Los amantes de Valardo. De Monelle
Por monelle elMar 5, 2012 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 27
Nuestro clan había decidido no desplazarse agradeciendo a los dioses tanto lo bueno como lo malo. La caza había disminuido; ya casi no se encontraban animales, los grandes habían migrado en busca de mejores pastos. Por suerte, otros clanes habían seguido el instinto de las bestias desplazándose con sus conocimientos, que pronto adaptamos a nuestras necesidades; así aprendimos sobre la reproducción de algunas plantas, de sabor agradable, que servían para llenar nuestras despensas, reemplazando la falta de carne; y junto con ellos logramos sobrevivir. La intermitencia del tiempo nos era favorable; al largo periodo de frío seguía otro mucho más cálido, que aprovechábamos para realizar batidas de caza en las que cada vez recorríamos mayor territorio. Entonces ya no nos preocupaba la escasez, nuestra inquietud se centraba en defendernos de los ataques de otros hombres, que habían basado su vida en el pillaje. Aprendimos a golpe de sangre.
Se conocieron en una batida. La rescatamos del ataque de una fiera, y ya no hubo forma de separarlos; su corta edad no fue impedimento para el amor, lucharon por que los dioses y los hombres los aceptaran, y pronto lograron sus frutos. La bendición de la vida les había favorecido.
Sin sobresaltos, sin hambrunas ni batallas, la unidad del poblado creció; mirábamos a nuestro alrededor con sorna. Nada podía hacernos mella, hasta que nos alcanzó.
¿Qué circunstancias lograron acercar aquel diabólico estigma de los dioses? ¿Qué mal habíamos hecho?
Comenzaron a caer. Los viejos, las mujeres preñadas y los niños primero. La maldición se extendía, los enterramientos eran constantes; el ritual de la muerte nos bañó de tristeza. Y cuando ya no quedaron débiles a su alcance, fue a por los más fuertes, que sucumbieron mientras la palidez absorbía su resistencia.
Aquella niña, ya mujer, no podía permitir que le arrebataran, además de a su hijo, a su amado, e intentó insuflarle la vida que se le escapaba con cuidados de día y de noche, pero perdió. No hubo forma de separarla de su lado; quiso morir junto a él.
Fui el elegido para tan honroso acto. Colocamos aquellos cuerpos fuertemente abrazados en una fosa. Ella lloraba. Depositamos los elementos necesarios para el largo viaje y sus escasas posesiones, y al tiempo que le clavaba el cuchillo, arrebatándole la vida la besé, tomando con mis labios la última de sus lágrimas.
Monelle/CRSignes 20/02/2007
No hay opiniones, todavía
« Todo cambió. De Crayola | Detrás del telón. De Crayola » |