TREN AL SUR: EL VIAJE. De Espantapájaros
Por monelle elDic 31, 2013 | EnEspantapájaros, CONTEMOS CUENTOS 34
El continuo vaivén del carro, sumado a los rayos del sol de comienzos del solsticio de verano y que entraban tibios por la ventanilla a esa hora de la mañana, me llevaron a un estado de profunda somnolencia.
Realizaba desesperados esfuerzos para evitar que mis párpados cayeran, pero al final me dormí.
—¡¡Cafeee…el rico cafeee!!
Fueron los gritos que me arrancaron bruscamente de mis sueños. Se trataba de un señor de aspecto un tanto curioso que se paseaba a lo largo del carro meneándose de un lado a otro tratando de mantener el equilibrio y portando un enorme termo colgado al cuello. Desde uno de sus brazos colgaban unos pequeños vasos plásticos mientras que del otro un frasco de azúcar.
—Toma un poco de café para que calientes la guatita- me dice sonriente mi madre, extendiéndome un vasito humeante.
Con mi vaso en una mano y una rebanada de pan en la otra me acomodé a contemplar el exterior. Afuera aún las verdes campiñas estaban cubiertas por una grácil neblina donde pastaban placidos algunos caballos de colores blanco y azabache. Mientras que las copas de las florestas bañadas de rocío brillaban al contacto de los rayos del sol.
A ratos mi madre me entretenía hablándome de los anteriores viajes al tiempo que me ofrecía otra rebanada de pan amasado. De pronto el ruido producido por el zigzagueo del tren aumento su intensidad distrayéndome de la platica; una de las puertas del fondo del carro se abrió ingresando por ella una corriente de aire olor a humo de carbón, y envuelto a ese aroma un señor de original vestidura: su cuerpo estaba totalmente cubierto de chucherías; donde destacaban pequeños espejos, algunos corta uñas, peinetas, barajas de naipe, y un sin fin de cosillas para atraer la curiosidad y el dinero de los pasajeros. Por supuesto mi mamá no fue la excepción.
En realidad el viaje no estaba siendo para nada aburrido. Cada cierto tiempo aparecían estos curiosos personajes. Como el que entró a eso de las doce del día vestido de mozo de restauran y gritando a voz en cuello:
—¡¡Las pilsener…heladitas la pilsener!!
En un canasto que hábilmente sostenía con sus brazos acarreaba algunas gaseosas y por supuesto las cervezas que los mayores solicitaban con premura.
—Falta poco para llegar- escucho decir a mi madre, quien para esta hora ya había entablado amistad con una señora de junto.
Espantapájaros 23/06/2007
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