Cambio de hábitos. De Locomotoro
Por monelle elMay 18, 2009 | EnCONTEMOS CUENTOS, Locomotoro, CONTEMOS CUENTOS 8
Veinte años de oficio y diez en la trena son más que suficientes para que cualquiera cambie de hábitos, sobre todo cuando el fiscal hace un trato para que “largues” y te quiten esos cincuenta que pretendían colgarte de la condena.
Así que cayó todo Dios. Luego vinieron las medallas para la policía... y con las medallas vino lo de la protección de testigos, no sé, esa expresión siempre me sonó a “coquillera”.
Después de cargarme a todo dios, habían decidido reconciliarme con él, por eso era que estaba en un convento de franciscanos. Cambio de hábitos que dicen
Mientras mi hierro, una Veretta del 9, se oxidaba en los cajones de pruebas, una ráfaga de hierros nuevos se movían por todo el condado para darme “matarile”.
Una tarde de agosto, a eso de las 6 de la tarde recibí una visita inesperada. El individuo en cuestión, era como un endiablado calamar de metro ochenta, y traje escotado que no me quitaba ojo desde el momento que entró.
Después de fingir que oraba... que hacía preces, o como coño se diga... me pidió que lo confesara. Así que me metí en el confesionario y comenzó a declarar... perdón a confesar.
—Padre, confieso que he matado, —comenzó a recitar...— que mato —y comenzó a sacar el hierro, — y que volveré a matar.
Me apuntó a la cabeza discretamente con aquel chisme maléfico, pero no me inmuté. Salí del confesionario porque sabía que no me dispararía cara a cara, lo empujé con discreción y ya en el suelo, busqué algo con lo que acabar con el asunto. Mi mano chocó con el rosario, curiosos los senderos de Dios... a veces te da la vida, otras te la quita. A lo que iba, le metí el rosario hasta la garganta, al tiempo que gritaba pidiendo una ambulancia.
Las viejas salieron a todo correr de la iglesia y yo terminé la faena. Al cabo de un rato, apareció la policía científica. Uno de los agentes vio unas babas en mi rosario, y dirigiéndose a mí me preguntó.
— ¿Son suyas esas babas?
—Hice lo que pude. —Respondí sin dejarme halagar— Al final le di la absolución y antes de morir besó la cruz.
Entonces apostillé con aire de desdén.
—Se ve que el pobre, babeaba de la emoción de reencontrarse con el señor.
Locomotoro 02/06/06
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