Los elementales. Capítulo treinta y cuatro: Traicionados. De Monelle
Por monelle elDic 27, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 25
Era la tercera vez que Joan se acercaba a mi despacho.
-Al final nos llamarán la atención.
-No seas ñiquiñaque. Aquí tienes las fotocopias del texto ya descifrado.
-Mira Joan, ahora no podemos comentarlo. Ten cuidado, debemos impedir que esta historia llegue a otras manos. Al salir hablamos.
Mientras tanto, en casa, dedicaron la mañana para despejar el sótano. Según me contó Anna cuando la llamé, habían encontrado varias cosas útiles: un viejo tonel de roble que parecía que habían construido dentro por lo grande que era; las peculiares mesas de las antiguas matanza; e incluso la caldera de la primitiva calefacción podía servir.
Al terminar la jornada, Joan no quiso acompañarme. Se disculpó diciendo que aún le quedaba bastante por descifrar y que lo haría en su casa. Por lo que quedamos en vernos por la mañana en el despacho.
El día lo terminamos los tres realizando una lista de aquellas cosas que, a juicio del viejo, eran prioritarias, la buena disposición de los presentes entre ellas.
De regreso al trabajo, me sorprendió no recibir ninguna morbosa visita de Joan. Cuando salí a preguntar por él me dijeron que había llamado diciendo que se sentía indispuesto. En varias ocasiones le llamé sin obtener respuesta.
Por segundo día consecutivo, aquel tendencioso no acudió al trabajo, ya era para preocuparse ¿qué estaría tramando? Julien y Anna habían hecho acopio de lo que faltaba y si todo iba bien el fin semana podríamos realizar el primero de los conjuros.
Estábamos tan nerviosos que cuando sonó el teléfono pasada la media noche casi me caigo de la cama. Era Joan que reclamaba nuestra presencia.
Visiblemente asustado nos abrió la puerta.
-¿Qué sucede? ¿Qué te pasa?
-¿Y Anna?
-Está con los niños.
El estruendo de una puerta nos sorprendió. De un salto Joan se colocó de cuclillas en un rincón de la entrada y un ligero temblor se dejó sentir bajo nuestros pies.
-¿Qué es esto? ¿Qué has estado haciendo?
No era capaz de hablar. El viejo adelantó sus pasos, Joan intentó detenerle. Abrimos la puerta y una niebla espesa impedía ver. Esparcidos por la estancia algunos pabilos aún humeantes y en el centro de la habitación el suelo elevado por una grieta cerrada. Algo grande había ocurrido y Joan nos debía una explicación.
Monelle/CRSignes 17/01/07
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