La Liebre Descontenta. De Edurne
Por monelle elJul 25, 2010 | EnEdurne, CONTEMOS CUENTOS 23
Por caminos y matojos, ágil correteaba la liebre, burlando a los cazadores y evitando a los sabuesos más diestros, siempre respaldada por los espinosos matorrales que le encubrían la huida. Dormía con los ojos abiertos, las patitas delanteras siempre a punto y el oído siempre alerta. Para ella se reservaban los hinojos, las briznas de hierba más frescas y tiernas, y las hojas de lechuga esquivando a los caninos vigilantes.
Como que en este mundo todo se acaba irremisiblemente, no es de extrañar que una tarde, en su trajinar, se sintiera descontenta. Fijaos cómo sucedió que de pronto este sentimiento se apoderó de su corazón:
Se acercó a un estanque de aguas claras y tranquilas. Conocía su sombra pero no su imagen, porqué jamás se había visto e ignoraba, pues, su aspecto. Ahora con sorpresa y enojo, en la superficie del agua se reconoció.
A la primera ojeada, ella misma se asustó:
—Vaya orejas que tengo… parecen dos antenas más largas que las que luce el asno rebuznador. Y esta cola, Dios mío, una enorme palomita de maíz abierta y aplastada en el trasero, ni es cola ni espolón, maldito el nombre que tiene pues no es más que un zurcido en mi cuerpo. Eso es el mundo al revés, ¿por qué motivo tan largas son las orejas mientras que la cola, que debería ser más prolongada y altiva se reduce a una miseria?
Su madre, que la estaba oyendo, le devolvió la ilusión diciendo:
—Hija mía, hablas por hablar, nosotras somos perfectas por las funciones que desempeñamos, desconoces las razones por las que la madre naturaleza nos ha dotado así. ¿Qué provecho sacarías tú de una cola así descrita si ella no te hace favor alguno ni la necesitas para nada?
Y la esperanza volvió a su morada cuando su madre atajó:
—Si se encogieran tus orejas tal como tú deseas, incluso el sabueso más anciano sería capaz de sorprenderte, no oirías su llegada y saltaría sobre ti al primer intento.
Así, pues, mi niña, acaricia con gratitud tus hermosos apéndices y sonríe feliz al observar tu minúscula cola en ese vaivén intenso que demuestra tu alegría, acepta tus limitaciones ya que a veces, nosotros mismos, pedimos a gritos nuestra desdicha.
La liebre observó de nuevo su reflejo y, con un aire orgulloso, alzó sus tiesas orejas, meneó su colita y emprendió de nuevo su airoso trajín.
Edurne 28/12/06
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