La sombra proyectada
Para Cefe con todo el cariño del mundo
Regresábamos exhaustos, la larga marcha tendría su merecida recompensa. Parecía como si los animales presintieran la inmediatez de nuestro destino. Ellos más que nosotros poseen aún los instintos que el tiempo nos ha robado. El sol desaparecía lentamente entre las dunas, a nuestras espaldas. El éste se revelaba esperanzador, y ya con el juego de las últimas luces pudimos ver el oasis.
Cefe, desde su atalaya, seguía en el transcurrir de las horas la ruta del oeste, nada escapaba a su atenta mirada. Se sentía orgulloso de poder servir al pueblo que le acogió. La música de las herramientas que sacaban provecho a la tierra fértil bajo sus pies, cesaba ya, y los cansados agricultores recogían los frutos del esfuerzo diario.
Descendió para dar cuenta de nuestro regreso. Mientras se arrimaba a la tienda del jefe, se perdía en el recuerdo de la vez primera que pisó aquella arena húmeda y hermosa. La paradoja del destino que le habían pronosticado, enlazaba con la mejor de las formas. Un oráculo cualquiera, dio con sus ilusiones perdidas al desvelarle que, su búsqueda de la felicidad, acabaría entre el calor y la fuerza de un sol implacable y cruel. Fue un duro golpe a sus ilusiones. Había nacido entre la arboleda, en las húmedas tierras del norte, un lugar amado del que jamás pensó salir y al que nunca regresó. Pero el destino le obsequió con los más dulces frutos, y fue recompensado con creces entre la comunidad que desde hacía años le cobijaba. No recordaba las tristes circunstancias que lo llevaron hasta allí, pues el placer había borrado toda huella de dolor. Cefe sabía mejor que nadie el valor de las cosas. Desde su privilegiado destino, desde la suerte que suponía poder mirar a todos desde lo alto en todos los sentidos, no tuvo nunca dudas de cuál era su lugar. En cierta forma recuperó parte de esos sentidos que el tiempo nos ha negado.
Vi ascender su sombra proyectada por la luna mientras mi camello se adentraba en el campamento. Canturreaba una canción de su antigua tierra, y yo no pude más que dejar escapar una lágrima deseando llegar a ser como él. Admiraba su determinación, su complacencia, la aceptación de la vida que el destino le había ofrecido. Pero por encima de todo, el amor que en su interior atesoraba. Ese sentimiento puro carente de prejuicios.
CRSignes 050705
Caballo, un hombre perdido. De Mon
Debía estar viajando, cabizbajo, taciturno, abandonado en las tinieblas, solo él era inconsciente de la realidad que le rodeaba. En una mano la botella de vino, en la acera la jeringuilla evacuada.
Era un viejo barrio marginal de calles húmedas de farolas apagadas, elementos que hacían dormir la ciudad en un profundo olvido, así sus gentes enfundadas en viejos cueros pululaban ordenadamente y a determinadas horas para no dejar descansar el adoquinado.
La gran avenida estaba acompañada de bancos y árboles solo interrumpida por el curso del gran río con sus aguas ya remansas, apacibles. Era un placer recordar el sonido de sus mimosas aguas besando las orillas, acariciando los ecos de juventud perdida, recuerdos tal vez lejanos de una salud y un rumbo equivocado.
Durante la guerra los morteros atronaban las calles otrora ricas y abundantes, ese estruendo que parecía venir de la pobreza, del otro lado del río, ¡ya ves hoy lo que queda! una vieja casa llena de goteras y orinales que las apantanan. Paradojas de la vida y él, único devoto de esa injusta debacle, permanece envenenado y sin sombra en una noche que dará con sus huesos en la morgue.
Ahora es la hora de resumir mi vida pensó, me han abandonado los temblores he vencido las pesadillas y marcho a un lugar donde ya nadie me podrá molestar jamás.
Mon 12/04/06
El orinal del infierno, un mal sitio para morir. De Suprunaman
Que peor lugar para esconderse que el llamado “El Orinal del Infierno”, aquí te encuentras entre tinieblas, es un sitio en el que no me gustaría morir.
Una gran mayoría de gente, cuando muere acaba en el cementerio, otras son incineradas y arrojadas al mar, pero "el orinal" está lleno de esquizofrénicos, sus muertos son enterrados en el jardín, otras veces los cadáveres son expuestos para el disfrute de los devotos de la muerte, también puedes encontrarte con algún necrófilo que te de sus mimos y cariños para el resto de tu existencia física.
Puede que haya matado a mucha gente, pero no le desearía este lugar ni a mi peor enemigo.
Lucien lleva viviendo cinco años en este lugar, no lo puedo entender, aparentemente es normal.
Calle AvandGarde nº13, eso me dijo, una escalera de caracol me lleva hasta su puerta, está abierta, el aroma a marihuana perfuma la habitación, al otro extremo está Lucien, en una mano sostiene la maza, echa los ingredientes necesarios en el mortero y los machaca bien. Hace unos años Lucien tuvo un problema con la pasma, su chica era la hija de un capitán, demasiadas drogas le pararon el corazón, ¡ay Lucien! no había otros lugares para esconderse.
Una vez hecho el trueque me introduzco otra vez en aquella maloliente ciudad, donde el hedor hace honor a su nombre.
La calle está húmeda, tanto como mi ancha frente, una sensación de desasosiego recorre mi cuerpo, mañana por la mañana abandonaré este retrete; noto que algo se me engancha al cuello y al darme la vuelta veo toda una legión de muertos que se aproximan a mi, de un codazo me quito de encima aquel elemento que me agarra, saco el revolver de la cartuchera y empiezo a disparar a diestra y siniestra, sus cuerpos ya muertos siguen avanzando, sus ojos están desorbitados y de sus labios emana una baba viscosa, Lucien está entre ellos, la estampa es desesperanzadora pues a cada paso que doy, a cada puerta que pido auxilio me responde otro gruñido, no hay auxilio posible.
Prefiero no saber el final, ¡pum!.
Suprunaman 12/04/06
Amor peligroso
Pese a las continuas críticas que condenaban a Nicholas por su comportamiento arisco y antipático, Brenda no pudo evitar enamorarse de él. Ignoró a los que decían que era un auténtico fanático de la oscuridad y la sangre; en asuntos del amor no era la razón quién mandaba, y en este caso se demostró una vez más.
En vez de evitarlo a toda costa y hacer lo imposible por intentar extinguir el sentimiento, reunió el valor suficiente para decírselo cara a cara. Al fin y al cabo nadie podía hacerle ningún reproche: todos habían sido adolescentes.
Pero Brenda se equivocaba, no sólo era ella la que lo buscaba desesperadamente; él la acechaba en todos los lugares a los que se atrevía a ir sola pidiendo a gritos silenciosos su presencia. No desconocía el efecto que le causaría a la joven enterarse de lo que él era en realidad, y se conformaba con cortejarla, siempre desde la distancia: desde las sombras, su elemento, dónde tenía todo el poder y jamás podrían dañarle. El riesgo de combinar dos especies tan distintas era impensable. Su carácter parecía temerario, aunque lo cierto era que sólo pecaba de prudencia.
Hasta que una noche, sus ojos ávidos de curiosidad cometieron el error de descubrir su naturaleza. Nicholas tuvo que retenerla mientras ella intentaba huir, atemorizada. Sin quererlo, debía matarla, como especificaban las reglas vampíricas. Si se lo contaba a alguien, su vida y la de todos los de su especie estaban en peligro por culpa de una simple humana. Pero lo que sentía por ella le impedía hacer tal cosa. Tenía que tomar una decisión, deprisa, antes de que lo que hiciera se volviera irreversible…
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Por aquella vez, Nicholas decidió salvarla. Ignoraba los resultados de tan temerosa acción; jamás había desobedecido una norma ni dañado a nadie de su raza, pero conocía a otros que lo habían hecho, con infeliz destino. No tuvo tiempo para plantearse el desenlace, sólo obedeció al agobiante nudo que se formaba en su pecho al pensar una existencia sin la joven tras haber tenido la fortuna – o la desgracia – de haberla conocido.
Brenda seguía luchando por zafarse, aunque cada vez perdía más las esperanzas. No temía a las criaturas de la noche, lo que realmente le enfurecía era que un engendro como él poseyera su vida y emociones. Pero este pensamiento no cambió en absoluto la realidad de los hechos, porque por más que lo intentó, ignoraba el secreto que la libraría de su mal.
El vampiro no tuvo otra opción que adormecerla con cantos paganos para conseguir llevarla a su morada, donde se encontrarían seguros y su vida no correría peligro por el momento. La suya era la menos importante, después de vivir tantos siglos de sabiduría, pero la humana no merecía la muerte tan joven.
Abandonó antes del amanecer a la joven en el pequeño catre del que constaba la vivienda, deleitándose con su respiración acompasada y cadenciosa, deseó que siempre fuera así y que nunca se acabara el momento… quiso ser humano para poder seguir acompañándola durante el día, y mostrarle la belleza nocturna de lo que sólo podía ver a la caída de la tarde, en el crepúsculo. Y sintió que su corazón de piedra comenzaba a lentecer de tristeza.
Brenda despertó recordando, melancólica lo ocurrido, intentó desterrar de la mente el recuerdo y paseó por la habitación recorriendo con delicia, uno a uno, cada rincón. Contempló embelesada la belleza ingenua de las esquirlas de cristal esparcidas por el suelo, de millones de fragmentos rotos que antes eran bellas esculturas, le sobrevino un escalofrío al observar el crisol desnudo como antiguo elemento de tortura. Y abajo, en una trampilla apenas visible se adivinaban unas escaleras. Sin poder evitarlo, bajó rogando por no tener que huir de allí aterrorizada.
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Nada, ni siquiera silencio había en la extraña habitación. La oscuridad no le permitía mirar a su alrededor, lo que creaba una sensación de angustia, cada segundo estaba más alerta. Se sentía segura de que algo saltaría hacia ella desde cualquier rincón si se descuidaba. Permaneció inmóvil mientras su corazón latía oníricamente, con la precisión de un sueño, quiso salir de allí tan precipitadamente que tropezó y bajó rodando los escalones que restaban. Fue atronador. Se golpeó con la multitud de objetos que había en el fondo, su cabeza chocó contra algo duro y permaneció en el suelo, quieta y desmadejada.
Sólo logró concebir algo cuando una mano tiró de ella con indiferencia y se vio arrastrada una vez más. Apócrifamente pensó que sería la última, la mortal. Pero perdió la consciencia y la recuperó de nuevo cuando se encontró frente al rostro demacrado de Nicholas. Su palidez se acentuaba con la lumbre encendida al fondo de la estancia, de la que procuraba mantenerse prudencialmente alejado, los vampiros temían al fuego. Miles de preguntas bullían en su cabeza, pero sin dejarle hablar aún, le tendió un líquido verdoso de maloliente olor y acerbo gusto, que se obligó a beber hasta la última gota. Poco a poco logró sentirse mejor y más relajada. Aunque la tranquilidad se acabó pronto, pues con un estridente ruido la puerta se abrió y la luminosidad solar entró a raudales por el resquicio. Apenas tuvo tiempo de esbozar una mueca de horror mientras una figura desconocida retenía a Nicholas obligando a mirar de frente la luz, ni siquiera pudo detenerlo, porque la pócima que acababa de beber le causaba una serena ensoñación y sin conseguir evitarlo, se encontró inmóvil, sin fuerzas…
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Le costó controlar la angustia mientras contemplaba aquel horrible
espectáculo sin poder hacer nada.
Al menos sabía que no estaba muerto y ya era algo ¿no?
Pero tras beber aquel brebaje, sus intentos por conseguir no mezclar la realidad con los delirios resultaron infructuosos.
Finalmente, un sueño artificial se apoderó de ella, llevándola hasta los confines infinitos de la desesperación.
Logró ver a Nicholas sufriendo indecibles torturas para no tener que confesar y sus gritos silenciosos le cruzaron la mente como un cuchillo de hielo.
Fue entonces cuando dudó de que fuera realmente un sueño y se concentró en exprimir cada detalle de aquella pesadilla tan cierta. Y le pareció estar más cerca que nunca de él. Sufrió en su propio cuerpo el dolor, y pensaron con la misma mente.
- Brenda
Se sobresaltó al escuchar su nombre, pero cada vez se alejaba más de su mundo, como si se encontrara en otra dimensión, y su inquietud se convirtió en un simple sentimiento.
- ¡Brenda! – repitió aquella voz tan cercana
- ¿Qué? – ansiaba preguntar, pero no le era posible hablar, pese a ello, pareció oírla
- Escúchame – ordenó, sin dejar translucir ni por un momento su padecimiento – Te pido que hagas algo por mí… ¿lo harás?
- ¡Por supuesto! – gritó con ímpetu, y le pareció ver una sonrisa pintoresca en su rostro dolorido.
- Tienes que cerrar mi tumba… si lo haces jamás te hallarán y podrás vivir. ¡Es el único medio que tienen para localizarte!
- ¡No importa lo que ocurra conmigo! – replicó – ¿cómo sacarte de ahí?
- Eso no es necesario… Tú eres lo que importa. Hay motivos, poderosos, que les incitan a buscarte. Si te tienen en su poder…
- ¡Dime cómo sacarte de aquí!
- Ten cuidado con su ayudante, Brenda. – la ignoró - Lo conoces demasiado bien y sería tu perdición.
- ¿El ayudante de quién? – preguntó confusa
Pero se acercaba a las postrimerías de su sueño y cada vez le costaba más mantenerse concentrada.
- ¿Qué puedo hacer por ti? – volvió a decir con agonía
- Salvarte… Sálvate, Brenda. Cierra mi sepulcro.
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Logró encontrar a tientas la puerta, y tropezando con todo lo que había a su paso, bajó las escaleras. Las lágrimas formaron un velo de niebla alrededor de sus ojos sin poder evitarlo. El no saber ni poder, aquella visión tan nítida constituía un aliciente más para sentirse extraña, abandonada y sobre todo, muy confusa.
Llegó al fin al fondo de aquellas malditas escaleras, y un poco a la izquierda encontró, efectivamente, aquella tumba. Tampoco ahora podía verla con claridad, pero conforme se acercaba, la absurda paranoia de que algo maligno podía ocurrirle infestó su mente.
Cuando alargó la mano para empujar hacia dentro la gran mole de piedra gris, algo desconocido y atrayente tiró de ella hacia abajo. Luchó por zafarse, agarró con fuerza la lápida… pero sus esfuerzos resultaron vanos. Cayó por ese agujero hondo y húmedo…
- Mi señora, quiero contentaros, pero…
- ¡Imbécil! – graznó – ¡Ya no me sirves! ¡Volverás a aquel burdel al que tanto tiempo le dedicas, pero siendo espíritu! ¿Cómo te atreves a desobedecerme?
Nicholas observó la escena entre hastiado y divertido. ¿Por qué nunca se cansaba aquella vieja bruja de atemorizarlos? Estúpidos… Ni siquiera era capaz de matar una mosca, y ya era el tercer soldado en el día que huía entre gritos.
- Nákar – dijo con toda la ironía que pudo reunir – Sabes que nadie te teme.
- ¿Ah, sí, Vriel? – le dedicó una mueca burlona
- Sabes que ya no me llamo así – siseó
- ¿Y le interesará a esa jovencita saber la historia de Vriel?
- Nunca se lo dirás.
- Ah, eso no lo sabes. La muy idiota se tragó el cuento de que tú le habías enviado una visión… ¿Es que nunca le has contado nada?
- ¿Qué habéis hecho qué? – bramó
- ¿Quieres verla? – se burló – Tranquila, dentro de poco disfrutarás de ella, pero en otra vida… ha caído por el agujero.
El rostro de Nicholas perdió totalmente el color.
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Nicholas aporreó fieramente la puerta de metal, mientras Nákar contemplaba sus nulos intentos con arrogancia.
- Más te vale que todo esto sea una farsa – amenazó, jadeante por el esfuerzo – Cuando consiga escapar de aquí te mataré si todo esto es mentira…
- Necesitarías una versucia que no tienes, Vriel – rió – Esa jaula te hace perder toda la fuerza y lo sabes.
- … y si es verdad, juro que te mataré de la forma más dolorosa que exista – continuó
De pronto el rostro de la bella vampiresa se tornó sombrío.
- No serías capaz de hacerme daño – susurró – Entre nosotros aún existe una unión, un juramento. Y sabes para lo que te he traído aquí. Tú y yo… en comunión… seríamos invencibles, Vriel.
- Dejé de llamarme Vriel cuando descubrí tu engaño. – pronunció lentamente, con odio – Nunca volverá a haber algo entre nosotros. Si consideras que esto es un juego entre ambos, seré tahúr e incumpliré las reglas. Debes morir.
Nákar tembló de furia. Su cuerpo esbelto se tensó con ademán hosco, dispuesta a matarlo.
- ¿Y si soy yo la que acaba con tu vida? – siseó
- Sólo hay una manera de matarme a mí. Y no está a tu alcance, idiota.
- … que es terminando con ella, y lo haré si no me das algo a cambio. Está en mi poder.
- ¿Qué quieres? – masculló
Esbozó una sonrisa. Lo demás sería fácil.
- Que me ames solo a mí. Ámame y no lo pondré una mano encima. Demuéstrale cuánto me amas y dejaré que se vaya.
Se retiró de la habitación, sonriendo para sí misma ante su triunfo, mientras en la celda un corazón inexistente se laceraba de angustia.
- Tienes hasta mañana a esta misma hora para pensarlo. Y sea cual sea tu decisión, será irreversible e irrevocable. Un juramento que durará para toda la eternidad…
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- ¿Nicholas, lo has pensado? – preguntó Nákar con voz serena, impregnada de astucia y maldad.
Nicholas no sonrió, ni siquiera se movió ni esbozó un gesto o una mirada.
- Me llamo Vriel – admitió al fin.
Nákar rió, con una risa ridícula y jactanciosa que demostraba su victoria, su poder sobre él.
- Bien. Acércate.
Vriel descubrió que en ningún momento hubo puertas de metal, que siempre estuvo libre, y fue, resignado, al encuentro de la que tendría que ser su mujer durante toda la eternidad.
Lo atrajo hacia sí, y le hizo un largo corte en el brazo con su uña afilada. De él obtuvo sangre de un color negro intenso que recogió en un recipiente de oro.
Tras eso, Nákar se infringió la misma herida.
- Los lazos de sangre son juramentos irrompibles – advirtió Nákar – Quizás prefieras que muera la muchacha.
- ¡No! – prefería toda una eternidad de esclavitud y servidumbre a que Brenda muriera. Si ella estaba viva, aún le quedaría una vana esperanza, una razón por la que intentar sobrevivir.
Apenas notó como Nákar le inyectaba su sangre en el brazo con ímpetu y violencia. Sufrió un espasmo de dolor y su adversa le imitó.
Duró unos segundos, mientras el mal recorría cada centímetro de su cuerpo.
- Ahora ven – invitó la vampiresa, con ademán cansado. – Aún no hemos cerrado el pacto.
Le condujo hacia una celda cerrada, que abrió con facilidad. Apenas hubieron entrado, Nákar le recordó al oído:
- Demuéstrale cuanto me amas
Vriel y Nákar sellaron el tratado con un beso fogoso, apasionado. La resistencia de Vriel se quebró, el poco dominio que tenía sobre él, el bien que durante tanto tiempo había sembrado en su interior desapareció por completo, y sus ojos se volvieron vacíos, oscuros. Y se dejó abandonar por las caricias de Nákar, su ama y señora.
Las consecuencias de un simple beso le durarían para siempre.
En un lateral de la celda, acurrucada, Brenda gimió con agonía.
¿Cuánto tiempo más sería capaz de soportar?
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Vriel salió de la celda cerrando la oxidada puerta, dejando solas a Nákar y Brenda.
Sus ojos, antes azules y brillantes, se habían vuelto completamente negros, y Brenda sentía temor al contemplarlos. Su conducta, de obediencia extrema hacia Nákar, a la que observaba como si de una diosa se tratara, no hacía más que fortalecerla y regodearse cada vez más en la imagen de la moribunda y asustadiza joven. Brenda decidió observar cada montoncito de polvo y pelusas que se amontonaban por los rincones, demostrando la suciedad concentrada. Así, quizá no sentiría tanto miedo.
- ¿Le amas? – preguntó Nákar en un susurro
Brenda cerró la boca. Ni una palabra saldría de ella, y menos para dirigirse a aquella furcia.
- Te he preguntado que si le amas – pronunció, en un tono peligroso - ¡Contesta!
Brenda sintió como todo su ser se estremecía, se vio inmersa en las fauces de un dolor inimaginable, sintió arder sus entrañas para caer de nuevo al suelo, exhausta.
- Es mío. El conjuro es sempiterno. Nunca te ha pertenecido. No eres lo suficientemente valiosa para él.
- Sí, le amo – replicó Brenda
Sintió el mismo martirio, se retorció, aulló de dolor y pidió clemencia con sus lágrimas.
- Le amo
Cada vez que lo decía, cuando repetía de nuevo cuanto lo amaba, su cuerpo se sacudía entre espasmos, que le dejaban sin fuerzas y desmadejada en la dura y fría piedra.
- ¡Debería sellar tus labios con brea ardiendo! – recriminó
- Hazlo – jadeó – Hazlo, sabes que te odiará. Tortúrame. Mátame si quieres. Pero sabes que nunca podrá olvidarme. Porque al menos he llegado a ser algo para él. Y le amo. Aunque me atormentes por toda la eternidad.
- ¡Idiota! – graznó Nákar
Vriel escuchó el sonido de un alarido desgarrador. Sin saber por qué, quiso acudir a ayudar a aquella voz angustiada. Pero su mente se hallaba vacía, sin sentimientos.
Se encogió de hombros.
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Nicholas llevaba mucho tiempo contemplando aquel cuerpo inerte de la celda. Aun sin conocer de nada a aquella chica, su mente incubaba una idea. Nákar se acercó con su paso sigiloso y esquivo.
- Déjala – ordenó – es sólo una criada desobediente.
- ¿Por qué creo conocerla? – susurró para sí – Mi imaginación tiene un límite.
- ¿Qué murmuras? – gritó Nákar molesta
- Nada, mi señora.
- ¿Acaso te retractas ahora de tu juramento?
- Por supuesto que no, mi señora. – contestó, pese a ignorar de qué juramento se trataba.
- Bah, deja de llamarme mi señora.
Nákar entró en la jaula e incrustó en el brazo de la muchacha un vidrio de color rojo. Se revolvió un poco, pero no despertó. Un fino hilo de sangre comenzó a manar de la herida.
- ¿Para qué sirve? – inquirió Nicholas
- Así no podrá escapar – explicó – Sabremos dónde está en todo momento.
- ¿Pero no podría arrancárselo?
- ¿Por qué estás tan interesado en el tema? – lo miró, con una sonrisa melosa en la boca
Nicholas se encogió de hombros.
- Ven conmigo… - invitó
- Espera.
Pese a irritarle profundamente la contradicción, recordó que no podía ocurrir nada. Él no sabía que era su amada Brenda. El juramento era inquebrantable. Sólo existía Nákar en su mundo.
- Está bien.
Nicholas vigiló atentamente hasta que Nákar se hubo marchado. Entró en la celda y se arrodilló delante del brazo sangrante, en el que aún se distinguía un trozo de aquel peculiar instrumento.
- Criatura, no me preguntes la razón, pero voy a salvarte – comentó a la vez que despegaba el vidrio de su piel. Arrancó un trozo de tela de su camisa y le envolvió la herida.
Desde una esquina, escondida, Nákar se crujió los dedos con furia...
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- Querido, suerte que te diste cuenta de que no era eso lo que te convenía…
Vriel se convulsionó. De la mano de Nákar observó todo su pasado.
Él corría. A través de los bosques, entre los árboles que arañaban su piel dolorosamente, provocando heridas, rasguños; con una muchacha que no conocía en brazos. Una leve imagen vino a su mente: la celda, aquella esquina y su plan. Se sujetó la cabeza con dolor. Quería acabar con eso.
- No, aún no has terminado de verlo todo.
Con nimias palabras, Vriel animaba a la muchacha a despertar.
Vamos a buscarlo, le habrá embrujado.
El rostro asustado de Nákar se forjó en su mente. Nákar obligando a todos sus soldados a buscarle, mientras él volaba, confundiéndose con el viento, delante de todo el ejército, burlando a las sombras, tramando escapar.
No, no está nada bien, querido. Te engañó. No oigas su voz. ¡Es una bruja!
Las imágenes tomaron más velocidad. Para entonces ya eran confusas, ininteligibles. La muchacha despertó.
Nákar lo veía. Retrocedió medrosa.
- Acaba de revivir. ¡Vamos! ¡Hay que encontrarlos! ¡Acabará con él!
La joven voló de sus brazos. Sus ojos rojos refulgieron. Vriel se sorprendió. Jamás esperó ver algo malvado en ese rostro hermoso. ¿Qué ocurría? ¿Qué engaño era ese? ¿Quién creaba una oposición a aquel ser?
Todo giró, dejó de ver todo aquello, solo supo que ella lo había salvado de esa joven, malvada. Él había sido su cómplice. Y su ama le había perdonado. Eso era todo.
¿Y ella?
Séptima, encantadora. De Marcel Schwob
Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava, y la madre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas y obscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchitas que arrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro, y las puntas de sus dedos pintadas; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente. Así iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.
Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y así como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. Es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepentas que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo, no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.
Séptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextilio. Y cuando el temblor púrpura aferró al aire de la tarde, salió por el camino que va desde Hadrumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los enamorados beben vino de dátiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente baja una larga losa cortaba su mirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevaba todavía el vapor de los aromas en que la habían empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes pálidos y turbios incrustados. Soñaba eternamente en su sueño estéril con las cosas que no había conocido.
Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a la guirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasión brotó:
-Oh, hermana mía, apártate de tu sueño para escucharme. La pequeña lámpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apagó. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collar se rompió y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza te posee. Escúchame, pues tú tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale a Anteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. ¡Oh, Foinisa! O llévanos a los dos a la morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anteros que enfríe nuestros alientos si le niega a Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libación de mi voz. ¡Ashrammachalada!
Inmediatamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra mostrando los dientes.
Y Séptima, avergonzada, corrió por entre los sarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció en compañía de los muertos. Espió a la luna fugitiva. Ofreció su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del día. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrás de ella.
Mientras tanto, Foinisia, rígida, erraba por los circuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón en la cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisia no pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocía el deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadáveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran por las calles de Hadrumeto.
Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación surcado de rombos. Y Foinisia, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sentó a su lado.
Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero su corazón desecado había sido puesto de nuevo en su pecho.
Y en ese momento Eros luchó contra Anteros, y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisia. En seguida deseó el cuerpo de Sextilio, para que estuviese acostado entre ella y su hermana Séptima en la casa de las tinieblas.
Foinisia posó sus labios tintados en la boca viva de Sextilio y la vida escapó de él como una burbuja. Después se encaminó a la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima, dormida, se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisia y el abrazo de Foinisia hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextilio. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las potencias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.
Sextilio está acostado en la necrópolis de Hadrumeto, entre Séptima, la encantadora, y su hermana virgen Foinisia. El texto del encantamiento está inscripto en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora deslizó por el conducto de las libaciones en la tumba de su hermana.
*Extraído del libro "Vidas imaginarias"(1896) de Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905)
Páginas de un diario. De Chajaira
Tarde del 23 de marzo de 1972
Un poquito de cariño, unas piedrecillas de sensatez y unos dientes de fe, son los ingredientes principales que machaco en el mortero de mis días.
Días simples sin más intención que ser la hija perfecta, sacrificada como siempre a la educación de una familia devota y mira dónde me han dejado.
Tengo cuarenta y cinco años, pasada por una vida rutinaria dedicada a ser lo que se espera de mí, mujer que oculta su escote ya flojo, caído a la esperanza pero que deseo con culpa y pudor, ser amada, deseada, arrastrada a los instintos más paganos por un hombre.
Ese mi hombre especial que miro tras la cortinilla cada tarde. El Mimo del semáforo. Sus ojos delineados en negro resaltan en su cara blanquecina, siempre gesticulando la sonrisa. No puedo evitar querer sacar de su disfraz, su pantomima; estoy segura de ello, su risa dibujada es una mentira, como mis años de sacrificio a la nada, al delantal, la cacerola y la fregona.
Sé que él y yo somos como el elemento que dejó caer Dios en un momento de pereza. Abandonados a nuestros pensamientos, olvidados, ocultos en las tinieblas de las tardes frescas. Mi mimo escondido en su maquillaje y mi poca alegría tras una ventana.
Quiero tirar al orinal, como mi último despojo, mi cobardía. Necesito traspasar mi faja, mi combinación de encaje roído, mis bragas pulcras y beatas.
Chajaira 10/04/06
Camino hasta el pantano
Vivo en la masía Correntilla, una pedanía de San Juan de Moró, desde el año 1995, y aún me cuesta asumir que la industria tenga el poder para comerse parajes maravillosos, como la montaña que a punto está de desaparecer por culpa de la cantera; pero lo que si que me duele de veras es la desaparición del entorno más cercano a mi casa, aquel que día a día, y durante tantos años he recorrido día tras día.
Ayer, como todos los días salí, cámara en mano, a ver qué era lo que encontraba para fotografiar y con lo que me topé fue con una máquina que había arrancado los árboles de uno de los tramos que en más de una ocasión he fotografiado. Precisamente ahora que las almendros en flor dejan escapar su aroma meloso y dulce.
Desconozco qué es lo que harán en aquel espacio, pero ya os lo contaré.
Estas fotografías las tomé el mes pasado, una de esas mañanas, en las que la mágica luz del sol en su primer recorrido, que invita a soñar.
Lástima que ese fondo arbolado ya nunca volverá a ser el mismo.
CRSignes 050209
Palabras para el "Contemos cuentos 5"
Para la segunda semana de este quinto juego ideamos, siempre con la base de nuestras normas conocidas (relatos de entre 200 y 400 palabras, tema libre y título obligatorio), proponer la creación de un texto que contuviera un diálogo.
Las palabras de la quincena fueron:
DEVOTO
ELEMENTO
MIMO
MORTERO
ORINAL
TINIEBLA
Terapia de choque
—Busco mi identidad —afirmó mientras descendía.
Unos objetos se alejaban, otros cada vez estaban más próximos. Clin, clan, crac, plaf, chin, chan… Tarde descubrió que un espejo padece el síndrome de múltiple personalidad.
CRSignes 2004
Malditos paparazzis. De Naza
A veces mi amor, las cosas no son lo que parece, por mucho que las pruebas así lo evidencien. Intentaré en esta carta explicar lo que ocurrió, tan lejos y distinto a lo que te mostraron. Sé que es la última oportunidad que tengo para llegar hasta ti, así que deseo me des la posibilidad de explicarme y que tu corazón me sepa comprender.
Como te dije en su momento la finalización del proyecto me llevaría trabajar hasta tarde en la oficina. Hay un trabajo de documentación que cumplir, y nadie mejor que Cristina, mi secretaria para que lo ejecutara.
La jornada avanzó hasta llegar la noche, le pregunté a mi secretaria si deseaba continuar o prefería seguir al día siguiente. Ella me dijo que haría lo que yo decidiera. Lo menos que pude hacer era invitarla a cenar.
En el restaurante del Mirador siempre tienen una mesa reservada para los compromisos, por eso decidí acudir a ese lugar.
El proyecto es de vital importancia para nosotros, una estrategia empresarial consiste en agasajar a la mujer del alcalde, su ayuda nos podría beneficiar. Le enseñaba a Cristina la pulsera de diamantes y quería ver como quedaba en la muñeca de una mujer. Esa foto no corresponde a una realidad, es mal intencionada y dañina, carente de veracidad. Mi candidez no me llevó a pensar que un fotógrafo mercenario, carente de alma presentara esa foto como un flirteo con mi secretaria.
De vuelta al despacho y en un momento determinado sentí un golpe seco; Cristina se había desmayado. No sabía donde acudir; ¡estábamos solos! Nunca hice cursos de primeros auxilios, así que la llevé hasta el sofá, del secreter saqué un abanico para ver si así recuperaba la conciencia. Como no dejaba de sudar le desabroché la blusa. Cristina seguía aletargada. Entonces pensé en el boca a boca que tanto éxito tiene en las películas. Lo que tampoco podía imaginar, era que el mismo fotógrafo, con su ballesta en la mano clavara sus flechas en forma de fotos en una imagen que para nada corresponde a la realidad. A mí mi amor que como sabes soy totalmente asexuado.
Eso fue lo que sucedió. Créeme por favor. Yo me pongo en tu lugar, pero esas fotos no se corresponden a la realidad, de verdad. Todo es un manipulación de la prensa.
Naza 09/04/06
Tímidas y diminutas despiertan
El frío este año parece no querer abandonarnos, pero el ciclo continúa y a la menor oportunidad, cuando los rayos del sol que ya comienzan a calentar un poquito más, las primeras flores surgen de su coraza germinada.
Dibujan formas imposibles, pues el frío no les deja desarrollarse como deberían, pero son una alegría para los ojos entre tanta escarcha.
Despiertan como pequeñas pinceladas de vivos colores. Pronto inundarán el campo hasta convertirlo en la paleta de un pintor. Mientras tanto tenemos que buscarlas, fijarnos más para poder disfrutar de esta diminuta avanzadilla de lo que se nos avecina.
CRSignes 03/02/09
Presentación del libro Crónicas del mañana en Cuba con un cuento de Ricardo Acevedo
El próximo día 3 de febrero en la Ciudad de La Habana en la casa del UNEAC, y el día 19 en la Feria Internacional del Libro de la Habana en la Sala Nicolás Guillén, se presenta el libro Crónicas del mañana de la editorial Letras Cubanas, una antología que reúne los cuentos más destacados de los últimos cincuenta años en la Ciencia Ficción cubana. Recopilado y prologado por José Miguel Sánchez (Yoss) reconocido y destacado escritor del género en Cuba cuenta entre el amplio abanico de historias y autores con uno de los cuentos de Ricardo Acevedo. Relato que ya fue ganador del premio de la revista cubana Juventud Técnica en el año 2005.
Os dejo con el artículo presentación que Blanca Zabala Santana ha publicado en la página web cubaliteraria.
http://www.cubaliteraria.com/delacuba/ficha.php?Id=6113
Unas Crónicas del mañana para leer hoy De Blanca Zabala Santana
«La ciencia ficción puede hacer extraordinarias predicciones», escuché decir no hace mucho, y de inmediato recordé las «profecías» que hacía Julio Verne en cada una de sus narraciones: el automóvil, el fax, y otros tantos y tantos objetos o acontecimientos improbables en su época, pero que con el tiempo muchos se han hecho realidad.
Porque imaginar el futuro, profetizarlo o tratar de cambiarlo ha sido siempre una preocupación del hombre. Desde siglos inmemoriales el hombre tal vez haya «descuidado» su entorno para mirar más allá en el tiempo y el espacio. Vida en otros planetas, galaxias, guerra interplanetarias, «visitas» de extraterrestres, apariciones de OVNIs, abducciones, etcétera, han sido sucesos generados por la inteligencia terrícola, tal vez para explicarse —o refugiarse en este— ese «otro mundo» desconocido o conocido a medias.
Y eso, entre muchos otros sucesos, ofrece Crónicas del mañana:
Treinta y ocho cuentos, divididos en tres partes —con sus respectivos subprólogos— conforman esta antología de ciencia ficción, que José Miguel Sánchez, Yoss, ha tenido a bien compilar para la Editorial Letras Cubanas en saludo al 50 aniversario de la Revolución Cubana, y que agrupados en la colección que con motivo de la efemérides se inaugura, rinden también un merecido reconocimiento a estos y a otros autores del género, aunque no hayan sido compilados. De todas maneras, la muestra que se ofrece «peina» tres momentos fundamentales de la ciencia ficción cubana: «El entusiasmo de los pioneros (1960-1979)», donde podemos encontrar a Ángel Arango, Miguel Collazo, Oscar Hurtado, Juan Luis Herrero y Arnaldo Correa; «Los ganadores en los concursos David y Juventud Técnica y los talleres literarios (1980)», con Daína Chaviano, F. Mond, Rafael Morante, Raúl Aguiar, Eduardo del Llano, Luis Alberto Soto, el propio Yoss, Ricardo Acevedo, entre muchos más, y «Hoy: ciberpunk, pastiche, ironía y mucho más (1990)», con Michel Encinosa, Vladimir Hernández, Haydée Sardiñas, Jorge Enrique Lage, Leonardo Gala, por solo mencionar a algunos. Encabezan cada cuento datos de todos los autores seleccionados, más los siempre certeros comentarios del compilador, que dan una visión muy clara de quién es quién y de sus obras publicadas.
En esta muestra se puede observar el desarrollo que ha tenido el género en Cuba y por los estadios que ha ido transitando, lo cual se aprecia tanto en los temas abordados por los autores —no exentos de humor en muchos casos—como en los recursos estilísticos empleados, y también en las inquietudes ante determinados eventos sociales. Es así, que si bien los precursores ponían su mirada en los verdes marcianos o en los saturnianos rojos, los que les siguen van a recrear en sus narraciones otros temas que van más allá de las visitas interplanetarias, codo a codo con los adelantos científicos y tecnológicos.
Algo que llama la atención en esta selección —y confieso que sin feminismo alguno— es la excelencia de los argumentos y la depurada prosa de las escritoras que la integran: Daína Chaviano, con «Níobe»; Chely Lima, con «Un instante de sol»; Anabel Henríquez, con «Deuda temporal» y Haydée Sardiñas, con «O».Una cuidadosa selección ha hecho Yoss, sobre todo porque ha tenido en cuenta la calidad literaria de los textos y ha evitado la repetición de los temas, pienso que en ella prevalecen un equilibrio y un balance estructural apropiados. Es así que aparecerán ante el ávido lector «atomoviletas», chips parlantes, pizarras que succionan, pastillas para rejuvenecer, retornos al pasado para salvar a Lennon, y muchos temas más, que si bien no logran cambiar un pasado —aunque movidos por sentimientos nobles y puros— vaticinan un futuro —en ocasiones, para nada halagüeño— pero que sí todos tenemos la obligación de cambiar, junto a la buena voluntad de estos escritores y replantearnos un desarrollo no destructivo, sino avanzado científica y tecnológicamente, y también… literariamente, como dice Yoss al final de su tercera introducción: «la joven guardia […] cada vez más preocupada por el aspecto literario del género, viene pisando fuerte. Suyo es, no tan solo el mañana, sino, y esta antología lo demuestra, también buena parte del hoy de la ciencia ficción cubana». Que se regala y nos regala estos cuentos en este aniversario de todos.
CONTINUACIÓN DE UN JUEGO De R.Acevedo y CRSignes
DEL OTRO EXTREMO DE LA MESA DEL MUNDO... VIDA... CAMA... PÁGINA...
Estás tú
imperceptible en el tiempo
de risa y furia... fácil
rodeada de esa magia
que ya no se encuentra
ni entre los papiros u otrora poderosos talismanes
como principio y fin de todo.
En un diván (no trono)... estás tú
dispuesta siempre a la fantasía (sexual)
a cumplimentar mis palabras
a ser mi brazo derecho (cuando mi espada descansa)
a rescatar mis pergaminos del fuego
a ser yo... si fuera necesario.
Ricardo Acevedo La Habana 10/08/05
SOBRE ELEMENTOS Y MAGIA
Por que la fantasía contigo no es posible:
¡Eres real!
Me dejo arrastrar por esos sueños que nos unen.
Por que desde mi asiento:
trono, diván, tierra o nube
la tranquilidad desea ser rota por tu presencia.
Es algo que ya hiciste.
¡Repítelo pues una y otra vez!
Por que una vez despertaste la ira de mis sentimientos,
alimentaste mi alma, conseguiste abrir en mi el camino del amor,
atrapaste el deseo y dominaste mi entrega,
¡Te amo incondicionalmente!
Los gigantes que nos oprimen
no podrán separarnos, ni acallarnos, ni demolernos,
son insignificantes comparados con el tamaño de nuestra pasión.
Dices que soy el pergamino, el amuleto...
¡Tú el único que puedes hacerlo funcionar!
¡Eres el mago que mueve los hilos!
¿Seré como los elementos y tú tendrás la magia?
CRSignes San Juan de Moró 240805
CONTINUACIÓN DE UN JUEGO Por Ricardo Acevedo E. y Carmen Rosa Signes