VIAJE de Monelle

Con los ojos enrojecidos y los gestos concentrados en el vaso de vodka que lleva a su boca, se mueve para exigirle al camarero el relleno de licor con el que entretener las horas. José Maria siente la pesadez de sus miembros. Pasadas las cinco de la madrugada, pregunta si falta mucho para el cierre del local, recibe un no por respuesta y decide marchar antes de verse avergonzado por una evacuación forzosa. No ha dejado de beber desde que llegó y no le gusta ser el hazmerreír de nadie. Al pagar da una propina para que le llamen a un taxi, no quiere arriesgarse a coger el coche. Al sonido del claxon se asoma a la ventana y hace un gesto para que le aguarde, necesita orinar urgentemente, cree no poder aguantar todo el trayecto. Sabe que el contador esta en marcha y atropella en su precipitada carrera a alguien, cae. La disculpa sale con dificultad de su boca acartonada.
―¿Nos conocemos?
Por borracho que estuviese no hubiera olvidado nunca una belleza tan exótica, ni unas piernas tan espectaculares. La ve sonreír al tiempo que le ofrece su mano.
―Gracias señorita, disculpe mi torpeza ―intenta decir algo agradable, siente la empatía.
―¡Deje! Yo le acerco hasta su casa. Usted no me recuerda pero yo sé quién es.
Paga al taxi la carrera y la espera. Se sube en el asiento delantero de un vehículo que reconoce como suyo. Intenta perseverar en sus recuerdos pero no logra ubicarla. Tampoco recuerda haberle dado las llaves, pero el motor ronronea dirección sur.
―¿De veras sabes dónde vivo, o es un estrategia para desvalijar a un pobre borracho? ―la risa estalla transformándose, a intervalos, en sonidos estridentes que se clavan en su oído. ―Disculpa, pero si no orino, me lo haré encima.
―Tranquilo, queda poco ―la gran avenida que divide la ciudad en dos aparece ante él distorsionada, irreconocible. Entretiene su vista en el cuerpo voluptuoso y apetecible que se insinúa lascivo.
Toma su miembro dolorido por la micción que empuja y lo siente crecer de forma descontrolada.
―Llegó el momento José Maria. ¡Tómame! Ya me encontraste.
Introduce la mano levantando la falda, el tacto no engaña. Siente los huesos descarnados entre sus dedos. Todo se transforma. Ahora conduce él… demasiado rápido. Y a su lado el enigmático espectro que con los brazos abiertos aguarda el momento que irremediablemente llega.

Monelle/CRSignes 08/05/2007

EL APRENDIZAJE (Antinanco capítulo 2) de Espantapájaros

Como el viento que galopa veloz entre los árboles, como el águila que surca rasante los cielos, Antinanco corre libre sin dificultad en la espesura de la selva. A sus nueve años ya tiene el porte de un guerrero. De larga cabellera azabache, de oscuros ojos y su piel color arcilla, es el orgullo de su raza.
A cada paso sus pies descalzos se hunden en la humedad de la tierra y sus pulmones se inundan de los aromas a hierba buena y encino. El cóndor lo observa con lascivia mirada desde la altura, envidioso de su briosa libertad y el Pangue –puma –acostumbrado a ser el rey de las bestias, baja humilde la vista a su paso.
A diferencia de los otros niños de la comunidad, Antinanco recibe una preparación diferente. Él será el futuro guía de su pueblo. El uso de las armas y la fortaleza física es de gran importancia en la educación, así como la sabiduría espiritual. Como mapuche su apego a la madre tierra es indisoluble y es por ello que dedica mucho tiempo a las enseñanzas que le entregan el anciano kimche –sabio –.
Sentado a orillas del lago Lleu Lleu, y bajo la sombra de un frondoso sauce, el joven mapuche pasa horas escuchando con perseverante atención las palabras del viejo.
La naturaleza es la más justa examinadora, es la ley, el azmapu que regula la coexistencia entre las diversas cosa que habitan la madre tierra, por ello se debe respetar, proteger y cuidar.
Los mapuche son hijos de la tierra, esto lo comprendieron tus antepasados. Por que todo esta hecho de lo mismo; las montañas, los ríos, las estrellas, la gente, las piedras y el gran espíritu.
Pero de todas las enseñanzas, lo que más gusta oír a Antinanco son las antiguas leyendas. Historias que lo hacen soñar y viajar en su mente. Traspasa mágicas ventanas de cristal donde transita por extrañas tierras, allí se encuentra con los señores de la luz y la sabiduría. Son sueños, imágenes que solo comparte con empatía y confianza a su maestro. No podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre ni su gente.
Pero el Kimche, quien ve con ojos de sabio, vislumbra un extraño brillo en la mirada del muchacho.
El viejo cree que el destino le depara otro futuro, diferente al escrito por los espíritus.

Espantapájaros 07/05/2007

A LOS NIÑOS de Crayola

No se sabe si existió de verdad. Pero cuentan que vagaba por las calles de la ciudad buscando todo tipo de cosas que llevarse en un costal percudido que siempre cargaba con dificultad en su hombro izquierdo. Los que alguna vez llegaron a verle, dicen que era un viejo sin empatía entrado en años, desaliñado y mal oliente, con el pelo enmarañado lleno de piojos, la boca desdentada, los ojos hundidos, la piel llena de llagas, las uñas largas y filosas como las de una bestia, la mirada enfurecida y lascivia, y para rematar, algo cojo. Toda una facha. Para algunos se había convertido en el hazmerreír; para otros, era un brujo que practicaba magia negra y hacía desaparecer personas usando el roído costal. Otros cuentan que tan solo se trataba de un hombre caído en desgracia. Que había sido un soldado en las guerras de otros continentes, y que al verse sin fortuna y derrotado, emprendió un viaje sin final en tierras lejanas donde no fuera conocido. Un vagabundo errante sin sitio, sin familia, sin un hogar. Recorría todos los caminos, en todas direcciones, recolectando cachivaches, trebejos, pero sobre todo, niños.
No ha habido hogar en el que el viejo no sea conocido.
–Si te portas mal, te lleva el viejo del costal.
–Si no duermes la siesta, vendrá el viejo del costal.
Esas advertencias nunca fueron en vano, porque dicen que a los niños desobedientes se los llevaba el viejo.
Llega por las noches, escondido entre las sombras, entra en las habitaciones y mete al sucio costal a todos esos pequeños mal portados.
Al parecer el costal es tan solo una ventana a un mundo diferente. Ahí llegan chiquillos de diferentes lugares y razas, y son castigados por su pobre comportamiento. Los que perseveran y aprenden buena conducta, pueden regresar con sus padres. Los que no cambian su forma de ser, se convierten en grandes árboles con gruesas raíces bien metidas en la tierra para que no pueda moverse y nunca mas pueden volver a su mundo real.
Quizás tan solo sea un cuento, nunca se sabrá con certeza, por eso, es mejor portarse bien y no desear el mal. Tal vez allá afuera, oculto en los callejones, ande el viejo del costal.

Crayola 03/05/2007

LA PREPARACIÓN (Princesa Izel Capítulo 2) de Crayola

Izel tenía un destino marcado por las deidades de su raza. Cuando cumpliera la edad suficiente, sería entregada a los sabios Huehues en una ceremonia religiosa que se llevaría acabo en uno de los templos sagrados donde se ofrecía el culto al dios Huitzilopoztli –dios de la guerra y la muerte –.
La pequeña de nueve años sabía que su futuro estaba escrito por la misma Metzli y que debía cumplirse en el día señalado. Le habían enseñado que nadie podía cambiar el camino ya trazado. Si alguien lo hiciera, una maldición caería sobre la misma persona, su familia y toda posible descendencia hasta el final de los tiempos.
La educación de Izel se llevaba acabo en sus recintos en el Templo Mayor. Por ser princesa, tenía prohibido abandonar sus habitaciones, salvo en ciertas fechas en las que era convidada a saludar a su padre el emperador azteca, y a las cuáles tenía que ir siempre acompañada por Xochitl, su esclava.
Izel mostró desde pequeña gran sabiduría. No solo conocía todo lo enseñado por sus temachtis –maestros – sino que inexplicablemente tenía un conocimiento superior sobre la naturaleza y el cemanahuac –universo –. Su Cihtzin constantemente le reprendía por mostrarse tan dispuesta a debatir sobre cualquier tema; no podía mostrar a nadie esa debilidad, no debía ser el hazmerreír ni avergonzar a su padre.
Pero lo que nadie sospechaba era que Izel tenía un espíritu fuerte y valeroso y con disimulada lascivia y perserverancia ella misma había decidido cambiar el rumbo de su destino.
Tampoco sabían sobre las constantes huídas de Izel por las noches. A diario, después de que el templo quedaba en silencio, sigilosa se ocultaba entre las sombras y abandonaba la gran ciudad hasta perderse en la espesura de los bosques.
Caminaba sin dificultad por senderos oscuros cubiertos de arbustos y gigantescos árboles sin miedo alguno sabiéndose protegida por las bestias y los espíritus de la yohualli –noche –, hasta llegar al lugar sagrado de Teotihuacan –ciudad de los dioses –, donde se encontraba con un viejo macehualli expulsado de Tenochtitlan hacía muchos años por un antiguo rival Teopixqui.
Ahí, Izel complementaba sus conocimientos sobre lo terrestre y lo espiritual abriendo antes sus ojos una ventana hacia el infinito y sobre todo hacia su libertad. En cada encuentro, con gran empatía, Izel se abalanzaba a saludar a su secreto amigo, maestro y guía, al que llamaba con cariño teopanquixtli –padrino –.

Crayola 01/05/2007

Lluvias. De Monelle

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Podían pasar horas antes de que Sebastián volviera a reaccionar. Nos amábamos con locura, pero eso no era suficiente motivo como para que él me confiara qué pensamientos lo abstraían. Nuestra vida en común, los años más felices de mi existencia, se habían movido sin dificultad. La empatía entre ambos era completa; sólo aquellas pequeñas ausencias envolvían de misterio los días, pero de tanto esperar la respuesta, pese a mi perseverancia, había acabado por ignorar aquel peculiar ensimismamiento.
–Te quiero, te quiero, te quiero,... –le escuché y salí corriendo para ver que le pasaba.
–Y yo Sebastián –le dije.
–¿Decías algo?
–Esa si que está buena. Te has pasado cinco minutos repitiendo “te quiero”, te contesto y resulta que no te has enterado. ¿Para quien era ese lascivo pensamiento?
Titubeó antes de afirmar que para mí.
–Te crees que me chupo el dedo. No, si tarde o temprano tenía que salir. ¿Cuánto hace que la conoces? No quiero ser el hazmerreír de nadie –le di la espalda.
Era fácil seguir el camino que franqueaban las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana abierta. No podía llorar. Le presentí y me quise apartar, pero algo sucedió que no lo logré. Justo al notar cómo rozaban sus manos mi cara intentando enjugar aquellas inexistentes lágrimas, caí presa de un hondo pesar y me derrumbé. Tuve la extraordinaria sensación de haber vivido ya todo aquello. Las gotas de lluvia vinieron a dibujar en mi rostro la húmeda tristeza que le faltaba. Sebastián me besó mientras se deshacía pidiéndome perdón. Eso vino a reforzar la impresión y la evocación de algo que estaba convencida de que nunca fue.
–Vida mía –dijo –¿Crees en las vidas pasadas?
–¿Por qué me preguntas eso? –me desconcertó su consulta. Dudé unos instantes antes de afirmarle que no.
Se alejó dejando el silencio como réplica. Aspiré profundamente la fresca intromisión de la calle y como por arte de magia me vislumbré compartiendo un espacio desconocido. Frente a mi una anciana mujer agarraba mis manos con fuerza intentando secar las lágrimas que de su cara yo había recogido, apenas un segundo para retornar en mi y ver que Sebastián estaba llorando.
–La lluvia nos trae aromas y recuerdos que teníamos olvidados, como pequeños dejà-vú de vidas pasadas. Siempre te he amado y siempre te amaré, algún día espero que puedas verlo.
–Lo sé, Sebastián. Ahora ya lo sé.

Monelle /CRSignes 28/04/2007

El debut. De espantapájaros

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Habían pasado casi diez años desde que no la veía. En aquél entonces era una pequeña y flacuchenta nenita de ojos verdes y dorados rizos. Pero ahora era una joven muy bella, sus cabellos caían como una cascada de dorados trigales sobre sus hombros, su blusa ajustada al igual los jeans se deslizaban lascivamente en cada curva de su talle.
Era mi prima, y pasaría unos días de vacaciones en casa de mi mamá. Esa noche y llevando en mi mente su imagen la invité a pasar una noche bajo mis sábanas. La pensé tanto que el deseo y las ganas esa noche estallaron una y otra vez entre mis manos.
Durante los días siguientes buscaba mil formas de acercarme, de olerla, de sentirla; el más ligero roce de sus manos provocaba que la sangre hirviera en mi cuerpo.
Hasta que la perseverancia cumplió su objetivo. Una tarde la invité a caminar al parque, al poco andar nos tendimos en el prado. Nuestros cuerpos estaban tan apegados que casi oía el latido de su corazón. Pasado unos minutos no aguante más y en un arrebato de si se deja bien o de lo contrario me llevo una bofetada, me atreví. Así como que no quiere la cosa deslice una mano sobre su vientre, sin dificultad y rápidamente la encaminé hacia abajo. Digo, –en una de esas no se a dado cuenta de lo que hago y antes que llegue, ¡ZAZ! que me llevo un golpe –. Pero justo cuando mis manos sentían el calor de su entre pierna, me detiene, –aquí viene el golpe – pensé; ¡pero no! Todo lo contrario, con dejo de empatía me dice al oído –vamos a otro lugar –.
En casa no había nadie y mi habitación era perfecta. Por fin todos mis sueños y deseos nocturnos se cumplirían, por fin debutaría en sociedad como un nuevo hombre. Imaginaba su cuerpo sudando y gimiendo con mis embestidas, la sangre humeaba bajo mi cremallera. Cuando estábamos en el cuarto me pide que me tienda en la cama, y luego de cerrar la cortina de la ventana se comienza a desvestir hasta quedar completamente desnuda, se acerca y suavemente me toma el miembro que ya no daba más y… y no dio más. Cuando cerró la puerta tras de sí, me sentía pésimo, me sentía el hazmerreír de mi mismo.
Pero bueno, sería para otra oportunidad mi debut.

Espantapájaros 27/04/2007

Antinanco. De Espantapájaros

Una antigua leyenda mapuche trasmitida de generación en generación, dice que un día el padre sol enviaría a su hijo en alas de un águila y que ese niño sería mas tarde el hombre que guiaría con perseverancia y sabiduría a la gente de la tierra en su lucha en contra de los terribles dioses de armaduras y lanzas de fuego provenientes de las tierras que están más allá del gran lago.
Eran tiempos de bonanza y motivo de celebración. Es por eso que el Lonko, el jefe de la tribu, había organizado una rogativa, una ceremonia para dar gracias.
En una pequeña explanada del bosque, el Lonko, parado en el centro del redondel y junto a los Toquis –jefes guerreros – saluda a su pueblo con empatía diciendo: Mari mari laminen –hola hermanos –porque entre ellos son todos hermanos e hijos de la misma tierra y la respetan formando una perfecta comunión. El jefe da inicio a la ceremonia y la machi –hechizera – comienza a danzar en torno a un canelo, su árbol sagrado, tocando el kultrun y cantando, seguida por las mujeres y los guerreros. Los melancólicos cánticos de la machi se remontan por los aires. Vuelan alto, más alto que los fornidos robles y las milenarias araucarias para luego descender y dejarse llevar por el cauce de un cristalino río, y nuevamente entornar el vuelo pero esta vez en alas de un cóndor que se empina más allá de la majestuosa cordillera. Un cántico que penetra a través de la ventana del tiempo y espacio para llegar a la wenumapu, en donde habitan los espíritus del bien, solicitando la protección a Ngenechen, el señor de la gente y agradeciendo a la ñuke mapu –madre tierra – por sus frutos.
La rogativa dura sin dificultad hasta el atardecer para luego seguir la celebración comiendo abundante carne y bebiendo la lascivia chicha. Un brebaje que se obtiene de la manzana y que luego de algunos sorbos a más de alguno marea transformándolo en el hazmerreír de todos.
Mientras, todos los niños reunidos en un rincón de la gran ruka –casa– escuchan atentos al anciano Ngenpin –dueño de las palabras – quien les cuenta las historias de cuando se formo la tierra y el Nge –Ser humano–.
Entre ellos y acurrucado frente a la hoguera se encuentra el futuro guía del pueblo, Antinanco, el hijo de sol.

Espantapájaros 26/04/2007

Princesa Izel Capítulo 1). De Crayola

El sol brillaba en todo lo alto sobre el imponente imperio Azteca. Las sombras gigantescas de los templos se proyectaban sobre los callpulis –barrios – donde los mexicas llevaban acabo sus actividades diarias. La ciudad construida años atrás con dificultad y perseverancia sobre un lago, se conectaba entre sí por medio de grandes avenidas y canales que conducían a cada unos de los templos y recintos sagrados. Así pues, comerciantes y artesanos deambulaban por todo el sistema lacustre intercambiando sus productos en una simulada compra-venta abasteciendo los principales puntos de Tenochtitlan
El imperio era gobernado por un Taltoani –soberano – elegido por un consejo electoral llamado Tlacotan. De ahí se dividía la sociedad azteca entre los pipiltin- sacerdotes y militares – y los macehuales –gente del pueblo– . Los primeros se encargaban de gobernar y dirigir al pueblo con empatía, mientras que los segundos trabajan las tierras y pagaban tributo para mantener a la nobleza.
Aún con las diferencias de clase social, el pueblo azteca vivía en armonía conservando cada cual su lugar. Sin lascivia y sin ser el hazmerreír de nadie, cualquiera podía pretender ascender en esa escala dependiendo de sus logros y dedicación.
Pero también existía una parte en esa sociedad destinada solo a la realeza. Aquellos escogidos por los mismos dioses para gobernar al pueblo. Estos vivían en el Templo Mayor. Una arquitectura de tipo cuadriforme de más de quinientos metros cuadrados por lado, donde dentro se erguían numerosos templos y salones más pequeños rodeados de bellos jardines y manantiales.
En ese paraíso escondido entre gruesos muros de piedra sin ventanas, una pequeña llamada Izel, ocupaba un pequeño recinto rectangular con tres habitaciones que compartía con su cihtzin –abuela – y una macehuali llamada Xochitl.
El día en que Izel nació, su nantzin –honorada madre – la encomendó a su madre. Desde entonces, su Cihtzin se hizo cargo de la pequeña. Izel nació princesa, hija del emperador Azteca. Su vida era cuidada en forma especial por provenir de la misma Metzli –luna – lo cual significaba que era una elegida por los dioses para llevar acabo una misión importante para los suyos.
De tez blanca como luna, ojos amarillos, cabellos negros como la noche y una figura esbelta y danzarina, la Princesa Izel era una niña de siete años que no solo portaba con orgullo su título de realeza, sino que crecía con las inquietudes y fantasías de cualquier otra pequeña de esa edad.

Crayola 25/04/2007

Quiero hablar con mi confesor. De Marta

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La joven de principios del siglo XX se había visto rodeada de suaves algodones, en una vida sin dificultades. La casaron con un apuesto y rico primo lejano, al que apenas conocía. El viaje de novios fue en un lujoso barco, que se dirigió presuroso a cruzar el charco, rumbo a las Américas. Las ventanas redondas del camarote se abrían a un ancho y rizado mar.
En su primera noche juntos el esposo intentó cumplir con sus deberes maritales, con el gozoso entusiasmo de la novedad. Pero, ella, temblando, le impidió tamaña barbaridad, asustada. Ni en su más ardiente imaginación pudo ella concebir más contacto físico que unos besos o abrazos, como los recibidos en el calor de su hogar. La lascivia del desconocido contraía sus pudorosas entrañas. Quería hablar con su confesor, no podía creer que lo que su recién estrenado marido pretendía no fuera pecado.
El hombre, con cariño y perseverancia, intentaba derribar las barreras de la virgen. La empatía que podía sentir por ella quedaba anulada, en las largas noches, por el ansia que le producía la proximidad de su tibio e intocado cuerpo, envuelto en un camisón sin fin.
El vigoroso marido vio cómo todos sus discretos ataques sexuales eran rechazados, sus envites, toreados con voluntad de hierro. Ansiaba regresar de tan casta luna de miel, a la vez que temía ser el hazmerreír de su familia y amigos.
Hasta que volvió la pareja, seis meses después, no se pudo consumar el matrimonio. El director espiritual y confesor de la mujer le confirmó que las intenciones del marido eran lícitas, y tendría que sufrirlas, para mayor gloria del Señor y la procreación.

Marta 23/04/2007

Palabras para el “contemos cuentos 32”

Se seleccionaron las siguientes palabras para el juego:

DIFICULTAD

EMPATÍA

HAZMERREÍR

LASCIVIA

PERSEVERANCIA

VENTANA

Los elementales. Capítulo cincuenta y ocho. ¿Dónde están? De Monelle

Estuve pensando qué le diría a Joan mientras aguardaba su llegada. Incluso hubo un momento en el que creí verlo, pero debieron de ser las ganas de que estuviera allí, lo que me provocó la confusión. Me pasé el día, móvil en mano, llamando a casa. Y a cada llamada, la misma respuesta, “tranquilo mi vida, el cariz de los acontecimientos sigue igual, no hay peligro. Todo está muy tranquilo.” Todo tranquilo menos yo, estaba ansioso por terminar, tanto, que incluso mi jefe se dio cuenta, y se acercó para increparme. “Por el amor de Dios, esté en lo que hace, que hemos perdido ya dos clientes” Era mentira, pero con ese errante juego pensaba que nos aplicábamos más.
A medio día, debía salir a comer como de costumbre con alguno de los compañeros, pero les dije que me quedaba en la oficina que tenía algún trabajo por terminar, y me dejaron solo.
Todo seguía bien en casa, eso decía Anna. No perdí ni un segundo y me aprendí de pe a pa el conjuro; esta vez esperaba ser yo el que viajara, me sentí mal quedándome en casa, siendo un mero intermediario entre los dos mundos para ni tan siquiera verlo; sí, hablé con el rey, pero no era eso lo que me hubiera gustado hacer.
No esperé a que fuera la hora de terminar, pecaminoso, fiché un par de minutos antes y salí disparado. Anna debía estar también recogiendo a los niños, si me daba prisa, llegaríamos a casa al mismo tiempo.
¡Cariños! –grité.
¡Papá! −Se lanzaron sobre mí, en raras ocasiones nos separábamos durante tanto tiempo −¿Queréis que juguemos a algo?
Síiiii... −gritaron a coro −vamos al patio a jugar a la pelota.
Al entrar eché en falta la presencia de Julien, pues imaginé que con el cariño que le habían tomado a los niños saldría a recibirles.
Papá ¿y Julien?
Venid con mamá y os preparo algo para merendar, y un batido con miel sabor de fresa, mientras, papá va a buscarle. Debe estar durmiendo, ha estado un poco delicadillo pero tranquilos que ya está bien, pensad que es tan mayor como la bisabuela, ¿la recordáis? −los pequeños asintieron.
Niños, salid al patio, que ahora voy yo. Anna...
Dime.
Algo inhóspito ha sucedido, Julien y Seren no están en casa, han desaparecido.

Monelle/CRSignes 22/04/2007

Ausencia. De Crayola

El cariz en tus ojos cambió. Tu mirada se volvió indiferente. Pero no me di cuenta cuando paso. Y los besos se escondieron de los labios, y tampoco me di cuenta. Me ocupé tanto de ti que me olvidé de mí. Por estar pendiente de que me amaras, me olvidé de amarte. Por vigilar tus pasos, me olvidé de acompañarte. Y te até al pie de mi cama sin ver que la que no estaba era yo. Te poseí tanto que me quedé sin nada cuando te fuiste porque me llevaste contigo. Tal vez me pegué a tu piel, o tal vez solo me aferré a tus pies para no dejarte ir. El armario aún guarda tus camisas. Las sábanas aún tienen tu olor y tu humedad. El libro en el buró sigue esperando a que lo abras y lo leas. No sabe que te fuiste y lo dejaste esperando en la misma página. Tu taza sigue en el mismo lugar, todavía tiene un sorbo de café con miel sin sabor. El último que dejaste sin tomar. La casa está llena de ti. De todo lo que se quedó sin terminar. Inhóspita y sola. Las horas van y vienen errantes sin destino. El reloj de la sala se detuvo al momento en que saliste, cree que volverás. Te espera. Yo no te espero, solo te extraño. Todavía no se que hacer con tanto espacio vacío. He buscado en mi cama los restos de tus recuerdos pecaminosos porque me haces necesitarte en el cuerpo, y en el alma, y en mi vida. Pero te fuiste y solo te puedo extrañar.

Crayola 20/04/2007

Mujer rota. De Crayola

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

Las horas pasan tan lentas, tan sobrias y desenfadadas, tan pasmosas, que me irritan, me desesperan, me atormentan. ¿Por qué no sólo pasan y se van? Parecen detenerse frente a mí para burlarse con sus muecas. Les doy la espalda y las escucho reírse de mí, pecaminosas. Murmuran. Y me fastidio el carácter y me sumerjo en mi mar de silencios donde mis pensamientos flotan errantes, a la deriva. Y en la profundidad de ese mar negro escondo mis recuerdos. Esos recuerdos que duelen, que pesan como lastres y siguen aferrados en mi memoria, como tatuados en lo mas hondo de mi ser. Hay días que me levanto y no entiendo para qué. A la misma rutina agobiante. El marido, los hijos, el negocio, la vida sin sabor. Y la tarde llega y cae en otra rutina con el mismo cariz. A veces esperar la noche es un aliento, será porque tal vez mañana sea un buen día para despertar. Que inhóspita me parece esta casa. Los muebles insulsos que cambio una y otra vez de lugar para encontrar eso que busco y que quizás encuentre cambiándolo todo, pero no encuentro nada. Y esos cuadros en la pared descoloridos. Pero si tengo todo, por qué siento que no tengo nada. Estoy rodeada de personas que me aman y entonces, por qué me siento tan sola. ¿Cuándo perdí las sonrisas francas? ¿Cuándo se me fueron los sueños? ¿Y las ilusiones? Ni siquiera las recuerdo. Y que cansado tener que tragarme la angustia, la rabia que me invade, la tristeza que me ahoga. Y seguir adelante contestando una y otra vez que no me pasa nada, cuando en realidad me pasa todo. Me estoy desmoronado lento, quedito y nadie lo nota. Mi alma se a quebrado en cientos de pedazos que fueron a dar debajo de la cama. Temo buscarlos, porque temo no encontrarlos y quedarme incompleta, vacía, rota. Me aterra convertirme en sombra, en nada. Y que nadie me vea, y que nadie me sienta. Y que la miel de mis labios se transforme en hiel. Y que me desvanezca…y…
¿Alguien escuchará mis gritos en el silencio?

Crayola 19/04/2007

Hija de la luna. De Crayola

Montaje, fuente de imágenes Internet

La noche había caído sobre la gran Tenochtitlan cubriendo de sombras los templos y barrios. Los Mexicas corrían presurosos a refugiarse en sus viviendas para evitar mirar el pecaminoso fenómeno del cielo. La noche había traído consigo una inesperada luna llena amarilla, augurio de mala suerte. Los huehues –los viejos- no lo habían advertido en sus tantos estudios astronómicos y se encontraban nerviosos. Un inhóspito silencio reinaba en el imperio Azteca.
En una de las cámaras del Templo Mayor, Zeltzin luchaba con todas sus fuerzas para seguir aguantando dentro de su cuerpo a la criatura que estaba por dar a luz. La Nahoa –partera- llevaba horas impidiendo con infusiones de miel y maíz, que la delicada doncella pariera esa noche.
Zeltzin –flor delicada- era descendiente directa de Metztli –la luna– y quinta esposa del emperador azteca. Era su primer alumbramiento y se esperaba que pariera dentro de una luna más a un varón. Sin embargo, el cariz de su gestación cambió de pronto al comenzar el fenómeno celeste. La luna amarilla era invadida por las penumbras y Zeltzin daba a luz a una criatura prematura.
La habitación del parto estaba cubierta de pétalos de diversas flores y hojas de maíz. Varios sumarios despedían hileras de humos con olor a eucalipto y sabor menta. Zeltzin sentada en cuclillas en medio del cuarto, se sostenía con dolor de una cuerda que pendía de una viga en el techo para poder parir. La Nahoa detrás de ella, recibía entre mantas bordadas a la cría.
El llanto de la criatura rompió el silencio. La partera dio un grito guerrero entre cánticos errantes que indicaba que había nacido una mujer. Cortó el cordón umbilical y lo dio a la nanti –madre– para que lo enterrara junto al fogón como señal de que la niña sería buena para el hogar.
Zeltzin tomó en sus brazos a su hija y acarició su blanco rostro. Vio con asombro que la niña la miraba con unos ojos amarillos como luna llena.
Eres hija de la luna. Tepiltzin – hija privilegiada –Tu nombre será IZEL –única. La madre la besó y murió.
El emperador conoció a su hija tres días después como era costumbre. La pequeña fue llevada ante su padre y los huehues. El Teopixqui –sacerdote– la examinó y vio en sus ojos su destino. La bautizó Princesa Izel y su futuro se escribió en el amoxtli –libro- sagrado.

Crayola 18/04/2007

Águila del sol. De Espantapájaros

Montaje fuente imágenes Internet

Se cuenta una historia que se remonta más allá del tiempo, en la época en que el hombre y la tierra eran solo uno, cuando el espíritu de Ngenechen señoreaba entre los bosques; antes de la llegada de los malvados y pecaminosos dioses de relucientes armaduras. En aquella época existió un pueblo que estaba asentado a orillas del lago Lleu-Lleu y a los pies de la majestuosa cordillera. Ellos se hacían llamar mapuches o gente de la tierra.
Este pueblo estaba gobernado por un poderoso Lonko, el que a su vez tenía una hija llamada Quinturay o esencia de flor, la cual estaba casada con un valiente Toqui o jefe guerrero. Habían pasado muchas lunas desde su matrimonio así que la joven estaba a punto de dar a luz; en su vientre anidaba el futuro jefe, el guerrero que guiaría con cariz y sabiduría a su pueblo hasta el día en que los espíritus de la región de los cielos o wenu mapu lo llamaran a formar parte de la ruka.
Fue así que una madrugada, antes de que el sol clareara el alba y como era costumbre, Quinturay se alejó del poblado. Sola se internó en el inhóspito bosque. Allí, en la oscuridad, entre la espesa bruma y a orillas del lago nació su pequeño hijo; luego de cortar con sus dientes el cordón de vida que los unía, lo hundió en las gélidas aguas para bañarlo. Una vez listo lo arropó con unas mantas y lo elevó al cielo presentándoselo a los espíritus del amanecer, como al killen (la luna), weñelfe (el lucero del alba); y les agradeció susurrándole al recién nacido una dulce melodía. Una melodía con sabor a tierra y a miel de encino. Tras la cordillera comenzaban a asomar tímidamente los primeros rayos del sol que anunciaban el nuevo día, uno de ellos se deslizo entre las copas de los árboles, saltando de rama en rama e iluminando las gotas de rocío hasta que se fue a posar en el rostro del infante, el que abriendo los ojos escrutó el cielo como si buscara algo. En ese preciso momento una errante águila que surcaba el firmamento le llamó la atención y dirigió su vista hacia ella; era un mensaje. Su madre al contemplar la escena comprendió lo que sucedía, los espíritus habían bautizado a su hijo, desde ese día lo llamarían: Antinanco, águila del sol.

Espantapájaros 18/04/2007