Pablo el segador. De Edurne
Por monelle elEne 28, 2010 | EnCONTEMOS CUENTOS 15, Edurne
En el país de los duendes y las hadas, vivía Pablo, el segador.
Había aprendido el trabajo de su padre, todo un mito en el condado. El chico también era un lince en las artes de la siega. Mudaba la hoz de una mano a otra con una soltura despampanante y segaba con un nervio sin igual.
Se hizo el propósito de hacer fortuna y, con su lustrosa hoz en el zurrón, se fue al condado vecino, más cerca de la ciudad, a ganar su primer sueldo.
Al llegar se quedó atónito. En los campos, las máquinas segadoras habían sustituido a los hombres, aquello era un complot contra él… no encontraría trabajo y sus ilusiones se vinieron abajo.
Durante todo el día estuvo recorriendo granjas y campos, haciendas y cercados… y no encontró nada. Se hizo de noche y, vagando en la oscuridad, le pareció ver a lo lejos un enorme campo de trigo. Se acercó y, bajo la luz aséptica de la luna menguante, le pareció que la mies estaba a punto de ser recogida. No veía nada pero, como un bólido, emprendió la tarea pensando que el amo del campo le recompensaría al ver un trabajo tan bien hecho.
En poco tiempo había terminado la faena, el campo había quedado limpio y perfecto. Colocó también los haces de trigo en los márgenes y los apiló formando una bonita hacina. Entonces, al girarse de nuevo, tuvo la sorpresa más grande de su vida: el campo volvía a estar repleto de trigo. Pablo pensó que alguna hada bondadosa le recompensaba con otra cosecha para él y, ni corto ni perezoso, volvió a hincar la hoz.
Cuando terminó, la tierra comenzó a temblar, las dos hacinas zarandeaban sobre la tierra trémula y sus pies no le mantenían en equilibrio. Al ver que el campo se iba levantando formando una enorme colina, Pablo se restregó los ojos y vio la mejilla de un titánico gigante que se iba alzando.
El gigante le explicó que había quedado tan contento cuando le rasuró una mejilla, que luego puso la otra. Estaba feliz con el trabajo de Pablo porqué, como comía mucho pan, la barba le salía como las espigas y a él le costaba mucho trabajo afeitarse cada semana.
Así fue como Pablo consiguió para siempre dos cosechas a la semana, sin tener que arar ni sembrar el campo.
Edurne 08/09/2006
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