Los Elementales. Capítulo Treinta Y Uno: La Decisión. De Monelle
Por monelle elOct 15, 2010 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 24
Joan no perdía detalle, Anna se estremecía ante las imágenes que acudían a su mente y yo, expectante, sentía la trascendencia del momento. Al fin conoceríamos la verdad de tanto misterioso conjuro y las intenciones reales de tan fantástica narración.
Julien, de pronto, enmudeció.
—¿Le pasa algo? –Anna se acercó a él.
—Discúlpenme pero no voy a narrarles este último conjuro.
—¿Qué? –El rostro de Joan endureció como el mármol –Me debe eso y más, ¡carcamal¡¡Hable!
En la mirada de Anna la decepción se hacía evidente. Así me hubiera sentido yo de no ser por el recelo sobre Julien que se despertó ante aquella reacción tan incomprensible. La historia de Joan adquiría otra perspectiva. Quedaba en evidencia.
—Julien, aclárenos este cambio de intenciones.
—Déjame Ricard, no puedes seguir siendo condescendiente. ¿Aún necesitas más pruebas de su engaño? Cuando termine de despechugar a este impostor... –Julien retrocedió.
—No tema. Comprenda que esto no es a lo que se comprometió. ¿Qué pretende?
—Quiero que lo vean con sus propios ojos.
Días atrás, hubiera estado encantado, pero ahora no comprendía nada. La perspectiva de realizar aquel conjuro sin conocer su magnitud se presentaba llena de incógnitas. No sabíamos nada del mismo. Bueno sí, conocíamos que le concedieron el privilegio de poder elegir su futuro y la prosperidad de todos nosotros, eso nos había dicho, pero ¿qué había de cierto? ¿Qué era lo que los elementales habían conseguido con ello? Podían ser los responsables de todos los males padecidos por la sociedad desde ese mismo instante. Las desgracias naturales, a saber: terremotos, incendios, tormentas, temperaturas extremas... comenzaron a adquirir importancia en mis cavilaciones. Si algo en común habían tenido todos los encuentros, era el resentimiento que hacia el hombre había nacido en cada uno de sus razas. Todas nos veían como los responsables del aislamiento y su consiguiente pérdida de poder. ¿Habría sido Julien un pelele entre sus manos? ¿Quién aseguraba la nobleza de sus intenciones, relegados como estaban al mundo de las sombras? Juntos parecían ser invencibles. Pese a todo, la ilusión, la magia, ese sentimiento puro que crece cuando estamos aún carentes de maledicencia en la infancia, cuando la ingenuidad nos hace sabios faltos de maldad, precisamente cuando creemos en ellos, me hacía recular.
—Creo en usted. —Afirmé.
Monelle/CRSignes 070107
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