Los elementales. Capítulo catorce: Casi un cuento de hadas. De Monelle
Por monelle elMay 20, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 19
En un rincón del bosque una puerta aguardaba su apertura, precisamente a la hora en el que los seres de luz dejan de ser visibles. Una cosa curiosa ocurre cuando quiero pronunciarme sobre los silfos, soy incapaz de narrar lo ocurrido pese a que mi recuerdo se presenta con total nitidez. Vislumbré el acecho hostil de mis pasos. En un pequeño claro desplegué el ajado escrito, situé las ofrendas en cada uno de los puntos cardinales y comencé a leer:
“Rey invisible y terrible
que habéis tomado la tierra por apoyo y
socavado los abismos
para llenarlos con vuestra omnipotencia
vos, cuyo nombre hace temblar las bóvedas del mundo;
vos, que hace correr los siete metales
en las venas de la tierra,...”
La belleza se me presentó en forma de Silfos, ¿no era lógico pensar que la fealdad debía permanecer oculta en las entrañas de la tierra? Temí despertar algún tipo de hecatombe con el conjuro.
“...Vos que ocultáis bajo la tierra,
en el reino de la pedrería,
la maravillosa simiente de las estrellas,
venid, reinad y sed el eterno dispensador de las riquezas
de que nos habréis hecho guardianes!!!
Amén”
Una espesa e iridiscente neblina eclipsó al sol. Alguien tiró sutilmente de mi túnica, era un anciano que me dijo:
“Bienvenido. Permítame que me presente. Entre el abismo del universo etéreo y el mundo de las sombras en dónde conviven larvas y espíritus apátridas, le saludo. Soy Wamba rey de gnomos, duendes, hadas y demás seres de luz. Hemos aguardado con paciencia su visita. Ahora déjese llevar.”
Disculpad, no es una calumnia pero tan solo recuerdo fragmentos inconclusos sobre el interior del reino de la tierra.
Tarde comprobé que Edgar, uno de mis aprendices, quizás el más rebelde y problemático de todos se encontraba allí junto a mi. Debió seguirme al bosque cuando flanqueé hasta aquel lugar gracias al conjuro, pero no quiso viajar conmigo en el regreso. Apenas si vislumbré un alegre gesto de despedida con el que me invitaba a marcharme sin él. Nunca más le vi, ni tan siquiera pudo dar cuenta de su paradero, aunque hubiese querido me habría resultado imposible. Es la única imagen clara que tengo del intra mundo: jugando en acelerada carrera, Edgar, perseguía pequeñas criaturas aladas mientras canturreaba canciones infantiles de su tierra. ¿Quién sabe? Tal vez aún comparta con ellos su suerte. Aún siga allí.
CRSignes/Monelle 02/11/06
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