañana. Teníamos un futuro prometedor. Pero tal como vino, se esfumó.

Cuando se pasea por la calle hay un momento, precisamente aquel en el que doblamos las esquinas, que nos cruzamos con un ángulo muerto. No es fácil percatarse de su existencia, es más, generalmente actúan de forma tan discreta que es imposible. Os diré que no son muertos por ocultar terribles circunstancias, lo son por que contienen muerte. Por su nombre se podría extrapolar que nada bueno esconden. Si una circunstancia nefasta os acosa, puede ser absorbida de inmediato. Diréis... y eso ¿qué tiene de maligno? El problema es que no hace distinción, y en un segundo, podéis ver desaparecer aquello por lo que habéis luchado toda la vida.
De la misma forma que las olas del océano desvanecen nuestros pasos sobre la arena, estos ángulos muertos borran acontecimientos.
En el devenir de nuestra vida, estamos expuestos a tropiezos casuales que, por su relevancia, marcan la senda que seguimos, pero éstos puede cambiar en un segundo.
He intentando averiguar qué los activa, y creo, aún a riesgo de equivocarme, que es el pensamiento.

En ella pensaba, en nuestros proyectos, mientras me dirigía al norte de la ciudad, lugar de nuestra cita, cuando después de virar una calle no volví a hallar rastro de mi amada, ni de nuestra relación. Como si nunca hubiera existido.
¡No estoy loco! No fue fruto de mi imaginación. ¡Ella existe!
¡Escuchadme!
Tened cuidado con lo que penséis al doblar las esquinas, no sea, que desaparezca por siempre.

Monelle/CRSignes 22/09/06

Los elementales: Rescatado (Cap.1). De Monelle

Caminaba extenuado. Lo encontré perdido vagando por el bosque. En su mirada, se podía entrever el devenir de años de trabajo y sufrimiento. Lo llevé a casa, le di cobijo y por la expresión agradecida de su rostro, supe que se recuperaría pronto. En cierta forma, me aproveché de su debilidad para estudiarlo a fondo.
Era un extraño entre nosotros. Mi esposa me había recriminado y los niños, con su curiosidad, deseaban conocer más sobre aquel enigmático personaje vestido con una indumentaria anticuada.
Ninguna pista con la que poderlo identificar o tal vez extrapolar conclusiones. Lo único que rescaté, antes de deshacerme de sus ropas, demasiado deterioradas, fueron unas tiras de pergamino garabateadas, a las que, en un principio, no di la importancia que realmente tenían.
Las arrugas en su piel extremadamente blanca, casi traslúcida, quizá fruto de una corta exposición al sol, no me gustaron nada. ¿Quién me decía que no se trataba de un vulgar delincuente? Pero ese no era motivo para negarle la asistencia.
Ninguna cicatriz destacable, salvo una extraña punción en un costado. Clara señal de abandono eran el largo cabello y su barba descuidada. Debía encontrarse muy por encima de los setenta años.
¿Quién sería?
Ansiaba que la lucidez regresara a su conciencia. Apenas tres días pasaron antes de su primera reacción.
Abrió los ojos como nunca antes viera hacerlo a nadie. No perdía detalle de nada. Me miró y pareció reconocerme. Entonces habló.
Tan sólo unas cuantas palabras sueltas, recuerdo claramente: océano, salamandra, ondina, silfo, musgo, gnomo, cielo, entrañas y fuego.
Parecía francés pero tardé en reconocerlo. Preocupado por que no cayera de nuevo en el ofuscamiento, lo tomé de la mano y le di los papeles que rescaté de su bolsillo. Al saberlos en su poder quedó tan complacido que, cerrando nuevamente sus ojos, se durmió.
Y con aquellas palabras sueltas que intentaba encajar en mi lógica, salí del cuarto cerrando la puerta.
Mi mujer, me insistió en que debía notificar su presencia a la policía, pero me negué.
En mi cuarto apunté todas las palabras que pude traducir de su conversación, intentando encontrar alguna relación entre ellas.
Leí en voz alta aquel galimatías. ¿Sería un escritor extravagante? ¿Un cuenta cuentos? O simplemente ¿un loco?

Monelle/CRSignes 14/09/06

Rebelde. De Monelle

Tardé en encontrarlo. Demasiado rápido se movía de un pueblo a otro. La cantidad de crímenes se hacía insostenible, y yo tenía la obligación de prenderle. Me había comprometido.
Como un bólido, alcancé mi destino. El lugar se insinuaba perfecto para la captura.
Tenía la oportunidad y los medios. Fue sencillo, demasiado quizás.
Era sólo un muchacho, un adolescente.
Lo interrogué en el mismo lugar de la captura y, de su declaración, aún recelo.

“Lo que había tardado en decidirme, y ahora que ya estaba del todo convencido para mudar y emprender una nueva vida, me salía con éstas: los padres…¡Qué no harán ellos para retenernos a su lado! ¿Tan difícil es admitir que uno ha crecido y puede defenderse y salir adelante sin su ayuda? Me costó situarme, no me habían explicado nada y era necesario hacer las cosas bien, de lo contrario, duraría poco en aquel sitio. De hecho así ha sido. “ Pero hijo... ¿qué vas a hacer? —Preguntó mamá. — Mira que a nosotros nos sacan de la rutina, y nos sentimos perdidos... Además está el asunto ese que te hemos comentado. No creo que hagas bien marchándote. Pero está claro que al final harás lo que te venga en gana… No comprendía el propósito de por qué mamá me hacía tan ingenuo. Esos cuentos funcionaban cuando niño, pero ahora... ¿Cómo creerme semejante cosa? Se cuestionaban, como en un complot, mi capacidad para salir adelante. Tampoco viene mal del todo agudizar el ingenio e intentar subsanar esta pequeña dificultad. Si es que existía. Y ahora me dice usted que ¿era cierto?
Mamá se había empeñado en no perderme de vista. ¡Ojala le hubiera hecho caso! Se le había metido en la cabeza, que si intentaba salir de casa, era por que tal vez estuviera sufriendo algún cambio importante. Era cierto. Las madres, siempre tan suspicaces...”

Después de los nervios al enfrentarme al mito, sólo me hubiera faltado tener que soltarlo. Lo que algunos son capaces de decir para intentar librarse.
Me admitió que como en casa no se está en ningún sitio.
Los licántropos, en los tiempos que corren, se han acostumbrado demasiado a la alimentación un poco más aséptica. Tanto derramamiento de sangre no nos gusta.

Monelle/CRSignes 11/09/2006

Lucifer. De Monelle

Se despertó nervioso, bañado en sudor.
- Pareces enfermo -alargó la mano para tomarle la temperatura.
- ¡No me toques!
Acostumbrada a los desplantes, se limitó a mirarlo con ternura a pesar del rechazo.
- ¡He tenido un sueño horrible! La desolación se extendía por todas partes, como en un complot. Miles de cuerpos deambulaban esquivando otros tantos caídos, cuyos rostros desfigurados por las fístulas conferían un panorama sanguinolento. Por encima de ellos, un ser demoníaco de grandes alas, Lucifer* dijo llamarse, sonreía mientras me ofrecía el remedio para aquel mal. Apenas lo recogí, todas las enfermedades me poseyeron deshaciendo mi cuerpo entre intensos dolores.
- Amor mío, no me extraña que estés aterrado. Algún sabio debería descifrar el propósito de esta pesadilla.
Pasó varias semanas sin descanso. Envuelto en su aséptico mundo, nadie podía acercarse hasta él. Pocos creían que existiera remedio para su cura.
Llegado de lejanas tierras, un hombre negro, un hechicero, envuelto entre pieles y plumas que portaba un manuscrito entre sus manos, cruzó como un bólido las calles de la ciudad. El monarca creyó reconocer el sello del legajo y lo recibió.
- No te acerques más o morirás.
- Entre vuestras manos deposito el libro del rey Salomón.
- ¡Mentira! Ese libro es un mito.
- Podéis no creerme. Pero los dioses han querido que os lo entregue. Mi camino está hecho.
De pronto, mudando en forma de ave, e impulsado por sus amplias alas, desapareció.
La magia del encuentro sirvió para convencerle. Sucumbiendo a la ambición de poseer el conocimiento, no tardó en extraer la fórmula con la que convocar al demonio de las enfermedades para dominar la capacidad del hombre de curarse o enfermarse; controlar el bienestar de cada uno de sus súbditos, de sus enemigos, de él mismo.
Preparó la invocación, la llevó a cabo, y Lucifer tuvo a bien entregarle el don.
Con su sola presencia la gente enfermaba. Todos sucumbían a su alrededor, como en el sueño. Eso le aisló mucho más. Sus ministros, la mujer que amaba, incluidos sus hijos cayeron víctimas de enfermedades para las que él era inmune. Se quedó solo y la pena lo invadió. Aquella tristeza derrotó su alma y, como en el sueño, el dolor de la muerte, de su muerte, se hizo insoportable.

Monelle/CRSignes 03/09/2006

LUCIFER * (Demonio de las Enfermedades). Tiene el poder de enfermar y curar a los hombres y a las bestias. Enseña las propiedades de las plantas curativas y venenosas.

Sueño caribeño. De Monelle

¡Trescientas setenta y nueve semanas de trabajo continuado! Realmente me merezco vacaciones.
Hubo un tiempo en el que se seguían las estaciones para marcar los descansos colectivos. Pero claro, estamos a mucha distancia de la tierra, y aunque la resistencia del cuerpo sea la misma, los jefes, malandrines ellos, nunca lo tendrán en cuenta.
En fin, ¡ha llegado el momento de partir lejos!
Al menos, durante ciento siete semanas, disfrutaré de alguna de las atmósferas itinerantes que reproducen la añorada Tierra.
Hace cerca de cincuenta y nueve semanas, madrugué en la reserva, compré el “Sueño Caribeño”.

“Abandónate en sus playas. Báñate en su sol, su música y todos los placeres que desees. Nadie te ofrece tanto por tan poco.”

Así rezaba su publicidad. ¡Bonito epitafio! No me importaría acabar allí mis días.
¡Mujeres! ¡Sol!... ¡Más mujeres! Por ello lo escogí.
¡Uhmmmmm! Espero que esté cerca la base imitadora.

Me recogerán en el zaguán de casa y... rumbo hacia la estación espacial Caribean-N3.55, sin escalas.

Aquí su equipaje. Nos encontramos a veintidós semanas de su meta. Le rogamos tome su dosis somnífera para evitarle incomodidades. Esperamos disfrute del viaje. Nos vemos en su destino. ¡Qué descanse!...
—Pi pi pi pi pi pi pipipipipipipipipiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— ¡Ahhhhhhhh!

... Las once y tres cuartos...
Parece mentira lo que se asemejan, entre sí, las habitaciones estándar. Es como estar en casa...
Pero... pero si ¡este es mi cuarto!

¿Qué es esto?

La luz parpadeante me indica un mensaje en el contestador.

“Mensaje para el ciudadano 78.990.565. Por un error en nuestro somnífero, lamento comunicarle que se ha pasado todo el tiempo en estado vegetativo, le aseguramos que ha recibido los cuidados oportunos. Le informamos que no devolvemos importe alguno, por lo que, tiene derecho a recuperar lo perdido, más una indemnización, que será efectiva en sus próximo descanso vacacional. Desgraciadamente su empresa nos ha comunicado que usted no tiene derecho de prórroga, por lo que deberá aguardar hasta cumplir con sus obligaciones, antes de disfrutar de nuestros servicios. Lamentamos los trastornos ocasionados. No dude consultarnos cualquier duda.”

Menudo jirón... Con humor mejor tomarse las cosas. Al menos estoy descansado... Seguro que cuando tenga que partir... no dejo que me duerman. Lástima que aún deba esperar tantas semanas... Sin duda, éstas han sido las vacaciones más descansadas que he tenido. Pensé que el “Sueño caribeño” era otra cosa.

Monelle/CRSignes 270806

Súrgat. De Monelle

Malandrines, filibusteros y rameras, pasean por el puerto buscando cómo ganarse los cuartos para salir airosos de trifulcas y borracheras.
Esquivando proposiciones, Sir James Worsley, camina hacia su cita.
Muchas naves permanecen varadas en la dársena de Puerto Príncipe. Hacía años que los ciclones no golpeaban Haití con tanta virulencia.
El capitán espera junto al zaguán de la taberna.
Con un cruce de miradas, descubre el arrojo y la osadía que anda buscando.

Ambos sabemos qué nos trae hasta aquí. Sobran las monsergas, si su determinación tiene el valor de su mirada. Me han hablado muy bien de usted capitán.

Sobre la mesa, Sir James desliza un gran anillo con sello y un brazalete.

¡Aquí está el escudo! Ya sabe que el premio debe ser colectivo. No permitiré que traicione a mi tripulación.
Todos recibirán lo que les corresponda. Le advierto que, el “Súrgat”, es un galeón sin par, el más rápido que surca estos mares. En cuanto a la ruta, capitán, os dará la impresión de que la conoce. No le contradigáis.

Una tripulación hastiada del descanso prolongado, madruga entusiasmada por la proximidad de la partida. Arriban al pie de la nave y se maravillan de su grandiosidad. El “Súrgat” despliega el velamen, y parte rumbo hacia alta mar.

Sir James, cierto es, parece conocer el camino. Presiento que pronto avistaremos tierra.
Razón no os falta, mañana arribaremos pero, hoy, os pido confiéis en mí. Nadie debe molestarme ni tan siquiera vos. Os lo ruego.

Pero el mar curte de forma distinta, y la confianza hecha jirones del capitán, agudiza el instinto de supervivencia desdeñando de la lealtad.
Extraños ruidos le alarmaron. Abrió la puerta dispuesto a averiguarlo todo, justo en el momento en el que, Sir James blandiendo una espada, retuvo la aparición de un ser horripilante.

“Por Adonay, Súrgat, me concedas el poder de hallar tesoros bajo tierra y en otros lugares”.

El capitán observó cómo la criatura le ofrecía un gran anillo dorado.
En el momento en el que éste pasaba a manos de Sir James, el capitán, cegado por la ambición, se lanza para recogerlo.

El barco es zarandeado violentamente hasta que la fuerza del oleaje lo hace zozobrar.
Sobre un mar calmado, unos signos cabalísticos acompañados por la figura de un gallo, y escritos con sangre sobre un pergamino, sirven de epitafio a la catástrofe del “Súrgat”.

Monelle/CRSignes 20/08/06

A galope tendido. De Monelle

Subido al caballito, Migue, dejaba que éste le cargara dónde quisiera.
Habían recorrido juntos casi todo el mundo conocido. Conocido por él, naturalmente.
La tele, era su mejor guía. De los documentales sacaba las ideas y las retenía en su abierta memoria.
A pocos días de su quinto cumpleaños destacaba, en él, su despierta imaginación.

Mamá, háblame de la China... Mamá, cuéntame sobre Australia... Mamá, dime lo que sepas de Francia... Mamá, guíame por Sierra Morena...

Y mamá atendía aquellos iterantes requerimientos con mucho gusto. Ocurría por las noches y ella no tenía reparos en narrarle con un grado de fantasía —muchas veces se veía desbordada por las preguntas sobre territorios demasiado remotos para ella—, los detalles que a él le pudieran interesar.
Y todo aquello, terminaba alojado en la pequeña cabecita de Migue que acumulaba, cual cargador, aventuras con las que, el día siguiente, retomaría la galopante carrera de sus sueños después del descanso nocturno.
La celeridad de sus movimientos —su corcel era el más rápido del mundo— ayudaba en sus escapadas.
Siempre estaba preparado para realizar hazañas de heroica conquista, descubrir nuevos territorios, o romper fronteras.
A lomos de su caballito: resbalaba por la barandilla; saltaba la verja; bordeaba el seto, demasiado alto para él; y esquivaba los charcos. Si no estaba huyendo de temibles ogros o cruzando fosos, galopaba sobre las nubes para no perderse la danza de las princesas a orillas del Rhin al compás de un minué, o las tracas con las que se festeja el año nuevo chino en el gran desfile de los dragones mandarines. Se le podía escuchar animando a su cabalgadura, mientras escalaba la cresta de las olas, siguiendo la ruta de Simbad por los siete mares.
Y cuando el sol se ponía, corría hasta los brazos de su madre simulando no estar cansado pero exhausto; y ella, mientras Migue le contaba sus aventuras, lo cogía en brazos, le daba un gran beso, y le entregaba la merienda cena antes de llevarlo a dormir.

Mamá, ¿está muy lejos el lejano Oeste?

Aquel día, víspera de su cumpleaños, no podía dormirse. Mientras la puerta del cuarto se cerraba, Migue comenzó a tramar su próxima aventura.
Un atracador se había escapado a galope tendido de su celda, y él, a lomos de su brioso corcel, debía ayudar al sheriff en su captura.

Monelle/CRSignes 10/08/06

El mayor escapista del mundo. De Monelle

Momo era experto en escapismo. Nadie podía retenerlo. Aunque pocas veces hacía uso de su don, era dócil y gustaba de la compañía de todos, incluida la de los niños.
Desde la ventana observaba a los gatos callejeros, no era amigo de mezclarse con ellos. Posiblemente se creía de otra clase. Disfrutaba las mieles del descanso.
Después de que Momo satisficiera su apetito mañanero, acostumbro a salir a la calle y ofrecerle a los mininos un extra que agradecen con manifestaciones coreadas delante de mi puerta.
Si habéis tenido algún gato, sabréis que no hay dos iguales. Los hay: escapistas como él, la celeridad era la clave de su éxito; equilibristas, capaces de andar por las cornisas más estrechas y saltar ramas sin titubear; también encontraréis al gato malabarista que convierte cualquier objeto inanimado en el más divertido juguete; el típico mirón, ladronzuelo, siempre a la que salta y sin perder la memoria de los lugares en dónde le dan algo que llevarse al buche; gatas capaces de saltar a los ojos del perro más fiero para defender sus crías; y espabiladas que hacen de nodriza; conocí una que incluso robaba los gatitos de sus compañeras de callejón. Digna de ver es la coreográfica danza tipo minué, que el gato más desgarbado de la calle itera a su partenaire hasta conseguir que ella le entregue el sustento. Momo nunca perdió detalle de todo aquello.
En esta jungla callejera, tan entrañable, Momo se sentía el rey. Si bien no era amigo del contacto físico, cuando alguien osaba entrar en casa la defendía con uñas y dientes. Por que Momo era, ante todo, un gato casero. Su situación, siempre encerrado en casa, como en una celda, lo hubiera considerado cualquier otro congénere como un castigo. Si él se hubiera sentido atrapado, seguro que habría hecho uso de su habilidad.
Momo era como un cargador para mi estado de ánimo. Sabía cuando tenía que acercarse, cuando no, si necesitaba algo o si era yo la que quería algo de él.
Puede que Momo no fuera el mejor gato del mundo, pero siempre me sorprendía.
El pasado viernes realizó el mayor número de escapismo de su vida. Fue la última vez que me sorprendió. Y siempre lo echaré de menos.

Monelle/CRSignes 06/08/06

El legado. De Monelle

Obligada a realizar el inventario de las pertenencias de mi abuelo fallecido hacía un mes, me propuse no sucumbir al sueño y terminar de ojear aquel legado. Saqué del armario un cofre y lo abrí. Lo primero que hallé fue la edición pirata de un calendario de pin-up del año 1950 en muy buen estado de conservación; sus ilustraciones me cautivaron. Al momento tropecé con una cámara Leica, y un grupo de encartonadas fotografías fuertemente atadas, separadas en pequeños montones, cada uno de ellos encabezado por una nota manuscrita. La primera decía: “Isabel, mayo 1944”. Aquellas instantáneas tenían como protagonista a una joven veinte añera rubia, que totalmente desnuda se dedicaba a masturbar a un hombre situado en primer plano.
Mi abuelo… ¿un libertino? Me sentí incómoda, pero al mismo tiempo alegre por haberlo descubierto. Hasta ese día, lo tenía como una persona religiosa, amante de su familia, de un ancestral y puritano proceder. Continué escudriñando, pues algo se había adherido a mi curiosidad: el morbo. Abrí el segundo bloque: “Teresa, septiembre 1945”. Teresa, tenía un hermoso cuerpo, sus formas redondeadas invitaban a la caricia sólo con verla. Tumbada en una cama, con un par de jóvenes, mientras uno la penetraba, el otro se entretenía jugueteando con sus senos. Tras de Teresa encontré a “Marta, enero 1946”, gozando de una larga sodomización; a “Sonia, mayo 1947” disfrutando del sexo oral y su justa correspondencia; a “Rosa, agosto 1948” en enloquecida cabalgada; y así hasta llegar a la última que, curiosamente, no tenía nombre. Todas ellas igual de jóvenes, todas entregadas a la pasión bajo la atenta mirada de una cámara fotográfica. ¿Sería aquella Leica que yo había encontrado? ¿Cómo había podido ocultar el abuelo aquello?
Por desgracia, no quedaba nadie al que pedir cuentas. Interrogar a mis padres resultaba embarazoso.
Antes de guardarlas, me entretuve un poco más con el último montón “Octubre 1950”. Cada foto allí agrupada, resumía en una instantánea los juegos eróticos de las anteriores; era extraño, pero parecía como si explícitamente se ocultara el rostro de aquella tan solícita joven, y el de su partenaire. La última toma desveló el misterio. Mis abuelos habían protagonizado aquella última sesión fotográfica.

Monelle/CRSignes 250706

El ladrón. De Monelle

Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado.
Guy de Maupassant (1850-1893)

Tenía diez años de edad cuando comencé. Sucedió en clase. Antes de salir del colegio vi a Violeta y sentí un impulso inexplicable. Ni tan siquiera pensé en las consecuencias. Me aproximé decidido hasta ella y, al llegar a su altura, la besé. Los dos salimos corriendo.
Durante el verano fui perfeccionando la técnica. Mis amigos me admiraban. Logré robarle besos a todas las niñas del barrio.
Y así llegué a la adolescencia. Sabía lo que quería y cómo, sólo tenía que fijar mi objetivo. Era ver una hembra y sucumbir a la tentación.
Veía pasar a mis amigos con sus novias recelando de mi presencia y con motivo. Pronto acabaron odiándome.
Por antonomasia terminé con el sobrenombre de “el pirata”, y al igual que estos ancestrales caraduras desperté tantas pasiones como odios.
No había cumplido aún los diecisiete años de edad, cuando me di cuenta de que ya no sentía la alegría del principio. Era el tío que más mujeres había besado del instituto, pero me dolía pues ninguna quería tener tratos conmigo.
Fue entonces cuando comencé a buscar alternativas. Si ellas no deseaban relacionarse con alguien como yo, no me merecían. De hecho, desde un tiempo a esta parte, mi popularidad ha aumentado de nuevo.
Ahora es fácil verme con una amplia sonrisa. Ya nadie me odia, y todo desde que he cambiado de estrategia.
Si hubierais visto la cara de aquel camionero, cuando me pilló pegando el morro en la portechuela de su camión decorado con una preciosa pin-up. Y ¿la de mi tío, el de la sastrería? Esa si que quedó como un poema, por no comentar la historia que llegó hasta mis padres, pero es que no pude resistir lanzar sobre mis brazos el maniquí del escaparate de su negocio.

Como veis sigo robando. Besos grandes o pequeños; fríos y cálidos. Los he robado rápidos o pausadamente; por el día y de noche; mientras jugaban a la comba o esperaban en la cola del pan; en la parada del bus y en la playa; a solas o en compañía. No tengo ningún reparo al hacerlo.
Aunque los que más me gusta robar, son los de mi madre que de vez en cuando me visita en el centro, y me ofrece su mejilla para que se los robe con ternura.

Monelle/CRSignes 200706

El arcano número VIII, La Justicia. De Monelle

Dejas caer tu cuerpo rendido, pero el sueño no llega. Sigues intentando con los ojos cerrados borrar las imágenes que parecen colarse en ti, combinación de mentiras con verdades.
Difícil resulta abstraerse de los acontecimientos.
La comisura de tus ojos, sellada, no impide el enfrentamiento con tu conciencia.
Arrastrado por la inercia de tus temores, has forjado una escalera que se extiende en la inmensidad de tus adentros. La cima está cerca, pero prefieres extraviarte en el abismo oscuro que te exime.
Insaciable, ignoras el desánimo, deseas poner distancia de por medio en un precipitado descenso al que tan sólo tú podrás poner fin. Intuyes que el descanso no llegará si no alcanzas la base.
La escalera grabada, peldaño tras peldaño, se convierte ante tus ojos en el remedio a los pesares que te atormentan, en el banco que acogerá el reposo de tu arrepentimiento.
La hermosa figura, casi desdibujada, que te resistes a mirar agachando la cabeza para ocultar tus ojos delatores, alberga entre sus manos la esperanza que te redimirá. La balanza implacable de la justicia, equilibrada aún, se descompensa en la distancia, amenazante contra el filo delator de la espada del verdugo.
Sin afrontar nada, das por sentado que la huída es la única solución.
¡Cuán fáciles resultan a veces las mentiras cuando no deseamos justificar nuestros actos!

Eres consciente del camino recorrido. Cada escalón es convertido en el olvidadizo receptáculo de otra decepción, de alguna mentira. Miras frente a ti y avanzas alejándote cada vez más. Pero cuando te giras descubres que la cima, por más que bajes, inexplicablemente sigue igual de cerca.
Te has lanzado en picado por aquella cada vez más estrecha y tortuosa escalinata interminable. Un abismo sin fondo oculta la más terrible de las consecuencias, aunque tú, buscas consuelo en la distancia, amante del olvido.

“Despertar con el repuntar el día será la liberación”, piensas. Como si mágicamente los errores no asumidos, la culpa negada, el remordimiento no aceptado, se tuviera que disipar disuelto con la luz del alba.
Y te encuentras, cuando los rayos invasores del sol alcanzan tu rostro, todavía inmerso en el fondo del abismo. Esa distancia protectora de la responsabilidad es menor, y se acerca más a ti, en la medida justa en que tú la creías más alejada.
¿De veras pensaste poder eludir a tan noble dama?

Monelle/CRSignes 09/07/06

Sala de Juntas. De Monelle

“Regresaron a la inseguridad de sus ciudades. Pese a todo, sabían cómo se llamaba el monstruo que acechaba en ellas. Cuál era su rostro.”
Parroquia del Sagrado Corazón, Año de Nuestro Señor 1550.

Lo encontraron agazapado al abrigo de unas rocas, en el fondo de la nava.
Recogieron su cuerpo con extremo cuidado. Precaución necesaria, pues en la primera inspección, cuando se disponían a palparle el pulso, el lóbulo de la oreja se fragmentó.
El médico certificó su muerte sin poder dictaminar las causas de su aparente acristalamiento. De esa imposible congelación a mediados del mes de julio.
El velatorio se hizo más emotivo ante las incógnitas que hacían referencia al misterio que acechaba a la población desde hacía centenares de años.

Corría el año 1863, España combatía con el cólera por tercera vez en cincuenta años y los muertos se amontonaban por doquier.
Por extraño que parezca, en aquella comarca, nadie contrajo la temible enfermedad, es por ello que ante la diatriba de permanecer junto al foco de infección o resguardarse del mismo, muchos fueron los que huyendo de la epidemia se acercaron hasta allí.
Con tanta animación, pronto olvidaron aquél extraño suceso.

A más gente mayor progreso.- Musitaba el alcalde que ya presentía un sobrio aumento en las arcas municipales.
Podré remozar la iglesia. —Comentaba el párroco mientras colocaba más bancos ante el altar.

Pero no tardó mucho en volver a suceder. Durante dos días, las batidas se alargaron hasta altas horas de la madrugada. Cansados de no obtener resultados, resignados ante lo que ya sabían, decidieron abandonar la búsqueda.
Dos días más tarde se volvió a repetir el suceso, y así una y otra vez.
Los familiares de los fallecidos desesperados pedían explicaciones. Les hablaron de extrañas luces nocturnas; bolas de fuego; duendecillos; e incluso espectros. Argumentos injustificables. Ni tan siquiera la certeza de que los cuerpos serían encontrados, de que podían ser enterrados, les consolaba.

¿Qué podemos hacer?

Aquellos sueños de progreso se desvanecían con cada familia que abandonaba el pueblo.

¿Qué hicieron nuestros predecesores? —Se preguntaban.
Nada, como nosotros. No hicieron nada.

En ese momento, un grupo de vecinos portaban en una carreta repleta de heno, los cuerpos cristalizados de los últimos desaparecidos. Cuerpos que nadie reclamó y que, como sucedía desde hacía cuatrocientos años, fueron a enriquecer, con su presencia, la “Sala de Juntas” del Ayuntamiento de aquel misterioso pueblo de Castilla que espero nunca encontrar.

Monelle/CRSignes 290606

La mala fortuna. De Monelle

El sudor resbalaba por su rostro proporcionándole una falsa sensación de frescor; cargaba sobre la espalda el fruto de la jornada. Se detuvo unos instantes para sentarse bajo un olivo. Registró sus bolsillos confiando en que tal vez algún mendrugo de pan hubiese resbalado hasta allí, pero no halló nada. Desprendió del sujetador la bota de vino, y la estrujó sobre su boca, apenas un par de gotas cayeron, había bebido más de la cuenta. No alcanzaba a comprender el porqué de su agotamiento, el día no había sido más duro que los anteriores; le echó la culpa al calor, aunque distaba mucho de hallarse sobrio.
El cielo soleado se había transformado; la sombra de unas nubes, inusualmente oscuras, presagiaba una torrencial lluvia que podía dificultar su paso por la nava. Aceleró el ritmo al sentir la primera gota; pensó dejar su carga en algún recoveco de la montaña, de esa forma llegaría antes a su hogar; el aguacero hacía impracticable algunos tramos de la senda. Tomó el saco portador de su sustento, y cuando se disponía a dejarlo bajo una roca, vio algo brillante que asomaba por entre la tierra mojada, justo al borde del precipicio.

-¡Maldita sea! Tenía que estar precisamente ahí. ¿Es que nada me va a salir bien hoy?

Con esta diatriba, pegó un salto para alcanzar un punto más próximo desde el cuál averiguar de qué se trataba. Se agachó palpando con fuerza por entre el fango, y lo prendió.

- ¡Ah! –Gritó mientras comprobaba qué le había causado tanto mal.

La sangre mezclada con el agua que caía apenas si dejaba ver aquel alfiler que semejaba de oro.

-¡Qué bello es!

Pudo comprobar que se trataba de una verdadera joya. De la herida continuaba manando sangre, pero no le importaba. Se sentía demasiado atrapado por el brillo áureo. No contento con su hallazgo, pensó que algo tan hermoso no podía estar sólo. El torrente había continuado su camino destructor lo que hacía peligrosa la estabilidad del terreno. Retornó la vista y el corazón le dio un vuelco. La fuerza del agua arrastraba oro, plata y piedras preciosas hasta el desfiladero.
Se sentía torpe, pesado. Aún así saltó. La fuerza del impulso y lo endeble del terreno hicieron el resto. Las gotas de lluvia resbalaron por su rostro que descansaba al fin.

CRSignes 20/06/06

Vilarrubia del Concejo. De Monelle

A Vilarrubia del Concejo nunca llegaba nada: el panadero decía que el camino era tan largo que el pan se le endurecía; el butanero que en aquel zulo, el color naranja, estaba mal visto; el repartidor de la prensa que, cuando llegaba, las noticias ya habían caducado; los vendedores ambulantes que... ¿Vila... qué?; tan sólo el cura, por aquello de no perder feligreses, y en alguna ocasión el médico, tenían a bien acercarse. A Vilarrubia del Concejo no llegaban ni los rumores. A Vilarrubia del Concejo, pequeño pueblo de la sierra rodeado de bosques, situado en el valle más profundo de la región, no le faltaba de nada. Casi treinta vecinos que disfrutaban: del agua abundante proveniente del deshielo; de siembras y de animales con los que alimentarse; de paz y sosiego; de cordialidad y armonía. A los de Vilarrubia del Concejo les sobraba todo.
Cierto día descubrieron que, durante la noche, alguien había instalado en la plaza del pueblo una cabina telefónica. Junto a ella, una furgoneta y unos cuantos trabajadores que, apoyados en los arcos de la iglesia, parecía que aguardaban a alguien.

-¿El alcalde?

Un operario embutido dentro de un mono rojo, extendía un papel con una mano, mientras que con la otra sostenía una pluma.

-Disculpen que insista pero, por favor, ¿el alcalde?

De un salto, Gerardo, aún impresionado se adelantó.

-He de suponer que es usted el responsable de esta Villa. Encantado. Federico Gómez Ruiz, para servirle. Disculpe que no me entretenga más, pero urge que me firme este contrato, mi cuadrilla y yo estamos agotados y aún tenemos que acercarnos a cuatro localidades más antes de terminar el trabajo. Firme aquí.

Miró la cabina y firmó el documento.

-Muchas gracias y que la disfruten.

Subieron a la furgoneta y se marcharon. Gerardo, después de leer el contrato, comenzó a reír.

-Cuando pille al guripa que ha traído la cabina al pueblo, me va a oír.

Vilarrubia del Concejo nunca recibirá la visita del panadero, el butanero se negará a hacer el reparto, los vendedores ambulantes la seguirán ignorando, nunca estarán al corriente de las últimas noticias, pero no les importa. Tienen de todo, incluso cabina telefónica. Aunque, para ser sinceros, nunca la han llegado a estrenar, por que a Vilarrubia del Concejo no le hace falta para nada.

Monelle/CRSignes 130606

El primero fue en el año 1974. De Monelle

Por la mañana temprano, casi a la hora de entrar en clase, coincidí con Javier.
Tropezamos al girar por la Esquina de las Perdices. Por el suelo rodó el contenido de mi mochila que, de inmediato, recogí por vergüenza de que fuera descubierta mi caja de tampones. No llevaba bien aquello de la regla. Los cambios en mi cuerpo se habían acelerado y me molestaba ser la comidilla de los niños. Me intimidaba gastar talla de sujetador.
Fue tal la rapidez con la que lo recogí todo, que casi no veo a Javier que me tendía algo que parecía había dejado olvidado.
Alargué la mano y, sin detenerme, por el rabillo del ojo creí identificar la caja de tampones.
Con un movimiento rápido la arranqué de su mano.

¿No vas decirme nada?

Los colores encendieron mi rostro.

¡Ah! Sí... ¡Gracias!

Y aceleré el paso.

Detente niña.

Javier era tres años mayor que yo, de la cuadrilla de mi hermano, un chaval un tanto guripa.

Parece que no recuerdas lo que acordamos.

No entendía nada. Se acercó y, tomándome de la mano, me llevó hasta un banco de la Plaza del Arco, justo enfrente de la escuela. Ya el timbre de entrada sonaba y yo no quería hacer tarde.

¿No recuerdas cómo habíamos quedado?

Las pocas veces que intercambiamos palabras Javier y yo, fueron en la habitación de mi hermano, cuando venía con el resto de amigotes a escuchar música y jugar a las cartas, momento que aprovechaba siempre para colarme, aunque me echaran enseguida.

— Mira lo que te he dado y lo comprenderás. Creo que me lo merezco.

El rostro se me iluminó. ¡Vaya! Lo había conseguido, al fin tenía la cinta de casete de mi grupo preferido. Era cierto, Javier era tan lolailo como yo.
No pude reprimirme y le pagué con el gran beso acordado en la mejilla, que se convirtió por su pericia en mi primer beso en la boca, tan dulce y tierno que no lo olvidaré jamás.

Salí disparada hacia la entrada del colegio, que se me antojaba como la boca de un zulo horripilante después del beso, en donde ya el conserje, mientras izaba la bandera patria que flameaba al viento al son del himno nacional, me miraba disgustado.

Monelle/CRSignes 070606

¡Qué puedo perder! De Monelle

Llevaba un mes sin descansar. El trabajo se acumulaba, y pese a ser asuntos de poca monta, la dejadez en mi labor podía significar una larga temporada sin un mal bourbon que echar a la boca.
Aparqué el coche y entré en casa.
Vi salir por detrás del sofá una columna de humo con cierto aroma mentolado, que se mezclaba en el aire con delicados toques de perfume francés.
Aquella ocasión merecía un trato especial. Saqué mi Wells Fargo, y de un salto me situé frente al sofá apuntando a la cabeza del intruso, dispuesto a disparar si me daba motivo.

- ¡Disculpe caballero! No pretendía alarmarlo.

Las notas de aquella voz, me desarmaron casi tanto como la belleza que se ofrecía recostada ocupando toda mi atención. Sus sensuales formas invitaban a algo más que a un interrogatorio, y dieron con el traste de todas mis cuitas, bajando mi guardia.

- Mi nombre es Josephine Silva.

Sé que debía haber reaccionado inmediatamente ante aquel apellido tan temible, pero me limité a coger su mano y besarla.

- Tengo entendido que le contrató mi esposo. Cree que le engaño. Pero... - entre pucheros fingidos continuó-... no sé porqué no confía en mi. Le temo pues, el un bruto, es capaz de cualquier cosa...

En ese momento se levantó mostrándome en todo su esplendor las excelencias de un cuerpo voluminoso pero esbelto. El vestido color gris calamar, se adaptaba a sus formas de manera precisa, como un guante. Mi gesto de admiración, mi boca semiabierta, fueron el mejor de los halagos.

- Ruego atienda mis preces, estoy convencida de que a usted, Jácomo le escuchará. Dígame cuánto y estaré gustosa en dárselo.

Ahí estaba yo, con cara de pánfilo y sin saber que decir, frente a la mujer más hermosa que jamás se me había ofrecido. Aquél endiablado cuerpo estaba a mi merced. Era imposible sustraerse ante el maleficio que me tentaba.
Apunto estaba de alcanzar con mis manos sus turgentes pechos, cuando la puerta se abrió de golpe, el sobresalto fue mutuo, dejando entrar una ráfaga...

... de aire que casi me causa un infarto.

Camino de mi cuarto sonó la puerta. Pero no la abrimos. Aquella mirada mezcla de lujurioso desdén y dulzura, me dio fuerzas. Mientras las arrastraba hasta el cuarto pensé: “¡Qué puedo perder!”.

Monelle/CRSignes 31/05/06

La penitencia. De Monelle

Aquello no podía ser obra del altísimo. ¿Qué maleficio jugaba conmigo?
No se cómo pero logré llegar hasta la salida del refugio, ver la luz del día y sentir el calor del sol en mi piel para confirmar que seguía vivo.
Con angustia recordé que al partir dos días atrás todo el mundo me halagó por la determinación con la que, una vez al año, era capaz de aislarme cuál ermitaño, para redimir mis pecados.
Siempre creí firmemente en la purgación de las almas y el perdón de los pecados. ¡Dios no castiga a aquellos que se arrepienten! ¡No!
Nunca me privé de nada. En poco menos de tres meses había puesto en práctica todas mis perversiones. ¡Endiablado carácter!
Hasta la cueva llegué con el convencimiento de lograr con preces lo que no pude hacer por propia voluntad. ¡Cuánta hipocresía!
Desprovisto de todas mis ropas, de rodillas sobre el suelo pedregoso, comencé a rezar mientras caminaba aguantando el suplicio. Pasados unos minutos, me cuestioné si existiría alguna otra forma menos cruel con la que demostrar mi arrepentimiento. Me detuve en seco, intentando aliviar las heridas, ya abiertas de mis rodillas, con mi propia saliva.
Una ráfaga, de aire fresco, me traspasó. Quedé absorto en mis pensamientos. De nuevo el aire. Empecé a sospechar que algo extraño estaba ocurriendo.
Desde el fondo de la cueva, una sombra se acercaba hasta a mi. Sentí curiosidad. Mi fascinación aumentó cuando aquella informe masa de oscuro contenido, paso de la imprecisa silueta de un calamar a la esbelta figura de una joven que, rápidamente, acercaba sus gráciles manos hasta mi rostro. Que lo acariciaba. Jugueteó con mi cuerpo, que se dejaba llevar presa de una lujuria incontrolada y excitante. El deseo se convirtió en el único lenguaje posible. Durante un tiempo impreciso fui un títere entre sus manos.
De pronto, un destello de luz se coló desde el exterior de la cueva desvelándome la horripilante forma que me cubría, su verdadera naturaleza.
¡Dios! De un empujón me separé de ella. Me miró con desdén. Una mirada que no podré borrar jamás.
“¡Y la sombra de la bestia lo cubría todo antes de desaparecer!” Fueron esas palabras las únicas que fui capaz de farfullar a mi regreso.
Meses han pasado y no he podido borrar aquella escena. El miedo impide que salga del encierro que me he impuesto y tan sólo me preocupa una cosa.
¿Volverá?

Monelle/CRSignes 23/05/06

Cabecera de cartel. De Monelle

Las voces procedentes del despacho del director eclipsaron las últimas notas de la marcha circense con la que concluía el desfile de cierre de pista. Apagadas las bambalinas todo recuperó la calma. Los animales encerrados recibían su alimento, y los mozos barrían la pista. Gabriel, el payaso más conocido del circo, salió refunfuñando de la caravana dando un portazo. El maquillaje no podía disimular su rostro mohíno. El director asomó por la puerta, soltando tacos a grito pelado. Gabriel caminaba arrastrando los zapatones, mientras con la mano intentaba borrarse el maquillaje. Se cruzó con los malabarista que revolotearon pelotas y aros por delante de sus narices; estuvo a punto de tropezar con el forzudo, mientras éste dejaba resbalar hasta el suelo una de sus pesas; traspasó por entre las piernas de los saltimbanquis en una de sus acrobacias; rozó las patas del elefante y saltó al domador que, tumbado, esperaba el paso del paquidermo. Su maquillaje iba menguando tan lentamente como su enfado.
Se detuvo un instante para limpiar, con una guata, el excremento que acabada de aplastar.

Algo de suerte parece que si que voy a tener —se repitió para sí. — ¡Es tan difícil no pisar el mundo que con estos zapatones...!

El humor ácido recuperaba el espacio que, momentos atrás, ocupaba el enfado en su mente.
Viró en redondo y aligeró sus pasos. Se desprendió primero de los pensamientos homicidas en contra de su jefe; de la chaqueta a cuadros; de los pantalones a rayas, rojas y verdes; de la camisa morada que, hecha una pelota junto con la corbata amarilla, lanzó hasta la jaula de los monos; los inmensos zapatos acabaron en el abrevadero de los caballos; y los calcetines se los ofreció a la equilibrista que perdió el equilibrio al no poder aguantar la risa y el hedor.
Cuando llegó nuevamente frente a la caravana del director medio en cueros, tan sólo conservaba los calzoncillos, aunque por poco tiempo pues, ante el asombro de todos sus compañeros, se los quitó al tiempo que los lanzaba hasta la ventana del despacho del jefe, que salió ante la algarabía formada.

Me marcho de aquí. Y se lo digo así, pues con el traje de faena no me toma en serio.

Tapando sus partes con la mano se alejó hasta su caravana. Al día siguiente, su nombre volvía a encabezar el cartel.

Monelle/CRSignes 16/05/06

La mirada. De Monelle

Su cabello se alborotaba revolucionado por el rápido caminar. Ese rojo hiriente, impreciso y alegre que lo iluminaba, desprendía reflejos hipnóticos que, en ocasiones, semejaban el fuego que consumía mi corazón, para menguar, otras, al candor de las hojas caídas de los árboles en otoño.
Aún repito una vez y otra... ¿Por qué miras para atrás a cada paso? Sigue flotando en mi interior esa pregunta.
Caminabas con inquietud como si temieras por algo. Si hubiera sabido lo que te abrumaba tal vez todo hubiera sido distinto. Mantenías esa tensa y fugaz mirada al pasado de tu recorrido, escrutando cada rincón medio oculto, moviéndote tan ligera que apenas si reparabas en lo que te rodeaba.
¡La suerte me acompañó aquel día! El azar quiso que te pararas justo enfrente de mí. La tardanza en descargar el carbón para las calderas, quiso que durante al menos dos minutos te quedaras inmóvil, momento que aproveché para perderme en tu rostro. Te diste cuenta de que no te quitaba los ojos de encima, mientras limpiaba guata en mano los coches de caballos estacionados en la calle.
Por un segundo tu mirada se cruzó con la mía. Mi mohíno rostro se transformó, y me sonreíste.
¡Qué rápido sucedió todo! Algo se interpuso en el espacio que compartimos por un instante. Otra mirada, otro reflejo, otra expresión, algunos gritos, tacos malsonantes y amenazas, un zarandeo violento de imprevisibles consecuencias..., y tus ojos implorando clemencia. La mano homicida se introdujo en la carne rompiendo la vida.
Escudriñé el rostro de aquel hombre. Le empujé, pero el daño ya estaba hecho.
Creí ver en sus ojos la mirada perdida que provoca la sangre recorriendo desde el prepucio hasta la nuca, la fijeza del orgasmo, la de la entrega cuando se consiguen conquistar los sentidos, antes de caer a sus pies. Creí ver en mis manos, impregnadas en rojo, el color de tus cabellos. ¡Sonreí!
Mi propia sangre me confundió, pero tu mirada no me la inventé. Aún la siento. Mientras te alejabas de la mano de mi asesino, tus ojos repletos de lágrimas me llenaron de amor.

CRSignes/Monelle 12/05/06

Nómada. De Monelle

Para ti Fernando, nunca te olvidaremos.

El fuerte olor de pachulí con el que embadurnaba su cuerpo, era la seña más destacable de su identidad. Años atrás emprendió el vuelo. El nido abandonado llevaba el nombre del compromiso y la responsabilidad.

“No me dejaré guiar por alerón alguno.”

Vagó por todos los lugares y ninguno, sin detenerse más que lo preciso. Fue coherente consigo mismo.
Sobrevivió con la caridad. Dejaba descansar su cuerpo en cualquier esquina. Siempre conseguía enternecer a alguien con los sones que le unían a un pasad que se le auguró de excelentes resultados, pero al que renunció.

“Mi guitarra traspasa el alma de la gente.”

Pronto las malas condiciones de aquella vida nómada, convirtieron el instrumento de su sustento en un despojo.
En la calle, los años curtieron su piel y acartonaron su espíritu.

“Estoy en posesión de la verdad.”

Se dejó arrastrar por las filosofías mundanas, y creyó lograr de cada una de ellas las claves para un camino más sencillo. Los algoritmos de posibilidad eran infinitos, y con ello alimentaba una fantasía desbordante.

“No renunciaré nunca a mis creencias.”

Preparando su alma, abandonó su cuerpo. Destrozó su salud. Del vicio de las tertulias con las que compartía sueños en las noches gélidas en los refugios de transeúntes, pasó al delirio de los días en los que no lograba sacar lo suficiente para emborracharse.
A raíz de aquellas experiencias y los miles de viajes interiores que realizó, gracias al alcohol barato de los tetra-brick, se convirtió en esclavo de la enfermedad que le consumió por dentro.

Cuando apareció tirado sobre la acera nadie se hizo cargo de él. No oyó el susurro de la muerte que le circundaba. Ignoró su presencia.

“Todo viaje concluye, es lo más dable de nuestra existencia. Las rutas nos acercan a alguna parte. Las naves siempre arriban a puerto”.

Y se entregó con mayor empeño, si cabe, a la autodestrucción. Una vez y otra, ...y otra... después de recuperado el pulso de su cuerpo ajado, regresaba a la calle, pero asegurándose de que el tambor estuviera lleno. Que al menos, no erraría en el juego de la ruleta de su vida.
Murió con el día o con la noche, no tiene importancia, sin desviarse de su senda terminó su ruta.

CRSignes/Monelle 03/05/06

La inspiración del artista De Monelle

¡Ahora si! ¡Excelente!

Contemplaba su obra con el valor añadido del trabajo bien hecho.
Meses atrás, cuando aquello era tan sólo una fantasía ambiciosa, había caído en una profunda depresión de la que no hubiera salido de no ser por su esposa.
Terminada su carrera, su nombre había sonado con fuerza gracias al proyecto con el que la culminó. La obra, en sí, no era gran cosa, pero por su originalidad fue considerada, por la crítica, como el hecho artístico más destacado del año.

¡Lo que hace el marketing!

Afirmó para sí, después de que una cadena local de supermercados comprara aquella escultura para la entrada de uno de sus establecimientos en expansión.
De aquello había pasado cinco años. Durante ese tiempo, Jorge se dedicó a la búsqueda de concursos con los que consolidar su denodada fama. Había restringido su trabajo, el algoritmo de posibilidades era nulo, hasta el punto de que, ante su negativa para preparar exposiciones, los galeristas se olvidaron de su nombre. Por ello fue que se ofuscó.
Horas de insomnio dando vueltas a un papel en blanco, recorriendo el espacio de su estudio: apilando fango, que endurecía al aire en espera de la idea que lo modelara; sufriendo lo indecible y haciendo sufrir a Clara que veía en aquello la gota que colmaría el vaso de su relación.
Convencerle, mejor aún, hacerle comprender lo dable del proyecto se convirtió en la misión más importante.
La convivencia no había sido un camino de rosas, es más, el matrimonio se sostenía gracias al trabajo remunerado de ella, pero si esto seguía así acabaría abandonándolo. Verdaderamente le quería. Por nada del mundo deseaba hacerle daño.
Una noche, después de observar a Jorge en su estudio, desde el alerón del porche, entró decidida para ofrecerle cualquier cosa con tal de verle satisfecho.

- ¡Es magnífica Jorge! Innovadora. Diría que extraña. Un día de estos tienes que explicarnos de qué material está hecha. Sinceramente te felicitamos. Ha valido la pena la espera, sólo deseamos que no demores tanto tu próximo proyecto.

Regresó a casa satisfecho. Nada podía ofuscar su triunfo.
Cerró la puerta de su dormitorio y se recostó. Miró a su lado lamentando la ausencia de Clara.
Convencido de haber obrado conforme a sus deseos cerró los ojos para descansar. A fin de cuentas, de ella surgió la idea de servir de instrumento para su triunfo.

Monelle/CRSignes 270406

Visita nocturna. De Monelle

Tía Engracia se había empeñado en querer que la acompañara a un largo viaje, algo que no me hacía ni pizca de gracia. Su casa estaba repleta de santos y reliquias; era un lugar de devoto recogimiento; intuía que la vida, junto a ella, podía llegar a ser una pesada carga.

¡Ave Maria Purísima!
Adelante hijo.

A Soledad, mi tía, la había intentado ingresar en un convento antes de que se enamorada de Justo, el lacayo de mi abuelo, y se casara con él.

Pasa Rafael. Tu tía, está en la capilla... rezando.

Se acercó con mimo para darme un beso. Por suerte, tía Engracia, estaba levantándose ya.

¿No piensas besar a tu tía? ¿A qué se debe tanto honor?
Anoche me pasó algo extraño.
Ofrécele el brazo a esta anciana y sigue contando —me dijo.
Tía, ¿usted cree en el Príncipe de las Tinieblas?
¡Ave María Purísima! ¿A qué viene ese interés? —dijo santiguándose.
Serían las tres de la madrugada y me despertó un fuerte hedor. Al abrir los ojos me encontré, cara a cara, con un extraño individuo.
Y ¿cómo dedujiste que ese elemento era el Maligno?
Después de presentarse comenzó a hablar; me dijo que debía pagar los pecados de su pasado, tía.

Tía Engracia palideció. Si no llega a estar asida a mi brazo, cae en redondo.

Pero ¡no tuvo tiempo de más!
Y ¿cómo es eso?
Porque antes de que pudiera continuar, metí mano bajo la cama, saqué mi trabuco, aquél cuyo estruendo parece el de un mortero, y disparé.
¿Escapó? —dijo mi tía muy asustada.
Que ¿si escapó? Fue tal el susto, que en su estampida, se lo llevó todo por delante.
Gracias hijo mío. No sé cómo te lo voy a pagar.
¿Pagarme? Tía, lo que debe hacer es estar atenta, no sea que ahora vaya directamente a por usted.

Por Soledad supe que mi tía, cayó enferma. Por lo visto, no abandonó el orinal en toda la noche, tal fue la descomposición que por el miedo se le formó en el cuerpo. Aunque lo mejor de todo vino al día siguiente, cuando me anunciaron que había suspendido su viaje.

CRSignes/Monelle 170406

La niña quiere ser artista. De Monelle

Se lanzó al mundo de la farándula con el único apoyo de su abuela, una sevillana “mu resalá” reconvertida a valenciana desde hacía más de cuarenta años, pero que no había perdido ni una “mijica” de su gracia.
Manuela había dejado los estudios como quién cuelga la sotana.
El día que Manuela se lo dijo, preparaba un “arrós a banda” para toda la familia. El mortero, repleto de ajos, aguardaba la paciencia de la anciana experta en preparar “all i oli”.

¡Menudo elemento estás hecha! ¡Ozu mi arma! Filleta meua*, ¿has pensado lo que dirán tus “pares”?
No abuela. Me imagino que se negarán en redondo, pero he decidido que quiero ser artista.
No te preocupes Manuelilla. Ya me encargaré yo de ellos, pero debes hacerme caso y esperar. Te comprendo, cuando niña también yo tenía mucha “grasia” y estuve a puntito de “haserme” artista... Eran otros tiempos y no tuve “er” coraje suficiente. Recuerda que con lo devotos que son tus pares pueden montar un “la de Dios es Cristo” que ni te imaginas.
Gracias yaya. ¡Eres la mejor!

Con mucho mimo continuó con su “all i oli” mientras Manuela, por detrás, la agarró de la cintura para darle el más grande de los besos en la mejilla.

Durante un año, la abuela fue allanándole el terreno repleto de tinieblas e incertidumbres, hasta conseguir que su hija y su yerno consintieran, al menos, que la niña lo intentara.

Mire abuela, —dijo el padre de Manuela a su suegra— no quiero parecer agorero, pero dudo de que mi hija tenga futuro.
— ¡Mira que puede llegar a ser “malaje” tu “marío”! —Dijo dirigiéndose a su hija que ya se temía una acalorada discusión— ¿Qué te apuesta?
Prometo llevar... —giró rápidamente la vista buscando algo que agarrar y tiró del asa de un cacharro para alzarlo sobre su cabeza mientras decía —Prometo llevar esto en la cabeza —lo levantó bien alto— por casa, durante el tiempo que me diga, y tan sólo me lo quitaré para dormir.

Las risas de las dos mujeres comenzaron a resonar al ver a aquel hombre con el orinal en alto.

Jajajajaja Pues Lolo, ya puedes comenzar a ponértelo que la semana que viene tu niña “zale” por la tele, y creo que comprobarás “enceguida” el salero que ha heredado de su abuela.

*"Filleta meua"= Hijita mía

Monelle/CRSignes 14/04/06

La herencia. De Monelle

Querida hermana:

Te escribo para contarte los pormenores que han rodeado el entierro de papá.
El viaje, se hizo pesado. Demasiada distancia para recorrer a solas.
Cuando llegué estaban esperándome. Quedé sorprendida ante la cándida bienvenida. En cuanto puedas haces el equipaje y te vienes para acá. ¡Sí, has leído bien!
Como habrás podido intuir no tengo intención de regresar a casa. No, no te asustes.
Debes saber que nuestra posición y responsabilidad, para con esta comunidad, es tan importante, que me veo en la obligación de rogarte que no retrases tu partida.
Patricia, no puedo entrar en detalles por escrito. Lo que he de contarte es de tal relevancia, que te lo tengo que decir en persona.
Tan sólo te comentaré que, como sospechábamos, las circunstancias que rodearon la vida y también la muerte de nuestro padre, están íntimamente relacionadas con nuestra enfermedad.
¿Te puedes creer que me emocioné en su entierro? Puedo afirmar que realmente la sangre tira.
Al concluir nos trasladamos hasta la casa. ¡Es enorme! Me dijeron que esa era nuestra herencia, que nadie más tenía derecho a disfrutarla, pero con una condición... ¡No podemos salir de allí!
Te va ha parecer terrible visto desde la perspectiva en la que te encuentras ahora, pero no lo es. Y en cuanto te ponga en antecedentes lo comprenderás. Papá lo dejó todo escrito. Cuando hallaron su cuerpo sin vida aparente, sentado frente al secreter con los brazos caídos y la cabeza ladeada, acababa de dejar escritas sus últimas voluntades. En ellas daba cuenta de nuestra existencia, y pedía que se nos avisara para tomar el relevo de sus responsabilidades. Me dijeron que hasta ese momento, todos lo habían visto como un ser asexuado, incapaz de procrear.
Había planeado su muerte. Al tirar de una cuerda, accionó una ballesta cargada con una estaca que al atravesarle el corazón le produjo la muerte inmediata.
Las vistas desde el mirador de su despacho a la luz de la luna son impresionantes.
Podemos consolarnos ante la seguridad de que su alma inmortal, descansa al fin del suplicio de esta muerte en vida.
Por cierto, no temas el viaje, se hace de noche, y además los vagones poseen unos amplios cortinajes que aíslan de la luz. Y recuerda no pasar delante de ningún espejo, no sea que te descubran.

Amanda

Monelle/CRSignes 060406

Supervivencia. De Monelle

Agazapada junto a la entrada, le vio doblar la esquina de su casa. Pasaba de la media noche y la lluvia mojaba a intervalos su cuerpo. Confiaba en su buena voluntad.
Sintió cómo sus manos cálidas la ayudaban a alzarse y cómo le enjugaban el rostro.
Con un tono cándido y dulce, la invitó a entrar.
Debía seguir con la pantomima, simular su indefensión para conseguir lo que buscaba.
La calidez de la manta con la que abrigó su cuerpo contrastaba con su piel habitualmente fría. Se recogió en un sillón mientras él le hablaba, la interrogaba.
Sin contestar, ella le miraba de soslayo con la tristeza permanente en su rostro para conseguir el ansiado acercamiento.
La inocencia de sus actos contrastaba con una idea preconcebida sobre él. Se lo había imaginado como a la mayoría de los hombres: lascivo, aprovechado e incluso cruel. Pero no era así.
Sintió por vez primera la compasión. Le hubiera gustado equivocarse, pero ahora ya no podía retroceder. Debía concluir su trabajo.
Se levantó del asiento en dirección al secreter situado cerca de la puerta. Lo abrió con toda confianza y después de realizar unos dibujos extraños sobre un papel, comenzó a escribir junto a ellos en un idioma desconocido, que impregnaban sus actos de un mayor misterio.

¿Quién eres? Y ¿qué buscas de mí? —Todos aquellos enigmas hacían que le titubeara la voz. Una lágrima recorrió su rostro desencajado.

Las palabras escritas se convirtieron en una invocación por la que logró la aparición brumosa de una pequeña ballesta que de inmediato asió entre sus manos.
Ahora era él quien se acurrucaba.
Se despojó de su abrigo dejando al descubierto un cuerpo tan gélido como etéreo. La temperatura bajaba con cada uno de sus pasos.
Sintió cómo sus manos frías lo elevaban y cómo el congelado tacto le rozaba el rostro.
La voz susurrante sonó asexuada. Ambigua.

- No es mi intención hacerte daño, pero no puedo detenerme. Discúlpame.

Lo atrapó fuertemente del brazo.
El miedo arrebató su vida.
Con certera destreza logró atrapar el alma huidiza con un único disparo.

Desde el mirador parecía que la calle se hallaba tranquila, la lluvia había cesado ya, y la luna asomaba por entre las nubes que cortaban a su paso la visión de un cielo centelleante y claro, acompañando el momento en el que devoraba a su presa.

Monelle/CRSignes 30/03/06

Una cena más. De Monelle

Arrancó la manzana por el pezón y comenzó a devorarla.
Paseaba todos los días siguiendo la misma ruta. Después de las tareas domésticas, se regalaba unas largas caminatas que le ayudaban a salir del tedio diario.
Se había casado joven. Cuando niña sus padres no lo habían tenido nada fácil. El cambio constante de ciudad, de colegio, de hogar,... forjó un desencanto, en las relaciones familiares, que dieron al traste con todas las ilusiones y sueños.
Y ahora era ella la que se enfrentaba a una crisis. El día se convertía en una amarga sucesión de horas solitarias en las que no encontraba descanso y, la noche, quedaba para el reposo sin aportar ninguna cosa más.
Aquella manzana, representaba de alguna forma su vida. Por fuera, de cara al exterior, la dulzura se dejaba intuir, ningún golpe era visible, estaba intacta; parecía que guardaba aún toda la frescura del fruto recién cogido del árbol; pero por dentro escondía tal vez algún elemento que podía dañarla. Sabía que si algo funcionaba mal se gestaría en el interior de su estructura. Es por ello que, en aquel momento, cuando sus manos aún sostenían el corazón de aquella fruta, la apretó fuertemente con la mano, y se dijo para sí que lo protegería. Las buenas simientes —continuó— se encuentran dentro, y de ellos dependía que germinaran o no.
Regresó a casa con el convencimiento de que gracias al pensamiento polivalente que le proporcionaron sus experiencias ya vividas, sería capaz de atajar los problemas actuales.
Aquella misma noche lo hablaría con su esposo durante la cena.
Fue al mercado, y en la pescadería consiguió un hermoso ejemplar de japuta con el que confeccionar el plato principal de un menú expresamente ideado para complacerse, para regalarse un tiempo precioso, justamente de aquellos que casi nunca sabían aprovechar y que comprendió era de vital importancia para una mejor convivencia.
Con ajo, perejil, un poco de pan frito, unas almendras, pimentón dulce y vino blanco, preparó en el pilón una majada con la que enriquecer el ya de por sí gustoso manjar.
Cuando por la noche sintió las llaves en la puerta se abalanzó hasta ella, y sin dar tregua a su enamorado, le besó.
Aquella noche, el embaldosado suelo del salón les sirvió de improvisado lecho.

Monelle/CRSignes 23/03/06

Marketing. De Monelle

Los chirridos de su carrito la precedían. Marisa llegó temprano, antes incluso de que se levantara la niebla y que el sol asomara por el horizonte.
Era precisamente a esa hora cuando se conseguían las mejores mercancías.
Pero aquel no había sido un buen día de faena. Pocas cajas se repartían por el suelo embaldosado de la lonja. Es por ello, que la lucha por conseguir el mejor pescado fue reñida. La polivalencia de precios iba oscilando y era como siempre sólo comprensible para aquellos asiduos expertos a ese tipo de subasta.
Se tuvo que conformar, tan sólo, con dos cajas de sardina y una de palometa.
Salió de la sólida estructura de aquel edificio, con su carga bien sujeta por un cabo cuyo pezón se aseguró muy bien en estirar.
Cruzó la ciudad arrastrando su puesto de venta ambulante, dispuesta a conseguir deshacerse de toda la carga, y llenar su bolsa.

- ¡Sardina! ¡Sardina fresca! ¡Venga chicas salid! ¡Lo llevo todos tan fresco que me salta del carro! ¡Sardina! ¡Palometa! ¡Palometa más que fresca!

En no menos de una hora logró bajar el peso de su carga, la bolsa sonaba a buenas ventas, y en su cara se dibujó una sonrisa pues pronto podría regresar a casa para descansar.
En ello estaba, cuando se dio cuenta de que aún le quedaba intacta la caja de palometa, tenía que hacer algo para venderla.
Subida a un pilón de la plaza de la iglesia, aguardó pacientemente a que se concluyera la misa. Entonces gritó:

- ¡Japutas! ¡Sois las más grandes japutas que he visto! A gusto os tiraría a la sartén. ¡Frescas! ¡Sois las más frescas japutas que me he encontrado jamás!

El revuelo que se formó fue en aumento. Las voces que se levantaron en contra de semejantes improperios, no se hicieron esperar. Fue tal la algarabía que el cura salió espantado de la sacristía para ver lo que sucedía.
Justo a tiempo, pues impidió que Marisa fuese golpeada por la masa enfurecida.
La llevó hasta el interior de la iglesia y allí logró comprenderlo.
Al momento salieron para explicar que todo había sido fruto de una confusión.
Pobre Marisa, un poco más y pierde la cabeza. Y todo porque desconocía que nadie sabía que la palometa recibía también el nombre de “japuta”. ¿O si que lo sabía, y por eso decidió gastar para intentar deshacerse de ellas, un método agresivo de venta?

Monelle/CRSignes 160306

Intentando ser Dios. De Monelle

Volcaba su temperamento al completo en sus obsesiones, de ahí que, aquello que no tuviera que ver con ellas, le resultara indiferente, incluso le molestara.
Cada día, encaminaba sus pasos hacia el sótano, lugar en el que tenía dispuesto su laboratorio, la catedral de sus creencias.
Dicen que, cierto día, mientras paseaba por el campo, le alcanzó un rayo. Gracias a su formación científica aquel suceso fue la base sobre la que desarrolló la teoría, que se empeñaba en demostrar con verdadero énfasis.
No le preocupaba que otros, antes que él, hubieran conseguido algún logro en la misma materia pues ninguna evidencia escrita lo corroboraba.
Se creía poseedor de las claves que le harían merecedor del éxito. Había sufrido en sus propias carnes los avatares de sus descubrimientos, y se preparaba para el experimento final que le llenaría de gloria, elevándolo hasta lo más alto de la ciencia en dónde quedaría grabado su nombre con letras de oro.

Esperó pacientemente a que todo el mundo se retirara. Sus sirvientes estaban acostumbrados a un comportamiento esquivo e impregnado de misterio. Llevaba varios días vagando de un rincón a otro, enfrascado entre manuscritos y libros, refunfuñando y sin apenas probar bocado ni dormir.
Bien de madrugada, partió a solas en dirección al solar en donde, años atrás, fuera alcanzado por el rayo para escarbar en el lugar exacto de aquel suceso.
De las entrañas de la tierra, se había propuesto rescatar el último ingrediente. Una vez con él entre sus manos regresó hasta el laboratorio para incorporarlo de inmediato a su experimento. El matraz contenía, según anotó concienzudamente en sus apuntes, la esencia vital, la sustancia madre que le proporcionaría, una vez disuelto el último ingrediente, el elixir de la vida con el que alimentar al fruto de su investigación: el primer homúnculo en la historia de la ciencia llevado a la vida.

Cuando lo encontraron tenía en el rostro un gesto de complacencia, que fue interpretado como la aceptación de su propia muerte. Las horas que trascurrieron, después de que aquello sucediera, habían servido para dar al traste con todos sus esfuerzos, es más, nadie pudo interpretar sus intenciones y todo fue destruido antes incluso de que su cuerpo fuera enterrado.
La cripta familiar fue abierta para introducir su cuerpo. Del interior de su mano, fuertemente cerrada, nadie se atrevió a arrancar un pedazo de vidrio oscurecido aún manchado de barro.

Monelle/CRSignes 05/03/2006

Elixir. De Monelle

Era el mejor ejemplo para todas aquellas gentes perdidas ante la adversidad. Poner énfasis en sus palabras, destacar sus hechos, hubiera sido un error. Faltos estaban de un redentor, alguien que consiguiera encarrilar nuevamente su camino. Pero eso era algo que no iban a consentir.
Habían tardado mucho en lograr que el desencanto y la moralidad se derrumbasen, se apartasen de aquellas gentes para someterlos mediante las premisas que les favorecían y, el resurgimiento de aquella figura, desmoronaba sus planes.
En AP-58/34, más conocido con el sobrenombre de “Rudo-5”, uno más de los satélites empleados para la explotación minera, el desánimo había llegado a extremos de difícil arreglo. Los resquemores y miedos por la constante amenaza de la pérdida de la autonomía, debido a la escasez de recursos naturales como el agua, sucumbieron en disturbios y éstos, en una desesperanzada lucha de difícil solución.
Pero los dueños de las minas habían conseguido llegar a un acuerdo, tenían en sus manos la solución y no podían dejar que se les escapara. Así que, hicieron desaparecer toda prueba de la existencia de aquel individuo que, con su temperamento, hubiera logrado incluso convencer a más de uno de ellos. El diálogo y los razonamientos vencerían a la represión, y eso no podían consentirlo, pues si cedían, ¿qué nueva concesión les aguardaba?
Si aquellos habitantes querían milagros para mantener su fe, ellos se los proporcionarían.
Sobre un solar abandonado después de años de agotador expolio, hicieron surgir, ante los incrédulos ojos de algún incauto, un manantial de cristalinas aguas que no cesó de manar hasta crear un torrente, que discurrió formando un río que fue creciendo y creciendo.
No había mejor elixir para curarlos que aquel líquido y puro elemento.
No se preguntaron nada, tal era su entusiasmo; pero bajo aquella tierra se escondía un laboratorio en el que, desde un matraz, se creaba el elemento madre sutilmente mezclado con una sustancia de efecto sedante, que consiguió calmar los ánimos de todos los insurrectos, proporcionándoles un alto grado de docilidad y sometimiento sin que se dieran cuenta.
Y así continúa la vida en aquella lejana y diminuta mota de polvo en el espacio. En espera de que, quizás nuevamente, surja alguien que levante la voz por ellos y tenga mayor suerte.

Monelle/CRSignes 28/02/2006

El legado. De Monelle

Sus manos te tomaban por sorpresa y te alaban hasta el infinito mientras girábamos antes de ir a parar de nuevo al suelo, momento que aprovechaba para besarnos.
Una vez al año, nos trasladábamos hasta el pueblo de los abuelos.

¡Niños! —Papá, nos habló. Debía ser algo importante pues, “¡cuándo papá está al volante nadie debe molestarlo!”, nos advertían al subir al coche.
El abuelo os va a enseñar algo importante. Dice que ya tenéis la edad suficiente, así que atentos.

El viaje adquiría mayor interés. ¿Tendría que ver con el hecho de que tanto el abuelo como la abuela siempre tenían las manos azules y nunca nos habían querido decir el porqué?

Llegamos a medio día y allí estaban, sonrientes y con las manos azuladas.
Ya en el interior de la casa, en la que según nos iba contando el abuelo habían nacido más generaciones nuestras que años sumábamos entre mi hermano y yo, nos sorprendió con una pregunta directa que hacía relación al color tintado de su piel.

Desde niños habéis querido saber el porqué de esto. —Nos dijo mostrándonos sus manos. — ¿Queréis saber el porqué de esta idiosincrasia?

Pasamos por un pequeño escritorio y de entre las envejecidas hojas de un libro, raído por el tiempo y los insectos, sacó un pequeño papel que me entregó diciéndome:

—Ten cumplida cuenta de esta receta y no la pierdas. Memorízala antes de pasársela a tu hermano. En ella está el negocio que durante siglos nos ha mantenido, aunque últimamente parece que va a menos. Puede que ya no os enriquezcáis gracias a él, pero al menos no se perderá.

Mis manos temblaban. Aquel pequeño pedazo de amarillento papel verjurado cuya cuadrícula era de un azul casi inapreciable, contenía las proporciones, la fórmula en sí, para la fabricación del añil.

Debéis prometerme una cosa. Lo mismo que es imposible, una vez terminado el proceso, disociar el resultado, vosotros nunca os separaréis de este legado.

Y así ha sido. Mis nietos son ahora los que guardan le herencia, mientras yo aún no he podido hacer desaparecer el hermoso tono azulado de mis manos.

Monelle/CRSignes 14/02/2006