Los elementales Capítulo diecisiete: Entre salamandras. De Monelle
Por monelle elJun 5, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 20
Atravesé aquel arco ardiente con cautela. El ambiente contenía el olor de miles de hogueras y fogones encendidos. El aroma del aceite quemado y el azufre le aportaban un toque nauseabundo. En aquel mundo flamígero no existía la oscuridad. De todas las cosas emanaba luz, proveniente del halo que les proporcionaba su propia incandescencia. Comencé a maquinar teorías, quimeras estúpidas equivocadas en su mayoría. Pensé que debía tratarse de un mundo perecedero, por que las llamas consumen rápidamente los objetos, pero erré. Allí no. A pesar de no haber permanecido el suficiente tiempo como para averiguar el porqué, deduje que aquel hecho extraordinario que impedía que desaparecieran consumidos por las llamas estaba relacionado con la atmósfera que les rodeaba. En nuestro mundo la vida de cualquiera de ellas es fugaz. Tan sólo pueden permanecer unos segundos entre nosotros, los suficientes como para que cualquier acto que realicen, por inocente que este sea, aparezca ante nuestros ojos como la más cruel de las travesuras.
Desde el principio sentí una profunda simpatía por aquellas criaturas inquietas. Enaltecí sus virtudes. Se movían con tal rapidez, que tardé en distinguir sus rasgos. Eran pequeñas y estilizadas como un lápiz a veces, más tarde intentaré retratarlas, regordetas otras, dependía de su estado anímico; al sentirse amenazadas sus llamas aumentan. Me llevaron atravesando su mundo, pude contemplar hermosos paisajes de tonos violáceos, azules con toques de un rojo subido y un amarillo intenso. Pensé en la perdición del infierno con la que presiona el clero y reí. Llegamos hasta un estanque plateado en cuyo centro se alzaba un palacio. En apariencia frágil, era como una gran bolsa de humo, sus paredes de denso vapor no dejaban ver nada de su interior. Temí ahogarme si me adentraba en él, pero al parecer las leyes físicas, tal y como me las habían enseñado, habían cambiado.
—¡Pase!
Era hermosa y su voz trasmitía ternura. Finté la posibilidad de tocarla por miedo a las quemaduras, ella estaba al cargo del reino. En un descuido la rocé y el misterio se me desveló. Comprobé lo inofensivas que eran.
—No se deje engañar, tan sólo aquí puede hacerlo. Ahora es el momento de convenir un trato, disculpe que sea tan directa pero demasiado tiempo sin poder contactar con mis parientes de los otros elementos me obligan a pedirle un gran favor.
Monelle/CRSignes 14/11/06
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