El mejor. De Locomotoro
Por monelle elJun 19, 2010 | EnLocomotoro, CONTEMOS CUENTOS 21
Cuarenta pasos de peón y ganaría el Open de Moscú. No tenía costumbre de perder, sin duda era el mejor, un reto viviente. Había perdido su mujer, sus amigos, su vida social a cambio del éxito que disfrutaba ahora.
Sentado ante su adversario, ante las miradas de curiosos expectantes de un espectacular final, esperaba distraído el toque de reloj que le permitiría dar un paso más hacia una inevitable victoria.
El antojo del destino, había querido enfrentarlo con su mayor adversario. No se trataba de un gran jugador… sino del hombre por el que le había abandonado su mujer. Tenía la oportunidad y la tentación de destrozarlo, pero se tomaría su tiempo.
Un taconeo de peón marcó su tiempo de juego. No tenía ninguna prisa. Dirigió una mirada hacia el público que lo miraba con ojos deseosos. Estudió cuidadosamente cada pensamiento, cada mirada… y finalmente sus ojos se posaron sobre ella. Tenía una sonrisa cansada, con esperanza estéril. Tenían que ganar, necesitaban ese dinero para salir de una ruina inminente. Si ganaba, saldrían del atolladero. Si perdía… seguiría viviendo de alguna manera.
Giró la cabeza y olió el sudor frío del miedo de su adversario, arrinconado como un perro en un badén. El desbarajuste de peones desordenados sobre el tablero le hizo gracia, pero reservó su sonrisa. No sentía compasión, sino envidia. La mezcla se convirtió en rabia y dirigió sus dedos con ira hacia la torre que marcaría el jaque. Ella se llevó las manos a la cara para que nadie la viera llorar y entonces se detuvo el tiempo. Los focos, los fotógrafos, el juez y los dos hombres encerrados en los escaques de la vida, uno blanco, otro en negro.
El gesto estúpido que dibujó su rostro trató de buscar un sofisma para explicar todo aquello. El rey cayó sobre el tablero y ambos jugadores, uno de ellos con los ojos absortos se dieron la mano. Los focos lo iluminaron como una estrella y los micrófonos de la prensa se amontonaron tapando su cara.
Entre la multitud, salió con su gabardina como una zorra huyendo de un corral. Afuera, en la calle llovía suavemente, hacía frío y llamó a un taxi. En la soledad de la espera, una voz lo detuvo, se giró y la silueta de la mujer acarició su semblante con rubor.
—No has cambiado nada… sigues siendo el mismo; el mejor.
Locomotoro 28/11/06
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