Los Elementales. Capítulo veintiocho: Las cartas boca arriba (Primera parte)

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Joan, aunque tarde, quería redimir su culpa, pero... ¿con qué intenciones? No obstante y puesto que la historia, tal y cómo se la habían contado, difería de la que nos narró Julien, debíamos aclarar los malentendidos.
Julien se sentía ilusionado, apenas intenté hablar, con trajín se lanzó a preguntar.

¿Joan? ¿Leyó el Grimorio?
Por supuesto que sí una y otra vez –dijo con sarcasmo –pero no pude. Supo cifrar muy bien su manuscrito. Es muy listo, no sé cómo ha conseguido engañar a estas buenas gentes pero le desenmascararé.
Usted se confunde. Aquella desaparición fue accidental. Hice todo lo que estuvo en mi mano para respaldar su pérdida, pensé que regresaría. Él se quedó...

Joan se levantó alterado.

¿Dónde?
¡Quieto! –Lo senté de un empujón. –Déjale hablar, le debes el mismo respeto.
Compréndeme Ricard mi deuda de siglos, mi legado, mis esperanzas...
Mire mis manos Joan, nunca mataron a nadie, se lo juro. Yo estimaba mucho a Edgard fue mi discípulo preferido.
No lo sabía –exclamó Joan.
Su desaparición fue voluntaria, no deseo engañarle.
Y usted, ¿por qué está aquí? —Joan estaba alterado. No le quitaba los ojos de encima no podía fiarme de él —. Durante años he intentado mentalizarme sobre estos hechos extraordinarios. Me convencí de que nunca se desentrañarían de mi y, ahora que todo ha ocurrido, no sé qué pensar. Usted ha regresado después de siglos. ¿Qué tipo de pacto satánico ha obrado el prodigio? Cada vez tengo más claro que era necesario proceder con usted así, ahora también deberíamos hacer lo mismo.
¿Obrar así? ¿A qué te refieres? –Ahora era yo el irritado, no me gustaban su tono —¿Qué estás insinuando?
No insinúo, afirmo. Hago referencia a que la denuncia fue justificada. La inquisición actuó apropiadamente, por desgracia llegaron tarde. No recibió su merecido y por eso estoy aquí.
¿Sabes lo que estás diciendo Joan? –Julien no perdía detalle de la conversación –¿Estás afirmando que tus antepasados fueron los responsables de la matanza en Beziers?
¿Pero qué dices? Sólo él tuvo la culpa de aquello.
Te equivocas, él no estaba cuando ocurrió, en cambio todos aquellos inocentes no esperaban una agresión tan cruel.

Joan se tiró las manos a la cabeza. Lejos de aclarar su mente se encontraba más confuso. Mucho más perdido.

Monelle/CRSignes 28/12/06

El Despellejador de naranjas. De Mon

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Los lejanos ululares de las fábricas anunciaban la retirada de decenas de trabajadores a sus casas, ellas, adornadas con sus delantales de encaje preparaban la cena a golpe de boniato y chirimoya. La vida era muy dura, el barrio era oscuro, siniestro, con un negro adoquinado que hacía temblar las sombras de la noche. La esperanza de sus gentes quedaba en sueños de futuro, el trajín del día a día solo permitía añadir agua al puchero.
Alguien gritaba…, el eco, al doblar las esquinas, arrastraba los ladridos de un perro hambriento, ambos se mezclaban en comunión, pidiendo quien coño sabe qué.
Al trasluz de una ventana, dominando los claros y tenues amarillos se podían perfilar las siluetas de las abuelas, meciendo los ovillos de lana, con la ilusión de una maternidad lejana en el tiempo.
No podía permanecer más tiempo parado, se acabó respaldar a las gatas en celo, ellos con los pelos erizados y el maullar caliente de su fuego interior, permanecían al acecho, esperando que yo marchase para saltar sobre sus lomos e hincar sus dientes en el pescuezo.
Bajé de la acera, tremendo salto en el tiempo, en caída libre desde el bordillo que acariciaba a voces mis talones inquietos, un solo paso me separaba del puesto de venta ambulante de palomitas de maíz azucaradas, un solo paso me separaba del despellejador de naranjas. Solo me dejó un papel manuscrito por ambas caras, en el la receta mágica que daba la felicidad a quien lo leyese. Una fría ráfaga se llevó el papel multiplicándolo por mil y pegándolo como un post it en cada ventana del barrio.
El despellejador me cogió de la mano y salimos volando, para ver desde lo alto como se iluminaba el barrio, desaparecían las sombras y callaban las sirenas…
…Es mi cuento de Navidad.

Mon 28/12/2006

La Liebre Descontenta. De Edurne

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Por caminos y matojos, ágil correteaba la liebre, burlando a los cazadores y evitando a los sabuesos más diestros, siempre respaldada por los espinosos matorrales que le encubrían la huida. Dormía con los ojos abiertos, las patitas delanteras siempre a punto y el oído siempre alerta. Para ella se reservaban los hinojos, las briznas de hierba más frescas y tiernas, y las hojas de lechuga esquivando a los caninos vigilantes.
Como que en este mundo todo se acaba irremisiblemente, no es de extrañar que una tarde, en su trajinar, se sintiera descontenta. Fijaos cómo sucedió que de pronto este sentimiento se apoderó de su corazón:
Se acercó a un estanque de aguas claras y tranquilas. Conocía su sombra pero no su imagen, porqué jamás se había visto e ignoraba, pues, su aspecto. Ahora con sorpresa y enojo, en la superficie del agua se reconoció.

A la primera ojeada, ella misma se asustó:
—Vaya orejas que tengo… parecen dos antenas más largas que las que luce el asno rebuznador. Y esta cola, Dios mío, una enorme palomita de maíz abierta y aplastada en el trasero, ni es cola ni espolón, maldito el nombre que tiene pues no es más que un zurcido en mi cuerpo. Eso es el mundo al revés, ¿por qué motivo tan largas son las orejas mientras que la cola, que debería ser más prolongada y altiva se reduce a una miseria?

Su madre, que la estaba oyendo, le devolvió la ilusión diciendo:
Hija mía, hablas por hablar, nosotras somos perfectas por las funciones que desempeñamos, desconoces las razones por las que la madre naturaleza nos ha dotado así. ¿Qué provecho sacarías tú de una cola así descrita si ella no te hace favor alguno ni la necesitas para nada?

Y la esperanza volvió a su morada cuando su madre atajó:
Si se encogieran tus orejas tal como tú deseas, incluso el sabueso más anciano sería capaz de sorprenderte, no oirías su llegada y saltaría sobre ti al primer intento.
Así, pues, mi niña, acaricia con gratitud tus hermosos apéndices y sonríe feliz al observar tu minúscula cola en ese vaivén intenso que demuestra tu alegría, acepta tus limitaciones ya que a veces, nosotros mismos, pedimos a gritos nuestra desdicha.
La liebre observó de nuevo su reflejo y, con un aire orgulloso, alzó sus tiesas orejas, meneó su colita y emprendió de nuevo su airoso trajín.

Edurne 28/12/06

¡Dame Una Oportunidad! De Naza

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El hombre ocupaba el único banco que quedaba de pie en aquel pequeño parque. El sol mostraba su falsedad en un día radiante, incapaz de reducir a la nada la escarcha llegada la noche anterior. Respaldado en el banco y con los ojos cerrados recordaba que el día de hoy no se diferenciaría en nada a los otros muchos días transcurridos desde hacía tiempo.

Ese tiempo había ido limando su vida, al igual que el poderoso mar arañaba en cada envite un trozo de acantilado, primero Andrés y fue el más significativo; sencillamente porque fue el primero. Luego le siguieron otros, el grupo fue menguando, eran como disparos intimidatorios alrededor de su vida. Un día le tocó a Laura que se fue sin llegar a decirle cuánto la había querido en sus cuarenta años de vida en común. Manías del Altísimo; el mayor de todos y el único que queda en pie, como el banco que le acoge cada mañana en soledad y que visita aún en el convencimiento de que ninguno de los suyos aparecerá.

¿Qué hubiera cambiado de mi vida? Se decía el hombre que mantenía los ojos cerrados porque le ayudaba a ver la película de su existencia. En aquel cine ficticio sin acomodador ni palomitas de maíz, el hombre hacía balance de todas las oportunidades desaprovechadas imposibles de recuperar.

Dame una nueva vida, dame otra vez quince años y aprovecharé el tiempo —se decía, —trajinaré a la pereza, venceré a la desidia. Esa vida sí que la sabría aprovechar.

Él nunca lo supo, pero tanto rogó al Altísimo que éste accedió a sus deseos, un día al igual que pasó con todos los suyos, incluida su Laura, el hombre desapareció. Nadie habló con él, nadie le dijo que tendría una nueva oportunidad, nadie le ofreció la esperanza de una nueva vida, la ilusión de vivirla tal y como había deseado tantas veces en aquel banco, solamente el Altísimo accedió a su deseo; simplemente se la dio.

Pasó el tiempo, mucho tiempo, tanto tiempo que hasta el hombre del deseo se le olvidó que había vivido dos vidas. Sentado aquella tarde en el último banco que quedaba de pie en aquel parque añoraba a los suyos, en especial a su Laura que, junto a sus amigos de la infancia se fueron muriendo uno a uno hasta dejarlo completamente solo.

Dame una oportunidad —se decía.

Naza 26/12/06

Los elementales. Capítulo veintisiete: Joan se sincera. De Monelle

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—Ávido de respuestas, me convertí en inaguantable. No soportaba que nadie guardara secretos y a su vez no tenía la intención de ocultar ninguno. Este comportamiento me trajinó muchos disgustos y la desconfianza de todos. Quedé huérfano y fui entregado a mis abuelos. La casona familiar, lo suficientemente grande como para respaldar mis ansias por fisgonear, se convirtió en cárcel. La disciplina de mi abuelo, militar retirado, fue crucial. Por otro lado, su calidez en las horas de asueto fue envidiable. La primera tarde que me pilló registrando la casa me tomó de la mano y en lugar de un castigo me contó una historia. Y así una y otra vez. Narraciones que hoy toman cuerpo y sentido. Solía mirarme fijamente a los ojos cuando intuía mis intenciones para decirme “Joan, ¿no sabes que la curiosidad mató al gato?”. Afirmaba la certeza de los relatos y me pedía la máxima discreción. Pero yo no podía mantenerme callado y esas narraciones fantásticas mermaron mi credibilidad. Acabaron viéndome como un fantasioso embustero. De nada servía que dijera que mi abuelo aseguraba que todo era real. “Un militar nunca miente” añadían mientras se alejaban mofándose de mi. Sin darme cuenta me convertí en reservado. Logré vencer la indiscreción.
Pese aquello, nunca perdí el interés por escuchar las historias que hablaban de un tiempo remoto en el que magos, inquisidores, fórmulas mágicas y libros secretos se conjuraron en un destino de muerte y desaparición. Al contrario, me ilusioné hasta tal punto que llegué a investigar los lugares y los hechos que mi abuelo nombraba corroborando su existencia y nuestros orígenes. Esperanzado, orienté mis estudios en esa dirección, por eso conozco su lengua.
Y así fue como supe sobre la existencia de un antepasado mío cuya desaparición en el medioevo desencadenó la fabulosa trama que me fue trasmitida.
Al fallecer mi abuelo, me entregaron un sobre con este libro y un mensaje que contenía la siguiente advertencia.
“No pierdas de vista este manuscrito puede que un día alguien venga a reclamarlo. Ese día descubrirás al culpable de la desaparición de un inocente. Ese día tendrás ante ti a un poderoso mago culpable de crímenes contra la humanidad y sabedor de secretos capaces de cambiar la faz de la tierra. Ese día serás el responsable de salvar el mundo.”

Monelle/CRSignes 22/12/06

Una cita de cine. De Belfas

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Fue en un partido de rugby de la universidad cuando recalé por primera vez en Luís. En un lance del partido uno de sus adversarios se aferró con tal fuerza a su camiseta, que ésta se abrió dejando su pecho al descubierto, mis ojos se prendaron de aquel torso semi-desnudo, y una aguda punzada invadió mi estómago. Mi interior se revolucionó y una nueva ilusión brotó cálida como un ardiente geiser en mi pecho.
Desde ese momento le busqué por todas partes intentando que se fijase en mí, tuve que sacar las mejores prendas de mi armario para llamar su atención. Irremediablemente en menos de una semana conseguí el objetivo.
Una tarde mientras trajinaba con unas amigas los apuntes de la clase en el césped que rodea el recinto universitario, se presentó frente a mí, pidiéndome acompañarle al cine el próximo sábado. Un si tartamudeado fue mi respuesta y, una sonrisa con aires pícaros escapó por la comisura de su boca, posiblemente por el brillo de mis ojos que delataban la alegría de esa cita.
Llegó el sábado, con él la esperanza de una tarde de ensueño, cinco minutos antes de lo pactado ya merodeaba por los aledaños de mi casa como un león enjaulado, aunque estaba lista, preferí hacerle esperar cinco minutos.
Por primera vez salía de mi casa respaldada por un hombre que no fuese mi padre.
Entramos al cine, compró dos refrescos y un enorme cucurucho de palomitas de maíz para compartir. Buscó un lugar recóndito donde pudiésemos pasar desapercibidos. Las luces de la sala se apagaron de golpe y, con la misma fuerza que desapareció la luz surgió mi nerviosismo, dando paso a una penumbra que invadió aquel espacio y parte de mi alma. Su mano se deslizó por detrás de mi cabeza, sentí el calor de sus dedos en mi hombro, me quedé inmóvil sin reacción y permanecimos así unos segundos. De pronto, me giré y encontré sus ojos clavados en los míos, se aproximó y posó sus labios en mi boca ansiosa mientras cientos de sensaciones bullían por mi cuerpo acelerado. Simultáneamente, la otra mano de Luís se posaba en mi rodilla y comenzaba un impetuoso ascenso.
Mis manos azoradas corrieron ávidas y sujetaron con frenesí aquella mano que intentaba explorar mi cuerpo.
Luís cejó en su empeño y entrelazó sus dedos con los míos permaneciendo así hasta el final de la película.

Belfas 21/12/06

La Experiencia Del 2007. De Suprunaman

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Ya habían sonado las doce campanadas. Los granos de uva habían desaparecido de las copas. Los confetis hicieron su aparición y los matasuegras ensordecían el lugar.
Era tarde, ya todos habían abandonado el comedor y desfilaban hasta la discoteca animosamente.

Doce copas de gin y varias horas después. Los maromos se habían adueñado de la pista. No estaba dispuesto a desperdiciar el primer día del año; “lo que haces en las primeras horas del año será lo que tendrás el resto del año”. Todavía no había perdido la esperanza de trajinar con alguna chica guapa en aquella discoteca, aunque no abundaban.
Al fin, a lo lejos, vio un resplandor, su corazón rebosaba de ilusión al ver que una chica sonriente le guiñaba el ojo.
Corrió cuanto pudo y se plantó delante de ella y la abrazó, la besó, le tocó la rodilla y decidieron hacer el amor en el baño.
Se quitaron las camisas, la falda, el pantalón, los calzoncillos, la peineta…
¡Ei! ¿No te vas a quitar las bragas?
Ummm, sí, te va a gustar —dijo mientras se las quitaba.
De aquellas hermosas bragas rojas con puntilla, salió una polla como una olla y sin saber como lo sodomizó. Se intercambiaron los números de teléfono. Quedaron unas cuantas veces después del fin de año, al cine, a ver pelis y comer palomitas de maíz.
Seis meses después, Mari y Cosme están a punto de casarse.

Suprunaman 21/12/06

La Primera Cita. De Edurne

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Ester atravesó el patio, yo la miraba desde la otra punta, estaba esperando su salida para abordarla. Su faldita corta y su pelo al aire embriagaban mis sueños y mojaban mis sábanas desde principios de curso. Ella estaba en primero y yo en segundo de arquitectura. Sus 17 años eran capaces de inspirar el mejor de los proyectos de un estudiante como yo.
Se dirigió hacia el banco y yo le eché valor con la esperanza de que aceptara mi invitación. Me dirigió una lánguida mirada y aceptó ir al cine conmigo el próximo sábado. Quedamos por la tarde, yo no quería que adivinara mi ilusión por esa cita, pero creo que ella advirtió mi turbación y me regaló una sonrojada sonrisa de inocencia. Nos despedimos en la puerta de su aula, después de trajinar con orgullo sus libros.

Por fin sábado. Llegó puntual con su falda a cuadros rojos y su blusa blanca acariciando su pecho. Hubiera saltado sobre ella en aquel mismo momento, tuve que respaldarme en el banco de la entrada para no caerme redondo de azoramiento. Una tarde con ella… sin saber como abordarla y sin conocer sus reacciones.

Compramos unas palomitas de maíz y buscamos asiento entre el público. La película era una excusa, cualquiera era válida con tal de estar con ella. Se apagaron las luces y, en un gesto instintivo, rodeé sus hombros con mi brazo. Me miró y me dedicó una risita de aprobación. El primer paso estaba superado. Acerqué mi cara a la suya y el olor de su pelo me emborrachó de tal forma que cerré los ojos para aspirarlo y, poco a poco, me fui acercando a su mejilla hasta rozarla con mis labios. Ella no se movía al principio, pero luego se giró hacia mí y me besó dulcemente mientras me miraba a los ojos como queriendo descubrir mis pensamientos.
Mi mano se deslizó suavemente bajo su falda pero de pronto se sintió atrapada por la suya, que frenaba con seguridad mis dedos ansiosos. Volvió a besarme mientras me retiraba la mano de su muslo y me decía: “ Luís, no sigas, no me atrevo todavía…”
Así seguimos cada sábado, acariciándonos y besándonos en silencio en un rincón de nuestro cine.

Edurne 20/12/06

Noelsex. De Aquarella

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He desistido de contar la cantidad de gorditos vestidos de rojo que cuelgan de las numerosas ventanas que hay en el edificio de enfrente ¡parece una plaga! Estoy por llamar a Batman para que me ayude a descolgarlos y hacer una pira con ellos... ya sé, ya sé, estamos en Navidad, pero es que esta invasión empieza a afectarme y me provoca malos pensamientos. Bueno, me someto a la dictadura yanquilandesa y, aunque reniego del barbudo de los regalos, me acerco al frigorífico para coger una coca-cola… light y sin cafeína, por supuesto.

Haciendo caso al refranero – sabiduría popular donde las haya – intento imbuirme del tan cacareado espíritu navideño y hago mía la famosa frase “La esperanza es lo último que se pierde” aunque, la verdad sea dicha, cuesta respaldarlo con hechos. Pongámonos en situación: Gélida tarde de diciembre, amodorrada en el sofá, acompañada solamente por un enorme bol de palomitas de maíz, inmersa en el vano intento de disfrutar de la maravillosa programación televisiva con la que nos deleitan últimamente (difícil reto por cierto) cuando la presentadora de turno lanza al aire una pregunta

Cuéntanos tu ilusión en estas fechas, atrévete a hablarnos de uno de tus deseos, si tu petición resulta elegida como la más original te obsequiaremos con...

Ni siquiera llego a escuchar de qué se trata el fantástico premio cuando un pensamiento al que no había dado permiso para salir responde de forma espontánea

Pues trajinarme a Goorge Clonney vestido de Papa Noel no estaría nada mal. ¿Te parece suficientemente navideño?

Una malévola sonrisa se dibuja en los labios cuando empiezo a imaginarlo. Apago la tele y dejo que me venza el sueño, seguro que resulta mucho más divertido “ver los regalos” de este Noel tan apetecible...

Aquarella 18/12/06

Palabras para el “Contemos cuentos 23”

Las palabras para esta quincena fueron:

ESPERANZA

ILUSIÓN

PALOMITA DE MAIZ

RESPALDAR

TARDE

TRAJINAR

La segunda semana no tuvo tema, se cuestionó si se seguía con la elección del mismo o no. Ganó el si.

El Junco Enamorado. De Edurne

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El arroyuelo se ensanchaba al llegar al valle, el agua cristalina regaba cada recodo del remanso y los rayos del sol se reflejaban en la superficie; un viejo monasterio se erigía tembloroso ante tal belleza. Era un bucólico paisaje digno de ser pintado en un cuaderno con los colores del arco iris.

En la ribera izquierda del río se alzaba orgulloso un espléndido junco, esbelto como el minutero de un reloj y con su tronco bien repartido entre nudo y nudo. Era el vigilante de aquella orilla, su cuerpo le facilitaba el trabajo y su talante dicharachero le hacía cómplice de los demás habitantes del ecosistema.
En la ribera derecha del mismo río dormitaba aún una joven azucena de corola chiquita y levemente azulada, pues la primavera estaba empezando y ella aún no había llegado a la madurez. Los días pasaban y la azucena se abría cada vez más, apuntando su pistilo al cielo y ensanchando el cuerpo para mostrar su hermosura a los insectos que la libaban.

Un reflejo azulado hizo girar la vista del junco hacia la otra ribera y se quedó prendado al ver la hermosura de la azucena. Le hizo llegar sus palabras de amor con la complicidad del viento que zarandeaba sus hojas y susurraba bellas melodías hasta trasportarlas a los pies de su amada. Pero el ruido de las alborotadas abejas que la succionaban lograba acallar esa brisa, y ella seguía ignorante de la pasión que había despertado en el desesperado junco.
Día tras día él se esforzaba por llamar su codiciada atención desde la atalaya de su extremo pero nada de lo que hacía daba resultado, la hermosa azucena no atinaba a mirarle y no sabía de su amor.

Amanecía un día festivo y la desesperación del junco iba en aumento, la pasión por esa linda azucena se mezclaba con su savia y el néctar del desconsuelo le subía a borbotones por su fino tallo. Sonaron las lúgubres campanas del monasterio y su agrietado sonido dejó paso al Ángelus. Fue entonces cuando la azucena alzó la vista hacia el monasterio y pudo ver al junco que, con su incansable zarandeo, pretendía llamar su atención. El corazón del junco se aceleró de golpe, por fin le había visto. Los dos se miraron y sus almas siguieron para siempre juntas, danzando al compás de esa melodía que había conseguido unirles en la distancia.

Edurne 08/12/06

Periplo de un pensamiento. De Belfas

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

Hoy me he encontrado con un pensamiento, ¿sabéis cómo son los pensamientos inacabados? Encontrarlos cuesta tanto… Éste estaba perdido, había sido arrancado del cuaderno de los pensamientos soñadores, la incomprensión y el infortunio le arrojaron sin escrúpulos y le encontré sumido en la más absoluta soledad.
Le he colocado junto al edén de la esperanza y enseguida he notado como se animaba, como volvía a emerger el anhelo en la estancia de su alma bohemia. Pronto hemos conectado, conozco muy bien el proceso, “darle confianza” y nos hemos hecho cómplices; esa química que transforma la amargura en dulzura y la apatía en alegría, ha brotado como flor en primavera y se ha transformado en vitalidad.
Me he sentado a su lado en la chimenea donde arden los malos augurios, mientras las llamas azules y rojas paseaban formando remolinos sobre un viejo tronco repleto de sufrimiento. De pronto ha empezado a describir su calvario, el ruido chisporroteante de la lumbre quemando el dolor, coreaba con agrado el suave murmullo del cálido pensamiento, mientras compartía su periplo absorto y feliz.
Me ha confesado que esperaba a una chica en el recodo de un pasaje repleto de ilusiones inacabadas, con el fin de anunciarle un destino plagado de nuevos encuentros y allí, mientras aguardaba repasando cada frase, cada sílaba, y augurando un futuro de armonía y delicadeza, ha visto llegar a la codicia acompañada por la desdicha, con la llegada del ángelus ha detenido su empeño.
He conseguido recogerlo antes de sucumbir y he podido insuflarle ese plus de energía que necesitaba para concluir su misión.
Me pregunta porqué lo he hecho. Yo le he confesado que soy el recolector de sueños perdidos, amo mi trabajo y siento cada pensamiento como propio, mi tarea es conseguir que todos los buenos pensamientos obtengan un final feliz.
De nuevo vuelvo a casa satisfecho de haber llevado a buen puerto un pensamiento inacabado.

Belfas 06/12/06

Los elementales. Capítulo veintitrés: Custodiado por ondinas. De Monelle

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“Marmara portaba un objeto cilíndrico como una caña hueca con el que traspasó la burbuja. Por aquel improvisado agujero, entraron dos ondinas que se situaron a ambos lados de mi, como custodiándome. Me entretuve mirándolas pues el aspecto de éstas había variado con respecto al de su reina. —Préstenme nuevamente el cuaderno e intentaré mostrárselas —eran más humanas, habían perdido la transparencia y el tono de su piel y el de su pelo se asemejaba más al nuestro. Con sus gestos cómplices parecían aguardar algún tipo de orden. —El tiempo se nos acaba —Marmara parecía triste en su semblante. Una de sus compañeras le entregó un saco pequeño.
—No temáis de ellas pues servirán de salvaguarda para que el tránsito hacia vuestro mundo no revista ningún peligro. Ahora ¡tomad! —Sobre mi mano posó el contenido del saco que le acababan de entregar: cuatro fragmento de algo parecido al cristal pero sin brillo cada uno de un color distinto. —No los perdáis, son la llave que nos permitirá reunirnos. Cuando llegue el momento descubriréis su potencial oculto. Hasta ahora tan sólo yo tenía el privilegio de su amparo, mala consejera es la codicia, hora es de que esto cambie. Cuídese maese Julius, pronto nos veremos y ese día sabréis hasta que punto es importante vuestra contribución. En ese momento, la tersa superficie de la burbuja comenzó a desaparecer y el agua invadió el improvisado hogar. La intromisión del líquido elemento absorbió violentamente a la bella Marmara. Temí por ella. El fin de mi epopeya acuática fue el más dramático de todos. Tropezando en la profundidad circundante contra las rocas, de no ser por el fragmento del mascaron de un pecio posiblemente, y pese a la ayuda de las ondinas custodias, habría perecido. Aquella corriente me depositó en un recodo de su trayectoria. Estaba desorientado, el momento semejó interminable pero para mi sorpresa, comprobé que no había salido del balde, ahora seco, en el que me introduje al principio. Pude escuchar como una ruidosa tromba de agua desaparecía en el río. Hasta allí llegó desde campanario de la Catedral el canto del ángelus. Debía regresar a casa.”

Monelle/CRSignes 06/12/2006

La oscura tentación. De Danielcole

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Estaba rezando el ángelus cuando llegó Ricardo y la asió fuertemente. La llevó en volandas hasta el muro más cercano de la iglesia y la besó con firmeza y pasión. Intentó resistirse, pero él era muy fuerte. La tenía aprisionada entre sus brazos y los esfuerzos de ella por despegarse no dieron resultado. Cuando los labios del bribón cedieron para tomar aire, ella apartó su cara, levantó la rodilla derecha y le golpeó fuertemente en sus testículos. Ricardo se dobló, dio un alarido de dolor y se puso las manos en la zona golpeada. Ella aprovechó para zafarse y correr hacia la salida.
Pero allí estaba el cómplice del canalla: Rustenio, el gigantón bizco, que, con sus poderos brazos cruzados, caminaba lentamente al encuentro de la mujer, recibiéndola con una sonora carcajada. Cuando Carmen lo vio, frenó en seco, se giró y buscó la otra puerta de salida. Como la vio cerrada, decidió refugiarse en la sacristía. La iglesia estaba sola a esa hora, doce de la mañana, pero tal vez estuviera allí el sacristán.
Volvió a correr. Rustenio aceleró el paso, Ricardo empezó a reaccionar y se sumó a la persecución.
Carmen entró precipitadamente en la sacristía. Se detuvo y miró. No había nadie. Enfrente de ella, una puerta. Hacia allí se dirigió. Tiró de la llave, que estaba puesta en la cerradura, abrió, pasó a un oscuro pasillo, cerró, intentando no hacer ruido, y echó la llave. En ese momento los dos perseguidores habían alcanzado la sacristía. Carmen avanzó a tientas por el oscuro pasillo, llegó a un recodo del mismo, giró y se encontró con una nueva puerta. Intentó abrirla, pero se percató de que estaba cerrada. Mientras, Ricardo y Rustenio registraban la sacristía, pensando que la mujer podía haberse ocultado. Miraron debajo de la mesa del párroco y detrás del armario en donde se guardaban los atuendos eclesiásticos. En pocos segundos llegaron a la conclusión de que debía de haber escapado por la única puerta que había cerrada. La codicia de los dos maleantes no se iba a detener por una puerta de madera. Así que fueron hasta allí.
Intentaron abrir la puerta, la zarandearon, empujaron, golpearon, pero seguía sin ceder. Miraron por la cerradura y comprobaron que la llave estaba al otro lado.
¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? – el párroco D. Severino apareció en la sacristía con un cuaderno en la mano.

Danielcole 05/12/2006

Mejor estarías muerto. Suprunaman

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Había llegado a clase cinco minutos tarde. María se sentó en el pupitre y sacó su cuaderno, haciendo el menor ruido posible para que el Padre Mariano no se diera cuenta de su retraso. Pero el Padre tenía unas orejas de elefante capaces de oír una mosca a doscientos metros. Rápidamente se acercó a María, la cogió de la trenza y la hizo levantarse de la silla:
Ya verás como aprendes a no llegar tarde nunca más. Dijo el padre cogiendo una vara.
Todos los niños veíamos al Padre Mariano como un ser codicioso que pretendía medrar a cualquier precio, quería llegar a ser el director. Deleznables eran sus métodos, en los cuales se le advertía cierta satisfacción cuando nos pegaba. Su rostro manifestaba placer en cada golpe propinado con rabia.
María era una niña delicada y mimosa, lo cierto es que yo estaba enamorado de ella. Al ver a aquel cura anormal intentando golpear a mi chica no pude evitar levantarme y atizarle un golpe en la cara con una silla. El Padre quedó tumbado en el piso y sin sentido, tal vez muerto. Tomé la mano de María y huimos del lugar. El resto de muchachos callaron y se convirtieron en nuestros cómplices al esconder al Padre en un recodo del sótano, cerca de la caldera.
Era la hora del ángelus.

Suprunaman 05/12/2006