La mala fortuna. De Monelle
El sudor resbalaba por su rostro proporcionándole una falsa sensación de frescor; cargaba sobre la espalda el fruto de la jornada. Se detuvo unos instantes para sentarse bajo un olivo. Registró sus bolsillos confiando en que tal vez algún mendrugo de pan hubiese resbalado hasta allí, pero no halló nada. Desprendió del sujetador la bota de vino, y la estrujó sobre su boca, apenas un par de gotas cayeron, había bebido más de la cuenta. No alcanzaba a comprender el porqué de su agotamiento, el día no había sido más duro que los anteriores; le echó la culpa al calor, aunque distaba mucho de hallarse sobrio.
El cielo soleado se había transformado; la sombra de unas nubes, inusualmente oscuras, presagiaba una torrencial lluvia que podía dificultar su paso por la nava. Aceleró el ritmo al sentir la primera gota; pensó dejar su carga en algún recoveco de la montaña, de esa forma llegaría antes a su hogar; el aguacero hacía impracticable algunos tramos de la senda. Tomó el saco portador de su sustento, y cuando se disponía a dejarlo bajo una roca, vio algo brillante que asomaba por entre la tierra mojada, justo al borde del precipicio.
-¡Maldita sea! Tenía que estar precisamente ahí. ¿Es que nada me va a salir bien hoy?
Con esta diatriba, pegó un salto para alcanzar un punto más próximo desde el cuál averiguar de qué se trataba. Se agachó palpando con fuerza por entre el fango, y lo prendió.
- ¡Ah! –Gritó mientras comprobaba qué le había causado tanto mal.
La sangre mezclada con el agua que caía apenas si dejaba ver aquel alfiler que semejaba de oro.
-¡Qué bello es!
Pudo comprobar que se trataba de una verdadera joya. De la herida continuaba manando sangre, pero no le importaba. Se sentía demasiado atrapado por el brillo áureo. No contento con su hallazgo, pensó que algo tan hermoso no podía estar sólo. El torrente había continuado su camino destructor lo que hacía peligrosa la estabilidad del terreno. Retornó la vista y el corazón le dio un vuelco. La fuerza del agua arrastraba oro, plata y piedras preciosas hasta el desfiladero.
Se sentía torpe, pesado. Aún así saltó. La fuerza del impulso y lo endeble del terreno hicieron el resto. Las gotas de lluvia resbalaron por su rostro que descansaba al fin.
CRSignes 20/06/06
La chica de mi vida. De Suprunaman
Después de la diatriba en el casino, Rick salió de la sala de juegos escoltado por dos vigilantes que lo cogían por los brazos.
En el aparcamiento restaba su Mustang de color rojo fuego. No estaba demasiado sobrio, pero de igual modo se dirigió a casa de Mad.
Mad vivía en las afueras, en una casa rodeada de navas, un lugar donde sus matones eran jueces y verdugos.
Ya estaba cerca, así que apagó las luces del flamante Mustang y se acercó algunos metros más. Palpó bajo del asiento y sacó su revolver.
Uno hacía guardia en la entrada. Rick se abalanzó sobre él, un golpe con la culata dejó al vigilante sin sentido.
El chirriar de la puerta alertó a Mad que salió al pasillo. Fue entonces que se encontró con el cañón de Rick en la frente. Lentamente empezó a retroceder hasta la estancia.
— Tranquilo Rick, dime, ¿que es lo que quieres, dinero?— y metiéndose la mano en el bolsillo sacó un buen fajo de billetes.
— No quiero tu asqueroso dinero, he venido a por Wonderly.
— ¿Wonderly?, no está aquí.
— Dile que salga, se que está detrás de la cortina, desde aquí le puedo ver sus zapatos.
— Wonderly, sal.
Wonderly salió de su escondite metiéndose la mano en el sujetador, sacó una pequeña pistola y apuntó a Rick.
— No lo harás Wonderly, tira el arma— dijo Rick — Déjame en paz. Eres un fracasado. — Rick prosiguió —¿No te acuerdas de nuestros sueños?, París, abandonar este asqueroso país...
Aprovechando su estado melancólico, Mad se echó encima de Rick, ambos forcejearon con el arma hasta que se les escapó de las manos; frente a frente empezaron una pelea. Rick mareado por su estado etílico lanzaba los puños al aire. Como si de un alfiler se tratara, Rick notó un pinchazo en la nuca y cayó al suelo.
— Bien hecho Calatraba, borracho como estaba y casi no puedo con él, menuda mole. Deshazte de él.
— No Mad, por favor, ya me tienes a mi que es lo que querías, —dijo Wonderly, —haré lo que tu quieras, pero no lo mates.
Al despertar, Rick estaba atado de pies y manos, Wonderly lloriqueaba frente a él.
— ¿Por qué lloras preciosa? ¿No tienes lo que querías?
— No —dijo ella. —Lo que quiero es a ti.
— Pues desátame y seamos felices para siempre.
Suprunaman 20/06/06
Chassé
“El verdadero bailarín dibuja en el aire con sus movimientos la música Debe ser versátil de intenciones, preciso en sus pasos y rápido de reflejos”.
Se había deslizado hasta cortar su trayectoria. Tropezando con él, cayó al suelo.
—Dame las manos.
— Disculpe, pero no le vi. —El crepúsculo había oscurecido los contornos. Como el galán de la historia le tendió las manos, pero su figura era más bien sombría.
— ¡Levántate! He venido a buscarte ¿Te ocurre algo? —Ella lloraba. — Dime lo que sientes, no temas.
— No deseo levantarme. He comprendido que estas zapatillas no están hechas para mí.
— No estoy de acuerdo contigo. Luces hermosa de todas formas.
—He cambiado, no deseo ni notoriedad ni fama, este pensamiento es ahora el más ínfimo de mis sueños, y me avergüenzo de ello.
Llevaba sin descansar demasiado tiempo, fue consciente de su castigo, sentía aún más el agotamiento, y el suelo parecía no aliviar su cansancio. Deseo arrancarse aquellas zapatillas malditas ¡ellas tenían la culpa! Tiró con fuerza de las cintas escarlata que ceñían sus pantorrillas también enrojecidas de tanto baile.
— ¿No te he comentado que estoy aquí para ayudarte? Deja que yo te las quite.
Sintió un fuerte rechazo hacia aquel ser que había aparecido de la nada deteniendo su marcha. Y mientras zarandeaba la seda encarnada infructuosamente, para quitarse el calzado, se dio cuenta de que si lo hacía el fin se precipitaba, había nacido para el baile, y bailando deseaba morir.
Apoyó las manos y las puntas de sus zapatillas sobre el piso para tomar impulso.
Con la rapidez de sus movimientos dibujó a ras de suelo una línea roja perfecta, que se fundió con el horizonte encendido del anochecer.
Por primera vez, pinceló la dirección de su trayectoria, creando la mágica impronta de su baile enloquecido, incontrolado, perpetuo.
CRSignes 070509
Palabras para el "contemos cuentos 10"
El tiempo pasa rápido y más cuando uno se divierte, a punto como estamos ahora (vamos por el juego 89), de llegar al 100, el contemos cuentos 10 llegó con nuevas incorporaciones y las misma ganas que aún seguimos teniendo.
Las palabras seleccionadas para el mismo fueron:
ALFILER
DIATRIBA
NAVA
PALPAR
SOBRIO
SUJETADOR
Y por si alguien aún le quedaban dudas sobre nuestros gustos por los temas fantásticos, para la segunda semana nos pusimos la obligación de intentar escribir una historia de TERROR.
Por un puñado de silicona en el cerebro. De Mon
Dedicada a Merce, la niña más tonta del mundo. (Con cariño)
¡Menuda cuadrilla de anormales! ¡Habráse visto lolailos semejantes! Siempre me ocurre lo mismo, desde que me operé del pecho y me puse una cien tengo que aguantar todo tipo de chabacanerías de los malditos guripas de andamio. En una nueva vida seré hombre o me pondré una talla menos - maldijo Merce.
Merce era una niña tonta que vivía en Barcelona, sus padres regentaban un afamado local donde la restauración se convertía en un arte. Ella nunca había sido un cerebrito precisamente, pero la insistencia de sus padres y los exámenes a golpe de colegio de elite, convirtieron a la adolescente en una niña creída y prepotente, casi imposible de aguantar.
Un día de verano se dirigía hacia el restaurante a flamear flanes de flores (la especialidad) cuando percibió que algo vibraba cerca de su entrepierna. — “¡Por favor, que ajustados son estos jeans de diseño, no puedo sacar el móvil del bolsillo!” tan fuerte fue el tirón que dio que el teléfono, describiendo un arco perfecto de 180 grados, fue a parar al suelo de las ramblas en el preciso instante que un mensajero lo dejaba hecho un churro con la rueda trasera de su moto.
—Quiero llorar, farfulló la tontuela, necesito una cabina telefónica.
Ya dentro de lo que ella denominaba zulo claustrofóbico descolgó el auricular y marcó con sus dedos de manicura el número del restaurante.
— Papa, no puedo ir a trabajar, necesito comprarme un móvil y tengo la tarjeta agotada, paso por ahí y me das 200 euros, porfa.
El padre ya acostumbrado a estos lances y domado cual manso corderil, gira la cabeza, llama a Mari (su mujer) y dice: “La mona aunque se cambie las tetas, mona se queda”, él saca la cartera, cuelga el teléfono mientras Merce cierra la cabina y mira por encima del hombro una vez más, convencida quizá de ser la mejor persona del mundo.
Mon 15/06/2006
Doce horas
A esas horas, el metro había abandonado su acostumbrado bullicio para convertirse en un solitario laberinto de pasadizos. Yo tenía prisa.
— ¿Puede decirme la hora?
Con voz entrecortada, nerviosa, y sin dejar de mirar su reloj, un hermoso reloj dorado con labrados e incrustaciones -no pude evitar fijarme en él-, me preguntó. Era un individuo corpulento pero que mostraba en su rostro una debilidad extraña. Subimos al mismo vagón vacío y nos sentamos en lados opuestos. Al momento insistió, y mientras se acercaba, me interrogó al tiempo que sacaba de su pequeño bolsillo el reloj, que brillaba cada vez más.
— Son las tres menos cuarto —estaba molestó, no comprendía su insistencia.
Los brillos de los focos del coche reflejados en el metal precioso, me sirvieron de aviso. Otra vez se acercaba.
— Excuse, ¿me dará la hora?
— Pero ¿qué le sucede? ¿No le funciona? Disculpe mi insolencia, pero si tiene dinero para tener un bien tan preciado, debería invertir un tanto y repararlo —contesté de malas maneras. —No han pasado ni cinco minutos desde que se lo dije la última vez, menos mal que ya llego a mi destino. —Sentí deseos de poseer aquella joya.
Mientras tanto, él no apartaba los ojos del reloj y su rostro perdía el poco color que le quedaba.
— ¿Qué hora es?
— ¿Le ocurre algo? —Estaba ansioso por volver a casa, sentí como si no fuera yo mismo, me cansaba aquella broma. Sin conocerlo de nada le juzgué, estaba harto de aguantar tanto. Grité. — ¡Mire! Déjeme en paz. No me moleste.
Se agarró fuertemente de la solapa de mi chaqueta antes de desplomarse. Su reloj fue también a parar a tierra.
— Doce horas, sólo doce —dijo antes de fallecer.
Recogí aquel reloj discretamente, y partí antes de que alguien pudiera pedirme cuentas. La ausencia de viandantes y la noche me protegieron.
Desperté al notar la claridad del día. Era domingo, me dispuse a bajar las persianas para intentar eternizar el sueño. El tictac acompasado me desveló. Tomé entre mis manos el reloj de aquel individuo. Algo no funcionaba bien, su mecanismo debía estar averiado. Las manillas no avanzaban… retrocedían. Por más que intenté detenerlo no pude. Siempre hacia atrás, siempre. Salí del cuarto, tenía que arreglarlo. Era demasiado valioso, demasiado perfecto… Y era mío. ¡Qué ridículo me sentía! ¿Cómo puede nadie obsesionarse tanto en tan poco tiempo?
Dejé el reloj en el recibidor y partí. Pero antes de llegar al portal, regresé para recogerlo. Ahí estaba, tan bello, tan enigmático.
Chispeaba levemente y era festivo, mal día para arreglarlo. Recordé que un amigo de mi padre había sido relojero aficionado, que le gustaba enredarse con nuevos retos y ¿qué mejor que un mecanismo imposible de detener y que además funcionaba en sentido contrario?
Esperaba que me recordara y que fuera de esos que no salen mucho. Llamé, por desgracia me dijeron que hacía un mes que lo habían enterrado. Después de dar mis condolencias, derrotado y a punto de seguir mi camino, el hijo del finado salió para interesarse por mi visita.
— Está usted de suerte, he heredado las inquietudes de mi viejo. Déjeme verlo.
— ¡No está! —Registré mis bolsillos sin hallarlo. La ira del comienzo de mi búsqueda, se transformó en alivio. Aquel extraño objeto había llegado hasta mi en circunstancias tan extrañas, que me alegré incluso de haberlo perdido. “Pobre del que lo encuentre”, pensé. —Debí dejarlo en casa, excúseme. Ya vendré otro día.
¡Mentira¡ Pero debía quedar bien con la amabilidad de aquel sujeto.
Regresé a mi cuarto para tumbarme un rato, y aprovechar el día para terminar la novela que estaba leyendo. El tictac de un reloj me sorprendió. ¡Ahí estaba! ¿Cómo era posible? Lo había cogido del recibidor y metido en mi bolsillo, después desapareció. Tuve miedo de tocarlo. Me acerqué con recelo. Nada había cambiado, seguía su camino… en retroceso.
Esta debía ser mi maldición por robarlo. Creí encontrar la solución. ¡Lo devolvería! Partí hacia la comisaría asegurándome de dónde lo colocaba. Aunque me asustaba reconocer que lo había robado, temía más las consecuencias de tenerlo junto a mí. Las dependencias estaban abarrotadas, esperé pacientemente y cuando me tocó del turno narré lo sucedido.
— Verá amigo, no sabemos de qué nos habla.
— Sí, anoche en el metro nocturno, un hombre falleció y yo tomé su reloj…
— Se equivoca. Ese recorrido hace mucho que no se hace. Y ahora vuelva a dormirla antes de que lo detengamos por alteración del orden público en estado de embriaguez.
— ¿Qué artimaña es ésta? Bueno, sea como sea, aquí lo tienen para cuando aparezca el propietario, los herederos, el muerto, o quién sea… —lo dejé sobre el mostrador y salí corriendo.
Me encaminé directo a casa desconcertado ante aquella confusión. ¿Cómo podían asegurar que el metro no funcionaba la noche del sábado? No me confundirían, estaba harto de cogerlo, de seguro querían quedárselo, ¡qué alivio! Ya no era problema mío. Tanta preocupación me había despertado el hambre, por lo que a dos manzanas de casa me dirigí a uno de los restaurantes más concurridos de la ciudad. Un grupo de turistas entraron al tiempo que yo, atropellándome; por suerte el encargado los ignoró para atenderme a mi primero, logré esquivar aquella marabunta avasalladora.
Subí las escaleras de casa, de alguna forma me sentía tan acelerado que tenía ganas de tumbarme y descansar. Cerré los ojos. Ni tan siquiera puse el despertador. Nada interrumpiría mi siesta.
La suave lluvia había dejado paso a un aguacero persistente. Bajé la persiana para evitar que el agua y la luz se colasen y me acosté. Caí rendido.
Tictac, tictac, tictac…
Salté del lecho. El reloj estaba ahí, ¡sobre la mesita!
Lo tomé y lo lancé a tierra, pero no pareció notar la fuerza del impacto. Se había quedado boca arriba, las manecillas seguían su inquietante recorrido. Miré la hora en el despertador, recordé la frase que dijo aquel extraño antes de fallecer “Doce horas, sólo doce.” ¿Qué podía significar? Diez horas hacía que lo recogiera junto a su cadáver. Comencé a temer que su destino se repitiera en mí. Salí de casa sin dejar de mirarlo, de nuevo intenté detenerlo, sin ningún resultado.
— ¿Me dará la hora? —pregunté.
— Las dos y media.
Continué cominandio. No podía apartar la vista de él. Lo lancé en medio de la calzada esperando que algún vehículo lo arrollara dañando su mecanismo, pero no hubo forma, parecía inmune a mis ataques y el tiempo seguía su curso.
— ¿Dígame la hora? —grité.
— Menudos modales joven. Las tres menos cuarto. Le pasa algo, hermoso reloj. ¿No funciona?
Tenía gracia la pregunta, hacía casi doce horas que yo había vivido una situación similar. Cerré los ojos resignado y sentándome en un banco del parque, aguardé mi destino. Ojala nadie lo encuentre y se pierda. Un minuto después un hombre se sentó junto a mí. Sus ojos no perdían detalle de mi reloj de bolsillo.
CRSignes 161007
La vieja cabina. De Crayola
Año 2050. El tiempo ya no es aquel de antaño. Aquel que recorría lento los senderos de la vida. La vida ya no es la misma. Todo parece ahora desplazarse sin sentido. La velocidad tomó posesión hasta de los más mínimos pensamientos.
Los autos vuelan con un nuevo sistema de propulsión. La comunicación se da mediante holográficas imágenes. La música es distinta. Ya no son aquellas pequeñas notas saltando rítmicamente en un pentagrama y produciendo bellas melodías. Ahora son solo sonidos acústicos que penetran y flamean directamente al cerebro y simulan una sonoridad.
El uso de teléfonos quedó descontinuado. Ahora las personas utilizan la telepatía para hablarse a distancia. Es una técnica un tanto compleja, pero para aquellos que se les complica, ya está disponible un casco especializado en estimular las ondas eléctricas cerebrales y así lograr la telepática comunicación.
Pero hay todavía en una vieja calle de mi barrio, una cabina de teléfono. Está roja desteñida. Milagrosamente los cristales han sobrevivido a la cuadrilla de lolailos que rondan las esquinas. Recuerdo tanto ese lugar. Siempre esperaba una llamada. Y aunque tenía teléfono en casa, me gustaba escaparme de la mirada atenta de mi madre para poder hablar con aquel que había robado mi corazón.
Escuché que remodelaran el vecindario. Seguro destruirán la vieja cabina. Y ahí, se quedaran para siempre enterrados en un zulo, todos mis recuerdos, todas aquellas conversaciones y suspiros que aun pendían de esos vidrios. Un nuevo arco vendrá a coronar los restos de aquella voz que tanto amé.
Crayola 14/06/06
La decisión. De Naza
Aquel teléfono no dejaba de sonar. Aquel autobús no terminaba de llegar. La lluvia seguía mojándolo todo y él quería llegar al zulo donde vivía, finiquitar este día que no tuvo que haber nacido. Se preguntaba el por qué tenía que ser él quién estuviera aún en la calle. Las luces de las viviendas desprendían el calor del hogar que tanto añoraba desde que ella se fue.
El teléfono paraba solo el tiempo necesario para tomar aire y comenzar de nuevo ese sonido monótono e imperturbable. Por la esquina de la calle trece, bajo aquel arco romano, no aparecía aquel maldito autobús. La lluvia ladeada lo tenía calado hasta los huesos. Instintivamente se refugió en el interior de la cabina; por la lluvia, por el ruido, por la curiosidad.
- Jaime ¿cómo estás? —una voz femenina le había identificado.
- Disculpe, esto es un teléfono público. Usted ha llamado a una cabina.
- Lo sé, te estoy viendo y no me he equivocado.
Instintivamente Jaime sacó la cabeza del habitáculo donde se encontraba y ojeó el edificio que tenía enfrente, un lujoso hotel decimonónico, refugio de primeras espadas del toreo, mientras el resto de la cuadrilla mal dormían en pensiones de mala muerte, victimas de las redadas nocturnas de guripas que buscaban entradas a cambio de impunidad.
Las banderas flameaban mecidas por un frío viento, era lo único con vida aquella gélida noche.
Jaime regresó a la cálida cabina.
- ¿Quién eres? —Preguntó sorprendido
- ¿Tan pronto pasa el tiempo para ti, que ya te olvidaste de mí?
- El tiempo para mí se detuvo un día de primavera.
- Lo sé Jaime, aquel primero de junio. Ya me lo has contado otras muchas veces.
- ¿Te decides a subir hoy?
- No puedo, llega mi autobús
El conductor del autobús no vio a nadie en la parada, pero como todas las noches él estaba en el interior de la cabina telefónica. -¿Subirá hoy? El autobús hizo el trayecto de la calle trece despacio, muy despacio. Sólo necesitaba el chofer una señal de aquel tipo y detendría el autobús.
Jaime vio desaparecer el autobús al final de la calle.
- Entonces, ¿subes? —Le preguntó la voz
- Yo, —balbuceó Jaime — no puedo hacerle esto.
- Jaime, ven conmigo, sólo tienes que subir a la azotea del hotel.
Jaime de nuevo sacó la cabeza y miró al negro cielo.
Una joven hacía malabarismo sobre una cornisa resbaladiza.
Naza 14/06/06
El reflejo
En todos los espejos podía leerse: “La verdad, por la verdad, para la verdad”.
Eso fue así por que quién lo inventó le atribuyó el poder mágico de reflejar sinceramente su opinión.
Por delante de ellos pasaron reyes, plebeyos, feos, hermosos, altos, bajos, gordos, flacos,… y todos la buscaron sin encontrarla. Manipulaban su aspecto hasta conseguir la imagen deseada, intentando engañar al único sabedor de las cosas, por que a nadie le gustaba lo que veía.
Un día, harto de faltar a la verdad, el letrero desapareció.
CRSignes 2004
Vilarrubia del Concejo. De Monelle
A Vilarrubia del Concejo nunca llegaba nada: el panadero decía que el camino era tan largo que el pan se le endurecía; el butanero que en aquel zulo, el color naranja, estaba mal visto; el repartidor de la prensa que, cuando llegaba, las noticias ya habían caducado; los vendedores ambulantes que... ¿Vila... qué?; tan sólo el cura, por aquello de no perder feligreses, y en alguna ocasión el médico, tenían a bien acercarse. A Vilarrubia del Concejo no llegaban ni los rumores. A Vilarrubia del Concejo, pequeño pueblo de la sierra rodeado de bosques, situado en el valle más profundo de la región, no le faltaba de nada. Casi treinta vecinos que disfrutaban: del agua abundante proveniente del deshielo; de siembras y de animales con los que alimentarse; de paz y sosiego; de cordialidad y armonía. A los de Vilarrubia del Concejo les sobraba todo.
Cierto día descubrieron que, durante la noche, alguien había instalado en la plaza del pueblo una cabina telefónica. Junto a ella, una furgoneta y unos cuantos trabajadores que, apoyados en los arcos de la iglesia, parecía que aguardaban a alguien.
-¿El alcalde?
Un operario embutido dentro de un mono rojo, extendía un papel con una mano, mientras que con la otra sostenía una pluma.
-Disculpen que insista pero, por favor, ¿el alcalde?
De un salto, Gerardo, aún impresionado se adelantó.
-He de suponer que es usted el responsable de esta Villa. Encantado. Federico Gómez Ruiz, para servirle. Disculpe que no me entretenga más, pero urge que me firme este contrato, mi cuadrilla y yo estamos agotados y aún tenemos que acercarnos a cuatro localidades más antes de terminar el trabajo. Firme aquí.
Miró la cabina y firmó el documento.
-Muchas gracias y que la disfruten.
Subieron a la furgoneta y se marcharon. Gerardo, después de leer el contrato, comenzó a reír.
-Cuando pille al guripa que ha traído la cabina al pueblo, me va a oír.
Vilarrubia del Concejo nunca recibirá la visita del panadero, el butanero se negará a hacer el reparto, los vendedores ambulantes la seguirán ignorando, nunca estarán al corriente de las últimas noticias, pero no les importa. Tienen de todo, incluso cabina telefónica. Aunque, para ser sinceros, nunca la han llegado a estrenar, por que a Vilarrubia del Concejo no le hace falta para nada.
Monelle/CRSignes 130606
La cabina de Loli. De Aquarella
En un pueblo como éste la vida se ralentiza en invierno, se escapa del frío y huye a la ciudad para volver solamente en verano. Precisamente fue un verano de hace muchos, muchísimos años, cuando la Loli llegó a nuestras vidas. Plantó su cuartel general al lado de la única cabina que había entonces: Una silla plegable y una pequeña sombrilla era lo único que necesitaba para revolucionarlo todo. Haciendo gala de su descaro empezó a exhibir lo que vendía, un cuerpo joven que hacía flamear las miradas de los paisanos y provocaba la indignación de sus mujeres
— ¡Pero dónde se ha visto algo así! ¡Qué vergüenza!
— ¡Quita esa cara de bobalicón y cierra la boca, que se está cayendo la baba!
En poco tiempo la cabina se convirtió en el punto de encuentro de los hombres, no sólo del pueblo sino también de los alrededores, y por supuesto de la cuadrilla que formábamos la peña de los destartalados. Para una pandilla de adolescentes con las hormonas aceleradas, cualquier excusa era buena para ir a echarle un vistazo a la Loli... un vistazo y lo que se dejara, claro. De poco servían las reprimendas de las madres para que no nos acercáramos a ella, nos pasábamos broncas y consejos por el arco del triunfo y ella agradecía el interés bromeando con nosotros
— Como sigáis mirándome así voy a tener que cobraros – y se echaba a reír con una risa juguetona y provocativa.
Entre las cosas que nos enseño, que fueron muchas, estaba la del ahorro. Consiguió que durante meses guardáramos nuestra miserable paga semanal para poder utilizar sus servicios. Fue en un mes de agosto, durante las fiestas, cuando por fin pudimos invitarla a nuestro zulo, el cuchitril en el que nos reuníamos y en el que – como ella decía – nos hizo hombres a todos.
Pero lo bueno se acaba. El verano siguiente apareció en el pueblo un guripa impresentable, un macarra con pinta de lolailo que supo engatusarla y nos la robó. Se llevó a nuestra chica dejándonos huérfanos de amor... y de consejos prácticos. Entonces nos pareció una tragedia que ahora, entre risas y cervezas, recordamos con cierta nostalgia. Han pasado muchos, muchísimo años, pero todavía hoy — cuando volvemos al pueblo en verano — seguimos quedando en la cabina de la Loli.
Aquarella 13/06/06