Una vida por doscientos dólares. De Mon

Dejó doscientos dólares sobre la mesilla de noche, apagó la última vela al tiempo que ajustaba la corbata de tela italiana sobre su cuello, dos vaivenes a izquierda y derecha y esa acción propia de un “pater” parecía perdonar la atrocidad que acababa de cometer.
Veruca era una puta más, pero no una puta cualquiera, solo se dejaba acompañar por los caballeros más selectos y solventes. Hoy ha sido una noche fatídica, ya la advirtió Juan el lolailo, “llegará el día en que la avaricia te ajustará las cuentas”. Eran jóvenes, formaban una cuadrilla multicolor de chicos de barrio, hasta que los altos vuelos los separaron, Veruca tomó su camino, su triste camino.

La policía la encontró con la espalda arqueada y la cabeza vuelta hacia atrás con sus largos cabellos acariciando la moqueta de la suite, ¡vaya mierda! exclamó el inspector.
Ni sus padres fueron a ver flamear el hermoso cuerpo de Veruca, ¡qué hermosa fue! Ya nadie llora por ella, donde estarán esos guripas que dejo atrás, pegados a un libro o vete tu a saber dónde…

Los mármoles del campo santo comenzaban a oscurecer como el manto de tierra que iba cubriendo el zulo donde reposará por siempre este cuerpo usado como mercancía, como moneda de placer.
Hoy por primera vez alguien ha cambiado un puñado de billetes por unas hermosísimas flores y un par de poemas que no tardarán en hacerse hueco entre la tierra suelta y volteada del cementerio.

Cae la noche y ya no queda nadie.

Mon 07/06/2006

El primero fue en el año 1974. De Monelle

Por la mañana temprano, casi a la hora de entrar en clase, coincidí con Javier.
Tropezamos al girar por la Esquina de las Perdices. Por el suelo rodó el contenido de mi mochila que, de inmediato, recogí por vergüenza de que fuera descubierta mi caja de tampones. No llevaba bien aquello de la regla. Los cambios en mi cuerpo se habían acelerado y me molestaba ser la comidilla de los niños. Me intimidaba gastar talla de sujetador.
Fue tal la rapidez con la que lo recogí todo, que casi no veo a Javier que me tendía algo que parecía había dejado olvidado.
Alargué la mano y, sin detenerme, por el rabillo del ojo creí identificar la caja de tampones.
Con un movimiento rápido la arranqué de su mano.

¿No vas decirme nada?

Los colores encendieron mi rostro.

¡Ah! Sí... ¡Gracias!

Y aceleré el paso.

Detente niña.

Javier era tres años mayor que yo, de la cuadrilla de mi hermano, un chaval un tanto guripa.

Parece que no recuerdas lo que acordamos.

No entendía nada. Se acercó y, tomándome de la mano, me llevó hasta un banco de la Plaza del Arco, justo enfrente de la escuela. Ya el timbre de entrada sonaba y yo no quería hacer tarde.

¿No recuerdas cómo habíamos quedado?

Las pocas veces que intercambiamos palabras Javier y yo, fueron en la habitación de mi hermano, cuando venía con el resto de amigotes a escuchar música y jugar a las cartas, momento que aprovechaba siempre para colarme, aunque me echaran enseguida.

— Mira lo que te he dado y lo comprenderás. Creo que me lo merezco.

El rostro se me iluminó. ¡Vaya! Lo había conseguido, al fin tenía la cinta de casete de mi grupo preferido. Era cierto, Javier era tan lolailo como yo.
No pude reprimirme y le pagué con el gran beso acordado en la mejilla, que se convirtió por su pericia en mi primer beso en la boca, tan dulce y tierno que no lo olvidaré jamás.

Salí disparada hacia la entrada del colegio, que se me antojaba como la boca de un zulo horripilante después del beso, en donde ya el conserje, mientras izaba la bandera patria que flameaba al viento al son del himno nacional, me miraba disgustado.

Monelle/CRSignes 070606

Decadencia. (3ª Parte de Un cambio de hábitos) De Locomotoro

Una vez eliminado Mediometro, comprobé que no estaba tan acabado como yo creía. Todo había vuelto a una aparente normalidad. El Papi salía de nuevo a dar sus paseos, aunque se había vuelto un poco enmariconado. Todas las tardes se dedicaba a cuidar de unos rosales que tenía plantados en el jardín.
Medio pueblo abonaba aquellos enormes rosales... y no porque le ayudaban a ello... bueno, sí que lo hacían... pero ¿cómo decirlo? Desde abajo... como sin vida.
Aparte de los rosales del Papi, el barrio había caído en la decadencia absoluta. Los muchachos formaban ahora cuadrillas de lolailos inaguantables. Habían perdido respeto por los viejos valores, trabajaban de cualquier forma, por la espalda y a cuchillada trapera, sin tener ningún respeto por los clientes. Y no era de extrañar, el Papi era ahora un guripa acabado, enbebido todo el día por sus rosales, sin horizontes.
A los chicos les hacía falta un referente, y el Papi se había convertido en una mala influencia, así que me metí en su cuadrilla y comencé a enseñarles un poco de teoría. Inicialmente empecé con los pasos más sencillos. Disciplina y elegancia en el trabajo, cómo se hace el ala al sombrero... nada de ganchitos en las orejas ni tatuajes. Los chicos parecían muy atentos, ese cambio de vida parecía emocionarles. De esa manera, poco a poco fueron abandonando el zulo en el que estaban metidos.
Una tarde, decidí pasar a una clase práctica y me fui con los muchachos de visita jardinera al Papi.

Hola Papi— saludé.
Siempre con respeto a la clientela.— iba apostillando a los chavales.
Buenas tardes, hijo— Me respondió. — ¿Me echas una mano?
Por supuesto Papi— repliqué.
Siempre hay que atender las peticiones del cliente.
Le ayudaré a abonar.

Al Papi se le fueron las cataratas de golpe... o de bala, no podría confirmarlo.
Me giré hacia los muchachos; alguno de ellos tomaba apuntes.

Y por supuesto... el cliente siempre tiene razón— Apostillé.

Finalmente, y, tratándose del Papi... nos pasamos las normas por el arco y lo pusimos a flamear en plan vikingo junto con sus jodidos rosales.
Mis chicos aprendían deprisa, y yo tenía que ir pensando en convertirlos en hombres con futuro. Nuevos aires soplaban desde el norte. Tomé mi Veretta y me dediqué a limpiarle el óxido al suave sol del atardecer.

Locomotoro 06/06/06

Inesperado. De Suprunaman

Había cagado en un tiesto, tan guripa como era; únicamente esto había encontrado en aquel zulo al que llamaba casa.
Era un zurullo grande y hermoso, sin pensárselo metió las manos en el tiesto y empezó a amasar aquella boñiga. Primero hizo una pelotita, casi era redonda. De una de las estanterías sacó un tarro que contenía musgo, estaba recubierto por una gelatina viscosa, aquella planta resultaba milenaria. Hincó los dedos en la caca e hizo un surco, posteriormente escupió y la saliva resbaló por la pendiente que había realizado. Alzó el excremento a la luz de aquel sol que iluminaba el cubil, no estaba mal.
Pensó entonces que un lolailo que cantara por “soleares” le daría alegría y salero a aquella escultura y se afanó en crearlo, pero este se sentó a la sobra de unos hierbajos, se sentía solo, —ya lo tengo, le fabricaré una cuadrilla de gitanillos para que le hagan palmas— pensó, y así lo hizo; los dispuso alrededor de una hoguera flameante donde cantaron, comieron, bebieron y se regocijaron.
Pasaron siete días y aquel artista se cansó de ver el espectáculo de los “cantaores”, quería experimentar con otras materias, con otros sonidos… así que cogió la bola de mierda con una mano, hizo un arco de noventa grados y lanzó aquella esfera verde y azul a la que llamaba Tierra a un cubo, encima del recipiente cilíndrico, un cartel pegado y escrito con letras mayúsculas culminaba con la palabra ESPACIO.

Suprunaman 06/06/06

La casa de las imágenes. De Crayola

Paredes viejas y cansadas. Ladrillos guardando en su polvoriento rojo grandes secretos. Grietas ocultando voces insospechadas. Todo el lugar encierra el misterio del tiempo sobre el tiempo. El marco ideal para un nuevo refugio que sirve de escape a una cuadrilla de intelectuales, de locos creadores, y de musas perdidas. En ese mismo lugar, paseaba por largos pasillos coronados por grandes arcos con olor a pasado, con aroma a vida añeja. Un par de galerías con sus blancos paredones vestidos de cuadros del artista en turno. Las recorría despacio, en silencio, perdiéndome en cada pincelada. Después era escoger una mesita. Alejada del tráfico de lolailos y guripas que como yo, también buscaban huir del mundo de afuera. Un café me acompañaba en esas tardes. Un café negro con un pintadito de leche. Dos de azúcar. Una servilleta y un bolígrafo hacían de herramientas. Entre sorbo y sorbo de bebida, dejaba salir de mi mente lo que mi corazón sentía. Escribía palabras que sin ser poemas formaban frases únicas para él. En esa vieja casona, soñaba con sus ojos color miel, sus labios delineados y su bigote dorado. Ahí imaginaba las miles de escenas que podríamos vivir juntos. Ahora entiendo el nombre del lugar: “La casa de las imágenes”. Sí, así se formaban frente a mí todas las imágenes posibles del amor. Ahí flameaba con mi mente y mis hormonas la sensualidad y la sexualidad que despertaban en mí, cuando lo conocí a él. Un estanque con peces de colores. Un cantante narrando historias de hadas. Era un espacio donde el reloj sucumbía ante las sensaciones. Un día lo llevé a conocer el sitio. Lo invité a entrar en mi mundo. Fue como dejar salir de un zulo toda una vida. Le mostré mi interior. Mi verdad. Mi pasión. Estoy segura de que ahí nos enamoramos aún más. Entre símbolos. Entre su imagen y mi imagen.

Crayola 06/06/06

Palabras para el "Contemos cuentos 9"

En el plazo de quince días que duró este número 9, hicimos uso obligatorio en nuestras historias de las siguientes palabras:

ARCO

CUADRILLA

FLAMEAR

GURIPA

LOLAILO

ZULO

Para la segunda semana de la quincena, la propuesta consistió en centrar nuestros relatos en un espacio en concreto, o bueno, en sus alrededores, pero éste debía estar directamente relacionado con la historia, por lo tanto tomar un papel importante en la narración. Ese lugar fue.... ¡una cabina telefónica!

El gran golpe. De Naza

Los calamares son "preces". —El Bolo no daba más de sí. Entrecerró los ojos y entreabrió la boca, ese rictus lo tenía desde hacía quince años y así se quedó.
No digas tonterías, los calamares son cetáceos que viven en el mar de Abisinia.

Le respondió el Lalo que sufría dislexia por culpa de aquella tontería suya de aprenderse el contenido de una enciclopedia Álvarez en una noche.

Yo estoy convencido de que cuando demos el gran golpe, tú sabrás elegir la isla donde retirarnos a vivir como auténticos reyes. —Le decía el Bolo mientras apuraba la última calada de su porro.
Ya te digo, le tengo echado el ojo a una isla en la que estaremos como en el paraíso.

El Lalo se sentía halagado por los piropos que su compañero le propinaba todos los días.

¿Y cuando daremos ese palo que nos haga millonarios? —El Bolo no cerraba la boca pero cuando formuló la pregunta su mirada era maléfica.
Mañana, —dijo el Lalo mientras doblaba el periódico y lo ponía sobre la mesa — pero no se lo digas a nadie.
—No tronco, yo controlo. La primera vez que te vi me dije, “este tipo es legal”. Desde entonces no me separo de ti.
Sí, soy un tipo endiabladamente listo. Mañana te lo demostraré. Será un golpe limpio, sólo al alcance de una mente privilegiada como la mía.
¿Y cómo lo haremos?

Preguntaba a ráfagas, parecía una metralleta. El tonto estaba entusiasmado.

Mira el periódico. —El Lalo habló con la soberbia de un autentico malvado. Empleando una misma entonación el Bolo comenzó a decir.
“Vendedor de la ONCE del barrio de Capuchinos da su tercer premio gordo en un año. Los afortunados recibirán seiscientos mil euros cada uno.”… ¿Y? —EL Bolo no entendía.
Está clarísimo, lo secuestraremos y le forzaremos a que nos diga el número que va a salir. Si ha dado tres premios podrá dar un cuarto. —Dijo el jefe con autosuficiencia.
Ya, —respondió el otro, no muy convencido. —Tengo una pregunta, Lalo. ¿Cómo se llama esa isla paradisíaca donde nos iremos con los millones?
Isla Cristina. —Le susurró el capo.
¡Ah!

El Bolo por primera vez en mucho tiempo pudo cerrar la boca de la impresión.

Naza 04/06/06

Mediometro (2ª Parte Un cambio de hábitos). De Locomotoro

Después de aquello, decidí un cambio de aires. El marrón no me sentaba bien, así que me dirigí al pueblo de mi ex, que en paz descanse.
Pocos me conocían allí, aunque yo conocía a todos. Me presenté a Papi, que era como llamábamos al padrino. Se alegró mucho de verme, aunque estaba muy anciano y dudo que con esas endiabladas cataratas me reconociera, eso de llamarme mamá me pareció sospechoso.
Así que me puse a trabajar de nuevo. Me compré un traje nuevo y me crucé con Mediometro.
Mediometro no es que fuera enano, no... era el enterrador del pueblo. Dos metros por delante, culo estrecho y cara de gorila anormal. El caso es que Mediometro era vago para todo... incluso para enterrar. En cuanto había hecho medio metro... tiraba el fiambre. Las noches de lluvia intensa eran todo un espectáculo de Halloween y a la mañana siguiente, como si se tratara de un maleficio Mediometro tenía que volver a cavar. Todos queríamos mucho a Mediometro, había confianza con él y por aquello que el chico tuviera una agenda ordenada... antes de hacer un trabajo, los muchachos pedían hora.
Tenía sentido del humor. A veces, acompañaba al doctor con el metro en la mano en sus visitas al hospital. "Bromas de enterrador" decía.
El caso es que Papi, tenía a Mediometro entre catarata y catarata... y ya en su lecho de muerte, dijo a lo que pensaba era su madre:

Antes Mediometro que yo... pero sin preces—. El Papi sabía cómo halagar.

Un sábado le dije a Mediometro con aire de desdén.

Medio.... hazme un huequecito para mañana a eso de las tres.
¿Y la carne?— preguntó.
—La carne la llevaré yo— contesté.

A la mañana siguiente, Mediometro cavó, yo llevé al calamar, otro.... pringao, alguien tenía que tapar el agujero y a mi no me pagan para eso. Pero Mediometro no se lo imaginaba y el pobre se meó encima.
De vuelta al pueblo, con la satisfacción del trabajo bien hecho, me crucé con Ráfagas, el dueño del puticlub, que dicen los garrulos.

¿Te has enterado? Papi se ha levantado— me dijo.

Aún llevaba el metro de Mediometro en la mano... ¿a quién no le gusta tener un recuerdo de los colegas?

Venga... llévame a tu casa— Le dije a Rafa —Hoy brindaremos por los colegas.

Locomotoro 02/06/06

Ese pequeño diablillo. De Marola

Ese endiablado crió de tan solo tres años nos llevaba de cabeza, sus ráfagas de rabia, mala leche y su maléfico pensamiento nos hacia ir a todos de boli detrás de esa especie de calamar que se escurría, resbalaba y alcanzaba con sus pequeños tentáculos todo aquello que le ponía por delante. Todos los día Fredo su abuelo pedía toda clase de preces a su Dios particular para que realizara un milagro y sustrajera ese aire de desdén de esa personilla, aunque en el fondo su abuelo se reía a solas a carcajadas cuando se paraba un momento a pensar todas las barbaridades que había hecho su nieto, en el fondo lo halagaba, lo admiraba por la extraordinaria imaginación que desarrollaba con tan solo tres años, por la alegría que daba en aquella casa que desde hacía dos años y medio había quedado transformada en un lugar silencioso y triste a causa de la muerte de la madre de Chiqui que era ese diablillo que corría por todos los pasillos de aquella mansión. La única realidad era que gracias a esas travesuras a esas acciones endiabladas cada día la luz del día y del sol brillaba con más fuerza cada amanecer.

Marola 02/06/06

Cambio de hábitos. De Locomotoro

Veinte años de oficio y diez en la trena son más que suficientes para que cualquiera cambie de hábitos, sobre todo cuando el fiscal hace un trato para que “largues” y te quiten esos cincuenta que pretendían colgarte de la condena.
Así que cayó todo Dios. Luego vinieron las medallas para la policía... y con las medallas vino lo de la protección de testigos, no sé, esa expresión siempre me sonó a “coquillera”.
Después de cargarme a todo dios, habían decidido reconciliarme con él, por eso era que estaba en un convento de franciscanos. Cambio de hábitos que dicen
Mientras mi hierro, una Veretta del 9, se oxidaba en los cajones de pruebas, una ráfaga de hierros nuevos se movían por todo el condado para darme “matarile”.
Una tarde de agosto, a eso de las 6 de la tarde recibí una visita inesperada. El individuo en cuestión, era como un endiablado calamar de metro ochenta, y traje escotado que no me quitaba ojo desde el momento que entró.
Después de fingir que oraba... que hacía preces, o como coño se diga... me pidió que lo confesara. Así que me metí en el confesionario y comenzó a declarar... perdón a confesar.

Padre, confieso que he matado, —comenzó a recitar...— que mato —y comenzó a sacar el hierro, — y que volveré a matar.

Me apuntó a la cabeza discretamente con aquel chisme maléfico, pero no me inmuté. Salí del confesionario porque sabía que no me dispararía cara a cara, lo empujé con discreción y ya en el suelo, busqué algo con lo que acabar con el asunto. Mi mano chocó con el rosario, curiosos los senderos de Dios... a veces te da la vida, otras te la quita. A lo que iba, le metí el rosario hasta la garganta, al tiempo que gritaba pidiendo una ambulancia.
Las viejas salieron a todo correr de la iglesia y yo terminé la faena. Al cabo de un rato, apareció la policía científica. Uno de los agentes vio unas babas en mi rosario, y dirigiéndose a mí me preguntó.

¿Son suyas esas babas?
Hice lo que pude. —Respondí sin dejarme halagar— Al final le di la absolución y antes de morir besó la cruz.

Entonces apostillé con aire de desdén.

Se ve que el pobre, babeaba de la emoción de reencontrarse con el señor.

Locomotoro 02/06/06

Chasquidos. De Locomotoro

Un chasquido fue lo último que pudo oír. Hay muchos tipos de chasquidos, pero en un barrio en el que el hombre más adinerado no pasa de ser un capataz, es prácticamente imposible escuchar el chasquido de unos zapatos de claque, o el suave chasquido del bourbon al caer contra los hielos de una copa.
Por un módico precio, cualquiera puede escuchar el chasquido del percutor de un Smith & Wesson, o de los dedos de algún capo o policía malpagado dando una orden asesina.
El caso es que, refugiado de la lluvia, Raimond descansaba en lo que él llamaba la sala de visitas. Se asomó con desdén a la ventana, para contemplar las ráfagas de gotas de agua estallando contra las aceras, emitiendo mil tipos de chasquidos diferentes.
Abrió la ventana y asomó la cabeza dejando que las gotas reventaran en su cabeza calva. Así quedó largo rato, hasta quedar empapado como un calamar. Después volvió al sofá y sacó de debajo de un cojín un arma endiablada y una nota de ella.
Ella a la que tanto había amado y que ahora pretendía abandonarlo, dejarlo tirado, sustituirlo por un ingeniero que había conocido no se sabe como o por qué especie de maleficio.
Se lo quiso dar con jabón, pensaba que si lo podía halagar, engatusar de alguna manera, hacerle comprender... él la dejaría marchar.
Pero Raimond tenía demasiadas cosas que comprender y demasiado poco tiempo para hacerlo así que dejó a un lado las comprensiones para centrarse en las acciones.
Allí se encontraban los dos ahora, ella tirada sobre un charco de sangre, y él mirando al cielo rebuscando en su cabeza unas últimas preces que recitar antes de marcharse.
Dejó de oírse el chasquido de la lluvia contra las calles, de los dedos de los policías malpagados, incluso del ron barato contra la taza de aluminio. Se hizo el silencio, cerró los ojos al apoyar el hierro en su sien, y entonces sonrió a su perra vida.
Un último chasquido, quizás el más claro de todos, lo volvió a unir con su amada.

Locomotoro 01/06/06

Saliendo del infierno. De Marola

Una gran ráfaga de aire rozó aquella noche mi piel, había salido de aquella habitación temblando, con los nervios de punta por ver aquel maléfico cuerpo tirado entre las sabanas, sin rostro, sin expresión, sin alma.
Aquella endiablada noche me había transformado después de dieciséis años en una asesina, una persona odiosa, peligrosa, pero en mi interior halagaba con todo mi alma la valentía de haber cometido aquella acción terrible sin desdén que llevaba viviendo dentro de mi durante tanto tiempo. Durante tantas noches, sufriendo, padeciendo, haciendo todo aquello que no deseaba, pero obligada por aquel pedazo de animal, que solo sabía vivir para él. Yo cada día sola en mi oscura habitación rezaba mis preces y pedía y rogaba que el Señor se lo llevara, pero no me escucho, no sintió mi misericordia, fue egoísta e inhumano y dejo que mi mente se volviera terriblemente impura y destructora, y durante dos semanas prepare lo que suplica, era ese hilo que pende tan sumamente frágil que en cualquier momento se suelta, era el fin de mi vida, pero antes me llevaría por delante a ese ser que era todavía peor que yo.
Cuando Salí de aquella habitación me fui al restaurante de la esquina, el dueño amigo desde hace quince años, me vio entrar con el rostro desencajado, algo se notaba pero no me dijo nada, simplemente me sirvió un bocadillo de calamares, que era lo que más me gustaba, y una cerveza. Lo dejó encima de la mesa y se sentó a mi lado, solo me dijo:

¿Lo has hecho, verdad?...
¿Qué es lo que he hecho?, no te entiendo…
Bueno, no quiero que te siente mal el bocadillo, cómetelo y hablamos después. – dijo Jaime, prácticamente sin mirarme
Vale, cuando acabe con esto, llama a la policía, no me preguntes, simplemente haz lo que te he dicho.

Aquella noche trato de librarse de aquella pesadilla que durante tantos años le había hecho una cicatriz tan grande que ya no se le notaba, aquella noche se libro de su peor enemigo, aunque perdiera la libertad, su libertad…

Marola 01/06/06

Tinta para morir. De Aquarella

¿Libertad? ¡Menuda falacia! Un lujo que los que vivimos en esta parte de la ciudad no nos podemos permitir. Mi barrio está marcado por un maleficio que divide a sus habitantes en dos bandos - los matones y los fiambres - aunque lo habitual es que pases del primero al segundo tras una ráfaga de disparos. El destino se encarga de ponerte en uno o en otro, decide por ti sin que puedas decir nada.

Voy a presentarme: Me llamo Enzo, pero sé que cuando no estoy delante todos me llaman “El calamar” desde que a una puta barata que pretendía halagarme se le ocurrió dirigirse a mí como “mi dulce calamarcito”... unos cuantos puñetazos acabaron con las risas que inundaban el local y algunos dientes por el suelo, pero no he podido quitarme el mote.

Las malas lenguas hablarán de mi carácter endiablado, de las muertes que llevo a mis espaldas — muchas — de mi desdén por la vida ajena. No tenéis derecho a juzgarme, es... era mi trabajo. Es fácil opinar desde fuera. ¡Aquí os quería ver yo! Os estaréis preguntado por qué os cuento todo esto… ya no puedo moverme, pero la última frase que he oído, que oiré en mi vida, lo ha dejado claro

¡Mira! Al calamar se le escapa su tinta roja — y las carcajadas se han ido perdiendo en la distancia.

Encima los cabrones me dejan frente a un enorme anuncio de congelados. Me estoy desangrando... el bando de los fiambres me espera y no tardaré en llegar. No recuerdo las preces necesarias para que Dios me saque de ésta, aunque si no me ha hecho ni puto caso en cuarenta años no creo que me lo hiciera ahora. No, no recuerdo como se reza, pero me asusta morir solo, me arrepiento de todo lo que he hecho. Eso sí, como me entere de que alguien se atreve a llamarme calamar vuelvo y me lo cargo ¿Está claro? Un respeto a los muertos.

Aquarella 31/05/06

Media hora. De Locomotoro

Miró el reloj por encima de sus gafas con cierto desdén. Eran las tres y tres minutos de la tarde. Eso le daría media hora aproximadamente para terminar lo que aún no había comenzado, mejor dicho lo que estaba haciendo en esos momentos.
Tiró a la basura los restos del café y continuó tecleando, así... casi sin pensarlo, mientras oteaba de cuando en cuando el reloj de su ordenador rezando mil preces para que se detuviera el tiempo.
Al otro lado de la cristalera, Amparo, con sus ojillos de calamar, saboreaba su café mientras se preguntaba qué estaría haciendo Andreíto tecleando a toda prisa.
Pero el joven dibujante era ajeno a todo ello, tenía un compromiso, algo que había comenzado y debía terminar.
Las tres y nueve minutos. A veces el tiempo pasa inexorablemente como si presagiara un maleficio, no importa lo que hagas... el tiempo no juega, no recoge cartas, solo pasa.
El ruido de un flamante coche anunció la llegada del jefe, entonces Amparo, con esas curvas endiabladas se acercó al joven diseñador y le tocó en el hombro. “Parece que es el coche de Isma”.
Pero Andreíto no se inmutó, continuó tecleando con su ritmo frenético sin dejarse engatusar ni halagar por la exuberante contable.
Unos pasos se dejaron oír por las escaleras. Amparo se retiró a su mesa con expresión asustada en la mirada al contemplar los ojos vidriosos de Andreíto que comenzaba a levantarse.
Tomó un puñado de lapiceros en una mano mientras se dirigía en dirección a los pasos de la escalera y los arrojó con rabia contenida.
Una ráfaga de lápices de madera estalló en el pecho del jefe de marketing, pero Andreíto pasó de largo sin inmutarse, dirigiéndose hacia la puerta.
Sacó un pitillo con toda la indiferencia del mundo, miró el reloj y habló para sus adentros. Joder, que mal que no se puede fumar dentro... Las tres y veinte; aún tengo tiempo de echar un cigarro.

Locomotoro 31/05/06

¡Qué puedo perder! De Monelle

Llevaba un mes sin descansar. El trabajo se acumulaba, y pese a ser asuntos de poca monta, la dejadez en mi labor podía significar una larga temporada sin un mal bourbon que echar a la boca.
Aparqué el coche y entré en casa.
Vi salir por detrás del sofá una columna de humo con cierto aroma mentolado, que se mezclaba en el aire con delicados toques de perfume francés.
Aquella ocasión merecía un trato especial. Saqué mi Wells Fargo, y de un salto me situé frente al sofá apuntando a la cabeza del intruso, dispuesto a disparar si me daba motivo.

- ¡Disculpe caballero! No pretendía alarmarlo.

Las notas de aquella voz, me desarmaron casi tanto como la belleza que se ofrecía recostada ocupando toda mi atención. Sus sensuales formas invitaban a algo más que a un interrogatorio, y dieron con el traste de todas mis cuitas, bajando mi guardia.

- Mi nombre es Josephine Silva.

Sé que debía haber reaccionado inmediatamente ante aquel apellido tan temible, pero me limité a coger su mano y besarla.

- Tengo entendido que le contrató mi esposo. Cree que le engaño. Pero... - entre pucheros fingidos continuó-... no sé porqué no confía en mi. Le temo pues, el un bruto, es capaz de cualquier cosa...

En ese momento se levantó mostrándome en todo su esplendor las excelencias de un cuerpo voluminoso pero esbelto. El vestido color gris calamar, se adaptaba a sus formas de manera precisa, como un guante. Mi gesto de admiración, mi boca semiabierta, fueron el mejor de los halagos.

- Ruego atienda mis preces, estoy convencida de que a usted, Jácomo le escuchará. Dígame cuánto y estaré gustosa en dárselo.

Ahí estaba yo, con cara de pánfilo y sin saber que decir, frente a la mujer más hermosa que jamás se me había ofrecido. Aquél endiablado cuerpo estaba a mi merced. Era imposible sustraerse ante el maleficio que me tentaba.
Apunto estaba de alcanzar con mis manos sus turgentes pechos, cuando la puerta se abrió de golpe, el sobresalto fue mutuo, dejando entrar una ráfaga...

... de aire que casi me causa un infarto.

Camino de mi cuarto sonó la puerta. Pero no la abrimos. Aquella mirada mezcla de lujurioso desdén y dulzura, me dio fuerzas. Mientras las arrastraba hasta el cuarto pensé: “¡Qué puedo perder!”.

Monelle/CRSignes 31/05/06