Un preciado regalo. De Edurne
Por monelle elFeb 19, 2010 | EnEdurne, CONTEMOS CUENTOS 16
Agonizando en su lecho de muerte, el viejo y querido mago de la corte reclamó la presencia del señor duque, el cual acudió presto a su llamada junto con su esposa, ambos trastornados ante el triste devenir. Gorgo había sido, desde siempre, el consejero del duque y su mano derecha, y estos últimos días no habían sido capaces de extrapolar sus sentimientos ante tan nefasta situación.
El mago, con su mente todavía lúcida y extenuado por el cansancio, asió respetuosamente la mano del duque y le susurró:
— Mi señor, sabéis de mi lealtad hacia vos y conocéis mi debilidad por vuestro hijito… Juradme por lo más sagrado que le entregaréis este presente en mi nombre y velaréis por que lo lleve siempre consigo cuando se aleje de vosotros.
Así lo juró Don Ricardo, y un océano de apacibles aguas languideció en los ojos de Gorgo para siempre.
Era una pequeña pelota del tamaño de un huevo, de forma irregular y hecha a mano que Don Ricardo se ofuscó en introducir siempre entre las pertenencias de su hijo cuando se separaba de ellos.
Pasaron los años y, una preciosa mañana de primavera salió el joven duque de paseo con su sirviente, lanzando y recogiendo su pelota como siempre, hasta que llegaron a un cercado y el sirviente le dijo que permaneciera allí quieto, sin moverse, que él iría a ver si el sendero continuaba más abajo.
Cuando quedó solo, se agachó para recoger la pelota y ésta, lentamente, se fue deslizando por el terreno empinado ante la sorpresa del muchacho. Él la siguió hasta meterse entre unos espesos arbustos, llenos de zarzas y musgo, cuando oyó la voz de su sirviente hablando con alguien:
— ¿No dijiste que estaría aquí?
— Eso le dije, pero no está…
— Secuestro.
El muchacho se quedó petrificado y permaneció unas horas allí escondido hasta que la pelota saltó de su bolsillo y se puso en marcha de nuevo, esta vez con más rapidez. Así, detrás de ella, llegó a las puertas del castillo, donde explicó a sus padres lo sucedido.
Los duques se miraron y, sin cruzar una palabra, elevaron los ojos al cielo en busca de la querida imagen de Gorgo, que había protegido a su hijo desde aquel océano donde brillarían sus ojos para siempre.
Edurne 17/09/06
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