Un hombre, un genio. De Mon

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A deshoras llegaba siempre a casa, cansado, manchado y hambriento. Luis era profesor de plástica en la facultad de Bellas Artes San Carlos de Valencia, estaba soltero y era un hombre un tanto ensimismado. No era extraño verle anotar correcciones en un pequeño cuaderno con tapas de pasta de cartoncillo verdes, con muelle negro, de los de siempre, solo, sentado en cualquier banco.
A finales de los 80’ comenzó a desarrollar una técnica basada en las pinturas pigmentadas que se emplearon a principios del siglo XV, lo que años después le convertiría en un reconocido investigador, cómplice de los maestros renacentistas.
A pesar de su holgada cuenta bancaria, era un hombre sin codicia, devoto de obra y muy dado a las remuneraciones a favor de las organizaciones no gubernamentales.
Como cada miércoles, visitaba a primera hora la capilla del Ángelus, allí podía encontrar la paz que necesitaba, sin ruido ni las bulliciosas voces de sus alumnos. Eran cinco minutos que daban mucho de sí.
Siempre pensó que la vida era un simple recodo que había que torcer, aunque muchos se empeñaban en enderezar. Él solo había vivido para dejar una huella al óleo que permaneciese inmutable lustro tras lustro, lejos de cualquier signo de rebeldía o inconformismo. Sabía que la existencia era solo un capricho de la naturaleza y esta como tal, era mucho más sabia que la prepotencia humana.
Un martes cualquiera llegó pronto a casa, nunca más volvería a la universidad, se borrarían las manchas y desaparecería ese guirigay que había dado sentido a su existencia.
Dicen que nunca abrió la puerta a nadie, que en las tardes de invierno se le oía llorar y se cuenta que con las lágrimas fabricaba el vehículo que daba consistencia a sus pinturas. Su obra permanecerá hasta el final de los tiempos.

Mon 05/12/2006

Palabras para el “Contemos cuentos 22”

Estas fueron las palabras para este juego:

ÁNGELUS

CODICIA

CÓMPLICE

CUADERNO

RECODO

RUIDO

Se encuestó el tema y hubo un empate entre HUMOR y FANTÁSTICO, se dio libertad para que cada uno seleccionara alguno de los dos.

Los elementales. Capítulo veintidós: El favor de Dios. De Monelle

Pensé que se desvanecería. Que como sus hermanas su silueta se inflaría hasta alcanzar la redondez de un espacio circular nacarado. La calidez de su tacto sobre mi rostro, el saludo exento de humedad, me sorprendió. Intenté agarrar su mano como acto de pleitesía para postrarme a sus pies, pero atravesé su cuerpo sin que por ello perdiera la forma. Me costó contemplarla. Era diferente, distaba mucho de los relatos que había oído. Poseía una hermosura liviana. Las trasparencias y los brillos reflejados de las luces le conferían la magia añadida de las estrellas.
Su sonrisa precedió a una cascada de sonidos que no tuve dificultad en descifrar. Comprendí entonces la grandeza de lo que hasta ese momento me había pasado. En mi atolondrado recuerdo había obviado detalles de vital importancia. A este viejo zorro, también se le escapan cosas. ¿Cómo era posible el entendimiento con aquellas razas si desconocía sus lenguas? ¿Acaso habían aprendido la mía para facilitar el posible trato? Entre sofismas mentales estaba, cuando ella misma me sacó del badén de la ignorancia.

Bienvenido seáis. Soy Marmara. Temerosa por las prisas debería centrarme en mi ofrecimiento, pero me ha tentado poner respuesta a vuestras preguntas. Concederle esta licencia puede mejorar nuestro trato.

Intentaba ver más allá de mi encierro. ¡Imposible! Fue tal el desbarajuste que mi presencia había causado que tan sólo podía ver los rostros pegados al habitáculo de centenares de ondinas curiosas, moviéndose inquietas, yendo y viniendo y difuminando así el paisaje.

Marmara, vuestro reino es el último que me quedaba por visitar. Agradezco el detalle —mis palabras sonaban distintas pero no me eran ajenas.—¿Se me antoja saber cuál es el milagro que permite entendernos?
No existe ningún milagro. Al principio de los tiempos los libros sagrados hacen mención del hecho, todas las criaturas de la creación teníamos una misma lengua. Ésta era lo suficientemente sabia y hermosa como para contener la complejidad y la sencillez que la vida de entonces requería. Pero la ambición del hombre rompió el equilibrio y Dios nos castigó a la confusión. Hoy este mismo idioma aletargado nos sirve para comunicarnos.

Quedé pensativo, siempre había huido del creador y ahora éste se me manifestaba así. ¿Qué quería de mí? ¿Qué pretendía de alguien que siempre le había cuestionado?

Monelle/CRSignes 02/12/06

La batalla. De Aquarella

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La situación se ha hecho insostenible. El inmenso silencio que lo invade todo hace temblar mi mundo, hasta el tiempo parece moverse demasiado lentamente. Puedo oler ese miedo que espesa los pensamientos, puedo sentirlo. Ante la pregunta ¿qué sentido tiene esta guerra? La tentación de huir se convierte en la respuesta más apetecible, pero está prohibido, mi linaje no me lo permite. El desbarajuste de este lugar se me antoja un campo de batalla en el que la silueta de la derrota se pasea como una zorra hambrienta entre los pocos que aún quedamos en pie.

Veo caer a mis súbditos, mis colaboradores, mis amigos, y el dolor sangra con más fuerza que la humillación que se avecina. Mi mente acepta ese absurdo sofisma que me condena a morir para salvar a un rey que no lo merece, me han educado para ello, pero mi corazón no lo admite tan fácilmente, se rebela ante las reglas establecidas… cierro los ojos con el deseo de que, como por arte de magia, aparezca en el terreno un badén lo suficientemente grande para tragarse a ese enorme caballo que viene a atacarme. Cuando abro los ojos el animal está ya casi encima. Todo está perdido, mi sacrificio no evitará el grito de victoria del enemigo

¡JAQUE MATE!

Aquarella 30/11/06

Partida. De Suprunaman

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Los dos ajedrecistas estaban sentados el uno frente al otro. Tenían una postura semejante, los pies cruzados, el cuerpo torcido y la mano sujetando fuertemente la barbilla. Esperaban impacientemente a que su rival cometiera el error fatal.
Las piezas estaban esparcidas por el tablero. El desbarajuste era tal que Mihail tuvo la tentación de mover la dama, sin caer en la cuenta de que la torre de Korchnoi aguardaba como una zorra para hacerle el jaque. Pero advirtió cierto brillo en los ojos de Korchnoi y desistió de realizar la jugada.
Habían pasado varias horas de partida, Mihail tuvo antojo de un yogur; después de tomar una cucharada hizo una jugada que rompía los esquemas del aspirante. Korchnoi se quejó, presentando un sofisma. Argumentó que Mihail había recibido información codificada en el envase del yogur. El juez desestimó el comentario.
La partida tomó entonces otro cariz, empezó una guerra de guerrilla. Mihail, propinó una fuerte patada a Korchnoi por debajo de la mesa, éste perdió momentáneamente la concentración.
Por favor, —dijo esta vez —ahora toca patadas.
La partida se vio interrumpida de nuevo, los jueces decidieron colocar un badén que impidiera el contacto de ambos jugadores.
Hizo su aparición entonces un grupo de parapsicólogos, empezaron a hacer movimientos con las manos, a rezar en voz baja. Korchnoi no lo pudo evitar, se vino abajo. Agarró el rey, lo tumbó sobre el tablero, se levantó y se marchó sin felicitar si quiera a Mihail por su victoria. Su silueta se difuminaba a medida que se apartaba de las luces.
Mihail quedó allí, delante de las cámaras, con un gesto sonriente.
En la entrevista dijo, en una guerra, no sólo cuenta lo que está en el campo de batalla, también influyen los servicios secretos.

Suprunaman 29/11/06

El mejor. De Locomotoro

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Cuarenta pasos de peón y ganaría el Open de Moscú. No tenía costumbre de perder, sin duda era el mejor, un reto viviente. Había perdido su mujer, sus amigos, su vida social a cambio del éxito que disfrutaba ahora.
Sentado ante su adversario, ante las miradas de curiosos expectantes de un espectacular final, esperaba distraído el toque de reloj que le permitiría dar un paso más hacia una inevitable victoria.

El antojo del destino, había querido enfrentarlo con su mayor adversario. No se trataba de un gran jugador… sino del hombre por el que le había abandonado su mujer. Tenía la oportunidad y la tentación de destrozarlo, pero se tomaría su tiempo.
Un taconeo de peón marcó su tiempo de juego. No tenía ninguna prisa. Dirigió una mirada hacia el público que lo miraba con ojos deseosos. Estudió cuidadosamente cada pensamiento, cada mirada… y finalmente sus ojos se posaron sobre ella. Tenía una sonrisa cansada, con esperanza estéril. Tenían que ganar, necesitaban ese dinero para salir de una ruina inminente. Si ganaba, saldrían del atolladero. Si perdía… seguiría viviendo de alguna manera.
Giró la cabeza y olió el sudor frío del miedo de su adversario, arrinconado como un perro en un badén. El desbarajuste de peones desordenados sobre el tablero le hizo gracia, pero reservó su sonrisa. No sentía compasión, sino envidia. La mezcla se convirtió en rabia y dirigió sus dedos con ira hacia la torre que marcaría el jaque. Ella se llevó las manos a la cara para que nadie la viera llorar y entonces se detuvo el tiempo. Los focos, los fotógrafos, el juez y los dos hombres encerrados en los escaques de la vida, uno blanco, otro en negro.
El gesto estúpido que dibujó su rostro trató de buscar un sofisma para explicar todo aquello. El rey cayó sobre el tablero y ambos jugadores, uno de ellos con los ojos absortos se dieron la mano. Los focos lo iluminaron como una estrella y los micrófonos de la prensa se amontonaron tapando su cara.
Entre la multitud, salió con su gabardina como una zorra huyendo de un corral. Afuera, en la calle llovía suavemente, hacía frío y llamó a un taxi. En la soledad de la espera, una voz lo detuvo, se giró y la silueta de la mujer acarició su semblante con rubor.
No has cambiado nada… sigues siendo el mismo; el mejor.

Locomotoro 28/11/06

La tentación. De Suprunaman

Brian Ballard (Irlanda 1943)

Y de la siguiente forma empezó a narrar ésta sofisma:

Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistir firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.
Pedro 5:8,9

Creedme hermanos que aquella mujer, inteligente como una zorra me hizo dudar de mis ojos y provocó en mi mente tal desbarajuste que acabé pensando que las nubes eran humo, que los rayos del sol flechas, que mi hermano mi enemigo y su mujer la mía.
Creedme hermanos, no juzguéis mi acto como tal, fue una locura pasajera, si pudiera redimir mi pecado estad seguros que lo haría, pero… como devolver la vida a Esculapio.
Creedme hermanos que aquella mujer era una Diosa maligna, guió mi espada a su antojo, y yo como un títere.
Era bella aquella mujer, pero la silueta que proyectaba se asemejaba a una serpiente de cascabel susurrante, hipnotizante: ”Tu hermano Esculapio tiene todo lo que quiere y tú eres cobarde y necio. Mátalo, tuyas serán sus pertenencias, sus esclavas, sus riquezas y su esposa. ¿Vas a permitir que un pequeño badén te prive de poseer todo lo que el tiene, todo lo que deseas?"
Por favor hermanos, creedme que así fue como sucedió, me hipnotizó, por favor, no me colguéis como un vil delincuente.

¡Cloc!, sonó a crujir de vértebras, sonó a muerte de asesino.

Suprunaman 24/11/06

Los Elementales. Capítulo veinte: En la superficie visible. De Monelle

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Anna regresó alterada. Había tenido un pequeño accidente mientras aparcaba en el hipermercado, un incidente sin consecuencias pero que le iba a suponer un aumento en la póliza de seguros. Aquél desbarajuste llevó al traste con parte de sus planes; le dolía no poder hacer el pastel. Depositó un par de pizzas aún calientes sobre la mesa mientras nos explicaba lo sucedido. Por suerte consiguió sosegarse.

Veo, estimados míos, que este mundo es complicado aunque reconozco sus ventajas. Me gustaría disponer del tiempo suficiente para su estudio, pero intuyo que no podrá ser.

Durante la comida Julien disertó sobre las ventajas e inconvenientes de nuestra época. Al terminar tuve la tentación de llevarme a Anna hasta nuestro cuarto, aún seguía nerviosa, pero desistí. Confiaba en que el relato fantástico sobre las Ondinas conseguiría calmarla.

—No deseo entrometerme, pero me ha dado la impresión de que desean estar solos. De ser así lo comprendería.
De ninguna manera —interrumpió Anna. —Continúe.

Le pasé el brazo a Anna sobre el hombro. Mientras nos acomodábamos en el sofá, Julien agachó la mirada.

Se me antojó esperarla, querida mía, pues deseo compartir mi experiencia con usted, ya lo sabe. No se pueden imaginar lo duro que resultaba para un anciano como yo tener que ocultar estos hechos, no poder hablar con nadie, argumentar sofismas con los que justificarme esperando no ser descubierto. La importancia de este último contacto, del empleo de la última oración, logró sacarme de mis casillas. Consideraba que los días pasados eran tiempos perdidos; estaba convencido de que no me lo podía permitir. Debía juntar agua de varios lugares, por ese motivo recorrí los cuatro puntos cardinales de la comarca de Béziers buscando el líquido necesario que fui introduciendo en un baden abierto lo suficientemente grande como para contener una buena cantidad de litros. El lugar que había previsto para el conjuro se hallaba en la ribera del Orb en un pequeño abrigo a unos kilómetros del pueblo. Al llegar volví a tener la sensación de no encontrarme solo. Me aseguré de que nadie había podido seguirme. Seguramente era fruto de mi nerviosismo.
“¡Rey terrible del mar!...”
Vociferé.
“...Vos que tenéis las llaves
de las cataratas del cielo
y que encerráis las aguas subterráneas
en la cavernas de la tierra...”
En la superficie visible de la cuba, cientos de pequeñas siluetas chapoteaban nerviosas intentando salir
.

Monelle/CRSignes 23/11/06

Palabras para el "contemos cuentos 21"

Estas fueron las palabras seleccionadas para la quincena número 21:

ANTOJO

BADEN

DESBARAJUSTE

SILUETA

SOFISMA

TENTACIÓN

ZORRA

Con un total de 3 votos sobre 5 ganó el tema DEPORTES, con el que desarrollamos las historias de la segunda semana.

El misterio de la Santísima Trinidad. De Locomotoro

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Después de todas mis andanzas y viendo el éxito de mi libro autobiográfico en el mundillo editorial, trato de encontrar una explicación para semejante falta de atención.
Quizás la infancia de ustedes haya sido difícil… la mía fue realmente jodida.
No les contaré que mi padre llegaba a casa borracho y nos golpeaba con furia a mi madre y a mí, más que nada por no airear trapos de familia.
Mi padre… ese jodido cabrón con cara de inocente conejo, una autoridad en camiseta dentro de casa y un gilipollas de uniforme azul paseando por las calles.
Cada noche llegaba y nos daba la cena, los golpes y las bejaciones que eran constantes, y fue ese y no otro el motivo de su perdición.
Si ya es difícil huir de un madero, más difícil aun es vivir con uno. Eso hizo que decidiera buscarme la vida fuera de casa.
A los 14 años, un atraco no es un delito, sino una travesura. El tiempo jugaba en mi favor y no estaba dispuesto a perderlo. Por las noches, mi colchón se iba hinchando lentamente con la facturación diaria, mientras que a golpe de Jack Daniels mi madre sufría mil y un martirios, yo repetía mi juramento a cada sorbo.
Por fin reuní lo suficiente para comprar mi primer hierro, una Veretta. Un poco pequeña a mí gusto, pero hierro al fin y al cabo. El Coquer, que era como llamaban al proveedor de metales, se frotó sus sucios dedos con las treinta mil que me sacó.
Una noche, una de estas de frío seco, lo esperé en el arco de un pasadizo, los dedos temblaban, pero tenía el espíritu helado, inmóvil, muerto. De pronto apareció como un fantasma entre las sombras, cantando cualquier estupidez a los cubos de basura que rodeaban el callejón.
Al verme, me reconoció al instante, quiso enaltecer su postura… como para parecer más Padre, pero al ver el hierro se desmoronó al momento como más Cristo. Me lloriqueó y suplicó y de pronto se volvió a transformar pareciéndose al Espiritu Santo tratando de fintar la muerte.
Pero claro… yo no estaba en plan Virgen María ni San José. Así que vacié las veinte en su cuerpo y entonces esa sensación… que me dejó..... como Dios.
A la semana siguiente, otro madero, me daba una medalla mientras recitaba lo gran hombre que fue mi padre. Otro jodido misterio sin resolver.

Locomotoro 16/11/06

Salir. De Marola

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Tras pasar por debajo del aro se detuvo y quiso sentir esa sensación que hacía años añoraba y que por fin había conseguido, no sabía como detener el tiempo, quería parar el reloj y quedarse en ese momento.
Aquella persona había conseguido llenarla de estupidez, había conseguido inutilizarla para siempre con la excusa de que no era nadie, había cometido muchas travesuras pero no creía que eso pudiera afectar de tal manera a nadie. Había sido su decisión, su vida, y no tenía porque dar explicaciones a nadie y menos a alguien que la había arrastrado hasta la más mísera destrucción de su propio ser.
Se había atrevido a hacer algo que estaba fuera de control de nadie, pero lo había conseguido, se enaltecía de su inmensa fuerza, de su entereza, pocas personas logran salir de ese túnel largo, oscuro y sin final, pero ella salió, tras fintar varias recaídas, propuestas, y personas que no ven el problema, sino simplemente una moda.
¿Es posible salir? Le preguntaban muchas personas que no se atrevían a pasar por el aro, y ella siempre decía: “La destrucción, la fabricamos nosotros mismos, ella viene a nosotros por medio de nuestras intenciones, deseos, alegrías, penas, fiestas, esperanzas, sufrimientos, celebraciones, familia, travesuras, pero si no la dejamos pasar, si le cerramos la puerta, ella se queda quieta y paciente en espera de otra oportunidad, ella sabe a donde puede llegar y los resultados de su inquietud. Puede llegar al clímax del desastre, pero nosotros solo debemos hacer una cosa, no dejarla entrar en nuestra vida, cueste lo que cueste. En el momento en el que esté dentro de nuestras vidas será difícil echarla, ella se queda como invitada principal y absorbe todos los derechos, nos va consumiendo poco a poco, hasta que no nos queda nada, hasta que solo nos queda una poca dignidad que se aferra a nuestro ser para salir del terror.

Marola 16/11/06

Aventura de una galleta. De Edurne

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Allí, en un rincón semioscuro de la despensa, Redondita esperaba ver la luz del día; desde su atalaya tan sólo podía adivinar la sombra del arco que formaba el paquete que la contenía, se sentía prisionera dentro del envase de papel plastificado, de formas redondas como ella misma, con las letras grandotas y de colorines para atraer la atención de los peques.
Redondita era una galleta Maria, redonda y tostada como las de toda la vida, con esos relieves incrustados con su nombre que la enaltecían ante las demás. Y es que ella no se consideraba una cualquiera, su ilusión era salir del paquete y ver mundo.
Se sentía apretujada junto a sus compañeras, consideraba una soberana estupidez que tuviera que aplastarse contra las demás, ella había procurado situarse la primera en la boca de salida para escapar antes.

Aquella mañana, un brusco movimiento la despertó, tuvo una sensación de ingravidez durante unos momentos y luego, un golpe seco le confirmó que había tocado suelo nuevamente. Percibió unos delgados haces de luz que empezaban a filtrarse entre las grietas que rasgaban unos impacientes dedos de chiquillo. Su tostada superficie pareció hincharse al recibir el oxígeno del aire y su cuerpo redondito fintó un movimiento de salida para saltar al exterior.
Era el momento de escurrirse en busca de aventuras echó la vista atrás y, con una mirada, se despidió de sus compañeras.
Pero… unos dedos de uñas chiquitinas la atraparon, nada pudo hacer para evitarlo, era la primera de todas, la más atrevida. Ahora se arrepentía de su osadía, sentía los deditos apresándola con ansia y su pecho se comprimía sólo de pensar lo que podía suceder.
De pronto, una voz femenina se oyó a lo lejos y se sintió libre de la presión, se vio de nuevo sobre la mesa con sus compañeras, mientras el aroma de la leche con cacao le llegaba muy de cerca. Aprovechando la inercia del golpe, se empujó de nuevo hacia el paquete quedando más rezagada y desde allí pudo observar como su compañera de fila, la segunda, era alzada en el vacío e introducida en la taza, hacia la perdición, con un leve chapoteo.
Se había salvado de milagro, pero su sino era ese, ya no más sueños ni más aventuras, sabía que unos dientecitos aserrados acabarían con su redondo y atractivo cuerpecito.

Edurne 15/11/06

El doctor Livinstong en el país de los Kikis. De Suprunaman

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Era negro y alto, tenía una cara que sólo podía significar una cosa, estupidez aguda, llevaba una gran sombrilla. A todo el que pasaba le preguntaba:
¿Americano?
Hacía más de una hora que preguntaba lo mismo, al final dio en el blanco:
¿Americano?
Sí "siñor" —contestó aquel hombre que llevaba una maleta de cocodrilo y un sombrero de esos de safari.
El doctor Livinstong, supongo.
Sí "siñor" —dijo con una sonrisa.
Acompáñeme wana.
Subieron en un Jeep y fueron al poblado, donde una multitud lo esperaba ansiosa.
Al bajar del coche, aparecieron cinco negritos de 2x2 metros que lo subieron a una silla hecha de caña y lo acompañaron a su tienda. Ver a toda esta gente a sus pies le enaltecía el ego.
Por la noche y antes de cenar, el doctor Livinstong tuvo que demostrar ciertos dotes de fuerza y destreza. Conseguir ver el tesoro de los negros Kiki tenía un precio.
Lo primero fue matar a un cervatito con un arco que estaba hecho un ocho, pero el doctor lo consiguió
En América —explicó, —tenemos que fintar muchos contratiempos.
Y sacó de su bolsillo una foto de su querida esposa. Los negros Kiki se rieron de la broma. Cenaron el cervatillo y pronto se fueron a dormir, por la mañana, con las luces del alba, el doctor iba a ver aquella joya Kiki.
Cuando el doctor estaba empezando a dormirse, entró a su tienda una joven negrita muy guapa, que empezó hacerle cosquillas en los pies, al despertar pensó que era una simple travesura. En ese momento entró otra guapa negrita que se puso a acariciarle el pecho, entró otra y le besó en los labios, otra de las hermosas kikis empezó a acariciarle los genitales.
Dios mío —pensó, —he aquí mi perdición.
Al cabo de un momento el doctor Livinstong estaba a cien y las muchachas gritaron:
Kikiiiii
Y les hizo el amor, primero a una, luego a otra y a otra y a otra, había perdido la cuenta de cuantas negritas habían pasado por su tienda gritando kikiiiii. La cuestión es que el alba pasó y el doctor se quedo sin ver la sagrada joya kiki.
Antes de marchar a su país, el sabio doctor Livinstong, le prometió al jefe de la tribu que volvería al año siguiente a ver si podía por fin ver aquel magnifico tesoro Kiki.

Suprunaman 15/11/06

Los elementales Capítulo diecisiete: Entre salamandras. De Monelle

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Atravesé aquel arco ardiente con cautela. El ambiente contenía el olor de miles de hogueras y fogones encendidos. El aroma del aceite quemado y el azufre le aportaban un toque nauseabundo. En aquel mundo flamígero no existía la oscuridad. De todas las cosas emanaba luz, proveniente del halo que les proporcionaba su propia incandescencia. Comencé a maquinar teorías, quimeras estúpidas equivocadas en su mayoría. Pensé que debía tratarse de un mundo perecedero, por que las llamas consumen rápidamente los objetos, pero erré. Allí no. A pesar de no haber permanecido el suficiente tiempo como para averiguar el porqué, deduje que aquel hecho extraordinario que impedía que desaparecieran consumidos por las llamas estaba relacionado con la atmósfera que les rodeaba. En nuestro mundo la vida de cualquiera de ellas es fugaz. Tan sólo pueden permanecer unos segundos entre nosotros, los suficientes como para que cualquier acto que realicen, por inocente que este sea, aparezca ante nuestros ojos como la más cruel de las travesuras.
Desde el principio sentí una profunda simpatía por aquellas criaturas inquietas. Enaltecí sus virtudes. Se movían con tal rapidez, que tardé en distinguir sus rasgos. Eran pequeñas y estilizadas como un lápiz a veces, más tarde intentaré retratarlas, regordetas otras, dependía de su estado anímico; al sentirse amenazadas sus llamas aumentan. Me llevaron atravesando su mundo, pude contemplar hermosos paisajes de tonos violáceos, azules con toques de un rojo subido y un amarillo intenso. Pensé en la perdición del infierno con la que presiona el clero y reí. Llegamos hasta un estanque plateado en cuyo centro se alzaba un palacio. En apariencia frágil, era como una gran bolsa de humo, sus paredes de denso vapor no dejaban ver nada de su interior. Temí ahogarme si me adentraba en él, pero al parecer las leyes físicas, tal y como me las habían enseñado, habían cambiado.
¡Pase!
Era hermosa y su voz trasmitía ternura. Finté la posibilidad de tocarla por miedo a las quemaduras, ella estaba al cargo del reino. En un descuido la rocé y el misterio se me desveló. Comprobé lo inofensivas que eran.
No se deje engañar, tan sólo aquí puede hacerlo. Ahora es el momento de convenir un trato, disculpe que sea tan directa pero demasiado tiempo sin poder contactar con mis parientes de los otros elementos me obligan a pedirle un gran favor.

Monelle/CRSignes 14/11/06

Reflexión de una rosa. De Belfas

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Hacía más de cinco minutos que el sol se había puesto y sin embargo yo permanecía a la sombra de un árbol. Mi vejez me permitía poder reflexionar sin prisa, era una de las pocas cosas que todavía podía hacer sin molestar. No puedo determinar en que pensaba en ese momento, mi espíritu estaba abstraído y mustio, pero quise fintar a la vida y centrarme en el paisaje, refrenando mi pensamiento en un elemento del entorno.
Un rosal, el cual tenía la figura de dos arcos casi perfectos, ensamblados y enaltecidos por espinosas ramas a la vez que engalanados por verdes hojas. Sobre las ramas decenas de rosas rojas. Me fijé en dos de ellas que, una frente a otra y con el suave movimiento de la brisa de la tarde, parecía tuviesen una armoniosa charla.
Mira tú por donde escuché como una decía:
—¿Recuerdas la mañana en que nos abrimos al mundo y vimos por primera vez la luz del sol? Qué bonito fue oír cantar por primera vez el canto del jilguero. Cómo disfrutábamos asomándonos entre las hojas para ver correr el agua del riachuelo. Añoro las noches maravillosas de luna llena, cuando el silencio solamente era interrumpido por el croar de la rana y el canto del grillo. Cómo nos divertíamos desplegando nuestro aroma, para que quien pasase cercano se aproximase a cotillear. Me viene a la memoria la infinidad de mariposas y abejas que se han posado sobre nuestros pétalos y nos han narrado aventuras increíbles. Nosotras jóvenes y esbeltas, siempre pensando en realizar alguna travesura, como cuando se acercó aquella cabra con no muy buenas intenciones y agitamos la rama para que se le clavase una espina en el hocico, obligándola a partir como alma que se lleva el diablo. Cuánta estupidez hemos visto a lo largo de nuestros días, sin poder evitar que nada cambie. Hoy amiga mía, me invade la perdición de la vejez, aquella de quien todos huyen y se alejan, buscando rosas más jóvenes, más bellas, más aromáticas. Observa, nos encontramos olvidadas en un grandioso rosal, para el que comenzamos a ser una dura carga. Lo sé, hemos tenido nuestra época de gloria. Esperamos orgullosas a que llegue el vendaval y, nos arrastre por la llanura hasta convertirnos en ceniza. Sólo pido que aquellos que se cruzaron en nuestro camino, guarden en su corazón el recuerdo de nuestro aroma.

Belfas 12/11/06