La ballena de Samuel. De Locomotoro
Por monelle elFeb 11, 2010 | EnLocomotoro, CONTEMOS CUENTOS 16
Al igual que sus compañeros, el viejo arponero llevaba demasiado tiempo lejos de su hogar. Aquella ballena los llevaría hasta el confín de los océanos. Hasta entonces nunca habían perseguido durante tanto tiempo a ningún otro cetáceo, pero el capitán era demasiado cabezota, y el “Coloso”, que era como se llamaba el buque, navegaba a paso frenético detrás de la ballena.
Para él, no era algo personal, arponeaba bien, y le pagaban para eso, solo era un trabajo. Tenía el rostro curtido por el devenir del salitre en la piel, pero su espíritu era joven y fina su puntería.
Una mañana de Marzo, con el sol aún en las crestas del horizonte, otearon lo que parecía una manada. Arriaron la chalupa lentamente y una docena de hombres armados con remos se dispuso al acercamiento. No era complicado, se trataba de extenuar a la presa y darle muerte antes que pudiera sumergirse. Al acercarse, las confiadas ballenas les dedicaron unos cánticos, como si les saludaran. Esto era lo que peor llevaba el arponero, no se acostumbraba a ello, pero debía mantenerse lúcido para hacer su trabajo. Se acercaron hasta ponerse casi al lado mientras el pequeño grupo compuesto de varias hembras jóvenes y sus crías jugaba a su alrededor, inconscientes de la muerte que les sonreía.
Samuel miró hacia el buque, como esperando una orden. A lo lejos, desde el castillo de proa, el capitán sonreía de satisfacción; sería una buena carga.
Samuel decidió no pensar, ató el extremo de la cuerda del arpón a la chalupa.
No se debía ofuscar, debía ser prudente y certero. Alzó el arpón con todas sus fuerzas, mientras su cabeza comenzaba a extrapolar sus recuerdos de tiempos mejores.
Una masa oscura, llena de musgo surgió de las profundidades interponiéndose entre la afilada punta del arpón y las crías. Era la ballena que perseguían desde hacía meses. Samuel miró a los hombres, miró al buque y contempló que nadie se había percatado de la presencia. Quedó inmóvil durante unos segundos. Un ojo enorme, lleno de arrugas lo contemplaba como quien mira a la muerte. El animal hizo un gesto y el resto de ballenas desapareció en un instante. Samuel soltó el arpón y la vieja ballena se sumergió volando en las profundidades del mar, ese mar que algún día lo enterraría.
Locomotoro 13/09/06
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