En el fondo del mar. De Edurne
Por monelle elNov 22, 2009 | EnCONTEMOS CUENTOS 13, Edurne
Érase que se era un maravilloso país en el fondo del mar donde todo era paz y armonía, las diferentes especies marinas compartían territorio y se respetaban entre ellos por la memoria de sus antepasados. Desde el salmonete hasta el atún, pasando por la caballa y el rape, disfrutaban su vida longeva sin peligro ni preocupación.
En algún amanecer azulado, sonaba un conocido minué que salía de la concha de la caracola, avisando a todos los ciudadanos para recogerse en retirada. Era el toque de queda a la vista de peligro. Cesaban los paseos y las danzas y todos se recogían con pronta celeridad hacia sus refugios o celdas. De la superficie caían a plomo las ingenuas redes iterando sus movimientos de captura ignorantes de que nuestros protagonistas eran más listos que el hambre.
Un fatídico día, la tortuga de mar llegó azarosa con una mala noticia: un enorme pez se había instalado cerca del cargador de perlas y desconocía su especie. Asustada, explicó al cónsul el enorme peligro que se cernía sobre su pacífico país, habían sido capaces de eludir las redes de estrechas mallas, pero tan monstruoso enemigo acababa con las expectativas de todos.
Reunido el consejo, habló la prudente estrella de mar y propuso organizar una incursión por la zona para estudiar al enemigo. La escurridiza anguila escondida entre la arena, la rápida y chiquitina pescadilla zigzagueando entre las algas y el telescopio puesto del cangrejo fueron los encargados de investigar.
A su vuelta, después de espiar sin descanso durante unos días, los tres sicarios llegaron a la misma conclusión, no le habían visto la boca, y si no había boca, tal vez se alimentaba de algas y no de peces.
Los ánimos se fueron tranquilizando pero había que cerciorarse, el riesgo era demasiado elevado para confiar a la primera de cambio.
Cuando el enorme espécimen cubrió con la negrura de su sombra el fondo de las aguas, la mayoría retrocedió hacia sus refugios, pero los más atrevidos, osaron acercarse con discreción; el lenguado y el rodaballo aprovecharon su cuerpo plano para pegarse a él y... no pasó nada. Luego siguieron la lubina y la caballa, y nada, el intruso seguía su marcha sin inmutarse. Ante la valentía de los primeros, poco a poco se iban acercando todos hasta que comprobaron que no había peligro. Y es que, señores, el submarino debía seguir su rumbo.
Edurne 09/08/06
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