Aventura de una galleta. De Edurne
Por monelle elJun 9, 2010 | EnEdurne, CONTEMOS CUENTOS 20
Allí, en un rincón semioscuro de la despensa, Redondita esperaba ver la luz del día; desde su atalaya tan sólo podía adivinar la sombra del arco que formaba el paquete que la contenía, se sentía prisionera dentro del envase de papel plastificado, de formas redondas como ella misma, con las letras grandotas y de colorines para atraer la atención de los peques.
Redondita era una galleta Maria, redonda y tostada como las de toda la vida, con esos relieves incrustados con su nombre que la enaltecían ante las demás. Y es que ella no se consideraba una cualquiera, su ilusión era salir del paquete y ver mundo.
Se sentía apretujada junto a sus compañeras, consideraba una soberana estupidez que tuviera que aplastarse contra las demás, ella había procurado situarse la primera en la boca de salida para escapar antes.
Aquella mañana, un brusco movimiento la despertó, tuvo una sensación de ingravidez durante unos momentos y luego, un golpe seco le confirmó que había tocado suelo nuevamente. Percibió unos delgados haces de luz que empezaban a filtrarse entre las grietas que rasgaban unos impacientes dedos de chiquillo. Su tostada superficie pareció hincharse al recibir el oxígeno del aire y su cuerpo redondito fintó un movimiento de salida para saltar al exterior.
Era el momento de escurrirse en busca de aventuras echó la vista atrás y, con una mirada, se despidió de sus compañeras.
Pero… unos dedos de uñas chiquitinas la atraparon, nada pudo hacer para evitarlo, era la primera de todas, la más atrevida. Ahora se arrepentía de su osadía, sentía los deditos apresándola con ansia y su pecho se comprimía sólo de pensar lo que podía suceder.
De pronto, una voz femenina se oyó a lo lejos y se sintió libre de la presión, se vio de nuevo sobre la mesa con sus compañeras, mientras el aroma de la leche con cacao le llegaba muy de cerca. Aprovechando la inercia del golpe, se empujó de nuevo hacia el paquete quedando más rezagada y desde allí pudo observar como su compañera de fila, la segunda, era alzada en el vacío e introducida en la taza, hacia la perdición, con un leve chapoteo.
Se había salvado de milagro, pero su sino era ese, ya no más sueños ni más aventuras, sabía que unos dientecitos aserrados acabarían con su redondo y atractivo cuerpecito.
Edurne 15/11/06
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