La decisión. De Naza
Por monelle elJun 25, 2009 | EnNaza, CONTEMOS CUENTOS 9
Aquel teléfono no dejaba de sonar. Aquel autobús no terminaba de llegar. La lluvia seguía mojándolo todo y él quería llegar al zulo donde vivía, finiquitar este día que no tuvo que haber nacido. Se preguntaba el por qué tenía que ser él quién estuviera aún en la calle. Las luces de las viviendas desprendían el calor del hogar que tanto añoraba desde que ella se fue.
El teléfono paraba solo el tiempo necesario para tomar aire y comenzar de nuevo ese sonido monótono e imperturbable. Por la esquina de la calle trece, bajo aquel arco romano, no aparecía aquel maldito autobús. La lluvia ladeada lo tenía calado hasta los huesos. Instintivamente se refugió en el interior de la cabina; por la lluvia, por el ruido, por la curiosidad.
- Jaime ¿cómo estás? —una voz femenina le había identificado.
- Disculpe, esto es un teléfono público. Usted ha llamado a una cabina.
- Lo sé, te estoy viendo y no me he equivocado.
Instintivamente Jaime sacó la cabeza del habitáculo donde se encontraba y ojeó el edificio que tenía enfrente, un lujoso hotel decimonónico, refugio de primeras espadas del toreo, mientras el resto de la cuadrilla mal dormían en pensiones de mala muerte, victimas de las redadas nocturnas de guripas que buscaban entradas a cambio de impunidad.
Las banderas flameaban mecidas por un frío viento, era lo único con vida aquella gélida noche.
Jaime regresó a la cálida cabina.
- ¿Quién eres? —Preguntó sorprendido
- ¿Tan pronto pasa el tiempo para ti, que ya te olvidaste de mí?
- El tiempo para mí se detuvo un día de primavera.
- Lo sé Jaime, aquel primero de junio. Ya me lo has contado otras muchas veces.
- ¿Te decides a subir hoy?
- No puedo, llega mi autobús
El conductor del autobús no vio a nadie en la parada, pero como todas las noches él estaba en el interior de la cabina telefónica. -¿Subirá hoy? El autobús hizo el trayecto de la calle trece despacio, muy despacio. Sólo necesitaba el chofer una señal de aquel tipo y detendría el autobús.
Jaime vio desaparecer el autobús al final de la calle.
- Entonces, ¿subes? —Le preguntó la voz
- Yo, —balbuceó Jaime — no puedo hacerle esto.
- Jaime, ven conmigo, sólo tienes que subir a la azotea del hotel.
Jaime de nuevo sacó la cabeza y miró al negro cielo.
Una joven hacía malabarismo sobre una cornisa resbaladiza.
Naza 14/06/06
No hay opiniones, todavía
« La vieja cabina. De Crayola | Vilarrubia del Concejo. De Monelle » |