Los elementales. Capítulo cincuenta: Saudade. De Monelle
Por monelle elJul 25, 2012 | EnMonelle, CONTEMOS CUENTOS 29
El rostro de Seren lo expresaba todo, nunca antes había visto un enfermo. En su mundo, según nos contó, la vida o la muerte es una cambio de conciencia, la barca del tiempo viene y va sin más complicaciones, por lo que tenía más que curiosidad.
─¿Puedo ayudarle? –Seren, subida en su brazo, miraba a Julien con ternura.
─Deliciosa criatura, ya lo hiciste viniendo hasta mí.
─Julien –dije ─debemos visitar al médico. No podemos dejar que empeore.
─Gracias Ricard, pero he creído entender que hay que tener papeles y no los poseo, no deseo ponerles en ningún compromiso.
─Haga caso a mi marido. Iremos a un médico amigo de la familia, a su consulta privada, con dinero no hay preguntas.
─Yo le llevo, tú quédate con Seren, (no me fío de dejarla sola) –dije acercándome a Anna y susurrándole, olvidando el oído tan fino de la ondina.
─Le he oído –dijo canturreando mientras reía ─No pasa nada –me guiñó un ojo.
─De paso Ricard, llamaré a casa de los abuelos, deben estar agobiadísimos con tanto niño.
─¡Qué bien! ¿Y me dejarás hablar con ellos? –Dijo Seren lanzándole a Anna, una de esas miradas profundas de ojos parpadeantes, enmarcados en la expresión más dulce.
─No puedo y lo sabes –le contestó con tono dulzón.
─¡Vale! –Parecía no importarle en exceso, se conformaba pronto. ─¿Podré al menos escucharles?
─Eso sí. Siempre que me prometes quedarte calladita en extremo durante nuestra conversación.
─¡Vale! –volvió a decir. Antes de lanzarse sobre los brazos de Anna, le dio un sonoro beso a Julien en la mejilla.
Un par de horas después, regresábamos. Según dijo el doctor, todas las dolencias del viejo, estaban provocadas por el cansancio, una visible tristeza, y sobre todo la edad; aunque le veía muy bien, le mandó reposo durante unos días.
Seren estaba emocionada, había escuchado como mis hijos contaban sus peripecias, y se reconoció en ellos.
─Julien, le contaré el pretérito de los acontecimientos, y quizás también le diré alguna que otra recetilla mágica –explicó con grandilocuencia la ondina
─Seren, preciosa –le dije ─necesita descansar.
─No, déjenla, eso no me puede hacer ningún daño, además esta noche deberíamos tenerlo todo preparado para el segundo encuentro.
─Es demasiado precipitado –afirmé.
Pero no pude negarme, al parecer los tres, habían ensayado la misma mirada suplicante.
Monelle/CRSignes 21/03/2007
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