8
Ago

Futuro pluscuamperfecto De Manel Aljama

~ pluscuamperfecto.
1. m. Gram. Tiempo que indica una acción o un estado de cosas acabados antes de otros también pasados. En indicativo, había amado, había temido, había vivido; en subjuntivo, hubiera o hubiese amado, hubiera o hubiese temido, hubiera o hubiese vivido.

Ya no quedaba otra elección. Nadia tenía que escapar antes que la detuviesen. Recogió los escasos enseres que le pertenecían, y que podía llevar consigo sin despertar sospechas: un mini computador personal al que previamente había anulado la sincronización con la Red principal, un juego de destornilladores del siglo pasado y que pertenecieron a su abuelo, unas pastillas alimenticias suficientes para un mes y un bote de oxígeno de emergencia por si se producía una disminución en el escudo protector que envolvía Megalópolis-100, la ciudad donde habitaba. Sabía que era una actitud suicida puesto que el Gobierno Global había decretado recientemente el máximo nivel de protección para las mujeres blancas que estuviesen en edad de procrear. El pretexto esta vez era la última guerra mundial bacteriológica, que también había exterminado la práctica totalidad de la razas negra y amerindia, así como había reducido a la mínima expresión a los asiáticos y caucásicos. El conflicto, también se había llevado por medio lo que quedaba de especies salvajes, y los únicos animales vivos eran los adscritos a las templo-granjas. Los seres humanos se reproducían mediante técnicas in vitro y los fetos crecían en úteros artificiales situados dentro de los templo-hospitales. Este sistema fue establecido por las autoridades a raíz de las últimas revueltas de género de finales del siglo XXI. Ya para entonces el sexo se practicaba mayoritariamente de manera virtual, y engendrar un ser humano fue finalmente considerado algo primitivo y propio de animales inferiores. Las nuevas generaciones aceptaron eso como algo bueno y válido. Finalmente, el nuevo orden-máquina promovido por los tele-templos se había impuesto. Nadie iba ya a votar a sus gobernantes. El Gran Ordenador Central periódicamente enviaba un cuestionario a una serie de individuos que consideraba representativos en todas las megalópolis, y en función de sus respuestas, nombraba los dirigentes y representantes de entre los distintos candidatos. Todos confiaban en el buen Gobierno Global, el del Gran Ordenador Central. Cada rincón de cada megalópolis estaba equipado con tele cámara de seguridad para prevenir la delincuencia. No había cárceles porque ya no se cometían delitos. Y cuando, de forma esporádica, se producía un crimen, la Ley Suprema contemplaba un único castigo, la expulsión de la ciudad. A pesar de todo, fuera de los grandes núcleos urbanos, aún existían algunos reductos que vivían de forma salvaje e incontrolada en los escasos bosques o las exiguas zonas pantanosas. Allí se cobijaban todo tipo de individuos. Cuentan que en un principio fueron disidentes del sistema, delincuentes, discapacitados, mutantes, e incluso animales que buscaban como en un oasis, escapar de los inmensos desiertos que separaban los dos largos centenares de megaciudades que quedaban en pie en el mundo y, claro del propio control que ejercían esas urbes. Si alguien intentaba huir de Megalópolis-100 o cualquier ciudad, podía pagarlo con su vida. Un complejo sistema de detectores y armas de variada índole servían más para impedir la salida que la entrada o un hipotético ataque exterior. Todas las megaciudades estaban dotadas con una protección a base de arcos magnéticos entrecruzados, capaces de convertir los distintos gases en oxígeno y reducir el dióxido de carbono. De tanto en tanto fallaba el suministro de electricidad y disminuía su protección. Entonces unas sirenas indicaban a los habitantes que debían ponerse su mascarilla y enchufar el bote de oxígeno. Pero Nadia había cometido ciertas irregularidades, una de ellas, la de practicar el sexo con el agravante de no haber usado protección alguna. En cualquier momento la podían venir a detener para conducirla a un templo-escuela.

Nadia sabía lo que le esperaba si intentaba escapar, pero estaba decidida. Aprovechó la confusión que se produjo al estropearse la climatización en un templo-farmacia para anular una telecámara. Así pudo hacerse con algunas medicinas con las que esperaba sobrevivir en el desierto hasta encontrar un refugio más libre que seguro. También se llevó ropa con chips-identidad del personal del templo-farmacia. Pensaba que le servirían en su huída. Tenía que actuar con rapidez. Inicialmente pensó que la mejor manera sería utilizar uno de los transportes automáticos de desperdicios, o quizá los del racionamiento del agua. Desechó enseguida lo del agua porque pensó que sería la manera más previsible de escapar. Aunque pareciese que actuaba de manera inconsciente o poco realista, en realidad estaba siguiendo los pasos que su abuelo le trazó muchos años atrás. Gracias a él, había aprendido cosas muy diferentes de las le mostraba a diario su templo-teleprofesora. Y el viejo, siempre soñó con un nuevo renacer fuera del orden-máquina establecido por los tele-templos.

Caminaba con el paso firme pero aparentando normalidad. De tanto en tanto miraba los paneles informativos para vigilar cuándo iba a ser denunciada por prófuga social. Seguramente en menos de una hora su fotografía y holografía tridimensional estarían en todas las pantallas. Llegó al primer control. El chip de templo-farmacia funcionó y no tuvo que pasar el test del iris y tampoco el del vaho. Aún le quedaban dos inspecciones más hasta alcanzar al vehículo de los desperdicios. Cuando llegó a la siguiente frontera, la foto de Nadia estaba en los noticiarios. Aún así, el chip realizó su tarea y le franqueó el paso. Tenía que ir más deprisa para ganar tiempo. Al llegar a la última aduana se le pidió una muestra de aliento. Fue identificada de inmediato. Los vigilantes intercambiaron conversaciones con sus superiores y éstos a su vez con uno de los mandos en el Gran Ordenador Central. Pero para su sorpresa no la detuvieron y le permitieron acercarse al transporte de residuos. Sólo unos cuantos funcionarios, fieles obedientes del Gran Ordenador Central, no daban crédito a como Nadia podía salir por su propio pie y sin que se activasen ninguno de los resortes de seguridad. Ella tenía la gran oportunidad que no había buscado pues realmente se tenía que estar un poco loco para abandonar la seguridad de la urbe. Subió al control de conducción del vehículo sin ningún problema. El conductor era un hibrido humano que se limitaría a hacer su trabajo sin hacer preguntas ni protestar. Transcurridas unas cuantas horas de viaje, empezó a sentirse cansada. Aquel conductor no necesitaba alimentación y lo único humano debería ser su aspecto. Durante el trayecto pudo ver aquello que las noticias no enseñaban. Así no todo era un desierto e incluso llovía y nevaba en distintas zonas de su territorio. Le llamó la atención que las precipitaciones fuesen de colores, unas amarillas, otras azules o rojas, e incluso, verdes turquesa. Llegaron al vertedero. A partir de ese momento se las debía arreglar sola con su ordenador personal que seguía desconectado del resto aunque sus funciones de posicionamiento eran útiles todavía.

Miró el calendario. Ahora sabía que cuando su abuelo no mentía cuando le enseñaba que había otra realidad. Y se sentía orgullosa por ello. Era verano y entonces debía ir hacia el sur para buscar un poco de humedad. Tenía los labios resecos por el largo viaje pero los productos químicos que traía consigo hicieron su función. Quedó sorprendida porque aunque la vegetación era pobre, el terreno no era tan árido como le habían dicho. Fueron pasando los días y el oasis más cercano parecía estar más lejos de lo que indicaba el sistema de posicionamiento. Por fin cuando ya no le quedaba ni alimento ni sustituto del agua, encontró unas extrañas construcciones de madera, plásticos y otros materiales. Lo más importante era que había gente, seres humanos. Unos iban vestidos con ropas estrafalarias que nunca antes había visto. Otros simplemente iban desnudos o semidesnudos. Aquí no había vigilantes, ni cámaras, ni máquinas. Quedó aún más sorprendida al ver un vehiculo que había visto en las enciclopedias, un carro de dos ruedas tirado por un caballo de verdad. Pronto supo que, aunque su computador pudiese funcionar con energía solar, allí no serviría de nada. Viviría por fin de otra manera. No comían pastillas sino alimentos que obtenían de la tierra. El aspecto de todos aquellos individuos era mucho más fuerte y sano que el suyo. Le recibieron afectuosamente en cuanto advirtieron su presencia. Siguió caminando. Atravesó el poblado. Dejó atrás las chabolas y pudo observar una masa forestal bastante grande junto a un lago cuya agua iba del verde al marrón. Decidió quedarse a vivir.

Se integró muy rápidamente. Se sentía a gusto en una comunidad que la había acogido con naturalidad y sin recelos. Aprendió a colaborar con los demás en las tareas diarias. Se olvidó de todo, hasta de su condición de mujer. Atrás quedó un largo periplo por el desierto expuesta a medicamentos que facilitaban la reutilización de líquidos y fluidos corporales en situaciones extremas. Las preguntas de sus compañeros sobre cómo había podido escapar le hicieron atar cabos. Entonces supo porqué las alarmas no se habían disparado, porqué se le permitió el paso cuando escapaba a pesar de estar señalada como prófuga. Una vulnerabilidad en el sistema había dado prioridad a la orden de proteger cualquier hembra embarazada por encima de la orden de eliminación de prófugos. Pasó del estupor al malestar pero aceptó la situación cuando reparó que allí no había ni templos-hospitales ni máquinas procreadoras.

Todo era natural, todo era como antes. Consideró la posibilidad de interrumpir la gestación de un ser en un mundo tan cruel pero al final decidió apostar por empezar de nuevo, no estaba sola. Buscó en su bolsa los destornilladores de su abuelo. Aquí tenían sentido y le iban a ser de utilidad. Tenía ganas de empezar algo nuevo.

© Manel Aljama, febrero de 2007/ julio 2008.
http://manelaljama.blogspot.com/

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