Categoría: "Edurne"

Desde una “óptica” especial. De Edurne

El señor Casimiro, un hombre bonachón y rechonchote, tenía un trabajo estable en una fábrica de cristales para gafas. Le encantaba su trabajo, investigaba y experimentaba nuevos tipos de cristales hasta que un buen día descubrió un material distinto que hacía que los cristales fueran de mayor calidad.
Decidió abrir una óptica para vender sus propias gafas, a pesar de que el egoísmo de su jefe quería retenerle.
ÓPTICA CASIMIRO
Entró un cliente interesado en unas gafas de sol:
Pruebe usted éstas, verá qué a gusto se siente.
El cliente se las puso y comenzó a otear desde esa postura a su alrededor, moviendo su cabeza a derecha e izquierda para comprobar la visión. Un rictus de desagrado se dibujó en su cara y Casimiro le inquirió:
¿No siente usted cómo le descansan los ojos?
Ni hablar, todo se ve muy oscuro, me duele detrás de las orejas y me pesan en la nariz. ¿Cuánto cuestan?
Verá usted, el material es muy bueno y son un poco caras…
Entonces, ni hablar.
Y con desagrado, las arrojó de nuevo sobre el mostrador, saliendo de la tienda con un brusco portazo.
Entonces, cabizbajo, Casimiro se las probó y de pronto empezó a encontrar problemas en las gafas. Era cierto, pesaban y la montura era demasiado grande, muy oscuras para llevar por la tarde y el precio desorbitado.
Investigando, descubrió que el material era tan bueno y que la oscuridad que producía era tan perfecta, que se calaba dentro de uno, oscureciendo también su carácter y transformándole en una persona pesimista que veía el mundo fuliginoso.
Así pues, una genial idea le iluminó, se haría rico si conseguía llevarla a un feliz desenlace. Se puso manos a la obra y fabricó otro tipo de cristales, más claros, con un tinte rosado que tapaban poco el sol y eran aún más caras que las otras. Pero….
¡Qué maravilla, me las quedo!
Me sientan estupendamente…
No me importa el precio.
¡Qué bonito se ve todo con ellas!
Y así todos los clientes iban desfilando por su tienda, saliendo con las gafas nuevas más contentos que unas pascuas, saludando a troche y moche, con una sonrisa de oreja a oreja y desprendiendo un optimismo inusitado.
Porqué, claro está,… veían la vida “de color de rosa”.

Edurne 07/03/2007

El Reloj Sentimental. De Edurne

Allí estaba, en una repisa de la habitación de Jana y Luís, con su cuerpecito redondo y sus tres tornillos incrustados en la espalda. Dos antenas de aluminio sobresalían de su parte superior, rematadas por dos bolitas brillantes de colores, una rosa y otra azul, y las dos manecillas pegadas a su nariz se movían al compás del tiempo.
Su posición era alta y estable para que los niños no llegaran a él. Desde esa postura, oteaba cada rincón de la habitación, era feliz en ese recodo pero necesitaba el cálido abrazo de alguien querido.
No fue su egoísmo el que le incitó a saltar aquella noche… simplemente deseaba acercarse a la mejilla de Jana y notar su calidez, rozar los deditos de Luís y conseguir que su piel de plástico duro se estremeciera al contacto humano.
Adoraba a esos niños… Veía como le observaban todos los días con su barbilla elevada y su expresión de deseo, sí, él lo sabía, deseaban, como él, apretarle entre sus manitas, zarandearle, analizarle detenidamente y descubrir lo que escondía en su interior que hacía tic-tac, ese sonido que oían cuando todo estaba en silencio y que provenía de él.
Esa noche no pudo resistir la tentación y se decidió a dar ese salto estudiado de antemano, debía caer sobre la almohada del niño y, de rebote, ir a parar a los pies de su cama.
El desenlace no se sucedió como estaba previsto, quiso agacharse para darse impulso pero una de sus patitas se desenganchó y la caía fue fatal… cerca de la cabeza de Luisito. En el rebote se dio un trastazo contra el suelo y su barriguita se abrió quedando al descubierto todo su engranaje.
Luís sintió que algo le rozaba la oreja y se despertó asustado, gimoteando y tanteando a su alrededor para llegar hasta su hermana en la oscuridad. Jana abrió la luz y le abrazó al verle cabizbajo y lloroso, creyó que estaba soñando, advirtió que se tocaba la oreja y le apartó la mano para ver. Un simple rasguño, tal vez él mismo durmiendo… Cuando de pronto tocó un objeto frío con su pie y vio al pobrecito reloj espachurrado por el suelo.
Así se cumplieron los deseos de ambos, el reloj pudo sentir la calidez de las manos de los niños mientras le recomponían y ellos descubrieron qué había en su interior que hacía tic-tac.

Edurne 01/03/2007

Firulín. De Edurne

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Por fin se desentumeció la Navidad, tantos días adormecida, aleteó sus campanillas doradas y estremeció con su cálido aliento las moradas de aquellos que la esperaban, para inundarles de amor y prosperidad.

Mariví le dedicaría más tiempo a Firulín, su adorado canario. Él la complacía cada mañana con su dulce canto y su feliz despertar le alegraba el resto de la jornada. Deseaba verle entreabrir su piquito y liberar esa maravillosa melodía que llenaba de placidez su corazón.
Cada mañana, una vez desperezada, colgaba a Firulín en ese recodo de la pared donde siempre calentaba el sol. Ella quería lo mejor para él, le observaba con cariño y una sonrisa se dibujaba en sus labios cuando Firulín retomaba su cantar, parecían cómplices en una conversación de miradas. Sus manos de blanco mármol se acercaban a los barrotes y alargaba un dedo hacia el interior para darle los buenos días.
Más que jaula era un palacio, el mejor pienso y el agua limpia y cristalina como los claros ojos de Mariví, se acercaba a él y así se hablaba con amor :

¡Ay, mi lindo Firulín, que bien estás! No puedes quejarte de tu suerte ni puedes decir que no te adore. A cada nacimiento del día, aún en ayunas, ya estoy pendiente de ti; te mimo y te quiero tanto que desearía poder comprender lo que tu cabecita y tu corazoncito sienten.

El mágico jadeo de la Navidad le concedió su deseo y, de pronto, se asombró al oír que su despechugado canario le replicaba :
Mi querida Mariví, esta sociedad que te une a mí es puro egoísmo. El cuidarme y mimarme no tiene otro propósito que oírme cantar día a día y alegrar tu soledad. Si tanto me amas, dame pruebas, déjame revolotear sobre parques y campiñas, permíteme emprender el vuelo libre hacia donde se me antoje, no me encierres como a un esclavo de tu amor, que me sienta amado en la distancia con mis alas abiertas al cielo. Dame la libertad y sabré de tu querer.

La decepción anidó de pronto en el corazón de Mariví, se sintió cruel y egoísta, su corazón se inundó de comprensión y, mirando fijamente a Firulín descubrió dos perlitas brillantes que asomaban en sus ojillos. Respiró hondo y, abriendo la reja de su jaula, le susurró:
Vete … deseo que comprendas lo mucho que te quiero.

Edurne 02/01/07

La Liebre Descontenta. De Edurne

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Por caminos y matojos, ágil correteaba la liebre, burlando a los cazadores y evitando a los sabuesos más diestros, siempre respaldada por los espinosos matorrales que le encubrían la huida. Dormía con los ojos abiertos, las patitas delanteras siempre a punto y el oído siempre alerta. Para ella se reservaban los hinojos, las briznas de hierba más frescas y tiernas, y las hojas de lechuga esquivando a los caninos vigilantes.
Como que en este mundo todo se acaba irremisiblemente, no es de extrañar que una tarde, en su trajinar, se sintiera descontenta. Fijaos cómo sucedió que de pronto este sentimiento se apoderó de su corazón:
Se acercó a un estanque de aguas claras y tranquilas. Conocía su sombra pero no su imagen, porqué jamás se había visto e ignoraba, pues, su aspecto. Ahora con sorpresa y enojo, en la superficie del agua se reconoció.

A la primera ojeada, ella misma se asustó:
—Vaya orejas que tengo… parecen dos antenas más largas que las que luce el asno rebuznador. Y esta cola, Dios mío, una enorme palomita de maíz abierta y aplastada en el trasero, ni es cola ni espolón, maldito el nombre que tiene pues no es más que un zurcido en mi cuerpo. Eso es el mundo al revés, ¿por qué motivo tan largas son las orejas mientras que la cola, que debería ser más prolongada y altiva se reduce a una miseria?

Su madre, que la estaba oyendo, le devolvió la ilusión diciendo:
Hija mía, hablas por hablar, nosotras somos perfectas por las funciones que desempeñamos, desconoces las razones por las que la madre naturaleza nos ha dotado así. ¿Qué provecho sacarías tú de una cola así descrita si ella no te hace favor alguno ni la necesitas para nada?

Y la esperanza volvió a su morada cuando su madre atajó:
Si se encogieran tus orejas tal como tú deseas, incluso el sabueso más anciano sería capaz de sorprenderte, no oirías su llegada y saltaría sobre ti al primer intento.
Así, pues, mi niña, acaricia con gratitud tus hermosos apéndices y sonríe feliz al observar tu minúscula cola en ese vaivén intenso que demuestra tu alegría, acepta tus limitaciones ya que a veces, nosotros mismos, pedimos a gritos nuestra desdicha.
La liebre observó de nuevo su reflejo y, con un aire orgulloso, alzó sus tiesas orejas, meneó su colita y emprendió de nuevo su airoso trajín.

Edurne 28/12/06

La Primera Cita. De Edurne

Montaje2010. Fuente imagen Internet

Ester atravesó el patio, yo la miraba desde la otra punta, estaba esperando su salida para abordarla. Su faldita corta y su pelo al aire embriagaban mis sueños y mojaban mis sábanas desde principios de curso. Ella estaba en primero y yo en segundo de arquitectura. Sus 17 años eran capaces de inspirar el mejor de los proyectos de un estudiante como yo.
Se dirigió hacia el banco y yo le eché valor con la esperanza de que aceptara mi invitación. Me dirigió una lánguida mirada y aceptó ir al cine conmigo el próximo sábado. Quedamos por la tarde, yo no quería que adivinara mi ilusión por esa cita, pero creo que ella advirtió mi turbación y me regaló una sonrojada sonrisa de inocencia. Nos despedimos en la puerta de su aula, después de trajinar con orgullo sus libros.

Por fin sábado. Llegó puntual con su falda a cuadros rojos y su blusa blanca acariciando su pecho. Hubiera saltado sobre ella en aquel mismo momento, tuve que respaldarme en el banco de la entrada para no caerme redondo de azoramiento. Una tarde con ella… sin saber como abordarla y sin conocer sus reacciones.

Compramos unas palomitas de maíz y buscamos asiento entre el público. La película era una excusa, cualquiera era válida con tal de estar con ella. Se apagaron las luces y, en un gesto instintivo, rodeé sus hombros con mi brazo. Me miró y me dedicó una risita de aprobación. El primer paso estaba superado. Acerqué mi cara a la suya y el olor de su pelo me emborrachó de tal forma que cerré los ojos para aspirarlo y, poco a poco, me fui acercando a su mejilla hasta rozarla con mis labios. Ella no se movía al principio, pero luego se giró hacia mí y me besó dulcemente mientras me miraba a los ojos como queriendo descubrir mis pensamientos.
Mi mano se deslizó suavemente bajo su falda pero de pronto se sintió atrapada por la suya, que frenaba con seguridad mis dedos ansiosos. Volvió a besarme mientras me retiraba la mano de su muslo y me decía: “ Luís, no sigas, no me atrevo todavía…”
Así seguimos cada sábado, acariciándonos y besándonos en silencio en un rincón de nuestro cine.

Edurne 20/12/06

El Junco Enamorado. De Edurne

Montaje2010. Fuente imágenes Internet

El arroyuelo se ensanchaba al llegar al valle, el agua cristalina regaba cada recodo del remanso y los rayos del sol se reflejaban en la superficie; un viejo monasterio se erigía tembloroso ante tal belleza. Era un bucólico paisaje digno de ser pintado en un cuaderno con los colores del arco iris.

En la ribera izquierda del río se alzaba orgulloso un espléndido junco, esbelto como el minutero de un reloj y con su tronco bien repartido entre nudo y nudo. Era el vigilante de aquella orilla, su cuerpo le facilitaba el trabajo y su talante dicharachero le hacía cómplice de los demás habitantes del ecosistema.
En la ribera derecha del mismo río dormitaba aún una joven azucena de corola chiquita y levemente azulada, pues la primavera estaba empezando y ella aún no había llegado a la madurez. Los días pasaban y la azucena se abría cada vez más, apuntando su pistilo al cielo y ensanchando el cuerpo para mostrar su hermosura a los insectos que la libaban.

Un reflejo azulado hizo girar la vista del junco hacia la otra ribera y se quedó prendado al ver la hermosura de la azucena. Le hizo llegar sus palabras de amor con la complicidad del viento que zarandeaba sus hojas y susurraba bellas melodías hasta trasportarlas a los pies de su amada. Pero el ruido de las alborotadas abejas que la succionaban lograba acallar esa brisa, y ella seguía ignorante de la pasión que había despertado en el desesperado junco.
Día tras día él se esforzaba por llamar su codiciada atención desde la atalaya de su extremo pero nada de lo que hacía daba resultado, la hermosa azucena no atinaba a mirarle y no sabía de su amor.

Amanecía un día festivo y la desesperación del junco iba en aumento, la pasión por esa linda azucena se mezclaba con su savia y el néctar del desconsuelo le subía a borbotones por su fino tallo. Sonaron las lúgubres campanas del monasterio y su agrietado sonido dejó paso al Ángelus. Fue entonces cuando la azucena alzó la vista hacia el monasterio y pudo ver al junco que, con su incansable zarandeo, pretendía llamar su atención. El corazón del junco se aceleró de golpe, por fin le había visto. Los dos se miraron y sus almas siguieron para siempre juntas, danzando al compás de esa melodía que había conseguido unirles en la distancia.

Edurne 08/12/06

Aventura de una galleta. De Edurne

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Allí, en un rincón semioscuro de la despensa, Redondita esperaba ver la luz del día; desde su atalaya tan sólo podía adivinar la sombra del arco que formaba el paquete que la contenía, se sentía prisionera dentro del envase de papel plastificado, de formas redondas como ella misma, con las letras grandotas y de colorines para atraer la atención de los peques.
Redondita era una galleta Maria, redonda y tostada como las de toda la vida, con esos relieves incrustados con su nombre que la enaltecían ante las demás. Y es que ella no se consideraba una cualquiera, su ilusión era salir del paquete y ver mundo.
Se sentía apretujada junto a sus compañeras, consideraba una soberana estupidez que tuviera que aplastarse contra las demás, ella había procurado situarse la primera en la boca de salida para escapar antes.

Aquella mañana, un brusco movimiento la despertó, tuvo una sensación de ingravidez durante unos momentos y luego, un golpe seco le confirmó que había tocado suelo nuevamente. Percibió unos delgados haces de luz que empezaban a filtrarse entre las grietas que rasgaban unos impacientes dedos de chiquillo. Su tostada superficie pareció hincharse al recibir el oxígeno del aire y su cuerpo redondito fintó un movimiento de salida para saltar al exterior.
Era el momento de escurrirse en busca de aventuras echó la vista atrás y, con una mirada, se despidió de sus compañeras.
Pero… unos dedos de uñas chiquitinas la atraparon, nada pudo hacer para evitarlo, era la primera de todas, la más atrevida. Ahora se arrepentía de su osadía, sentía los deditos apresándola con ansia y su pecho se comprimía sólo de pensar lo que podía suceder.
De pronto, una voz femenina se oyó a lo lejos y se sintió libre de la presión, se vio de nuevo sobre la mesa con sus compañeras, mientras el aroma de la leche con cacao le llegaba muy de cerca. Aprovechando la inercia del golpe, se empujó de nuevo hacia el paquete quedando más rezagada y desde allí pudo observar como su compañera de fila, la segunda, era alzada en el vacío e introducida en la taza, hacia la perdición, con un leve chapoteo.
Se había salvado de milagro, pero su sino era ese, ya no más sueños ni más aventuras, sabía que unos dientecitos aserrados acabarían con su redondo y atractivo cuerpecito.

Edurne 15/11/06

Ubicua involuntaria. De Edurne

Situaciones en las que nos vemos envueltos sin quererlo, y en las que debemos introducir una buena dosis de humor para salir airosos de ellas.

Como la realidad con la que me encuentro yo cada año en mi bar.
Regento un garete de noche, un club musical muy ameno situado en un recóndito y estratégico lugar de la ciudad, al que acuden cada verano gentes de todos los rincones del mundo. Tengo mis clientes habituales, como cabe suponer, pero a altas horas de la madrugada también reciben mi cobijo aquellos que con su enturbiada mirada ebria, después de retozarse por el barro de la noche, necesitan una última copa y concluyen su deambular en mi local.
Cada año desde hace cinco, en mayo, me visita a diario una pareja con asiduidad. Los dos, Bruno y Georg, son más felices que unas pascuas, radiantes de alegría porque saben que en mi casa no hay miradas suspicaces hacia los que se atreven a salir del armario. Pasan las noches, una detrás de otra, bebiendo, riendo y disfrutando como locos … se aman con la libertad que les ofrece mi guarida y vuelven a su país con el recuerdo de unas vacaciones geniales.
Pero… En septiembre vuelve Bruno, con su mujer y su hija. La primera noche que llega me abraza y en mi mirada confirma que no existe la posibilidad de un desliz, me conoce y sabe que jamás voy a lacerar la integridad de su familia. Saludo a Jenny y a su hija, orgullosas de tener un marido y un padre tan genial, felices de ver que tienen buenos amigos en España. Sí, somos buenos amigos, los amigos están para eso, allá cada uno con su conciencia. Se siente a gusto y a salvo con mi complicidad, aunque jamás hemos hablado de ello.
Observo a Bruno, su actitud tan distinta en mayo y en septiembre. Con Georg se le ve a sus anchas, risueño y enamorado, compartiendo caricias y carcajadas. En sus gestos se advierte con claridad que no finge, está enamorado.
Con Jenny es la educación y la seriedad personificadas, controlando a cada momento sus reacciones y procurando no apartarse de los cánones preestablecidos.
Nos vemos en mayo, Bruno, ¿hasta cuándo durará esto? ¿Podrás controlar la situación? Te deseo lo mejor.

Edurne 22/10/06

Chiquiteces.* De Edurne

El gran plácet que me aporta el sostener entre mis brazos aconchados el cuerpecito chiquitito de un bebé, inflama mi corazón hasta lo indecible, esa cosita tan tierna y blandita que escala con sus deditos mi pecho, mientras sus ojitos miran y no ven, mientras su pies desnuditos se debaten en el aire…
Permanecería así una eternidad porqué despierta en mi alma esa inspiración, pariente de la felicidad, que se mezcla con mis sentidos y me aturde. Reproduce los mismos gestos una y mil veces, sin fatigar mis ojos ni agotar mis deseos de seguir observándole, caritas extrañas y movimientos espasmódicos sin lograr comprender a qué se deben.
Su mente en blanco, respondiendo sólo a estímulos externos que le agradan o le enojan, tímidas sonrisas que se escapan por la comisura de su boquita y que aparecen sólo en un rictus momentáneo, para desaparecer de nuevo entre sus diminutos labios y troquelarse por un llanto repentino que nos sorprende y acongoja.
Maravilloso poder el de la vida que anida en todos nosotros, majestuosa calidad de seres supremos que adquirimos en el momento de asomar por esa ventanilla de la existencia y, sin embargo, cuán frágiles nos despertamos ante la pericia ruin de la experiencia. Nosotros, los únicos animales que nacemos desolados ante el mundo que nos aguarda, incapaces de sobrevivir sin una protección, sin una atención constante, necesitados de caricias y mimos que nos construyan una niñez sana y provechosa.
Y en nuestro corazón anidarán para siempre esas chiquiteces que se esmeraron en regalarnos cuando no las podíamos apreciar, pero seguro que en algún momento de nuestro largo deambular, notaremos un pinchacito ahí, en lo más hondo y sabremos que nos achucharon, que nos mimaron y que nos siguen queriendo.

Edurne 29/09/06

*Chiquiteces: La palabra no está en el diccionario, pero... suena tan bien.

Desolada. De Edurne

Me retiro en la penumbra de mi mente soñadora y con gran plácet me entrego al arduo trabajo de tamizar mis sueños. Sólo consigo vislumbrarlos en la oscuridad y el silencio que me ofrece ese momento tan esperado, unos minutos a solas conmigo misma, un corto espacio que le he robado al reloj del tiempo… corto pero intenso. Espero con ansiedad que llegue mi inspiración, alocada y ardiente, a escalar con frenesí mis neuronas hasta lograr filtrar mis mejores recuerdos.
Siempre estás en ellos, navegas por mis enredaderas endulzando cada axón de mi sistema nervioso, balanceándote entre los haces de mi deseo. Iluminas mi sendero desde tu austeridad y tu silencio, con una luz tan suave que apenas se apercibe, lánguida y serena cautela en la que me pierdo cuando me acompañas y consigues fluctuar mi inspiración hasta el último extremo.
Te sueño, te retengo y te cautivo entre mis yemas, desesperadas por no perderte. Mas mi ambición es pariente del infortunio, se debate entre esa ruin impotencia del destino y aquella inmaculada pasión que en mí despiertas.
Mi pecho desborda un suspiro a cada imagen tuya en mi retina; me miras y me derrites, te ríes y me enrojeces, me besas y… me condenas.

Edurne 28/09/06

Un preciado regalo. De Edurne

Agonizando en su lecho de muerte, el viejo y querido mago de la corte reclamó la presencia del señor duque, el cual acudió presto a su llamada junto con su esposa, ambos trastornados ante el triste devenir. Gorgo había sido, desde siempre, el consejero del duque y su mano derecha, y estos últimos días no habían sido capaces de extrapolar sus sentimientos ante tan nefasta situación.
El mago, con su mente todavía lúcida y extenuado por el cansancio, asió respetuosamente la mano del duque y le susurró:
Mi señor, sabéis de mi lealtad hacia vos y conocéis mi debilidad por vuestro hijito… Juradme por lo más sagrado que le entregaréis este presente en mi nombre y velaréis por que lo lleve siempre consigo cuando se aleje de vosotros.
Así lo juró Don Ricardo, y un océano de apacibles aguas languideció en los ojos de Gorgo para siempre.
Era una pequeña pelota del tamaño de un huevo, de forma irregular y hecha a mano que Don Ricardo se ofuscó en introducir siempre entre las pertenencias de su hijo cuando se separaba de ellos.
Pasaron los años y, una preciosa mañana de primavera salió el joven duque de paseo con su sirviente, lanzando y recogiendo su pelota como siempre, hasta que llegaron a un cercado y el sirviente le dijo que permaneciera allí quieto, sin moverse, que él iría a ver si el sendero continuaba más abajo.
Cuando quedó solo, se agachó para recoger la pelota y ésta, lentamente, se fue deslizando por el terreno empinado ante la sorpresa del muchacho. Él la siguió hasta meterse entre unos espesos arbustos, llenos de zarzas y musgo, cuando oyó la voz de su sirviente hablando con alguien:
¿No dijiste que estaría aquí?
Eso le dije, pero no está…
Secuestro.
El muchacho se quedó petrificado y permaneció unas horas allí escondido hasta que la pelota saltó de su bolsillo y se puso en marcha de nuevo, esta vez con más rapidez. Así, detrás de ella, llegó a las puertas del castillo, donde explicó a sus padres lo sucedido.
Los duques se miraron y, sin cruzar una palabra, elevaron los ojos al cielo en busca de la querida imagen de Gorgo, que había protegido a su hijo desde aquel océano donde brillarían sus ojos para siempre.

Edurne 17/09/06

Pablo el segador. De Edurne

En el país de los duendes y las hadas, vivía Pablo, el segador.
Había aprendido el trabajo de su padre, todo un mito en el condado. El chico también era un lince en las artes de la siega. Mudaba la hoz de una mano a otra con una soltura despampanante y segaba con un nervio sin igual.

Se hizo el propósito de hacer fortuna y, con su lustrosa hoz en el zurrón, se fue al condado vecino, más cerca de la ciudad, a ganar su primer sueldo.
Al llegar se quedó atónito. En los campos, las máquinas segadoras habían sustituido a los hombres, aquello era un complot contra él… no encontraría trabajo y sus ilusiones se vinieron abajo.
Durante todo el día estuvo recorriendo granjas y campos, haciendas y cercados… y no encontró nada. Se hizo de noche y, vagando en la oscuridad, le pareció ver a lo lejos un enorme campo de trigo. Se acercó y, bajo la luz aséptica de la luna menguante, le pareció que la mies estaba a punto de ser recogida. No veía nada pero, como un bólido, emprendió la tarea pensando que el amo del campo le recompensaría al ver un trabajo tan bien hecho.
En poco tiempo había terminado la faena, el campo había quedado limpio y perfecto. Colocó también los haces de trigo en los márgenes y los apiló formando una bonita hacina. Entonces, al girarse de nuevo, tuvo la sorpresa más grande de su vida: el campo volvía a estar repleto de trigo. Pablo pensó que alguna hada bondadosa le recompensaba con otra cosecha para él y, ni corto ni perezoso, volvió a hincar la hoz.

Cuando terminó, la tierra comenzó a temblar, las dos hacinas zarandeaban sobre la tierra trémula y sus pies no le mantenían en equilibrio. Al ver que el campo se iba levantando formando una enorme colina, Pablo se restregó los ojos y vio la mejilla de un titánico gigante que se iba alzando.
El gigante le explicó que había quedado tan contento cuando le rasuró una mejilla, que luego puso la otra. Estaba feliz con el trabajo de Pablo porqué, como comía mucho pan, la barba le salía como las espigas y a él le costaba mucho trabajo afeitarse cada semana.
Así fue como Pablo consiguió para siempre dos cosechas a la semana, sin tener que arar ni sembrar el campo.

Edurne 08/09/2006

Las campanas generosas. (Parte II). De Edurne

Al oír los sollozos del padre Miguel, Dong, la campana de bronce, iluminada por un halo divino, se desenganchó del nervio que la unía al viejo muro y bajó por las escaleras a una velocidad de bólido, partiéndose en pedacitos. Una a una, sus migajas se mudaron en desgarrados repiques y, mostrando su aséptico corazón al párroco, le suplicó que la vendiera para socorrer a sus paisanos.
El padre Miguel, emocionado, así lo hizo, y pudo conseguir su propósito de devolver la paz y la armonía al valle.

Al año siguiente, el ruido de los tallos de la enredadera restregándose por los viejos muros de la vieja iglesia, anunciaron a las campanas que se acercaba otro desastre, parecía un complot. Tilín, Talán y Tolón explicaron que estaba ahí la malvada Inundación, temible lengua de agua que lamía con frenesí todas las haciendas y destruía todo el poblado devolviéndoles a la miseria.
De nuevo la súplica del padre Miguel fue escuchada y bajó Dang, la campana de plata, ofreciéndose para salvar al colectivo.

Volvió la alegría entre los habitantes del valle, pero poco duró porqué al año justo, de nuevo las campanillas entraron por la ventana, el tallo encogido y los pétalos cerrados, horrorizadas ante la llegada del perverso Sr. Rayo, detonador de un desalmado incendio que hundió de nuevo al desprotegido poblado en la desolación.

Esta vez le tocó a Ding, la campana de oro, socorrer a sus amigos. Siendo ella un mito en la comarca, poco costó venderla. Volvió a reinar la paz pero el padre Miguel alzaba su súplica al cielo con desesperación: no tenía campanas para repicar y llamar a sus feligreses, nadie se acordaría de la oración y se olvidarían de Dios.
Elevó sus ojos llorosos al cielo y se hizo de nuevo el milagro.
La enredadera crecía y crecía… y crecían las campanillas, arrastrándose en dirección a la vieja ventana, protectora en tantas ocasiones, zigzagueando por el techo hasta ir a colocarse cada una de ellas en el lugar de Ding, Dang y Dong. Tilín, Talán y Tolón, hermosas y enormes, se miraron de reojo, contaron hasta tres como solían hacer sus amigas, y comenzaron a repicar con todas sus fuerzas, inundando el valle con una música celestial que devolvió la felicidad al padre Miguel, felicidad que nunca más se vio truncada.

Edurne 29/08/2006

Las campanas generosas. (Parte I). De Edurne

En un pueblecito perdido, inmerso en el zaguán de un valle que irradiaba paz y tranquilidad, había una iglesia vieja, de viejos muros con tres viejas campanas llamadas Ding, Dang y Dong. Las tres eran la alegría del pueblo con su repicar y el padre Miguel estaba orgulloso de ellas. La primera era de oro, la segunda de plata y la tercera de bronce. Cada una de ellas se encontraba unida a los gruesos adoquines por un nervio firme que las mantenía en lo alto del campanario. Aquellos asépticos muros eran su hogar y cuando les tocaba llamar a oración se miraban de reojo, contaban hasta tres y comenzaban a una su alegre repicar que se oía por todo el valle. El colectivo abandonaba sus quehaceres sin dudarlo y acudía a la llamada con devoción, así discurría su vida entre repique y repique.
Muchas veces madrugaban con el propósito de charlar con sus tres amigas campanillas, hermosas florecillas de una enorme enredadera que trepaba y subía hasta lo más alto de los viejos muros de la vieja iglesia y asomaban su cabecita por la amplia ventana donde les esperaban las viejas campanas. Eran Tilín, Talán y Tolón, todo un mito, de vivos colores y largos tallos que hacían las delicias de sus amigas, contándoles todas las noticias que acontecían en el pueblo. En primavera lucían sus hermosas corolas brillantes al sol y en otoño las mudaban por otras de tonos más parduzcos y discretos, pero jamás perdían su alegría.

Un día las campanas se sorprendieron al ver que las campanillas corrían como bólidos a esconderse, entrando por la ventana hasta donde se encontraban ellas y enredándose con temor alrededor de las seguras fortalezas que representaban para ellas sus amigas las campanas: es que se aproximaba Don Huracán, un viento malandrín que arrasó todo a su paso, dejando sólo terror y desolación.
El padre Miguel, apenado por sus feligreses, se arrodilló llorando desconsolado. El complot urdido entre el viento y la tempestad había conseguido su objetivo y él nada podía hacer.

Edurne 29/08/2006

Las cartas de la baraja. De Edurne

He madrugado para ir de vacaciones hacia un mundo desconocido, lleno de fantasía e ilusión.
Algún que otro gnomo malandrín ha intentado vetarme el paso, pero una vez atravesado el zaguán de los sueños, he virado la nave de mi fantasía hacia babor, donde crece la espuma de los mares, allá lejos en el confín de las aterciopeladas y cálidas noches de verano, sin epitafio posible, rumbo a lo desconocido hasta tocar con mis yemas la ilusión.
Busco los cuatro reinos, un colectivo que, según el Libro de las Hadas, habita en el bosque. Uno es famoso por sus viñas, otro por sus bosques, el tercero por sus guerreros valerosos y el cuarto por sus minas de oro. En sus escudos blanden orgullosos los símbolos de su reino y en sus estandartes vemos la copa, el basto, la espada y el oro.
Cada rey tiene su caballero y su paje, y un ciudadano de honor que ha sido un as en cualquier hazaña. Encontramos al as de copas, el de bastos, el de espadas y el de oros.
Todos los ciudadanos se distribuyen en categorías. Los Nuevecitos, ataviados con sus mejores vestimentas; los Tochos son los más catetos. Los Siente son los que se dedican a las artes, los Seises se inclinan por el ocultismo y la brujería. Los Cinto muestran alrededor de su cinturón, cinco hermosas plumas de avestruz, mientras que a los Cuatreros no puede uno llevarles la contraria debido a su mal carácter, dejan al contrario hecho jirones. Los Treses dictan, juzgan y castigan las faltas, tres funciones muy necesarias. Los Doses sólo gandulean, pues les falta muy poquito para ser dioses, sólo la “i”.
A menudo, se mandaban cartas para citarse. Jugaban a la veintiuna, con diez miembros por equipo más el árbitro, o también al siete y medio, sólo en el caso de que jugara un rey que valía por uno y medio, claro, con los cuatro caballeros y dos porteros.
Al final, los Treses decidieron prohibir los juegos violentos y crearon los juegos de mesa.
Sigo buscando estos reinos, veo una luz en la proa de mi navío, es de mi habitación, pero mi sueño era tan maravilloso,…serían unas vacaciones de fantasía. Durante unos minutos sigo recordando a los personajes de mi sueño, todos jugaban, principalmente a las cartas, de manera que estos reinos podrían haber sido los precursores de nuestra actual baraja española.

Edurne 22/08/06

Tormenta de verano. De Edurne

Ayer por la noche empezó. Después de un día claro y soleado, dejando atrás meses de tardes caldeadas y madrugadas frescas. El cielo se ennegreció de golpe, sin aviso incipiente, y las nubes desorientadas y negruzcas atravesaban el cielo dominadas por un viento malandrín que las arrastraba a su merced.
En el zaguán de la oscuridad un rayo zigzagueante resquebrajó el cielo y lo partió en dos por unos segundos. Jirones de nubes chocando unas contra otras y al otro lado de la estrecha rendija de luz, el colectivo de gotas de agua se apretaba temeroso de caer, se asían unas a otras intentando defenderse del infame viento frío que las balanceaba. Empezaron a caer unos gruesos goterones y me obligaron a resguardarme en silencio. Las palabras no acudían a mi boca porque la garganta se había quedado petrificada, intenté reaccionar, pero mi mirada no se apartaba de aquel cielo y me sentí tan menuda, tan insignificante como un grano de arena en una playa vacía.
Sabía que llegaría, la estaba esperando, la tormenta descargaría su ira y yo estaría preparada para hacerle frente. Pero no fue así... se puso tan negro el cielo, sopló tan fuerte la ira del viento, deslumbraron tanto los rayos a mis ojos incrédulos, sonaron los truenos con tanta contundencia, que... tuve que claudicar.
Ayer noche me dejé llevar por la tormenta, me abandoné en sus brazos y volcó en mi corazón tanto temor que las lágrimas asomaron a mis ojos. El terror se apoderó de mi cuerpo y pensé, durante largo tiempo, que aquello no acabaría, que era sólo el principio del fin. Todo estaba en mi contra y yo, nada más que hacer que quedarme impasible y expectante esperando los nuevos acontecimientos.
Como epitafio he confirmado que no es verdad que las tormentas de verano sean pasajeras, ésta dejó en mí una huella que jamás podré borrar.

Edurne 16/08/06

Botellín y Botellón. De Edurne

En la misma repisa del zaguán de un laboratorio acababan de colocar dos frascos de cristal: uno muy flaco y alargado y otro panzudo y rechonchote. Desde el primer momento se llevaron mal y se miraban de reojo.
Botellín presumía de idealista y espiritual mientras que Botellón hacía gala de recipiente práctico y utilitario.
Por las noches discutían acaloradamente y el resultado era un estropicio que, de madrugada, descubría atónito el nigromante.
Esta noche se dispuso a vigilar, se enfundó su bata hecha jirones y se escondió entre sus pócimas.
Comenzó la reyerta, el delgado malandrín se halagaba:
A mi me reservan para los perfumes, los extractos y las preciadas esencias, en cambio tú te quedas para los líquidos vulgares como el agua o el vino, y para guardar el cuartillo de leche del desayuno... —rió.
Botellón, que era un socarrón de siete suelas, no se quedaba corto y se reía haciendo retumbar el vidrio de su panza:
Tú eres tan largo y delgaducho que el soplo de un estornudo te derribará convirtiéndote en mil añicos, mientras que yo, con mi hermosa panza, me sostengo como un tentempié.
Botellón empezó a bambolearse con inquietante vaivén, golpeaba a Botellín en su cuello de jirafa y le hacía perder el equilibrio. Para no caerse, se apoyó en el frasco de al lado, y éste en el siguiente... y en el otro, poniendo en marcha el efecto dominó haciendo temblar al colectivo, hasta que el último de la fila era el que caía al suelo y se hacía pedazos.
El nigromante encolerizado cogió a Botellín del cuello y a Botellón de la panza dispuesto a estamparlos contra el suelo con un último epitafio, para castigar así su soberbia. Pero... una chispa genial brotó de su feraz cerebro:
¡Eureka! Un nuevo y portentoso invento está a punto de nacer.
Encendió su horno y empezó a moldearlos. Primero a Botellín haciéndolo un poco más chato y más panzudo; luego estiró a Botellón y le dejó un poco más alargado. Después de llenarlos a medias de arena, les obligó a juntar sus bocas en un beso eterno. Ahora serían iguales, uno arriba y otro abajo, de forma alternativa, el nigromante había inventado el hermoso reloj de arena, ya jamás volverían a pelearse y se complementarían para siempre.

Edurne 15/08/06

En el fondo del mar. De Edurne

Érase que se era un maravilloso país en el fondo del mar donde todo era paz y armonía, las diferentes especies marinas compartían territorio y se respetaban entre ellos por la memoria de sus antepasados. Desde el salmonete hasta el atún, pasando por la caballa y el rape, disfrutaban su vida longeva sin peligro ni preocupación.
En algún amanecer azulado, sonaba un conocido minué que salía de la concha de la caracola, avisando a todos los ciudadanos para recogerse en retirada. Era el toque de queda a la vista de peligro. Cesaban los paseos y las danzas y todos se recogían con pronta celeridad hacia sus refugios o celdas. De la superficie caían a plomo las ingenuas redes iterando sus movimientos de captura ignorantes de que nuestros protagonistas eran más listos que el hambre.
Un fatídico día, la tortuga de mar llegó azarosa con una mala noticia: un enorme pez se había instalado cerca del cargador de perlas y desconocía su especie. Asustada, explicó al cónsul el enorme peligro que se cernía sobre su pacífico país, habían sido capaces de eludir las redes de estrechas mallas, pero tan monstruoso enemigo acababa con las expectativas de todos.
Reunido el consejo, habló la prudente estrella de mar y propuso organizar una incursión por la zona para estudiar al enemigo. La escurridiza anguila escondida entre la arena, la rápida y chiquitina pescadilla zigzagueando entre las algas y el telescopio puesto del cangrejo fueron los encargados de investigar.
A su vuelta, después de espiar sin descanso durante unos días, los tres sicarios llegaron a la misma conclusión, no le habían visto la boca, y si no había boca, tal vez se alimentaba de algas y no de peces.
Los ánimos se fueron tranquilizando pero había que cerciorarse, el riesgo era demasiado elevado para confiar a la primera de cambio.
Cuando el enorme espécimen cubrió con la negrura de su sombra el fondo de las aguas, la mayoría retrocedió hacia sus refugios, pero los más atrevidos, osaron acercarse con discreción; el lenguado y el rodaballo aprovecharon su cuerpo plano para pegarse a él y... no pasó nada. Luego siguieron la lubina y la caballa, y nada, el intruso seguía su marcha sin inmutarse. Ante la valentía de los primeros, poco a poco se iban acercando todos hasta que comprobaron que no había peligro. Y es que, señores, el submarino debía seguir su rumbo.

Edurne 09/08/06

Tres hojitas ambiciosas. De Edurne

En la rama más alta de un majestuoso rosal, descansaban tres hojitas hermanas, jugando a salpicarse el rocío de la madrugada, felices por enamoradas, iterando a cada movimiento el amor que profesaban a sus respectivos amantes.

La mayor, enamorada del sol, no hacía más que alabarle. Durante el día le admiraba, dejaba acariciarse por la intensidad de sus rayos y se estremecían sus espinas, ante la calidez de tan desmesurado amor. Durante la noche le guardaba en su memoria cual piedra preciosa y brillante, esperando que su amante asomara desde oriente y premiara su angustiosa espera con suaves reflejos en su cuerpo, que le daban ese color verde luminoso y era la envidia de las demás hojas.

La mediana, enamorada del mar, a quien veía desde lo alto en su ir y venir sobre la arena. Ella decía que su amante a cada instante intentaba conseguirla, sus vaivenes lo demostraban, sus olas llegaban con celeridad hasta la orilla, una y otra vez, pero ella estaba tan alta que, para el mar, llegar a ella era imposible. Cobijaba su amor en una celda plateada que guardaba en sus sueños junto con el recuerdo de la espuma que su amante, enloquecido de deseo, expulsaba en su impotencia.

La menor, enamorada del viento, no descansaba un momento balanceada por su amor, al compás de un romántico minué que danzaban los dos juntos. Él la zarandeaba en su embestida… ella se dejaba mecer, adormeciéndose relajada y pensando en él a cada brisa que soplaba, como un regalo de amor dedicado a su enamorada.

Un arbusto las miraba desde su alta atalaya, quisiera ser el cargador de las ilusiones de las hojitas, pero las veía tan ambiciosas que pensaba que él no podría complacerlas desde su sencillez y sus esperanzas menguaban.

Un buen día las hojitas decidieron ir en busca de sus amantes. Se soltaron de sus firmes pecíolos y decidieron salir a su encuentro. No escucharon los consejos del arbusto quien les explicó que sus enamorados eran demasiado poderosos para ellas, que su ambición las cegaba y que morirían en el empeño.
La mayor, se tendió al sol para saborear sus caricias, pero se secó y se tornó amarillenta. La mediana se hundió en las profundidades del mar y desapareció engullida por las aguas. La pequeña fue arrastrada por el viento y se desmenuzó en mil añicos. El arbusto lloró desconsolado su pérdida.

Edurne 04/08/06

¿Por qué discutir? De Edurne

Esta noche hemos discutido, tantos planes para estar juntos unas horas y por una tontería, nos hemos enfadado. Aquí estoy, sentada en un banco de la plaza, sucumbiendo al embrujo del cuarto menguante y recordando la mirada de reojo que ha dedicado a esa pin-up de la disco y que ha motivado nuestra discusión. Se ha esfumado la alegría de nuestro encuentro. Nos hemos separado en la puerta… él hacia el callejón… yo hacia la plaza, las piernas cruzadas, mirando el firmamento estrellado y pensando en él.
¿Por qué se ha enfadado? Sólo ha sido una mirada y ahora me encuentro en este callejón, apoyado en un portal, pensando en ella. El humo del cigarrillo me recuerda sus movimientos, esos que yo intentaba poseer mientras bailábamos en la pista. El ritmo de sus caderas me emborrachaba de deseo y mis manos pretendían apoderarse de ellas como un pirata de un tesoro. Todo en vano, se escurría entre mis dedos al ritmo de ancestrales danzas y sinuosos espasmos que provocaban la erupción efusiva de mi miembro; luego ese error, esa mirada y… en lo mejor de mi afectada libido, se ha perdido el embrujo…

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He sido una exagerada, todavía siento sus manos retozando mis caderas, embriagándome con su mirada de deseo, había conseguido despertar en él ese Don Juan por antonomasia y lo he estropeado. Su abrazo cálido me transportaba al infinito y su péndulo nervioso se clavaba en mi pelvis mientras nos contoneábamos excitados. La lujuria iba en aumento, mis dedos penetraban en su pelo y mis labios surcaban caminos ya conocidos en su piel. Esa fragancia, que emanaban sus poros junto con el sudor de su cuerpo, conseguía que perdiera el mundo de vista y que me abandonara a sus contoneos, humedeciéndose mi sexo de placer.

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De repente, los dos reaccionan; ella se levanta decidida a ir en su busca…. él apaga el cigarrillo con un movimiento de tacón y se dispone a desandar el camino para reencontrarla. No saben lo que van a decirse. No piensan ya en lo que ha pasado. En su interior sólo despunta el amor y el deseo que se profesan. Siguen andando decididos, en la misma dirección pero en sentidos opuestos, giran la esquina y….. frente a frente, un silencio, una mirada y un abrazo… ¡Qué placer más deseado proporciona la reconciliación!

Edurne 27/07/06

¡La que vamos a armar! De Edurne

Por fin nos hemos decidido, ha costado pero nos dio una alegría enorme el ver que nos poníamos de acuerdo. Finalmente buscaremos uno de esos chicos pin-up para amenizar la despedida de soltera de Clara, habrá que asegurarse de que sea un bombón… queremos armar la gorda, a ver si hay suerte y lo encontramos.
Llegamos a un local que nos han recomendado. El aspecto exterior no es muy agradable, parece un barucho ancestral, lúgubre y tristón, sin las luces de colorines intermitentes que yo me imaginaba.
Al entrar todo es diferente, una lluvia de láser nos ataca las pupilas. A la derecha, sentada en la barra con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo de boquilla dorada y observando el striptease de la pista central, vemos a una pelirroja madura, debe ser a la que llaman “La Dueña” por antonomasia. Nos acercamos y le exponemos nuestras intenciones. Da la impresión de que no nos escucha, sólo mantiene la mirada fija en mis pechos por lo que, con un gesto distraído, me subo el escote. Parece que reacciona y nos da un par de nombres de chicos disponibles.
Cuando nos dice el precio y que debemos abonarlo por adelantado, nosotras le exigimos una garantía, queremos comprobar el producto con anterioridad. La Dueña frunce el ceño unos segundos y nos toma a las dos por la cintura con una seguridad apabullante para conducirnos hasta una sala contigua, de carácter más privado, donde se contonea un soberbio macho de piel tostada, vestido de pirata, retorciéndose sinuosamente alrededor de una silla. La argolla plateada de su oreja brilla al unísono con el ancho cinturón metálico que sujeta unos bombachos de satén rojo. Los lunares negros de la camisa y del pañuelo de la cabeza empiezan a balancearse en mi mente y me descubro absorta siguiendo sus movimientos rítmicos.
Sus dedos desatan el nudo de la camisa, lentamente, retozando su ombligo, mientras sus glúteos van marcando el ritmo de la música, hasta descubrir un torso lubrificado y musculoso. Su cuerpo va desplazándose por la pista con gestos seductores que nos hacen sucumbir ante sus encantos. De golpe, y al compás de la música, se arranca los bombachos y permanece, unos segundos, inmóvil para que observemos su minúsculo tanga negro que recubre, por así decirlo, su bien marcado miembro.
Cerramos el trato y… a esperar la repetición el día de la despedida.

Edurne 017/07/06

Salvar el pellejo. De Edurne

Eran tiempos durillos, las relaciones entre los animales y el hombre estaban cada vez más tirantes. Mientras los primeros se refugiaban en los bosques, haciendo suyos y dominando los valles y las zonas rurales, los segundos se atrincheraban en las ciudades, vigilantes ante cualquier invasión de sus contrarios. Un insaciable deseo de venganza dominaba ambos bandos. En esa combinación de odio y malestar vivían en alerta constante.
Una incursión a la ciudad, aprovechando un banco de niebla, tuvo un fracaso estrepitoso y los animales tuvieron que retirarse; el mono, debido a la neblina existente, se quedó rezagado y quedó solo ante el peligro. De improviso, repuntó un garrote ante sus narices y se vio atrapado. Se defendió así:
¿ Desde cuándo se me considera una bestia? ¿Quién puede afirmar tal cosa? Soy un hombre como vosotros, sólo que no voy vestido, no me afeito por pereza y no me relaciono con nadie para no meterme en líos.
Por la comisura de su boca asomaba la saliva de tan asustado que estaba y tan deprisa como intentaba defenderse.
¿Yo una bestia?... Esto es ofenderme, ni lo soy ni lo quiero ser; las bestias, si yo pudiera, las eliminaría de la faz de la tierra para poder vivir en paz.
Ante tales razonamientos, le dejaron partir. Nervioso y atemorizado, pero con la tranquilidad de haber salvado el pellejo, se dirigió hacia la alameda, donde se escondían los suyos.
Al verle llegar, le dieron el alto desde la cima de un árbol y se vio de nuevo amenazado de muerte, pues creyeron que era un humano. De nuevo se armó de valor y embistió su defensa:
¿Es que sois cegatos o qué? ¿Desde cuándo se me considera un hombre? ¡Vaya ignorancia la vuestra!... Soy una bestia como vosotros, podéis reconocerlo por el vello de mi cuerpo, además, ando a cuatro patas como vosotros, ¿veis? Sólo que me he erguido un momento para saber donde estaba. ¿Un hombre yo? Ni lo soy ni quiero serlo. Esto es ofenderme, mi sueño sería acabar con todos ellos para vivir con tranquilidad.
De nuevo el mono salvó el pellejo. De algo le sirvió encontrarse a medio camino de la evolución. Cuando de salvar el pellejo se trata, hay que aguzar el ingenio.

Edurne 14/07/06