La pianista
Cuando llegué a la corte, el cardenal se convirtió en mi protector. Fui llamado a servir, por mis grandes dones, en las filas de los elegidos; y como muchos otros, introducido en el mismo saco. Comprendí que tendría que pelear duro para que me valoraran. Las obras de Bach y de Vivaldi seguían expuestas en las galerías de palacio, presidiendo cada acto, como si aún estuviesen vivos.
En la soledad de mis recitales, cuando el silencio de la sala, precedía la primera nota, aún desconocida por todos, podía sentir el poder y la influencia del instante; y en ocasiones, conseguí que aquella mágica alquimia, que ahora atesoro en mi encierro, me favoreciera. Algo por lo que merecía la pena luchar.
Pierre Jaquet Droz era un genio, la ciencia en beneficio del arte, así pregonaba su carta de presentación. Con su pericia había conseguido que todos le admiraran. Fui absorbido por su maestría. Pasaba horas enteras en los talleres en dónde fabricaba sus ingenios mecánicos. Creí ver una consonancia, entre sus cálculos matemáticos, esas cifras emborronadas en papel, y mis partituras. Y esta simbiosis se vio materializada en el último de sus ingenios: la pianista.
Aquella criatura de exquisitos movimientos, era capaz de crear sin recibir órdenes, lanzaba miradas cómplices, mientras interpretaba hermosas melodías. Entonces lo vi claro: era dueña de mis creaciones. ¡Había robado mi arte, mi alma!
Por más que intentaron que razonara, que comprendiera, no lo consiguieron. Perdí el juicio. Me convertí en el hazmerreír de todos ante mis afirmaciones. Aquella obra de Satanás, estaba usurpando mi puesto.
Pero ahí no terminaba el problema, suave había entrado en mí, vanagloriándose de un triunfo robado que pregonaba a los cuatro vientos y que nadie más era capaz de ver, salvo yo.
Debía terminar con aquel despropósito. Liquidarlo. Y en la primera ocasión que tuve me lancé dispuesto a destrozarle las entrañas, pero fui detenido.
Ahora sobrevivo alejado de su influencia. Dicen que aún no ha parado, que sigue maravillando, creando, pero si de algo estoy convencido es de que ya no soy yo a quién posee.
La noche aviva las notas que crecen en mi mente. El piano suena cadencioso bajo mis dedos, y las melodías se pierden olvidadas, abandonadas al espacio que me envuelve, por que nunca jamás garabatearé más partituras, y así nadie podrá robarme.
CRSignes 191109
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