El Junco Enamorado. De Edurne
Por monelle elJul 9, 2010 | EnEdurne, CONTEMOS CUENTOS 22
El arroyuelo se ensanchaba al llegar al valle, el agua cristalina regaba cada recodo del remanso y los rayos del sol se reflejaban en la superficie; un viejo monasterio se erigía tembloroso ante tal belleza. Era un bucólico paisaje digno de ser pintado en un cuaderno con los colores del arco iris.
En la ribera izquierda del río se alzaba orgulloso un espléndido junco, esbelto como el minutero de un reloj y con su tronco bien repartido entre nudo y nudo. Era el vigilante de aquella orilla, su cuerpo le facilitaba el trabajo y su talante dicharachero le hacía cómplice de los demás habitantes del ecosistema.
En la ribera derecha del mismo río dormitaba aún una joven azucena de corola chiquita y levemente azulada, pues la primavera estaba empezando y ella aún no había llegado a la madurez. Los días pasaban y la azucena se abría cada vez más, apuntando su pistilo al cielo y ensanchando el cuerpo para mostrar su hermosura a los insectos que la libaban.
Un reflejo azulado hizo girar la vista del junco hacia la otra ribera y se quedó prendado al ver la hermosura de la azucena. Le hizo llegar sus palabras de amor con la complicidad del viento que zarandeaba sus hojas y susurraba bellas melodías hasta trasportarlas a los pies de su amada. Pero el ruido de las alborotadas abejas que la succionaban lograba acallar esa brisa, y ella seguía ignorante de la pasión que había despertado en el desesperado junco.
Día tras día él se esforzaba por llamar su codiciada atención desde la atalaya de su extremo pero nada de lo que hacía daba resultado, la hermosa azucena no atinaba a mirarle y no sabía de su amor.
Amanecía un día festivo y la desesperación del junco iba en aumento, la pasión por esa linda azucena se mezclaba con su savia y el néctar del desconsuelo le subía a borbotones por su fino tallo. Sonaron las lúgubres campanas del monasterio y su agrietado sonido dejó paso al Ángelus. Fue entonces cuando la azucena alzó la vista hacia el monasterio y pudo ver al junco que, con su incansable zarandeo, pretendía llamar su atención. El corazón del junco se aceleró de golpe, por fin le había visto. Los dos se miraron y sus almas siguieron para siempre juntas, danzando al compás de esa melodía que había conseguido unirles en la distancia.
Edurne 08/12/06
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