La cruzada de los niños. De Naza
Por monelle elFeb 1, 2009 | EnNaza, CONTEMOS CUENTOS 4
-¡Esto es una barbaridad!¿Nos hemos vuelto todos locos?¡Mira hija!
Desde el mirador de palacio, un padre contemplaba junto a su hija como una fila interminable de desarrapados avanzaban camino del poblado.
-¿Dónde van esos niños, padre?
-¿Ves a ese hombre que camina de un lado para otro y no deja de mover los brazos? Pues ese individuo cree que la pureza de esas almas cándidas le abrirá las puertas de Jerusalén. Está convencido que llegará a la ciudad santa y le pedirá a los sarracenos que le entreguen el Santo Sepulcro porque ha tenido una visión.
-¿Y qué les sucederá a esos niños?
-No les ocurrirá nada, alguien convencerá a ese iluminado de que su proyecto carece de lógica. Ojalá Urbano consiga hacerle cambiar de idea. Ahora lo importante es suministrar a esos infelices alimentos y abrirles las caballerizas para que pasen allí la noche. ¿Me ayudas Silvana?
La niña retiró de su secreter una medalla y acompañó a su padre.
Al atardecer el Conde Giaccomo Nacino y su hija Silvana, escoltados por soldados armados con ballestas se adentraron en los establos. Decenas de personas; niños y ancianos en su mayoría, ocupaban un suelo cubierto de paja sobre el que extendieron esteras de esparto. La miseria parecía ajena a ellos. Sus cánticos y loas a Dios resonaban en el recinto.
-Vigila a mi hija. -Un soldado acompañaba a la niña, que se mezcló con el resto de niños. Su ropa le delataba.
Silvana observaba con ojos extraños todo aquello que le rodeaba. Los otros niños detenían sus juegos y sus risas al paso de la niña. Todos la miraban pero sólo uno se atrevió a hablarle.
-Cuando lleguemos a la tierra de los sarracenos, no te separes de mí, yo te salvaré.
-¿Tú, pero si eres un niño. Con qué armas me defenderás de los infieles?
-Pedro el Ermitaño dice, que entraremos en Jerusalén gracias a nuestros cantos. Y que un ejercito de ángeles velará por nosotros.
-Entonces no me salvarás, lo harán los ángeles. -La niña sonreía.
Al niño no le quedó otro argumento que sacar la lengua en tono burlón.
-¿Cómo te llamas, soldado? -Preguntó Silvana.
-Luigi, contestó el niño.
-Toma Luigi, si alguna vez decides volver a estas tierras, muestra esta medalla, es un salvoconducto.
A la mañana siguiente, un ejercito de harapientos guiados por un hombre asexuado caminaban hacia un fatal destino.
Naza 09/04/06
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