Los elementales. Capítulo dieciséis: Jugando con fuego. De Monelle
Por monelle elJun 1, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 20
—Enaltecí que mis ayudantes decidieran dedicar sus energías en la búsqueda de Edgar. Les eximí de sus obligaciones y les dije con un toque de cinismo: “No cejéis en vuestro empeño. Pobre muchacho. ¡Ojalá reaparezca pronto!” Mientras por otro lado intentaba ayudar con algunas monedas a su familia. Estaba impaciente, había oído hablar de la existencia de seres ígneos que recorrían el mundo provocando incendios. Las Salamandras eran las menos conocidas de todos los elementales, incluso la tradición popular las había desterrado de sus mitos y leyendas debido a sus travesuras malintencionadas. Un juego de pequeños fuegos: cirios y lámparas de aceite, debían ser colocados junto con las ofrendas. La hora exacta para lanzar el conjuro según mis cálculos astrológico debía ser quince minutos antes de la once de la noche, hora en la que el sol entraba en contacto con el signo de Leo. Mi propio taller sería el escenario escogido. Debía ser discreto. La perdición me aguardaba si alguien lo descubría.
“Inmortal, eterno,
inefable, e increíble
Padre de todas las cosas
que te hacen llevar
en el rodante carro de los giratorios...”
El tono de mi voz subía parejo con la intensidad de las llamas. Al instante pequeñas bolas incandescentes, saltando descontroladas, cruzaron el espacio chocando unas contra otras.
“...¡Oh! Fuego Radiante,
tú que te iluminas a ti mismo
con tu propio esplendor,
porque salen de tu esencia,
arroyos inagotables de luz,...”
Mis palabras parecían fintar con las luces. Las salamandras eran seres impredecibles y caprichosas. Temí ser pasto de las llamas.
“...¡Oh Padre! ¡Oh Madre!
La más tierna de las Madres!
¡Oh alma, espíritu, armonía y número
de todas las cosas!
Amen”
Aguardé unos segundos. Aquellas esferas de fuego seguían su curso como si nada hubiera sucedido. De repente, la más absoluta oscuridad. ¿Qué había hecho mal? Me sentía estúpido. Intenté acercarme al centro de la sala cuando un gran arco de fuego apareció. Su resplandor casi blanquecino me dejó cegado. Segundos después, cuando mi vista logró acostumbrarse a aquella excesiva luminosidad, mis sentidos quedaron atrapados por la más bella y fascinante de las visiones. Hasta ese instante todos los encuentros habían quedado perdidos en mi memoria, el porqué precisamente mi contacto con las Salamandras quedó aferrado a mi es un misterio a desvelar.
Monelle/CRSignes 09/11/06
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