Categoría: "CONTEMOS CUENTOS 20"

El misterio de la Santísima Trinidad. De Locomotoro

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Después de todas mis andanzas y viendo el éxito de mi libro autobiográfico en el mundillo editorial, trato de encontrar una explicación para semejante falta de atención.
Quizás la infancia de ustedes haya sido difícil… la mía fue realmente jodida.
No les contaré que mi padre llegaba a casa borracho y nos golpeaba con furia a mi madre y a mí, más que nada por no airear trapos de familia.
Mi padre… ese jodido cabrón con cara de inocente conejo, una autoridad en camiseta dentro de casa y un gilipollas de uniforme azul paseando por las calles.
Cada noche llegaba y nos daba la cena, los golpes y las bejaciones que eran constantes, y fue ese y no otro el motivo de su perdición.
Si ya es difícil huir de un madero, más difícil aun es vivir con uno. Eso hizo que decidiera buscarme la vida fuera de casa.
A los 14 años, un atraco no es un delito, sino una travesura. El tiempo jugaba en mi favor y no estaba dispuesto a perderlo. Por las noches, mi colchón se iba hinchando lentamente con la facturación diaria, mientras que a golpe de Jack Daniels mi madre sufría mil y un martirios, yo repetía mi juramento a cada sorbo.
Por fin reuní lo suficiente para comprar mi primer hierro, una Veretta. Un poco pequeña a mí gusto, pero hierro al fin y al cabo. El Coquer, que era como llamaban al proveedor de metales, se frotó sus sucios dedos con las treinta mil que me sacó.
Una noche, una de estas de frío seco, lo esperé en el arco de un pasadizo, los dedos temblaban, pero tenía el espíritu helado, inmóvil, muerto. De pronto apareció como un fantasma entre las sombras, cantando cualquier estupidez a los cubos de basura que rodeaban el callejón.
Al verme, me reconoció al instante, quiso enaltecer su postura… como para parecer más Padre, pero al ver el hierro se desmoronó al momento como más Cristo. Me lloriqueó y suplicó y de pronto se volvió a transformar pareciéndose al Espiritu Santo tratando de fintar la muerte.
Pero claro… yo no estaba en plan Virgen María ni San José. Así que vacié las veinte en su cuerpo y entonces esa sensación… que me dejó..... como Dios.
A la semana siguiente, otro madero, me daba una medalla mientras recitaba lo gran hombre que fue mi padre. Otro jodido misterio sin resolver.

Locomotoro 16/11/06

Salir. De Marola

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Tras pasar por debajo del aro se detuvo y quiso sentir esa sensación que hacía años añoraba y que por fin había conseguido, no sabía como detener el tiempo, quería parar el reloj y quedarse en ese momento.
Aquella persona había conseguido llenarla de estupidez, había conseguido inutilizarla para siempre con la excusa de que no era nadie, había cometido muchas travesuras pero no creía que eso pudiera afectar de tal manera a nadie. Había sido su decisión, su vida, y no tenía porque dar explicaciones a nadie y menos a alguien que la había arrastrado hasta la más mísera destrucción de su propio ser.
Se había atrevido a hacer algo que estaba fuera de control de nadie, pero lo había conseguido, se enaltecía de su inmensa fuerza, de su entereza, pocas personas logran salir de ese túnel largo, oscuro y sin final, pero ella salió, tras fintar varias recaídas, propuestas, y personas que no ven el problema, sino simplemente una moda.
¿Es posible salir? Le preguntaban muchas personas que no se atrevían a pasar por el aro, y ella siempre decía: “La destrucción, la fabricamos nosotros mismos, ella viene a nosotros por medio de nuestras intenciones, deseos, alegrías, penas, fiestas, esperanzas, sufrimientos, celebraciones, familia, travesuras, pero si no la dejamos pasar, si le cerramos la puerta, ella se queda quieta y paciente en espera de otra oportunidad, ella sabe a donde puede llegar y los resultados de su inquietud. Puede llegar al clímax del desastre, pero nosotros solo debemos hacer una cosa, no dejarla entrar en nuestra vida, cueste lo que cueste. En el momento en el que esté dentro de nuestras vidas será difícil echarla, ella se queda como invitada principal y absorbe todos los derechos, nos va consumiendo poco a poco, hasta que no nos queda nada, hasta que solo nos queda una poca dignidad que se aferra a nuestro ser para salir del terror.

Marola 16/11/06

Aventura de una galleta. De Edurne

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Allí, en un rincón semioscuro de la despensa, Redondita esperaba ver la luz del día; desde su atalaya tan sólo podía adivinar la sombra del arco que formaba el paquete que la contenía, se sentía prisionera dentro del envase de papel plastificado, de formas redondas como ella misma, con las letras grandotas y de colorines para atraer la atención de los peques.
Redondita era una galleta Maria, redonda y tostada como las de toda la vida, con esos relieves incrustados con su nombre que la enaltecían ante las demás. Y es que ella no se consideraba una cualquiera, su ilusión era salir del paquete y ver mundo.
Se sentía apretujada junto a sus compañeras, consideraba una soberana estupidez que tuviera que aplastarse contra las demás, ella había procurado situarse la primera en la boca de salida para escapar antes.

Aquella mañana, un brusco movimiento la despertó, tuvo una sensación de ingravidez durante unos momentos y luego, un golpe seco le confirmó que había tocado suelo nuevamente. Percibió unos delgados haces de luz que empezaban a filtrarse entre las grietas que rasgaban unos impacientes dedos de chiquillo. Su tostada superficie pareció hincharse al recibir el oxígeno del aire y su cuerpo redondito fintó un movimiento de salida para saltar al exterior.
Era el momento de escurrirse en busca de aventuras echó la vista atrás y, con una mirada, se despidió de sus compañeras.
Pero… unos dedos de uñas chiquitinas la atraparon, nada pudo hacer para evitarlo, era la primera de todas, la más atrevida. Ahora se arrepentía de su osadía, sentía los deditos apresándola con ansia y su pecho se comprimía sólo de pensar lo que podía suceder.
De pronto, una voz femenina se oyó a lo lejos y se sintió libre de la presión, se vio de nuevo sobre la mesa con sus compañeras, mientras el aroma de la leche con cacao le llegaba muy de cerca. Aprovechando la inercia del golpe, se empujó de nuevo hacia el paquete quedando más rezagada y desde allí pudo observar como su compañera de fila, la segunda, era alzada en el vacío e introducida en la taza, hacia la perdición, con un leve chapoteo.
Se había salvado de milagro, pero su sino era ese, ya no más sueños ni más aventuras, sabía que unos dientecitos aserrados acabarían con su redondo y atractivo cuerpecito.

Edurne 15/11/06

El doctor Livinstong en el país de los Kikis. De Suprunaman

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Era negro y alto, tenía una cara que sólo podía significar una cosa, estupidez aguda, llevaba una gran sombrilla. A todo el que pasaba le preguntaba:
¿Americano?
Hacía más de una hora que preguntaba lo mismo, al final dio en el blanco:
¿Americano?
Sí "siñor" —contestó aquel hombre que llevaba una maleta de cocodrilo y un sombrero de esos de safari.
El doctor Livinstong, supongo.
Sí "siñor" —dijo con una sonrisa.
Acompáñeme wana.
Subieron en un Jeep y fueron al poblado, donde una multitud lo esperaba ansiosa.
Al bajar del coche, aparecieron cinco negritos de 2x2 metros que lo subieron a una silla hecha de caña y lo acompañaron a su tienda. Ver a toda esta gente a sus pies le enaltecía el ego.
Por la noche y antes de cenar, el doctor Livinstong tuvo que demostrar ciertos dotes de fuerza y destreza. Conseguir ver el tesoro de los negros Kiki tenía un precio.
Lo primero fue matar a un cervatito con un arco que estaba hecho un ocho, pero el doctor lo consiguió
En América —explicó, —tenemos que fintar muchos contratiempos.
Y sacó de su bolsillo una foto de su querida esposa. Los negros Kiki se rieron de la broma. Cenaron el cervatillo y pronto se fueron a dormir, por la mañana, con las luces del alba, el doctor iba a ver aquella joya Kiki.
Cuando el doctor estaba empezando a dormirse, entró a su tienda una joven negrita muy guapa, que empezó hacerle cosquillas en los pies, al despertar pensó que era una simple travesura. En ese momento entró otra guapa negrita que se puso a acariciarle el pecho, entró otra y le besó en los labios, otra de las hermosas kikis empezó a acariciarle los genitales.
Dios mío —pensó, —he aquí mi perdición.
Al cabo de un momento el doctor Livinstong estaba a cien y las muchachas gritaron:
Kikiiiii
Y les hizo el amor, primero a una, luego a otra y a otra y a otra, había perdido la cuenta de cuantas negritas habían pasado por su tienda gritando kikiiiii. La cuestión es que el alba pasó y el doctor se quedo sin ver la sagrada joya kiki.
Antes de marchar a su país, el sabio doctor Livinstong, le prometió al jefe de la tribu que volvería al año siguiente a ver si podía por fin ver aquel magnifico tesoro Kiki.

Suprunaman 15/11/06

Los elementales Capítulo diecisiete: Entre salamandras. De Monelle

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Atravesé aquel arco ardiente con cautela. El ambiente contenía el olor de miles de hogueras y fogones encendidos. El aroma del aceite quemado y el azufre le aportaban un toque nauseabundo. En aquel mundo flamígero no existía la oscuridad. De todas las cosas emanaba luz, proveniente del halo que les proporcionaba su propia incandescencia. Comencé a maquinar teorías, quimeras estúpidas equivocadas en su mayoría. Pensé que debía tratarse de un mundo perecedero, por que las llamas consumen rápidamente los objetos, pero erré. Allí no. A pesar de no haber permanecido el suficiente tiempo como para averiguar el porqué, deduje que aquel hecho extraordinario que impedía que desaparecieran consumidos por las llamas estaba relacionado con la atmósfera que les rodeaba. En nuestro mundo la vida de cualquiera de ellas es fugaz. Tan sólo pueden permanecer unos segundos entre nosotros, los suficientes como para que cualquier acto que realicen, por inocente que este sea, aparezca ante nuestros ojos como la más cruel de las travesuras.
Desde el principio sentí una profunda simpatía por aquellas criaturas inquietas. Enaltecí sus virtudes. Se movían con tal rapidez, que tardé en distinguir sus rasgos. Eran pequeñas y estilizadas como un lápiz a veces, más tarde intentaré retratarlas, regordetas otras, dependía de su estado anímico; al sentirse amenazadas sus llamas aumentan. Me llevaron atravesando su mundo, pude contemplar hermosos paisajes de tonos violáceos, azules con toques de un rojo subido y un amarillo intenso. Pensé en la perdición del infierno con la que presiona el clero y reí. Llegamos hasta un estanque plateado en cuyo centro se alzaba un palacio. En apariencia frágil, era como una gran bolsa de humo, sus paredes de denso vapor no dejaban ver nada de su interior. Temí ahogarme si me adentraba en él, pero al parecer las leyes físicas, tal y como me las habían enseñado, habían cambiado.
¡Pase!
Era hermosa y su voz trasmitía ternura. Finté la posibilidad de tocarla por miedo a las quemaduras, ella estaba al cargo del reino. En un descuido la rocé y el misterio se me desveló. Comprobé lo inofensivas que eran.
No se deje engañar, tan sólo aquí puede hacerlo. Ahora es el momento de convenir un trato, disculpe que sea tan directa pero demasiado tiempo sin poder contactar con mis parientes de los otros elementos me obligan a pedirle un gran favor.

Monelle/CRSignes 14/11/06

Reflexión de una rosa. De Belfas

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Hacía más de cinco minutos que el sol se había puesto y sin embargo yo permanecía a la sombra de un árbol. Mi vejez me permitía poder reflexionar sin prisa, era una de las pocas cosas que todavía podía hacer sin molestar. No puedo determinar en que pensaba en ese momento, mi espíritu estaba abstraído y mustio, pero quise fintar a la vida y centrarme en el paisaje, refrenando mi pensamiento en un elemento del entorno.
Un rosal, el cual tenía la figura de dos arcos casi perfectos, ensamblados y enaltecidos por espinosas ramas a la vez que engalanados por verdes hojas. Sobre las ramas decenas de rosas rojas. Me fijé en dos de ellas que, una frente a otra y con el suave movimiento de la brisa de la tarde, parecía tuviesen una armoniosa charla.
Mira tú por donde escuché como una decía:
—¿Recuerdas la mañana en que nos abrimos al mundo y vimos por primera vez la luz del sol? Qué bonito fue oír cantar por primera vez el canto del jilguero. Cómo disfrutábamos asomándonos entre las hojas para ver correr el agua del riachuelo. Añoro las noches maravillosas de luna llena, cuando el silencio solamente era interrumpido por el croar de la rana y el canto del grillo. Cómo nos divertíamos desplegando nuestro aroma, para que quien pasase cercano se aproximase a cotillear. Me viene a la memoria la infinidad de mariposas y abejas que se han posado sobre nuestros pétalos y nos han narrado aventuras increíbles. Nosotras jóvenes y esbeltas, siempre pensando en realizar alguna travesura, como cuando se acercó aquella cabra con no muy buenas intenciones y agitamos la rama para que se le clavase una espina en el hocico, obligándola a partir como alma que se lleva el diablo. Cuánta estupidez hemos visto a lo largo de nuestros días, sin poder evitar que nada cambie. Hoy amiga mía, me invade la perdición de la vejez, aquella de quien todos huyen y se alejan, buscando rosas más jóvenes, más bellas, más aromáticas. Observa, nos encontramos olvidadas en un grandioso rosal, para el que comenzamos a ser una dura carga. Lo sé, hemos tenido nuestra época de gloria. Esperamos orgullosas a que llegue el vendaval y, nos arrastre por la llanura hasta convertirnos en ceniza. Sólo pido que aquellos que se cruzaron en nuestro camino, guarden en su corazón el recuerdo de nuestro aroma.

Belfas 12/11/06

Los elementales. Capítulo dieciséis: Jugando con fuego. De Monelle

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—Enaltecí que mis ayudantes decidieran dedicar sus energías en la búsqueda de Edgar. Les eximí de sus obligaciones y les dije con un toque de cinismo: “No cejéis en vuestro empeño. Pobre muchacho. ¡Ojalá reaparezca pronto!” Mientras por otro lado intentaba ayudar con algunas monedas a su familia. Estaba impaciente, había oído hablar de la existencia de seres ígneos que recorrían el mundo provocando incendios. Las Salamandras eran las menos conocidas de todos los elementales, incluso la tradición popular las había desterrado de sus mitos y leyendas debido a sus travesuras malintencionadas. Un juego de pequeños fuegos: cirios y lámparas de aceite, debían ser colocados junto con las ofrendas. La hora exacta para lanzar el conjuro según mis cálculos astrológico debía ser quince minutos antes de la once de la noche, hora en la que el sol entraba en contacto con el signo de Leo. Mi propio taller sería el escenario escogido. Debía ser discreto. La perdición me aguardaba si alguien lo descubría.

“Inmortal, eterno,
inefable, e increíble
Padre de todas las cosas
que te hacen llevar
en el rodante carro de los giratorios...”

El tono de mi voz subía parejo con la intensidad de las llamas. Al instante pequeñas bolas incandescentes, saltando descontroladas, cruzaron el espacio chocando unas contra otras.

“...¡Oh! Fuego Radiante,
tú que te iluminas a ti mismo
con tu propio esplendor,
porque salen de tu esencia,
arroyos inagotables de luz,...”

Mis palabras parecían fintar con las luces. Las salamandras eran seres impredecibles y caprichosas. Temí ser pasto de las llamas.

“...¡Oh Padre! ¡Oh Madre!
La más tierna de las Madres!
¡Oh alma, espíritu, armonía y número
de todas las cosas!
Amen”

Aguardé unos segundos. Aquellas esferas de fuego seguían su curso como si nada hubiera sucedido. De repente, la más absoluta oscuridad. ¿Qué había hecho mal? Me sentía estúpido. Intenté acercarme al centro de la sala cuando un gran arco de fuego apareció. Su resplandor casi blanquecino me dejó cegado. Segundos después, cuando mi vista logró acostumbrarse a aquella excesiva luminosidad, mis sentidos quedaron atrapados por la más bella y fascinante de las visiones. Hasta ese instante todos los encuentros habían quedado perdidos en mi memoria, el porqué precisamente mi contacto con las Salamandras quedó aferrado a mi es un misterio a desvelar.

Monelle/CRSignes 09/11/06

Un sueño y un vals impregnados de lavanda. De Monelle

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El sonido de los pasos desapareció al tiempo que la suave fragancia de lavanda que parecía perseguir siempre a su abuela. Los sones irreconocibles y en ocasiones estridentes de la bailarina de porcelana con su caja de música, un vals de las flores sin compás, no han conseguido que la niña se rinda al descanso de aquella tarde lluviosa y apagada.
Asoma sus manos entre las sábanas, toma su muñeca y la besa. De un salto la coloca en el suelo. Tiene que esquivar los juguetes para no romper ninguno de los que en sus travesuras desperdigó por tierra.
¡Qué la música no pare! Antes de que se extinga la última nota, gira la llave con fuerza.
Descorre las cortinas, enaltece la luz que entra. Se distrae con el reflejo de las gotas proyectadas que insinúan sombras danzantes en la pared. Corretea hasta el armario. Se sumerge en las prendas que huelen a lino, manzana, jabón y lavanda. Revuelve los cajones, registra los bolsillos, encuentra los saquitos bordados rebosantes de espliego. Desparrama el contenido de uno de ellos lanzando las flores sobre su cabello.
Comienza su aventura. La lluvia se intensifica y aquellos estúpidos reflejos cuentan historias de parajes verdes y riveras, amores imposibles de bailarinas y princesas. Saca del armario: trajes, bisutería, zapatos y se los prueba. El aroma de la lavanda la estimula.
De repente, las gotas y sus reflejos parecen vibrar, se despegan del cristal, lo traspasan y por un momento revolotean formando arcos y círculos de luz de brillantes colores que fintan alrededor de ella.
Es el vals de la flores —exclama, —es la música que resucita el cuento.
Sueña que es la bailarina. El soldado de amplia boca, rodeado de mazapán y frutos secos, aguarda en su cesto y suspira por ella.
Siente su voz cascada que le dice que será suya, que su perdición es no verla, que necesita disfrutar de su baile para no morir de tristeza. La niña danza para complacerle y sonríe mientras suena el vals. Se entrega al juego con las sombras y los reflejos.
Cuando la puerta se abre el perfume del espliego y la música regalan a la abuela una ensoñadora escena que le dibuja en el rostro la más amplia de las sonrisas.
La música se detiene y el sonido seco de una nuez al romperse quiebra el silencio.

Monelle/CRSignes 07/11/06

El abrazo. De Marola

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Le parecía una gran estupidez lo que iba a atreverse a hacer aquella mañana de invierno, pero hacía muchos años que deseaba con todas sus fuerzas hacerlo, el pensamiento de la estupidez le había frenado siempre, pero ahora pensaba que haciendo una finta a la vida podía hacer lo que más deseaba. Quizá sería su perdición pero se lo tomaba todo con mucha filosofía después de los terribles momentos que había pasado desde hacía unos meses.
Todos pensaban que había sido una travesura pero a él le daba igual, solo había habido una persona que gracias a su positividad, su entereza lo había hecho enaltecer de aquella situación, animándolo siempre.
Quería pasar por debajo del arco de Triunfo de Barcelona, lo quería hacer con una pancarta en el cuello pidiendo que la gente le abrazara, le dijera en ese preciso instante que es lo que sentía teniendo a alguien entre sus brazos. Quería sentir en su piel que es lo que se siente queriendo a alguien, porque él, por extraño que parezca, jamás había sentido un abrazo. Huérfano desde los seis meses estuvo viajando de orfanato en orfanato sin amor, cariño o estima por parte de ninguno de sus tutores. Así fue como Raimundo sintió el abrazo. Lo hizo, y en aquellas dos horas que estuvo abrazándose con la gente sintió el mayor gozo jamás sentido, se fue orgulloso y contento a descansar de aquella proeza que siempre pensó que no podría conseguir. ¡Qué fácil ha sido! Exclamó mientras recorría el camino a casa, y que sencillo poder abrazar a la gente, lo que no comprendo es como cuesta tanto demostrar una cosa tan sencilla y tan barata.

Marola 07/11/06

Pensamientos antes de dormir. De Suprunaman

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La vida consiste en fintar el máximo tiempo posible a la muerte. La estupidez humana nos hace pensar que sólo existen los malos momentos y esto nos lleva a la depresión, a la perdición.
La concienciación social también nos prohíbe realizar travesuras, actos en ocasiones alocados que enaltecen nuestra condición de seres pensantes. Hay que seguir la corriente.
Me quedan ciento cuarenta y dos palabras para terminar este texto y no se que decir además de que me falta la palabra arco. Menudo texto estoy haciendo. Monelle, lo siento, no lo haré más. Si queréis os puedo cantar la canción de “mi carro” de Manolo Escobar a ver si de esta forma acabo con el espacio que me queda. Por cierto, todo el mundo habla de las elecciones catalanas y el tripartito, de Marbella y las estafas inmobiliarias, de la próxima ejecución de Sadam Husein…
Si tuviera que escoger una verdura para describirme en estos momentos os diría que soy un tomate. Y si fuera un animal sería una hiena porque casi me estoy atragantando de la risa escribiendo este galimatías surrealista.

-¡Corten, corten! Hagan el favor de llevarse de aquí al perro verde que seguro que se ha fumado un poleo antes de venir.

Si os ha gustado me alegro y si no… así es la vida.

Suprunaman 07/11/06

Anatomía de la indiferencia. De Aquarella

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Algunas veces tengo la urgente necesidad de creer en la supuesta inteligencia del ser humano, enaltecer la bondad que se le adjudica por naturaleza, incluso pensar que la generosidad aún existe... tarea que resulta cada vez más difícil. Basta con mirar alrededor, ver simplemente las noticias, para comprobar el deterioro en el que nos vamos sumiendo con la mejor y más bobalicona de las sonrisas. Hoy vais a permitirme una travesura, casi una maldad, porque lo que debería ser un relato cómico, o un cuento erótico tal vez, ha decidido por su cuenta convertirse en una crítica constructiva, y no me he sentido capaz de llevarle la contraria.

Ha llegado noviembre, precursor del agosto de los que venden y la perdición de los consumistas, es decir, la simbiosis perfecta entre la publicidad más inútil y las necesidades que menos se necesitan. La estupidez colectiva se camufla bajo un aluvión de luces en las calles, hipnóticos escaparates, dulces navideños y esa felicidad de plástico que pretendemos comprar a golpe de tarjeta... mientras el arco del dolor se sigue tensando y se desestabilizan todavía más las almas insatisfechas. Se intercalan anuncios de cava, turrón y juguetes con imágenes de niños hambrientos, tan acostumbrados estamos que ya casi no se nos encoge el estómago al verlo, ni siquiera los muertos de las guerras nos duelen; sí, “haberlos haylos” como las meigas, pero están tan lejos...

A veces creo que el mundo gira en el sentido contrario al que debería hacerlo, ha perdido la órbita coherente y vaga sin rumbo por el vacío de la indiferencia ¿cómo es posible que no nos demos cuenta? El calendario me dicta una sonrisa festiva, pero yo escribo una lágrima silenciosa, y no por el consabido anuncio que volverá a casa como siempre por esta época. Éste año le he hecho una finta al puñetero anuncio y me he adelantado... sólo al anuncio, porque me temo que turrones y mantelerías navideñas ya están en las tiendas.

¿Qué si odio la Navidad? ¡Claro que no! Es solo que me da ganas de vomitar la hipocresía que la rodea... de hecho, seguro que dentro de un mes me ha abducido el sentir general y os estoy deseando felices fiestas.

Aquarella 06/11/06

Palabras para el "contemos cuentos 20"

Con estas palabras construimos los relatos esta quincena.

ARCO

ENALTECER

ESTUPIDEZ

FINTAR

PERDICIÓN

TRAVESURA

El tema que ganó por número de votos en la encuesta sobre qué escribir la segunda semana fue AVENTURAS con 5 votos de ocho, los otros tres se repartieron en otras tantas de las propuestas.
Un total de 11 relatos completaron el juego.