No fue bar de mujeres II. De Mon

Conchita avec les marin-Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Isabel miraba al mar con las últimas diapositivas que la vida proyectaba en sus apagadas pupilas. El taconear se cambió por un paso acelerado y pactado con el miedo, su asesino pensaba que había hecho justicia, su cariz era desolador, con la mirada perdida y el rostro desencajado, nunca podría olvidar el extinguir de un corazón encendido por la pasión.
Errante, pecaminoso, podrido por dentro quiso limpiar su espíritu con un par de tragos en la cantina, ese lugar donde el eco de la gramola se confunde con las risas y la mugre que el salitre y el humo del tabaco han dejando en las paredes con el paso del tiempo.
Entra despacio, vigilando cada gesto, en la mente del ladrón de vidas hay un pensamiento, una sensación de miedo, cree que todo el mundo lo sabe, que todos le reconocen, pero no es así. Los pescadores ahogados en su penúltima copa discuten sobre la autoría de una foto vieja que sin marco pende de un fino hilo ennegrecido. Nadie y todos parecen tener razón, es su historia, su bar y su ron y ellos creen estar solos, la vuelta a casa hará brillar la realidad de un hogar, una familia que siempre está esperando y sufriendo, el sabor de una vida quemada por la espera.
El asesino tantea la barra, todavía faltan unos minutos para cerrar y podrá tomar ese sorbo amargado por la hiel que le aprieta la garganta. Nada más despegar el vaso de la madera alguien toca su hombro,
¡Eh, forastero! −balbucea un gordo barbudo. −¿Conoces a la chica de la foto? ¿Es hermosa, eh?
El destino le ha jugado una mala pasada, es Isabel quien posa con alguien que seguramente fue cliente suyo.
No −contesta con voz temblorosa −no se quien es.
Los pescadores advierten un comportamiento extraño, pero sus mentes inhóspitas son incapaces de ir más allá, sus neuronas saborean la miel del licor y no están dispuestos a abrir su círculo a ese desconocido. Al asesino.
Suena a lo lejos la sirena de algún buque mercante, se apagan las luces de la taberna, la noche parece apoderarse de todas sus almas.

Mon 16/04/2007

Imagino. De Espantapájaros

In Paris- Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Imagino una habitación no muy grande, pero confortable. De sus coloridas paredes cuelgan algunas fotografías de familiares, especialmente lejanos, otras de paisajes con verdes montañas y mar…mucho mar. En otra pared hay réplicas de algunos oleos pintados por diferentes artistas como Picasso y Van gogh. También veo una pequeña biblioteca atiborrada de libros; literatura pos moderna y contemporánea, novelas y poemas de infinidades de autores junto a cientos de revistas.
Un gran ventanal mira hacia una calle adoquinada. Afuera hace frío, el cielo esta gris y bajo este cielo gris y por ambos lados de la calzada se elevan frondosos árboles que adornan el entorno de altos y vetustos edificios que le dan un aire de épocas pasadas. Errantes transeúntes la circulan sin destino fijo para quien los observa al pasar. Pero dentro de la habitación, se respira un tibio y suave aroma a incienso, a hierbas secas y miel. Un cariz a melancolía y serenidad invade el entorno, elementos propicios que podrían llevar a cualquiera a cerrar los ojos y por un instante divagar por recónditos parajes; desde castillos encantados de magia y luz hasta los mas inhóspitos y a veces pecaminosos lugares, pero sin perder el rumbo, sabiendo que siempre y al más simple parpadeo se volverá a la calidez de esta habitación.
A un costado del ventanal veo un escritorio, sobre su cubierta algunas figuras de artesanía caribeña que se pierden entre papeles y bocetos, una cámara digital de 6 mega píxeles junto a imágenes de abejas, flores y bichos raros. Pero lo que ocupa gran parte de ese espacio es un ordenador, que más que un computador es una ventana de frío cristal que se abre cálida a nuevos horizontes, a distantes lugares de diferentes culturas y personas.
Imagino, que en la tibieza de esta habitación y sentada frente a esa ventana electrónica, está ella, creando en su mente, sintiendo el sabor de nuevos viajes y nuevas aventuras para sus elementales. Allí la veo, ahí esta Monelle, absorta en sus pensamientos; dibujando en el teclado fascinantes historias y sentada junto a ella esta Crayola, atenta y sin dejar de preguntar a cada momento: -¿que más sigue, y que pasará ahora con los elementales?
Eso imagino.

Espantapájaros 16/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y cinco: Cambio de planes. De Monelle

Duraba demasiado. Buscando el respaldo de Anna, me giré, pero no vi a nadie. Recordé cuando días atrás, Julien desapareció, y Anna, quedó como suspendida entre dos mundos, un cariz inesperado. Mientras tanto, la distorsión de mi entorno, me provocaba cierto mareo; todo se movía, el fuerte viento apagó las velas. Una luz surgía de la grieta en el suelo que extendía desde un extremo a otro del sótano, bajo mis pies. Algo comenzó a tirar de mí, hacia abajo, hasta que me tiró. Una veloz sombra saltó desde la grieta, hasta de perderse en la oscuridad circundante. Para mi sorpresa, la calma regresó de inmediato. No me había movido sitio, y estaba totalmente sólo, o eso creía.
¡Anna! ¡Julien! –grité de forma inhóspita.
No los busques –la voz sonó clara, profunda y con cierto tono nasal.
¿Quién eres? ¿Qué habéis hecho con ellos? –Me alteré.
¿De veras puedo fiarme de él?
Con toda confianza –la melosa voz y los destellos de la ondina me tranquilizaron.
¡Seren! ¿Qué ha sucedido?
¿Te calmarás? Nos asustaste.
Sólo si me aseguráis que no debo preocuparme, y Anna y Julien se encuentran bien.
¡Por supuesto que sí! –afirmó aquella voz extraña.
Al momento su figura menuda y regordeta, asomó. No debía medir más de treinta centímetros. Caminaba con cierto balanceo y de forma un tanto torpe.
Regresarán enseguida. Hemos tenido que actuar así, por seguridad.
Explícate mejor, se suponía que el conjuro era protector, y que yo, como oficiante, debía viajar hasta vuestro mundo. ¿Por qué este pecaminoso cambio?
Ya te lo he dicho, por seguridad.
¡Quiero hablar con vuestro rey!
Ya lo estás haciendo. Mi nombre es Rétur y es un placer conocer a unos humanos tan valientes.
¿Cómo te hemos engañado? –dijo risueña Seren mientras tiraba de mi para indicarme que encendiera algún cirio.
Pero majestad ¿qué sentido tiene esto?
Simplemente el de proteger las instrucciones para el encuentro general. Seren, ya le dirá los pormenores, ha ella le hemos traspasado los datos errantes. Ni tan siquiera hemos querido comprometerles. Las larvas están saboreando nuestra cercanía, y además está el asunto Joan.
¿Joan? –pregunté asombrado.
Sí, deben andar con mucho cuidado. Ese humano, se ha propuesto entregarles a las larvas, le han convencido de que lo que van hacer no es bueno para nadie. No le hagan caso por favor, podría significar el fin de todo.

Monelle/CRSignes 13/04/2007

La misión de Aleezah. De Crayola

Aleezah se levantó con el alba. Después de rezar salió de la pieza donde dormían aún sus cuatro hijos y su esposo Alí y se dirigió a la otra habitación de su pequeña casa para preparar el desayuno. Encendió con cuidado el fogón y puso a calentar agua para el té. Mientras amasaba con harina de trigo y miel los panes que calmarían el hambre de su familia. Con amor y esmero arreglaba la desvencijada mesa de madera. Un raquítico ramo de flores recién cortadas a la orilla del camino llenaba de un fragante aroma la estancia. Al poco rato, uno a uno iban apareciendo los chiquillos dispuesto a devorar de inmediato su comida. Tal vez la única que tendrían durante todo el día. Seis panes y un poco de té era el alimento diario por semanas. A pesar de las limitaciones y la pobreza, Aleezah se sentía feliz de tener una familia unida y amorosa. Pero se sentía dichosa porque había llegado el gran día para todos. Su familia se llenaría de honor y tendrían dinero para no pasar más penurias.
A media mañana, Alí se despidió de su mujer con un beso en la frente y le repitió lo orgulloso que se sentía de ella. Aleezah, besó a cada uno de sus hijos y los vio marcharse por el inhóspito sendero hacia el poblado vecino en busca de trabajo.
Aleezah regresó a su casa. Cambió el cariz del lugar. Dejó su humilde hogar radiante y fresco y se sentó en medio de la estancia a rezar. Rodeada de varitas aromáticas, alejaba de su mente y cuerpo cualquier resto pecaminoso que tuviera.
Una hora después caminaba sin prisa hasta la gran ciudad de Bagdad. Como uno más de tantos caminantes errantes, pasó sin ser advertida por la seguridad de un custodiado edificio federal en el centro de la capital.
Minutos más tarde, Aleezah sentía el sabor de la pólvora en sus labios por tan solo unos segundos. Su cuerpo volaba en mil pedazos entre el humo y el fuego.
La muerte de Aleezah fue condenada por el mundo. Una suicida más. ¡Una terrorista! Esa noche, Alí y sus hijos cenaban cordero, pan, leche endulzada con azúcar y recibían las ofrendas de amigos y familiares por el honor recibido por la misión de Aleezah.

Crayola 13/04/2007

Llanto de carbón. De Espantapájaros

No llores mi niño,
no llores por Dios
que pronto llegará tu padre,
él trabaja bajo un cielo negro,
bajo un cielo de carbón.
Te traerá de la mina
un lulito muy rico
ese que él guardó para ti.
Acurrúcate entre mis brazos
duerme mi niño que pronto tu padre va a venir.

Oye lucho escuchaste esa canción?
De qué canción me hablai gueón? ¡Yo no escucho na`!
Pero ¡si te digo hombre que escuche una canción!
Ya sigue trabajando Alejandro, que luego terminará el turno y aun no tenemos la carga.
Duérmete mi niño
que afuera llueve sin razón,
inundando las callejuelas de tu pueblo
y goteándose esta el techo de la rancha,
es un techo de cartón.
Duérmete mi niño que luego llegará tu padre de la mina
y tengo que prepararle la sopa,
pa` calentar el cuerpo de mi pobre viejo,
viejo errante de la vida…
un hombre del carbón.

Lucho, sigo escuchando una canción, es como si el viento que se colara entre los oscuros túneles trayéndome la voz de mi viejita cuando le canta a mi hijito.
Estai loco, como se te ocurre que vai a escuchar a tu señora aquí. Por estos inhóspitos y oscuros rincones de la tierra ni el diablo se aparece.
Sabi Lucho que cada mañana cuando me despido de mi niño, le doy un tremendo beso y a mi mujer un abrazo fuerte fuerte; tu sabi po`, ¿quien sabe si los volveré a ver?
¡Córtala de una vez gueón..! Te digo que es viento y la lluvia que se escucha.
No te eh contao po` Luchito, cuando le hago cariño a mi hijo me da tanta penita, mira estas manos todas callosas si parece que hasta daño le hago.
Son güevadas tuyas, que le va a doler, acuérdate que él es hombre… un hijo del carbón.
…No será peligroso estar aquí abajo con tanto aguacero, se puede inundar la mina?
¿Qué va ser peligroso? Ya apúrate que falta poco para salir de este pecaminoso infierno al que estamos condenao.
Lucho… escuchai el agua, ¿parece que esta entrando a la mina? ¡Lucho esta custión se esta derrumbando…corre güeón!…¡por Dios amigo correeee!
Duérmete mi niño,
tu que eres un dulce angelito
sabor a campo y helechos
eres tu, la miel de mi amor.
Hijo mío, cariz de mis entrañas,
duérmete quedito
guardando tu mejor sonrisa
pa` cuando llegue tu papito…

Agosto del 2005
El joven pirquinero Alejandro Benítez Sepúlveda (26 años), falleció la noche del miércoles aplastado por un derrumbe producido por un golpe de agua cuando trabajaba en la mina “La Juanita” de Curanilahue. El yacimiento había sido clausurado en septiembre de 2004 por no cumplir con las condiciones de seguridad necesarias.

Espantapájaros 13/03/2007

Las botas del maestro. De Marta

Fuente Internet

El señor Bonifacio era un maestro de la vieja escuela, en tiempos de la inhóspita postguerra española. Vivía sólo en la ruinosa casa que el pueblo le había ofrecido desde el primer día de su llegada, hacía ya cuarenta años. Como era soltero, el pequeño sueldo y los obsequios de los padres de sus alumnos, huevos, leche, harina, miel, le permitían no pasar penalidades.
Tenía la costumbre de, cada año, acercarse a la capital, y renovar completamente su único traje. Como ni se cambiaba ni se lavaba en todo ese año, acudía a unos baños públicos, y hacía la espectacular transición. Tanto la ropa como el calzado lo tiraba a la basura, mutado de repente en un ser limpio y aseado.
Aquel año había entrado a trabajar un nuevo basurero, apodado el “Malcariz”, por su fama de gafe. Hasta entonces había llevado una vida errante pero había decidido instalarse en la gran ciudad. Como le encantaba escarbar siempre entre la inmundicia, encontró las botas del maestro. Comprobó que todavía estaban en buen uso. Miró a su alrededor, no vio moros en la cosa, y con el agradable sabor de lo pecaminoso, tiró sus raídos zapatos, y se las calzó, abrochándose los cordones hasta el tobillo.
A los pocos días murió, una infección gangrenó sus pies, subió hasta los muslos y le paró el corazón.

Marta 13/04/2007

Penumbra. De Crayola

Femme assise, 1964 de Georges Malkine

Cada noche recurro al mismo ritual: pensar en ti antes de dormir. Pero no es tan solo pensarte, sino soñarte, y tratar de sentirte entre mis brazos que abrazan el vacío sin ti. Y me pregunto cada noche si acaso tú dedicaras tan solo un segundo de tus pensamientos en mí. Quiero creer que así es. Necesito creer que es así. Si supieras cuantas veces he imaginado tu silueta entre las sombras que se mueven sigilosas y silentes junto a mi lecho. Y cuantas otras veces he dibujado con mis dedos tu espalda en mis sábanas frías. Les hace falta tu piel. Les hace falta tu olor. Y te invento en mis desvelos. Tu recuerdo no me da tregua, me acedia, me acosa, y mis desvaríos toman un cariz que me convierte en un loco que desespera por tu ausencia. Grito callado tu nombre. Beso resignado la oscura soledad tratando de saborear tus labios de miel. La madrugada me ha sorprendido girando en mi cama de un lado a otro. Sudando. Mi cuerpo se afiebra con pecaminosas ideas con tan solo recordarte. Te deseo tanto que me duele el alma que se aprisiona en mi pecho. Y al final, tan solo me queda esperar el alba en mi inhóspita habitación con la esperanza de que tal vez un nuevo día me lleve a ti. Y tal vez un mañana mi corazón errante dejará de desearte porque te tendré al fin tan cerca que podré tocarte.

Crayola 11/04/2007

Viento divino. De Espantapájaros

−No tengo parientes
Yo hago que la Tierra y el Cielo lo sean.
−No tengo poder divino
Yo hago de la honestidad mi poder divino.
−No tengo poder mágico
Yo hago de mi personalidad mi poder mágico
−No tengo estrategi
a
Yo hago lo correcto en la vida, esa es mi estrategia.
Encerrado en una fría e inhóspita celda y arrodillado frente a un viejo pergamino, el joven Takeshi pasa horas recitando el credo de Bushido, soñando con ser algún día, uno de aquellos errantes y nobles hombres de guerra, un Samurai. Pero él, es apenas un Ashigaru, y eso lo sabe bien. Un pobre campesino, un simple soldado perteneciente a la armada imperial japonesa. Pero aún así cada noche sueña y recuerda con nostalgia a su abuelo Kazuo, cuando sentados junto al río le narraba viejas leyendas de hombres aguerridos y valientes, de la sagrada katana silbando al viento en pos de la justicia, de códigos de honor y magia. Al final de su vida el abuelo le concedió sus más valiosos tesoros: un viejo pergamino, sueños y algunas leyendas.
Las Dai-Nippon Teikoku Kaigun o fuerzas imperiales japonesas, era una de las más poderosas flotas de combate durante la Guerra del Pacífico, especialmente sus fuerzas aéreas, pero estas se veían disminuidas frente al poderío tecnológico de los Estados Unidos. La desesperación del gobierno nipón, los llevó a hacer uso de la más mortal de las Armas: El Giri; honor y obediencia.
A pesar de ser un soldado de menor rango, Takeshi era reconocido por tener un cariz de hombre recto, así que nadie se opuso cuando fue el primero en ofrecer la vida por su emperador en una de las misiones más importantes para Japón.
El Zero japonés se deslizaba a ras de la superficie marina, veloz como una golondrina, silencioso como el viento e invisible para los radares enemigos. Takeshi había encontrado entre el cielo y la tierra lo que por años soñó, ahora sentía el sabor pecaminoso de la muerte deslizándose desde su corazón hasta la punta de los dedos, ahora percibía el suave aroma a miel y a la hierbas que respiraban los honorables guerreros antes de la batalla, al fin conseguía su sueño mas anhelado; ser un verdadero Samurai. Frente a él estaba un poderoso portaviones enemigo. Sin cerrar sus ojos el kamikaze se dejó caer como viento divino sobre la gris máquina de guerra.

Espantapájaros 11/04/2007

Una peculiar vendedora. De Belfas

Hoy recorro errante por los recovecos de un recuerdo cercano, y medito sobre un episodio memorable vivido hace tan sólo unos días. Algo tan simple como visitar una tienda de muebles me dejó un retrato impreso en la retina y un dulce sabor en el cofre de los instantes célebres, a la vez que me permitió retroceder y rebuscar en el baúl de mi niñez.
Era de noche, un frío casi polar atravesaba aquella inhóspita carretera, la búsqueda de los muebles de mi nueva casa me había llevado hasta allí. Entré con la esperanza de encontrar algo de calor, pero fue en vano; una enorme nave repleta de muebles de todo tipo cobijaba un aire gélido que, refugiado y sigiloso, esperaba caer sobre el primer intruso que osase introducirse en ella.
El timbre estaba conectado a la puerta de entrada y advertía de nuevos clientes. En tan sólo unos segundos, de una pequeña sala provista de un calefactor, surgió quien era dama y señora de aquel frío paraíso pero que, impregnado con la dulce miel de su sonrisa y la candidez de su mirada, dotaba de un cariz sugerente aquella estancia; su sola presencia anulaba la perfecta colocación de tan diversos muebles que aguardaban expectantes a que ávidos compradores les trasladasen a un cobijo más cálido donde poder lucir su magnificencia. De no haber ido acompañado estoy seguro que se hubiese cruzado algún pensamiento pecaminoso entre aquellas bonitas alcobas que, con mimo y entusiasmo mostraba Marisa.
Cada sílaba surgida de su boca sonaba a música celestial, era como si un ángel enviado desde el olimpo de los dioses hubiese recalado en aquella mujer y dotado de magia y esplendor aquel cuerpo que, sin ser nada especial, una vez en movimiento se convertía en tren de deseo y fantasía. Momento que aprovechó mi mente para abstraerse con una bonita remembranza de mi niñez, donde Inés, una vecina para la cual yo era la mayor de sus distracciones, me gritaba desde su puerta. Mi madre me liberaba de sus brazos y yo recorría el tramo que nos separaba todo lo rápido que mis todavía débiles piernas me permitían, ella me esperaba agachada y sonriente con los brazos abiertos y yo, como si de un pequeño potro desbocado se tratase, me lanzaba entusiasmado contra su pecho. Inés me sujetaba por las axilas y me lanzaba al aire donde un subidón de alegría invadía mi pequeño y frágil cuerpo.

Belfas 11/04/2007

Palabras para el “contemos cuentos 31”

Para los relatos que nunca deben superar las 400 palabras se seleccionaron las siguientes palabras:

CARIZ

ERRANTE

INHÓSPITO

MIEL

PECAMINOSO

SABOR

Cuento urbano. De Espantapájaros

Amanecía y el puerto de Valparaíso lentamente volvía a la vida, el cielo era surcado por enjambres de gaviotas que felices le daban la bienvenida al sol, en el muelle se comenzaban a escuchar las primeras sirenas de los barcos pesqueros que anunciaban su llegada y los pescadores quitándose la modorra se preparaban para iniciar las faenas.
Mientras arriba, entre los cerros y callejones la tranquilidad de la mañana fue abruptamente interrumpida por una jauría de perros que corrían de un lado hacia otro por las empedradas calles, ladrando y gimiendo tratando de darle alcance a una volátil y huidiza lebrela en celos.
Faltaba poco para las diez cuando a la manada de quiltros se les sumaron un puñado de mocosos que entre gritos y risas maliciosas corrían tras los animales, apostando a cual de ellos sería el afortunado que terminaría montándola.
¡Apuesto gamba por el colorao! −Grito el Lucho, jadeante de tanto correr
Vale… yo voy por el negro −convino el Pello que iba igual de cansado
Sin respeto por nada o por nadie, la excitada perrería se cruza con Doña Carlota que entre improperios y patadas trata de alejarlos. Desde un balcón una sensual y pintarrajeada muchacha reía a carcajadas al ver la escena, mientras un greñudo viejo, derrotado por el alcohol y el olvido alzaba sus brazos, sosteniendo una botella en alto mascullando ininteligibles palabrotas.
La manada de perros y niños se había concentrado en la esquina, justo en el boliche de Don Pepe, un viejo andaluz llegado años atrás en el Winnipeg, escapando de la guerra. Allí, en ese lugar se concentraron los gritos, las fieras peleas y quejidos, al parecer la perra había tomado su decisión. Las apuestas seguían subiendo de tono mientras los expectantes mozuelos animaban a sus preferidos.
Ya…¡parece que eligió al negro!
No... ¡el colorao va a ganar!
En el preciso momento, cuando el despelote que se había formado era descomunal y cuando por fin se sabría el ganador, sale corriendo del negocio Don Pepe, que entre gritos iracundos de rabia lanza a traición una olla llena de agua caliente,
¡Fuera de aquí perros de mierda!
Los perros corrían de lado a lado aullando de dolor mientras que niños salían disparados a esconderse entre los recovecos.
Abajo en el puerto ya era medio día y las faenas se detenían momentáneamente para ir a almorzar.

Espantapájaros 07/04/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta y tres: Con prisas. De Monelle

Comencemos cuanto antes –afirmó Julien.
La gravedad en su voz, daba cuentas de sus preocupaciones, aumentadas desde la traición de Joan.
Sacó el pergamino.
Pero ¿qué hace? –Pregunté.
Estoy derrotado.
Nervioso y olvidadizo –dijo Anna, mientras recogía del empedrado algunas cajas vacías.
Seren, se hallaba sobre el hombro de Julien, por eso se dio cuenta.
Amigos, el viejo parece enfermo.
¿Qué tiene Julien? –Anna se acercó.
Nada sigamos –negó evitando el contacto.
¡Está ardiendo! –insistió la ondina.
Vale, es cierto, pero no pasa nada –con un suave movimiento hizo bajar a aquella chismosa, que no paraba de sonreír.
Venga amigo, así no haremos nada. Deje que le tome la temperatura –Anna intentó que la acompañara, estaba preocupada.
¡No! –su negativa, como un quejido, nos incomodó. ─Amigos, disculpen, pero esto no va impedir que continuemos, el tiempo corre en nuestra contra.
Tanta premura me molestó, pero a la vez lo sentía tan débil, que no podía mostrarme severo con él. Anna había salido, regresando al segundo con una caja de paracetamol y el termómetro.
Siéntese aquí y deje esto tranquilo por un momento –le arrancó el manuscrito de la mano, mientras le ponía el termómetro bajo el brazo. ─Es peor que mis hijos. Viejo testarudo ─le hubiera gustado seguir refunfuñando, pero no pudo. Anna siempre despertaba ternura en él.
Voy a preguntarle una cosa, espero que sea sincero y no se moleste –hacía días que pensaba en ello, y este era el momento. ─Igual hasta le parece una osadía, pero creo que se encuentra lo suficientemente débil, como para no arriesgarse con el conjuro. No me malinterprete, no deseo usurparlo, pero he pensado, que debe hacer falta mucha fortaleza para hacer la invocación. ¿Algún inconveniente, en que sea yo el oficiante? Está usted demasiado débil.
Todos me miraron; Anna la que más, incrédula parecía hacerse cruces. Seren con su volátil y chispeante interés; tan sólo el viejo, parecía haber comprendido la verdadera dimensión de mi propuesta.
Me dijo que ante cualquier contrariedad contaba conmigo, que deseaba que velara por todos... Pues creo, que en este momento, la mejor será que lo oficie yo, poniéndome por delante de ustedes, aunque abrigado por su experiencia y sabiduría.
Le agradezco el detalle, se necesita mucha fortaleza y determinación, y usted Ricard, la posee. Su ofrecimiento, lo acepto gustoso.

Monelle/CRSignes 06/04/2007

No fue bar de mujeres. De Mon

Brassaï, seudónimo de Gyula Halász (1899 - 1984)

Las olas golpeaban fuerte, engullían los pilares del muelle de madera, agitadamente, con la espuma enrabietada, queriendo abrazar para llevarse consigo, aquellos gigantes untados en brea. Entre las voces del océano se escuchaba una melodía que escapaba entre las cortinas de la taberna, allí, cansado y derrotado terminaba el empedrado de la calle mayor.
No fue bar de mujeres, solo los pescadores recalaban sus estómagos sedientos tras una larga y agotadora jornada de navegación. En las paredes colgaban algunos retratos enmohecidos de las mejores hazañas, casi convertidas en mitos, que los curtidos marineros enmarcaban en su tiempo libre, todas en color sepia, paralelismos de la vida.
Afuera se oía el taconear de Isabel, como cada media noche, se dirigía a hacer caja clavando sus largos tacones entre las grietas de los adoquines, hacia la bahía.
Allí acabaría su historia, la historia de una mujer entregada al volátil deseo de una necesidad efímera, de una obligación injusta. Con la noche llegó la traición, decididamente imparable, fundido entre los ardores de la sangre descansa en su cuerpo, vil metal, olvidado y miserable. ¡Cuan injusta es la vida y qué frágil su existencia!
Han cerrado pronto la cantina, calle abajo solo queda un quejido.

Mon 03/04/2007

Morrison. De Crayola

Foto: ©Estefanía Pasamonte Sánchez 2007

Lo recuerdo aún lloriqueando en la ventana de la cocina. El pequeño felino arremetía con maullidos ensordecedores durante la noche para que le dejáramos entrar a la casa. Se callaba cuando recibía tremendo cubetazo de agua en plena cara. Pero después de varios minutos de silencio, empezaba el concierto de nuevo. Así pasaron tres días. Por las mañanas, David salía al patio a servirle un poco de leche en un platito, y el gatito respondía a su desayuno con un par de fieros zarpazos. La aversión era mutua. A David nunca le gustaron los peludos gatos y al cachorro no le gustaba ese hombre bigotón que le había estado bañando por las últimas noches. Pero dicen que del odio al amor hay un solo paso, así que esos dos terminaron siendo los mejores amigos. Morrison fue el nombre escogido para el minino y desde que sellaron su unión se hicieron casi inseparables. Morrison fue encontrado en un terreno empedrado entre matorrales. Al pobre lo habían tirado y olvidado. Pero sus quejidos llegaron hasta la ventana de nuestra habitación una tarde de lluvia y fue así como fuimos en su búsqueda. Al principio se negó a venir con nosotros, pero esa misma noche apareció con su maulladera y de ahí que insistió tanto que se quedó. Morrison fue un amigo especial para David. Después de tanta bañadera con la cubeta, Morrison le tomó gusto al agua, así que no se perdía de bañarse a diario en la regadera con David. A medio día esperaba atento el silbido de David al llegar del trabajo para correr presuroso y encontrarle en la puerta. Le saludaba con un suave ronroneo y le seguía por toda la casa. Por las tardes se tendía a los pies de David a ver televisión. Aunque ninguno de los dos veía nada porque se quedaban dormidos. Y ni pretender siquiera apagar el televisor, el uno despertaba alegando por el atrevimiento y el otro maullando. Eran un par de frescos. Era la primera vez que David había sido derrotado por esa especie animal y estaba prácticamente enamorado de Morrison. Pero el destino fabricó una traición. Después de un viaje en que Morrison no podía viajar con David, ocurrió la tragedia. Morrison fue atropellado y murió. Su presencia fue tan volátil para David, no pudo disfrutar más de su compañía. No hay día que pase que no le recuerde.

¡¡Miaauu!!

Crayola 04/04/2007

Foto: ©Estefanía Pasamonte Sánchez 2007

Ella… De Espantapájaros

Sentada frente a su computador con los dedos quietos sobre el teclado y la vista fija en la pantalla su mirada se pierde en el infinito de la imagen que tiene frente a ella. Un paisaje de verdes praderas, árboles que se elevan hasta tocar el cielo con sus ramas. Un sendero que llega al río para cruzarlo en un puente de arco y barandas de madera torneada, para seguir su camino hasta el horizonte. Un horizonte de blancas montañas que contrastan con el azul imponente del cielo. Ella contempla esa pantalla pero ve mas allá, en cada imagen que se le delata frente a sus ojos un mundo se abre a su imaginación. El prado se transforma en un océano de verdes tapices en donde se sumerge en busca de viejos galeones y tesoros escondidos en roídos cofres. Tesoros como los sueños, como la magia, para sacarlos a la superficie y llenar de ellos el corazón de la humanidad y así no se sientan tristes, derrotados. Por otro lado los árboles son gigantes bondadosos que elevan sus manos tratando de robarle al cielo las estrellas y penderlas al pecho de los hombres para que no caigan en el olvido y la desesperanza… para que sean felices. Las montañas son bellas jardineras de volátiles cabellos al viento, que vestidas de blanco cortan rosas y jazmines del firmamento para regalarlas en la feria del pueblo y sembrar de colores y aromar el gris empedrado de sus calles. Y el río es una delgada línea turquesa que en antaño unos malvados gnomos y a traición separaron a la tierra en dos. En dos horizontes distantes, como un norte y un sur, como el calor y el frío...como la luna y el sol; que por mucho los mantuvieron separados, hasta que una tarde de abril una mágica hada azul construyó un sólido puente de arco, sólido como el amor, y los unió para siempre.
Son muchas las imágenes que pasan frente a ella, muchas las historias y cuentos que se dibujan en la pantalla, pero ahí está con los dedos inmóviles sobre el teclado, con la vista fija en la pantalla; y como si fuera un débil quejido del silencio se pregunta como poder bajar al blanquecino papel de su computador todas esos retratos que a pintado en su imaginación. Mientras yo me pregunto lo mismo, ¿cómo ella, mi neurona, no puede escribir nada?

Espantapájaros 04/04/2007