ALEJO CONEJO

Ya era de mañana y un sol inmensamente amarillo y redondo enhorabuena saludaba con una gran sonrisa a la tierra, las montañas y al río de agua transparente y fresco que recorría en enmarañados cauces todo el bosque. Junto al río, un gran eucalipto se erguía orgulloso de sus años. Su tronco arrugado parecía agradecer la tibieza del amanecer y sus ramas aún bañadas de rocío se sacudían la pereza. Entre sus gruesas raíces, una madriguera había sido construida tiempo atrás, pero ahora estaba abandonada. Ese nuevo día, también saludaba a un recién llegado.

Alejo Conejo llegó empujando con esfuerzos una desvencijada carretilla que apenas se movía. Alejo, venía de un lejano lugar huyendo de la crueldad y la maldad del mundo. Un amigo, Lucio el pájaro carpintero, le habló de un bosque escondido donde reinaba la armonía y la paz. Alejo Conejo no dudó un solo instante, iría hacia allá.

Cuando llegó, los lugareños lo miraban con desdén y murmuraban:
-¡Un intruso!, -decían algunos.
-¡Un viejo!, -decían otros.
-¿Que llevará oculto en esa carreta?
-No permitamos que los niños se le acerquen.
-Está todo sucio y harapiento!
Y mucho más decían las mamás ardillas, los búhos, los zorrillos y zorros. También la familia de ciervos prefirió no acercarse al extraño.

Alejo Conejo buscó un sitio alejado del bullicio. Encontró la madriguera abandonada junto al río y preguntó al eucalipto si podía usarla para vivir ahí. El gran árbol no tuvo objeción alguna y le brindó el calor de sus raíces.

A los pocos días, Alejo Conejo había arreglado el lugar. Todo lucía limpio y ordenado. De su vieja carreta había sacado libros que éste cargaba a donde quiera que fuera. Alejo Conejo se dedicaba a ir de lugar en lugar leyendo y contando las historias que guardaban todas esas páginas en sus libros.

Una tarde, Alejo Conejo se sentó en una piedra junto al río y empezó a leer en voz alta. Eucalipto lo escuchaba con atención. El río silenció sus aguas por un momento y escuchó también. Alejo Conejo poseía un don especial al leer. Atrapaba con su voz y envolvía de mágicas escenas el ambiente. Confeti de colores, música, y serpentinas, aparecían y desaparecían como regalos fantásticos.


Pronto, todo el bosque disfrutaba de sus cuentos y leyendas. Al final, Alejo Conejo fue aceptado en la comunidad. Su aspecto descuidado, sus rasgos torpes y su vejez, no impedían que Alejo Conejo fuera un ser bondadoso y mágico.

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