Los Elementales. Capítulo veinte: En la superficie visible. De Monelle
Por monelle elJun 15, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 21
Anna regresó alterada. Había tenido un pequeño accidente mientras aparcaba en el hipermercado, un incidente sin consecuencias pero que le iba a suponer un aumento en la póliza de seguros. Aquél desbarajuste llevó al traste con parte de sus planes; le dolía no poder hacer el pastel. Depositó un par de pizzas aún calientes sobre la mesa mientras nos explicaba lo sucedido. Por suerte consiguió sosegarse.
—Veo, estimados míos, que este mundo es complicado aunque reconozco sus ventajas. Me gustaría disponer del tiempo suficiente para su estudio, pero intuyo que no podrá ser.
Durante la comida Julien disertó sobre las ventajas e inconvenientes de nuestra época. Al terminar tuve la tentación de llevarme a Anna hasta nuestro cuarto, aún seguía nerviosa, pero desistí. Confiaba en que el relato fantástico sobre las Ondinas conseguiría calmarla.
—No deseo entrometerme, pero me ha dado la impresión de que desean estar solos. De ser así lo comprendería.
—De ninguna manera —interrumpió Anna. —Continúe.
Le pasé el brazo a Anna sobre el hombro. Mientras nos acomodábamos en el sofá, Julien agachó la mirada.
—Se me antojó esperarla, querida mía, pues deseo compartir mi experiencia con usted, ya lo sabe. No se pueden imaginar lo duro que resultaba para un anciano como yo tener que ocultar estos hechos, no poder hablar con nadie, argumentar sofismas con los que justificarme esperando no ser descubierto. La importancia de este último contacto, del empleo de la última oración, logró sacarme de mis casillas. Consideraba que los días pasados eran tiempos perdidos; estaba convencido de que no me lo podía permitir. Debía juntar agua de varios lugares, por ese motivo recorrí los cuatro puntos cardinales de la comarca de Béziers buscando el líquido necesario que fui introduciendo en un baden abierto lo suficientemente grande como para contener una buena cantidad de litros. El lugar que había previsto para el conjuro se hallaba en la ribera del Orb en un pequeño abrigo a unos kilómetros del pueblo. Al llegar volví a tener la sensación de no encontrarme solo. Me aseguré de que nadie había podido seguirme. Seguramente era fruto de mi nerviosismo.
“¡Rey terrible del mar!...”
Vociferé.
“...Vos que tenéis las llaves
de las cataratas del cielo
y que encerráis las aguas subterráneas
en la cavernas de la tierra...”
En la superficie visible de la cuba, cientos de pequeñas siluetas chapoteaban nerviosas intentando salir.
Monelle/CRSignes 23/11/06
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