Espectro punzante. De Lirio
Entre el crepúsculo impenetrable, en la insinuación de mis recuerdos y fantasías, me sentía transportada hacia el lugar en que cada noche exhalaba de mi boca un pequeño gemido, una diatriba como si fuera dicha por mil demonios poseídos apunto de lanzar fuera de mi.
Sin poder pedir auxilio, en mi mente casi trastornada no sabía reconocer si era realidad o un sueño. Sólo me observaba solitaria en la nava, casi inerte, perpleja, distraída, desprotegida, a punto de ser devorada por el horrible espectro de ojos centellantes, afilados caninos ensangrentados, un largo y sobrio abrigo, y garras que a la luz de la luna parecían espadas.
Me ataba a su furia, a su fuego asesino, a su insaciable hambre de matar. Se divertía con mi dolor, con mis aullidos casi inhumanos, con mis ojos desorbitados y a cada paso del tiempo desgarraba mi carne.
Ante espantoso acto, al palpar mis heridas profundas, mis pupilas envenenadas de su sonrisa, mi cuerpo maltratado y destrozado, daba cuenta de que aún me quedaba vida.
En una daga clavada en mi lecho de muerte, sentí una intensa punzada, y recordé, recordé, que el día anterior me había puesto el viejo sujetador con un alfiler y me desperté.
Lirio 03/07/06
Tusitala, "el que cuenta historias"
Embarcaré rumbo a tropicales aguas, emulando gestas del pasado. Buscaré consuelo en la inspiración que contagió el deseo de grandes artistas y, como ellos, me dejaré atrapar. Lloraré al no poder emular sus hazañas en manos de algún capitán intrépido con el que atravesar los océanos y los mares, varando en cada puerto, bordeando costas peligrosas en los confines de un mundo aún desconocido, a bordo de alguna nave impulsada por el vapor y el viento, que dibuje -con el negro humo del carbón- nuestra ruta en el cielo limpio y cálido del trópico.
Apenas si tendré tiempo de releer las obras de mis admirados, pero no por ello renunciaré a sus letras. ¡Schwob me acompañará siempre! Escribiré un diario que compartiré contigo a mi regreso.
Tras la corta travesía de un vuelo directo, anotaré cada uno de los detalles de las tierras que en su día Schowb pisó en su Viaje a Samoa, para buscar en ellas la magia que contagió su mente distorsionada por la fiebre en el delirio.
Me trasladaré al archipiélago en donde reposa Stevenson, aquel en el que habitaron ambos, buscando vestigios de las historias que contaron.
Visitaré la tumba del autor de "La Isla del Tesoro", buscaré respuestas del porqué Schwob nunca llegó a pisarla, y esperaré convertirme como ellos en un "tusitala" para los aborígenes, y pertenecer a la misma estirpe.
Temo descubrir que ya nada quede de aquel paraíso. Que las playas vírgenes, a las que sólo se accedía por un mar en donde el reflejo de las naves teñía las cristalinas aguas del arrecife, y el velamen acompañaba con su música a los remeros que deslizaban a los viajeros hasta la costa, ya no existan. Deberé hacerme a la idea de que las danzas de movimientos obscenos, que sirvieron para espantar enemigos, han sido convertidas en espectáculo para turistas y en cantos amenazantes en un juego de pelota; que los aromas ya no sean puros; y las mujeres no vistan sus livianas y coloridas telas florales, teniendo que trincar al vuelo sus insinuaciones que, de seguro, ya no tendrán la inocencia de aquellos tiempos —desconozco si se querrán fiar de mí—. Y aguardaré tu respuesta antes de regresar a tu lado, pues necesitaré saber por tus palabras que aún me esperas. Entonces, lloraré a lágrima viva hasta sentir escocer mi piel, en mi partida de estas islas, al tener que alejarme de Samoa.
CRSignes 01/04/09
Noche de Fiesta. De Suprunaman
Jesús estaba sentado frente al ordenador viendo la película “Rocco Tarzán” y haciéndose una gayola, estaba a punto de eyacular cuando se abrió la puerta de la sala, de un salto quedó de pié encima de la silla de ruedas. Enfrente de él estaba su abuela, de pie y con camisón, con su piel arrugada, la boca desencajada y las cuencas de los ojos vacías, acercándose hacia el con un cuchillo en la mano. Jesús con la mano aún en su pene decía:
— ¡Coño, coño, coño!
El miedo y la excitación hicieron que su pene estallara en la cara de aquel zombi con cara de su abuela. La vieja empezó a gritar, a gesticular y su piel empezó a derretirse hasta que en el suelo sólo quedó un caldo verde y viscoso.
Ya estaba más sobrio y a oscuras, palpando por el pasillo tropezó con algo. Velozmente encendió la luz, su padre y su madre estaban allí, tenían el mismo aspecto que su abuela, y empezó una diatriba entre ellos
— Noche de Fiesta, Noche de Fiesta, repetían una y otra vez.
— ¡Maldito José Luís Moreno!
— Te vamos a matar Jesús.
— ¿A mi? Y una mierda, y cogiéndose de nuevo su porra les tiró un chorro de semen que también a ellos empezó a derretirlos.
El abuelo estaba sentado en el sofá, dormido, el abuelo siempre se dormía viendo Noche de Fiesta, así que era su esperanza.
— Abuelo, abuelo despierta, necesito tu semen.
— Vaya hijo, pues lo tienes crudo, yo ni con la Vinagra esa, que ya tengo 90 años.
Pero aún así y con la asiática que lo estaba matando accedió a ayudarlo.
Fueron al trastero, allí encontró una “recortá”, prepararon unos cartuchos con una mezcla de pólvora y semen.
— ¡Ahora verán esos malditos!
La calle era una nava, pasaron cerca del barrio chino, y una chinita con cara de zombi empezó a acercárseles, se quitó el sujetador, al parecer le apretaba y le cortaba la circulación. El abuelo se tragó tres visagras, se bajó los pantalones y dijo:
— Vete Jesús, ya me encargo yo.
Dios en la puerta de la discoteca no cabía ni un alfiler, alguien se había encargado de enchufar Noche de Fiesta en la pantalla gigante y miles de zombis salían de aquella sala, el mundo estaba a punto de perecer. Jesús no iba a tener tanto semen.
¿CONTINUARÁ?
Suprunaman 30/06/06
ALEJO CONEJO
Ya era de mañana y un sol inmensamente amarillo y redondo enhorabuena saludaba con una gran sonrisa a la tierra, las montañas y al río de agua transparente y fresco que recorría en enmarañados cauces todo el bosque. Junto al río, un gran eucalipto se erguía orgulloso de sus años. Su tronco arrugado parecía agradecer la tibieza del amanecer y sus ramas aún bañadas de rocío se sacudían la pereza. Entre sus gruesas raíces, una madriguera había sido construida tiempo atrás, pero ahora estaba abandonada. Ese nuevo día, también saludaba a un recién llegado.
Alejo Conejo llegó empujando con esfuerzos una desvencijada carretilla que apenas se movía. Alejo, venía de un lejano lugar huyendo de la crueldad y la maldad del mundo. Un amigo, Lucio el pájaro carpintero, le habló de un bosque escondido donde reinaba la armonía y la paz. Alejo Conejo no dudó un solo instante, iría hacia allá.
Cuando llegó, los lugareños lo miraban con desdén y murmuraban:
-¡Un intruso!, -decían algunos.
-¡Un viejo!, -decían otros.
-¿Que llevará oculto en esa carreta?
-No permitamos que los niños se le acerquen.
-Está todo sucio y harapiento!
Y mucho más decían las mamás ardillas, los búhos, los zorrillos y zorros. También la familia de ciervos prefirió no acercarse al extraño.
Alejo Conejo buscó un sitio alejado del bullicio. Encontró la madriguera abandonada junto al río y preguntó al eucalipto si podía usarla para vivir ahí. El gran árbol no tuvo objeción alguna y le brindó el calor de sus raíces.
A los pocos días, Alejo Conejo había arreglado el lugar. Todo lucía limpio y ordenado. De su vieja carreta había sacado libros que éste cargaba a donde quiera que fuera. Alejo Conejo se dedicaba a ir de lugar en lugar leyendo y contando las historias que guardaban todas esas páginas en sus libros.
Una tarde, Alejo Conejo se sentó en una piedra junto al río y empezó a leer en voz alta. Eucalipto lo escuchaba con atención. El río silenció sus aguas por un momento y escuchó también. Alejo Conejo poseía un don especial al leer. Atrapaba con su voz y envolvía de mágicas escenas el ambiente. Confeti de colores, música, y serpentinas, aparecían y desaparecían como regalos fantásticos.
Pronto, todo el bosque disfrutaba de sus cuentos y leyendas. Al final, Alejo Conejo fue aceptado en la comunidad. Su aspecto descuidado, sus rasgos torpes y su vejez, no impedían que Alejo Conejo fuera un ser bondadoso y mágico.
La mancha. De Crayola
Una noche profunda y sobria. Me senté con comodidad frente a mi escritorio. La tormenta que se nos debía de hace tiempo, arreciaba con furia. El jardín se transformaba en una nava. Mi escritorio está justo frente a un ventanal. El cristal se empaña con facilidad y dificulta la visión hacia fuera. No me importa mucho, no me gusta ver hacia fuera en una noche así. Me olvidé de la lluvia y me sumergí de nuevo en mi escritura. Al releer lo escrito, no dejaba de sentir frustración ante la diatriba que salía de mi lápiz. Me quedé así, agachada mirando el papel. Una vela sobre la repisa difundía una tenue luz. Trémula y pálida. Las sombras cada vez eran más misteriosas. Danzaban en un silencioso vaivén. Sin quererlo distinguí una extraña mancha en el suelo. Como a un metro de distancia. Estaba cerca de la pared. Era una mancha alargada. Oscura. Parecía un bicho. Pero no lo era me dije. Es una mancha de pintura, recuerdo el día que pintamos la madera. Quise volver al papel y no pude concentrarme. De reojo miraba la mancha. Por impulso contraje mis pies. Volvía a la hoja sobre mi escritorio. Vi claramente que la mancha se movió. Ya no era una mancha, estaba segura. Se había movido, tenía que ser algún insecto. El terror se apoderó de mí. Tengo fobia ante esos bichos. Simplemente me paralizo. Miré de nuevo, solo una mancha. Mi corazón ya aceleraba. Un frío sudor me recorría la frente. Me tranquilicé, decidí levantarme y encender la luz. Me puse de pie y la mancha se movió. Se movía despacio, esperando. Parecía que se agrandaba. Mi respiración se cortaba. Como puntas de alfileres el miedo se metía por mis poros. Quería correr, pero parecía que había un sujetador entre mis pies. Era imposible moverme. La vela se apagó de pronto. La penumbra se mezclo con el miedo. Mi pie descalzo palpó algo. Me horroricé aun más. Era un insecto. Subía despacio por mi pie. El roce de sus patas en mi piel. Un duro caparazón. Unas antenas. Un grito agudo salió de mi pecho. Mi garganta seca me dolía. Corría dando tumbos en la oscuridad. Pude encender la luz, y ahí estaba. La mancha seguía en su lugar. No se había movido. Siempre fue una mancha. Pero se que me asecha. Se transforma. Vive. Me quiere matar de miedo.
Crayola 30/06/06
Papelerito
La luna aún se vislumbra en el cielo. El frío de la madrugada se mete debajo de la piel haciendo titiritar a Joselito que prepara con mucho cuidado los paquetes que le asignaron para el día que pronto comenzará.
Joselito es un niño de diez años que cada mañana llega en espera de su turno en el almacén de la esquina de la calle Siete y Buenavista en el centro de la ciudad, donde el viejo Poncho se encarga de repartir la mercancía a otros tantos como él que trabajan desde temprano. Son papeleritos. Justo antes de que el sol asome, decenas de chiquillos recorren las calles de la ciudad gritando las noticias más sobresalientes del mundo entero.
Joselito llegó de los primeros al almacén, así que tendrá la oportunidad de salir antes que los demás y escoger un buen lugar para su venta. Siempre dice sonriente al pasar junto a la fila de compañeros “al que madruga, dios le ayuda.”
Pero no siempre puede sonreír. Hay días que no vende más de un par de periódicos. Hay otros que le han robado lo ganado y tiene que restituir lo perdido trabajando días sin paga. Hay momentos en que parece perderse en un pandemónium.
A sus diez años aún no ha asistido a la escuela. No sabe leer, no sabe escribir más que su nombre, una sola palabra. Su madre lo abandonó, su padre no sabe si existió. Vive en una casa de cartón en el patio de una mujer que se apiadó de él y dejó quedarse ahí, pero tiene que pagar una cuota.
Aún sabiendo que el panorama de su vida es deprimente, Joselito lleva meses saltando la barda que rodea un colegio privado cerca de la zona de sus ventas y consigue aprender y memorizar lo que un maestro imparte en un salón. No tiene papel, ni lápiz, solo cuenta con su hambre de aprender.
Por las tardes de regreso a casa con algunas monedas, repasa lo aprendido en clase. Una sonrisa pinta su rostro candoroso cuando puede recordar la lección. Se prometió aprender a escribir y a leer. Sabe que del pasado nada puede hacer. Entonces decidió cambiar su futuro. Un día ya no venderá el periódico, un día se sentará en su propia oficina a leerlo. Un día dejará la mitómana obsesión de solo desear otra realidad. Ya no será papelerito.
Sala de Juntas. De Monelle
“Regresaron a la inseguridad de sus ciudades. Pese a todo, sabían cómo se llamaba el monstruo que acechaba en ellas. Cuál era su rostro.”
Parroquia del Sagrado Corazón, Año de Nuestro Señor 1550.
Lo encontraron agazapado al abrigo de unas rocas, en el fondo de la nava.
Recogieron su cuerpo con extremo cuidado. Precaución necesaria, pues en la primera inspección, cuando se disponían a palparle el pulso, el lóbulo de la oreja se fragmentó.
El médico certificó su muerte sin poder dictaminar las causas de su aparente acristalamiento. De esa imposible congelación a mediados del mes de julio.
El velatorio se hizo más emotivo ante las incógnitas que hacían referencia al misterio que acechaba a la población desde hacía centenares de años.
Corría el año 1863, España combatía con el cólera por tercera vez en cincuenta años y los muertos se amontonaban por doquier.
Por extraño que parezca, en aquella comarca, nadie contrajo la temible enfermedad, es por ello que ante la diatriba de permanecer junto al foco de infección o resguardarse del mismo, muchos fueron los que huyendo de la epidemia se acercaron hasta allí.
Con tanta animación, pronto olvidaron aquél extraño suceso.
—A más gente mayor progreso.- Musitaba el alcalde que ya presentía un sobrio aumento en las arcas municipales.
—Podré remozar la iglesia. —Comentaba el párroco mientras colocaba más bancos ante el altar.
Pero no tardó mucho en volver a suceder. Durante dos días, las batidas se alargaron hasta altas horas de la madrugada. Cansados de no obtener resultados, resignados ante lo que ya sabían, decidieron abandonar la búsqueda.
Dos días más tarde se volvió a repetir el suceso, y así una y otra vez.
Los familiares de los fallecidos desesperados pedían explicaciones. Les hablaron de extrañas luces nocturnas; bolas de fuego; duendecillos; e incluso espectros. Argumentos injustificables. Ni tan siquiera la certeza de que los cuerpos serían encontrados, de que podían ser enterrados, les consolaba.
— ¿Qué podemos hacer?
Aquellos sueños de progreso se desvanecían con cada familia que abandonaba el pueblo.
— ¿Qué hicieron nuestros predecesores? —Se preguntaban.
—Nada, como nosotros. No hicieron nada.
En ese momento, un grupo de vecinos portaban en una carreta repleta de heno, los cuerpos cristalizados de los últimos desaparecidos. Cuerpos que nadie reclamó y que, como sucedía desde hacía cuatrocientos años, fueron a enriquecer, con su presencia, la “Sala de Juntas” del Ayuntamiento de aquel misterioso pueblo de Castilla que espero nunca encontrar.
Monelle/CRSignes 290606
El retrato. De Naza
Tuve que mirar dos veces el rótulo de la calle para cerciorarme de que estaba en la dirección correcta. Calle Nava, esta es, me dije.
Qué distinta podía llegar a ser una calle cuando cierran los comercios. La gente desaparece, el sonido de mis pasos me recordaba que el encanto del bullicio de la mañana se convirtió en inquietud a esas horas de la noche.
¡Qué idiota eres!, me dije. ¿Toda una vida viviendo en internados y va a resultar que te da miedo una calle desierta? No debería empezar con diatribas contra todo lo que fuera nuevo en mi vida
El portal olía a cerrado y el ascensor desvencijado me pareció mucho más viejo que esta mañana. Palpé la barandilla de la escalera y sentí la vejez del edificio en mis manos.
Al abrir la puerta de casa la oscuridad del interior invadió el rellano del ascensor; subió por mis pies y me envolvió llenando mi cuerpo de frío y miedo. Cómo podía cambiar tanto un estudio visto esa misma mañana y que me pareció una autentica ganga que no debía rechazar. El piso reunía todas las ventajas que un soltero como yo desearía. Eso fue lo que hizo me decidiera por esta vivienda, bueno eso y la vecina, una preciosidad en sujetador que esperaba conocer en breve.
Cuando cerré la puerta tras de mí me acerqué a la cocina para ver si disfrutaba de la misma visión y me resultó curioso observar que no había ni una sola luz en el ojo patio. Sólo eran las nueve de la noche.
De las pocas cosas a las que presté atención esa mañana, fueron el pensar cómo podía mantener el hombre de la inmobiliaria el cartel con su nombre sobre su solapa si el alfiler estaba a punto de caerse, y lo segundo y más importante, cómo funcionaba el mando de la televisión.
Uno de esos canales emitía un sobrio mensaje. Una chica repetía de manera insistente “…estarás a salvo mientras no me recuerdes”. Comencé a adormilarme, el cansancio de una dura jornada me pasaba factura. ¿Quienes serán todos esos que aparecen en esa foto encima del aparador? ¿Y esa chica no es...?
Cuando desperté comencé a verlo todo de forma distinta, lo veía todo desde el interior de un retrato encima de un aparador.
Sentada frente al televisor una chica en sujetador nos sonreía a todos los de la foto.
Naza 28/06/06
Ese gobierno que nos manipula
Nunca fui malpensado, podía llegar a ser: regordete; flacucho; desmelenado; cuadrúpedo, si perdía dos de mis seis extremidades; pero malpensado o conspiranóico como mis hermanos, nunca. Ellos, en cambio en cada acción del gobierno veían la manipulación.
¡Qué los semáforos se averiaban y debíamos aguardar o tomar rutas alternativas? La mejor forma de encubrir acciones secretas como movimientos de tropas, o vete tú a saber... ¡Qué subían los combustibles, bajaba el empleo o disminuían los salarios? La excusa perfecta para que los que mandan, pudieran jactarse de nuestra inmovilidad, indefensión, y carencias. ¡Y qué no decían de los medios de comunicación y de entretenimiento! ¡Los peores! Pues, según ellos, sólo servían para atontar a la ciudadanía.
En una sociedad pequeña como la nuestra, parece mentira el límite al que puede llegar la imaginación de los recelosos.
Mientras tanto, en casa pasaba desapercibido; ni abrir la boca podía. “Deberías retractarte de tu actitud hermano”, decían, “si no lo haces ahora, pronto te arrepentirás”.
Intenté despegarme de ellos, de los pensamientos retorcidos, pero de tanto compartir comencé a incubar las mismas ideas, por lo que acabaron incrustándome sus miedos. Entonces sucedió lo del avistamiento.
Pasó sobrevolando la ciudad la nave más grande que jamás se había visto. Era oscura, de forma irregular, un poco más estrecha en el centro, y la parte posterior sobresalía hacia abajo, era rara, ¡muy rara! Todos la vimos, ¡todos! Nos sentamos aguardando las noticias, aquellas que nos mostraran los pormenores del hecho extraordinario. Debía, incluso, haberse interrumpido la programación. Pero nada, todo seguía igual, el mismo programa de entretenimiento, con entrevistas y música como todos los días permanecía en pantalla. Nadie se había movilizado. ¿Esperaban acaso que nos alzáramos nosotros en una heroica defensa del territorio?
Y entonces sucedió, la tierra comenzó a temblar y otra nave igual que la anterior, bueno quizás un poco más pequeña y con la base trasera acabada en punta que casi acaba incrustándose en el suelo, pasó rozando los edificios hasta desaparecer.
Fue entonces que las pantallas quedaron mudas, y un único rótulo informaba de algo que ignorábamos, el paso casual de los que parecían ser nuestros vecinos, demasiado grandes para darse cuenta de nuestra insignificante presencia.
Ha pasado un ciclo de aquello y ahora nos estamos planteando, si toda esa historia de los vecinos, no formará parte de otra conspiración por parte de ese gobierno que nos manipula.
CRSignes 040109
Alicia y la felicidad. De Gulivert
La felicidad de Alicia tenía, en esta ocasión, una consistencia que no era habitual. Había que reconocer que Alejandro superaba de largo el nivel medio de sus últimas relaciones. Era, quizá, excesivamente sobrio vistiendo para lo que su mente alocada, soñadora podría esperar. Pero ello no influyó en su decisión cuando se encontró en la diatriba de aceptar una invitación como la que le había hecho el martes anterior. ¿Qué mejor manera de conocerlo que pasar el fin de semana en la casita de campo que él tenía cerca de Laredo?
El viernes pasó a recogerla con su magnífico coche italiano. De las pocas cosas que sabía de él, se había quedado con que era arquitecto y que estaba involucrado en un proyecto descomunal en la capital.
— Sí, vamos a desecar diez hectáreas de pantano para transformarlas en navas de frutales. En el centro de la propiedad construiremos un centro industrial modernísimo.
Alicia escuchaba su maravillosa voz y la colocaba en las miles de palabras que, antes de llegar a verse, le había escrito en el chat en que coincidieron. Se habían ido enredando poco a poco en horas de insomnio y veladas de amor tecleado. Hasta que llegaron a la primera cita nerviosa donde se palparon en el silencio de las miradas que daban la conformidad a un futuro interesante, pensó Alicia.
Y allí estaba, viernes noche, en una preciosa casa solariega, en medio del campo más verde que jamás había visto. La estancia estaba decorada con gusto exquisito y en el comedor, enorme, la mesa estaba preparada para una cena romántica.
— Subiré tu maleta a la habitación, ponte cómoda en el salón. Tienes, si te apetece, música al fondo, sobre el equipo –le dijo mientras se alejaba camino de la escalera que, supuso Alicia, llevaba a las habitaciones.
Le analizó mientras subía. Era alto y mucho más guapo que en aquellas fotos que le envió al principio por correo. El carísimo traje que llevaba le quedaba impecable, con aquella preciosa camisa rosa y la fina corbata que remataba un anacrónico alfiler de oro.
Ella fue al salón pero optó por la televisión. Puso las noticias y se aflojó el sujetador, un poco por comodidad, un poco por prevención. Él apareció al rato y se situó detrás del sofá donde ella miraba la tele.
— ¿Qué ves?
— El telediario. Mira, ha aparecido otra víctima del asesino de la A.
— ¿El asesino de la A?
— Sí, así le llaman porque todas las mujeres que ha matado tenían un nombre que empezaba por A. Ana, Azucena, Antonia, Alina...
— Ya –atajó él mientras se soltaba la corbata.
— ¿Cómo las matará? –preguntó la chica, absorta en las imágenes del noticiero.
— Muy fácil. Les clava un alfiler de oro en la nuca... ¡Alicia!
Pero la muchacha no tuvo tiempo de escuchar su nombre.
Gulivert 27/06/06
El jardín de la luz. Suprunaman
Nació de madre muerta. Su cabello era del color de la luna y su piel pálida tan fría como el hielo. Pronto la vistieron con un negro crespón.
Vivía en tierra de navas donde gobernaba la oscuridad. Decidió entonces coger su larga guadaña y abandonar aquel siniestro lugar. Quería encontrar las flores más bellas, de colores vibrantes y aromas dulces; deseaba llevárselas a su jardín que ahora se le antojaba triste, sobrio, gris.
No es violenta, no le gustan las diatribas, su acto es como quien corta el hilo que aún pende del alfiler.
Un llanto de bebé se esconde entre la mugre de la calle, ella lo recoge, lo acuna y le da su amor.
Un hombre mayor ha vivido la guerra, a muchos amigos y patriotas ha visto morir. Ve llegar a la sujetadora de la guadaña, ni siquiera tiene que preguntar, ya sabe quien es y su calor lo llena de gozo.
Una hermosa mujer se palpaba la vena, la heroína hace el resto y con los brazos abiertos la espera la muerte.
Muerte, su nombre está unido a su destino, día y noche Muerte recoge incansablemente las flores más bellas, flores que iluminan su jardín.
Suprunaman 26/06/06
A galope tendido
Subido al caballito, Migue, dejaba que éste le cargara dónde quisiera.
Habían recorrido juntos casi todo el mundo conocido. Conocido por él, naturalmente.
La tele, era su mejor guía. De los documentales sacaba las ideas y las retenía en su abierta memoria.
A pocos días de su quinto cumpleaños destacaba, en él, su despierta imaginación.
— Mamá, háblame de la China... Mamá, cuéntame sobre Australia... Mamá, dime lo que sepas de Francia... Mamá, guíame por Sierra Morena...
Y mamá atendía aquellos requerimientos con mucho gusto. Ocurría por las noches y ella no tenía reparos en narrarle con un grado de fantasía —muchas veces se veía desbordada por las preguntas sobre territorios demasiado remotos para ella—, los detalles que a él le pudieran interesar.
Y todo aquello, terminaba alojado en la pequeña cabecita de Migue que acumulaba aventuras con las que, el día siguiente, retomaría la galopante carrera de sus sueños después del descanso nocturno.
La celeridad de sus movimientos —su corcel era el más rápido del mundo— ayudaba en sus escapadas.
Siempre estaba preparado para realizar hazañas de heroica conquista, descubrir nuevos territorios, o romper fronteras.
A lomos de su caballito: resbalaba por la barandilla; saltaba la verja; bordeaba el seto, demasiado alto para él; y esquivaba los charcos. Si no estaba huyendo de temibles ogros o cruzando fosos, galopaba sobre las nubes para no perderse la danza de las princesas a orillas del Rhin al compás de un minué, o las tracas con las que se festeja el año nuevo chino en el gran desfile de los dragones mandarines. Se le podía escuchar animando a su cabalgadura, mientras escalaba la cresta de las olas, siguiendo la ruta de Simbad por los siete mares.
Y cuando el sol se ponía, corría hasta los brazos de su madre simulando no estar cansado pero exhausto; y ella, mientras Migue le contaba sus aventuras, lo cogía en brazos, le daba un gran beso, y le entregaba la merienda cena antes de llevarlo a dormir.
— Mamá, ¿está muy lejos el lejano Oeste?
Aquel día, víspera de su cumpleaños, no podía dormirse. Mientras la puerta del cuarto se cerraba, Migue comenzó a tramar su próxima aventura.
Un atracador se había escapado a galope tendido de su celda, y él, a lomos de su brioso corcel, debía ayudar al sheriff en su captura.
CRSignes 100806
Al filo de la madrugada. De Pez burbuja
Cierro la puerta. Me voy desprendiendo rápidamente de las dos piezas de mi sobrio traje de chaqueta. Tiro sin miramientos los zapatos de tacón al aire, mientras me desabrocho la camisa que cae desmadejada al suelo. Me palpo la espalda buscando el broche del sujetador mientras me dirijo al baño. Acabo de desnudarme y me meto en la ducha. Siento las gotas de agua como pequeños alfileres traspasándome, todo mi cuerpo se queja dolorido, exhausto.
Al filo de la madrugada me siento por fin, después de un arduo día de trabajo. Resulta tan agotadora la retahíla de tareas encadenadas en cada jornada, que a veces me siento como si en vez de caminar hacia delante, fuera caminando hacia atrás como los cangrejos. A lo largo del día, me sitian los problemas cotidianos, las responsabilidades, el trabajo, las diatribas de mi jefe, las tareas pendientes, conformando a mi alrededor una vorágine de la que no puedo salir.
Intento robarle unos minutos al tiempo para sentarme en mi rincón favorito con una taza de chocolate caliente, y ver pasar la vida a través de la ventana. Hasta esta parada me resulta costosa, como si fuera una pelota rodando por una cuesta, al llegar al final sigo rodando por inercia. Debo recurrir a mi instinto de supervivencia para quedarme aquí sentada. Entonces cierro los ojos, y me imagino aún como una muchacha pizpireta, correteando por las navas y sin más problemas que aprobar en el colegio y conseguir que el chico que me gusta me haga caso.
Y me voy a la cama con una sonrisa en los labios, y dispuesta a afrontar otro día con lo mejor de mí.
Pez Burbuja 26/06/06