Lluvias. De Monelle
Por monelle elJun 10, 2013 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 32
Podían pasar horas antes de que Sebastián volviera a reaccionar. Nos amábamos con locura, pero eso no era suficiente motivo como para que él me confiara qué pensamientos lo abstraían. Nuestra vida en común, los años más felices de mi existencia, se habían movido sin dificultad. La empatía entre ambos era completa; sólo aquellas pequeñas ausencias envolvían de misterio los días, pero de tanto esperar la respuesta, pese a mi perseverancia, había acabado por ignorar aquel peculiar ensimismamiento.
–Te quiero, te quiero, te quiero,... –le escuché y salí corriendo para ver que le pasaba.
–Y yo Sebastián –le dije.
–¿Decías algo?
–Esa si que está buena. Te has pasado cinco minutos repitiendo “te quiero”, te contesto y resulta que no te has enterado. ¿Para quien era ese lascivo pensamiento?
Titubeó antes de afirmar que para mí.
–Te crees que me chupo el dedo. No, si tarde o temprano tenía que salir. ¿Cuánto hace que la conoces? No quiero ser el hazmerreír de nadie –le di la espalda.
Era fácil seguir el camino que franqueaban las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana abierta. No podía llorar. Le presentí y me quise apartar, pero algo sucedió que no lo logré. Justo al notar cómo rozaban sus manos mi cara intentando enjugar aquellas inexistentes lágrimas, caí presa de un hondo pesar y me derrumbé. Tuve la extraordinaria sensación de haber vivido ya todo aquello. Las gotas de lluvia vinieron a dibujar en mi rostro la húmeda tristeza que le faltaba. Sebastián me besó mientras se deshacía pidiéndome perdón. Eso vino a reforzar la impresión y la evocación de algo que estaba convencida de que nunca fue.
–Vida mía –dijo –¿Crees en las vidas pasadas?
–¿Por qué me preguntas eso? –me desconcertó su consulta. Dudé unos instantes antes de afirmarle que no.
Se alejó dejando el silencio como réplica. Aspiré profundamente la fresca intromisión de la calle y como por arte de magia me vislumbré compartiendo un espacio desconocido. Frente a mi una anciana mujer agarraba mis manos con fuerza intentando secar las lágrimas que de su cara yo había recogido, apenas un segundo para retornar en mi y ver que Sebastián estaba llorando.
–La lluvia nos trae aromas y recuerdos que teníamos olvidados, como pequeños dejà-vú de vidas pasadas. Siempre te he amado y siempre te amaré, algún día espero que puedas verlo.
–Lo sé, Sebastián. Ahora ya lo sé.
Monelle /CRSignes 28/04/2007
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