La mujer de la casa de madera. De Mon
El profundo olor que se filtraba por la tierra no dejaba lugar a dudas, hoy después de desayunar dos buenas tazas de café me encontraba como nuevo, lúcido y atento, ni el humo de la pipa que se apoyaba en mi poblada barba ofuscaba mis sentidos.
Alguien tomaba notas mientras un océano de periodistas disparaba sus flashes, esas mismas luces que contrastaban el musgo que estaba dispuesto a remover para descubrir qué había allí.
Alguien gritaba desde una ventana, “No, no es ahí, yo lo vi todo”, al instante enderecé mis rodillas y me dispuse a caminar en dirección a aquella casucha destartalada y algo maltratada por el paso del tiempo. Dejé atrás a todo el equipo que me acompañaba, pensando que ellos trabajarían hasta la extenuación cavando en aquel montículo de tierra humeante.
Mientras reavivaba de nuevo el tabaco prensado de mi pipa, podía intuir una cierta sensación de desasosiego, como adelantándome a un acontecimiento horrible que estaba a punto de suceder, aun así debía extrapolar mis sensaciones por la frialdad que siempre me había caracterizado.
Ella estaba allí, sentada en una gran mecedora, invitándome a entrar. En la casa apenas se colaba algo de luz exterior y algunos rayos de tungsteno provocados por los fotógrafos, ciertamente comenzaba a preocuparme la situación.
Abrí la carcomida puerta de madera y me dispuse a entrar, la madera del falso suelo crujía como si en años nadie hubiese pasado por allí. ¿Cuál sería mi devenir?
De repente sentí un fuerte golpe en la nuca, una risa y unos aterradores gritos que venían desde el exterior, los cuerpos mutilados de varias personas estaban apareciendo por todo el jardín, quién me hubiera dicho a mi que iba a ser uno de esos cuerpos amputados , tullido para siempre. Mientras oía cómo la risa se iba haciendo cada vez más débil, resonando por las paredes de un viejo sótano y mezclándose con el sonido de la sangre que brotaba de mis extremidades, pude comprender que iba a ser yo el único testigo vivo que podría desvelar la identidad del asesino, la mujer de la casa, que desapareció para siempre dejándome privado para horror y escarnio de toda la gente que me conocía. Fui el último en caer en la trampa, pero sigo vivo y algún día acabaré con su vida.
Mon 22/09/06
Los ángulos. De Monelle
De tanto mirar al norte, buscándola, el musgo ha crecido ya en mi costado.
C. Sigur (Poemario imposible)
Siempre sucede al girar las esquinas. Puede que penséis que mi estado mental a dejado la lucidez y se encuentra ofuscado por la demencia. Posiblemente nunca os ha sucedido. De ser así, vale doble esta advertencia. Pero... ¿estáis seguros?
Había puesto todo mi empeño en ello. En mi vida solitaria y próxima a la extenuación en la búsqueda de alguien con quién compartirla, había llegado a rechazar que el destino me tuviera reservada una compañera. Pero como siempre la existencia quiere que las cosas no se eternicen y uno pueda tener de todo, encontré el amor una mañana. Teníamos un futuro prometedor. Pero tal como vino, se esfumó.
Cuando se pasea por la calle hay un momento, precisamente aquel en el que doblamos las esquinas, que nos cruzamos con un ángulo muerto. No es fácil percatarse de su existencia, es más, generalmente actúan de forma tan discreta que es imposible. Os diré que no son muertos por ocultar terribles circunstancias, lo son por que contienen muerte. Por su nombre se podría extrapolar que nada bueno esconden. Si una circunstancia nefasta os acosa, puede ser absorbida de inmediato. Diréis... y eso ¿qué tiene de maligno? El problema es que no hace distinción, y en un segundo, podéis ver desaparecer aquello por lo que habéis luchado toda la vida.
De la misma forma que las olas del océano desvanecen nuestros pasos sobre la arena, estos ángulos muertos borran acontecimientos.
En el devenir de nuestra vida, estamos expuestos a tropiezos casuales que, por su relevancia, marcan la senda que seguimos, pero éstos puede cambiar en un segundo.
He intentando averiguar qué los activa, y creo, aún a riesgo de equivocarme, que es el pensamiento.
En ella pensaba, en nuestros proyectos, mientras me dirigía al norte de la ciudad, lugar de nuestra cita, cuando después de virar una calle no volví a hallar rastro de mi amada, ni de nuestra relación. Como si nunca hubiera existido.
¡No estoy loco! No fue fruto de mi imaginación. ¡Ella existe!
¡Escuchadme! Tened cuidado con lo que penséis al doblar las esquinas, no sea, que desaparezca por siempre.
Monelle/CRSignes 22/09/06
Situación inesperada. De Suprunaman
Nuestro cerebro es como un ordenador con capacidad de represión a aquellos pensamientos que no deseamos recordar. Pero en ocasiones, nos devienen un océano de imágenes reales, otras esperpénticas. Es difícil separar la realidad de la ficción. A veces, hasta puedes notar la humedad del musgo bajo los pies aún sin tenerlos sobre él.
No se si lo que voy a relatar lo leí, o si lo vi, tal vez fue un sueño o una realidad; lo cierto es que recordar aquellas imágenes me ofusca y me extenúa.
No deseo explicar aquella estampa con detalle, sólo pensarlo ya me da nauseas. Era un pequeño apartamento del centro de la ciudad, luminoso y agradable. Al mirar el mueble aparador no pude evitar vomitar en el parqué, perdí la lucidez. Intenté extrapolar mi pensamiento, pero la imagen era demasiado fuerte. Encima de este mueble había una mujer, joven, con el cabello largo; alguien le había amputado las piernas, y los brazos, y la lengua. Tenía signos de violencia. Ya todo esto era una barbaridad, pero la historia no terminaba aquí, aquella chica abrió los ojos de repente; no estaba muerta.
Me marché de aquel lugar corriendo y me fui a mi apartamento. Era un pequeño apartamento del centro de la ciudad, luminoso y agradable. Al mirar el mueble aparador me entraron nauseas y no pude evitar devolver en el mismo lugar que alguien había vomitado antes.
Suprunaman 19/09/06
Un extraño problema
Esta es una historia que sucedió en mi casa, pero que pudo haber sucedido en cualquiera y más específicamente en un lugar especial del dormitorio: el closet.
El asunto comenzó una mañana en que estaba preparándome para salir. Ya con el atuendo elegido y bien puesto, me detuve frente al closet para sacar mis zapatos y ahí me llevé una gran sorpresa.
Mi único par de zapatos consiste en un par color negro de piel de ternero que me acomodan perfecto en mis pies. Cuando estiré la mano para alcanzar uno -cualquiera de los dos -sentí un ligero puntapié en la pierna.
Se trataba del zapato derecho que indignado daba muestras de no estar de acuerdo con que me pusiera primero al zapato izquierdo. Lo bajé sin pensarlo mucho extrañado por la situación y entonces fue que el zapato izquierdo arremetió contra mis callos pisoteándome sin piedad para que soltara al zapato derecho.
Y ni uno, ni el otro me dejaban calzarlos y tuve que rendirme después de un buen rato de luchar contra esos dos que al parecer habían enloquecido.
Entonces opté por vestir otro par de calcetines - no sin antes cerciorarme que estos no pelearan también entre sí - y dejé a los hermosos zapatos negros refunfuñando en el closet castigados sin salir y me fui descalzo a mi cita.
Antes de marcharme les recomendé que pensaran en su mal comportamiento y que solucionaran su pequeño problema: ninguno es más importante que el otro, al final, los dos irán siempre al mismo lugar.
Mírame cuando te hablo. De Aquarella
No podía mantener los ojos abiertos por más tiempo, pesaban tanto... Le asustaba cerrarlos, en realidad tenía pánico a quedarse dormido, y esta vez el sueño estaba ganando la batalla. Después de tantas noches sin descansar se encontraba extenuado. Antes de darse por vencido intentó recordar: Todo había empezado hacía poco más de tres semanas con aquella tonta película, una de esas cintas para adolescentes llenas de gritos y sobresaltos, un pésimo argumento que ni siquiera le había gustado... pero desde entonces dormía mal.
Al principio no le dio ninguna importancia, los exámenes, el exceso de café... sólo estaba cansado, como el resto de estudiantes que se jugaban a una sola carta su paso a la universidad, pero el devenir de los acontecimientos parecía querer demostrarle lo contrario. Las pruebas habían terminado ya, había aprobado, y sin embargo seguía teniendo cada noche el mismo sueño
“Está de pie, solo, en el centro de una absoluta oscuridad. Se oye un chasquido, una espesa capa de musgo pegajoso le cubre la boca y no puede hablar. La respiración se vuelve difícil, entrecortada, y entonces escucha una voz que le habla en un lenguaje incompresible... pierde la consciencia, deja de ser él. Cuando se despierta está agotado pero no recuerda nada.”
No dejaría de ser un estúpido sueño si no fuese porque hace tres días amaneció con las manos manchadas de sangre. Hasta ese momento no se le había ocurrido extrapolar las escenas del cine a su pesadilla actual - en nada se parecían - aunque empezaba a tener la extraña sensación de que había alguna conexión entre ambas ¡pero cuál!
Su mente, habitualmente lúcida, acusa el cansancio, no comprende lo que pasa y está ofuscado. Sumergido en un océano de preguntas sin respuesta se le agolpan las hipótesis en busca de una explicación razonable... de pronto se le viene a la cabeza la frase de una escena que ni siquiera recuerda haber visto
— ¡Mírame cuando te hablo!
Se rinde al cansancio, cae en un profundo sopor. Justo en el momento en el que se le cierran los ojos se le escapa una idea
— ¿Hipnotizado?
Aquarella 19/09/06
San Chamuel, Viena, y el vals
Camille, se alejó de la comitiva acercándose al río que atravesaba el campo santo. Las aguas dibujaban remolinos acompasados que la abstrajeron hacia el recuerdo de los bailes en Viena. Aquellos en los que reinaba la paz; en los que destacaba por su esbelta silueta y la gracia de sus movimientos; aquellos que llenaban de color las noches de velas, espejos y lujuria, y que la alejaron de su destino. El vals que Peters, sin saberlo, compusiera para ella, sonó en sus oídos.
La congoja la hizo tambalearse. Un extraño evitó su caída. La acompañó hasta la orilla remojando su pañuelo para que pudiera refrescarse.
— ¿Conocía bien a Peters, madame?
— No creo que sea de su incumbencia —dijo eludiendo una respuesta.
Mientras volvía a esconder su rostro tras el velo del sombrero, que sin duda podía comprometerla, se alejó.
La ceremonia continuaba. El cementerio de la localidad austriaca, acogía más gente de la que podía albergar. El motivo, que Peters, su hijo predilecto, entregado al amor en Cristo, que evidenciaba con actos bondadosos y a la música, sería recompensado con todos los honores. Así como su afiliación política despertó más dudas que certezas, indiscutible era su grandeza como compositor. Entre aquella multitud, una decena de hombres camuflados del gobierno, vigilaban ante la posibilidad de hallar independentistas servios con los que se creía que Peters había confabulado.
Lo único cierto de toda esta pérfida historia: la bala asesina. Por que Peters, fue víctima del fuego cruzado. Lo encontraron sobre las escaleras de una catedral.
Camille, sabía que no había hecho bien asistiendo al entierro. Pocas horas atrás lo había visto por vez primera.
— Un placer conocerla. Ahora sé, que no equivoqué ni una nota en mi composición.
Él, tomándole la mano, le entregó su medalla del Arcángel San Chamuel.
— Permítame el atrevimiento, y le ruego que abandone la calle.
Camille, recelando de su ofrenda, no podía dejar a los suyos. Sus orígenes, su nación, de los que tantas veces renegó, ahora estaban primero.
Y fue aquel pequeño forcejeo el que la salvó de una muerte cierta, pues la bala que atravesó el corazón de Peters, estaba destinada a ella.
Tras aquel día, y presa de una intensa nostalgia, Camille, colgó de su cuello la medalla, y pese a que nunca renunció al placer de bailar un vals, jamás regresó a Viena.
CRSignes 130110
Las primeras luces del alba. De Locomotoro
En el devenir de sus sueños, acertó a despertar cuando las luces del alba aun no habían mellado el horizonte. La caverna era un lugar húmedo y sombrío, pero era necesario permanecer allí. No muy lejos, al otro lado del océano, acechaban pequeñas pero implacables bestias que ya habían menguado casi toda su familia.
En ocasiones, alguna de esas bestias, se acercaban hasta la entrada y era necesario acabar con ella de manera aleccionadora antes que aparecieran más y pusieran en peligro su vida.
La mejor manera era devorar a la bestia ante la entrada para que el resto huyeran despavoridos.
Tanto tiempo en la caverna, le había permitido extrapolar los pensamientos de las bestias. Sabía que en el fondo lo respetaban porque lo llamaban “El guardián del tesoro”, pero no comprendía a qué tesoro se referían. De cualquier manera, ser el último de una dinastía y vivir encerrado en el exilio lo hacía ofuscar en delirios de soledad.
Necesitaba ver la luz del día, pero las bestias que acechaban se lo habían impedido toda su vida.
Estaba en esas meditaciones, cuando vio aparecer entre unas rocas una espada plateada. Debía mantenerse lúcido sin extenuarse inútilmente, no podía confiarse a la bestia. Sigilosamente se ocultó entre las sombras del musgo. Eran dos, una de ellas no le preocupaba, andaba a cuatro patas y parecía inofensiva. Encima de ella, había otra un poco más pequeña, vestida de ropa metálica y brillante. Era esa la que le preocupaba. Se sabía mucho más grande e inteligente, pero aun con todo, debía tener cuidado.
La bestia llegó hasta su lecho de piedras brillantes y todo su cuerpo se iluminó. Ante los ojos de la criatura, comenzó a saltar emocionada y a coger grandes trozos que cargaba sobre los lomos de la otra bestia. Todos hacían lo mismo, no llegaba a comprender el porqué. Salió de entre el musgo para ayudarle en su tarea. Y fue entonces cuando notó el pinchazo en su pata trasera. La bestia gritaba de furia y fue aquella actitud agresiva lo que marcó su final. Un sonido seco puso fin a sus gritos, peló el traje metálico y devoró a la bestia a la entrada de la caverna mientras la multitud huía despavorida entre las antorchas, los estandartes, las banderas... con los primeras luces del alba.
Locomotoro 18/09/06
Un preciado regalo. De Edurne
Agonizando en su lecho de muerte, el viejo y querido mago de la corte reclamó la presencia del señor duque, el cual acudió presto a su llamada junto con su esposa, ambos trastornados ante el triste devenir. Gorgo había sido, desde siempre, el consejero del duque y su mano derecha, y estos últimos días no habían sido capaces de extrapolar sus sentimientos ante tan nefasta situación.
El mago, con su mente todavía lúcida y extenuado por el cansancio, asió respetuosamente la mano del duque y le susurró:
— Mi señor, sabéis de mi lealtad hacia vos y conocéis mi debilidad por vuestro hijito… Juradme por lo más sagrado que le entregaréis este presente en mi nombre y velaréis por que lo lleve siempre consigo cuando se aleje de vosotros.
Así lo juró Don Ricardo, y un océano de apacibles aguas languideció en los ojos de Gorgo para siempre.
Era una pequeña pelota del tamaño de un huevo, de forma irregular y hecha a mano que Don Ricardo se ofuscó en introducir siempre entre las pertenencias de su hijo cuando se separaba de ellos.
Pasaron los años y, una preciosa mañana de primavera salió el joven duque de paseo con su sirviente, lanzando y recogiendo su pelota como siempre, hasta que llegaron a un cercado y el sirviente le dijo que permaneciera allí quieto, sin moverse, que él iría a ver si el sendero continuaba más abajo.
Cuando quedó solo, se agachó para recoger la pelota y ésta, lentamente, se fue deslizando por el terreno empinado ante la sorpresa del muchacho. Él la siguió hasta meterse entre unos espesos arbustos, llenos de zarzas y musgo, cuando oyó la voz de su sirviente hablando con alguien:
— ¿No dijiste que estaría aquí?
— Eso le dije, pero no está…
— Secuestro.
El muchacho se quedó petrificado y permaneció unas horas allí escondido hasta que la pelota saltó de su bolsillo y se puso en marcha de nuevo, esta vez con más rapidez. Así, detrás de ella, llegó a las puertas del castillo, donde explicó a sus padres lo sucedido.
Los duques se miraron y, sin cruzar una palabra, elevaron los ojos al cielo en busca de la querida imagen de Gorgo, que había protegido a su hijo desde aquel océano donde brillarían sus ojos para siempre.
Edurne 17/09/06
Retazo de un trovador. De Belfas
A veces las cosas suceden cuando menos se esperan. Decidí acercarme al mar, desde el acantilado escrutaba en mi interior nuevas sensaciones que impulsaran mi imaginación, en busca de nuevas rimas con las que expresar mis emociones.
Era mi tercer día, mi mente poco lúcida, no conseguía hilvanar un poema con el que me sintiese complacido.
Aquella tarde contemplaba el océano en el devenir de sus olas, golpeando con ímpetu, y salpicando sus espumas sazonadas a varios metros de altura sobre el arrecife. Yo, aguardaba la visita de mi musa, la que tantas tardes, amaneceres y noches me visitó sonriente permitiéndome crear pequeños tesoros poéticos.
El lugar era ideal para la inspiración y quiso la fortuna que deparase en una joven morena atrayente y abatida, que permanecía sentada sobre una roca rodeada de musgo.
Me aproximé con sigilo, cuando ya me encontraba a pocos metros, me senté a observarla. Ella parecía ausente, su barbilla la apoyaba sobre su mano derecha temblorosa, y miraba hacia el infinito de ese mar alborotado buscando un imposible, sus ojos tristes y vidriosos, se dejaban ver entre sus negras lentes indicando que algo había logrado ofuscarla.
Tenía que hacer algo que lograse extrapolar sus congojas a un lugar lejano y arrinconar la nostalgia de aquella chica, casi extenuada. Atisbé en la profundidad del océano buscando el hechizo que me iluminase para deleitar aquella mujer, y escudriñando en el baúl de las imágenes inquietas repletas de poesía, y con la magia del verbo que describe vivencias incompletas, conseguí que mi pensamiento enrevesado plasmase en mi libreta un pequeño poema que le obsequié con entusiasmo.
Escucha niña que el hechizo atiende,
Un mar de dudas por tu campo vuelan.
Son las razones, las que no te entienden
y el dolor interno quien a ti atormenta.
Si vestida vienes, de melancolía,
y en tu dulce alma, la canción no suena,
no busques consuelo en tu fantasía,
que un aire rancio, truncó su quimera,
la dejó desnuda, solitaria y muerta.
Mírame a los ojos que una llama prende
de un trovador, soñador sincero,
que intenta con su pluma y con su verso,
incendiar de entusiasmo tu desdicha,
y quemar la madera de tu pena.
La recompensa a este poema fue, una dulce sonrisa y un, “me lo dedicas”.
Belfas 14/09/06
Los elementales: Rescatado (Cap.1). De Monelle
Caminaba extenuado. Lo encontré perdido vagando por el bosque. En su mirada, se podía entrever el devenir de años de trabajo y sufrimiento. Lo llevé a casa, le di cobijo y por la expresión agradecida de su rostro, supe que se recuperaría pronto. En cierta forma, me aproveché de su debilidad para estudiarlo a fondo.
Era un extraño entre nosotros. Mi esposa me había recriminado y los niños, con su curiosidad, deseaban conocer más sobre aquel enigmático personaje vestido con una indumentaria anticuada.
Ninguna pista con la que poderlo identificar o tal vez extrapolar conclusiones. Lo único que rescaté, antes de deshacerme de sus ropas, demasiado deterioradas, fueron unas tiras de pergamino garabateadas, a las que, en un principio, no di la importancia que realmente tenían.
Las arrugas en su piel extremadamente blanca, casi traslúcida, quizá fruto de una corta exposición al sol, no me gustaron nada. ¿Quién me decía que no se trataba de un vulgar delincuente? Pero ese no era motivo para negarle la asistencia.
Ninguna cicatriz destacable, salvo una extraña punción en un costado. Clara señal de abandono eran el largo cabello y su barba descuidada. Debía encontrarse muy por encima de los setenta años.
¿Quién sería?
Ansiaba que la lucidez regresara a su conciencia. Apenas tres días pasaron antes de su primera reacción.
Abrió los ojos como nunca antes viera hacerlo a nadie. No perdía detalle de nada. Me miró y pareció reconocerme. Entonces habló.
Tan sólo unas cuantas palabras sueltas, recuerdo claramente: océano, salamandra, ondina, silfo, musgo, gnomo, cielo, entrañas y fuego.
Parecía francés pero tardé en reconocerlo. Preocupado por que no cayera de nuevo en el ofuscamiento, lo tomé de la mano y le di los papeles que rescaté de su bolsillo. Al saberlos en su poder quedó tan complacido que, cerrando nuevamente sus ojos, se durmió.
Y con aquellas palabras sueltas que intentaba encajar en mi lógica, salí del cuarto cerrando la puerta.
Mi mujer, me insistió en que debía notificar su presencia a la policía, pero me negué.
En mi cuarto apunté todas las palabras que pude traducir de su conversación, intentando encontrar alguna relación entre ellas.
Leí en voz alta aquel galimatías. ¿Sería un escritor extravagante? ¿Un cuenta cuentos? O simplemente ¿un loco?
Monelle/CRSignes 14/09/06
Un extraño cuadro. De Belfas
Hace unos días en mi devenir por las calles de un pequeño y entrañable pueblo, entré en una tienda de regalos, y mira tú por donde me prendé de un curioso cuadro, donde una bella dama permanecía sentada sobre una roca impregnada por un musgo verde y brillante, mientras el océano bañaba sus pies. La enigmática mirada de aquella dama apresaba a quien contemplaba la pieza. Me invadió la sensación de que el pintor lo realizó en un momento lúcido de inspiración.
Yo que buscaba quien me acompañase en mis largas horas de soledad, pensé que este cuadro rompería mi hastío y mis eternas noches de insomnio.
Pregunté el precio y la dueña me dijo que eran 90 euros, me repetí el precio un par de veces en voz baja y sin meterme en más dilaciones, opté por comprarlo.
Me lo embalaron correctamente y el deseo de verlo colgado en la pared de mi casa provocó un revoloteo de mariposas sobre mi estómago, mientras lo apresaba contra mí, síntoma que hay quienes achacan a estar enamorado.
Una vez colocado en el salón comencé a ofuscarme con él, no podía apartar mi mirada de aquella chica rubia ondeando su pelo, el agua refrescando sus pies y sus ojos fijos en mí.
Parecerá extraño y no me quiero extrapolar en el comentario, pero llegué a la conclusión que esa mujer tenía vida y que me seguía allá donde me encontraba. Yo, una persona habituada a estar solo, no terminaba de adaptarme a aquella situación tan seductora.
Pasó el día, llegó la noche, me metí en la cama y me acomodé lo mejor posible sobre mi mullido colchón, mi cuerpo estaba extenuado por el ajetreo y la agitación.
Dormí de un tirón. Por la mañana, un olor a carne asada me hizo despertar, me levanté, me dirigí a la cocina, y sobre la mesa encontré unos huevos fritos y un filete de panceta invitándome a ser devorados. Nadie a la vista, miré y remiré hasta comprobar que estaba solo. Al entrar en el salón y reparar en el cuadro, mis ojos advirtieron como la chica me ofrecía una tierna sonrisa.
Quizás todo haya sido fruto de la imaginación o una extraña visión óptica, pero de igual modo, a partir de ese instante, la soledad y el hastío desaparecieron de mi estancia y de mi corazón.
Belfas 13/09/06
La pianista
Cuando llegué a la corte, el cardenal se convirtió en mi protector. Fui llamado a servir, por mis grandes dones, en las filas de los elegidos; y como muchos otros, introducido en el mismo saco. Comprendí que tendría que pelear duro para que me valoraran. Las obras de Bach y de Vivaldi seguían expuestas en las galerías de palacio, presidiendo cada acto, como si aún estuviesen vivos.
En la soledad de mis recitales, cuando el silencio de la sala, precedía la primera nota, aún desconocida por todos, podía sentir el poder y la influencia del instante; y en ocasiones, conseguí que aquella mágica alquimia, que ahora atesoro en mi encierro, me favoreciera. Algo por lo que merecía la pena luchar.
Pierre Jaquet Droz era un genio, la ciencia en beneficio del arte, así pregonaba su carta de presentación. Con su pericia había conseguido que todos le admiraran. Fui absorbido por su maestría. Pasaba horas enteras en los talleres en dónde fabricaba sus ingenios mecánicos. Creí ver una consonancia, entre sus cálculos matemáticos, esas cifras emborronadas en papel, y mis partituras. Y esta simbiosis se vio materializada en el último de sus ingenios: la pianista.
Aquella criatura de exquisitos movimientos, era capaz de crear sin recibir órdenes, lanzaba miradas cómplices, mientras interpretaba hermosas melodías. Entonces lo vi claro: era dueña de mis creaciones. ¡Había robado mi arte, mi alma!
Por más que intentaron que razonara, que comprendiera, no lo consiguieron. Perdí el juicio. Me convertí en el hazmerreír de todos ante mis afirmaciones. Aquella obra de Satanás, estaba usurpando mi puesto.
Pero ahí no terminaba el problema, suave había entrado en mí, vanagloriándose de un triunfo robado que pregonaba a los cuatro vientos y que nadie más era capaz de ver, salvo yo.
Debía terminar con aquel despropósito. Liquidarlo. Y en la primera ocasión que tuve me lancé dispuesto a destrozarle las entrañas, pero fui detenido.
Ahora sobrevivo alejado de su influencia. Dicen que aún no ha parado, que sigue maravillando, creando, pero si de algo estoy convencido es de que ya no soy yo a quién posee.
La noche aviva las notas que crecen en mi mente. El piano suena cadencioso bajo mis dedos, y las melodías se pierden olvidadas, abandonadas al espacio que me envuelve, por que nunca jamás garabatearé más partituras, y así nadie podrá robarme.
CRSignes 191109
La ballena de Samuel. De Locomotoro
Al igual que sus compañeros, el viejo arponero llevaba demasiado tiempo lejos de su hogar. Aquella ballena los llevaría hasta el confín de los océanos. Hasta entonces nunca habían perseguido durante tanto tiempo a ningún otro cetáceo, pero el capitán era demasiado cabezota, y el “Coloso”, que era como se llamaba el buque, navegaba a paso frenético detrás de la ballena.
Para él, no era algo personal, arponeaba bien, y le pagaban para eso, solo era un trabajo. Tenía el rostro curtido por el devenir del salitre en la piel, pero su espíritu era joven y fina su puntería.
Una mañana de Marzo, con el sol aún en las crestas del horizonte, otearon lo que parecía una manada. Arriaron la chalupa lentamente y una docena de hombres armados con remos se dispuso al acercamiento. No era complicado, se trataba de extenuar a la presa y darle muerte antes que pudiera sumergirse. Al acercarse, las confiadas ballenas les dedicaron unos cánticos, como si les saludaran. Esto era lo que peor llevaba el arponero, no se acostumbraba a ello, pero debía mantenerse lúcido para hacer su trabajo. Se acercaron hasta ponerse casi al lado mientras el pequeño grupo compuesto de varias hembras jóvenes y sus crías jugaba a su alrededor, inconscientes de la muerte que les sonreía.
Samuel miró hacia el buque, como esperando una orden. A lo lejos, desde el castillo de proa, el capitán sonreía de satisfacción; sería una buena carga.
Samuel decidió no pensar, ató el extremo de la cuerda del arpón a la chalupa.
No se debía ofuscar, debía ser prudente y certero. Alzó el arpón con todas sus fuerzas, mientras su cabeza comenzaba a extrapolar sus recuerdos de tiempos mejores.
Una masa oscura, llena de musgo surgió de las profundidades interponiéndose entre la afilada punta del arpón y las crías. Era la ballena que perseguían desde hacía meses. Samuel miró a los hombres, miró al buque y contempló que nadie se había percatado de la presencia. Quedó inmóvil durante unos segundos. Un ojo enorme, lleno de arrugas lo contemplaba como quien mira a la muerte. El animal hizo un gesto y el resto de ballenas desapareció en un instante. Samuel soltó el arpón y la vieja ballena se sumergió volando en las profundidades del mar, ese mar que algún día lo enterraría.
Locomotoro 13/09/06