10
Oct

El Campo de Magnolias. De Joan Castillo

El vigilante. Brassaï (pseudonym of Gyula Halász) (9 September 1899–8 July 1984)

El chofer del bus se disculpó con su único pasajero, Pedro, por dejarlo un kilómetro antes de la entrada del pueblo “hasta aquí llego” —le dijo, “no entro a ese caserío ni por todo el oro del mundo.” —reiteró, trazándole la ruta para llegar a la taberna del Gago, dónde podía conseguir las instrucciones que le llevaran a su destino. Empezó a caminar por una senda tan pedregosa que en algunas ocasiones debió hacerlo con manos y pies para no caer. Al subir la última loma alcanzó a ver que una bruma gris oscura arropaba por completo las que parecían chozas arruinadas. En la medida que avanzaba reparó en que la gente se veía borrosa, inescrutable.
Hombres y mujeres vagaban semi desnudos mostrando sus partes íntimas. Los machos llevaban los cabellos, bigotes y barbas ensortijadamente sucios. Las mujeres aparentaban no sentir pudor alguno al mostrar sus nalgas y pubis repletos de pelos. Sus miradas como su andar, parecían vagar hacia la nada, se movían como simios borrachos, sin rumbo. Y sin embargo parecían alegres, reían hasta más no poder con sus bocas desdentadas. Sobre sus cuellos colgaban crucifijos de cuentas moradas.
Sin duda, se encontraba dentro de un pueblo espectral poblado de miserables que parecían fantasmas o viceversa. Siguió la ruta que le había trazado el chofer para llegar a la taberna, y llegó. Era la última construcción del pueblo y la única que no lucía arruinada. Frente a ella, un camino ribeteado de tulipanes que sin duda le conduciría al campo de magnolias.
Entró al garito y observó que todas las mesas estaban ocupadas por los hombres y mujeres andrajosos, que hablaban, cantaban y reían en voz alta. Sólo advirtió una mesa ocupada por un hombre distinto, de ojos vivaces, vestido a pantalón y camisa verdes divididos por una finísima correa amarilla. Caminó hasta el bar y pidió un café y una botellita de agua. El hombre del bar le atendió en seguida, y al darse cuenta que era un forastero le preguntó.
—¿Ha ha hacia dónde se se, se dirige el ca ca caballero?
—Al campo de Magnolia, —contestó Pedro entusiasmado.
El hombre lo miró con asombro y no volvió a abrir la boca a pesar de que Pedro le hizo unas dos o tres preguntas.
—No te contestará, —le gritó el cliente vestido de verde.
—¿Puedo sentarme con usted? —Aprovechó Pedro, un poco tímido. —El hombre asintió.
—¿Porque no me contesta el gago? —Preguntó.
—Por qué él prefiere esperar a que regrese, ya que todos los que entran por ese hermoso camino regresan, algunos enajenados como los que ves aquí, y los demás, difuntos en penas, como los que vienen a consumir de noche. Adivino que tú vienes en busca de una mujer.
—¿Como lo sabes?
—Porque a eso vienen todos.
—¿Y tú, que haces aquí? ¿Vienes también en busca de una mujer?
—No, —se defendió rápidamente el hombre. —Soy como un consejero, un mal consejero para ser exacto ya que mi trabajo es persuadir al caminante para que no penetre ese sendero, y nadie me hizo caso nunca. Más bien, aprovecho los visitantes como tú para poder mejorar el funcionamiento de mi vejiga. ¿Puedo pedir una cerveza?
—Todas las que se te antojen, —contestó Pedro —siempre que escuche con atención lo que quiero decirte.
El hombre pidió la cerveza y empezó a beber con avidez; Pedro se dispuso a contar lo que quería contar, pero el hombre le paró en seco.
—No tienes porque hacerlo —le dijo con amabilidad. Yo conozco tu historia, es la de todos, señor.
—Me llamo Pedro, y si conoces mi historia ¿porque no me la cuentas tú? —preguntó de manera burlona.
—Siempre que no falten las cervezas, lo haré. —respondió el hombre, y empezó. —Una noche bastante fría, tú regresabas al hogar caminando desde tu trabajo; al pasar por un parque viste a una jovencita descalza, sentada en unos escalones al lado de la estatua de una niña orinando; llevaba una raída blusa color beige, una bufanda color marrón desteñido y sus cabellos recogidos dentro de una boina gastada del mismo color, pero lo que más te llamó la atención en ese momento era su desabrigo ante esa noche tan fría. Sentiste pena por ella y le pediste llevarla hasta tu casa a lo que ella, luego de muchos ruegos, asintió. Camino a casa tú le preguntaste como se llamaba y te contestó que aún no tenia nombre, preguntaste por igual que dónde vivía y ella te contestó, señalando al Este, que vivía en el campo de las magnolias amarillas, donde la Luna brilla como un cristal encendido y todos los pájaros son de cartón azulados. Luego le inquiriste si tenía frío, hambre o sed, y a todo ello te contestó que si, por esa razón te quitaste el sobretodo y la cubriste. Tu abrigo se impregnó de un olor como el de las azucenas que es el olor de ella. Por último le preguntaste que porque andaba descalza y ella te contestó, que era la única forma de estar en contacto con su madre, la tierra. ¿Cierto?
Pedro no contestó, se encontraba ensimismado. El hombre siguió.
—Al llegar a la puerta de tu hogar ella se adelantó, se paró en frente del porche y te miró a los ojos —tú jamás había visto a una mujer con los ojos amarillos y te preguntó si tú estabas seguro que ella no te molestaba, y tú le contestaste que no, que no estaba molesto en lo absoluto, y en ese momento te avergonzaste porque percibiste un ligero temblor en tu cuerpo cuando viste parte de sus senos blancos bronceados a través de uno de los agujeros de su blusa raída, y no quitaste la vista de su pecho como queriendo apretujarlo en contra tuya para sentir su calor, su tiesura. ¿No es así?
—Sigue, sigue, —contestó Pedro con el rostro encogido por la sorpresa.
—Pídeme la otra cerveza —dijo el hombre. Y Pedro pidió dos cervezas porque él también empezó a beber cerveza. El hombre siguió la narración.
—Cuando entraron a tu casa, ella se dirigió a la chimenea y colocó su boina sobre la alfombra, al lado de la chimenea, donde se sentó, mientras tú te dirigiste a la cocina a preparar la cena. Dispusiste la mesa sobre la alfombra y cenaron a la luz y calor de la chimenea. Para esta ocasión ya tú tenías un deseo casi irreprimible de abrazarla porque cada vez que ella bajaba a prender algún bocadillo tú mirabas por encima de su blusa para vislumbrar sus pezones.
En ese momento a Pedro se le ruborizó el rostro.
—No te me pongas así, mi querido, —a todos les ha pasado, además debes esperar que concluya —tranquilizó el hombre, y continuó. Terminado de cenar, ella te dijo que necesitaba bañarse. Tú accediste y ella entró al cuarto de baño. Tú te encontrabas tan voluptuoso que al escuchar el agua cayendo sobre el piso de la ducha quisiste fisgonear, y al llegar a la puerta del baño la abriste sin querer, ella estaba frente a frente a ti completamente desnuda ya que no había corrido la puerta de la cortina. Se enjabonaba los cabellos con ambas manos. Tú te extasiaste observando los pelos que se deslizaban húmedos debajo de sus axilas, hiciste una mirada relampagueante por todo su cuerpo antes de que ella se tapara. Pero ella no se tapó, por el contrario, te dijo que le gustaba como tú la mirabas, y te invitó a enjabonarla. Tembloroso, accediste.
En ese momento Pedro interrumpió
—¿Pero cómo puedes saber todo eso con lujo de detalles?
—Esos hombres a tu alrededor y los que viste en tu trayecto hasta aquí me lo han contado decenas de veces. —contestó el hombre, y continuó. Tú, palpitante de deseo sensual, pasaste la esponja por su espalda pero no terminaste. Esa piel tan tersa y olorosa te enardeció. Lanzaste la esponja y empezaste a desabotonar tu pantalón mientras penetrabas tus dedos a través de su selva negra. Ella no lo evitó pero si te preguntó sobre lo que tú querías hacer con ella, y tú le contestaste acalorado que la quería follar, y ella te dijo que no, que prefería que tú le hicieras el amor, pero tú estabas demasiado encendido para hablar de follar o de amar, y bajaste por completo el pantalón, y los calzoncillos, y...
Pedro le cortó.
—Has cometido un error —dijo. —Cuando ella me pidió que quería hacer el amor, la comprendí, entendí que ella no sólo quería un simple deleite entre sus pudores y los míos, sino que necesitaba más que penetración y besos pasajeros, cariño, amistad, ternura que fue lo que a partir de ese momento traté de entregarle.
—Bueno, —dijo el hombre, la cuestión no está en follar o hacer el amor sino que te quedaste prendado de ella, al final de una larga jornada de sexo ella se durmió sobre tu brazo derecho con parte de su melena encima de tu pecho; cuando despertaste no estaba y jamás la volviste a ver. Solo te quedaste con el olor de la azucena que permanecerá por siempre en tu sobretodo, por eso has venido, a buscarla.
—Hice el amor con ella sobre la alfombra, —se defendió Pedro, —durmió tal y como dices, al despertar, no estaba. Hasta ahí estás en lo cierto, pero salí a la calle abotonándome la camisa y corrí como un desesperado hasta el parque donde me esperaba, porque me lo dijo “Te esperaba para decirte que volveré esta noche si es de tu gusto”. y le dije que si, y me repitió “Pues espérame.” Y regresó esa noche y todas las noches de todos los días durante semanas y meses, hasta que una mañana me dijo que al otro día no la esperara, que no volvería, que su campo de magnolia le llamaba porque hacia tiempo que no se acunaba bajo el fulgor de la luna encendida, ni caían sobre sus hombros los pajarillos de cartón azulado. Le hacían falta, me dijo, como estaba segura que le haría falta yo. Y no regresó ni al otro día, ni al día siguiente, ni a la semana, y por eso visité todas las jardinerías que encontré en la guía telefónica, para indagar cada pueblo del Este donde hubieran campos de magnolias, y los visité todos, éste es el último.
—Al parecer no te comportaste con ella como hicieron los otros, si es como dices, —indicó el hombre de verde, sorbiendo un largo trago de cerveza. —de todas maneras, yo que tú, no entro, y si lo haces mi deseo es que la encuentres. —finalizó.
Y entró. No bien había recorrido unos cuantos metros cuando sus ojos se extasiaron ante una extensa y ensortijada llanura sembrada de magnolias de variadas especies. Corrió por el campo como un chiquillo, buscaba palpitante de alegría alguna pista que la llevara a ella pero no encontró mas que magnolias de flores blancas brillantes en todo su derredor. Cansado, se recostó sobre la hierba y decidió esperar la noche. En ese momento sintió que algo se posó sobre su hombro izquierdo, lo agarró, era un pajarillo como de cartón azul cielo, le acarició, lo puso en la palma de sus manos y salió volando haciendo zig zag en el aire como un gesto de alegría, fue cuando la temperatura de color del campo varió a un tono desusadamente luminoso, miró hacia arriba y pudo ver la luna como si estuviera hirviendo entre un color blanco sonrosado. Sin embargo, percibió un olor nauseabundo, como el hedor a animales podridos que brotan de algunos árboles y flores. En ese momento observó a algunos hombres y mujeres recogiendo semillas de color morado que ensartaban con esmero en finas lianas del mismo árbol. Entendió que ese no era su lugar en aquel vergel por lo que continuó caminando hacia el Este, hacia donde voló el pajarillo, hasta encontrar un río. Descubrió en lontananza cientos de pajarillos azules alborotando sobre una mata de magnolias y allá se dirigió chapaleando las suaves corrientes debajo de sus pies. Observó fascinado las flores amarillas y debajo un pequeño huerto de azucenas en flor. Intuía su presencia inmanente a esta parte del bosque, y de nuevo un pajarillo se posó sobre su hombro, esta vez no lo tocó porque al parecer el avecilla no quería que le tocara. Miró alerta hacia todos los ángulos del horizonte y no la vio. Se envolvió en el árbol como si estuviera abrazado a ella. Allí permaneció toda la noche, deslumbrado en la extraña luz de la luna. En la mañana, el pajarillo seguía sobre su hombro izquierdo, al parecer no quería abandonarlo. Cortó un par de tallos de las azucenas y un ramillete de magnolias amarillas y sin poder eludir la tristeza, regresó. El hombre de verde, junto al gago, lo esperaban, y entraron a la tasca a terminar las cervezas.
—¿La la la encontraste?, —preguntó el gago casi al unísono con el hombre de verde, sorprendidos ambos por el extraño pajarillo.
—Si, —contestó Pedro.
—¿Te te te laaastimó?
—Si, me lastimó, Gago, —jamás podré vivir sin ella.
Agradeció a ambos sus atenciones y regresó a su hogar. Colocó el pajarillo azul encima de su cama; plantó los tallos de azucenas en una maceta y acomodó el ramo de magnolias dentro de un florero en su mesita de noche. Un deseo poderoso, como una fuerza irresistible lo llevó a mirar por la ventana. El parque lucía desierto, pero borrosamente se vislumbraba alguien sentado en los escalones al lado de la estatua de la niña orinando. La tenue bombilla encima de la estatuilla mostraba que la figura llevaba una boina, al parecer, roja. Se frotó los ojos para ver mejor y pudo figurar que llevaba los pies descalzos.

Joan Castillo
©Derechos reservados.

SEGUIREMOS SIEMPRE PENSANDO EN TI, AMIGO JOAN. TE AÑORO

free b2evolution skin
16
Jun

El Olor de la Cebolla de Joan Castillo

"Joan nos ha dejado" Con esta frase amanecí ayer. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, una sensación que aún hoy tengo. El dolor de la pérdida de un amigo, de alguien con el que has compartido, aunque sea en la distancia, tanto, es indescriptible. Tal vez es esa misma lejanía la que le da a este hecho un toque surrealista, pues nunca se ha tenido la amistad del todo, me refiero a que faltaba el contacto, el verse, sentirse, llorarse, y reírse juntos.
Durante todos los años en los que lo conocí (desde el 2002), la vida siempre sentí que se hacía fácil en su presencia. Era cordial, encantador, afectuoso y muy buena persona. Tenía talento, y lo mejor de todo, no era dado a los alardes, simplemente era natural. Es por esa naturalidad que la mejor forma que tengo de homenajear al hombre, al amigo, al hermano, a Joan, es dejando un texto de su autoría, de esos que tanto nos gustan por buenos, para que lo leáis.
En este El Olor de la Cebolla, se palpa el amor y la admiración que sentía por nosotras, las mujeres. Es un cuento con un erotismo desbordante, sensual. Olores, sabores y sensaciones que se alían en una historia palpitante. Al terminar de leerlo, te da la impresión de que has ejercido de voyeur, y has disfrutado haciéndolo.

¡Ay Joan! ¡Cuánto te añoraremos!
Espero y deseo que su familia, y las personas que le han querido más allá de todo, como yo lo he querido, comprendan y acepten mis palabras, pues han surgido desde la admiración y el cariño que he tenido y siempre tendré hacia esta gran persona, este excelente escritor, este gran hombre que es y será Joan Castillo.

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

EL OLOR DE LA CEBOLLA

Hace ya tanto tiempo que la abandoné, a Ana, que no sé si hice bien en regresar. Me parece que nada ha cambiado. No hago más que acercarme a nuestra casona y ya siento el desagradable olor de los condimentos, ese olor a carne tostada por la cual hace dos años me fui; antes de entrar ya molesta mi olfato ese tufo mezclado de pescado frito y manzana fresca, el mismo hedor por el que una vez me quejé y sólo me dijo que podía largarme cuando quisiera. Y me marché, y ahora no sé porque volví.

Acabo de entrar y ya tengo el estómago revuelto con la hediondez a huevos fritos con mantequilla en escabeche de oréganos y pimentones que inunda la sala. No quiero, aunque se que terminaré sentándome en ese sofá que hiede a bacalao precocido. Tendré que acostumbrarme de nuevo a verla llegando de la carnicería con esos filetes de res chorreando sangre que tanto me asquean y el olor de la cebolla, ese olor protervo que desencajan mis ojos en un rojo encarnado que me produce lágrimas hirvientes y dolorosas. Prefiero no subir a nuestra habitación porque ya sé como aturdirá los nervios de mi nariz esa repugnante emanación de vainilla, hierbabuena y azafrán que golpea fuerte desde que abro la puerta.

Volví, y puedo reparar que ella está donde le gusta, en la cocina, y sé perfectamente lo que está cociendo ahora solo por el ruido que hacen las cacerolas, porque hasta eso aprendí, sé cuando está cocinando una paella, un guiso, un asado, tanto por el olor como por el ruido que hace con los tenedores, los cuchillos y los cucharones; así como interpreto al dedillo los olores, por igual aprendí a identificar en los ruidos que salen del cuarto de la grasa —como suelo llamarle— sus estados de ánimo. Porque Ana cocina silbando, cantando, tocando las ollas, las cucharas, y comiendo. ¡Que barbaridad! Ahora mismo sé que está untando los pastelillos de la miel que cubre su cuerpo desnudo, lo que significa que está contenta, que espera a alguien. ¿No será a mí? Quiera Dios que no cante su detestable estribillo: ¨Amo mi cocina, laralalalara, amo mis guisados, laralarala…

Creo que ella no se ha dado cuenta de que estoy aquí, sentado en este sillón donde tantas veces hicimos el amor rodeados de frutas y cajas de chocolates bendecidos por el fétido olor del arenque estofado. Parece ser que quise perderme porque no podía soportar la pestilencia de las zanahorias escaldadas, ¡como detesto el hedor de los pescados y mariscos hervidos! Y ¡como tiemblo cuando escucho los golpes secos de la cuchilla sobre la madera cuando descuartiza un pollo fresco! Y ¡como lo disfruta ella!. Quizás ahí pueda estar la clave de mi regreso, el que no pude reconocer, y aceptar a tiempo que la cocina es su credo y su única religión, a la que debí someterme.

—¿Quién está ahí?

¿Cómo diablo sabe que hay alguien aquí si entré disimuladamente porque quise darle una sorpresa? Nunca vi unas manos más hermosas que las de Ana y sin embargo no recuerdo haberlas visto desprovistas de ese hedor combinado de ajo, cebolla, pescado, o vegetales. Nunca pude acariciar esos senos tan hermosos sin tener que soportar la terrible peste del vinagre, y besarla a ella —es innegable— es como besar a una diosa por esa lengua tan suave y su saliva siempre tibia y agradable ¡Pero me maltrata ese aliento de fresa, de limón o de chocolate! Y que decir de introducir la lengua con todo y boca dentro de su gruta caliente como un volcán apagado a recoger las almendras y nueces previamente introducidas por ella como si de un juego se tratara…

Ella no sabe que soy yo quien estoy aquí, desconoce que regresé, y está donde siempre, con sus amores de siempre, me la imagino introduciéndose los guineos por los agujeros de su estrecha vulva y su ano, mientras disfruta con deleite el golpeteo de la cacerola hirviendo las habichuelas, y el movimiento de las carnes cuando penetra la cuchara, escucho sus manos lanzando la harina para hacer los bollitos, mientras se introduce el cucharón, aún caliente, por su vagina. Estoy seguro de ello porque me llegan como un eco sus siseos, sus gemidos suaves de satisfacción. Esos ecos —supongo— llegaron hasta mi tranquila isla y al parecer favorecieron mi decisión de regresar.

¡Antonio, sé que eres tú, recibiste mi carta y volviste!

Si, claro, su carta que leí ayer, pienso que si, que esa carta tuvo que ver con mi regreso tan inesperado, la carta… la carta… aquí está:-¨Querido Antonio, ¿porque no vuelves a encerrarte en mi sudario de vellos negros para observar desde nuestra ventana la mediocridad de mis vecinos con tu estaca atravesada entre mis nalgas? Te necesito, Antonio mío, necesito ver tu pañuelo tapando la nariz porque odia el olor a la cebolla de mis manos, mientras tu proyectil perfora mis extrañas como si buscara mi alma, o quizás la encontraste y te la llevaste amor mío. Te la llevaste a esas tierras lejanas dejando mis agujeros vacíos de ti, de la rudeza de tu bate de carne caliente apaleando mis hendiduras ¿Por qué amor? ¿Qué te hice que no fuera mezclar tu semen con bizcocho para alimentarme y de esa manera complacer tus más sanos deseos? Regresa, Antonio mío, regresa a introducirte entero entre mi cueva para que puedas observar la oscuridad que te aterra, y a comerte mis labios, y beberte mis caldos mientras trituro y acaricio con mi lengua las fresas del otoño. Aún te quiero, Ana.¨

¡Antonio, coño, no te hagas el de rogar, sé que estás ahí, volviste como todos!

¨!Como todos!¨. Sí, todos regresan a Ana, todos, hembras y varones, regresaron como regresé yo. Y seguro estarás pensando hacerme lo que a ellos, lamer sus nalgas después de 30 días sin bañarse, recoger a lengüetazos y beber sus sudores de ajo, de cebolla y de mugre. Eso les hizo a todos, a varones y hembras que hoy la reniegan, y eso tratará de hacerme a mí: Meterme un rábano por el culo para chuparlo y comerlo mientras acaricia mis testículos; empujar un huevo hervido en su vagina para que yo lo saque con mi lengua, lo pele con mi boca y no los comamos entre ambos sin utilizar las manos. Es lo que ha hecho con todos y por eso la temen.

¨!Como todos!¨. Por eso la carta, me imagino que esa misiva se la hace a todos, y me llama a la cocina para hacer el amor sentados en la estufa con sus hornillas encendidas ¿Cuántas nalgas de hombres y mujeres habrán salido de esa cocina achicharradas? Desea la cocina para escuchar el aceite hirviendo y combinarlo con el sonido de mi sangre que también hierve cuando se sienta encima del refrigerador, abre sus piernas y con sus dedos abre sus labios para mostrarme el último reducto de su intimidad, se introduce un vino de cocina entero y agarra mi cabeza con dos cucharones y me obliga a beberlo hasta la última gota.

¡Antonio, coñazo, si deseas puedes irte por donde mismo llegaste!

¿Podré irme? ¿Tendré fuerza para abrir esa puerta, o la abriré y después no podré llegar al aeropuerto? ¿No habré regresado para comprobar el insólito placer que disfrutaron sus anteriores amantes cuando orina en sus bocas abiertas llenas de galletitas y luego le restriega su vulva para comprobar que se tragaron hasta la última pizquita? ¿Acaso no volví para conocer el secreto placer de sentir un cigarrillo encendido en mis testículos mientras Ana acaricia mi pene atado con hojas de vergel y de albahacas mientras me obliga a degustar un bistec encebollado? ¿O para ser colgado con la cabeza hacia abajo para azotar mis nalgas con un plátano hasta que el dolor produzca una erección a mi falo y un posterior orgasmo? ¿O para que yo recoja con mi lengua las hormigas feroces que coloca en sus nalgas mientras aprieto su cuello hasta dejarla sin aliento? ¿No es eso lo que quiero? ¿Carne al carbón con mermelada de ajíes? ¿O que me baje al sótano amarrado y desnudo para que horrorizado, me huelan y laman sus lobos hambrientos? ¿Acaso no fue la búsqueda de esos dolorosos placeres por lo que regresé? ¿O acaso la amo?

¡Antonio, coño, acábate de ir y déjame para siempre!

De nuevo me llega ese maldito vaho de la cebolla y de nuevo no sé porque estoy aquí. Pero no puedo negar que me embriaga, me dejo envolver de esos olores apestosos de huevos, rábanos y apios guisados…y cebolla; y camino –no lo puedo evitar- Me dejo ir en pasos cortos y titubeantes hacia esa cocina donde no hay duda que me espera una experiencia perversa e inevitable.

Y la encuentro, a Ana, como siempre, en un rinconcito, descalza, frágil como una muñequita de porcelana desnuda, titiritando de frío y de miedo, con un racimo de uvas blancas que muerde con tanta impaciencia que algunas caen en su regazo y se humedecen de sus lágrimas; me descubre y penetra sus grandes ojos azules en los míos en una mirada carente de sensualidad, pero con un deseo enorme de ser amada afectuosamente, decentemente.

Mientras el rugir de las ollas me asegura un suculento manjar de bienvenida… me pierdo en los universos de su vorágine… en el olor de la cebolla.

Como los otros: varones y hembras.

©Joan Castillo
28 de Noviembre 2005

Podéis leer más creaciones de Joan Castillo en los siguientes enlaces:

http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/joancastillo/
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/06/22/barna-075-jpg
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/06/17/pb260210-jpg
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/01/10/image065-2-jpg
http://marimorgana.blogspot.com/2010/06/joan-castillo-no-te-has-ido-del-todo.html
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/monelle/2009/07/17/jazz-en-el-infierno-de-joan-castillo
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17949/el-olor-del-cuchillo
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17848/la-ira-de-la-serpiente
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17569/venganza-ciega
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16895/la-soga
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16378/una-persecucion-implacable
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17950/los-guardianes-del-bosque
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17877/la-mercancia
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16894/la-chica-del-campo-de-magnolias
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16377/mi-nombre-es-rencor

Amigo Joan, allá donde estés deseo que seas feliz. Te quiero mucho.

free b2evolution skin
29
Nov

Los girasoles. De Daniel Schallbetter

Si deseáis saber más sobre este artista Argentino, excelente pintor y mejor persona, aquí os dejo el link de su página web:

http://www.schallbetter.com.ar/

free b2evolution skin
17
Jul

Jazz en el infierno. De Joan Castillo

Es extraña la historia de ese pueblo perdido en el lejano Sur de la República Dominicana en pleno 2005. Las jóvenes y niñas de la última generación lo saben, conocen su destino, un día pasarán unos hombres que se enamorarán de ellas, las invitarán a salir y jamás regresarán, porque allá fuera está la gloria, el Edén; sin embargo, nadie, ni hombres ni mujeres que han salido de allí han regresado, pero tampoco ninguno de los emigrados ha enviado una carta, un mensaje. Por eso la expectación, el cuchicheo por el rugido del motor de un automóvil que se escucha lejano, acercándose como un rumor lúgubre. Lucían conmocionados ya que se perdía en el péndulo del tiempo la última vez que un ser humano ajeno a ellos pasó por esta aldea ubicada en el culo del mundo, como gustaban llamarle a su ubicación geográfica.

Santiago se imaginaba que el recién llegado se llevaría a las hijas adolescentes de Harry, quien no podía negarse ya que ningún mortal puede torcer el destino de un pueblo maldito, arruinado, y desamparado de la gracia de Dios, como no lo pudo torcer él cuanto hace unas dos décadas aquel hombre vestido de azul se llevó a pasear a Mariam, Elisabeth y Norma, sus tres hijas adolescentes, a quienes aún está esperando.

Se paró en el porche de la ventana y observó al forastero, quien a pesar del enorme sombrero y el sobretodo azul que casi le llegaba a ras de tierra reconoció en él a Tomás, el prestamista, jamás pensó que lo encontraría ya que fue precisamente por culpa de él, es decir por la deuda que no podía pagarle, que hace unos 35 años dejó la capital, Santo Domingo, para internarse en este macondo tropical, en virtud de lo cual se adelantó:

Tommy, soy yo, Santiago el Gringo, aún no puedo pagarte, tendrás que seguir esperando.
Ya me pagaste Gringo ¿Acaso no recuerdas? Me pagaste, repitió, ¿Por qué he de cobrarte de nuevo?
—-Mientes, nunca te pagué, contestó con la misma contundencia.
Me pagaste. Además no he venido aquí a discutir deudas ni nada que se le parezca. He venido a escuchar jazz con las mujeres más lindas del mundo, y vine a invitarte porque sé como disfrutas del jazz.
-¿Recuerda nuestras veladas con Miles, Coltrane y Mancini? Me informaron que se pueden escuchar en vivo en las barcas del viejo puerto.

Pues claro, claro, y el “Misty” de Ella y el Duke, el “Mambo Swing” de Goodman, -contestó Santiago, extrañado de cómo Tomás había dado con él, y de las barcas del puerto, ya que a su entender el viejo astillero no tenía actividad desde unos cincuenta años atrás.

Pero Tomás insistió y le habló del sexo libre, de las barcazas atestadas de las mujeres más hermosas de la tierra, de las bebidas más costosas, de tuberías terminadas en grifos que contenían cervezas de todas las marcas, piscinas de coñac; le afirmó que en aquel nuevo Edén colgaban de los árboles pipas gigantescas de opio y marihuana así como jeringuillas de todos los tamaños para la administración de morfina, cocaína y derivados, y jazz de los grandes en todos los ángulos del embarcadero. También Le afirmó que todo era gratis porque a un hombre sólo se le permitía entrar allí una sola vez en la vida.

Santiago, como es de suponer, no le creyó ni media palabra, pero decidió ir con él pensando encontrar a sus tres hijas que nunca regresaron, de manera que se despidió de su mujer y sus hijos, suministrándole la certeza de que volvería, y salió junto con su antiguo compañero de parrandas y orgías rumbo al viejo ancladero a la búsqueda de un goce que de antemano reconocía concebido por la mente delirante de Tomás.

Sin embargo un sentimiento de emoción placentera le embargaba cuando miraba a Tomás guiando sin dejar de cantar alegremente un rock antiguo de Priscilla Rollins al tiempo que chocaba sus manos rítmicamente contra el guía. Al doblar la vieja carretera que conducía al puerto abandonado recibió su primera sorpresa. La avenida había sido recién asfaltada, las potentes luces de neón de las isletas del centro daban la sensación de que era el mediodía, las barreras laterales la constituían tubos galvanizados de color amarillo que por su brillo parecían haber salido de la fábrica ese mismo día. Ningún peón de la aldea, recordó, había trabajado en el área de construcción por muchos años.

Empezó a temer, pero al llegar al puente una vez más le embargó el sentimiento de felicidad al observar a los barquichuelos que parecían de pescadores, una barcaza grande donde se observaban borrosamente parejas danzando, lanchas de motor fuera de bordas que despedazaban las aguas en violentas rompientes, cepillando el aire con su velocidad y dejando rastros espumantes de vitalidad. Lo único que hasta el momento le perturbaba un poco eran los barcos y viejos buques que desfilaban sin hacer ruido como si carecieran de motores o los tuvieran apagados, y el sol, un sol extraño rojinegro apagado, y la sensación de que detrás de la tupida floresta verde obscura se escondían entidades ominosas.

Pero era sólo eso, una impresión, porque al cruzar el puente se conmovió de tanta belleza; una gran cantidad de ríos y riachuelos desembocaban en el río principal, los árboles, el paisaje todo parecía dibujado y en lontananza el océano que parecía un gran espejo azul ribeteado de espejuelillos espumantes; el ambiente musical se sentía en lo más íntimo del alma, trompetas, violines, fagotes, oboes, acariciaban el oído al son de una música salerosa. Sin embargo hasta ese momento el primer ser humano que observó fue el niño rubio, sin camisa, enredado en lo que parecía un trombón, que se interpuso en el camino para tocar una melodía triste, casi tétrica lo que produjo que mirara interrogante a Tomás, quien sonrió diciéndole: — Es nuestra bienvenida.

Efectivamente, tres mujeres desnudas, las más hermosas que sus ojos habían visto alguna vez llegaron hasta él, le tomaron de la mano y lo acostaron en un chair long, lo desnudaron suavemente y al ritmo de “its a wonderfull World” de Armstrong, juguetearon con todos sus utensilios íntimos, mientras la rubia de ojos azules le acariciaba el rostro con su enorme lengua, la morena de ojos y busto grandes mimaba el área de su pecho mientras la negra mas hermosa que jamás imaginara bailaba tan lentamente como el ritmo de la tonada de Armstrong dentro de su falo erguido como cuando rozaba la adolescencia.

Luego llegaron, igualmente desnudas dos hembras más, cargada una de un cesto colmado de frutas, las que iba colocando en su boca una por una, mientras la pelirroja le ofrecía calimetes sujetos a copas con bebidas que no había saboreado ni en sueños. La morena, la rubia y la negra se turnaban con su diamante, mientras las dos nuevas también se alternaban restregando tibiamente sus vellos y labios anteriores en su bigote bajo la voz sensual de Ella Fitzgerald y su “Blues Skies”.

Las cinco chicas derretían sus apetencias en su cuerpo que anhelante se sumergía en aquel océano de ardores desconocidos. Era tanta la pasión, tanto los divinos goces que experimentaba que no deseaba un orgasmo, lo que quería era alargar ese momento tan memorable, y por eso trató de pensar en algo serio como sus hijas desaparecidas, por lo que miró al derredor buscando encontrar algún elemento desagradable y lo que encontró fue innumerables chicas hermosas de todas las razas masturbándose en todas las posiciones, se introducían dedos y consoladores de todos los colores y tamaños en unos gemidos tan sensuales que a veces bloqueaban al “Salt Peanuts” de Dizzie Gallespie que sonaba en aquellos momentos.

No pudo más, su cuerpo se tensó, sus nervios se englobaron como si fueran a reventar y en un gemido que estremeció la selva limítrofe se recogió en una posición que pareciera como si de su figura sólo hubiera quedado la piel. Exhausto, miró a su alrededor y allí estaban todas dispuestas a servirle, y otras que habían llegado por la noticia de la llegada de ese hombre nuevo.

Sorbió un trago raro pero exquisito y fumó una pipa que le fue ofrecida por la pelirroja; la rubia enredó sus rosados labios dentro de su boca deslizándole una fruta de un sabor tan suave como excitante, su pene volvió a encenderse, y delirante tomó la iniciativa e indistintamente penetró los agujeros de aquellas hembras que se saboreaban de placer abriendo sus intimidades ante este hombre poderoso, dueño de un palo enorme e inagotable así como de la capacidad y calidad incomparable de acariciar sus partes íntimas.

Parecía un desequilibrado repartiendo penetraciones en aquellas sensuales nalgas abiertas para él, y se creía un Dios al escuchar aquellas guapas mujeres gemir de satisfacción ante el hundimiento vehemente de su estaca y las sensaciones que le producían su lengua infatigable, y bajo la voz inconfundible de Etta James “At Last” produjo un grito que movió las aguas del arroyuelo mas cercano en un nuevo orgasmo prodigioso.

Aún no se había recuperado cuando una despampanante morena de senos enormes y pubis colmado de vellos sedosos le tomó de la mano, parándole suavemente con el propósito de darle un paseo por el río, a lo que él se resistió:

No, prefiero quedarme aquí, por el Jazz, -le pidió.

El jazz está en todas partes, mi querido, -afirmó la hermosísima mujer quien dijo llamarse Andrea, agarrándole de la mano, subiendo con él a una de las barcazas que llevaban orquestas. Si sus percepciones no le engañaban era el propio Herbie Hancock en persona quien dirigía la Banda, y bajo la cadencia de “Tell me a Bedtime Story” todos en aquel barco hacían el amor.

Andrea le tomó suavemente por sus sienes e introdujo su rostro entre sus dos grandes melones, luego le dirigió a chupar cada uno de sus redondos pezones marrones, estaba de nuevo enardecido ya que sintió su pene que alcanzaba su mayor tamaño, sin embargo se molestaba con una adolescente que en la gran excitación con su pareja chillaba de manera extravagante y molestosa. No tuvo mucho tiempo para fastidiarse ya que Andrea, siempre dirigiéndole con las manos en sus sienes, se sentó en un taburete abrió sus piernas lo más que pudo y dirigió su cabeza hacia el centro de su poder aterciopelado.

Disfrutaba acariciando aquella mujer tan atractiva, lamiendo sin dejar de mirar de reojo las demás parejas que no paraban de acariciarse y penetrarse por todos los agujeros. Los músicos de Hancock, comprobaba, no miraban a ningún lado, tocaban como si estuvieran en el paraíso, sin embargo le seguían molestando los aullidos de excitación de la chiquilla, por lo que se excusó con Andrea, quien le dispensó el permiso para conversar con la chica que lo irritaba.

Señorita, ¿no podría usted por favor, aminorar sus chillidos, le solicitó, al tiempo de verificar que aquellos ojos verdes claro le parecían conocidos.
¿Papá? la chica buscó rápidamente una toalla y se tapó, -¿papa? ¿Eres tú? -dime que sí, dime que viniste a rescatarnos?
Se quedó embelesado, era Norma, la menor de sus hijas, pero habían pasado casi 20 años y ella no había envejecido.
¡Elisabeth! ¡Papi esta aquí, llegó a rescatarnos! -voceó Norma y una preciosa adolescente desnuda quien en ese momento acariciaba el pene de un negro musculoso, buscó igualmente una sábana para cubrirse y de unos cuantos pasos llegó hasta donde él, quien recordó ruborizado que también estaba desnudo.

Sintió vergüenza delante de sus hijas, e igualmente se cubrió. Había encontrado a Norma y Elisabeth, faltaba Mariam. –Ella está en la barca de Benny Goodman, Papi, -dijo Norma empujando una palanca de mango verde que bajó lentamente una de las lanchas que había visto a su llegada a aquel extraño lugar.

Remontaron río arriba hasta alcanzar un enorme barco tipo crucero de donde se oía perfectamente la dulce “Moonligh Serenade” de Goodman, subió la escalerilla y de nuevo sintió la vergüenza de ver a Mariam con un hombre debajo y otro que la penetraba por detrás, lo que no fue óbice para sacarla de allí llorosa de la alegría por el hecho de ver nuevamente a su padre y de vislumbrar por primera vez su libertad.

Dirigieron la lancha de nuevo río arriba en busca de Tomás a quien encontraron en una playa con unas seis muchachas que le bañaban y acariciaban: —Tomás, -dijo con vehemencia, —tenemos que salir de aquí, -notando que sus hijas escondían sus rostros de Tomás.

Es imposible Santiago ¿Acaso no has oído Hotel California de Eagles? preguntó Tomás, hasta cierto punto sorprendido.
Ya sabes que no me gusta el Rock.
Pues oye, allí viene la barca de Eagles, es la única tonada que tocan aquí. ¡Escúchala! dijo Tomás resignadamente.

Algunas notas de aquella melodía pretérita endulzaron sus oídos:

'Relax,' said the night man,
We are programmed to receive.
You can checkout any time you like,
but you can never leave...!

No quiso escuchar, esa canción la había estado oyendo desde que era un mozalbete, remontó de nuevo el río buscando la ruta donde habían parqueado la Todo terreno pero sólo encontraron al chico del Trombón quien le señaló el bosque que tanto le temía.

Esa selva daba miedo, pero le era obligatorio entrar por la necesidad de localizar la camioneta que lo sacaría de allí junto a sus hijas. Ingresó e inmediatamente empezó a temblar de los escalofríos que le producían unos lamentos lúgubres, aullidos aterradores y gemidos orgásmicos como de miles de almas en penas, pero la encontró. Parecía como si hubiera chocado frontalmente con un camión. Estaba totalmente destrozada y aún se veían dos cuerpos en su interior. Sólo reconoció el de él.

Al salir de allí oyó la canción predilecta de su artista preferido: “Tenderly” de Chet Baker, pero esta vez el sonido de la trompeta le parecía al de la corneta del diablo. Ya sabía que estaba en el infierno, pero ¿y sus hijas? ¿Por qué estaban allí? ¿Y el otro hombre en la camioneta que no era Tomás? ¿Por qué sus hijas escondieron sus rostros cuando hablaba con Tomás?

Decidió entrar a la espantosa selva de nuevo, bajó por el terraplén hasta donde estaba la camioneta destruida y miró el rostro de cerca del joven que le acompañaba, también observó la chapa de la camioneta “Santo Domingo, 1985”. Y comprendió que en verdad había pagado la deuda con creces, comprendió también y se apenó de la vergüenza de sus hijas ante Tomas. Salió de allí muy turbado.

En esta ocasión sus hijas no le esperaron, caminó alerta hasta alcanzar a ver al chico del trombón desnudo, con su cuerpo tan adherido al de Norma que parecían uno sólo; más adelante sobre la arena blanca observó, ya sin sorprenderse, a Mariam quien acostada recibía la lengua de Elizabeth sobre sus pezones adolescentes, mientras sus dedos entraban y salían presurosos del oscuro interior de su hermana.

Sintió nauseas, y cabizbajo dio la espalda, pero de repente sintió la necesidad vital de continuar la tarea que había empezado con Andrea, y al escuchar que de nuevo se repetía “its a Wonderful World” supo de inmediato que odiaría el Jazz para toda la vida… o para toda la muerte.

©Joan Castillo

Podéis leer más creaciones de Joan Castillo en los siguientes enlaces:

http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/joancastillo/
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/06/22/barna-075-jpg
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/06/17/pb260210-jpg
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/chajaira/2010/01/10/image065-2-jpg
http://marimorgana.blogspot.com/2010/06/joan-castillo-no-te-has-ido-del-todo.html
http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/monelle/2010/06/16/el-olor-de-la-cebolla-de-joan-castillo
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17949/el-olor-del-cuchillo
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17848/la-ira-de-la-serpiente
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17569/venganza-ciega
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16895/la-soga
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16378/una-persecucion-implacable
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17950/los-guardianes-del-bosque
http://www.grupobuho.es/biblioteca/17877/la-mercancia
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16894/la-chica-del-campo-de-magnolias
http://www.grupobuho.es/biblioteca/16377/mi-nombre-es-rencor

free b2evolution skin
18
May

El otro yo. De Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

"El otro yo" de Mario Benedetti Cuento extraído del libro "La muerte y otras sorpresas"

free b2evolution skin
12
May

Muerte heroica de Charles Baudelaire

Fanciullo era un admirable bufón, casi un amigo del príncipe. Mas, para las personas consagradas a lo cómico por profesión, lo serio tiene atractivos fatales, y por raro que pueda parecer que las ideas de patria y de libertad se apoderen despóticamente del cerebro de un histrión, un día Fanciullo tomó parte en cierta conspiración tramada por algunos señores descontentos.
En todas partes hay hombres de bien que denuncian al Poder los individuos de humor atrabiliario, que quieren desposeer a los príncipes y operar, sin consultarla, la mudanza de una sociedad. Los señores en cuestión fueron detenidos, y con ellos Fanciullo, y condenados a muerte cierta.
Gustoso creería yo que al príncipe llegó a enfadarlo aquello de encontrar entre los rebeldes a su comediante favorito. El príncipe no era ni mejor ni peor que los demás; pero una sensibilidad excesiva le hacía en muchos casos más cruel y más déspota que todos sus semejantes. Apasionado por las bellas artes, y además entendido en ellas como pocos, mostrábase verdaderamente insaciable de placeres. Harto indiferente con relación a los hombres y a la moral, artista verdadero en persona, no conocía enemigo más peligroso que el aburrimiento, y los esfuerzos raros que hacía para huir de este tirano del mundo o vencerle le hubieran atraído ciertamente, por parte de un historiador severo, el epíteto de monstruo, si hubiera dejado que en sus dominios se escribiese algo que no tendiera únicamente al placer o al asombro, que es una de las más delicadas formas del placer. La gran desdicha de aquel príncipe fue no tener nunca un teatro suficientemente vasto para su genio. Hay Nerones jóvenes que se ahogan en límites sobrado estrechos; los siglos por venir han de ignorar siempre su nombre y su buena voluntad. La Providencia, imprevisora, había dado a aquél facultades mayores de sus estados.
Corrió de repente la voz de que el soberano quería otorgar gracia a todos los conjurados; y origen de tal rumor fue el anuncio de un gran espectáculo en que Fanciullo había de representar uno de sus papeles principales y mejores, y al que asistirían también, según informes, los caballeros condenados; signo evidente, agregaban los espíritus superficiales, de las tendencias generosas del príncipe ofendido.
Por parte de un hombre tan natural y voluntariamente excéntrico, todo era posible, hasta la virtud, hasta la clemencia, sobre todo si pensaba encontrar en ella placeres inesperados. Mas para los que, como yo, habían podido penetrar más adentro en las profundidades de aquella alma curiosa y enferma, era infinitamente más probable que el príncipe quisiera juzgar del valor de los talentos escénicos de un hombre condenado a muerte. Quería aprovechar la ocasión para hacer un experimento fisiológico de interés capital, y comprobar hasta qué punto las facultades habituales de un artista podían alterarse o modificarse ante la situación extraordinaria en que él se encontraba; después de esto, ¿existía en su alma una intención más o menos resuelta de clemencia? Punto es éste que jamás ha podido aclararse.
Llegó, al cabo, el gran día, y la reducida corte desplegó todas sus pompas; difícil sería concebir, sin haberlo visto, cuántos esplendores puede ostentar la clase privilegiada de un Estado con recursos restringidos en una verdadera solemnidad. Aquélla era doblemente verdadera; lo primero, por la magia del lujo desplegado, y después, por el interés moral y misterioso que llevaba consigo.
Maese Fanciullo sobresalía, ante todo, en los papeles mudos, o poco cargados de palabras, que suelen ser los principales en esos dramas de magia, cuyo objeto es representar simbólicamente el misterio de la vida. Entró en escena con ligereza y con perfecta soltura, y ello contribuyó a fortalecer en el noble auditorio la idea de benignidad y de perdón.
Cuando de un comediante se dice: «Ese es un buen comediante», se echa mano de una fórmula que implica que, tras el personaje, se deja adivinar el cómico, es decir, el arte, el esfuerzo, la voluntad. Pues si un comediante llega a ser, con relación al personaje que está encargado de expresar, lo que las mejores estatuas antiguas, milagrosamente animadas, vivas, andantes, videntes, podrían ser, con respecto a la idea general y confusa de belleza, ése sería, a no dudar, caso singular y totalmente improvisto. Fanciullo fue aquella noche una perfecta idealización, que era imposible no suponer viva, posible, real. El bufón iba, venía, reía, lloraba, entraba en convulsión, con una indestructible aureola en derredor de la cabeza, aureola invisible para todos, pero visible para mí, que unía en extraña amalgama los rayos del arte con la gloria del martirio. Fanciullo introducía, por no sé qué gracia especial suya, lo divino y lo sobrenatural, hasta en las bufonadas más extravagantes. Tiembla mi pluma, y lágrimas de emoción siempre presente se me suben a los ojos cuando intento describiros aquella inolvidable velada. Demostrábame Fanciullo, de manera perentoria, irrefutable, que la embriaguez del arte es más apta que otra cualquiera para velar los terrores del abismo; que el genio puede representar la comedia al borde de la tumba con una alegría que no le deje ver la tumba, perdido como está en un paraíso que excluye toda idea de tumba y destrucción.
Todo aquel público, por estragado y frívolo que fuese, pronto sintió el omnipotente dominio del artista. Nadie soñó ya en muerte, luto o suplicio. Cada cual se abandonó, sin inquietud, a los placeres múltiples que da la vista de una obra maestra de arte vivo. Las explosiones de gozo y admiración sacudieron varias veces las bóvedas del edificio con la energía de un trueno continuo. Hasta el príncipe, embriagado, mezcló su aplauso al de su corte.
Sin embargo, para los ojos clarividentes, su embriaguez no carecía de mezcla. ¿Sentíase vencido en su poderío de déspota? ¿Humillado en su arte de atemorizar corazones y embotar ánimos? ¿Frustrado en sus esperanzas y afrentado en sus previsiones? Tales supuestos, no exactamente justificados, pero no en absoluto injustificables, cruzaron por mi mente mientras contemplaba yo el rostro del príncipe, en el que una palidez nueva iba a juntarse sin cesar con su habitual palidez, como nieve sobre nieve. Apretábanse cada vez con más fuerza sus labios, y sus ojos se iluminaban con fuego interior, semejante al de los celos y al del odio, hasta cuando aplaudía ostensiblemente los talentos de su antiguo amigo, el extraño bufón, que tan bien bufoneaba con la muerte. En determinado momento vi a su alteza inclinarse hacia un pajecillo, colocado detrás de él, y hablarle al oído. La cara traviesa del lindo muchacho se iluminó con una sonrisa, y salió vivamente después del palco principesco, cual si fuera a cumplir un encargo urgente.
Pocos minutos más tarde, un silbido agudo, prolongado, interrumpió a Fanciullo en uno de sus mejores momentos, y desgarró a la vez oídos y corazón del artista. Del sitio de donde había brotado aquella inesperada desaprobación, un muchacho se precipitaba al pasillo ahogando la risa.
Fanciullo, sacudido, despertando de su sueño, cerró primero los ojos, los volvió a abrir casi enseguida, agrandados desmesuradamente, abrió luego la boca como para respirar convulso, vaciló un poco hacia adelante, otro poco hacia atrás, y cayó después muerto de repente en las tablas.
El silbido, rápido como el acero, ¿había frustrado en realidad al verdugo? ¿Había el príncipe mismo advertido toda la homicida eficacia de su treta? Permitida está la duda. ¿Tuvo sentimiento por su querido e inimitable Fanciullo? Dulce y legítimo es creerlo.
Los caballeros culpables habían gozado por última vez del espectáculo de la comedia. Aquella misma noche fueron borrados de la vida.
Desde entonces acá, varios mimos, justamente apreciados en diferentes países, han venido a representar ante la corte de ***, pero ninguno de ellos ha podido reanimar los maravillosos talentos de Fanciullo ni levantarse hasta el mismo favor.

*Muerte heroica Extraído del libro de Charles Baudelaire El Spleen de París

free b2evolution skin
7
Feb

Séptima, encantadora. De Marcel Schwob

Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava, y la madre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas y obscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchitas que arrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro, y las puntas de sus dedos pintadas; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente. Así iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.
Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y así como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. Es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepentas que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo, no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.
Séptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextilio. Y cuando el temblor púrpura aferró al aire de la tarde, salió por el camino que va desde Hadrumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los enamorados beben vino de dátiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente baja una larga losa cortaba su mirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevaba todavía el vapor de los aromas en que la habían empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes pálidos y turbios incrustados. Soñaba eternamente en su sueño estéril con las cosas que no había conocido.
Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a la guirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasión brotó:

-Oh, hermana mía, apártate de tu sueño para escucharme. La pequeña lámpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apagó. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collar se rompió y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza te posee. Escúchame, pues tú tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale a Anteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. ¡Oh, Foinisa! O llévanos a los dos a la morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anteros que enfríe nuestros alientos si le niega a Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libación de mi voz. ¡Ashrammachalada!

Inmediatamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra mostrando los dientes.
Y Séptima, avergonzada, corrió por entre los sarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció en compañía de los muertos. Espió a la luna fugitiva. Ofreció su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del día. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrás de ella.
Mientras tanto, Foinisia, rígida, erraba por los circuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón en la cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisia no pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocía el deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadáveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran por las calles de Hadrumeto.
Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación surcado de rombos. Y Foinisia, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sentó a su lado.
Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero su corazón desecado había sido puesto de nuevo en su pecho.
Y en ese momento Eros luchó contra Anteros, y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisia. En seguida deseó el cuerpo de Sextilio, para que estuviese acostado entre ella y su hermana Séptima en la casa de las tinieblas.
Foinisia posó sus labios tintados en la boca viva de Sextilio y la vida escapó de él como una burbuja. Después se encaminó a la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima, dormida, se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisia y el abrazo de Foinisia hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextilio. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las potencias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.
Sextilio está acostado en la necrópolis de Hadrumeto, entre Séptima, la encantadora, y su hermana virgen Foinisia. El texto del encantamiento está inscripto en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora deslizó por el conducto de las libaciones en la tumba de su hermana.

*Extraído del libro "Vidas imaginarias"(1896) de Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905)

free b2evolution skin
26
Ene

Los Funerales de Xiang Ti De Ricardo Acevedo



(A CRSU)

Le llegó la muerte a Xiang Ti justo el mismo día que se terminara de construir su tumba.
Malos presagios vio el mago de la corte y así lo hizo saber el nuevo Monarca.
-"Veinte mil obreros trabajaron horadando las montañas gemelas, otros diez mil artesanos la enriquecieron con su arte y la transformaron en fortaleza inexpugnable... Pero conocen el secreto de sus trampas y tarde o temprano profanarán los venerables restos de vuestro ancestro."
Enfurecido ante tal hecho el Nuevo Emperador impartió precisas órdenes y al otro día la devastadora acción del veneno se podía ver en los treinta mil rostros.
Pero el Rey fue más precavido y pensó en los pueblos vecinos y en los embajadores de rostros inquisidores.
Para cumplir la orden un secreto ejército ejecutó la selecta matanza, degollándose entre ellos al final.
Ahora las calles están vacías de cantos y chismes. Nadie vigila las puertas del Castillo, en el Gran Salón (ahora transformado en patíbulo) danzan la sombra satisfecha del Nuevo Rey.

Ricardo Acevedo E.

free b2evolution skin
21
Ene

Pilar Edo. Pintora, amiga

Pilar Edo inaugura el día 22 jueves, a las 8 de la tarde en el Centro Municipal de Cultura (C/Antonio Maura,4) de Castellón, y tendrá expuestos sus cuadros desde el 22 de enero al 7 de febrero de 2009.

Si las DiosAS quieren...


Madre nuestra que estas en los Cielos, Santifica este baño con el que el Arte limpia tu alma Divina

Hágase de mí voluntad la vuestra y compartamos el Pan fruto de nuestro pasado para nuestro presente y por nuestro futuro...


... Allí Diosas y Dioses se darán encuentro con las madres de la tierra y los cielos... Santificando el Arte femenino
Atraeremos los reinos a voluntad de nosotras, las mujeres,
y del mejor fruto celestial haremos un placer compartido con los Dioses y Diosas de carne y hueso.

Amén.

Os espero, si DiosA quiere...

free b2evolution skin
14
Dic

LLUVIAS de Ricardo Acevedo

Llueve sobre las estrellas

formándose charcos en espiral

hilos-vida infinita

que nos conducen siempre

a través del Tiempo

madurando mangos

limpiando calles

inundado mundos habitables

porque sus gotas son eternas

©Ricardo Acevedo E.

free b2evolution skin
3
Nov

La invitación al viaje. De Charles Baudelaire

Hay un país soberbio, un país de Jauja -dicen-, que sueño visitar con una antigua amiga. País singular, anegado en las brumas de nuestro Norte, y al que se pudiera llamar el Oriente de Occidente, la China de Europa: tanta carrera ha tomado en él la cálida y caprichosa fantasía; tanto la ilustró paciente y tenazmente con sus sabrosas y delicadas vegetaciones.

Un verdadero país de Jauja, en el que todo es bello, rico, tranquilo, honrado; en que el lujo se refleja a placer en el orden; en que la vida es crasa y suave de respirar; de donde están excluídos el desorden, la turbulencia y lo improvisto; en el que la felicidad se desposó con el silencio; en el que hasta la cocina es poética, pingüe y excitante; en el que todo se te parece, ángel mío.

¿Conoces la enfermedad febril que se adueña de nosotros en las frías miserias, la ignorada nostalgia de la tierra, la angustia de la curiosidad? Un país hay que se te parece, en el que todo es bello, rico, tranquilo y honrado, en el que la fantasía edificó y decoró una China occidental, en el que la vida es suave de respirar, en el que la felicidad se desposó con el silencio. ¡Allí hay que irse a vivir, allí es donde hay que morir!

Sí, allí hay que irse a respirar, a soñar, a alargar las horas en lo infinito de las sensaciones. Un músico ha escrito la Invitación al vals; ¿quién será el que componga la invitación al viaje que pueda ofrecerse a la mujer amada, a la hermana de elección?

Sí, en aquella atmósfera daría gusto vivir; allá, donde las horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes hacen sonar la dicha con más profunda y más significativa solemnidad.

En tableros relucientes o en cueros dorados con riqueza sombría, viven discretamente unas pinturas beatas, tranquilas y profundas, como las almas de los artistas que las crearon. Las puestas del Sol, que tan ricamente colorean el comedor o la sala, tamizadas están por bellas estofas o por esos altos ventanales labrados que el plomo divide en numerosos compartimientos. Vastos, curiosos, raros son los muebles, armados de cerraduras y de secretos, como almas refinadas. Espejos, metales, telas, orfebrería, loza, conciertan allí para los ojos una sinfonía muda y misteriosa; y de todo, de cada rincón, de las rajas de los cajones y de los pliegues de las telas se escapa un singular perfume, un vuélvete de Sumatra, que es como el alma de la vivienda.

Un verdadero país de Jauja, te digo, donde todo es rico, limpio y reluciente como una buena conciencia, como una magnífica batería de cocina, como una orfebrería espléndida, como una joyería policromada. Allí afluyen los tesoros del mundo, como a la casa de un hombre laborioso que mereció bien del mundo entero. País singular, superior a los otros, como lo es el Arte a la Naturaleza, en el que ésta se reforma por el ensueño, en el que está corregida, hermoseada, refundida.

¡Busquen, sigan buscando, alejen sin cesar los límites de su felicidad esos alquimistas de la horticultura! ¡Propongan premios de sesenta y de cien mil florines para quien resolviere sus ambiciosos problemas! ¡Yo ya encontré mi tulipán negro y mi dalia azul!

Flor incomparable, tulipán hallado de nuevo, alegórica dalia, allí, a aquel hermoso país tan tranquilo, tan soñador, es adonde habría que irse a vivir y a florecer, ¿no es verdad? ¿No te encontrarías allí con tu analogía por marco y no podrías mirarte, para hablar, como los místicos, en tu propia correspondencia?

¡Sueños! ¡Siempre sueños!
, y cuanto más ambiciosa y delicada es el alma tanto más la alejan de lo posible los sueños. Cada hombre lleva en sí su dosis de opio natural, incesantemente segregada y renovada, y, del nacer al morir, ¿cuántas horas contamos llenas del goce positivo, de la acción bien lograda y decidida? ¿Viviremos jamás, estaremos jamás en ese cuadro que te pintó mi espíritu, en ese cuadro que se te parece?

Estos tesoros, estos muebles, este lujo, este orden, estos perfumes, estas flores milagrosas son tú. Son tú también estos grandes ríos, estos canales tranquilos. Los enormes navíos que arrastran, cargados todos de riquezas, de los que salen los cantos monótonos de la maniobra, son mis pensamientos, que duermen o ruedan sobre tu seno. Tú, los guías dulcemente hacia el mar, que es lo infinito, mientras reflejas las profundidades del cielo en la limpidez de tu alma hermosa; y cuando, rendidos por la marejada y hastiados de los productos de Oriente, vuelven al puerto natal, son también mis pensamientos, que tornan, enriquecidos de lo infinito, hacia ti.

Charles Baudelaire (París, 1821-1867) Extraído del Spleen de París.

free b2evolution skin
3
Oct

Muñeca de trapo. De Chajaira

Pudieran ser,
mis pecas de trapo
el brotar de tu risa,

Pudieran ser,
mis pestañas de lana,
el aletear de tus tripas.

Pero soy,
tu juguete encantado,
sentada en el cuadro
de la azul camisa.

®Chajaira

free b2evolution skin
27
Sep

Zumurrud. De Arturo Uslar Pietri

Os dejo con uno de mis cuentos preferidos de Arturo Uslar Pietri, venezolano, nacido en Caracas en 1906, galardonado en 1990 con el Príncipe de Asturias de Literatura.

Se da cuenta, "pero Alah es más sabio, que un pobre pescador llamado Eddin, humilde alma y ardiente devoto del profeta, con el alba había salido aquella mañana sobre el mar a echar las redes. Era pobre de toda pobreza, tan pobre como un guijarro en una charca.
Sobre Eddin había pasado el frescor de la aurora, cuando el mar era pálido como una lejanía de floresta; había caído el bochorno del mediodía tornando el agua de una coloración de zafiro denso; y. por último, le había sobrevenido el crepúsculo, cuando el océano era todo glauco con toques de cobre.
En la jornada había echado la red incansable y persistentemente, y entre las cuerdas húmedas no había visto platear ni una sardina. Estaba extenuado; un sudor frío le corría por la piel áspera. Desesperanzado, en la última penumbra de las luces del oca¬so, se resolvió a echar la postrera redada.
Pensaba en sus pobres hijos y en su mujer que no habían comido en todo aquel día, se imaginaba su regreso, cuando saliesen a recibirlo jubilosos y lo hallasen con las manos vacías, todo esto le apretaba el alma; así fue que irguiéndose en un último esfuerzo gritó a pleno pulmón: «En el nombre de AIah, el Clemente sin límites, el Misericordioso», y arrojó el artefacto a lo lejos, en la profundidad móvil.

Largo rato estuvo al acecho. Al fin tiró de las cuerdas y las sintió pesadas. Entre el tejido burdo emergió del agua una gran ánfora de bronce labrado que las luces crepusculares policromaban de una maravillosa pedrería.
Loado sea Alah, se dijo el pobrete, y comenzó a bogar hacia tierra con su raro cargamento. Entretanto se había escondido el sol y empezaban a encenderse las estrellas. Allá, en lo lejano, sobre el perfil opaco de los montes, asomaba la luna la punta de su disco de tiza.
Varó su bote en la arena suave y sentándose sobre una piedra se dio a contemplar su hallazgo.
Mientras más lo veía y dilataba las pupilas en la contemplación más lo tomaba la sorpresa, como un vapor de embriaguez.
Seguramente Alah le había puesto en su camino para hacerle dichoso y rico hasta el día de la Recompensa, allí no podía estar la mano del Maligno (confundido sea), ya que el nombre del Clemente la había hecho surgir de las aguas.
Eddin dilataba su admiración en un largo y cadencioso «Aaah»; después más exaltado dijo en su honor los versos del poeta:

I1uminaría la noche más oscura entre las noches;
Es como la letra Mim;
Ante ella se aplacarían el simún de los desiertos y la
tempestad del mar;
Es digna de que los califas se postren ante ella como
perros esclavos;
Sola bastaría para volver a la vida a los caddveres
en putrefacción comidos de los gusanos.

Y más luego soltó la fantasía, como un potro de bríos incontenibles, y la fantasía galopaba y galopaba por esa ilimitada llanura de las maquinaciones.

Eddin soñaba...

Dentro estaba el tesoro de los sultanes perdidos en lo lejano del momento y de la edad: las grandes perlas, grandes como ojos de bueyes o como lunas recién nacidas; las enormes esmeraldas verdes de aguas quietas como lagos muertos; los rubíes desmesurados que arden en reflejos escarlata como una hoguera en la noche; y. las turquesas de un azul ingenuo como los pedazos de cielo que se ven a través de las curvas ventoleras de las mezquitas.
Sería rico, tendría alcázares fabulosos de alabastro, semejantes a los que construye la espuma en la cresta torcida de las olas, sus siervos cuajarían los campos; la seda de sus ropones sonaría grata como la música de las dulzainas; la extensión de sus tierras sería mayor que la que se divisa extenuando la mirada, desde lo alto de una palmera alta.

Eddin soñaba... .

Pero también había oído contar allá en el zoco, cuando en los días de descanso se reunían los hom¬bres de trabajo, una historia sorprendente.
Un pescador, igual que él, un día entre los días halló en el mar una gran ánfora de metal que tenía en la tapadera el sello de un sultán antiguo y malévolo. Del envase abierto brotó una efrit descomunal y cruel que le ofreció la muerte.
Eddin rememoraba y tornaba a ver el ánfora, sobre la tapa había un sello de plomo, quizá sería el sello de Soleimán.
El miedo le tomó con un oleaje frío de la sangre.
También podría haber allí un efrit temeroso que cargase sobre su miseria las maldiciones inexorables que se cumplen porque alteran el sino de las vidas.
Bien podía castigarle el Misericordioso por su avaricia desmedida. Si pobre había sido hasta entonces, ¿por qué no podría seguirlo siendo hasta que le sobreviniese la Separadora de los Amigos?

La luna mediaba el camino del cielo y estaba toda la playa blanca como si hubiese llovido cal.

Eddin había tornado del sueño...

Llegóse al borde del agua y arrojó el ánfora con violencia. «En el nombre de Alah y de Mahomed, su profeta», sonó un chasquido seco el mar se prolongaba en su canción ahogada.
Por la vereda ululaba la brisa como un can de mal agüero.

No sé si esto es un cuento o una glosa: en el “Alf lailah oua líala” hay algo parecido, mas lo cierto es que si no ha sucedido nunca, bien ha podido suceder.
El ánfora es el sueño y Eddin la vida, y cuando se tiene el sueño lo mejor es arrojado lejos, como una mala parásita, ya que después de la muerte será «como si nunca se hubiese sido»...

Zumurrud, cuento extraído del libro de Arturo Uslar Pietri: Barrabás y otros cuentos)

free b2evolution skin
21
Sep

Serie El Viaje de Gabriel Pacheco

Disfrutad del bello arte visual de Gabriel Pacheco. Un placer para los sentidos y una fuente de inspiración que espero os anime para visitar sus blog, y de esa forma conocerlo mejor:
http://gabriel-pacheco.blogspot.com/
http://gabrielpachecoprint.blogspot.com/

Y ahora recrearos en este “El Viaje” una de sus series pictóricas.

free b2evolution skin
31
Ago

Poema #1 De Ricardo Acevedo Esplugas

La balanza se ha roto.
La maldad se apodera del fértil Valle de That,
Donde las flores duermen
(e incluso roncan)

tu cuerpo no teme al castigo
el tribunal tiembla al dictar sentencia
-¿Sabias, que está prohibido hacer el amor en verano?
-¡Si!
Los jorobados e impotentes lanzan piedras sobre ella.

Deforman tu cuerpo con espejos
Mientras se escuchan trompetas.

-El Gran Viejo, ha visto.
Las lenguas venenosas, se tornan rosadas.
Exclaman los ciegos:
-Lo hemos visto.
Los blancos y asquerosos se suicidan en masa.
-“El Gran Viejo ha sido visto, mientras hacia el amor,
con una tierna criatura de nueve años. El primer día de Verano.”

Alguien en silencio ha reparado la balanza.
La maldición, se ha roto.

Pero tu cuerpo sigue descuartizado,
rodeado, de flores, que duermen (... y roncan)
en el fértil Valle de That.

©Ricardo Acevedo Esplugas

free b2evolution skin
22
Ago

Recordando el futuro De Luís Oliver Guasp

Este será el segundo texto que aparece en el blog de mi buen amigo Luís Oliver Guasp. Hace años, dediqué gran parte de mi tiempo, ilusión y esfuerzo a la radio. Miembro fundadora de una emisora libre en Castellón, llevaba un programa semanal en el que leía cuentos y poemas de escritores noveles y grandes literatos. Hasta él llegaron las cartas de Luís, que como veréis en el texto que sigue, aportaban al programa algo más que los deseos de colaborar. Este texto, junto con el anteriormente publicado aquí “Hablar como el agua”, fueron regalos que me hizo. Maravillosas muestras de amistad que ya de paso alimentaron mi ego, pues estaban creados para mis palabras, para mi voz.
Gracias amigo Luís, estas pequeñas joyas, todas y cada una de las que enviaste, las guardo, además de en un lugar destacado de la estantería, en el corazón.
Os dejo con este pequeño cuento que rubricaba una de las cartas que me mandó.

Déjame recordar el futuro.
Tendré que pedir auxilio a algún trovador inspirado, como nuestro amigo Bernat de Ventadorn, para que cante, a medias con su laúd y al pie de tu ventana, la canción de la alondra.
Al romper el alba, entre sueños, te llegarán las notas melancólicas de una música lejana, que viene de una Edad Media remota; y entre las palabras occitana de una voz acariciante, tal vez entiendas algo de una alondra enferma que se deja caer al fondo del corazón herido.

A unos pasos del cantor, yo estaré atento a sus versos flotantes en la penumbra, para aprender en ellos el arte del buen trovar... ¿No te asomarás, aunque sea un instante, a recibir el obsequio de esa poesía?...
Sí, seguro que lo harás.
De ese modo, cuando él y yo nos retiremos, huyendo del sol que todo lo descubre, podré interrogarle sobre ti. En una taberna oscura, soñolientos por la noche en vela, brindaremos con grandes copas de rocío campestre, que una cuadrilla de gnomos ha recolectado en el bosque...
¿La has visto, amigo trovador?
¡Si la hubieras escuchado reír...!
¿Has visto cómo se reclinaba en la ventana, posando sus manos blancas en los hierros forjados?...

Amigo trovador, tienes que componer una canción que hable de sus encantamientos, desde la claridad de su frente y el légamo de sus labios, hasta la flor de sus pasos...
Todo esto le diré al bueno de Bernat, pero ya se habrá quedado dormido, echada la mano en el hombro de su antiguo laúd.

También yo quedaré dormido, y cuando despierte, su lugar en la mesa estará vacío, y nadie sabrá decirme adónde ha ido; lo que sí me contarán es que las bellísimas canciones del trovador, una por una, han sido compuestas con el corazón y el pensamiento anegados en ti; cualquiera del castillo lo sabe, y está dispuesto a referirlo prolijamente.
Estoy literalmente rendido: no sabes lo cansado que es recordar el futuro.

©Luis Oliver Guasp 1993

free b2evolution skin
14
Ago

Un Cuento Surrealista: Las Hermanas y un Destino. De Chajaira

Antes de dejaros pasar a la lectura de tan excelente texto, deseaba expresar mi satisfacción al poder contar con él en mi blog, no será el último de mi amiga Chajaira, pero he querido que sea el primero por hablar y contener palabras de dos grandes amigas, a las que deseo lo mejor y a las que aprecio mucho.

“Transito la joven sinestesia
de una copulación nublada de aciertos,
como un alud temeroso de las brazas
me acomodo a tus rincones hambrientos
y niego las ruedas fortuitas, las ciudades prohibidas
el fuego lerdo de la oración cobarde”


Hallie Hdez. Alfaro -Holanda-, fragmento del poema “Desnuda”

UN CUENTO SURREALISTA: LAS HERMANAS Y UN DESTINO. (Sólo para mujeres)

En un espacio cualquiera de un mundo cualquiera vivían dos mujeres idénticas hermanadas en el salvaje inicio de la feminidad.

Una era tierra, la otra fuego; una sedentaria, la otra nómada; una apegada a la carne, la otra aferrada a lo divino; una alta, la otra baja, una corpulenta, la otra esbelta; ambas maduras, ambas madres, ambas blancas y morenas, ambas mirando a la marea, ambas fuertes y fieras.

La primera, la que nunca abandonó el sitio, tejía, remendaba, cocinaba, amasaba la tierra y plantaba semillas y, mientras lo hacía, cuidaba el hogar y la familia. Su casa estaba en un barrio obrero en una tierra de flores, de luz, de camisa arremangada y falda suelta; con macetas en la azotea. Coche y garaje y un pequeño buzón compartido en la puerta. En sus armarios no hay maletas, solo ropa con olor a detergente y alguna que otra muñeca.

La segunda cambió de casas, de familias, de tierras. Cocinaba en una casa con tejas en lugar donde las aguas sobran, no hay que regar las macetas, no hay garaje ni coche, pero sí bono de metro, trenes, buses... y bicicletas. Sus armarios llenos de velas, poemas, recuerdos, redes para hilvanar respuestas.

Cuando acaba el día, en el peso de la noche, buscan dentro del cuerpo cansado el corazón enorme que les late pidiendo amar, no porque no amen, no. Quieren como pudiera querer la primera madre, la primera mujer, la madre de todas las madres y, como tales, buscan más cariño que dar en un púlpito invisible. Aman a sus hijos, consortes, aman a su clan completo, aman más allá de su frontera inmediata. Aún así, no es suficiente, buscan almas que vaguen dóciles o siniestras, para alimentar y alimentarse en el sentido más específico de sus vidas.

Primera, para intentar comunicarse con los sentidos, un día cogió un bolígrafo y escribió, cogió un pincel y pintó, fue a una iglesia y dejó de creer en seres superiores para admirar la obra de los terrenales. Miró dentro de sí y luego vio salir poesía de sus manos.

Segunda ni siquiera buscó el lápiz, estaba allí, sobre su mesa y escribió... y escribió... y las palabras crearon poemas e insaciable dio a luz la búsqueda de su alma inquieta. Miraba a los cielos y ansiaba, miraba los horizontes y ardía, miraba los mares y se embarcaba brava.

Un día inesperado, el mundo (de ellas) se mostró plano, tan plano que la inmensidad de las distancias se acortó en una línea recta atravesando cada punto por donde los pies (de ellas) pasaron. Tropezaron sin verse investigando la nueva ruta vetada y al hacerlo, las palabras de ambas se esparramaron y se sintieron las unas con las otras.

Las imágenes que no vieron los ojos las pintaros sus manos, lloraron las ausencias, celebraron cada amor, acariciaron los hijos mimados en los senos de madres como madres. Supieron así su destino, una sin moverse, la otra transitando; su sino, ser mujeres, como lo fue la primera mujer, la madre de todas las mujeres.

Mientras Otra agrupaba los astros en esotéricos augurios y descifraba los planetas y los símbolos estelares y Una, intentaba averiguar el porqué una hoja pequeña y débil aguantaba el peso de un caracol, fue entonces cuando ellas, apenas sin darse cuenta, se encontraron con las bestias.
Como todas las bestias no gratas, venía disfrazada de falsa hermosura, de un mágico encantamiento que deja perplejo y paraliza las reacciones. Así cayeron en los abrazos peligrosos de las promesas falsas, en las pasiones de la carne envenenada, en el brillo superfluo de la inteligencia ajena.

Por un momento, un largo espacio en el tiempo, apartaron la intuición, dejaron la fiera y se mostraron mansas. Pero, cuando las fauces se abrieron para devorarlas, salió de ellas el inicio, sacaron el poder y sus más valiosos instrumentos, abrieron el abismo de sus almas y allí dejaron caer a las bestias, para que murieran y una vez cerrada la piel, volvieran, Una a tender poesías en la azotea, Otra a grabar poemas en los planetas.

©Chajaira 2008

-------------

* Si algún hombre lo entendiera, mi teoría se confirmaría y el resto del mundo estaría equivocado.

http://www.grupobuho.es/blogs/Chajaira

free b2evolution skin
8
Ago

Futuro pluscuamperfecto De Manel Aljama

~ pluscuamperfecto.
1. m. Gram. Tiempo que indica una acción o un estado de cosas acabados antes de otros también pasados. En indicativo, había amado, había temido, había vivido; en subjuntivo, hubiera o hubiese amado, hubiera o hubiese temido, hubiera o hubiese vivido.

Ya no quedaba otra elección. Nadia tenía que escapar antes que la detuviesen. Recogió los escasos enseres que le pertenecían, y que podía llevar consigo sin despertar sospechas: un mini computador personal al que previamente había anulado la sincronización con la Red principal, un juego de destornilladores del siglo pasado y que pertenecieron a su abuelo, unas pastillas alimenticias suficientes para un mes y un bote de oxígeno de emergencia por si se producía una disminución en el escudo protector que envolvía Megalópolis-100, la ciudad donde habitaba. Sabía que era una actitud suicida puesto que el Gobierno Global había decretado recientemente el máximo nivel de protección para las mujeres blancas que estuviesen en edad de procrear. El pretexto esta vez era la última guerra mundial bacteriológica, que también había exterminado la práctica totalidad de la razas negra y amerindia, así como había reducido a la mínima expresión a los asiáticos y caucásicos. El conflicto, también se había llevado por medio lo que quedaba de especies salvajes, y los únicos animales vivos eran los adscritos a las templo-granjas. Los seres humanos se reproducían mediante técnicas in vitro y los fetos crecían en úteros artificiales situados dentro de los templo-hospitales. Este sistema fue establecido por las autoridades a raíz de las últimas revueltas de género de finales del siglo XXI. Ya para entonces el sexo se practicaba mayoritariamente de manera virtual, y engendrar un ser humano fue finalmente considerado algo primitivo y propio de animales inferiores. Las nuevas generaciones aceptaron eso como algo bueno y válido. Finalmente, el nuevo orden-máquina promovido por los tele-templos se había impuesto. Nadie iba ya a votar a sus gobernantes. El Gran Ordenador Central periódicamente enviaba un cuestionario a una serie de individuos que consideraba representativos en todas las megalópolis, y en función de sus respuestas, nombraba los dirigentes y representantes de entre los distintos candidatos. Todos confiaban en el buen Gobierno Global, el del Gran Ordenador Central. Cada rincón de cada megalópolis estaba equipado con tele cámara de seguridad para prevenir la delincuencia. No había cárceles porque ya no se cometían delitos. Y cuando, de forma esporádica, se producía un crimen, la Ley Suprema contemplaba un único castigo, la expulsión de la ciudad. A pesar de todo, fuera de los grandes núcleos urbanos, aún existían algunos reductos que vivían de forma salvaje e incontrolada en los escasos bosques o las exiguas zonas pantanosas. Allí se cobijaban todo tipo de individuos. Cuentan que en un principio fueron disidentes del sistema, delincuentes, discapacitados, mutantes, e incluso animales que buscaban como en un oasis, escapar de los inmensos desiertos que separaban los dos largos centenares de megaciudades que quedaban en pie en el mundo y, claro del propio control que ejercían esas urbes. Si alguien intentaba huir de Megalópolis-100 o cualquier ciudad, podía pagarlo con su vida. Un complejo sistema de detectores y armas de variada índole servían más para impedir la salida que la entrada o un hipotético ataque exterior. Todas las megaciudades estaban dotadas con una protección a base de arcos magnéticos entrecruzados, capaces de convertir los distintos gases en oxígeno y reducir el dióxido de carbono. De tanto en tanto fallaba el suministro de electricidad y disminuía su protección. Entonces unas sirenas indicaban a los habitantes que debían ponerse su mascarilla y enchufar el bote de oxígeno. Pero Nadia había cometido ciertas irregularidades, una de ellas, la de practicar el sexo con el agravante de no haber usado protección alguna. En cualquier momento la podían venir a detener para conducirla a un templo-escuela.

Nadia sabía lo que le esperaba si intentaba escapar, pero estaba decidida. Aprovechó la confusión que se produjo al estropearse la climatización en un templo-farmacia para anular una telecámara. Así pudo hacerse con algunas medicinas con las que esperaba sobrevivir en el desierto hasta encontrar un refugio más libre que seguro. También se llevó ropa con chips-identidad del personal del templo-farmacia. Pensaba que le servirían en su huída. Tenía que actuar con rapidez. Inicialmente pensó que la mejor manera sería utilizar uno de los transportes automáticos de desperdicios, o quizá los del racionamiento del agua. Desechó enseguida lo del agua porque pensó que sería la manera más previsible de escapar. Aunque pareciese que actuaba de manera inconsciente o poco realista, en realidad estaba siguiendo los pasos que su abuelo le trazó muchos años atrás. Gracias a él, había aprendido cosas muy diferentes de las le mostraba a diario su templo-teleprofesora. Y el viejo, siempre soñó con un nuevo renacer fuera del orden-máquina establecido por los tele-templos.

Caminaba con el paso firme pero aparentando normalidad. De tanto en tanto miraba los paneles informativos para vigilar cuándo iba a ser denunciada por prófuga social. Seguramente en menos de una hora su fotografía y holografía tridimensional estarían en todas las pantallas. Llegó al primer control. El chip de templo-farmacia funcionó y no tuvo que pasar el test del iris y tampoco el del vaho. Aún le quedaban dos inspecciones más hasta alcanzar al vehículo de los desperdicios. Cuando llegó a la siguiente frontera, la foto de Nadia estaba en los noticiarios. Aún así, el chip realizó su tarea y le franqueó el paso. Tenía que ir más deprisa para ganar tiempo. Al llegar a la última aduana se le pidió una muestra de aliento. Fue identificada de inmediato. Los vigilantes intercambiaron conversaciones con sus superiores y éstos a su vez con uno de los mandos en el Gran Ordenador Central. Pero para su sorpresa no la detuvieron y le permitieron acercarse al transporte de residuos. Sólo unos cuantos funcionarios, fieles obedientes del Gran Ordenador Central, no daban crédito a como Nadia podía salir por su propio pie y sin que se activasen ninguno de los resortes de seguridad. Ella tenía la gran oportunidad que no había buscado pues realmente se tenía que estar un poco loco para abandonar la seguridad de la urbe. Subió al control de conducción del vehículo sin ningún problema. El conductor era un hibrido humano que se limitaría a hacer su trabajo sin hacer preguntas ni protestar. Transcurridas unas cuantas horas de viaje, empezó a sentirse cansada. Aquel conductor no necesitaba alimentación y lo único humano debería ser su aspecto. Durante el trayecto pudo ver aquello que las noticias no enseñaban. Así no todo era un desierto e incluso llovía y nevaba en distintas zonas de su territorio. Le llamó la atención que las precipitaciones fuesen de colores, unas amarillas, otras azules o rojas, e incluso, verdes turquesa. Llegaron al vertedero. A partir de ese momento se las debía arreglar sola con su ordenador personal que seguía desconectado del resto aunque sus funciones de posicionamiento eran útiles todavía.

Miró el calendario. Ahora sabía que cuando su abuelo no mentía cuando le enseñaba que había otra realidad. Y se sentía orgullosa por ello. Era verano y entonces debía ir hacia el sur para buscar un poco de humedad. Tenía los labios resecos por el largo viaje pero los productos químicos que traía consigo hicieron su función. Quedó sorprendida porque aunque la vegetación era pobre, el terreno no era tan árido como le habían dicho. Fueron pasando los días y el oasis más cercano parecía estar más lejos de lo que indicaba el sistema de posicionamiento. Por fin cuando ya no le quedaba ni alimento ni sustituto del agua, encontró unas extrañas construcciones de madera, plásticos y otros materiales. Lo más importante era que había gente, seres humanos. Unos iban vestidos con ropas estrafalarias que nunca antes había visto. Otros simplemente iban desnudos o semidesnudos. Aquí no había vigilantes, ni cámaras, ni máquinas. Quedó aún más sorprendida al ver un vehiculo que había visto en las enciclopedias, un carro de dos ruedas tirado por un caballo de verdad. Pronto supo que, aunque su computador pudiese funcionar con energía solar, allí no serviría de nada. Viviría por fin de otra manera. No comían pastillas sino alimentos que obtenían de la tierra. El aspecto de todos aquellos individuos era mucho más fuerte y sano que el suyo. Le recibieron afectuosamente en cuanto advirtieron su presencia. Siguió caminando. Atravesó el poblado. Dejó atrás las chabolas y pudo observar una masa forestal bastante grande junto a un lago cuya agua iba del verde al marrón. Decidió quedarse a vivir.

Se integró muy rápidamente. Se sentía a gusto en una comunidad que la había acogido con naturalidad y sin recelos. Aprendió a colaborar con los demás en las tareas diarias. Se olvidó de todo, hasta de su condición de mujer. Atrás quedó un largo periplo por el desierto expuesta a medicamentos que facilitaban la reutilización de líquidos y fluidos corporales en situaciones extremas. Las preguntas de sus compañeros sobre cómo había podido escapar le hicieron atar cabos. Entonces supo porqué las alarmas no se habían disparado, porqué se le permitió el paso cuando escapaba a pesar de estar señalada como prófuga. Una vulnerabilidad en el sistema había dado prioridad a la orden de proteger cualquier hembra embarazada por encima de la orden de eliminación de prófugos. Pasó del estupor al malestar pero aceptó la situación cuando reparó que allí no había ni templos-hospitales ni máquinas procreadoras.

Todo era natural, todo era como antes. Consideró la posibilidad de interrumpir la gestación de un ser en un mundo tan cruel pero al final decidió apostar por empezar de nuevo, no estaba sola. Buscó en su bolsa los destornilladores de su abuelo. Aquí tenían sentido y le iban a ser de utilidad. Tenía ganas de empezar algo nuevo.

© Manel Aljama, febrero de 2007/ julio 2008.
http://manelaljama.blogspot.com/

free b2evolution skin
5
Ago

Poema para ser leído en voz alta De Javier Muñoz Livio

Por amor a ti, puedo esperar toda una vida y vivir otra a tu lado sin lamentar la mezquina tortura de un pasado tan doliente. Siempre estarías en un pedestal, a la altura exacta de tu sexo en mi boca.

JML

Versos encontrados en alguna esquina de mi cama

y desperté
ante la oscuridad
(restos de un amor
se disponen a sobrevivir)
ya no queda nada en el firmamento
sólo algunos besos temblorosos
en lo alto de tus pechos.

Ahí he subido cuando tú con certeza
me enseñaste la palabra jamás escrita
el dardo encantado
que a su intensa luz cultivó
mis pétalos de carne.

Nosotros los poetas tenemos
un bosque invisible
una vieja lágrima desgarrada del corazón
un sueño reluciente
(esplendor y lucidez en un bellísimo deseo)
pero este orgasmo llevándonos a un manantial
es fruto de una terrible dulzura
un alocado atardecer sobre piedras preciosas.

Pura poesía es tu cuerpo desnudo
como una dalia mordida en su frescura
he aquí el bosque de mis labios
mi lengua prosigue, penetra y deshoja tu clítoris
como una llovizna que adquiere la humedad
viscosa de un turbulento final.

Besos resbalándose por tus muslos
y de pronto
un hermoso amor regresa al punto de partida:
desnudos otra vez
sujetas mi vida sin la herida
y sorprendes al dolor
en su desesperada huida.


Epilogo:

El hombre no es un bien a disposición del dolor y eso lo quiero cambiar. No se trata ya de algún remordimiento varado perfectamente en la turbiedad del pasado. Es escribir y escribir es meditar la conciencia de la poesía, es el arte del alma y sus flores en la hierba, es el pensamiento como un sendero libre en un tiempo enloquecido de verdad.

©Javier Muñoz Livio
http://angelusaldesnudo.blogspot.com/

free b2evolution skin
1
Ago

Paolo Uccello, pintor de Marcel Schwob

Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía.

Hasta se dice que en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo del aire, la imagen del camaleón.
Pero no había visto nunca ninguno, de modo que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello le decía:
-¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!

Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos, e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples.
Después, a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía, con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las líneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones. Pero Uccello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas figuras de mármol del gran Donatello.

Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado, sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó a la suya.
Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara. A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccello parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas.
A todo esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo a Donatello ni a los otros. Calló y murió.

Uccello representó la rigidez de su cuerpo y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados. No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.
El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los OJOS. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:
-¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!
El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas.
Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro.

Marcel Schwob del libro Vidas imaginarias

free b2evolution skin
11
Jul

Los higos pintados (Mimos) de Marcel Schwob

“Esta jarra llena de leche será ofrecida a la dulce diosa de mi higuera. Todas las mañanas verteré leche nueva, y, si complace a la diosa, llenaré la jarra de miel o de vino puro. Así la veneraré desde la primavera hasta el otoño, y si una tormenta rompe la jarra, compraré otra en el mercado de los alfareros, aunque la arcilla esté muy cara este año.

A cambio, ruego a la dulce diosa que preserva la higuera de mi jardín que cambie el color de los higos. Eran blancos, sabrosos y azucarados, pero Iolé se ha cansado de ellos. Ahora desea higos rojos y jura que serán mucho mejores.

No es natural que una higuera de higos blancos, dé higos rojos en otoño, sin embargo Iolé lo quiere así. Si he sido devoto con los dioses de mi jardín, si les he trenzado coronas de violetas y les he ofrecido aguamaniles llenos de vino y leche, si he agitado amapolas para ellos a la hora en que el sol besa la crestería de mis murallas entre las nubes de moscas que se apoderan del aire de la noche, si soy digno de su amistad por mi religión, haz, oh, diosa, que florezca tu higuera con higos rojos.

Si no me escuchas, no dejaré de venerarte con jarras frescas pero me veré obligado a levantarme al alba, en la estación de los frutos, para abrir sutilmente todos los higos nuevos y pintar su interior con la bella púrpura de Tiro.”

Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905)

free b2evolution skin
10
Jul

Michael Parkes

free b2evolution skin
8
Jul

El juglar de Marc Chagall

free b2evolution skin
3
Jul

Entonces de José Antonio Ramos Sucre

Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderán tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enorme edificios que niegan a la vista el acceso al cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brillo, la habrán sepultado las nubes, cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces.

Entonces y allí será la última hora de esta mi juventud transcurrida sin goces. Habré ido a experimentar en la ciudad extraña y septentrional la amargura de su despedida y el desconsuelo de su eterno abandono. Para sufrir el ocaso de la juventud ya estaré preparado por la partida de muchas ilusiones y el desvanecimiento de muchas esperanzas. En mi memoria dolerá el recuerdo de imposibles afectos y en mi espíritu pesará el cansancio de vencidos anhelos. Y ya no aspiraré a más: habré adaptado mis ojos al feo mundo, y cerrado mi puerta a la humanidad enemiga. Mi mansión será para otros impenetrable roca y para mí firme cárcel. Estoico orgullo, horrenda soledad habré alcanzado. En torno de mi frente flotarán los cabellos grises, cual la ceniza de huérfanos hogares.

De lejos habré llegado con el eterno, hondo pesar, el que nació conmigo en el trópico ardiente y que me acompaña como conciencia de vivir. Un pesar no calmado con la maravilla de los cielos y de los mares nativos perpetuamente luminosos, ni con el ardor ecuatorial de la vida, que me ha rodeado exuberante y que sólo en mí languidece. Los años habrán pasado sin amortiguar esta sensibilidad enfermiza y doliente, tolerable a quien pueda tener la única ocupación de soñar, y que desgraciadamente, por el áspero ataque de la vida, es dentro de mí como cuerda a punto de romperse en dolorosa tensión. La sensibilidad que del adverso mundo me hace huir al solitario ensueño, se habrá hecho más aguda y frágil al alejarse gravemente mi juventud con la pausada melancolía de la nave en el horizonte vespertino.

Al encontrarte, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro. Ese día, demasiado tarde, el último de mi juventud, en que despertarán, como fantasmas, recuerdos semimuertos al formar el invierno la mortaja de la tierra, será el primero de nuestro amor infinito y estéril. Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada día más bárbaro y avaro. Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huellas, de tal modo que éste será el epitafio de nuestro idilio y de nuestra existencia: pasaron como sonámbulos sobre la tierra maldita.

José Antonio Ramos Sucre (1890-1930)

free b2evolution skin
25
Jun

La hermosa Dorotea de Charles Baudelaire

Agobia el Sol a la ciudad con su luz recta y terrible; la arena resplandece y el mar espejea. Cobardemente se rinde el mundo estupefacto y duerme la siesta, siesta que es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento.
Sin embargo, Dorotea, fuerte y altiva como el Sol, avanza por la calle desierta, único ser vivo a esta hora bajo el inmenso azul, y forma en la luz una mancha brillante y negra.
Avanza, balanceando muellemente el torso tan fino sobre las caderas tan anchas. Su vestido de seda ajustado, de tono claro y rosa, contrasta vivamente con las tinieblas de su piel, moldeando con exactitud su tallo largo, su espalda hundida y su pecho puntiagudo.
La sombrilla roja, tamizando la luz, proyecta en su rostro sombrío el afeite ensangrentado de sus reflejos.
El peso de su enorme cabellera casi azul echa atrás su cabeza delicada y le da aire de triunfo y de pereza. Pesados pendientes gorjean secretos en sus orejas lindas.
De tiempo en tiempo, la brisa del mar levanta un extremo de su falda flotante y deja ver la pierna luciente y soberbia; y su pie, semejante a los pies de las diosas de mármol que Europa encierra en sus museos, imprime fielmente su forma en la arena menuda. Porque Dorotea es tan prodigiosamente coqueta, que el gusto de verse admirada vence en ella al orgullo de la libertad, y aunque es libre, anda sin zapatos.
Avanza así, armoniosamente, dichosa de vivir, sonriente, con blanca sonrisa, como si viese a lo lejos, en el espacio, un espejo que reflejara su porte y su hermosura.
A la hora en que los mismos perros gimen de dolor al sol que los muerde, ¿qué poderoso motivo hace andar así a la perezosa Dorotea, hermosa y fría como el bronce?
¿Por qué dejó la estrecha cabaña, tan coquetamente dispuesta con flores y esterillas, que a tan poca costa le forman tocador perfecto; donde halla tanto placer en estarse peinando, en fumar, en que le den aire o en mirarse en el espejo de sus anchos abanicos de plumas, mientras el mar, que azota la playa a cien pasos de allí, da a sus divagaciones indecisas un poderoso y monótono acompañamiento, y la marmita de hierro, en que está puesto a cocer un guisado de cangrejos con arroz y azafrán, le envía, desde el fondo del patio, sus perfumes excitantes?
Quizá tiene cita con algún ofícialillo que en playas lejanas oyó a sus compañeros hablar de la famosa Dorotea. Infaliblemente, la sencilla criatura le pedirá que le describa el baile de la Ópera, y le preguntará si se puede ir descalza, como a la danza del domingo, en que hasta las viejas cafrinas se ponen borrachas y furiosas de gozo, y también si las bellas señoras de París son todas más guapas que ella.
A Dorotea todos la admiran y la halagan, y sería perfectamente feliz si no tuviese que amontonar piastra sobre piastra para el rescate de su hermanita, que tendrá once años, y ya está madura y es tan hermosa. ¡Lo conseguirá sin duda la buena Dorotea! ¡El amo de la niña es tan avaro! Demasiado avaro para comprender otra hermosura que la de los escudos.

Charles Baudelaire del Spleen de París

free b2evolution skin
23
Jun

El reloj de Euclidiana Fontana de Victor Valledor

De tan joven se rebalsa en belleza. La Euclidiana Fontana como así la conocen, anda paseando sus caderas como si detrás de ellas se anclaran todas las miradas de todos los hombres de la tierra. Gira en torno a la plaza y de allí al muelle a esperar la llegada del gran barco que anuncian desde hace veinte años.
La primera noticia se tuvo cuando la niña tenía nueve años. Ya han pasado veinte, como si una nube de relojes redondos con agujas de sílex fuera regenerando el tiempo y comiéndose la vida de todos por igual. Sentada sobre durmientes de madera anciana, espera a que la chimenea diga aquí estoy llegando Euclidiana, vengo a buscarte. Pero la chimenea no aparece, sólo aparece el horizonte con su delgada línea de ojos misteriosos y con sus labios salados y apretados a los corales nonatos de las ilusiones irremediables.
Vuelve en el atardecer. Vuela sobre la tierra dando inestabilidad a las raíces y a los frutos a los que ruboriza sin compasión.
Los ancianos confirman que sólo suceden por la noche los hechos trascendentales y que esas mismas circunstancias son las que alimentan las pasiones y las leyendas de los pueblos que aún sostienen su peregrinación sobre un mundo imaginario. Que las matrices se vuelcan sobre las calles y construyen ornamentos de viento a los monumentos que soportan estoicos los peores temporales de la ignorancia.
Euclidiana repite el fenómeno de la espera durante años impregnados de tedio, de aburrimiento conseguido a fuerza de no cambiar nada en la nada de esas personas concluidas.
En tanto y en cuanto las voces sigan, la vida continuará. Mas todo sería culminación si la chimenea negra apareciera en el horizonte y se llevara a Euclidiana hacia donde Ella desea ir.
El consejo de los ancianos deportados de las redes y de las capturas, se reunió en la estación meteorológica abandonada a raíz de que ya no era necesario saber el modo en que se comportaría el clima. Ya no se zarpaba a capturar peces; los últimos habían sido muertos hacía más de una década. Los más intransigentes propusieron decir toda la verdad a Euclidiana antes de que la belleza se alejara de su cuerpo. Otros, más volátiles y soñadores propusieron guardar el secreto y dejar que la niña siguiera rebalsando ya que no había otra en el pueblo con esas condiciones naturales.
Finalmente llegaron a una decisión que sorprendió a los ancianos, aunque fuera propuesta por ellos mismos. Harían imprimir mapas, con detalles de todos los puntos importantes del pueblo, nombres de calles, números de propiedades, accidentes geográficos y características del clima y del terreno que circunda el mar. Se les repartiría a todos los habitantes, por lo tanto llegaría a manos de Euclidiana y ésta comprobaría que un barco de gran tamaño no podrá nunca llegar a ese puerto pues carece de calado suficiente. Así se hizo.

La mujer más bella nacida desde la fundación del pueblo tomó el mapa y leyó detenidamente. No comprendió el objetivo de aquel mapa y comenzó a recorrer calle por calle y número por número, muelle por muelle, madero por madero hasta que divisó a lo lejos la gran chimenea de un barco que apuntaba su proa hacia el puerto.
Se paralizó. Su corazón hablaba más que su boca. Esperó cuatro horas hasta que pudo divisarlo perfectamente. Un enorme trasatlántico blanco, con grandes banderolas al viento y mástiles erguidos como amantes en la primera cita. Corrió a su casa, tomó la valija preparada desde siempre y corrió nuevamente al puerto. Miró con una sonrisa amplia. El gran barco seguía avanzando. Lo hizo hasta que se detuvo y ancló a unos mil metros de la costa. Del gran y portentoso objeto marino partió una pequeña embarcación con dos marinos negros; amarraron justo debajo de Euclidiana y la invitaron a embarcase con ellos. Euclidiana descendió la pequeña escalera, se sentó en el medio del pequeño bote, y los dos remeros comenzaron a mover las palas que revolvían el agua del mar. La mujer más hermosa de todas las mujeres hermosas olió por primera vez el mar desde dentro del mar. Observaba a su pueblo que se alejaba y la soledad de aquellas casas, de su casa, la cual podía divisar y ver que había olvidado la puerta abierta.
Por fin embarcó. Un sonido de máquinas trabajando por mover aquel artefacto y la alegría profunda de Euclidiana por haber cumplido su sueño marítimo.
El trasatlántico giró sobre su quilla inmensa y se alejaron.
Un anciano muy anciano se acercó al muelle y con lágrimas vio que el mar se llevaba a la belleza. Pensó, con un dejo de tristeza y de justificación humana:”El funeral más triste acaba de suceder en el mar”

Victor Hugo Valledor. Argentina.

free b2evolution skin
22
Jun

Canción equivocada de Ricardo Acevedo

¡Deja tu lira o sintetizador hombre!
y no cantes a las murallas de Troya
o a la defensa de Stalingrado
dispón mejor tus notas a esa criatura
que muere de frío en una guardilla en Paris
a la que esconde la foto de su amor
en una transitada calle de Bruselas
a la que cumple condena por devolver una injuria
a la que se acomoda a tus pies
a la que vende su cuerpo a las portadas de
revista
a tu primer amor de escuela
¡gira hombre tu pluma!
solo dos grados a la derecha
allí... junto al café caliente
a la de pasos silenciosos
a la que no espera tu autógrafo
o te espera sonriente en las esquinas
a la musa olvidada
a la que conoce de memoria el peor de tus cuentos

©Ricardo Acevedo2007

free b2evolution skin
30
Abr

NACIMIENTO de Ray Respall

free b2evolution skin
5
Oct

Demonio de Ray Respall

Ray Respall Rojas

Ciudad Habana, Cuba (17 de abril de 1987).

Pintor y grabador, graduado de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, especialidad de Grabado. Trabaja actualmente como profesor en dicha academia.
Página web:

http://rayrespall.mundoculturalhispano.com/

free b2evolution skin
9
Mar

Entonces de J. A. Ramos Sucre

Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderá tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso del cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brillo, lo habrán sepultado las nubes, cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces.
Entonces y allí será la última hora de esta mi juventud transcurrida sin goces. Habrá ido a experimentar en la ciudad extraña y septentrional la amargura de su despedida y el desconsuelo de su eterno abandono. Para sufrir el ocaso de la juventud ya estaré preparado por la partida de muchas ilusiones y el desvanecimiento de muchas esperanzas. En mi memoria dolerá el recuerdo de imposibles afectos y en mi espíritu pesará el cansancio de vencidos anhelos. Y ya no aspiraré a más: habré adaptado mis ojos al feo mundo, y cerrado mi puerta a la humanidad enemiga. Mi mansión será para otros impenetrable roca y para mí firme cárcel. Estoico orgullo, horrenda soledad habré alcanzado. En torno de mi frente flotarán los cabellos grises, grises cual la ceniza de huérfanos hogares.
De lejos habré llegado con el eterno, hondo pesar, el que nació conmigo en el trópico ardiente y que me acompaña como la conciencia de vivir. Un pesar no calmado con la maravilla de los cielos de los mares nativos perpetuamente luminosos, ni con el ardor ecuatorial de la vida, que me ha rodeado exuberante y que sólo en mí languidece. Los años habrán pasado sin amortiguar esta sensibilidad enfermiza y doliente, tolerable a quien pueda tener la única ocupación de soñar, y que desgraciadamente, por el áspero ataque de la vida, es dentro de mi como una cuerda a punto de romperse en dolorosa tensión. La sensibilidad que del adverso mundo me hace huir al solitario ensueño, se habrá hecho más aguda y frágil al alejarse gravemente mi juventud con la pausada melancolía de la nave en el horizonte vespertino. Al encontrarse, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro. Ese día, demasiado tarde, el último de mi juventud, en que despertarán, como fantasmas, recuerdos semi muertos al formar el invierno la mortaja de la tierra, será el primero de nuestro amor infinito y estéril. Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada día más bárbaro y avaro. Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huellas, de tal modo que éste será el epitafio de nuestro idilio y de nuestra existencia; pasaron como sonámbulos sobre la tierra maldita.

free b2evolution skin
20
Feb

Flores del Paraíso de Javier Muñoz Livio

Bajo la luna nuestro cielo ofreció sus objetivos hermosos:
Tu cuerpo entre las flores
como una huella henchida de frenesí.
No tuvimos tanta vida en el lecho y,
sin embargo tuvimos tanta ternura
en la vida.
Colmaste de venablos el llanto de la brisa
y sus cansados acertijos ávidos de dolor
supieron clavar de olvido los disturbios del pasado.
Ahora, un nuevo porvenir nos espera.
Quiero sentir las flores en tus muslos
y agitar bajo el cielo
la sinfonía de mis besos en tu pubis
y llenar mis labios del carmín de tu vulva.
Eso, puede ser tan hermoso
como un libro floreado de versos
ajados por la lluvia.
Sí, debemos meditar aquel orgasmo dulcísimo
y copular después
enrojecidos
nuestro amor perfumado.
¿Te has dado cuenta que aún seguimos desnudos?
Amor y belleza van unidos
y este semen es un árbol frondoso
tan alto como un sauce de alguna ciudad
que no quisimos retener.
Te das cuenta ahora que nada es apacible
sin tus gemidos.
Sin tus lilas como almendras de una noche
en donde gorrioncillos
saltan en tu vientre
al amanecer.
Esa es la vida que hemos encontrado
y es la vida que no debemos
ocultar.
Tenemos flores,
palabras, misterios,
huesos que se abrazan en la tumba
para fornicar sin la vanidad
del alma.
Esa es la muerte esperada
el destino que nos alumbra
más allá de nuestras vidas.
Madrid, 2006

Pagina web:
http://javiermunoz-livio.com/index.html

Blog:
http://angelusaldesnudo.blogspot.com/

free b2evolution skin
17
Feb

El ángel caído. Dino Masiero

free b2evolution skin
8
Feb

La unidad de ella de Vicente Aleixandre

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa larva rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar
de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

free b2evolution skin
3
Feb

Miranda y la tempestad. John W. Waterhouse

free b2evolution skin
15
Dic

Aerodinámica de una mujer desnuda de Ricardo Acevedo

Creador de formas veloces

teórico de la realidad

no ganas lo suficiente para amar

(no tienes tiempo)

y llegas a tu casa acogedora

siempre confiable

pero hoy no es “siempre”

Alguien duerme en tu cama

recuerdas que una vez

amaste a esa mujer

vuelves a su fuente ries o lloras

pares ideas novedosas.

Al otro día (en tu trabajo)

discuten o analizan

tus exóticos diseños

porque nadie recuerda

la silueta de una mujer desnuda.

free b2evolution skin
13
Dic

S/T de Daniel Schallbetter

Daniel Schallbetter nació el 24 de junio de 1952 en Diamante, provincia de Entre ríos, República Argentina. Es un destacado pintor Naif que pasó una buena temporada en España, llegando a vivir en Castellón donde le conocí hace más de quince años. Es un gran artista y un excelente amigo.
Pagina web:

www.schallbetter.com.ar/

free b2evolution skin
13
Dic

Canto a la Old Havana de Ricardo Acevedo

¿Qué son quinientos años?
Eres joven envidiada por Tebas y Jerusalén
¿Resistirás?
¡Sí!
Dice el ingeniero de gafas oscuras
(vive en Miramar)
¡Sí!
El gordo ejecutivo de la UNESCO
(almuerza en “La Bodeguita del Medio”)
¡Sí!
Suplican las familias que en ti viven y almuerzan
conocen tus dudas
apuntalan tus paredes
para no aplastar
al distraído turista.

free b2evolution skin
12
Dic

El primer impulso de Julio Lemaitre

Era Turiri un acaudalado vecino de Bagdad, muy renom­brado por sus virtudes.
No sólo socorría a los pobres, hasta el punto de reducir su lujo para multiplicar sus limosnas, sino que daba pruebas de extraordinaria paciencia al escuchar las quejas de lo necesitados y fortalecerles con palabras de consuelo.
Turiri sufría con resignación todos los contratiempos que constituyen la trama casi completa de la vida humana. Era en extremo tolerante y no se molestaba cuando al­guien no era de su misma opinión, virtud rara y difícil, por­que el deseo secreto de todo hombre consiste en que todos los demás seres le sean a la vez inferiores y semejantes. Casado con una mujer de muy mal carácter, le era fiel, le perdonaba sus intemperancias y no la menospreciaba, porque distase mucho de ser joven y hermosa. Además, siendo como era muy aficionado a componer versos y a escribir fábulas dialogadas para el teatro, compla­cíanle los buenos éxitos de sus rivales, a los que felicitaba por sus triunfos. En una palabra, toda su vida no era más que caridad, dul­zura, lealtad, desinterés y, en fin, por tantas perfecciones te­nía fama de santo.
Sin embargo, no poseía la serenidad que generalmente resplandece en el rostro de los santos. Parecía, por el contra­rio, que era víctima de violentas pasiones o de ocultas angus­tias. Y con frecuencia se le veía bajar un momento la vista ya para reconcentrar el pensamiento, ya para evitar que alguien pudiese leer en sus ojos. Pero nadie se fijaba en estos detalles.
No lejos de Bagdad vivía un asceta llamado Maitreya, que hacía muchos milagros y al cual solían visitar en peregrinación los devotos. Ajeno a las condiciones comunes de la vida humana, tenía tal inmovilidad que las golondrinas anidaban sobre sus hom­bros. La barba le llegaba hasta el vientre y su cuerpo se ase­mejaba al tronco de un árbol añoso. Y así vivía hacía noventa años, porque tal era su voluntad.
Un día le dijo un peregrino:
- Turiri parece, por su bondad, una encarnación de Ormuz. Indudablemente no habría sufrimientos en la Tierra si ese hombre pudiese realizar todos sus deseos.
La inmovilidad de Maitreya se acentuó aún más, toda vez que el asceta se puso en comunicación con Ormuz.
A los pocos instantes dijo Maitreya al peregrino:
- No puedo obtener de Ormuz que Turiri tenga poder para realizar todos sus deseos porque entonces sería el mis­mo Dios. Pero Ormuz permite que “el primer deseo” conce­bido Por ese hombre en varias circunstancias de su vida sea inmediatamente realizado.
- Para el caso es lo mismo -contestó el peregrino-. El primer deseo de Turiri será igual a sus otros deseos, y nuestro santo será, como siempre, caritativo y generoso. Acabáis, venerable Maitreya, de anunciar la felicidad de todo un pueblo, y os doy las gracias por ello.

Si la barba de Maitreya no hubiese sido tan impenetrable, el peregrino habría podido sorprender un amago de sonrisa en el asceta.
El peregrino regresó a la población, pensando en las mara­villas que iba a realizar Turiri.­
Al amanecer del día siguiente, el santo varón miró a su es­posa, que dormía a su lado, y la mujer, movida por una fuer­za misteriosa, se levantó bruscamente, se arrojó por una ven­tana y se estre1ló el cráneo contra las baldosas del patio.
Al salir Turiri de su casa, rodeáronle infinidad de mendigos. No les dijo palabra dura y, como de costumbre, abrió la bolsa para socorrerlos; pero, de pronto, todos los mendigos cayeron muertos en presencia de su bienhechor.
A los pocos momentos fue detenido el santo por varios carruajes, y comenzaba ya impacientarse, cuando de repente todos los cocheros, cuyo desfile le cerraba el paso, cayeron de sus pescantes, y los corvejones de los caballos fueron cortados por una hoz invisible.
Turiri se dirigió después al teatro y allí tuvo una discusión con el escritor Carvilaka con motivo de un verso que éste atribuía a Nisani y que el santo creía que era de Saadi, el poeta de las rosas. De pronto, el escritor cayó a tierra y tuvo un vó­mito de sangre.
La comedia que aquella tarde se representaba tuvo un gran éxito y fue acogida con frenéticos aplausos. Pero antes de que Turiri se decidiese a aplaudir, el autor de la obra cayó muerto repentinamente.
Turiri regresó, a su casa lleno de terror en vista de aquella matanza, y dessesperado al cerciorarse de que no podía com­prender la causa de tanto desastre, se mató dando se una pu­ñalada en el corazón.
El asceta Maitreya murió también aquella noche.
Los dos santos comparecieron ante Ormuz.
El asceta pensaba:
“No sentiré que traten como se merece a este hombre, cuya falsa virtud fue admirada durante mucho tiempo, casi tanto como la mía; pero que al mostrarse tal como era, co­metió en un mismo día innumerables crímenes y pecados.’”
Pero Ormuz, sonriendo a Turiri, le dijo:
- Virtuoso Turiri, hombre verdaderamente bueno y hu­milde servidor mío, entra en mi paraíso.
- ¡La broma es algo pesada! -exclamó el asceta.
- En mi vida he hablado con tanta seriedad -dijo Or­muz-, Has deseado, Turiri, la muerte de tu mujer porque no era ni buena ni hermosa; la de los mendigos porque te impor­tunaban con su desagradable aspecto; la de los cocheros y sus caballos porque te cerraban el paso; la de Carvilaka, porque no era de tu parecer, y la del autor de la obra porque obtenía un éxito más ruidoso que los tuyos.
“Todos estos deseos eran muy naturales. Los crímenes que Maitreya te echa en cara fueron, a pesar tuyo, efecto de ese primer impulso, de ese deseo tan difícil de dominar.”
“Se odia fatalmente lo que molesta y fatalmente se desea el aniquilamiento de todo cuanto desagrada. La naturaleza es egoísta y el egoísmo es sinónimo de destrucción. El hombre más virtuoso empieza por ser un malvado en el fondo de su corazón, y el poder concedido a un mortal de realizar en toda ocasión su primer deseo involuntario, despoblaría en muy poco tiempo el mundo. Eso es, Turiri, lo que he querido de­mostrar por medio de tu ejemplo. Yo juzgo a los hombres con arreglo a su segundo deseo, que es el único que de ellos depende. Sin el don misterioso que te hizo cometer tantos crímenes, habrías seguido haciendo una vida ejemplar. No
debo, pues, apreciar en ti la naturaleza, sino tu voluntad, que fue buena, y que se consagró siempre a corregir tu natural y a perfeccionar mi obra. Y por eso, mi querido colaborador, te abro hoy las puertas de mi paraíso.
- Pues, en ese caso -dijo Maitreya”:’” ¿qué recompensa me darás a mí?
- La misma -contestó Ormuz-, aunque no la merezcas por completo. Fuiste un santo; pero no fuiste un hombre. Lo­graste sofocar en ti el primer impulso; pero si todos los hom­bres viviesen como tú, la Humanidad se aniquilaría antes que si los hombres tuviesen el maravilloso y funesto poder que un
día otorgué a mi servidor Turiri.”
“Para terminar, te diré que acojo a Turiri en mi seno, por­que soy justo, y que te admito a ti, Maitreya, porque soy ­bueno.
-Pero… -exclamó Maitreya.
-¡He concluido!


COMENTARIO de Mario Roso de Luna

Este apólogo del eximio Jules Lemaitre, evidencia hasta qué punto en el hombre más evolucionado late todavía la Bestia interior, la Fiera bramadora y astral, que encontrara en el Kameloc o Kama-loca hindú el rey Artús antes de lanzarse­ a sus heroicas empresas, porque, como dicen las enseñanzas herméticas, el Hombre es la gran maravilla del mundo al estar constituido por la unión hipostática de un deva o ángel, nuestro Ego o Tríaáa superior, y de una bestia pasional y nada ra­zonadora, que constituye el llamado Cuaternario inferior en la clasificación teosófica de los “siete principios humanos”.
Por eso, el apólogo: en cuestión es todo un curso de psicología, digno de ser meditado por los verdaderos filósofos.

(Texto extraído del libro “Por el Reino Encantado de Maya” de Mario Roso de Luna)

free b2evolution skin
10
Dic

Retro de Ricardo Acevedo

Ella se aburre
Del confort tecnológico y las luces de neón
Del cielo cubierto de moscas supersónicas

Desea un mar azul (no el gris celuloide de los pantanos)
Desea música (no el nauseabundo crujir que sale de las bocinas)
Desea otro tiempo.

Entonces aparece Times Travels Inc.,
Con viejas promesas (en nuevos slogans)
Siglos encapsulados de arte
Sin rasgos de código de barras
A módicos precios

Al final aparece el siglo ideal,
En el lugar perfecto
Laguna
Cabaña
Palmeras

Pero…
Hay mosquitos (para ellos tenemos: vibradores sónicos)
Quemaduras de Sol (filtros polarizados)
Grandes distancias (modulo universal que incluye cosméticos, alimentos instantáneos y alguna que otra granada nuclear)

Ella se aburre…
Del conforto tecnológico y las luces de neón
Del cielo cubierto de moscas supersónicas.

free b2evolution skin
25
Nov

La muerte de los amantes de Charles Baudelaire

Charles Baudelaire de Las Flores Del Mal

Tendremos lechos llenos de ligeros olores,
divanes tan hondos como tumbas,
y en los estantes insólitas flores,
abiertas para nosotros bajo cielos más bellos.
Empleando a porfía sus últimos ardores,
nuestros corazones serán dos grandes antorchas,
que reflejarán sus dobles luces
en estos espejos gemelos que son nuestros espíritus.
Una tarde hecha de rosa y de místico azul,
intercambiaremos un único relámpago,
como un largo suspiro colmado de adioses;
y más tarde un Ángel, entreabriendo sus puertas,
vendrá a reanimar, fiel y gozoso,
los espejos turbios y las llamas muertas.

free b2evolution skin
24
Nov

AVE de Ricardo Acevedo

Todo comenzó antes de tí….. (Anónimo).

-Estoy a nueve Parsec de tí, puedo sentir tu aliento. Ave, Ave, Ave

Luego de billones de años, estamos juntos otra vez, como al principio. -Recuerdo (esa era mi función) lo molesta que te pusiste cuando fui elegido Explorador.- ¿Tenías que ser tu? - Dijiste.

Mientras yo te hablaba de….” Privilegios“, “de la comunicación con otras civilizaciones“, “del conocimiento“…. y era nuestra última noche. Porque al otro día (EL DIA DE LA PARTIDA), cuando todos celebraban, mi mente superaba la velocidad de la luz, en el interior de una semiesfera indestructible.”La memoria de los Dioses“, en todo mi ser bulle la sabiduría de un universo que desapareció, hace ya mucho tiempo. Mas yo existo en cualquier dimensión y la duda me es ajena. Aún así el Cosmos no responde al grito, ecos tatuados de pirámides; monolitos, rostros herméticos, párrafos de un mismo pasado por los que no corre ni una gota de vida. Es así, que ubico tu canto (que existió siempre), y me dejo conducir. Ave, Ave, Ave

Entro en la atmósfera, la fricción quema la celda protectora. LIBRE! Y estoy junto al árbol. Ahora debo ser cuidadoso, camuflaje perfecto, el más atractivo de sus frutos. Ella aparece por el camino, leo claramente sus pensamientos:

“…. mas del árbol de la Ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieras, ciertamente morirás“. Repito su nombre, y este devuelve su reflejo.

Ave, Ave, Ave

Eva, Eva, Eva La última clave ha sido conjurada y sus dientes clavan mis carnes en placentero dolor.

Ricardo Acevedo Esplugas

free b2evolution skin
18
Nov

Hablar como el agua De Luís Oliver Guasp

Era como un rocío de asombro, cuando su voz aparecía en la penumbra de la habitación matizado con un fondo de música blandamente sincopada. Se preguntaba ¿cómo podido llegar hasta allí? Muchas veces le habían explicado aquello del dipolo radiante, las oscilaciones entretenidas columpiándose en las bobinas de cobre, el incomprensible camino del éter. Pero en vano. Le parecía mentira que la voz llegara con tanta calidez y dulce desenfado, unas veces con tintes casi tropicales de naranja o palmera; otras como bañada por un mar lejano del que eran recuerdo las conchas y estelamares que dormitaban en la estantería.

¿Quién era la dueña de voz tan sugerente? Como el manar de sus palabras había modelado un paraje extraño donde ubicarla. Se la imaginaba en una ventana abierta junto a una mesilla salpicada por diversos papeles, cuyo contenido de leyendas lanzaba al aire de la media tarde que le llevaba arriba y abajo, al país de las nubes y al ajedrez de las calles y manzanas de una ciudad bullente, para acabar depositándolo en un patio de luces, precisamente aquel donde asomaba su cuarto abigarrado.¿Y la música? También llegaba música.
Las notas viajeras debían proceder, sin duda, de un piano pequeño instalado a un paso de la mesilla y el pianista no podía ser otro que un inquieto mono bermejo al que probablemente ella le habría puesto de nombre Marcabrú. Y así, por tal cascada de amenos desvaríos andaba el pensamiento que habitaba el recinto vocalmente invadido. Carmen, al llegar a la ventana de comunicaciones se sumergía en un bosque de fábulas y luego dejaba que Marcabrú levantara el castillo de notas musicales sobre su piano. Arropada por la melodía, se colgaba del vuelo de una nube circulante en forma de gaviota que, a intervalos, cruzaba el espacio divisable. Cuando la nube se perdía de vista, ella se quedaba prendida en la transparencia del viento y solo bajaba una vez extinguida la última nota de la canción que fenecía. Así, le sorprendió un día algo inesperado. Un soplo de brisa, descargó de súbito, por la ventana, un tropel de hojas secas en amarillos y ocres, cubrieron la mesa, el piano y al desconcertado simio de oro viejo, hicieron del suelo de azulejos la senda de un parque en otoño y una esencia de humedad y enigmas se dejó sentir en el ambiente. Marcabrú no tardó en atreverse con las hojas intrusas y a puñados, las tomaba y esparcía por la estancia. ¿Pero cómo? ¿Van escritas? Cierto, todas llevan algunas palabras intrigantes. “¡Ya tengo una historia para la próxima semana!” Diciendo esto, Carmen recogió una cuantas de aquellas páginas peregrinas hasta que consideró que tenía suficiente. Caía la tarde con su esplendor acostumbrado y ya no tenía nada más que hacer en la ventana, de manera que se despidió del mono y salió a la calle con su cuadernillo de hojarasca. Se preguntaba sobre quién sería el autor de tan natural extravagancia. Como era de carácter jovial se inclinaba a dibujar en la imaginación las quimeras más afortunadas en torno al remitente fantasma. Lo representaba todo rodeado por cestas llenas de castaño de indias, puestas allí cuidadosamente para que fermentaran despacio con la sutil alquimia de varios mohos aromáticos. Se figuraba en unos estantes los frascos de la tinta verde cromo con las que escribía en los vegetales aquellas palabras errantes. Suponía en fin, una atmósfera de busca y horas poéticas sin límite. Pero acaso no imaginaba las telarañas del tiempo, las cadenas de hierro y niebla inmutables a pesar del óxido del verano. Y acaso no sabía de los lienzos oscurecidos que pendían de los muros, cobijo de un espacio donde llovía su voz intermitente, cambiando el juego de luz a más dulcificado. Al margen de muchos aconteceres cotidianos un pensamiento vacilaba como la llama de un cabo de vela: ¿se puede romper siquiera una brizna de verdad en un arroyo de palabras? Ciertamente, sí. Incluso una palabra sola tiene siempre algo de verdadero, un destello de realidad cercana. Entonces ¿cuál es tu preocupación? A veces las palabras, se nos van de las manos y sugieren, por su cuenta, reflejos dorados no previstos. Ese era el temor que rondaba al habitante del cuarto. Hacia nueve días desde que viera partir el tumulto de hojas secas, confiadas a una ráfaga tibia del norte. Recordaba la subida a la azotea llevando a cuestas el cestón rebosante de frondoso amarillo, el levantar la carga por encima de la cabeza y el surgir del espeso chorreón de hojas volando, sobre los tejados, hacia su destino. Recordaba también el tumulto de las golondrinas y vencejos, cuya alarma, al verse atropellados formaba una red de largos chirridos en la quietud atardecida. Y tales recuerdos le causaban alguna zozobra pues pensaba que aquello no tenía vuelta atrás. Más aún, el momento en que las consecuencias de todo ello se haría patentes estaba a punto de llegar. Siete campanadas cayeron pausadamente por la rendija de la ventana, luego la sintonía, como la evocación de un país remoto se apodera del tiempo unos instantes para bajar enseguida a segundo plano. La voz de lluvia, con su fragancia de tierra mojada comienza a verterse en un amable saludo que desemboca encima de una música diferente y después otra canción húmeda.

Ahora reaparece la voz y su acento de mujer cálido y apacible va trenzando una inverosímil y casi descabellada narración que dice de este modo: Hablar como el agua. “Era como un rocío de asombro, cuando su voz aparecía en la habitación matizado con un fondo de música blandamente sincopada. Se preguntaba como podía llegar hasta allí…”

Luis Oliver Guasp - Castellón 1992

free b2evolution skin
18
Nov

Relato del goliardo de Marcel Schowb

Yo, pobre goliardo, clérigo miserable errabundo por los bosques y los caminos para mendigar, en nombre de Nuestro Se­ñor, mi pan cotidiano, vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de los niñitos. Sé que mi vida no es muy santa, y que he cedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanos que me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acos­tumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan.
Hay menteca­tos que les sacan los ojos a los pequeñue­los, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibidos y de implorar la caridad. He aquí por qué ten­go miedo. al ver todos estos niños. Sin duda. los defenderá Nuestro Señor. Ha­blo al acaso, porque estoy lleno de ale­gría. Río de la primavera y de lo que vi. No es muy fuerte mi espíritu. Recibí la tonsura de clérigo a la edad de diez años, y he olvidado las palabras latinas. Soy se­mejante a la langosta: porque salto. Aquí y allá, y zumbó, y a veces abro las alas de color, y mi cabeza menuda está transpa­rente y vacía. Dicen que San Juan se ali­mentaba de langosta en el desierto. Sería necesario comer muchas. Pero San Juan de ningún modo era un hombre como nos­otros.
Estoy lleno de adoración por San Juan, porque era vagabundo y decía palabras incoherentes. Me parece que debieron ser más suaves. Este año, también es suave la primavera. Nunca tuvo tantas flores pálidas y rosadas. Las praderas Están la­vadas recientemente. Por todas partes resplandece la sangre de Nuestra Señor en los setos. Nuestro Señor Jesús es color de azucena, pero su sangre es bermeja. ¿ Por qué? No lo sé. Esto debe de estar en algún pergamino. Si yo hubiese sido ex­perto en letras, tendría pergamino, y es­cribiría en él. De este modo comería: muy bien todas las noches. Iría a los conventos a rogar por los hermanos muertos e ins­cribiría sus nombres en mi rollo. Trans­portaría mi rollo de los muertos, de una abadía a la otra. Es una cosa que agrada a nuestros hermanos. Pero ignoro los nombres de mis hermanos muertos. Pue­de ser que Nuestro Señor tampoco se cui­de mucho de saberlos. Me pareció que todos estos niños no tenían nombres. Es seguro que los prefiere Nuestro Señor Jesús. Llenaban el camino como un enjam­bre de abejas blancas. No sé de dónde
venían. Eran pequeños peregrinos. Te­nían bordones de avellano y de álamo. Llevaban la cruz a la espalda; y todas es­tas cruces eran de innumerables colores.
Las vi verdes, que debieron de estar he­chas con hojas cosidas. Son niños salva­jes e ignorantes. Vagan no sé hacia donde.
Tienen fe en Jerusalén. Pienso que Jeru­salén está lejos, y que Nuestro Señor debe estar más cerca de nosotros. No lle­garán a Jerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos. Como a mí. El fin de todas las cosas santas radica en la alegría. Nuestro Señor está aquí, en esta espina enrojeci­da, y en mi boca, y en mi pobre palabra. Porque pienso en él y su sepulcro está en mi pensamiento. Amén. Me acostaré aquí baja, el sol. Es un sitio santo. Los pies de Nuestro Señor santificaron todos los lugares. Dormiré. Que Jesús haga dor­mir en la noche a todos estos niñitos blan­cos que llevan la cruz. En verdad, yo se lo digo. Tengo mucho sueño. Yo se lo digo, en verdad, porque tal vez él no los ha visto, y debe velar por los niñitos. La hora del mediodía pesa sobre mí. Todas las cosas son blancas. Así sea. Amén.

(Fragmento del libro La cruzada de los niños de Marcel Schowb)

free b2evolution skin