27
Sep

Zumurrud. De Arturo Uslar Pietri

Os dejo con uno de mis cuentos preferidos de Arturo Uslar Pietri, venezolano, nacido en Caracas en 1906, galardonado en 1990 con el Príncipe de Asturias de Literatura.

Se da cuenta, "pero Alah es más sabio, que un pobre pescador llamado Eddin, humilde alma y ardiente devoto del profeta, con el alba había salido aquella mañana sobre el mar a echar las redes. Era pobre de toda pobreza, tan pobre como un guijarro en una charca.
Sobre Eddin había pasado el frescor de la aurora, cuando el mar era pálido como una lejanía de floresta; había caído el bochorno del mediodía tornando el agua de una coloración de zafiro denso; y. por último, le había sobrevenido el crepúsculo, cuando el océano era todo glauco con toques de cobre.
En la jornada había echado la red incansable y persistentemente, y entre las cuerdas húmedas no había visto platear ni una sardina. Estaba extenuado; un sudor frío le corría por la piel áspera. Desesperanzado, en la última penumbra de las luces del oca¬so, se resolvió a echar la postrera redada.
Pensaba en sus pobres hijos y en su mujer que no habían comido en todo aquel día, se imaginaba su regreso, cuando saliesen a recibirlo jubilosos y lo hallasen con las manos vacías, todo esto le apretaba el alma; así fue que irguiéndose en un último esfuerzo gritó a pleno pulmón: «En el nombre de AIah, el Clemente sin límites, el Misericordioso», y arrojó el artefacto a lo lejos, en la profundidad móvil.

Largo rato estuvo al acecho. Al fin tiró de las cuerdas y las sintió pesadas. Entre el tejido burdo emergió del agua una gran ánfora de bronce labrado que las luces crepusculares policromaban de una maravillosa pedrería.
Loado sea Alah, se dijo el pobrete, y comenzó a bogar hacia tierra con su raro cargamento. Entretanto se había escondido el sol y empezaban a encenderse las estrellas. Allá, en lo lejano, sobre el perfil opaco de los montes, asomaba la luna la punta de su disco de tiza.
Varó su bote en la arena suave y sentándose sobre una piedra se dio a contemplar su hallazgo.
Mientras más lo veía y dilataba las pupilas en la contemplación más lo tomaba la sorpresa, como un vapor de embriaguez.
Seguramente Alah le había puesto en su camino para hacerle dichoso y rico hasta el día de la Recompensa, allí no podía estar la mano del Maligno (confundido sea), ya que el nombre del Clemente la había hecho surgir de las aguas.
Eddin dilataba su admiración en un largo y cadencioso «Aaah»; después más exaltado dijo en su honor los versos del poeta:

I1uminaría la noche más oscura entre las noches;
Es como la letra Mim;
Ante ella se aplacarían el simún de los desiertos y la
tempestad del mar;
Es digna de que los califas se postren ante ella como
perros esclavos;
Sola bastaría para volver a la vida a los caddveres
en putrefacción comidos de los gusanos.

Y más luego soltó la fantasía, como un potro de bríos incontenibles, y la fantasía galopaba y galopaba por esa ilimitada llanura de las maquinaciones.

Eddin soñaba...

Dentro estaba el tesoro de los sultanes perdidos en lo lejano del momento y de la edad: las grandes perlas, grandes como ojos de bueyes o como lunas recién nacidas; las enormes esmeraldas verdes de aguas quietas como lagos muertos; los rubíes desmesurados que arden en reflejos escarlata como una hoguera en la noche; y. las turquesas de un azul ingenuo como los pedazos de cielo que se ven a través de las curvas ventoleras de las mezquitas.
Sería rico, tendría alcázares fabulosos de alabastro, semejantes a los que construye la espuma en la cresta torcida de las olas, sus siervos cuajarían los campos; la seda de sus ropones sonaría grata como la música de las dulzainas; la extensión de sus tierras sería mayor que la que se divisa extenuando la mirada, desde lo alto de una palmera alta.

Eddin soñaba... .

Pero también había oído contar allá en el zoco, cuando en los días de descanso se reunían los hom¬bres de trabajo, una historia sorprendente.
Un pescador, igual que él, un día entre los días halló en el mar una gran ánfora de metal que tenía en la tapadera el sello de un sultán antiguo y malévolo. Del envase abierto brotó una efrit descomunal y cruel que le ofreció la muerte.
Eddin rememoraba y tornaba a ver el ánfora, sobre la tapa había un sello de plomo, quizá sería el sello de Soleimán.
El miedo le tomó con un oleaje frío de la sangre.
También podría haber allí un efrit temeroso que cargase sobre su miseria las maldiciones inexorables que se cumplen porque alteran el sino de las vidas.
Bien podía castigarle el Misericordioso por su avaricia desmedida. Si pobre había sido hasta entonces, ¿por qué no podría seguirlo siendo hasta que le sobreviniese la Separadora de los Amigos?

La luna mediaba el camino del cielo y estaba toda la playa blanca como si hubiese llovido cal.

Eddin había tornado del sueño...

Llegóse al borde del agua y arrojó el ánfora con violencia. «En el nombre de Alah y de Mahomed, su profeta», sonó un chasquido seco el mar se prolongaba en su canción ahogada.
Por la vereda ululaba la brisa como un can de mal agüero.

No sé si esto es un cuento o una glosa: en el “Alf lailah oua líala” hay algo parecido, mas lo cierto es que si no ha sucedido nunca, bien ha podido suceder.
El ánfora es el sueño y Eddin la vida, y cuando se tiene el sueño lo mejor es arrojado lejos, como una mala parásita, ya que después de la muerte será «como si nunca se hubiese sido»...

Zumurrud, cuento extraído del libro de Arturo Uslar Pietri: Barrabás y otros cuentos)

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