Las campanas generosas. (Parte II). De Edurne
Por monelle elEne 10, 2010 | EnCONTEMOS CUENTOS 15, Edurne
Al oír los sollozos del padre Miguel, Dong, la campana de bronce, iluminada por un halo divino, se desenganchó del nervio que la unía al viejo muro y bajó por las escaleras a una velocidad de bólido, partiéndose en pedacitos. Una a una, sus migajas se mudaron en desgarrados repiques y, mostrando su aséptico corazón al párroco, le suplicó que la vendiera para socorrer a sus paisanos.
El padre Miguel, emocionado, así lo hizo, y pudo conseguir su propósito de devolver la paz y la armonía al valle.
Al año siguiente, el ruido de los tallos de la enredadera restregándose por los viejos muros de la vieja iglesia, anunciaron a las campanas que se acercaba otro desastre, parecía un complot. Tilín, Talán y Tolón explicaron que estaba ahí la malvada Inundación, temible lengua de agua que lamía con frenesí todas las haciendas y destruía todo el poblado devolviéndoles a la miseria.
De nuevo la súplica del padre Miguel fue escuchada y bajó Dang, la campana de plata, ofreciéndose para salvar al colectivo.
Volvió la alegría entre los habitantes del valle, pero poco duró porqué al año justo, de nuevo las campanillas entraron por la ventana, el tallo encogido y los pétalos cerrados, horrorizadas ante la llegada del perverso Sr. Rayo, detonador de un desalmado incendio que hundió de nuevo al desprotegido poblado en la desolación.
Esta vez le tocó a Ding, la campana de oro, socorrer a sus amigos. Siendo ella un mito en la comarca, poco costó venderla. Volvió a reinar la paz pero el padre Miguel alzaba su súplica al cielo con desesperación: no tenía campanas para repicar y llamar a sus feligreses, nadie se acordaría de la oración y se olvidarían de Dios.
Elevó sus ojos llorosos al cielo y se hizo de nuevo el milagro.
La enredadera crecía y crecía… y crecían las campanillas, arrastrándose en dirección a la vieja ventana, protectora en tantas ocasiones, zigzagueando por el techo hasta ir a colocarse cada una de ellas en el lugar de Ding, Dang y Dong. Tilín, Talán y Tolón, hermosas y enormes, se miraron de reojo, contaron hasta tres como solían hacer sus amigas, y comenzaron a repicar con todas sus fuerzas, inundando el valle con una música celestial que devolvió la felicidad al padre Miguel, felicidad que nunca más se vio truncada.
Edurne 29/08/2006
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